Diecisiete — «Cuando el bosque de Birnham…»

Los inmensos pétalos de plata estaban ascendiendo, plegándose hacia adentro. El embudo que tenían en el centro apuntaba hacia el este y hacia afuera, y el sol se movía en línea con el embudo. Gold estaba hacia el este y parecía cercano. El lento remolino de la tormenta tenía un aspecto extraño, ni físico ni científico, sino a medio camino entre los dos.

Clave y Kara estaban solos. Los demás que habían estado atendiendo las hogueras se habían ido a otras partes cuando las apagaron.

—¿Conoces la ley de la reacción? —estaba preguntando la Cresidenta.

—No soy un niño.

—Cuando el vapor sale del embudo, la jungla se mueve en dirección opuesta. Gracias a eso volvemos a los entornos más húmedos del Anillo de Humo, si no fuera así… nos interpondríamos. Además el vapor puede producir algo: combustible, quizá. Pero tardaría veinte años.

—Esa es la razón por la que ellos lo dispersan en sus excursiones.

—Sí. Pero ya no lo harán más.

Los pétalos se detuvieron a treinta errados de la vertical. El sol brillaba directamente en el interior del embudo, y los pétalos brillaban también en él. El embudo se ahuecaba con un insoportable resplandor.

—El calor de la jungla —dijo Kara— es escupido cuando el brillo del sol está justo dentro de la flor. No es fácil hacerla girar en un día determinado, pero… creo que hoy lo conseguiremos.

Todo sucedía como si la Cresidente así lo hubiera ordenado: un suave estremecimiento eructó del túnel. Clave sintió calor en la cara. La jungla se estremeció. Kara y Clave se agarraron fuertemente con manos y pies.

Una nube empezó a formarse entre ellos y el sol. Una columna de vapor, alejándose. Clave sintió un tirón, una marea, que le impulsaba hacia el cielo.

—Funciona —dijo—. No puedo… ¿Cuánto falta hasta que alcancemos el árbol?

—Un día, quizá menos. Los guerreros ya se están reuniendo.

¿Cómo? ¿Por qué no me lo has dicho? —Sin esperar respuesta, Clave se lanzó de cabeza al follaje. Sus pensamientos eran asesinos. ¿Iba Kara a cobrarle su sitio en la batalla que se acercaba? ¿Por qué?


Cuatro copsiks hacían deslizarse por sus cuerdas el elevador ayudándose con las piernas, y el ojo del Grad vio a Gavving entre ellos. El elevador casi había alcanzado su nicho. ¿No había forma de llamarle? Minya está con las mujeres embarazadas. Está bien. Yo estoy en la Ciudadela…

—Así que no has esperado las Vacaciones —dijo Ordon.

El Grad saltó violentamente. Por un momento, estuvo flotando. Ordon se rió a carcajadas.

—Eh, olvídalo, no importa. Con una oportunidad como esa, ¿cómo no ibas a aprovecharla? Por eso Dloris se preocupó un poco cuando vio que no estabas con Lawri.

El Grad esbozó una sonrisa tímida.

—¿Estuviste mirando todo el tiempo?

—No, no necesito resolver así mis problemas. Puedo visitar los Comunes. Pude meter la cabeza para ver lo que hacías y sacarla otra vez. —Empujó al Grad en el elevador con un amistoso y contundente empujón en la región lumbar, y le siguió.

Parecía bastante amistoso, pero no dejaba por ello de ser el guardián del Grad. Aquello no le perjudicaba al Grad; el Grad no iba a escapar. Le gustaba hablar, pero… Habían llegado al complejo de las mujeres embarazadas a lo largo del camino circular, por medio de la instalación de la Armada sobre la aleta. Volvieron por la misma ruta. Presumiblemente, Ordon tenía algunos asuntos en la aleta. El Grad le preguntó sobre el particular. Ordon se mostró frío, suspicaz. No tenía por qué hablar con un copsik sobre su trabajo.

La mata se inclinaba. Era mucho más fácil avanzar que en el cuarto día de escalada por el Árbol de Dalton-Quinn. Una bandada de pequeños pájaros cambiaban de rumbo muy lejos del tronco.

—Atolondrados —dijo Ordon—. Buena comida, pero hay que usar el mac para ir a cazarlos. El antiguo Científico nos dejaba usarlo para eso. Klance no quiere.

Una corriente de lluvia estaba soplando sobre la mata exterior. ¿Era aquello lo que hacía que el Primero tuviera tanta prisa por mover el árbol? ¿Ciudadanos mojados?

Un árbol móvil: algo capaz de superar la imaginación. ¡Escoger el propio clima!

Un mullido adorno verde orlaba la parte este de la mata exterior, con una extraña pluma abierta de bruma blanca en su interior. En un día o dos el Árbol de Londres la habría perdido de vista. El Grad se preguntó si se habría sentido irracionalmente angustiado. El mac podía alcanzar los Estados de Carther a cualquier distancia. Si no capturaba el mac, se tendría que quedar allí para siempre; y, si podía, ¿para qué apresurarse?

Pero, a pesar de todo, tenía un nudo en la garganta.

La vida no era intolerable para el Aprendiz del Científico. En unos cien sueños podría acostumbrarse a su nueva vida. Y temió que cuando llegara el momento, actuaría con demasiada lentitud, o no actuaría en absoluto.


Clave encontró a Merril en los Comunes. Estaba sumergiendo las puntas de las saetas de las ballestas en un maloliente brebaje que los cartheros hacían con helechos venenosos.

La creciente marea arrastró a Clave a saltos hasta ella. Se detuvo, flotando hacia abajo y sonriendo.

—¡Esto es real! Estoy seguro de que no voy a llamarla mentirosa, pero…

—Clave, ¿qué está pasando? —Merril también estaba a la deriva, con todas las flechas a su alrededor. Intentaba utilizar el veneno antes de que se perdiera.

—Estamos en camino. Los guerreros están en la superficie. —Clave saltó hasta su mochila contra el impulso de la extraña marea. La tenía preparada desde hacía varios sueños.

¿Qué? —rugió Merril—. ¿A dónde nos vamos?

Merril se había pasado varios días aprendiendo a hacer flechas, a trenzar cuerdas para arcos, a montar un arco y a dispararlo. Clave la había observado mientras se entrenaba. Era tan buena como la mayoría de los cartheros, y sus poderosos brazos eran más rápidos para recargar la ballesta.

De todos modos, Clave lo dijo.

—Merril, vengas o no, estás en los Estados de Carther. Un montón de cartheros no son ciudadanos.

—¿Y?

—No es necesario que vengas.

—¡Puedes irte a darle de comer al árbol con todo eso, Oh, Presidente!

Clave se metió un puñado de saetas recién envenenadas en el carcaj.

—¡En ese caso, agarra tu arreos y adelante!


La gravedad era casi igual que en la Mata de Quinn. Usando los túneles casi se podía pasear. Pero era extraña. Cada ramaje y cada pedazo de follaje tremolaban.

Clave se impulsó a sí mismo a través de las quebradizas ramas y el suave y verde césped, a través del cielo. Una columna de nubes corría hacia afuera desde más allá del horizonte de la jungla. La superficie era claramente vertical. Clave procuró buscar buenos asideros para sus manos.

Guerreros esqueléticos emergieron como gusanos de las verdes ondulaciones. Cincuenta o sesenta cartheros, cuidadosamente seleccionados, montando en vainas. Clave estaba enfadado. La Cresidenta se lo había dicho muy tarde, y nadie le había dicho nada a Merril. ¿Por qué? ¿Para que tuvieran una oportunidad de retirarse?

«Seguro que hubiera combatido, pero no he conseguido que me lo dijera a tiempo…»

Quizá los cartheros necesitaban copsiks antes que ciudadanos.

Clave ayudó a Merril a atravesar el follaje. La luz de la batalla brillaba en los ojos de la mujer.

—Los cazadores de copsiks nos dejaron atrás —dijo Merril—. No valía la pena que perdieran el tiempo con nosotros.

—Yo tenía rota una pierna. —Clave lo comprendía, pero ocultó su sonrisa—. Me parece que cometieron un terrible error dejándonos.

—Lo averiguarán. ¡No te rías! —Merril sacudió el arpón; tenía la punta manchada de un color amarillo siniestro—. Ese descuidado error los volverá locos si no los mata.

El cielo era una vasta plancha de nubes. Los relámpagos centelleaban en oscuros arrecifes. Clave buscó el borde oriental hasta que descubrió una delgada línea de sombras. El Árbol de Londres era lo suficientemente grande como para no poder ocultarse en una nube: cincuenta klomters aproximadamente, la mitad de la longitud del Árbol de Dalton-Quinn, pero cinco veces más largo que aquel bejín que era la jungla.

El líder elegido por el Comlink, Anthon, estaba preparado con las piernas rodeando la vaina más grande. Anthon era más musculoso que la media de los hombres de Carther, y más moreno. Para Clave podía tener un aspecto frágil, con largos huesos que podían ser rotos a capricho. Pero iba completamente provisto de armamento, ballesta y saetas y un garrote con un nudo en la punta; sus uñas eran largas y afiladas; repartidas por todo su cuerpo, se veían cicatrices; y, de hecho, parecía salvaje y peligroso.

Las puntas de los tallos de las vainas surtidor habían sido taladradas con estacas de madera que se utilizaban como tapones. Un guerrero podía acurrucarse en la curvatura interior de la vaina y mover su peso para conducirla. Clave había gastado unas cuantas vainas entrenándose.

Había más vainas que guerreros, un centenar aproximadamente esparcidas y sujetas con cuerdas ligeras. Merril eligió una y la abordó.

—¿Vas a atarte? —le preguntó Clave.

—Podré gobernarla. —Se pasó el rollo de cuerda por la espalda y lo cogió al subirse. Clave hizo un gesto de aceptación y escogió su propia vaina. Era de mayor tamaño que él, pero menos pesada: unos treinta kilos.

Había más hombres que mujeres, aunque no demasiados.

—¿Has visto a las mujeres? —dijo Merril—. Luchas por las ciudadanas de los Estados de Carther. Una ciudadana es mejor esposa. Una familia tiene dos votos.

—Seguro.

—Clave, ¿qué van a hacer?

—Clasificado. —Sonrió y agachó la punta del arpón—. No puedo decirte nada. La Cresidenta dice que la jungla va a adelantar al árbol en ángulo, alrededor de la zona media, a cosa de un klomter. Entonces nos lanzaremos. Igualaremos nuestra velocidad con la del árbol y llegaremos hasta él cuando ellos aún no hayan reaccionado.

—¿Cómo vamos a regresar?

—También he preguntado eso. —Las cejas de Clave se fruncieron—. Lizeth y Hild llevan vainas de sobra. Se quedarán revoloteando por el cielo hasta que vean que la batalla ha terminado… pero sólo se unirán a nosotros si los cazadores de copsiks utilizan el mac. Tenemos que capturar el mac.

—¿Qué vamos a intentar exactamente? Me refiero a ti y a mí.

—Reunir a la Tribu de Quinn. Debemos quedar bien con los Estados de Carther, pero la Tribu de Quinn es lo primero. Me gustaría saber dónde están todos ellos.

La bruma derivaba sobre ellos, rezumando en el follaje. Se había levantado viento. La tormenta enturbiaba el cielo. Clave fijó la vista en la pálida y sombría línea del Árbol de Londres… que estaba cada vez más cerca y grande.

La mata exterior era la más próxima: la mata de los ciudadanos. Los ciudadanos serían los primeros en ver el terror que se acercaba: una masa verde de varios klomters de diámetro volando hacia el tronco, verdes guerreros saliendo del cielo. No había muchas oportunidades de darles una sorpresa. La jungla era también lo bastante grande para ser vista desde lejos.

De un modo realista, no tenían más que un fantasma de posibilidad de rescatar a alguien. Harían tanto daño como les fuera posible y morirían. ¿Por qué no atacar primero la mata exterior? Si mataban ciudadanos los recordarían mejor.

Pero ya era demasiado tarde. La Cresidenta estaba a varios klomters de distancia, cuidando una columna de vapor llameante, dirigiéndola para enviar la jungla, que era del tamaño de una uña vista desde el árbol. ¡Era impensable hacerla cambiar ya de planes!

La línea dentro de la niebla se había solidificado en un tremendo signo de integración. Cada uno de los cartheros alzaba una espada. Clave sacó la suya.

—¡Guerreros! —bramó Anthon. Esperó a que se hiciera el silencio, luego gritó—: ¡Nuestro ataque debe ser recordado! No es un ataque sólo para romper algunas cabezas. Debemos dañar el Árbol de Londres. El Árbol de Londres deberá recordar, para las generaciones venideras, que ofender a los Estados de Carther es peligrosamente estúpido. A menos que lo recuerden, volverán cuando no podamos movernos.

—¡Qué recuerden la lección!

—¡Lanzaos!

Sesenta espadas golpearon las cuerdas que los sujetaban a la jungla. Sesenta manos quitaron los tapones de los extremos de los tallos de sesenta vainas surtidor. Las vainas se propulsaron hacia adelante en un viento que tenía el aroma de las plantas putrefactas. Al principio, avanzaron en grupo, incluso chocando unos con otros. Luego empezaron a separarse. No todas las vainas surtidor tenían el empuje adecuado.

Clave se agarraba con piernas y brazos, aferrándose a la ruidosa vaina. Se tambaleaba un poco más que el resto de los guerreros. Era un inexperto. La sangre se le subía a la cabeza, la marea era más fuerte. El cielo estaba oscureciéndose y deformándose y los relámpagos centelleaban muy cerca. Se estaban acercando al centro del árbol, como había sido planeado. En la zona media estaba el carguero, con la nariz apoyada en el tronco. Su cola era de fuego.


Lawri pulsó el botón azul de una fila de cinco.

Números azules parpadearon y se estabilizaron en el ventanal. Luces azules aparecieron en el panel inferior: cuatro grupos de cuatro pequeños guiones verticales cada uno, con forma de diamante alrededor de una barra vertical más larga. La información cosquilleó los recuerdos del Grad. Las manos de Lawri revoloteaban como las de Harp cuando estaba a punto de empezar a tocar.

—Sujétalo —dijo Klance, Lawri miró hacia atrás con enfado, luego apretó rápidamente. Entonces el Grad lo consiguió. Estaba sentado en una silla cuando el mac rugió y tembló y embistió.

La gravedad impulsó al Grad contra su asiento, luego se suavizó. (No habría importado en la Mata de Quinn, pero el Científico le habría tamborileado en la cabeza. ¡Sin gravedad! ¡Aquello era empuje! Podía sentir lo mismo, pero las causas y las consecuencias eran diferentes. El legado del Científico muerto: ¡empuje!)

La ventana arqueada apoyaba cómodamente contra el tronco. Una brisa se levantó: los remolinos giraban a través de las puertas de la esclusa de aire. El Grad no podía ver nada importante a través de las ventanas laterales.

Lawri activó las marcas verdes y las pulsó. Dentro de la ventana arqueada apareció una ventana más pequeña en la que un filo de cielo miraba furtivamente alrededor de un resplandor de luz blanca. Una imagen de la popa dentro de la parte delantera: desconcertante.

Klance se había desplazado para buscar una vista mejor. Se dirigió hacia la esclusa de aire, agarrándose a los respaldos de los sillones mientras lo hacía. El Grad le siguió. Unos pocos kilos de marea… un impulso que dominó las paredes delanteras, le adelantó, hasta que el Grad golpeó en la pared de popa con un sólido trompazo.

Klance se abrazaba a la puerta exterior, con los dedos de manos y pies asiendo el borde.

—Te dejaré mirar en un minuto, Jeffer. No te vayas a caer. No podrías regresar. —Estiró la cabeza hacia afuera—. ¡Maldición!

—¿Qué pasa?

—La jungla. ¡No tenía ni idea de que pudieran mover la jungla! Ah. Les daremos una sorpresa. Vamos a dirigirnos hacia ellos. —Klance miró por encima del hombro. Vio que el Grad se estaba atando, demasiado tarde.

El pie del Grad restalló y golpeó al Científico por encima de la cadera. Klance aulló y se cayó hacia afuera. Largos dedos de manos y pies aún le sujetaban. El tacón del Grad machacó manos y pies. Klance desapareció.

Se acercó a la puerta exterior y se inclinó hacia afuera. La energía le chillaba en los oídos.

El árbol era pesado, pero se estaba moviendo. Klance derivaba lentamente por la popa, moviendo las piernas, intentando alcanzar las redes que colgaban del casco del mac. En su terror, parecía haberse olvidado de su cuerda. Vio que el Grad se asomaba hacia fuera y le gritó: maldiciones o súplicas, el Grad no podía decirlo. Miró a lo lejos.

El árbol estaba ligeramente, como el arco de Minya. El mac empujaba en el centro, y las matas se arrastraban por detrás, no muy lejos. Un empuje mayor podía llegar a partir el árbol por la mitad. Pero el mac era mucho más pequeño que el árbol; probablemente estaba empujándolo con su fuerza al límite.

Klance era una sombra negra y aleteante contra un resplandor, como si Voy hubiera estado muy cerca. El motor principal del mac esparcía llamas blanco azuladas, impulsándolo hacia adelante contra la masa del árbol. Klance flotaba entre las llamas.

Ordon, a medio camino del elevador, los había visto.

La jungla ocupaba medio cielo. Objetos estriados se movían a lo largo: formas como aquellas las había visto el Grad antes de que la balsa de madera se estrellase en la jungla. ¡Gigantes de la jungla en vainas surtidor! Pero no iban a llegar nunca si el mac continuaba empujando el árbol. ¡Debía apagar el motor principal en aquel preciso momento!

Así él no se habría precipitado, no habría matado a Klance por nada.

¡Lawri! Volvió a entrar en el mac y saltó hacia la ventana arqueada. Lawri no le había visto. Lawri se tensó súbitamente y medio se levantó, mirando espantada el reflejo de la pantalla. Una sombra braceaba en la llama, disolviéndose.

Se dio la vuelta. Le miró a los ojos mientras el Grad la golpeaba en la mandíbula.

Su cabeza chasqueó hacia atrás; rebotó en las correas y colgó laxamente. El Grad usó su cuerda para atarla a una de las sillas. Se sentó ante los controles y los observó.

El amarillo gobernaba los sistemas de soporte vital, incluidas las luces interiores y la esclusa de aire. El verde gobernaba los sentidos del mac, internos y externos. El azul permitía mover el mac, incluyendo los motores, las dos clases de combustible, el tanque de agua y el flujo de combustible. El blanco leía las cintas grabadas.

¿Cuál había apretado Lawri para activar la energía? Tenía la mente en blanco. Apretó el botón azul. No era el adecuado: la pantalla azul desapareció, pero el motor continuó rugiendo. Reconstituyó la pantalla.

A través de la ventana lateral vio manchas que se deslizaban, manchas con las ropas azules de la Armada moviéndose a lo largo de la corteza. No tienes tiempo. Piensa. La barra vertical azul rodeada de guiones azules… en un diseño como el de los motores de la parte trasera. Apretó la barra azul.

El rugido y el temblor cesaron hasta morir. El árbol retrocedió: el Grad se sintió empujado hacia adelante. Luego el mac se detuvo.


Kendy estaba preparado para emitir su habitual mensaje cuando la fuente de luz hidrogenada desapareció.

Aquello era desconcertante. Normalmente, el motor principal de los MACs podía funcionar durante varías horas. Quizás los inyectores de posición estaban enviándolo locamente, como si fuera la pelota de un partido de fútbol. Kendy fijó su atención en un punto que derivaba del remolino del Anillo de Humo, y esperó.


Una docena de hombres de la Armada se abría camino hacia el mac, usando cuerdas y garfios, atentos a que pudiera ponerse en marcha de nuevo, Ordon iba el primero del grupo, muy adelantado, a pocos metros de la ventana. La muerte se reflejaba en su cara.

¡Deprisa, ahora! Apretar el botón amarillo. La pantalla estaba oscilante: apagar el azul. Pantalla amarilla: las luces interiores parecían brillantes, corriente interna encendida, la temperatura mostraba una raya vertical con números y una muesca en el centro; allí, una complicada línea que mostraba la cabina del mac vista desde arriba. El Grad cerró las líneas que representaban las puertas con un nervioso movimiento de los dedos. Tras él, la esclusa de aire se cerró.

Lawri se agitó.

El Grad escuchó mudos golpes en las puertas.

Empezó a jugar con las pantallas verdes, recorriendo diversas vistas con las cámaras del mac. Tenía un tiempo preciosamente corto para aprender a manejar aquella reliquia de materia estelar. Sintió sobre él la mirada de Lawri, pero la ignoró.

Los golpes se detuvieron, luego volvieron a empezar. Ordon gruñía a través de una ventana lateral. Debía haberse agarrado a las mallas y estaba aporreando el cristal.

El Grad se movió hacia la ventana. Dijo una palabra. Ordon reaccionó —sorprendido— pero no podía oír. El Grad la repitió, exagerando con los movimientos de los labios al pronunciar la palabra que había justificado el asesinato de su benefactor, de Klance, el asalto sobre Lawri, la traición a su amigo, Ordon, y que dejaba el Árbol de Londres sin defensa contra el ataque.

—¡Guerra, Ordon! ¡Guerra!

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