XII. CALCULO DIRIGIDO

Dondragmer no se mostraba en absoluto indiferente, pero por sus estándares lo normal era concentrar la atención en un asunto nuevo que probablemente requeriría una acción, antes de aclarar uno antiguo donde la acción no serviría de nada. No había olvidado el destino de sus hombres, pero cuando un grito lejano trajo las palabras: «Aquí termina el arroyo», cambió de programa abrupta y drásticamente.

No podía ver de dónde llegaba la voz, puesto que estaba a medio metro por debajo de la superficie general; pero Borndender informó que a un kilómetro podía verse una luz. Siguiendo la orden del capitán, el científico trepó por el casco para obtener una vista mejor, mientras su ayudante continuaba la búsqueda de una cuerda para sacar al capitán de la fosa del hielo. Esto llevó tiempo. Con el cuidado profesional apropiado, los marineros habían vuelto a colocar en su lugar dentro del vehículo los cables utilizados para bajar el radiador, y cuando Skendra, el ayudante de Borndender, intentó llegar a la compuerta principal, la encontró sellada por una capa de hielo que se había formado con un grosor de medio centímetro sobre el lado de estribor del casco, evidentemente motivado por el vapor emitido desde el estanque caliente. Por fortuna, la mayoría de los estribos sobresalían lo suficiente a través del hielo como para poder ser utilizados, de manera que pudo subir hasta la escotilla del puente.

Mientras tanto, Borndender avisó que se acercaban dos luces sobre el lecho del río. Cumpliendo las órdenes del capitán, hizo unas preguntas por encima de los mil metros de distancia que le separaban de las luces, y escucharon cuidadosamente las respuestas; hasta las voces mesklinitas tenían problemas en llevar las palabras claramente a una distancia semejante a través de dos capas de tejido del traje. Cuando Dondragmer pudo salir del agujero, sabía que los hombres que se acercaban eran parte del grupo de Stakendee, que habían sido enviados corriente abajo. Habían llegado al final a menos de un kilómetro del vehículo, pero no pudieron obtener más detalles hasta que el grupo los alcanzó.

Cuando estuvieron allí, los oficiales no pudieron entenderlos bien; la descripción no se parecía a nada familiar.

—El río no varía de tamaño en todo su curso —informaron los marineros—. No tiene afluentes por ningún lado ni parece estar evaporándose. Cuando llega a donde están las piedras, divaga bastante. Entonces comenzamos a encontrar las obstrucciones más fantásticas. Había una especie de dique de hielo con el arroyo corriendo y bordeando uno de sus extremos. Medio cable más allá había otro, y sucedía lo mismo. Era como si parte del líquido se helase cuando se junta con el hielo entre las piedras, pero sólo lo que viene delante. El agua que viene detrás permanecía líquida y continuaba después de bordear el dique hasta que encontraba hielo. Los diques llegan a adquirir medio cuerpo de altura antes que el agua que los sigue encuentre forma de rodearlos. Llegamos al último, que todavía se estaba formando hace unos pocos minutos. Habíamos visto antes la nube brillante que se elevaba sobre el vehículo, y nos preguntamos si deberíamos volver, en caso de que pasase algo; pero decidimos cumplir las órdenes, por lo menos hasta que el río comenzase a alejarnos otra vez del Kwembly.

—Bien —dijo el capitán—. ¿Estáis seguros de que no aumentaba?

—Por todo lo que pudimos ver, no.

—De acuerdo. Quizá tengamos más tiempo de lo que pensé y lo que está pasando no sea un preludio de lo que nos trajo aquí, aunque me gustaría saber por qué el líquido se congela de una forma tan extraña.

—Sería mejor que lo comprobásemos con los seres humanos —sugirió Borndender, quien tampoco tenía idea sobre el asunto, pero que prefería no decirlo claramente.

—Bien. Ellos querrán medidas y análisis. Supongo que no habréis traído una muestra del río —dijo, más que preguntó, a los recién llegados.

—No, señor. No teníamos dónde llevarla.

—Bien. Born, coge unos recipientes y tráete algo; analízalo tan bien y rápidamente como puedas. Uno de estos hombres te guiará. Volveré al puente e informaré a los seres humanos. El resto coged herramientas y romped el hielo, de forma que la compuerta principal pueda ser utilizada.

Dondragmer dio por terminada la conversación, comenzando a trepar por el casco cubierto de hielo. Mientras lo hacía, transmitía señales hacia el puente, suponiendo que estaba siendo observado y quizá reconocido.

Benj y McDevitt habían conseguido seguir su rastro, aunque para ninguno era fácil diferenciar a los mesklinitas. Cuando llegó al puente, esperaron con ansiedad para oír lo que había sucedido. Benj, en particular, estaba mucho más tenso desde que la búsqueda bajo el vehículo había sido interrumpida; quizá, después de todo, los timoneles no habían estado allí; quizá se encontrasen entre los recién llegados, que habían interrumpido la búsqueda…

Aunque McDevitt era un hombre tranquilo por naturaleza, hasta él se estaba impacientando cuando la voz de Dondragmer alcanzó la estación.

El informe alcanzó al meteorólogo, aunque no sirvió de consuelo a su joven compañero. Benj quería interrumpir con una pregunta sobre Beetchermarlf, pero sabía que sería inútil; y cuando el relato del capitán terminó, McDevitt comenzó inmediatamente.

—No se trata más que de una suposición, capitán, aunque quizá tu científico podría afianzarla cuando analice esas muestras. Parece posible que el charco a vuestro alrededor haya sido originariamente una solución de agua y amoníaco que se congeló no a causa de un descenso en la temperatura, sino porque perdió gran parte de su amoníaco y su punto de congelación subió. La niebla a vuestro alrededor antes de que todo este problema comenzase allá en el campo nevado era amoníaco, según tus científicos. Supongo que venía de las regiones más frías al oeste. Sus gotitas comenzaron a reaccionar con el hielo y se derritieron, en parte formando un eutético y en parte liberando calor; incluso antes de que eso sucediese, tú temías algo así, si no recuerdo mal. Eso hizo comenzar la primera riada. Cuando la nube de amoníaco se alejó hacia Low Alfa, la solución a tu alrededor comenzó a perder amoníaco por evaporación, y finalmente la mezcla que quedó estaba por debajo de su punto de congelación. Supongo que la niebla encontrada por Stakendee es más amoníaco y ha proporcionado el material para el riachuelo que descubrió. Cuando la niebla se une con el hielo se mezclan, hasta que la mezcla tiene demasiado amoníaco en disolución para continuar en estado líquido (esto forma los diques descritos por tus hombres) y el amoníaco líquido que continúa llegando tiene que buscar la forma de rodearlos. Sugiero que si puedes encontrar una forma de llevar ese riachuelo hasta tu vehículo y si resultase ser lo suficientemente grande el problema de tu deshielo quedará resuelto.

Benj, que escuchaba a pesar de su humor, se acordó de la cera que fluía de una vela estriada solidificándose primero por una esquina y después por la otra. Se preguntaba si los computadores podrían manejar las dos situaciones por igual, si el amoníaco y el calor eran tratados de la misma forma en los dos problemas.

—¿Quieres decir que no debo preocuparme por una posible riada? —volvió al fin la voz de Dondragmer.

—Creo que no —contestó McDevitt—. Si tengo razón en cuanto a esto, y hemos hablado mucho de ello aquí, la niebla que Stakendee encontró debe haber pasado sobre la planicie nevada de la que viniste, o lo que quede de ella, y si fuese a provocar otra riada, ya debería haberte alcanzado a estas alturas. Sospecho que la nieve que estaba lo suficientemente alta como para desparramarse sobre el paso por el que fuiste arrastrado, fue utilizada en la primera riada. Esa es la razón de que finalmente encallases donde estás. A propósito, creo que conozco la razón de que la nueva niebla no te haya alcanzado todavía. El lugar donde Stakendee la vio está unos cuantos metros más alta que tú, y el viento del oeste sopla pendiente abajo. Con la gravedad de Dhrawn y esa composición del aire habrá un terrorífico efecto foehm (calentamiento adiabático al subir la presión), y probablemente se evapore justo al subir al lugar donde Stakendee la encuentra.

Dondragmer necesitó un rato para digerir esto. Durante unos cuantos segundos después del retraso normal, McDevitt se preguntó si habría sido claro. Después llegó otra pregunta.

—Si la niebla de amoníaco simplemente se evapora, el gas se encontrará allí todavía, y debe estar en el aire a nuestro alrededor. ¿Por qué no está derritiendo el hielo tan efectivamente como si estuviera en gotas líquidas? ¿Está operando alguna ley física que no haya aprendido en el Colegio?

—No estoy seguro si el estado y la concentración justificarían esa diferencia, así de memoria —admitió el meteorólogo—. Cuando Borndender traiga aquí los nuevos datos, los introduciré todos en la máquina para ver si esta suposición nuestra ignora demasiados hechos. Sobre la base de lo que conocemos ahora, continúo pensando que es razonable, aunque admito que hay aspectos nada claros. Hay demasiadas variables; con agua sola son prácticamente infinitas, si me perdonas que emplee la palabra en un sentido amplio. Con el agua y el amoníaco juntos, el número aumenta infinitamente.

«Pasando de lo abstracto a lo concreto, veo la pantalla de Stakendee, y todavía va bordeando ese arroyuelo en medio de la niebla; no ha llegado a la fuente, pero no he visto otros cursos de agua llegando por ninguno de los lados; tiene una anchura de sólo un par de vuestros cuerpos, y ha permanecido así durante todo el tiempo.

—Eso es un alivio —llegó la respuesta—. Supongo que si estuviese en camino una verdadera riada, tal río proporcionaría una indicación. Muy bien, informaré otra vez en cuanto Borndender tenga los datos. Por favor, continúa vigilando a Stakendee. Voy a salir otra vez a registrar bajo el casco. Antes fui interrumpido.

El meteorólogo hubiese querido decir más, pero fue silenciado por la comprensión de que Dondragmer no estaría allí para oír sus palabras cuando éstas llegasen. Quizá sintiese también alguna simpatía por Benj. Miraron ansiosamente. El hombre se hallaba casi tan preocupado como su compañero, y la forma roja y negra aparecía sobre el costado del casco dentro del alcance del receptor. No todo el tiempo fue visible en su camino hasta el suelo, puesto que Dondragmer tenía que avanzar directamente bajo el puente fuera del radio de visión; pero le vieron otra vez cerca de donde el cable que había sido utilizado para sacarle de allí unos cuantos minutos antes estaba todavía atado alrededor de uno de los postes de Borndender.

Miraron cómo se deslizaba por el cable en el interior de la fosa. Un mesklinita colgado de un cable del espesor de un hilo de pescar de tres kilos y capaz de balancearse como un péndulo bajo cuarenta gravedades terrestres es toda una visión, aun cuando la distancia que tenga que trepar no es mucho mayor que la longitud de su propio cuerpo. Hasta Benj dejó de pensar en Beetchermarlf durante un momento.

El capitán no estaba preocupado por el hielo; seguramente se encontraba helado hasta el fondo, y se dirigió directamente hacia el vehículo, sin molestarse en pasar por las piedras. Su paso se hizo más lento al acercarse, mirando la cavidad delante de él pensativamente.

El Kwembly prácticamente continuaba congelado. El área derretida había llegado a unos diez metros por delante y detrás de sus ruedas, pero sobre el colchón, más allá de aquellos límites y por el lado de estribor, había hielo todavía. Incluso dentro de aquel radio, la parte más baja de las cadenas todavía estaba a tres o cuatro centímetros bajo el agua cuando el calentador se había detenido. Los cables de control de Beetchermarlf habían sido liberados, pero no había ningún rastro del propio timonel. Dondragmer no tenía esperanzas de encontrar a ambos vivos bajo el Kwembly; obviamente, si éste fuera el caso, hubieran salido hacía mucho. Tampoco hubiese apostado que encontraría los cadáveres. Al igual que McDevitt, sabía que había la posibilidad de que los tripulantes no se encontrasen bajo el casco cuando se formó el hielo. Después de todo, había habido otras dos desapariciones sin explicar; la suposición de Dondragmer en cuanto a los paraderos de Kervenser y Reffel estaba lejos de ser una sorpresa para él.

Allá abajo estaba oscuro fuera del radio de las luces. Dondragmer todavía podía ver (la respuesta a cambios bruscos de iluminación era adaptación normal al período de rotación de Mesklin de dieciocho minutos), pero se le escaparon algunos detalles. Vio el estado de las dos ruedas, cuyas cadenas habían sido destrozadas por los intentos de los timoneles de huir, las pilas de piedras que habían hecho para intentar retener el agua caliente en un área pequeña, pero no advirtió la rajadura en el colchón, donde los dos habían buscado el refugio final.

Sin embargo, evidenciaba que, por lo menos, uno de los timoneles perdidos había estado allí un rato. Puesto que el volumen helado era evidentemente pequeño, la posibilidad más verosímil parecía ser que, después de hacer el trabajo que podía verse, habían sido atrapados por el hielo al avanzar, aunque era difícil comprender cómo podría haber sucedido esto. El capitán observó rápidamente la caverna de paredes de hielo, examinando al instante las ruedas expuestas por todos los lados. Nunca se le ocurrió mirar hacia arriba. Después de todo, había tomado parte en la construcción del gigantesco vehículo; sabía que más arriba no había dónde ir.

Al fin salió a la luz y al campo de visión del comunicador. Su aparición sólo fue un alivio para Benj. El muchacho había concluido, igual que el capitán, que no podían estar vivos debajo del casco, y había esperado ver a Dondragmer tirando de unos cuerpos. El alivio duró poco, y la pregunta candente continuó: ¿Dónde estaba Beetchermarlf? El capitán salió de la fosa y del campo de visión. Quizá volvía al puente para hacer un informe detallado. Benj, que mostraba claramente los síntomas de la falta de sueño, esperó silenciosamente con los puños apretados, pero la voz de Dondragmer no llegó.


El capitán había planeado decir a los observadores humanos lo que había encontrado, pero en medio de la ascensión por el casco, visible aunque no reconocido, se detuvo para hablar con uno de los hombres que estaba cortando el hielo de la salida principal.

—Sólo sé lo que el humano Hoffman me comunicó que encontrasteis cuando vuestro grupo llegó a esa corriente —dijo—. ¿Hay más detalles importantes? Sé que encontrasteis a alguien en el punto donde comenzaba la niebla, pero nunca supe por Hoffman si era Reffel o Kervenser. ¿Quién era? ¿Han sufrido daños los helicópteros? Justo entonces hubo una interrupción; parece que alguien allá arriba vio a Kabrem en el Esket; después yo mismo intervine porque la corriente que habíais encontrado me preocupaba. Por eso dividí vuestro grupo. ¿Quién era el que encontrasteis?

—Era Kabremm.

Dondragmer estuvo a punto de caerse de los estribos.

—¿Kabremm? ¿El primer oficial de Destigmet? ¿Aquí? Y un ser humano lo reconoció. ¿Fue en vuestra pantalla en donde se le vio?

—Así pareció, señor. Él no vio nuestro comunicador hasta que era demasiado tarde, y ninguno de nosotros pensó por un instante que había una probabilidad de que un ser humano nos distinguiese; por lo menos, no lo pensamos durante el instante en que nosotros mismos nos reconocimos y el momento en que fue demasiado tarde.

—Pero ¿qué está haciendo aquí? Este planeta tiene tres veces el área de Mesklin; hay otros muchos sitios donde ir. Sabía que el comandante acabaría por ser descubierto tarde o temprano, representando esta comedia del Esket ante los seres humanos, pero nunca pensé que tuviese tan mala suerte.

—No es sólo suerte, señor. Kabremm no tuvo tiempo de contarnos mucho. Aprovechamos vuestra orden de explorar la corriente para separarnos y sacarle de la vista del comunicador, pero tengo entendido que este río ha estado causando problemas la mayor parte de la noche. Hay un bloque de hielo a unos cinco millones de cables corriente abajo, no muy lejos del Esket, y una especie de río de hielo se desliza lentamente hacia las tierras calientes. El Esket, las minas y las granjas están en su camino.

—¿Granjas?

—Así las llama Destigmet. En realidad, se trata de una colonia con tanques hidropónicos. Una especie de círculo de soporte vital de gran tamaño, que no tiene que equilibrarse tan estrictamente como los de los vehículos. De todas formas, Destigmet envió a Kabremm en el Gwelf para explorar corriente arriba, esperando averiguar lo que pasaba con el río de hielo. Habían aterrizado a causa de la niebla cuando los encontramos; podrían haber volado sobre ella fácilmente, pero no habrían visto el lecho del río.

—Entonces deben haber llegado después que la riada nos trajo aquí; si estaban examinando el lecho del río, volaron por encima de nosotros. ¿Cómo pudieron no ver nuestras luces?

—No lo sé, señor. Si Kabremm se lo dijo a Stakendee, yo no lo oí.

Dondragmer se arrugó de forma equivalente a un encogimiento de hombros.

—Probablemente lo hizo, y tendría cuidado de permanecer fuera del alcance de los ojos humanos. Supongo que Kervenser y Reffel se encontraron en el Gwelf y Reffel utilizó su obturador para evitar que el dirigible fuera visto por los humanos; pero sigo sin comprender por qué Kervenser, por lo menos, no volvió para informar.

—Me temo que tampoco sé nada —replicó el marinero.

—Entonces el río que nos trajo aquí debe torcer hacia el norte, si conduce al área del Esket.

El otro supuso correctamente que Dondragmer estaba pensando en voz alta, y no hizo comentarios. El capitán caviló en silencio durante otro minuto o dos.

—La gran pregunta es si el comandante oyó también cuando el humano… Supongo que sería la señora Hoffman; ella es la única que nos conoce bien… Llamó a Kabremm en voz alta. Si lo hizo, probablemente pensó que alguien en el Esket se había descuidado, como yo. Vosotros lo oísteis en vuestro aparato y yo en el mío, aunque eso es normal. Ambos son comunicadores del Kwembly, y probablemente todos están en el mismo lugar de la estación. Sin embargo, no sabemos cuándo se comunican con la colonia. He oído que todos sus aparatos de comunicación están en la misma habitación, pero tiene que ser una habitación grande, y los diferentes equipos quizá no estén muy cerca. Barí puede haberla oído o no.

»En resumen, todo esto quiere decir que un ser humano ha reconocido a un miembro de la tripulación del Esket, no sólo vivo mucho después de que se le diese por muerto, sino también a cinco o seis millones de cables del lugar donde supuestamente había muerto. No sabemos lo seguro que dicho ser humano estaba de su identificación, lo bastante seguro como para pronunciar el nombre de Kabremm en alta voz, aunque no como para pasar la noticia a otros humanos sin investigar más. Supongo que, como a nosotros, no les gusta quedar como tontos. Nosotros no sabemos si Barlennan conoce el error; peor aún, no podemos decir que va a contestar cuando comiencen a llegar las preguntas. Su conducta más probable y más segura sería alegar una completa ignorancia, condimentada con asombro y estupefacción, y supongo que lo comprenderá así; pero me gustaría poder hablar con él sin tener seres humanos escuchando.

—¿No sería ignorancia también lo mejor aquí? —preguntó el marinero.

—Quizá —contestó el capitán—, pero no puedo hacerlo. Ya he dicho a los humanos que vuestro grupo había vuelto, y no pude convencerles de que no sucedió nada en absoluto en vuestro viaje. Me gustaría hacer creer a la señora Hoffman que se equivocó de identidad y que vosotros habíais encontrado a Reffel o a Kervenser; pero hasta que encontremos por lo menos a uno de ellos, incluso eso sería difícil de organizar. ¿Cómo reconoció a Kabremm? ¿Cómo nos reconoce a nosotros? ¿Por la distribución del color y la posición habitual de las patas, como sería de esperar? ¿Cómo?

»Y además, ¿qué se ha hecho de esa pareja? Supongo que Reffel halló inesperadamente al Gwelf y tuvo que cerrar su aparato para evitar que los humanos lo vieran; en ese caso, no debería tardar mucho. Me gustaría que se pareciese más a Kabremm. Podría correr el riesgo de afirmar que era Ref el que había visto. Después de todo, la luz se mostraba bastante oscura hasta para esas máquinas, según me imagino la situación; sólo que no sé qué hará Barl. Ni siquiera sé si la oyó o no. Este es el asunto que me ha estado preocupando desde que comenzó lo del Esket; la coordinación tendría que ser difícil por fuerza con toda nuestra comunicación a larga distancia pasando por la estación humana. Si algo así sucediese, como siempre es probable, antes de que desarrollásemos y pusiéramos en funcionamiento nuestros propios sistemas de comunicación, terminaríamos sobre una balsa sin orzas de deriva y con rompientes a sotavento. —Se detuvo y pensó brevemente—. ¿Hizo Kabremm algún arreglo con vuestro grupo en cuanto a futuras comunicaciones cuando quitamos de en medio el aparato?

—No que yo sepa, señor. Vuestras órdenes de separarnos y marchar en direcciones opuestas llegaron antes de decir mucho.

—Muy bien. Tú sigue adelante y yo pensaré en algo.

—Lo que siempre me preocupó —replicó el marinero, mientras reanudaba el ataque al hielo— fue qué pasaría cuando se enterasen de lo que estábamos haciendo. Me digo a mí mismo que no nos abandonarían aquí; no parecen tan firmes, ni siquiera en asunto de negocios; pero podrían hacerlo mientras no tengamos nuestras propias naves espaciales.

—Fue justamente un temor parecido lo que impulsó al comandante a emprender todo el proyecto, como sabes —replicó Dondragmer—. Parecen seres bien intencionados, tan dignos de confianza como lo permite la corta duración de su vida. Yo personalmente confío en ellos tanto como en cualquier otro. Sin embargo son diferentes, y nunca se está completamente seguro de lo que considerarán motivo o excusa adecuados para tomar alguna acción extraña. Esa es la razón por la que Barlennan quería que fuésemos capaces de arreglárnoslas solos en este mundo en cuanto fuese posible y sin que lo supieran. Algunos podrían haber preferido que siguiésemos dependiendo de ellos.

—Lo sé.

—Las minas fueron un gran paso y los dirigibles un triunfo, pero nos falta mucho, mucho aún para poder pasar sin los generadores humanos; y a veces me pregunto si el comandante comprende lo muy por detrás de esas cosas que en realidad estamos.

«Pero charlar no resuelve los problemas. Tengo que hablar otra vez con los seres humanos. Espero que no mencionar a Kabremm no provocará sospechas; por lo menos serán consistentes con el plan de la identidad equivocada, si tenemos que usarlo. Adelante. Hazme una señal cuando la escotilla principal esté libre.

El marinero hizo un gesto de comprensión y complicidad, y al fin Dondragmer llegó al puente.

Había mucho que contar a los seres humanos sin mencionar a Kabremm, y el capitán comenzó en cuanto hubo doblado su traje.

—Por lo menos uno de los timoneles estuvo algún tiempo bajo el casco; probablemente los dos lo estuvieron, pero no pude encontrar rastro de ninguno, excepto lo que habían hecho intentando escapar; no puedo pensar en otra razón para aquel trabajo; ciertamente, no era el trabajo asignado. Rompieron dos de las ruedas en el proceso. Gran parte del espacio está todavía helado, y me temo que estén entre el hielo. Buscaremos más cuidadosamente con luces cuando vuelva la tripulación y tenga hombres disponibles. El agua, o lo que fuese, hervida por nuestro calentador, formó una capa de hielo sobre el casco que ha cerrado la compuerta principal; debemos conseguir su puesta en servicio tan rápidamente como sea posible. Hay mucho equipo que ahora no puede ser llevado al exterior si tuviésemos que abandonar el Kwembly y mucho que no puede ser trasladado dentro porque no pasará por ninguna otra compuerta.

«Además, el uso de ese calentador provocó la fusión de cerca de un cuerpo del cable del radiador. No veo cómo vamos a reparar el refrigerador si conseguimos liberar al Kwembly. Esto quizá no sea de importancia inmediata, pero si conseguimos ponerlo de nuevo en funcionamiento, tendríamos que pensarlo dos veces antes de penetrar profundamente en Low Alfa sin refrigeración. Una de las pocas cosas de las que parecéis estar realmente seguros es de que el área de baja presión es producida por una temperatura alta, seguramente provocada por calor interno, y sé que averiguarlo tiene una gran importancia para vosotros. Prácticamente no hay metal en el vehículo, y una de las pocas cosas que comprendo sobre ese refrigerador es que el radiador exterior tiene que ser un conductor eléctrico. ¿No es así?

El capitán esperó la contestación con algún interés. Confiaba en que los problemas técnicos desviarían el interés de los humanos del asunto del Esket y Kabremm, pero sabía que esto no habría servido si él mismo se hallase al otro extremo de la conversación. Por supuesto, Benj Hoffman era joven; pero seguramente no sería la única persona allí.

Benj contestó; no parecía muy interesado en la tecnología.

—Si crees que están entre el hielo, ¿por qué no baja gente ahora mismo a buscarlos? Podrían estar vivos todavía dentro de esos trajes, ¿no es verdad? Hace un poco dijiste que nadie lo sabía con certeza, pero que por lo menos no se sofocarían. Me parece que cuanto más retrases encontrarlos, menos probabilidades de vivir. ¿No es ése el problema más importante ahora mismo?

La voz de Easy irrumpió antes de que Dondragmer pudiese componer una respuesta; parecía estar hablando a su hijo tanto como al capitán.

—No es lo más importante. El Kwembly es sinónimo de las vidas de todos sus tripulantes, Benj. El capitán no está siendo cruel con sus hombres. Sé lo que sientes por tu amigo, y está muy bien; pero una persona con responsabilidades tiene que pensar, además de sentir.

—Creí que estabas de mi parte.

—Comparto fuertemente tus sentimientos; pero eso no me impide saber que el capitán tiene razón.

—Supongo que Barlennan reaccionaría de la misma forma. ¿Le has preguntado qué tendría que hacer Dondragmer?

—No se lo he preguntado, pero conoce la situación; si no lo crees, ahí está el micrófono. Hazle tu visión del asunto. Personalmente, no creo que piense en corregir a Dondragmer o a cualquier otro capitán de un vehículo en un asunto así, estando él ausente del escenario.

Hubo una pausa mientras Benj buscaba las palabras para refutar esta afirmación; todavía era bastante joven como para creer que había algo inhumano en pensar más de una cosa por adelantado cada vez. Después de unos diez minutos de silencio, Dondragmer dio por sentado que la transmisión de la estación había terminado y que se imponía una réplica.

—La señora Hoffman (creo haber reconocido su voz) tiene toda la razón, Benj. No me he olvidado de Beetchermarlf, como tampoco tú te has olvidado de Takoorch, aunque hasta para mí es evidente que piensas menos en él. Se trata sencillamente de que tengo que considerar más vidas que las suyas. Temo que tendré que dejarle a ella cualquier otra discusión sobre esto. ¿Podrías hacer que alguno de vuestros ingenieros comenzase a pensar en el problema de mi refrigeración, por favor? Probablemente veas a Borndender trepando por el casco con su muestra; el informe sobre la corriente debería estar aquí dentro de unos cuantos minutos. Si el señor McDevitt continúa allí, por favor, que espere. Si se ha marchado, ¿puedes llamarlo?

Según había dicho el capitán, los observadores habían visto a un mesklinita subiendo, aunque ni siquiera Easy había reconocido a Borndender. Antes de que Benj pudiese decir algo, McDevitt contestó:

—Todavía estoy aquí, capitán. Esperaré. En cuanto el análisis esté aquí, lo llevaré al computador. Si Borndender tiene algunos datos que enviar sobre la presión y la temperatura, junto con la información química, serán útiles.

Benj no se sentía feliz, pero hasta él se daba cuenta de que no era el momento para otra interrupción. Además, su padre acababa de entrar en la sala de Comunicaciones, acompañado por Aucoin y Mersereau. Prudentemente se deslizó de su asiento ante la pantalla del puente para dejar sitio al planificador, aunque estaba demasiado enfadado y molesto como para esperar que sus palabras de los últimos minutos, tan malamente escogidas, no fuesen mencionadas. Ni siquiera se sintió aliviado cuando Easy, poniendo al corriente a los recién llegados, no mencionó la cuestión de los timoneles desaparecidos.

Su relato fue interrumpido por la voz de Dondragmer.

—Borndender dice que ha comprobado la densidad y la temperatura de ebullición del líquido de esa corriente; es casi tres octavos de amoníaco y cinco octavos de agua. Dice también que la temperatura exterior es 71, la presión 26,6 atmósferas estándar (nuestro estándar, por supuesto), y el viento ligeramente del noroeste, 21 grados para ser más precisos, a 120 cables por hora. Una ligera brisa. ¿Será eso suficiente para vuestro computador?

—Todo servirá. Me marcho —replicó McDevitt, mientras se levantaba y se dirigía hacia la puerta. Cuando alcanzaba la salida, miró hacia atrás pensativamente, se detuvo y llamó:

—Benj, siento apartarte de las pantallas en este momento, pero creo que sería mejor que vinieses conmigo un rato. Puedes ayudarme a comprobar los datos; después trae aquí, si quieres, el resultado preliminar y díselo a Dondragmer, mientras yo hago la segunda vuelta.

Easy ocultó su aprobación cuando Benj, en silencio, siguió a su superior. Se dividía entre McDevitt por encauzar la atención en una dirección más sana y su hijo por mostrar más autocontrol del que ella había esperado.

Aucoin no prestó ninguna atención al intercambio; todavía estaba intentando aclarar su imagen del estado actual de las cosas.

—Supongo que no ha aparecido nadie del personal desaparecido —dijo—. Muy bien. He estado pensando. Supongo que Barlennan ha sido informado, según decidimos hace unas pocas horas. ¿Ha sucedido algo más que se le haya dicho a él, pero no a mí?

Easy levantó rápidamente la vista, intentando captar pruebas de resentimiento en el rostro del administrador; pero éste pareció no darse cuenta de que sus palabras podían ser interpretadas como una crítica. Ella pensó rápidamente antes de contestar.

—Sí. Hace unas tres horas, Cavanaugh informó que algo pasaba en las pantallas del Esket. Vio un par de objetos resbalando o rodando sobre el suelo del laboratorio de un lado a otro de la pantalla. Yo comencé a vigilar, pero no ha sucedido nada desde entonces.

«Después, una hora más tarde, el grupo de rescate que Don había enviado en busca de los helicópteros perdidos encontró a un mesklinita; por supuesto, nosotros al principio pensamos que sería uno de los pilotos; cuando se acercó al transmisor reconocí a Kabremm, el primer oficial del Esket.

—¿A diez mil kilómetros de donde se supone que murió la tripulación del Esket?

—Sí.

—¿Se lo dijiste a Barlennan?

—Sí.

—¿Qué dijo?

—Nada concreto. Se dio por enterado del informe, pero no ofreció ninguna teoría.

—¿Ni siquiera te preguntó si estabas segura de la identificación, o en qué la basabas?

—No.

—Bien, si no te importa, a mí me gustaría hacerlo. ¿Cómo reconociste a Kabremm y cómo estás segura de que era él?

—Le conocía, antes de la pérdida del Esket, lo bastante bien como para que sea difícil decir lo que no es; sencillamente es distinto en su distribución de color, su postura y su forma de andar, de la misma forma que tú, Ib y Boyd sois distintos.

—¿La luz era lo bastante clara como para apreciar el color? Allá abajo es de noche.

—Había luces cerca del aparato, aunque la mayor parte se encontraban delante de él, dentro del campo visual, y Kabremm estaba casi por completo iluminado por la espalda.

—¿Conoces bien a los dos desaparecidos para estar segura de que no era ninguno de ellos? ¿Sabes si alguno se parece mucho a Kabremm?

Easy se sonrojó.

—Ciertamente no era Kervenser, el primer oficial de Don. Me temo que no conozco a Reffel lo bastante bien como para estar segura; esa posibilidad no se me había ocurrido. Simplemente vi al hombre y grité su nombre casi por un reflejo. Después de eso no pude hacer más que informar; el micrófono de la colonia estaba activado en aquel momento, y Barlennan, o quienquiera que estuviese de guardia, no hubiese podido evitar oírme.

—Entonces ¿hay una razonable probabilidad de que la falta de comentarios de Barlennan fuese un intento cortés para no avergonzarte, no comentando algo que debe haberle parecido un error estúpido?

—Supongo que es posible.

Easy no podía dar más que información. Sabía que su opinión probablemente no era objetiva.

—Entonces creo —dijo Aucoin lenta y pensativamente— que sería mejor que yo mismo hablase con Barlennan. ¿Dices que no ha pasado nada más en el Esket desde que Cavanaugh vio rodar esos objetos?

—Yo no he visto nada. El equipo del puente, por supuesto, enfoca la oscuridad, pero los otros tres están perfectamente bien iluminados, y no han mostrado cambios, excepto ése.

—Muy bien. Barlennan conoce nuestro idioma bastante bien, según mi experiencia, de forma que no te necesitaré para que traduzcas.

—Oh, no; él te entenderá. ¿Quieres decir que preferirías que yo me marchase?

—No, no. De hecho, será mejor que escuches y me avises si crees que podría estar desarrollándose algún error.

Aucoin alcanzó el conmutador del micrófono de la colonia, pero antes de cerrarlo echó una ojeada hacia Easy.

—No te importará que me asegure de la opinión de Barlennan sobre la identificación de Kabremm, ¿verdad? Creo que nuestro mayor problema es qué hacer con respecto al Kwembly, pero me gustaría arreglar también esa cuestión. Después que planteaste el asunto, no me gustaría que Barlennan adquiriese la noción de que estábamos intentando censurar algo, para decirlo con las mismas palabras que empleó Ib en la reunión.

Se apartó y llamó a Dhrawn.

Barlennan se encontraba en la cámara de Comunicaciones de la colonia; así que no se perdió tiempo en llegar hasta él. Aucoin se identificó en cuanto estuvo seguro de que el comandante estaba en el otro extremo, y comenzó su charla.

Easy, Ib y Boyd la encontraron repetitiva hasta molestar, pero tuvieron que admirar la habilidad con que el planificador recalcaba sus propias ideas. Esencialmente, estaba intentando desviar cualquier sugerencia de que se enviase otro vehículo a rescatar al Kwembly, sin sugerir en absoluto algo así. Era un trabajo muy difícil de manipulación del lenguaje, aunque el asunto había sido el más importante en la mente de Aucoin desde la conferencia; así que, aun cuando no se trataba más que de una improvisación, tenía el mérito de una obra de arte, como Ib observó más tarde. Mencionó la identificación de Kabremm por Easy, pero tan fugazmente que ésta casi no reconoció el asunto. No llegó a decir que debía haber sido un error, aunque obviamente no daba importancia al incidente.

Era una pena, como observó Easy más tarde, que una elocuencia tan retocada fuese malgastada completamente. Por supuesto, Aucoin no podía saber, como ningún otro ser humano, que la identificación de Kabremm constituía la principal preocupación de Barlennan en el momento y que durante dos horas no había pensado en otra cosa. Enfrentado con el colapso inminente de su complejo esquema y sin una alternativa preparada, como rápidamente y con vergüenza había comprendido, empleó aquellas horas en pensar furiosa y rápidamente. Cuando Aucoin llamó, Barlennan tenía preparados los primeros pasos de otro plan. Estaba esperando con tanta ansiedad la oportunidad de ponerlo en práctica, que prestó poca atención a las palabras, bellamente seleccionadas, del planificador. Cuando hubo una pausa, Barlennan tenía preparado su propio discurso, el cual tenía asombrosamente poco que ver con lo que acababa de decirse.

La pausa en realidad no había tenido el objeto de dar tiempo a una respuesta; Aucoin se había detenido un momento para revisar mentalmente lo que había dicho y lo que debería decir a continuación. Pero Mersereau le detuvo cuando iba a reemprender la conversación.

—Ese descanso ha sido lo bastante largo como para que Barlennan suponga que has terminado y esperas una contestación —dijo—. Es mejor que esperes. Probablemente ahora ha comenzado a hablar antes de que llegue allí lo que ibas a decir.

Obedientemente, el administrador esperó. Después de todo, una convención era una convención. Estaba preparado para ser sarcástico si Mersereau se equivocaba, pero la voz del comandante mesklinita llegó en el segundo esperado… Ib y Easy pensaron más tarde que antes lo que se hubiesen atrevido a apostar.

—He estado pensando profundamente desde que la señora Hoffman me habló de Kabremm —dijo—, y la única teoría que he podido encontrar es ésta. Como sabéis, siempre ha estado en nuestra mente la posibilidad de que aquí en Dhrawn hubiese una especie inteligente. Tus científicos estaban seguros de que incluso antes del aterrizaje había vida de un alto nivel de organización, a causa del aire rico en oxígeno, según dijeron. Sé que no hemos encontrado nada, excepto plantas sencillas y animales prácticamente microscópicos, pero el Esket se había aventurado en Low Alfa más que ninguno de los otros vehículos y ahí las condiciones son diferentes. Ciertamente la temperatura es más alta, y no sabemos cómo puede cambiar eso otros factores.

«Hasta ahora, la probabilidad de que el Esket se hubiese encontrado con una oposición inteligente era sólo una posibilidad, sin más soporte que cualquier otra idea que pudiésemos tener en la cabeza. Sin embargo, como vuestra propia gente ha señalado repetidamente, ningún tripulante hubiese podido vivir tanto tiempo sin el sistema de soporte del vehículo o algo de ese tipo. Ciertamente no hubiesen podido viajar desde donde se encuentra todavía el Esket, según lo que sabemos, hasta la vecindad de Dondragmer. Me parece que la presencia de Kabremm allí es una evidencia convincente de que la tripulación de Destigmet encontró y fue capturada por nativos de Dhrawn. No sé por qué Kabremm ha podido dar con el grupo de rescate; quizá se escapó, pero es difícil comprender cómo podría haberlo intentado bajo tales circunstancias. Más probablemente ellos le enviaron deliberadamente para hacer contactos. Me gustaría mucho que pasases a Dondragmer esta idea para saber qué opina y para que averigüe lo que pueda por Kabremm si todavía está allí. No me habéis dicho si continuaba con el grupo de rescate o no. ¿Podéis hacerlo?

En el rompecabezas mental de Ib Hoffman, varias piezas encontraron su sitio. Su silencioso aplauso no fue advertido ni siquiera por Easy.

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