VIII. DEDOS EN EL CALDO

Considerando como mínimo el riesgo de que uno de los desaparecidos timoneles pudiese estar directamente debajo, Dondragmer había ordenado a sus científicos colocar el taladro para obtener muestras cerca de la escotilla principal y conseguir una del hielo. Esto demostró que el estanque donde se encontraba el Kwembly se había helado completamente hasta el fondo, por lo menos en un lugar. Quizá podía esperarse que directamente debajo del casco esto no fuese así, pues allí ni el calor ni el amoníaco podían escapar tan rápidamente; pero el capitán vetó la sugerencia de realizar una perforación en dicha zona. Este parecía ser el emplazamiento más probable de los timoneles perdidos. Allí habían estado trabajando, y era difícil imaginar cómo no habrían visto venir el hielo si hubiesen estado en otro lugar.

Sin embargo, había una forma clara de estar en contacto con ellos. El casco de plástico del Kwembly podía transmitir, por supuesto, el sonido; el problema hubiese sido resuelto golpeándolo; pero lo impedía el colchón. En la poco probable eventualidad de que los sonidos del casco pudieran oírse incluso a través de esta masa, Dondragmer ordenó que un tripulante fuese de proa a popa por la cubierta inferior golpeando con una palanca cada varios metros. Los resultados fueron negativos, lo que quiere decir inciertos. No se podía afirmar si abajo había alguien vivo que pudiera oírle, o si el sonido no había penetrado, o si aquellos que se hallaban debajo no tenían forma de contestar.

Había otro grupo fuera, trabajando en el hielo, pero el capitán ya sabía que el progreso sería lento, pese a la fuerza muscular de los mesklinitas. Herramientas del tamaño del punzón central de un maquinista humano, manejadas por orugas de nueve kilos y cuarenta y cinco centímetros, necesitaban mucho tiempo para rodear unos setenta y cinco metros de circunferencia de casco, hasta una profundidad desconocida. Precisaban todavía más tiempo si, como parecía probable, iba a ser necesaria una excavación detallada alrededor de mandos, ruedas y cables de control.

Además de todo esto, el segundo helicóptero había salido de nuevo con Reffel a sus controles. El comunicador continuaba a bordo y los seres humanos estaban examinando el paisaje revelado por las luces de la pequeña máquina tan cuidadosamente como el propio Reffel. También maldecían tan calurosamente como el piloto la duración de las noches en Dhrawn. A ésta todavía le faltaban seiscientas horas para terminar, y hasta que el sol se levantase, tendría lugar una búsqueda realmente rápida y efectiva.

Las luces tenían que ser utilizadas en un radio bastante estrecho, cubriendo un círculo de un centenar de metros, para que pudiesen servir de algo, bien a los ojos mesklinitas, bien al receptor visual del comunicador. Reffel volaba con un lento rumbo de zig-zag, que desplazaba el círculo atrás y adelante sobre el valle, mientras avanzaba lentamente hacia el oeste. Arriba, en la estación, la imagen televisada en su pantalla estaba siendo grabada y reproducida en beneficio de los topógrafos. Estos se encontraban ya trabajando alegremente en la estructura de un valle de arroyo intermitente bajo cuarenta gravedades terrestres. Durante algún tiempo, poco podía esperarse de la búsqueda por el desaparecido Kervenser, pero estaba llegando información en estado puro, de forma que nadie, ni siquiera los mesklinitas, se quejaban.

Dondragmer no estaba exactamente preocupado por su primer oficial y sus timoneles, puesto que no podía preocuparse realmente. Sería más justo decir que estaba inquieto, pero que había realizado todo lo que podía por los tripulantes desaparecidos y que, habiéndolo hecho, su atención se hallaba en otra parte. En su mente estaban dos cosas importantes. Le hubiese gustado tener información sobre el tiempo que probablemente tardaría el hielo en derretirse, comparado con la probabilidad de que llegase otra riada. Habría dado todavía más por una sugerencia que funcionase sobre cómo librarse del hielo rápidamente y sin riesgos. Expresó estos dos deseos a los seres humanos, además de a sus propios científicos, aunque a estos últimos les había dejado claro que no estaba pidiendo un programa improvisado. La búsqueda de ideas podía combinarse, hasta subordinarse, a la investigación básica que estaban realizando. Dondragmer no era exactamente frío, pero su sentido de los valores incluía la idea de que hasta su acto final debería ser útil.

La reacción humana ante esta conducta asombrosamente objetiva e increíblemente calmosa fue variada. Los meteorólogos y planetólogos la daban por supuesta. La mayoría quizá no eran siquiera conscientes de los apuros del Kwembly, y mucho menos de los mesklinitas desaparecidos. Easy Hoffman, que se había quedado de guardia después de poner al corriente a Barlennan, según Aucoin había aprobado, no se sintió sorprendida. Si hasta entonces sentía alguna reacción emocional, era de respeto por la habilidad del capitán para evitar el pánico en una situación potencialmente peligrosa.

Su hijo tenía sentimientos muy diferentes. Había sido liberado temporalmente de sus obligaciones en el laboratorio aerológico por McDevitt, persona amable y comprensiva, quien reparaba en la amistad desarrollada entre el muchacho y Beetchermarlf. Como resultado, Benj se había convertido en un elemento más de la sala de Comunicaciones…

Había observado silenciosamente cómo Dondragmer había dado las órdenes para el helicóptero y las brigadas cortadoras de hielo. Incluso estaba algo interesado en el intercambio entre los científicos humanos y mesklinitas. McDevitt se había resistido un tanto a arriesgarse a dar más pronósticos, sintiendo que su reputación profesional estaba sufriendo recientemente suficientes sacudidas, pero prometió hacer lo que pudiera. Cuando todos aquellos asuntos hubieron sido arreglados y Dondragmer pareció no querer hacer otra cosa que yacer sobre el puente y esperar los acontecimientos, el muchacho se inquietó. La paciencia, el equivalente humano más cercano a la reacción mesklinita desplegada ahora, no era todavía uno de sus puntos fuertes. Durante varios minutos se removió incómodamente en su asiento delante de las pantallas esperando que pasase algo. Finalmente, no pudo reprimirse por más tiempo.

—Si nadie tiene nada inmediato que enviar, ¿puedo hablar con Don y sus científicos? —preguntó.

Easy le miró; después observó a los demás. Los hombres se encogieron de hombros o hicieron gestos de indiferencia. Ella asintió.

—Adelante. No sé si alguno estará de humor para charlar despreocupadamente, pero lo peor que pueden hacer es decirte que no lo están.

Benj no malgastó tiempo explicando que no iba a charlar ni despreocupadamente ni en plan serio. Conectó su micrófono con el equipo del puente de Dondragmer y comenzó a hablar.

—Don, soy Benj Hoffman. No tienes más que un montón de marineros cortando el hielo en la proa del Kwembly. Hay un montón de energía en tus unidades energéticas, más de lo que un planeta lleno de mesklinitas podría conseguir en un año a fuerza de músculo. ¿Han pensado tus científicos en usar la corriente de los transformadores, bien para utilizar el taladro con el fin de remover el hielo, bien en algún tipo de calorífero? Segundo: ¿están tus marineros simplemente removiendo el hielo, o intentan específicamente llegar hasta abajo para encontrar a Beetchermarlf y a Takoorch? Sé que es importante liberar al Kwembly, pero de todas formas ese mismo hielo tendrá que ser retirado alguna vez. Me parece que hay alguna posibilidad de que parte del agua bajo la nave no se haya congelado todavía y que tus dos hombres estén aún vivos ahí. ¿Estás excavando un túnel o sólo una trinchera?

Algunos de los escuchas humanos fruncieron ligeramente el ceño ante las palabras escogidas por el muchacho, pero a ninguno le pareció apropiado interrumpirle o hacer algún comentario. La mayoría de aquellos que le oyeron miraron hacia Easy y decidieron no decir nada que pudiese ser interpretado como crítica de su hijo. Algunos, de todas formas, no le criticaban; hubiesen querido hacer preguntas similares, pero preferían no ser oídos haciéndolas.

Como era usual en las conversaciones entre la estación y Dhrawn, mientras esperaba la respuesta tuvo mucho tiempo para pensar en otras cosas que podría haber preguntado o dicho y en formas mejores en que podría haber dicho las cosas que había dicho. La mayor parte de los adultos conocían por propia experiencia lo que pasaba en aquel momento por su mente; algunos se sentían divertidos; todos de alguna forma simpatizaban con él. Varios apostaban que no sería capaz de resistir la tentación de enviar otra versión de su mensaje antes de que llegase la respuesta. Cuando la contestación de Dondragmer llegó por el micrófono y Benj continuaba silencioso, nadie aplaudió, pero los que conocían a Easy leían y comprendían la satisfacción en su expresión. No se había atrevido a apostar ni siquiera consigo misma.

—Hola, Benj. Estamos haciendo todo lo que podemos, tanto por los timoneles como por mi primer oficial. Me temo que no haya forma de aplicar la energía del vehículo a ninguna de las herramientas. El transformador produce corriente eléctrica y suministra campos de rotación a los motores de las ruedas, como estoy seguro que ya sabes, pero nada de nuestro equipo ordinario puede utilizarla. Sólo los helicópteros, parte del equipo de investigación del laboratorio y las luces. Incluso si pudiésemos encontrar una forma de aplicar los motores a la instalación, no podemos alcanzarlos; todos están bajo el hielo. Recuerda, Benj, que deliberadamente escogimos permanecer tan independientes como nos fuese posible de materiales complejos. Casi todo lo que tenemos en el planeta que no hemos podido hacer nosotros mismos está en relación directa con nuestro proyecto de investigación.

Ib Hoffman se hallaba presente para oír aquella frase desacertada; más tarde pasó mucho tiempo intentando asegurarse por su hijo de sus palabras exactas.

—Ya lo sé, pero…

Benj permaneció en silencio; ninguna de las palabras que deseaba decir parecía tener ideas debajo. Sabía que las luces no podían ser utilizadas como caloríferos; eran artificios electroluminiscentes en estado sólido; ni arcos ni bombillas con resistencia. Después de todo, habían sido diseñadas no sólo para durar indefinidamente, sino para operar en la atmósfera de Dhrawn, con su oxígeno libre y su enorme radio de presión, sin matar a los mesklinitas. Si Beetchermarlf hubiese comprendido esto, podría haber malgastado menos tiempo, aunque no hubiese conseguido mucho más.

—¿No puedes hacer pasar la corriente de un transformador por algunos cables gruesos y derretir el hielo? ¿O bien pasarla directamente al agua? Debe quedar un montón de amoníaco; quizá pasaría.

Hubo otra pausa, mientras Benj buscaba los fallos de sus propias sugerencias y el mensaje recorría su camino a través de la nada.

—No estoy seguro de conocer bastante sobre esa clase de física, aunque supongo que Borndender y sus hombres sí lo harán —replicó Dondragmer dubitativamente—. Más aún, no sé qué podríamos usar para los cables ni qué tipo de corriente fluiría. Sé que cuando las unidades energéticas son conectadas a equipo regular, como luces o motores, hay controles automáticos de seguridad; pero no tengo idea de cómo funcionan o de si lo harían en un simple circuito directo en serie. Si averiguas por tus ingenieros el riesgo que podríamos correr, me gustaría saberlo, pero sigo sin saber qué utilizaríamos para llevar la corriente. No hay mucho metal en el Kwembly. La mayor parte de nuestros suministros de mantenimiento son cosas como cuerdas, tejidos y madera. Ciertamente, no hay nada pensado para transportar una alta corriente eléctrica. Quizá tengas razón en cuanto a usar el propio hielo como conductor; pero ¿piensas que sería una buena idea con Beetchermarlf y Takoorch en algún punto por debajo? Aunque creo que no estarán directamente en el circuito, aún estoy un tanto inseguro de que se encuentren a salvo. Ahí otra vez tu gente probablemente podría ayudarnos. Si logras, si logramos obtener suficiente información detallada para planear algo realmente prometedor, estaría encantado de intentarlo. Hasta que eso suceda, sólo puedo decir que estamos haciendo todo lo que podemos. Estoy tan preocupado por el Kwembly, Kervenser, Beetchermarlf y Takoorch como puedas estarlo tú.

La última frase del capitán no era completamente cierta, aunque no había error intencional. No comprendía realmente que una amistad pudiese llegar a hacerse íntima en poco tiempo y sin contacto directo entre las partes; su preparación cultural no incluía ni un eficiente servicio de correos, ni una radio amateur. El concepto de una relación por micrófono adquiriendo un peso emocional quizá no le hubiese resultado completamente extraño. Después de todo, estuvo con Barlennan unos años antes, cuando Charles Lackland había acompañado al Bree por radio durante miles de kilómetros en el océano de Mesklin; sin embargo, para él una verdadera amistad entraba en una categoría diferente. Sólo había lamentado de forma convencional la noticia de Lackland años más tarde. Dondragmer sabía que Benj y el joven timonel hablaban bastantes veces, pero no había oído mucho de la conversación; aunque lo hubiese hecho, probablemente no habría entendido por completo los sentimientos implicados.

Afortunadamente, Benj no lo comprendió; así que no tuvo razones para dudar de la sinceridad del capitán. Sin embargo, no estaba satisfecho ni con la respuesta ni con la situación. Le parecía que se hacía demasiado poco para llegar a Beetchermarlf; a él únicamente se lo habían contado. No podía participar. Ni siquiera lograba ver la mayor parte de lo que sucedía. Tenía que sentarse y esperar los informes verbales. Muchos seres humanos más maduros y de naturaleza más paciente que Benj Hoffman hubiesen tenido dificultad en soportar la situación.

Sus sentimientos salieron claramente a la luz en sus siguientes palabras, por lo menos para los humanos que le escuchaban. Easy hizo un gesto de protesta que no llegó a terminar. Después se controló; era demasiado tarde, y siempre existía la posibilidad de que el mesklinita no leyese en las palabras y en el tono del que hablaba tanto como su madre.

—¡Pero no puedes quedarte ahí tumbado sin hacer nada! —exclamó Benj—. Tus hombres podrían estar asfixiándose en este mismo segundo. ¿Sabes cuánto aire tenían en sus trajes?

Esta vez la tentación ganó. En unos segundos comprendió lo que había dicho, y en menos de medio minuto dirigió a Dhrawn palabras que él esperaba que estuviesen mejor escogidas.

—Sé que estás haciendo algo, pero simplemente no comprendo cómo puedes esperar los resultados. Tendría que salir y cortar yo mismo hielo, pero no puedo desde aquí arriba.

—He hecho todo lo que puede hacerse en cuanto a emprender una acción de rescate —llegó finalmente la respuesta de Dondragmer a la primera parte del mensaje—. Durante muchas horas todavía no tenemos necesidad de preocuparnos por el aire. Nosotros no respondemos a su ausencia, como tengo entendido que os sucede a los seres humanos. Aunque la concentración de hidrógeno descienda demasiado para que ellos permanezcan conscientes, su maquinaria corporal se hará más y más lenta durante varias horas. Nadie conoce cuánto tiempo durará eso, y probablemente no sea el mismo para todo el mundo. No tienes que preocuparte porque se… asfixien. Creo que ésa fue la palabra que has empleado, si he adivinado su sentido correctamente.

—Todas las herramientas que tenemos aquí están utilizándose. No habría forma de que yo sirviese de ayuda ni saliese al exterior, y tardaría más en conseguir los informes de Reffel a través de vosotros. Quizá puedas decirme cómo está resultando esta búsqueda de Kervenser. Supongo que no ha aparecido nada significativo, puesto que la luz de su helicóptero todavía es visible desde aquí y el esquema de su vuelo no ha cambiado. Quizá puedas pasarme alguna descripción. Me gustaría conocer esta región todo lo posible.

De nuevo Easy ahogó otra exclamación antes de que pudiese ser advertida por Benj. Mientras el muchacho cambiaba su atención hacia la pantalla que llevaba la señal del helicóptero, se preguntó si Dondragmer estaba simplemente intentando alejar a su hijo de su manía figurativa, o si comprendía realmente la necesidad humana de estar ocupado y sentirse útil. Lo último no parecía probable, pero ni siquiera Easy Hoffman, que probablemente conocía la naturaleza mesklinita mejor que ningún otro ser humano todavía vivo, estaba segura.

Benj no había mirado para nada hacia la otra pantalla, y tuvo que preguntar si sucedía algo. Uno de los observadores replicó brevemente que todo lo que se había visto era una superficie cubierta por piedras de tamaño variable entre un guisante y una casa, interrumpida por estanques helados similares al que aprisionaba al Kwembly. No aparecieron señales del otro helicóptero ni de su piloto. Ninguno esperaba realmente a nadie durante algún tiempo. La búsqueda tenía que ser lenta para ser completa. Si Kervenser se había estrellado tan cerca de su punto de partida, probablemente hubiese sido visto desde el vehículo. Los pequeños helicópteros llevaban luces; Kervenser estuvo usando la suya.

Benj transmitió esta información a Dhrawn; después añadió una pregunta suya obvia.

—¿Por qué Reffel busca tan lenta y cuidadosamente, tan cerca de vosotros? ¿No fue Kervenser observado por lo menos hasta que se perdió de vista?

La tardanza en la respuesta representó un pequeño alivio para el sentimiento de inutilidad del muchacho.

—Lo fue, Benj. Parecía más razonable hacer una búsqueda completa, partiendo de aquí hacia el exterior, lo que tendría también la ventaja de proporcionar datos más completos para sus científicos. Si pueden esperar por esa información, por favor, dile a Reffel que vuele directamente hacia el oeste, bordeando el valle, hasta que pueda ver la luz del puente y que reasuma allí el vuelo de búsqueda.

—Enseguida, capitán —replicó Benj.

La conversación había sido en stenno; así pues, ninguno de los científicos que observaban las pantallas la comprendió. Benj no se molestó en pedir su aprobación antes de pasar la orden en el mismo lenguaje. Reffel no pareció tener problemas en comprender el acento de Benj, y a su debido tiempo su pequeña máquina se dirigió hacia el oeste.

—¿Qué pasa con nuestro mapa? —gruñó un topógrafo.

—Ya has oído al capitán —replicó Benj.

—He oído algo. Si lo hubiese comprendido, hubiese objetado; pero supongo que ahora es demasiado tarde. ¿Crees que cuando vuelva rellenarán el salto que han dado ahora?

—Le preguntaré a Dondragmer —replicó obedientemente el muchacho, mirando inquieto a su madre.

Ella mostraba la expresión impenetrable que él conocía muy bien. Afortunadamente, el científico abandonaba ya la sala de Comunicaciones gruñendo entre dientes. Benj volvió de nuevo su atención a la pantalla de Reffel, antes de que Easy perdiese su gravedad. Otros varios adultos que se encontraban cerca y habían comprendido la sustancia de la conversación con Dondragmer tenían también dificultades para conservar sus rostros serios. Por alguna razón, todos disfrutaban ganando un punto sobre el grupo científico. Pero Benj no se dio cuenta. Todavía estaba preocupado por Beetchermarlf.

La seguridad de Dondragmer de que la falta de hidrógeno no sería un problema inmediato había servido de algo, pero la idea de los tripulantes congelados en el hielo todavía era molesta. Aunque esto tardase más en suceder bajo el casco del Kwembly, al final sucedería. Quizá ya hubiese sucedido. Había que hacer algo.

El calor derrite el hielo. El calor es energía. El Kwembly tenía suficiente energía como para elevarle del campo de gravedad de Dhrawn, aunque no había forma de aplicarla a esta tarea. ¿No tenía el gigantesco vehículo ningún tipo de calorífero en el equipamiento de soporte vital que pudiese ser desmantelado y utilizado en el exterior?

No. No era probable que los mesklinitas necesitasen alguna vez calor en Dhrawn. Las partes del planeta donde no había un calor infernal se aproximaban a una máxima de cincuenta grados al sol. Las regiones con las que todavía tendrían el mayor contacto durante muchos años, como el centro de Low Alfa, eran demasiado cálidas para ellos. El Kwembly tenía equipamiento de refrigeración provisto de energía por los transformadores de fusión, pero por lo que Benj sabía, desde los ensayos originales nunca había sido utilizado. Se esperaba que resultase de utilidad durante la penetración en la parte central de Low Alfa, no programada todavía por lo menos, durante un año terrestre, y posiblemente más adelante. El destino del Esket había hecho que algunos de los planes originales se tambaleasen.

Pero un refrigerador es una bomba de calor. Incluso Benj sabía que la mayor parte de las bombas son reversibles, por lo menos en teoría. Aquél debía tener en algún lugar situado en el exterior del casco del vehículo una sección de alta temperatura para descargar el calor. ¿Dónde estaba? ¿Era transportable? ¿A qué temperatura estaba? Dondragmer debía saberlo. ¿Pero no habría pensado ya en eso? Quizá no. No era un estúpido, ni mucho menos, pero carecía de fondo humano. Lo que sabía de física le había sido enseñado por mesklinitas mucho después de ser adulto. Seguramente no formaría parte de los conocimientos básicos que la mayor parte de los seres inteligentes agrupan bajo el concepto de «sentido común». Benj asintió ante esta idea, pasó un segundo o dos más recordándose que, aunque quedase como un tonto, podría valer la pena, y cogió su micrófono.

Esta vez los adultos que le rodeaban no se sintieron divertidos, mientras el mensaje llegaba a Dhrawn. Ninguno de los presentes conocía lo suficiente sobre los detalles de ingeniería de los vehículos como para contestar las preguntas sobre el descargador calorífero y el refrigerador, pero todos sabían la suficiente física para sentirse molestos por no haber pensado antes en la pregunta. Esperaban la respuesta de Dondragmer con tanta impaciencia como Benj.

—El refrigerador es uno de vuestros aparatos en estado sólido electrónicos, que no pretendo comprender a la perfección —llegaron finalmente a la estación las palabras del capitán. Continuaba empleando su propia lengua, con disgusto de algunos de los oyentes—. No hemos tenido que usarlo desde las pruebas de aceptación; aquí el tiempo algunas veces ha sido bastante caluroso, pero no realmente insoportable. Es una cosa fácil de describir; en todas las habitaciones hay placas de metal que se enfrían al activar el sistema. Hay una barra de metal, una especie de abrazadera, que recorre los costados del casco hasta arriba. Comienza cerca de la popa, corre medio cuerpo hacia delante, del lado de babor de la línea central, cruza hasta unos cuatro cuerpos de distancia del puente y llega por el otro lado hasta un punto a la altura de donde comenzó. Recorrer el casco de lado a lado es una de las pocas cosas que hace. Supongo que esa barra debe ser el radiador. Comprendo, como tú insinuaste que haría, que en el sistema debe haber una parte semejante. Probablemente estará en el exterior. No puede ser ninguna otra cosa. Desgraciadamente, no podría encontrarse más lejos del hielo, suponiendo que tenga suficiente calor como para derretirlo, cosa que no sé todavía. Comprendo que podría calentarse a voluntad proporcionándole la suficiente electricidad, pero no estoy seguro de que me guste la idea de intentar desprenderla del casco para esto.

—Supongo que arruinaría el sistema de refrigeración, especialmente si no pudieses ponerla otra vez —añadió Benj—. Sin embargo, quizá no sea tan difícil. Voy a buscar un ingeniero que conozca realmente ese sistema. Tengo una idea. Te llamaré otra vez.

El muchacho, sin esperar la respuesta de Dondragmer, saltó de su asiento y salió corriendo de la sala de Comunicaciones. En el momento en que desapareció, los observadores que no habían comprendido el lenguaje pidieron a Easy un resumen de la conversación, que ella suministró de buena gana. Cuando Benj volvió remolcando a un ingeniero, los que estaban de guardia abandonaron francamente sus puestos para escucharle. Debieron oírse varias sentidas acciones de gracias cuando se advirtió que el recién llegado no era lingüista y el muchacho estaba sirviendo de intérprete. Los dos se acomodaron delante de las pantallas, y Benj se aseguró de que sabía qué decir antes de conectar su micrófono.

—Tengo que decirle al capitán que la mayor parte de los empalmes que sujetan la barra del radiador a la superficie del Kwembly son una especie de clavos; únicamente penetran un poco en ella, y pueden ser desprendidos sin dañar el casco. Quizá sea necesario utilizar cemento para volverlos a colocar después. Pero tendrán que ser cortadas. La aleación no es muy dura. Podrá hacerse con sierras. Una vez desprendidas, la barra puede ser empleada como una resistencia que desprende calor simplemente colocando sus extremos en los enchufes para corriente directa de un transformador. Puedo decir al capitán que no existe peligro de un cortocircuito, puesto que los transformadores tienen controles de seguridad internos. ¿Es esto correcto, señor Katini?

—Completamente —contestó asintiendo el pequeño ingeniero de cabello gris. Era uno de los que habían contribuido a diseñar y construir los vehículos. Aparecía como uno de los poquísimos seres humanos que habían pasado un largo tiempo en el ecuador de Mesklin bajo tres gravedades—.

No creo que tengas ningún problema en aclararle esto a Dondragmer, incluso sin traducción; si quieres, yo se lo diré directamente. Él y yo siempre nos entendimos con bastante facilidad en mi propia lengua.

Benj asintió reconociéndolo, pero comenzó a hablar en stenno por su micrófono. Easy sospechó que estaba presumiendo, y deseó que esto no le jugase una mala pasada de rebote; mas no vio una verdadera necesidad de intervenir. Tenía que admitir que estaba realizando una buena traducción. Debía haber aprendido mucho de su amigo Beetchermarlf. En cierta forma, actuaba mejor de lo que ella misma habría hecho; empleaba analogías significativas para el capitán, pero que a ella no se le habrían ocurrido.

La respuesta llegó en lengua humana. Dondragmer comprendió la razón más probable de que fuese Benj el que hablaba, en lugar del ingeniero que había suministrado la información. El muchacho se sobresaltó ligeramente y confirmó las sospechas de su madre mirándola rápidamente. Ella, cuidadosamente, conservó sus ojos fijos sobre la pantalla de Dondragmer.

—Tengo la idea —la voz mesklinita llegaba con un ligero acento. No siempre obtenía pleno éxito en limitar su voz al radio de la audibilidad humana—. Podemos desprender la barra y utilizarla con un transformador como un radiador para derretir el hielo alrededor del vehículo. El transformador proporcionará la energía suficiente, y no hay peligro de fundirlo. Sin embargo, acláreme dos puntos, por favor:

«Primero: ¿cómo podemos estar seguros de que podemos volver a conectar la barra después eléctricamente? Conozco lo suficiente como para dudar que el cemento sea el método adecuado. No quiero quedarme para siempre sin sistema de refrigeración, puesto que Dhrawn se está aproximando a su sol y el clima se está haciendo más cálido.

«Segundo: cuando el metal toque el hielo o se sumerja en el agua derretida, ¿no habrá peligro para la gente sobre, dentro o bajo el agua? ¿Serán los trajes suficiente protección? Supongo que, puesto que son transparentes, serán aislantes eléctricos bastante buenos.

El ingeniero comenzó a contestar de golpe, mientras Benj se maravillaba de la conexión que pudiese existir entre la transparencia y la conductibilidad eléctrica y de que Dondragmer, con su preparación, la conociese.

—Puedes hacer la conexión con bastante facilidad. Sólo tienes que apretar fuertemente los metales uno contra otro y utilizar el adhesivo para mantener en su lugar una envoltura de tela alrededor del empalme. Tienes razón en cuanto a la conductividad del cemento. Asegúrate de que no penetre entre las superficies metálicas.

«Tampoco necesitas preocuparte por si electrocutas a alguien dentro de los trajes. Servirán de protección adecuada. Sospecho que se necesitaría un voltaje enorme para herir a tu gente, de todas formas, puesto que los fluidos de vuestro cuerpo no están polarizados, pero no tengo prueba experimental y no creo que la necesites. Se me ha ocurrido que quizá haría mejor golpeando con un arco sobre la superficie del hielo. Quizá tenga amoníaco suficiente para ser un buen conductor. Debería funcionar muy bien, si funciona. Únicamente es posible que esté demasiado caliente para que tus hombres estén cerca, y tendría que ser controlado cuidadosamente. Ahora que lo pienso, el procedimiento destruiría gran parte de la barra, impidiéndote recomponer de nuevo el sistema. Será mejor que nos conformemos con un simple calentador de resistencia y con derretir el hielo, en lugar de hacerlo hervir.

Katini permaneció silencioso, esperando la respuesta de Dondragmer. Benj continuaba pensando, y todos los demás que habían oído esto tenían sus ojos fijos en la pantalla del capitán. Su cambio de idioma había atraído hasta a aquellos que, de otra forma, hubiesen esperado pacientemente una traducción.

Desde el punto de vista humano, esto no fue afortunado. Más tarde Barlennan lo consideró un golpe de suerte.

—De acuerdo —llegó finalmente la respuesta de Dondragmer—. Sacaremos la barra de metal e intentaremos usarla como un calentador. Estoy mandando al exterior hombres para que comiencen a desprender las abrazaderas pequeñas. Haré que uno de los comunicadores sea colocado en el exterior, de forma que podáis vigilar mientras cortamos los conductores y comprobarlo todo antes de conectar la energía. Trabajaremos despacio, para que podáis decirnos si hacemos algo mal, antes de llegar demasiado lejos. No me gusta esta situación. No me gusta hacer algo cuando estoy tan seguro de lo que pueda pasar. Se supone que tengo el mando aquí, y sólo desearía haber aprendido más sobre vuestra ciencia y vuestra tecnología. Quizá tenga una imagen tan aproximada como es posible. En cuanto al resto, confío en vuestro juicio y en vuestro conocimiento; pero es la primera vez en años que me siento tan inseguro.

Fue Benj el que contestó, batiendo a su madre sólo por una fracción de segundo.

—He oído que fuiste el primer mesklinita en comprender la idea general de la verdadera ciencia y uno de los que más hicieron para poner el Colegio en marcha. ¿Qué quieres decir: te gustaría haber aprendido más?

Easy le interrumpió, al igual que Benj empleó el propio idioma de Dondragmer.

—Tú sabes mucho más que yo, Don, y estás al mando. Si no te hubiese convencido lo que te dijo Katini, no habrías dado esas órdenes. Tendrás que acostumbrarte a ese sentimiento que no te gusta; otra vez acabas de chocar contra algo nuevo. Es como aquella vez, hace cincuenta años, mucho antes de que yo naciera, cuando comprendiste repentinamente que la ciencia que utilizábamos nosotros, los alienígenas, se reducía a simples conocimientos llevados más allá del nivel del sentido común. Ahora te encuentras con el hecho de que nadie, ni siquiera un comandante, puede conocerlo todo y de que a veces tiene que seguir un consejo profesional. ¡Acostúmbrate a la idea, Don, y cálmate!

Easy se recostó en su asiento y miró a su hijo, el único en la sala que había seguido completamente sus palabras. El muchacho parecía sobresaltado, casi aterrorizado. Cualquiera que fuese la impresión causada a Dondragmer, había dado en el blanco de Benjamín Ibson Hoffman. Para un padre era una sensación intoxicante; tuvo que luchar contra la ansiedad de decir más. Fue ayudada por una interrupción en voz humana.

—¡Eh! ¿Qué le ha pasado al helicóptero?

Todos los ojos se volvieron a las pantallas de Reffel. Hubo un segundo completo de silencio. Después Easy, mientras continuaba observando atentamente la pantalla, dijo:

—¡Benj, informa a Dondragmer mientras yo llamo a Barlennan!

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