IX. PROPÓSITOS CRUZADOS

Hacía mucho que en la colonia el tiempo se había despejado, la niebla de amoníaco había sido conducida por el viento hacia las desconocidas regiones centrales de Low Alfa y el viento había descendido hasta convertirse en una suave brisa del noroeste. Las estrellas parpadeaban violentamente, atrayendo la atención de ocasionales mesklinitas que estaban fuera o en los corredores, pero pasando inadvertidas para aquellos que se encontraban en las habitaciones mejor iluminadas bajo el tejado transparente.

A causa de que Barlennan se encontraba en la zona del laboratorio, en la parte occidental de la colonia, cuando Easy llamó, el mensaje tardó algo en llegar hasta él. Lo hizo en forma escrita, conducido por uno de los mensajeros de Guzmeen, que, de acuerdo con las órdenes existentes, no prestó atención al hecho de que Barlennan estuviese en una conferencia. Arrojó la nota delante de su comandante, quien interrumpió sus palabras en la mitad de una frase para leerla. Bendivence y Deeslenver, los científicos con los que hablaba, esperaron en silencio a que terminase, aunque las actitudes de sus cuerpos traicionaban la curiosidad.

Barlennan leyó el mensaje dos veces, pareció intentar recordar algo, y después se volvió hacia el mensajero.

—Supongo que todo esto acaba de llegar.

—Sí, señor.

—¿Y cuánto tiempo ha pasado desde el informe anterior de Dondragmer?

—No hace mucho, señor. Yo diría que menos de una hora. Estará en el cuaderno. ¿Lo compruebo?

—No es tan urgente, en tanto que se conozca. Lo último que yo supe fue que el Kwembly había tocado fondo después de bajar a la deriva por un río durante un par de horas, y eso fue hace mucho tiempo. Supongo que todo iba bien, puesto que Guz no me transmitió nada más. O bien oyó informes provisionales en los intervalos usuales, o preguntaría a los seres humanos.

—No lo sé, señor. No he estado de guardia todo el tiempo. ¿Lo compruebo?

—No. Dentro de poco yo mismo estaré allí. Dile a Guz que no envíe ningún otro mensaje detrás de mí; sólo que retenga cualquier llamada.

El corredor desapareció, y Barlennan se volvió a los discípulos:

—A veces me pregunto si no debiéramos tener más comunicaciones eléctricas en este lugar. Me gustaría saber cuánto tiempo lleva Don metido en este lío, pero quiero saber otras cosas antes de ir a ver a Guzmeen.

Bendivence hizo un gesto que equivalía a un encogimiento de hombros.

—Si lo ordena, podemos hacerlo. Aquí en el laboratorio hay teléfonos que funcionan bastante bien, y podemos electrificar toda la colonia si quiere que el metal sea empleado en eso.

—Todavía no. Nos ajustaremos a las prioridades originales. Tomad, leed esto. El Kwembly ha quedado atrapado en agua helada, o algo así, y sus dos helicópteros han desaparecido. Uno tenía a bordo un comunicador con los seres humanos, que se estaba utilizando en aquel momento.

Deeslenver indicó su emoción con un suave zumbido y, a su vez, alcanzó el mensaje. Bendivence lo pasó silenciosamente. El primero lo leyó dos veces, como había hecho Barlennan antes de hablar.

—Sería de esperar que los humanos estuviesen algo mejor informados si se encontraban mirando tan cuidadosamente. Todo lo que dice esto es que Kervenser no regresó de un vuelo y que otro helicóptero enviado en su búsqueda, con un comunicador a bordo, dejó de enviar señales repentinamente; la pantalla quedó en blanco de improviso.

—Yo veo una posible razón —observó Bendivence.

—Pensé que lo harías —replicó el comandante—. La pregunta no es qué fue lo que desconectó la pantalla, sino por qué sucedió entonces y allí. Podemos dar por descontado que Reffel utilizó el obturador. Habría sido conveniente que hubieseis pensado en ese truco antes de la salida del Esket; habría simplificado mucho esa operación. Debe haber entrado algo en su campo de vista que no concordaría con la historia del Esket. ¿Pero qué pudo ser? El Kwembly está a cinco o seis millones de cables del Esket. Supongo que uno de los dirigibles podría encontrarse allí, pero, ¿por qué?

—No lo sabremos hasta que llegue otro vuelo desde el emplazamiento de Destigmet —replicó el científico—. Lo que me interesa es por qué no supimos antes la desaparición de Kervenser. ¿Por qué hubo tiempo para que saliese Reffel en misión de búsqueda y para que desapareciese también él antes de que nosotros lo hubiésemos sabido? ¿Se retrasó Dondragmer en comunicárselo a los informadores humanos?

—Lo dudo mucho —replicó Barlennan—. En realidad quizá nos hayan comunicado lo de Kervenser cuando sucedió. Recordad que el mensajero dijo que habían estado llegando otros mensajes. Quizá Guzmeen no haya pensado que la desaparición mereciese enviar un corredor mientras Kervenser estuvo perdido durante un buen rato. Podemos comprobar eso en unos cuantos minutos, pero me imagino que esta vez no hay nada divertido. Por otra parte, me he estado preguntando últimamente si la gente de allá arriba nos ha retransmitido siempre la información completa y rápidamente. Una vez o dos he tenido la impresión de que las cosas estaban siendo reunidas y enviadas de una vez. Quizá sea simple holgazanería; tal vez no sea verdad…

—O quizá ellos estén organizando lo que oímos deliberadamente —dijo Bendivence—. En este momento la mitad de nuestra tripulación podría estar perdida sin que nosotros lo supiésemos, si los seres humanos lo quisiesen así. Podría ser que teman que abandonemos el trabajo y pidamos ser devueltos a nuestro hogar si el riesgo resulta ser muy alto, según lo estipulado en el contrato.

—Supongo que eso es posible —admitió Barlennan—. No se me había ocurrido exactamente así. No creo que eso en particular sea muy verosímil, pero cuanto más considero la situación, más me gustaría encontrar una manera de comprobar eso, por lo menos para asegurarme de que ellos no están tomándose su tiempo y teniendo conferencias sobre las cosas que hay que decirnos cada vez que algo va mal en uno de los vehículos.

—¿Crees realmente que eso es posible? —preguntó Deeslenver—. Es difícil decirlo. Nosotros no hemos sido completamente sinceros con ellos, y consideramos que tenemos muy buenas razones para ello. Realmente no me molestaría demasiado. Sabemos que algunos de ellos son buenos negociantes, y es culpa nuestra si no podemos estar a su nivel. Me gustaría saber con certeza si se trata de negocios o de descuidos. Puedo pensar en una forma de comprobarlo, pero preferiría no usarla todavía. Si alguien puede sugerirme una alternativa, será muy bienvenida.

—¿Cuál es la suya? —preguntaron al unísono los dos científicos, quizá Deeslenver media sílaba por delante.

—El Esket, por supuesto. Es el único lugar donde podemos obtener una comprobación independiente de lo que nos dicen. Por lo menos, todavía no he pensado en ninguna otra. Incluso eso necesitaría mucho tiempo. Hasta la aparición del sol no saldrá de allí otro vuelo, y faltan todavía mil doscientas horas aproximadamente. Podríamos mandar al Deedee incluso de noche.

—Si hubiésemos colocado ese sistema de retransmisión por luces que yo sugerí… —comenzó Deeslenver.

—Demasiado arriesgado. Existen muchas probabilidades de que nos vean. No sabemos lo útiles que puedan ser los instrumentos humanos. Sé que la mayor parte de ellos están muy arriba, cerca de esa estación, pero no conozco lo que pueden ver desde allí. La forma despreocupada en que distribuyen estos comunicadores visuales para que los utilicemos en el planeta demuestra que no los consideran un material muy sofisticado y que los emplearon en Mesklin hace doce años. Hay demasiadas probabilidades de que puedan localizar cualquier luz en la cara oscura del planeta. Esa es la razón de que vetase tu idea, Dee; de otra forma, admito que era excelente.

—Bien, todavía no hay metal suficiente para un contacto eléctrico —añadió Bendivence—. En este momento no tengo más ideas. Ahora que lo pienso, se podría hacer una sencilla prueba sobre lo fácilmente que los humanos pueden localizar las luces.

—¿Cómo?

La pregunta se hizo por las actitudes del cuerpo, no verbalmente.

—Podríamos preguntarles inocentemente si tienen alguna forma de rastrear las luces de posición o los focos de los helicópteros desaparecidos.

Barlennan meditó brevemente la sugerencia.

—Bien. Excelente. Vamos allá. Sin embargo, si dicen que no pueden hacerlo, no podremos estar seguros de que dicen la verdad. Puedes ir pensando en otra prueba para eso.

Salió de la sala de mapas en primer lugar, donde se había desarrollado la discusión, y se dirigió por los pasillos de la colonia a la sala de Comunicaciones. La mayor parte de los corredores estaban bastante oscuros. Los patrocinadores de la expedición no habían escatimado el suministro de luces artificiales, pero el propio Barlennan se había mostrado bastante tacaño en cuanto a su distribución. Las habitaciones estaban iluminadas de forma adecuada; los pasillos tenían justo la iluminación mínima.

Esto proporcionaba a los mesklinitas el reconfortante sentimiento de que no había nada sobre su cabeza, al permitirles ver las estrellas con bastante claridad. Ningún nativo de aquel planeta era realmente feliz ante el hecho de que hubiese algo que pudiese caer sobre él. Hasta los científicos miraban arriba de vez en cuando, sintiéndose confortados hasta por la vista de estrellas que ni siquiera eran las suyas. El sol de Mesklin, llamado por los hombres Cyoni 61, estaba en aquel momento bajo el horizonte.

Barlennan miraba hacia arriba más que hacia delante; estaba intentando echar un vistazo a la estación humana. Esta llevaba una baliza luminosa visible desde Dhrawn, brillante como una estrella de cuarta magnitud. Su apenas visible movimiento sobre el fondo celestial era el mejor reloj de larga duración que tenían los mesklinitas. Lo utilizaban para volver a ajustar los instrumentos de tipo péndulo que habían construido; pocas veces marchaban al unísono durante más de unas cuantas veintenas de horas cada vez.

Las estrellas y la estación se esfumaron cuando el trío entró en la sala de Comunicaciones, brillantemente iluminada. Guzmeen vio a Barlennan, e inmediatamente informó.

—No hay más noticias de ninguno de los helicópteros.

—¿Qué informes ha enviado Dondragmer entre el momento en que el Kwembly tocó fondo y ahora durante las últimas ciento treinta horas? ¿Sabes cuánto tiempo hace que ha desaparecido el primer oficial de Don?

—Sólo en términos generales, señor. Se informó del incidente, pero no se dijo nada específico sobre si había sucedido recientemente. Yo di por supuesto que acababa de ocurrir, pero no lo pregunté. Las dos desapariciones fueron comunicadas con bastante proximidad: menos de una hora de diferencia.

—Y cuando llegó la segunda, ¿no te preguntaste por qué supimos las dos casi simultáneamente, aunque tienen que haber ocurrido con un intervalo?

—Sí, señor. Comencé a preguntármelo un cuarto de hora antes que usted, cuando llegó el último mensaje. No tengo ninguna explicación, pero pensé que usted se encargaría de pedir una a los humanos, si lo creía necesario.

Bendivence intervino:

—¿Supone que Don no informó sobre la primera desaparición porque era consecuencia de un error y esperaba poder minimizarlo al informar al mismo tiempo de la desaparición y del encuentro, como si fuesen incidentes de poca importancia?

Barlennan le miró especulativamente, pero no perdió el tiempo en contestar.

—No, no lo creo. Dondragmer y yo no estamos de acuerdo en todo, pero hay algunas cosas que ninguno de nosotros haría.

—¿Incluso si un informe inmediato no significase realmente nada? Después de todo, ni nosotros ni los seres humanos podemos ayudarle, aun conociendo la noticia.

—Incluso así.

—No comprendo por qué.

—Yo sí. Acepta mi palabra; no tengo tiempo para una explicación detallada, y dudo que de todas formas pudiese componer una. Si Dondragmer no informó inicialmente, tuvo una buena razón. Personalmente dudo mucho que el fallo haya sido suyo. Guz, ¿qué humanos retransmitieron los informes? ¿Era siempre el mismo?

—No, señor. No reconocí todas sus voces, y a menudo no se molestan en identificarse. De todas formas, la mitad de las veces los informes llegan en lengua humana. La mayor parte del resto proviene de los humanos Hoffman. Hay otros que hablan nuestra lengua, pero esos dos parecen los únicos que lo hacen con comodidad. Particularmente con el joven tengo la impresión de que ha estado hablando mucho con el Kwembly, y supuse que si se estaban dando charlas sin importancia, nada muy serio podía estar sucediendo.

—De acuerdo. Yo probablemente habría hecho lo mismo. Usaré el equipo. Tengo un par de preguntas que hacer a los humanos.

Barlennan ocupó su lugar delante del receptor, mientras el ayudante de guardia le dejaba su sitio sin serle ordenado. La pantalla estaba en blanco. El capitán oprimió el control de «atención» y esperó pacientemente que pasara un minuto. Podría haber comenzado a hablar en aquel momento, puesto que podía apostarse con seguridad que quienquiera que se encontrase al otro extremo no perdería el tiempo preparando su receptor; pero Barlennan quería ver quién estaba allí. Si el retraso causaba sospechas, tendría que afrontarlo.

El rostro que apareció no le era familiar. Incluso cincuenta años terrestres de trato con los seres humanos no habían sido suficientes para educarle en asuntos tales como parecidos familiares, aunque ningún ser humano hubiese dejado de adivinar que Benj era el hijo de Easy. En realidad, los cincuenta años no habían proporcionado mucha gente diferente para establecer comparaciones; menos de dos veintenas de hombres y ninguna mujer habían aterrizado en Mesklin. Guzmeen reconoció al muchacho, pero el propio Benj le ahorró la necesidad de decírselo a Barlennan.

—Aquí Benj Hoffman —habló la imagen—. No ha llegado nada del Kwembly desde que mi madre llamó hace unos veinte minutos, y no hay ni ingenieros ni científicos en la habitación en este momento. Si tienes preguntas que necesiten respuestas técnicas, dímelo para que pueda llamar al hombre que se necesite. Si sólo es asunto de detallar lo que ha venido sucediendo, yo he estado aquí en la sala de Comunicaciones la mayor parte de estas últimas siete horas, y probablemente puedo decirlo. Espero.

—Tengo dos preguntas —respondió Barlennan—. Puedes contestar probablemente una de ellas. La primera tiene que ver con la segunda desaparición. Me pregunto a qué distancia del Kwembly se encontraba el segundo helicóptero cuando dejó de comunicar. Si no conoces la distancia, quizá puedas decirme por cuánto tiempo había estado buscando su piloto. La segunda depende de una parte de vuestra tecnología que no conozco, pero tú quizá sí. ¿Hay alguna posibilidad de que desde donde estáis veáis luces semejantes a las de los helicópteros? Supongo que vuestros ojos, sin ayuda, no pueden verlas mejor que lo harían los míos, pero tenéis muchos ingenios ópticos sobre los que conozco poco, probablemente alguno del que nunca he oído hablar. Espero.

En la pantalla la imagen de Benj elevó un dedo y asintió justo cuando Barlennan terminaba de hablar, pero el muchacho esperó la otra pregunta antes de comenzar.

—Puedo contestar tu primera pregunta. El señor Cavanaugh ha ido a buscar a alguien que pueda responder a la segunda —fueron sus palabras iniciales—. Kervenser emprendió su vuelo de exploración hace unas once horas. No se comprendió que tenía problemas hasta unas ocho horas más tarde, cuando todo saltó al mismo tiempo; Kervenser y su helicóptero desaparecidos, el Kwembly congelado y Beetchermarlf y Takoorch en algún lugar bajo el hielo; nadie sabe que están allí, pero se encontraban trabajando bajo el casco, y nadie puede pensar en otro sitio donde puedan encontrarse; Reffel, uno de los marineros, cogió el otro vehículo con un equipo visual para buscar a Kervenser, y lo hizo muy cerca de donde estaba el Kwembly durante un rato. Después nosotros le sugerimos que llegase hasta un punto donde un accidente no habría sido ni visto ni oído desde el vehículo, lo que hizo; por supuesto, Dondragmer desde el puente le perdió de vista. Entonces iniciamos una discusión con el capitán; todo el mundo aquí arriba se sintió interesado, y resultó que durante varios minutos nadie estuvo vigilando la pantalla de Reffel. Entonces alguien advirtió que la pantalla estaba completamente en blanco; no un vacío de no-señal, sino el negro de la falta de luz; eso fue todo.

Barlennan miró a Guzmeen y a los científicos. Ninguno de ellos habló, pero no era necesario. ¡Nadie estaba mirando la pantalla cuando Reffel empleó el obturador! No era la suerte con la que se contaba normalmente.

Benj continuaba hablando.

—Por supuesto, el sonido no estaba conectado, ya que nadie había hablado con Reffel ni se tiene idea de lo que sucedió. Esto fue justo antes de que mi madre llamase hace menos de media hora. Eso significaría algo así como dos horas y media entre las dos desapariciones. Tendremos que esperar para contestar la otra pregunta, puesto que el señor Cavanaugh todavía no ha vuelto.

Barlennan estaba un poco perplejo por la aritmética, puesto que el muchacho había empleado las palabras mesklinitas que designaban los números con el significado de éstos en términos humanos. Después de unos cuantos segundos, lo comprendió.

—No me estoy lamentando —dijo—, pero por lo que dices, infiero que pasaron más de dos horas entre la desaparición de Kervenser y la detención del Kwembly y el momento en que se nos dijo. ¿Sabes a qué podría ser debido? Por supuesto, comprendo que no hubiese logrado hacer nada, pero existía un cierto entendimiento de que se me informaría de lo que ocurriese a los vehículos. No sé cuál es tu trabajo en la estación; quizá no tengas esa información; pero el responsable de mis comunicaciones me dice que has hablado largo tiempo con el Kwembly; así que quizá puedas ayudarme. Espero.

Barlennan tenía varios motivos para hacer su observación final. Uno era bastante obvio; quería aprender más sobre Benj Hoffman, especialmente porque este último se servía bien del lenguaje mesklinita, y si Guz estaba en lo cierto, parecía querer hablar con mesklinitas. Quizá fuera, como el otro Hoffman, un nuevo foco de simpatía en la estación. Si era así, sería importante saber cuánta influencia podría tener.

Además, el comandante quería comprobar sin llamar la atención la idea de Guzmeen de que Benj había estado charlando con miembros de la tripulación del Kwembly. Finalmente, hasta Barlennan podía decir que Benj era joven, para ser un ser humano que desempeñaba una tarea importante; su selección de palabras y su estilo narrativo en general lo delataba así. Esto quizá llegara a utilizarse con ventaja si llegaba a establecerse una relación razonablemente íntima.

La respuesta del muchacho, cuando al fin llegó, era indefinida, por una parte, y prometedora, por la otra.

—No sé por qué no te dijeron en su momento lo de Kervenser y la helada —dijo—. Personalmente, yo pensé que te lo habían dicho. He estado hablando bastante con Beetchermarlf; supongo que lo conoces; es uno de los timoneles de Don; ese con el que se puede hablar, y no simplemente escuchar. Cuando supe que había desaparecido, me concentré en lo que podría hacerse. No estuve todo el tiempo en la sala de Comunicaciones; no es mi puesto. Sólo vengo cuando puedo para hablar con Beetch. Admito que alguien debería habértelo dicho antes. Si quieres, intentaré averiguar quién tenía tal misión y por qué no lo hizo. Mi madre y el señor Mersereau.

»No sé cómo explicar mejor mi trabajo aquí. En la Tierra, cuando alguien termina educación básica (lo que todo el mundo debe saber: leer, física, sociología), tiene que trabajar en un puesto no especializado de alguna tarea esencial durante dos o tres años antes de que pueda optar por una educación superior, general o especializada. Nadie lo dice claramente, pero todo el mundo sabe que la gente con la que trabaja es la que más influye en lo que puede hacer después. En teoría, estoy destinado aquí en el laboratorio aeronáutico como una especie de ayudante y recadero; en realidad, en la estación el que grite primero y con más fuerza me tiene allí. Tengo que admitir que no me hacen la vida demasiado difícil. Estos últimos días he podido pasar un montón de tiempo hablando con Beetch.

Sus cincuenta años de experiencia permitieron a Barlennan traducir sin esfuerzo la idea implicada en la utilización de la palabra día por un ser humano.

—Por supuesto —continuó el muchacho—, sirve de algo que conozca vuestro idioma. Mi madre tiene una gran facilidad para los idiomas, y yo la he heredado de ella. Comenzó hace diez años a aprender el vuestro, cuando mi padre tuvo los primeros contactos con el proyecto de Dhrawn. Probablemente trabajaré gran parte del tiempo en Comunicaciones de ahora en adelante, en forma semioficial. Aquí llega el señor Cavanaugh con uno de los astrónomos, cuyo nombre creo que es Tebbetts. Ellos contestarán tu pregunta sobre las luces, y yo intentaré enterarme del otro asunto.

El rostro de Benj fue reemplazado en la pantalla por el del astrónomo, un conjunto de rasgos anchos y oscuros que sorprendió bastante a Barlennan. Nunca había visto a un ser humano con barba, aunque sí estaba acostumbrado a grandes variaciones en el cabello craneal. La de Tebbetts era un pequeño adorno, estilo Van Dyke, completamente compatible con un casco espacial; pero para los ojos de los mesklinitas constituía una drástica diferencia. Barlennan decidió que no sería correcto preguntarle al astrónomo qué era aquello. Quizá fuese mejor obtener la información más tarde, por medio de Benj. No se ganaba nada molestando a alguien.

Para alivio del comandante, la extensión facial no interfería con la dicción de su poseedor. Evidentemente, Tebbetts conocía ya la pregunta. Comenzó a hablar rápidamente, empleando la lengua humana.

—Desde aquí podemos detectar todas las luces artificiales que tenéis, incluyendo las portátiles, aunque podría ser difícil con aquellas que no estén enfocadas en nuestra dirección. Utilizaríamos el equipo regular: mosaicos fotomultiplicadores detrás de un objetivo apropiado; cualquier cosa que necesites puede prepararse dentro de unos cuantos minutos. ¿Qué quieres que hagamos?

La pregunta cogió por sorpresa a Barlennan. En los pocos minutos que habían pasado desde la discusión del asunto con sus científicos, se había ido afianzando más y más en la creencia de que los hombres negarían ser capaces de detectar las luces. Si el comandante hubiese sido un poco más precavido, no habría contestado como lo hizo. De hecho, antes que las palabras llegasen a la estación, estaba lamentando lo que había dicho.

—No creo que tengáis problemas en localizar el Kwembly; ya conocéis su situación mejor que yo, y las luces del puente estarán encendidas. Sus dos helicópteros acaban de desaparecer. Normalmente llevan luces. Me gustaría que escudriñaseis la zona dentro de unos trescientos kilómetros alrededor del Kwembly lo más cuidadosamente que podáis buscando otras luces, y después, que nos digáis a mí y a Dondragmer las posiciones de lo que encontréis. ¿Tardaría eso mucho?

El retraso en el mensaje fue lo suficientemente largo como para que Barlennan comprendiese su error. No podía hacer otra cosa que esperar, aunque esa palabra es una mala traducción de la actitud mesklinita más próxima posible. La respuesta hizo que se animase un poco; quizá el error no había sido demasiado serio, con tal de que los seres humanos no encontrasen cerca del Kwembly más que otras dos luces.

—Me temo que sólo pensaba en detectar luces —dijo Tebbetts—. Situar sus fuentes será más difícil, especialmente desde aquí. Estoy bastante seguro de que podemos resolver tu problema si los helicópteros desaparecidos tienen las luces encendidas. Si creéis que puedan haberse estrellado, no habrá muchas probabilidades de que haya luces; pero me pondré a ello inmediatamente.

—¿Y qué me decís de sus plantas de energía? —preguntó Barlennan, decidido a enterarse de lo peor, ya que había empezado—. ¿No hay otras radiaciones, además de la luz, desprendidas en las reacciones nucleares?

Cuando esta pregunta alcanzó la estación, Tebbetts se había marchado, cumpliendo su promesa; afortunadamente, Benj podía proporcionar una contestación. Era una información básica en el proyecto, y le había sido explicada cuidadosamente después de su llegada.

—Los transformadores de fusión desprenden neutrinos que pueden ser detectados, pero no podemos determinar su origen con exactitud —dijo al comandante—. Para eso están los satélites de sombras reflejadas. Detectan los neutrinos, los cuales prácticamente todos vienen del sol. Las plantas de energía de Dhrawn y las de aquí arriba no cuentan mucho, comparadas con eso, aunque no se trate de un gran sol. Los computadores van siguiendo donde están los satélites, especialmente si el planeta se encuentra entre un satélite dado y el sol, de forma que hay una medida de la absorción de neutrinos a través de las diferentes partes del planeta. En unos cuantos años esperamos tener una radiografía estadística de Dhrawn. Quizá no sea una buena comparación; quiero decir, una buena idea de la densidad y composición del interior del planeta. Ya sabes que todavía se discute si Dhrawn debiera ser considerado un planeta o una estrella, o si el calor extra proviene de la fusión de hidrógeno en su centro o de radioactividad cerca de la superficie.

«Pero estoy tan seguro como es posible de que los helicópteros desaparecidos no pueden ser encontrados a partir de su emisión de neutrinos, aunque sus transformadores estuviesen todavía en funcionamiento.

Barlennan se las arregló para ocultar su alegría ante estas noticias. Simplemente contestó:

—Gracias. No podemos tenerlo todo. Doy por sentado que se me comunicarán los resultados, aunque estéis seguros de que no se encontrará nada; me gustaría saber si tengo que dejar de contar con eso. He terminado por ahora, Benj, pero llama aquí si aparece algo, bien sobre los vehículos o sobre esos amigos tuyos. Después de todo, estoy inquieto por ellos, aunque quizá no en la forma en que tú lo estás por Beetchermarlf. El que yo recuerdo es Takoorch.

Barlennan, que había tenido un contacto más directo con seres humanos y unas razones más egoístas para desarrollar habilidades semejantes, pudo leer más acertadamente entre líneas las palabras de Benj y tener una imagen mucho más correcta de los sentimientos del muchacho que Dondragmer. Estaba seguro de que esto sería útil; pero lo apartó de su mente mientras se alejaba del comunicador.

—Eso podría ser mejor y peor al mismo tiempo —observó a los dos científicos—. Ha sido una suerte que no colocásemos ese sistema de comunicarnos por la noche mediante luces que se reflejaban en pantallas; habríamos sido vistos.

—Ciertamente no —objetó Deeslenver—. El humano dijo que podían localizar esas luces, pero no sugirió que tuviesen costumbre de buscarlas. Si se necesitan instrumentos, apostaría a que están ocupados en cosas más importantes.

—Yo también lo haría si los riesgos no fuesen tantos —replicó Barlennan—. De todas formas, no podemos utilizarlo ahora, porque sabemos que estarán mirando hacia aquí con sus mejores máquinas. Acabamos de pedirles que lo hagan.

—Pero no mirarán hacia aquí. Registrarán los alrededores del Kwembly, a millones de cables de este lugar.

—Piensa en ti mismo allá en nuestro planeta mirando a Toorey. Si tuvieses que examinar de cerca una zona con un telescopio, ¿cuánto te costaría echar un vistazo a otras regiones?

Deeslenver concedió el punto con un gesto.

—Entonces o bien esperamos a que salga el sol o enviamos un vuelo especial, si queremos utilizar el Esket como has sugerido; admito que yo no he encontrado otra forma, ni siquiera sé qué podríamos hacer allí que resultase una buena prueba.

—Eso no importa mucho. Lo esencial será lo pronto, acertada y completamente que los seres humanos nos informen de lo que les hagamos ver. Pensaré en algo durante el próximo par de horas. ¿No estáis los investigadores preparando un vuelo que saldrá pronto?

—No tan pronto —dijo Bendivence—. Además, no estoy de acuerdo en que los detalles no importan. No queremos que adquieran la idea de que pudimos tener algo que ver con lo que pasó en el Esket. No son estúpidos.

—Por supuesto. No quise decir que lo fueran. Será algo completamente natural, teniendo muy en cuenta el hecho de que los seres humanos saben todavía menos que nosotros lo que es natural en este mundo. Volved a los laboratorios y decid a todo el que tenga material que cargar en el Deedee que el momento de la salida ha sido adelantado. Dentro de dos horas tendrá un mensaje por escrito para Destigmet.

—De acuerdo.

Los científicos se esfumaron por la puerta, y Barlennan les siguió más despacio. Estaba comenzando a comprender la validez del punto de Bendivence. ¿Qué podría colocarse delante de uno de los transmisores visuales del Esket que no sugiriese que había mesklinitas en los alrededores, pero que atrajese el interés humano y tentase a las enormes criaturas a censurar sus informes? ¿Cómo podía idear una cosa de aquel tipo sin saber por qué los informes estaban siendo retenidos o sin estar completamente seguro de que lo fuesen? Todavía era posible que el retraso en el asunto del Kwembly hubiese sido un descuido genuino; como había sugerido el joven humano, todo el mundo podía haber pensado que alguien se había encargado ya del asunto. Desde el punto de vista del marinero que era Barlennan, esto equivalía a una completa incompetencia y a una desorganización imperdonable; pero no sería la primera vez que había sospechado aquellas cualidades en seres humanos; por supuesto, no como especie, sino individualmente.

Había que hacer la prueba, y los transmisores del Esket podrían servir de instrumentos para el propósito. Por lo que Barlennan sabía, los transmisores todavía estaban en activo. Naturalmente, se había tenido cuidado de que nadie penetrase en su campo visual desde la «pérdida» del vehículo, y había pasado mucho tiempo desde que ningún ser humano había hecho alguna referencia a ellos. Deberían haber sido obturados, en lugar de esquivados, ya que esto hubiese dejado a los mesklinitas mucha más libertad de acción en el lugar; pero la idea de los obturadores no se les había ocurrido hasta después de que Destigmet partiese con sus instrucciones de erigir una segunda colonia, desconocida para los seres humanos.

Según recordaba Barlennan, uno de los transmisores había estado en el puente en el lugar de costumbre, otro en el laboratorio y otro en el hangar donde se guardaban los helicópteros. Se había dispuesto cuidadosamente que éstos estuviesen realizando vuelos de rutina cuando ocurrió la «catástrofe». El cuarto estaba en la sección de soporte vital, aunque no cubriendo la entrada. Por supuesto, había sido necesario retirar de esta cámara gran parte del equipo.

A pesar de tantos planes, la situación continuaba siendo incómoda; que el laboratorio y la sala de soporte vital continuaran fuera de su alcance, o en el mejor de los casos, accesibles sólo con el mayor de los cuidados, había causado a Destigmet y a su primer oficial Kabremm muchas molestias. Habían pedido permiso varias veces para obturar los equipos, desde que se había inventado la técnica. Barlennan lo había vetado, no queriendo que la atención humana volviese al Esket; ahora bien, quizá la misma red pudiese atrapar dos peces. El repentino oscurecimiento de una, o quizá de las cuatro pantallas, sería sin duda advertido. No podía decirse si los humanos sentirían alguna tentación de ocultar el hecho de la colonia. Podía únicamente probarse.

Cuanto más pensaba en ello, mejor sonaba el plan. Barlennan sintió el goce familiar a todos los seres inteligentes, de cualquier especie, que han resuelto sin ayuda un problema importante. Durante medio minuto disfrutó de él. Al final de ese tiempo, fue alcanzado por otro de los corredores de Guzmeen.

—¡Comandante! —el mensajero se colocó a su lado en el corredor casi a oscuras—. Guzmeen dice que debe usted volver rápidamente a Comunicaciones. Uno de los seres humanos, el hombre llamado Mersereau, está en la pantalla. Guz dice que debiera estar excitado, aunque no lo está, porque está informando de que algo sucede en el Esket… ¡Algo se mueve en el laboratorio!

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