Trece — La aprendiz de Científico

Cansancio… Una extraña, placentera sensación como de burbujeo en la sangre… constricción y resistencia en las muñecas y en los tobillos… recuerdos derivando hacia su lugar, seleccionándose ellos mismos. El Grad esperó a abrir los ojos hasta que su mente estuvo preparada.

Estaba encadenado nuevamente, tensión en muñecas y tobillos que hacían que su cuerpo permaneciera recto. Empieza a convertirse en una costumbre. Sus ataduras cedían si tiraba fuerte de ellas. Estaba atado de forma enredada, de cara a una pared que era dura y fría y lisa, y traslúcida hasta un milímetro de profundidad, sobre una sustancia gris.

Nunca antes había visto nada parecido; pero a distancia aquel material podía parecer metal.

Aquello era la caja voladora. Estaba atado a la caja voladora. Giró la cabeza a la izquierda y vio a los otros: Minya, Gavving, Jayan (totalmente despierta e intentando disimularlo), Jinny. A su derecha, una hilera de pájaros salmón y pájaros cinta, Alfin sonriendo en sueños, y una mujer de la tribu de Carther, la embarazada, Usa. Sus ojos estaban abiertos y vacíos de esperanza.

Una voz jovial retumbó hasta ellos.

—Algunos de vosotros ya estáis despiertos… —El Grad arqueó la espalda para poder ver por encima de su cabeza. El cazador de copsiks era grande, fornido, alegre. Colgaba de la red cerca del extremo aventanado—. No intentéis moveros para soltaros. Sólo quedaríais perdidos en el cielo y no habría vuelta a casa para vosotros. No queremos locos para copsiks.

Minya le llamó.

—¿Podemos hablar entre nosotros?

—Desde luego. Si no me interrumpís. Ahora podéis preguntaros lo que se va a hacer con vosotros. Vais hacia el Árbol de Londres. Habrá gravedad cuando lleguéis al árbol. Seréis utilizados para tirar de cosas, y hacer equilibrios sobre los pies sin caer, y así sucesivamente. Os gustará. Podréis beber agua caliente hasta que su hervor os haga vomitar por todas partes, y comer cosas que nunca habéis probado. Siempre sabréis dónde estáis, y lo que les pasa a las cosas si las soltáis. Podréis tirar la basura… —Por debajo de los pies les llegó un desconcertante silbido rugiente. La voz del cazador de copsiks se elevó—… y saber que no flotará a vuestro alrededor. —Dejó de hablar pues alguno de sus prisioneros estaba gritando.

Una oleada de gravedad tiró de los pies del Grad. No le extrañó que el cielo girase: bosque verde, una banda azul, una ondulación blanca. La verde textura que había bajo sus pies empezó a contraerse.

Sopló un viento húmedo. La niebla se espesó alrededor de ellos. Los gritos de pánico se amortiguaron hasta convertirse en un lloriqueo, y el Grad oyó hablar a Alfin.

—¡Comida de árbol! ¡Estamos yendo hacia una nube tormentosa en la boca del árbol! Brillante idea… —y se calló, al ver que nadie parecía entender lo que quería decir.

Su guardián esperó a que se tranquilizaran.

—Es muy descortés por parte de un copsik interrumpir a un ciudadano —dijo—. Lo olvidaré mientras dure este viaje, pero vosotros aprendedlo. ¿Alguna pregunta?

Minya gritó.

—¿Qué os da ese derecho?

—No vuelvas a decir eso nunca más —dijo el cazador de copsiks—. ¿Alguna otra cosa?

Minya pareció calmarse por unos instantes.

—¿Qué pasa con nuestros hijos? ¿También ellos serán copsiks?

—Tendrán la oportunidad de ser ciudadanos. Existe una iniciación. Algunos no quieren seguirla. Algunos que quieren no la pasan.

La bruma los envolvió completamente. El cazador de copsiks era medio invisible. Una ola de goterones como pulgares cayó sobre ellos dejándolos empapados.

Como nadie parecía inclinado a hablar, el Grad lo hizo.

—¿Está el Árbol de Londres atascado en esta tormenta?

El cazador de copsiks se rió.

—¡No estamos atascados en ninguna parte! Nos movemos a través de la nube porque necesitamos agua. En cuanto os hayamos llevado hasta casa nos moveremos, espero.

—¿Cómo?

—Clasificado.

Gavving se despertó en aquel preciso momento. Miró a derecha e izquierda y descubrió al Grad.

—¿Qué está pasando?

—Las buenas noticias son que vamos a vivir en un árbol.

Gavving probó la resistencia de sus ataduras mientras lo digería.

—¿Cómo qué?

—Copsiks. Propiedad. Servidores.

—Uh. Mejor morirse de sed. ¿Dónde estamos? ¿En la caja voladora?

—Estás en lo cierto.

—No veo a Clave. Ni a Merril.

—Acertaste otra vez.

—Me siento estupendamente —dijo Gavving—. ¿Por qué me siento tan bien? Quizá había algo en las espinas, parecido al borde rojo de un hongo-abanico.

—Puede.

—No estás muy hablador.

—No quiero perderme nada —dijo el Grad—. Si consigo averiguarlo cómo se llega al Árbol de Londres, puede que sepa cómo salir. Hay algunos ciudadanos de la Tribu de Carther que están dispuestos a que nos unamos a ellos. Gavving se volvió hacia Minya. Hablaron entre sí durante mucho rato. El Grad no intentó escucharlos. Además, había mucho ruido. El rugiente silbido había amainado, pero el canto del viento aún era bastante notable.


—Demasiados cambios —dijo Minya.

—Lo sé.

—No puedo sentir nada. Quiero tener hambre, pero no puedo.

—Estaremos drogados.

—No es eso. Yo era Minya, del Pelotón de Triuno de la Mata de Dalton-Quinn. Me perdí en el cielo y me moría de sed. Te encontré y me casé contigo y me uní a la Gente de la Mata Oscura. Nos atamos y navegamos con un moby y nos descolgamos hasta una jungla. ¿Ahora qué somos? ¿Copsiks? Son demasiados cambios. Demasiados.

—De acuerdo, yo mismo estoy un poco confuso. Lo superaremos. No pueden mantenernos drogados para siempre. Tú todavía eres Minya, la luchadora enloquecida. Sólo… que debes olvidarlo hasta que lo necesites.

—¿Qué van a hacer con nosotros ahora?

—No lo sé. El Grad habla de escapar. Pienso que lo mejor es esperar. Todavía ignoramos muchas cosas.

En alguna parte, Minya encontró una carcajada.

—Por lo menos no moriremos vírgenes.

—Nos hemos encontrado el uno al otro. Podíamos haber muerto, pero hasta ahora eso no ha ocurrido. Estamos yendo hacia un árbol, y se mueve por sí mismo. Nunca veremos otra sequía. Podía haber sido peor. Ha sido peor… creo que me gustaría poder ver a Clave.

Su entorno era oscuro y húmedo. Los relámpagos marcaban un sendero lleno de meandros a través de la proa. El vehículo estaba dando media vuelta. El viento soplaba desde sus pies. En aquella dirección, una forma tupida se estaba formando.

—Allí —dijo Minya.

El rugido de los motores se reinició.

Gavving estuvo observando algún tiempo antes de convencerse de que se trataba de la mata de un árbol integral.

Nunca había podido ver un árbol desde una posición tan ventajosa. Se estaban acercando a la rama. La mata era muy verde y parecía más saludable de lo que lo había sido la Mata de Quinn, y el follaje llegaba muy lejos a través de la rama. La cola de madera desnuda soportaba una plataforma horizontal también de madera tallada, que evidenciaba un trabajo muy laborioso.

El rugido de la ciencia en acción fluctuaba, subía y bajaba, mientras la caja volante se instalaba sobre la plataforma. Un gran arco había sido tallado a través de la misma rama, uniendo ambos extremos de la plataforma. En el extremo del oeste, donde el follaje empezaba a brotar, había sido tejida una gran choza.

El rugido silbante murió.

Las cosas pasaron muy deprisa. La gente salió saltando de la choza. Más personas aparecieron de debajo, quizá del interior de la caja volante. Los ciudadanos del Árbol de Londres no tenían el increíble tamaño de los habitantes de los bosques. Algunos vestían prendas de colores chillones, muchos otros con el rojo de las bayas de la mata, y los hombres tenían las caras lisas y afeitadas, limpios de pelo. Se amontonaron ante lo que era en aquel momento el techo de la caja volante y empezaron a soltar a los prisioneros.

Jinny, Jayan, Minya y la mujer alta de la Tribu de Carther fueron liberadas una tras otra y escoltadas desde el techo del vehículo. Por un tiempo, no pasó nada más.

Primero se llevan a las mujeres. La droga de las agujas todavía lo mantenía calmado, pero aquella circunstancia no preocupaba a Gavving. No podía ver lo que estaba pasando en el saliente. En aquel momento lo liberaron de la red, y lo sacaron del techo.

Por alguna razón había esperado una gravedad normal. Pero allí no había más que un tercio de la fuerza gravitacional de la Mata de Quinn. Fue arrastrado hacia abajo.

Los ojos de Alfin se desorbitaron cuando los cazadores de copsiks lo dejaron en libertad. Los volvió a cerrar cuando pisó la plataforma. Gruñó una protesta, luego se volvió a dormir. Dos hombres vestidos del rojo de las bayas de la mata lo levantaron y se lo llevaron.

Un cazador de copsiks, una mujer de cabellos dorados de unos veinte años, con una cara hermosa y triangular, cogió la lectora y las cintas grabadas del Grad.

—¿A quién de vosotros le pertenece todo esto? —preguntó.

El Grad habló por encima de la cabeza de Gavving; casi estuvo a punto de caer.

—Son mías.

—Ven conmigo —le ordenó—. ¿No sabes andar? Eres bastante bajo para ser un habitante de los árboles.

El Grad se tambaleó cuando llegó al suelo, pero consiguió enderezarse.

Puedo andar.

—Espérame. Vamos a usar el mac para llegar a la Ciudadela.

Rodeados de extraños, Gavving y Alfin fueron conducidos a la gran choza. Los ojos del Grad los siguieron, y Gavving hubiera querido despedirse con la mano, pero sus muñecas aún estaban atadas. Un hombre más bien pequeño, de aspecto meticuloso, vestido de rojo, que llevaba entre sus brazos una carcasa de pájaro de su tamaño— les dijo:

—Lleva esto. ¿Sabes cocinar?

—No.

—Vamos. —La mano del copsik le empujó ligeramente por la espalda. Se movieron en aquella dirección, hacia donde la aleta florecía entre la mata. Pero, ¿dónde estaban las mujeres?

La caja volante le bloqueaba el campo de visión. Pese a todo, pudo ver a las mujeres a través del arco, en el otro saliente. Minya empezó a debatirse, gritando.

—¡Esperad! ¡Aquel es mi marido!

La droga lo retenía, pero Gavving depositó el pájaro entre los brazos del copsik, haciéndole tambalearse hacia atrás bajo el peso, mientras intentaba salir hacia Minya. Nunca llegó a completar el primer paso. Dos hombres se abalanzaron sobre él desde ambos lados y lo agarraron de los brazos. Debían haber estado esperando aquel movimiento. Uno le golpeó en la cabeza con tanta fuerza que el mundo empezó a girar. Le llevaron a empellones hasta la choza.

El copsik estudiaba a Lawri mientras esta le estudiaba a él. Era delgado, con músculos fibrosos; tres o cuatro cémetros más alto que Lawri, y de no mucha más edad. Su rubio cabello y barba habían sido mal recortados. Estaba sucio de la cabeza a los pies. Una línea de sangre seca le corría desde la ceja derecha hasta el extremo de la mandíbula. Tenía el aspecto de un copsik que hubiera llegado del cielo dando vueltas en una plancha de corteza. Y podría identificarlo con un hombre de ciencia.

Pero sus ojos eran inquisitivos; la estaban juzgando. Le preguntó:

—Ciudadana, ¿qué les pasará a ellos?

—Llámame Aprendiz del Científico —dijo Lawri—. ¿Quién eres?

—Soy el Científico de la Tribu de Quinn —dijo.

Ella se rió.

—¡Me resultará difícil llamarte Científico! ¿No tienes un nombre?

El Grad se erizó, pero le contestó.

—Lo tuve. Jeffer.

—Jeffer, los otros copsiks ya no te conciernen. Vamos a abordar el mac y quedarnos fuera del camino de los pilotos.

El Grad dijo estúpidamente:

—¿Mac?

Ella dio una palmada en su flanco metálico y pronunció las palabras como si hubiese estado dando una clase.

—Módulo de Arreglo y Carga. Mac. ¡Dentro!

Atravesaron ambas puertas y avanzaron unos pocos pasos más allá, hasta que el Grad se detuvo, boquiabierto, intentando mirar en todas direcciones a la vez. De momento, Lawri le dejó hacerlo. No podía censurárselo. Unos cuantos copsiks también miraban el interior del mac.


Había dispuestas diez sillas alrededor de una enorme ventana curvada provista de un grueso cristal. Las imágenes que se reflejaban no eran las que había detrás del cristal, ni tampoco los reflejos de la sala. Debían estar en el propio cristal: número y letras y líneas dibujadas en azul y amarillo y verde.

Detrás de las sillas había treinta o cuarenta metros de espacio vacío, unas barras dispuestas a girar saliendo de las paredes y del suelo y del techo, y numerosos bucles metálicos: anclajes para sujetar la mercancía contra el desigual impulso de los motores. Incluso así, la cabina sólo era la quinta parte del tamaño total del… mac. ¿Cómo sería el resto?

Cuando el mac se movió, echó llamas por las ventanillas traseras al acelerar. Parecía que algo debía arder para mover el mac… un buen montón de lo que fuese, incluso podía ocupar más que el propio volumen del mac… y bombas que movían el combustible, y misterios cuyos nombres habían vislumbrado en las cintas grabadas: posición de los cohetes, sistema de soporte vital, computadora, sensor de masa, láser eco…

La calma le abandonó cuando la aguja casi había abandonado su sangre. Empezaba a asustarse. ¿Podría aprender a leer aquellos números en el cristal? ¿Tendría la oportunidad de hacerlo?

Un hombre vestido de azul se repantigó ante la ventana en la caja. Un hombre huesudo y talludo, era alto incluso sentado en la silla; lo que podía haber sido una cabeza inclinada le asomaba entre los omoplatos. La Aprendiz del Científico le habló amistosamente.

—Por favor, llévanos a la Ciudadela.

—No tengo órdenes al respecto.

—¿Sólo necesitas órdenes? —Su voz era casual, perentoria.

—No tengo órdenes, todavía. La Armada está interesada en esos… artículos científicos.

—Si quieres estar seguro, confíscalos. Y yo le diré al Científico lo que ha pasado con ellos en cuanto tenga permiso para hablar con él. ¿También vais a confiscar al copsik? Dice que sabe cómo hacerlos funcionar. Quizá lo mejor sería que me confiscaras también a mí, por hablar con él.

El piloto parecía nervioso. Sus miradas hacia el Grad eran venenosas. Un testimonio de su disconformidad… Se decidió.

—La Ciudadela, de acuerdo. —Sus manos se movieron.

La chica, prevenida, se había agarrado al respaldo de la silla. El Grad no. La sacudida lo desequilibró. Se tuvo que agarrar a algo para no caer. Una manija en la pared trasera: giró entre sus manos, y agua sucia se derramó por la boquilla. Le dio la vuelta rápidamente y se encontró con la mirada crítica de la chica.

Tras lo que quizá fueron veinte latidos, el piloto levantó los dedos. El familiar rugido silbante —apenas audible a través del metal de las paredes, pero aún temiblemente extraño— se acalló. El Grad se dirigió de inmediato hacia una de las sillas.

El mac estaba alejándose de la meta, hacia el este y hacia afuera. ¿Estaban dejando el Árbol de Londres? ¿Por qué? No lo preguntó. Se sentía demasiado suspicaz para hacerse el loco. Miró las manos del piloto. Símbolos y números brillaban en la ventana y en el panel que había bajo él, pero el piloto sólo tocaba el panel, y sólo lo azul. Pudo sentir la respuesta cambiando el sonido y cambiando la gravedad. ¿Lo azul mueve él mac?

—Jeffer. ¿Cómo te has hecho esas heridas? —La chica rubia hablaba como si no la importara excesivamente.

¿Heridas? Oh, la cara.

—El árbol se desmanteló —dijo—. Fue como si cayéramos muy lejos del Anillo de Humo. Estuvimos muy cerca de Gold hace ya unos años.

Aquello tocó la vena curiosa de Lawri.

—¿Qué pasó con la gente?

—Todos los habitantes de la Mata de Quinn debieron morir, excepto nosotros. Ahora, sólo quedamos cinco de nosotros, Debo aceptar que Clave y Merril también se han ido.

—Me contarás eso más tarde. —Dio una palmada a lo que llevaba—. ¿Qué es esto?

—Cintas grabadas y una lectora. Grabaciones.

Lawri lo estuvo pensando más tiempo del que parecía necesario. Luego intentó colocar una de las cintas del Grad en una abertura frente al piloto.

—Eh —dijo el piloto.

—Ciencia. Es una de mis prerrogativas —dijo Lawri. Apretó dos botones. (Botones, accesorios permanentes en una hilera de cinco: amarillo, azul, verde, blanco, rojo. El panel era de un blanco distinto, salvo por el transitorio resplandor de luces en su interior. Un toque en el botón amarillo hizo que todas las luces amarillas desaparecieran; el botón blanco erigió nuevos símbolos blancos)—. Prikazyvat Menú.

La familiar tabla de contenidos apareció dentro del cristal: impresión blanca fluyendo hacia arriba. Lawri eligió la cassette de cosmología. El Grad sintió que sus manos se crispaban para estrangularla. ¡Clasificado, clasificado! ¡Mío!

—Prikazyvat Gold. —La pantalla cambió. El piloto estaba agarrotado, lleno de aterrorizada fascinación, incapaz de mirar a otra parte. La Aprendiz del Científico le preguntó al Grad—: ¿Puedes leerlo?

—Ciertamente.

—Léelo.

—El Mundo de Goldblatt probablemente se originó de un cuerpo parecido a Neptuno, un gigantesco mundo gaseoso en el halo cometario que rodea la Estrella de Levoy y Te-Tres, alejado cientos de miles de millones de kilómetros… klomters hacia afuera. Una supernova puede vomitar su envoltura exterior asimétricamente debido a que esté atrapada en un campo magnético, dejando a la subsiguiente estrella de neutrones con una velocidad alterada. Todas las órdenes planetarias se alteran. En el escenario de Levoy, el Mundo de Goldblatt podría haber pasado muy cerca de la Estrella de Levoy, con su per… perihelio situado actualmente en el interior del Límite de Roche de la estrella de neutrones. Las fuertes mareas de Roche pueden deformar la órbita rápidamente dentro de un circuito. El planeta puede continuar perdiendo la atmósfera incluso en el momento actual, reemplazando los gases perdidos desde el Anillo de Humo y el torus de gas al espacio interestelar.

«Goldblatt estima que Levoy se convirtió en supernova hace mil millones de años. El planeta debe haber estado perdiendo atmósfera todo ese tiempo. En su presente estado, el Mundo de Goldblatt desafía cualquier tipo de descripción: un corazón del tamaño de un mundo de roca y metales…

—Basta. Muy bien, puedes leer. ¿Puedes entender lo que lees?

—Eso no. Puedo adivinar que la Estrella de Levoy es Voy y que el Mundo de Goldblatt es Gold. El resto… —El Grad se encogió de hombros. Miró al piloto, y éste vaciló, pareció encogerse dentro de sí mismo.

Juegos de dominación. La Aprendiz del Científico había asaltado la mente del piloto con las maravillas y el lenguaje críptico de la ciencia. En aquel momento, dijo:

—Tenemos esos datos en nuestras propias cintas, palabra por palabra, por lo menos por lo que puedo recordar. Espero que traigas algo nuevo.

Una sombra se estaba coagulando en la niebla plateada que los envolvía. Estaban regresando hacia el Árbol de Londres.

El camino en caída libre del mac se había torcido hacia la parte media del árbol. Este te lleva hacia afuera. Fuera te lleva al Oeste… Tenía muchas ganas de saber cómo volaba el mac. Debía aprenderlo. Aprendería a volar en aquella cosa, o acabaría sus días como copsik.

Allí se alzaban unas estructuras. Grandes vigas de madera formaban un cuadrado. En su interior, cuatro chozas en una columna, no de follaje tejido, sino de madera labrada. Cables y tubos bajaban a lo largo del tronco en ambas direcciones, tan lejos al menos como hasta donde el Grad pudo seguirlos. Un estanque estaba tocando el tronco: un glóbulo plateado anclado a la madera, y parecía extraño. ¿Un sencillo estanque en aquella región llena de bruma? Hombres vestidos de rojo se movían a su alrededor, alimentándolo con agua que transportaban en vainas de semillas. Debía ser artificial.

¡Con todas aquellas estructuras artificiales, el Árbol de Londres conseguía que la Mata de Quinn pareciera bárbara! Sería prudente…

—Aprendiz del Científico, ¿cortáis la madera para esas estructuras del propio árbol?

Lawri le contestó sin mirarlo siquiera.

—No. Las traemos de otros árboles integrales.

—Bien.

Entonces sí se volvió, sorprendida y molesta. El Grad no había querido juzgar el Árbol de Londres. El Grad se estaba ganando la antipatía de la Aprendiz del Científico… cuando lo único que había Querido era efectuar una comprobación. Si ella se comportaba como un ciudadano típico frente a un copsik, aquello auguraba una mala racha para la Tribu de Quinn.

El tronco se acercaba a ellos, muy deprisa. El Grad se sintió más tranquilo cuando oyó encenderse los motores y sintió que el mac aminoraba la marcha. Aquellas vigas de madera podían ajustarse exactamente con el extremo acristalado del mac… y aquello era precisamente lo que el piloto estaba haciendo, pulsando las luces azules, encuadrando la ventana en el marco de madera. Observa sus manos.

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