V. DE LA SARTÉN AL CONGELADOR

En un sentido estricto, no todas habían desaparecido. Podían verse varias sobre las rocas, evidentemente desalojadas en el momento del impacto final. Beetchermarlf no podía saber —más bien le asustaba hacerlo— si alguna se había desprendido, con los primeros topetazos, a kilómetros de corriente arriba. Eso podría ser averiguado más tarde. Primero había que inspeccionar lo que quedaba. El timonel se puso a la tarea.

La parte delantera no parecía haber recibido daño alguno; las ruedas continuaban allí, y su laberinto de cables estaba en perfectas condiciones. En la parte central del vehículo algunos cables se habían roto, a pesar de la enorme fuerza de la fibra mesklinita que se había empleado. Algunas de las ruedas estaban torcidas fuera de posición; otras giraban flojamente al tocarlas. El esquema de las partes perdidas en la zona posterior era regular y bastante alentador. Numerándolas desde el lado de popa, la primera fila había perdido las últimas cinco ruedas; las filas segunda y tercera, las cuatro últimas; la fila cuarta, las tres últimas; la fila quinta en el lado de estribor, las dos últimas. Esto sugería que todas habían cedido ante el mismo impacto, que había golpeado el fondo del casco diagonalmente; puesto que algunas de las partes desprendidas se encontraban en los alrededores, parecía haber una buena probabilidad de que todas estuviesen allí.

Los inspectores quedaron sorprendidos ante el poco daño que habían producido las ruedas al desgajarse. Ni Beetchermarlf ni sus compañeros habían tenido nada que ver con el diseño del Kwembly y sus máquinas gemelas. Ninguno tenía más que una idea general del tipo de pensamiento utilizado. Nunca habían considerado los problemas inherentes a la construcción de una máquina movida por las fuentes de energía más sofisticadas, pero operadas por unos seres pertenecientes a una cultura que todavía estaba en la fase del músculo y el viento; seres que, una vez en Dhrawn, estarían alejados de cualquier facilidad para reparaciones y sustituciones. Esta era la razón por la que el gobierno del vehículo se hacía mediante cables y aparejos, en lugar de por instrumentos movidos por energía o artificios similares; de aquí que las compuertas neumáticas fuesen tan sencillas y no completamente a prueba de imprudencias; así mismo esto justificaba por qué no sólo el sistema de soporte vital era operado manualmente (excepto las luces que conservaban vivas las plantas), sino también había sido ideado y construido por científicos y técnicos mesklinitas.

Unos cuantos centenares de aquellos seres habían recibido un extenso conjunto de educación alienígena, aunque no se había intentado extender el nuevo conocimiento entre la cultura mesklinita. Casi todos los «graduados» estaban ahora en Dhrawn, junto con reclutas como Beetchermarlf; en su mayor parte eran jóvenes voluntarios, razonablemente inteligentes, procedentes de la marinería de la nación marítima de Barlennan. Esta gente tendría que realizar cualquier reparación y todo el mantenimiento regular de los vehículos. Este hecho tuvo que estar constantemente en primer plano en las mentes de los diseñadores. Idear unos vehículos capaces de cubrir miles de kilómetros sobre la superficie de Dhrawn en un tiempo razonable y, a la vez, más o menos seguros bajo los cuidados mesklinitas, había producido inevitablemente una maquinaria con asombrosas cualidades. Beetchermarlf no debería sorprenderse de que las piezas de su vehículo se ajustasen tan fácilmente, ni de que los vehículos sufriesen tan pocos daños.

Por supuesto, la inteligencia de los mesklinitas había sido tenida en cuenta. Era la razón principal para no depender de robots: éstos no habían dado resultados satisfactorios en los primeros tiempos de la exploración espacial. La inteligencia mesklinita podía compararse con la de los seres humanos, con los Drommian o con los Paneshks, hecho sorprendente en sí mismo, puesto que los cuatro planetas habían desarrollado sus formas de vida a lo largo de longitudes de tiempo geográfico que diferían ampliamente. Era también bastante seguro que los mesklinitas, en su mayoría, vivían mucho más tiempo que los seres humanos, aunque eran curiosamente bastante reluctantes a discutir tal asunto; en realidad, lo que esto podría significar en términos de su competencia en general era algo tan problemático como el propio Dhrawn.

Desde cualquier punto de vista había sido un proyecto costoso, y la mayor parte del riesgo lo soportaban los mesklinitas. La barcaza gigante que iba a la deriva en órbita cerca de la estación humana y que se suponía capaz de evacuar a toda la colonia, en caso de emergencia, era poco más de un gesto, especialmente para los seres de viaje en los vehículos.

Nada de esto se encontraba en las mentes de los tres marineros que inspeccionaban los daños del Kwembly. Estaban simplemente sorprendidos y encantados al averiguar que las ruedas perdidas sólo habían saltado de las cavidades en las que normalmente se enroscaban y en las que podían ser colocadas de nuevo, aparentemente sin problemas, suponiendo que fuesen encontradas. Con este asunto resuelto a su satisfacción, Beetchermarlf caminó un poco hacia el lecho del río, hasta el límite impuesto por los cables de seguridad, y encontró doce ruedas dentro de ese radio. Algunas estaban dañadas: llantas rotas o con eslabones perdidos; ruedas de soporte agrietadas; unos cuantos ejes mellados. Los tres reunieron todo el material que pudieron alcanzar y lo transportaron bajo la popa del Kwembly. El timonel pensó en doblar la longitud de los cables salvavidas y aumentar el radio de la búsqueda, pero decidió informar primero a Dondragmer y obtener su aprobación. De hecho, el timonel estaba algo sorprendido de que el capitán no hubiese aparecido antes, a la vista de su anunciada intención de revisar el exterior.

Supo la razón cuando él y sus compañeros llegaron a la compuerta bordeando la popa. Dondragmer, sus dos compañeros en la primera salida y seis tripulantes más, que habían sido llamados en el intermedio, estaban cerca del centro del Kwembly trabajando para retirar las piedras de la región de la compuerta principal.

Los trajes especiales no tenían equipo de comunicación; la capacidad transmisora entre su relleno de hidrógeno-argón y el líquido que los rodeaba era muy pobre; pero la voz mesklinita, construida alrededor de un sifón natatorio, en lugar de un aparato pulmonar (los enanitos que usaban hidrógeno no tenían pulmones), era una cosa más entre las que habían preocupado a los biólogos humanos. El timonel captó la atención de su capitán con un fuerte grito y le hizo señas de que le siguiese al otro lado de la popa del vehículo. Dondragmer supuso que el asunto era importante y le siguió, después de ordenar a los otros que continuasen con su trabajo. Una mirada y unas cuantas frases de Beetchermarlf le pusieron al corriente de la situación.

Después de pensar unos cuantos segundos, rechazó la idea de buscar inmediatamente las ruedas desaparecidas. El agua todavía bajaba; sería más seguro y más fácil conducir la búsqueda cuando no quedase nada, si no tardaba mucho. Mientras tanto, podían comenzar las reparaciones en las que habían encontrado ya. Beetchermarlf recibió la orden y comenzó a seleccionar el equipo dañado para planear el trabajo.

Era necesario tener cuidado; algunas partes eran bastante ligeras como para ser transportadas por la corriente al desprenderlas del resto de los aparatos. Objetos de este tipo ya habían desaparecido, seguramente de esa forma. El timonel hizo que una luz portátil fuese traída al lugar y estacionó a uno de sus ayudantes a unos cuantos metros corriente abajo para coger cualquier cosa que se escapase. Pensó en lo útil que sería una red, pero no había redes a bordo del Kwembly; con los kilómetros de cuerda que había, era posible construir una, pero difícilmente parecía valer la pena.

Ocho horas de trabajo, interrumpidas por descansos ocasionales, que había pasado charlando con Benj, dieron frutos positivos en tres de las ruedas dañadas de nuevo en servicio. Algunas de sus partes no eran las originales. Beetchermarlf y los demás habían improvisado con libertad, empleando tejidos y cuerdas mesklinitas, además de polímeros y aleaciones alienígenas que tenían a mano. Las herramientas eran suyas; su cultura había alcanzado altas cotas en artesanía, y objetos como sierras, martillos y el espectro usual de herramientas de filo les eran familiares a los marineros. El hecho de que estuviesen fabricadas con los equivalentes mesklinitas del hueso o el cuerno y la concha no eran una desventaja, considerando la naturaleza general de los tejidos mesklinitas.

Volver a colocar las unidades reparadas en sus torniquetes necesitó fuerza, incluso por estándares mesklinitas. También necesitó un gran esfuerzo con las herramientas, puesto que el metal con los ajustes había sido deformado cuando las ruedas se desgajaron. Las tres primeras tuvieron que ser colocadas en la fila cuarta, puesto que la quinta estaba aplastada contra las piedras del lecho del río, y las otras tres, demasiado altas para ser alcanzadas convenientemente. Beetchermarlf se inclinó ante lo inevitable, fijó las ruedas donde buenamente pudo y volvió a emprender la reparación de otras piezas.

El río continuaba bajando y la corriente decreciendo. Dondragmer ordenó al timonel y a sus ayudantes desplazar su zona de debajo del casco, previendo lo que sucedería al ceder la fuerza flotante bajo el Kwembly. Su precaución fue justificada, pues con un ruido como de piedras molidas el vehículo se deslizó de su inclinación de sesenta grados a unos treinta, poniendo dos filas más de ruedas al alcance del fondo y forzando a dos trabajadores a lanzarse entre las piedras para evitar ser aplastados.

En este momento se hizo evidente que, aunque el agua continuase bajando, el vehículo no lo haría más. Un punto en su costado, a un tercio de la proa, entre las filas primera y segunda, descansaba ahora sobre una roca de cinco metros de diámetro, medio enterrada en el lecho del río, un objeto imposible de desalojar, aun sin el peso del Kwembly sobre él. Beetchermarlf continuó la tarea que se le había asignado, pero no pudo evitar preguntarse cómo se proponía el capitán levantar su nave de aquel promontorio. También sentía curiosidad por saber qué pasaría cuando esto sucediese. La superficie rocosa que formaba el lecho del río era la última cosa en que los diseñadores habían pensado como superficie de apoyo, y el timonel dudaba seriamente de que pudiese correr sobre una base así. Los planetas de alta gravedad tienden a ser bastante llanos, a juzgar por Mesklin (el único ejemplo disponible), y en caso de que se presentase una zona donde la tracción pareciese dificultosa, los diseñadores debían haber supuesto que lo único necesario estribaba en que la tripulación se abstuviese de meterse en ella. Esto era otro buen ejemplo de la razón por la que la exploración por medio de personas era generalmente mejor que la automática. Beetchermarlf, temporalmente en un humor filosófico, concluyó que verosímilmente la previsión dependía mucho de la cantidad de experiencias disponibles.

Dondragmer, que meditaba sobre el mismo problema de cómo liberar a su vehículo, no se encontraba más cerca de la solución que su timonel unas cincuenta horas después de haber encallado. El primer oficial y los científicos estaban igualmente desconcertados. No aparecían preocupados, excepto el capitán, aunque su sentimiento no era exactamente equivalente al sentimiento humano de preocupación. Había conservado para sí mismo y para Beetchermarlf (que estaba en aquel momento en el puente) una conversación que había tenido unas cuantas horas antes con los observadores humanos.

Había comenzado como un informe regular sobre los progresos, en tono optimista. Dondragmer estaba dispuesto a admitir que todavía no había pensado en un plan factible, pero no que fuese incapaz de pensar en alguno. Infortunadamente, había incluido en la observación la frase: «Tenemos un montón de tiempo para pensarlo».

En el otro extremo, Easy se había sentido impulsada a no estar de acuerdo.

—Quizá no tanto como piensas. Por aquí algunos han estado pensando en esas piedras. Son redondas, según tu informe y lo que vemos por el equipo del puente. La causa más probable de que tengan esa forma, según nuestra experiencia, es por arrastramiento sobre el lecho de un río o en una playa. Para mover rocas de ese tamaño, se necesita una corriente tremenda. Tememos que la corriente que os ha llevado hasta ahí es sólo una gota preliminar, el primer deshielo de la temporada, y si no escapáis pronto, os enfrentaréis con una gran cantidad de agua bajando. Dondragmer lo pensó brevemente. —De acuerdo, pero ya estamos haciendo todo lo que podemos. O bien escapamos a tiempo, o no lo lograremos. Si vuestros científicos pueden darnos algún tipo de pronóstico específico sobre esta súper riada, por supuesto nos vendrá bien; de otra forma, tendremos que seguir como hasta ahora. Dejaré aquí un hombre junto a la radio, a menos que haya demasiado que hacer; en ese caso, llamad al laboratorio. Supongo que debo agrandar la información. El capitán regresó al trabajo mientras pensaba. No era un tipo que se aterrorizase; parecía más tranquilo en las situaciones peligrosas que en una discusión personal. Su filosofía era básicamente la que acababa de expresar: hacer todo lo posible en el tiempo disponible, sabiendo que éste se terminaría tarde o temprano. De momento, sólo deseaba saber qué podía realizar.

La enorme roca era el problema principal. Estaba impidiendo la tracción a las unidades conductoras, y no podía moverse al Kwembly con su propia energía hasta que éstas no sólo tocasen el suelo, sino que se apoyasen sobre él fuertemente. Seguidamente en la Tierra, o en el ecuador de Mesklin, podrían haberla movido a base de músculo, pero no bajo la gravedad de Dhrawn. Hasta una roca de medio metro era difícil de mover en aquel campo.

En el interior había aparejos que podían ser dispuestos para el alzamiento, pero ninguno soportaría el peso del vehículo como una carga estática, aunque sus ventajas mecánicas eran adecuadas.

Algunas ruedas (para ser exactos, cuatro) estaban en contacto con la propia roca, causa de los problemas. Otras de la fila quinta tocaban el fondo. Ninguna de aquellas estaba dotada en aquel momento de energía, pero podrían serles añadidos unos transformadores. Si las cuatro de la roca, las delanteras y algunas de las ruedas de la fila quinta eran dotadas de motor, ¿por qué no podría el vehículo retroceder?

Podía. No había razón en absoluto para dudarlo. Sobre suelo llano, con una tracción razonable, cuatro unidades bien espaciadas podían hacerlo. Con su peso concentrado solamente en unas cuantas ruedas, la tracción debiera ser mejor de lo normal, y un movimiento hacia atrás sería en su mayor parte cuesta abajo.

No fue a causa de falta de confianza en sí mismo por lo que Dondragmer delineó este plan al ser humano de guardia: estaba anunciando sus intenciones, no pidiendo consejo. El hombre que le oía no era ingeniero y aprobó despreocupadamente la idea. Informó del hecho a Planificación de forma rutinaria para que la información fuese distribuida. En consecuencia, llegó a un ingeniero al cabo de una hora, mucho antes de que Dondragmer estuviese listo para llevar a cabo su plan. Provocó un enarcamiento de cejas, un rápido examen de un modelo a escala del Kwembly, y dos minutos de rápido trabajo consultando unas tablas.

El ingeniero era un pobre lingüista, pero ésta no era la única razón por la que comenzó a buscar a Easy Hoffman. Él no conocía muy bien a Dondragmer ni tenía idea sobre cómo reaccionarían los mesklinitas ante las críticas; había trabajado con Drommian, puesto que algunos se relacionaban con el proyecto de Dhrawn, y le pareció más seguro que fuese la encargada oficial de suavizar las tensiones la que presentase el asunto. Cuando encontró a Easy, ésta le aseguró rápidamente que nunca había visto a Dondragmer mostrar resentimiento por un aviso razonable, pero estuvo de acuerdo en que su mejor conocimiento del stenno probablemente serviría de ayuda, aunque el capitán hablaba fluidamente el lenguaje humano. Se fueron juntos a la sala de Comunicaciones.

Como acostumbraba hacer cuando no estaba de guardia, Benj estaba allí. A estas alturas se había hecho amigo de varios mesklinitas más, aunque Beetchermarlf continuaba siendo su preferido. Sus largas horas de trabajo, como resultado del accidente, no le habían impedido por completo la conversación, y el stenno de Benj había mejorado mucho; ahora era casi tan bueno como su madre creía. Cuando Wasy y el ingeniero llegaron, estaba escuchando a Takoorch, y no lamentó demasiado interrumpir el intercambio con la noticia de que había un mensaje importante para el capitán.

Dondragmer tardó varios minutos en presentarse en el puente; como el resto de la tripulación, había estado trabajando casi sin descanso, aunque por suerte se encontraba casualmente dentro cuando llegó la llamada.

—Aquí estoy, Easy —se oyó al fin su voz—. Tak dice que tenéis una llamada urgente. Adelante.

—Se trata de la forma en que planeas descender de la roca, Don —comenzó ella—. Por supuesto, aquí no tenemos la imagen total, pero hay dos cosas que preocupan a nuestros ingenieros. Una es el hecho de que tus ruedas delanteras quedarán libres de la piedra, mientras todavía hay tres metros o más de casco —incluyendo parte del puente— encima de ella. ¿Has tomado las medidas para ver si hay algún riesgo de que el casco se golpee sobre la roca al girar las ruedas? Además, hacia el final de la maniobra tendrás el casco soportado casi completamente por los extremos. El tren neumático quizá distribuya la carga, pero aquí mi amigo no está seguro de que lo haga; más aún, si tienes sólo el casco, en lugar del colchón, soportando la mitad del peso del Kwembly, la gravedad de Dhrawn va a hacer un esfuerzo muy respetable para romper en dos tu vehículo. ¿Has registrado eso?

Dondragmer hubo de admitir que no lo había hecho y que sería mejor que lo hiciese así antes de que el proyecto fuese mucho más adelante. Concedió esto por radio, dio las gracias a Wasy y a su amigo y salió por la compuerta principal que había sido despejada hacía mucho tiempo.

En el exterior la corriente había bajado hasta un punto donde los cables salvavidas ya no eran necesarios. La profundidad del agua era de unos dos metros, medidos desde el nivel medio de las rocas más pequeñas. La línea del agua estaba indudablemente en el nivel más conveniente posible para ver el cuadro completo. Tuvo que trepar en parte por las rocas, una tarea difícil en sí misma, aunque ayudado por el hecho de que tenía alguna capacidad de flotación; desde allí tuvo que seguir las ruedas delanteras hasta un punto donde podía comparar la curvatura de la enorme roca y la de la baja proa del Kwembly. No podía estar completamente seguro, puesto que mover el casco hacia atrás cambiaría su inclinación, pero no le gustó lo que veía. Probablemente el ingeniero humano tenía razón. No sólo existía el riesgo de dañar el casco, sino que la barra de gobierno salía de éste justo por delante del colchón neumático mediante un cierre mecánico casi hermético, ayudado por una cisterna líquida, y hacía sus conexiones principales con el laberinto de cables. Un daño serio en la barra no inmovilizaría al vehículo, puesto que había un duplicado a popa, pero no era un riesgo que pudiera ser tomado despreocupadamente.

La respuesta a la situación estaba delante de él todo el tiempo, pero tardó casi otra hora en verla. Un psicólogo humano, cuando más tarde se enteró del asunto, se sintió muy molesto. Estaba buscando diferencias significativas entre la mente humana y la mesklinita, y encontraba lo que él consideraba una cantidad indebida de puntos similares.

Por supuesto, la solución requería trabajo. Incluso las piedras más pequeñas resultaban pesadas. Sin embargo, ellos eran muchos, y no se necesitaba alejarse demasiado para encontrar piedras en abundancia. Con toda la tripulación del Kwembly trabajando, excepto Beetchermarlf y los que le ayudaban con las ruedas, creció con bastante rapidez una rampa de piedras apiladas desde la popa del vehículo atrapado hasta la roca.

Era una ayuda para Beetchermarlf. En cuanto dejaba lista una unidad de soporte dañada, se encontraba con que podía llegar a nuevos lugares de instalación que antes estaban fuera de su alcance. Él y los que transportaban piedras terminaron casi al mismo tiempo, excepto cuatro ruedas que había sido incapaz de reparar a causa de las partes perdidas. Las había usado libremente, empleándolas en las necesidades de algunas de las otras, y había dispuesto los inevitables baches en la tracción lo suficientemente separados como para que el peso del vehículo estuviese distribuido razonablemente bien. Para trabajar en la fila quinta, enterrada prácticamente en el lecho del río, tuvo que desinflar aquel lado del colchón. Cuando las dos ruedas fueron reemplazadas, hinchar el colchón de nuevo provocó que el casco temblase ligeramente, con gran alarma de Dondragmer y de varios trabajadores que se encontraban debajo; afortunadamente, el movimiento fue insignificante.

El capitán había pasado la mayor parte del tiempo moviéndose entre la radio, donde continuaba esperando un pronóstico seguro sobre la próxima riada, y el lugar de trabajo, donde dividía su atención entre el progreso de la rampa y la vigilancia de la corriente. Cuando la rampa estuvo lista, el agua tenía menos de un metro de profundidad y la corriente había cesado por completo; estaban en una piscina, más que en un río.

Era noche cerrada; el sol se había puesto hacía unas cien horas. El tiempo se había aclarado completamente y los trabajadores en el exterior podían ver las estrellas parpadeando violentamente. Su propio sol no resultaba visible; pocas veces lo era a esta profundidad en la pesada atmósfera de Dhrawn. Por el momento, estaba demasiado cerca del horizonte. Ni siquiera Dondragmer conocía con anterioridad si estaba un poco por encima o un poco por debajo. Sol y Fomalhaut, que incluso los menos informados de la tripulación sabían que eran los indicadores del sur, brillaban y se movían sobre una baja eminencia, a unas cuantos kilómetros en aquella dirección. La línea imaginaria que los conectaba se había inclinado menos de veinte grados desde el anochecer en la escala humana; los navegantes mesklinitas hubiesen dicho que menos de cuatro.

Fuera del radio de las propias luces del Kwembly era casi totalmente negro. Dhrawn no tiene luna; las estrellas no suministran más iluminación que en la Tierra o en Mesklin.

La temperatura era casi la misma. Los científicos de Dondragmer habían estado midiendo los alrededores tan perfectamente como lo permitía su equipo y sus conocimientos; después enviaron los resultados a la estación de arriba. El capitán había estado esperando tranquilamente alguna información de utilidad, a su vez, aunque comprendía que los seres humanos no le debían nada. Después de todo, los informes eran simplemente parte del trabajo que los mesklinitas se habían comprometido a hacer en primer lugar.

También había sugerido a sus propios hombres que intentasen pensar un poco por su cuenta. La contestación de Borndender a lo que él consideró un sarcasmo había sido que si los seres humanos le proporcionaban informes de otras partes de Dhrawn y tiempos computados con los que establecer correlaciones, estaría encantado de intentarlo. El capitán no había pretendido ser sarcástico; conocía perfectamente bien la enorme diferencia entre explicar por qué una nave flota sobre agua o sobre amoníaco y explicar por qué 2,3 milicables de lluvia 60-20 cayeron en la colonia entre la hora 40 y la 100 del día 2. Sospechaba que el error de su investigador había sido deliberado. A menudo los mesklinitas eran bastante humanos cuando buscaban excusas, y Borndender estaba en aquel momento molesto por su propia falta de utilidad. Sin mencionar abiertamente este aspecto del asunto, el capitán replicó que las ideas útiles serían bienvenidas, y abandonó el laboratorio.

Hasta los científicos recibieron la orden de salir cuando llegó finalmente el momento de utilizar la rampa. Borndender se irritó y murmuró algo mientras bajaba sobre la naturaleza académica de la diferencia entre estar dentro o fuera del Kwembly si sucedía algo drástico. Sin embargo, Dondragmer no había hecho una sugerencia; había dado una orden, y ni siquiera los científicos le denegaban el derecho o la competencia para hacerlo. Sólo el propio capitán, Beetchermarlf y un técnico llamado Kensnee, del compartimiento de soporte vital, estarían a bordo cuando comenzase el movimiento. Dondragmer había considerado actuar como su propio timonel y arriesgarse con el equipamiento vital, pero reflexionó que Beetchermarlf conocía el entramado de los cables mejor y era más probable que se diese cuenta si algo iba mal. La energía interior no tenía que ver directamente con el movimiento, pero si algún derrumbamiento o colapso de la rampa provocaba dificultades en el sistema de soporte vital, era mejor tener algo a mano. Este sistema de soporte era todavía más importante que el crucero. En una emergencia, la tripulación podría seguramente caminar hasta la colonia llevando su equipo a cuestas, aunque el vehículo estuviese inutilizado.

El razonamiento implicado en la orden de evacuación debería haber dejado a Beetchermarlf y Kensnee a bordo, con todos los demás, el capitán incluido, mirando desde el exterior. Dondragmer no estaba dispuesto a ser tan razonable. Permaneció a bordo.

La tensión entre la multitud de seres oruguiformes agrupados en el exterior del monstruoso casco aumentó cuando los conductores colocaron los cabos sueltos en sus cadenas. Dondragmer estaba tranquilo, ya que no podía ver desde el puente a la tensa multitud; Beetchermarlf podía sentir su humor, y estaba inquieto. Los humanos, observándolo por medio de un equipo que había sido retirado de la sala de Soporte Vital y asegurado sobre una roca que sobresalía del agua a unos cien metros del vehículo, no podían ver nada hasta que éste comenzase a moverse. Estaban todos en calma, excepto Easy y Benj.

El muchacho prestaba poca atención a la vista exterior. En su lugar, vigilaba la pantalla del puente sobre la que podía verse parte de Beetchermarlf. Este tenía un par de pinzas sobre los cables de guardín, sujetándolos fuertemente; los otros tres pares se movían con velocidad casi invisible entre las agarraderas de los cables de control del motor, intentando compensar el tirón de las diferentes ruedas. No había procurado proveer de energía más que a las diez usuales; los cables que normalmente las interconectaban de forma que uno solo hiciese funcionar a todas, habían sido dispuestos para control individual. Beetchermarlf estaba muy ocupado.

Cuando el Kwembly comenzó a retroceder, uno de los seres humanos comentó explosivamente:

—¿Por qué demonios no han puesto controles remotos en ese puente, o por lo menos indicadores de tracción y rotación? Ese pobre chinche se está volviendo loco. No comprendo cómo puede decir si un particular equipo de llantas está agarrándose al suelo, y mucho menos si responde a sus maniobras.

—Si tuviese unos indicadores llamativos, probablemente no podría —replicó Mersereau—. Barlennan no quería en estos vehículos una maquinaria más sofisticada de lo que su gente pudiese reparar sin ayuda, excepto cuando no hubiese elección posible. Yo estuve de acuerdo con él, y también el resto del equipo de Planificación. Mirad, está deslizándose tan suavemente como el hielo.

Un coro de expresivos gritos salió del micrófono, ensordecidos por el hecho de que la mayor parte de los seres que los emitían estaban bajo el agua. Durante un largo momento, una parte de las ruedas centrales giraron en el aire, mientras la popa del Kwembly salía de la rampa y se desplazaba hacia atrás sobre el lecho del río. El ingeniero que había avisado sobre el efecto de puente, cruzó los dedos e hizo girar los ojos hacia arriba. Después la proa bajó al caer sobre la rampa las ruedas delanteras, y una vez más el peso estuvo correctamente distribuido. La tensión del giro, que nadie había considerado seriamente, se debilitó cuando el vehículo descansó sobre el empedrado del lecho del río, relativamente llano, y se detuvo. La tripulación se dividió y se desparramó bordeando la proa y la popa, dirigiéndose a la compuerta principal, sin pensar nadie en recoger el comunicador. Easy decidió recordárselo al capitán, pero decidió que sería más delicado esperar.

Dondragmer no había olvidado el instrumento. Cuando los primeros miembros de la tripulación salieron de la superficie interna de la cisterna de la compuerta, su voz pudo escucharse por los micrófonos.

—¡Kervenser! ¡Reffel! Sacad rápidamente los vehículos aéreos. Reffel, recoge el comunicador que está fuera; asegúrate de que el obturador esté en el vehículo antes de salir; después realiza un recorrido al norte y al este de diez minutos y vuelve. Kervenser, al oeste y al sur durante el mismo tiempo. Borndender, informa cuando todo tu equipo de toma de datos esté a bordo. Beetchermarlf y Takoorch al exterior, colocad de nuevo los cables de control del motor en su posición normal.

Su comunicador en el puente tenía puesto el sonido; por tanto, oyó y tradujo aquellas órdenes, aunque la referencia a un obturador no fue entendida por ninguno. Junto con sus colegas, observó con interés la pantalla del equipo exterior cuando los dos diminutos helicópteros se elevaban desde la cubierta superior. Uno de ellos se dirigió hacia el receptor y seguramente se posó fuera de su campo de vista. El otro todavía seguía ascendiendo cuando salió de la pantalla, dirigiéndose hacia el oeste. La imagen giró cuando el equipo fue recogido por Reffel y colocado en su lugar a borde del helicóptero. Easy apretó ausentemente el botón con el fin de grabar las escenas para futuros trabajos cartográficos, mientras el punto de vista se separaba del suelo.

A Dondragmer le hubiese gustado ser capaz de ver la misma pantalla, pero sólo podía esperar un informe verbal transmitido por Reffel, o uno directo, aunque retrasado, de Kervenser. En realidad, Reffel no se molestó en retransmitir. Los vuelos de diez minutos no produjeron ninguna información que demandase una entrega acelerada.

Según Dondragmer informó a la audiencia humana, el resultado era que el Kwembly se encontraba en un valle de unos ocho kilómetros de anchura, con paredes de roca desnuda, bastante escarpadas para Dhrawn. Los pilotos estimaron que la pendiente era de veinte a treinta grados, y la altura, de unos doce metros. Al oeste no había señales de una nueva riada hasta donde había llegado Kervenser. Advirtió que las rocas desparramadas por el suelo del valle se convertían en roca desnuda a dos o tres kilómetros, y había numerosos estanques, como el que encerraba al Kwembly. Hacia el este, las piedras y los estanques continuaban hasta el punto donde Reffel había volado. Dondragmer sopesó durante un rato estos datos, después de transmitir esta información al satélite. Luego ordenó a uno de los pilotos que volviese a salir.

—Kerv, sal otra vez. Los timoneles no terminarán hasta dentro de unas horas. Vete hacia el oeste, siguiendo el valle tan lejos como puedas en una hora, y observa lo más cerca que tus luces te permitan si hay alguna señal de que baje más agua. Tienes tres horas, a menos que, por supuesto, encuentres algo o tengas que volver a causa de la mala visibilidad. Yo voy a descansar. Antes de partir para tu misión, dile a Stakendee que suba al puente.

Hasta los mesklinitas se cansaban, pero la idea de Dondragmer de que éste era el momento apropiado para descansar un poco fue infortunada, como Barlennan le indicó más tarde. Cuando el capitán insistió en que no habría podido hacer nada, incluso si hubiese estado completamente alerta, su superior dio el equivalente mesklinita a un gruñido de desprecio.

—Te las habrías arreglado para encontrar algo. Más tarde lo hiciste.

Dondragmer se abstuvo de señalar que esto demostraba que su omisión no había sido un error serio; pero tenía que admitir que en ese momento había parecido así.

Casi ocho horas después de la partida de Kervenser, un tripulante gritó ante la puerta del alojamiento del capitán. Cuando Dondragmer respondió, el otro comprendió la situación en una simple frase.

—Señor, Kervenser y los timoneles todavía están fuera, y el estanque de agua en el que nos encontramos se ha helado.

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