XI. JUGANDO CON CABLES

En realidad, no fue por completo culpa de Kabremm, aunque Barlennan tardó mucho en perdonarle. El transmisor había estado lejos de las luces. Cuando el recién llegado encontró al grupo de Stakendee, no había podido verlo; después no lo había advertido; no lo reconoció hasta que estuvo a menos de un metro. Incluso entonces no se preocupó demasiado; todos los seres humanos le parecían iguales. Supuso que su propia gente parecería por lo menos tan indistinguible a los ojos de los humanos, y aunque deliberadamente no se hubiese puesto a la vista, una retirada repentina o cualquier intento de ocultarse hubiese sido mucho más sospechoso que permanecer tranquilamente donde estaba.

Cuando la voz de Easy salió del micrófono con su nombre, era sesenta y cuatro segundos demasiado tarde para hacer nada. Stakendee, cuya respuesta refleja ante el sonido fue avanzar hacia el obturador sobre el equipo visual, comprendió a tiempo que esto sólo empeoraría las cosas. Lo que tendrían que hacer no estaba claro para ninguno de ellos. Ninguno era un experto en intrigas, aunque Mesklin no era más inocente en cuestión de supercherías políticas que en variedad comercial. Ninguno resultaba particularmente rápido de mente. Al contrario de Dondragmer, ambos apoyaban con entusiasmo el engaño sobre el Esket, comprendiendo que cualquier cosa que hiciesen o dejasen de hacer, en relación a este error, probablemente chocaría con lo que pudiesen efectuar Barlennan o Dondragmer. La coordinación era imposible.

Stakendee pensó, después de algunos segundos, en intentar dirigirse a Kabremm como si fuese uno de los desaparecidos Reffel o Kervenser, pero dudaba que pudiese conseguirlo. La señora Hoffman debía de haberlo reconocido con bastante seguridad para haber hablado tan enfáticamente como lo había hecho, y la respuesta de Kabremm no era probable que sirviese de nada. Seguramente no conocía el status de ninguno de los hombres desaparecidos.

El ser humano no había dicho más después de la pregunta; debía estar esperando una contestación. ¡Qué habría visto entre el momento que terminó de hablar y aquel retraso!

Barlennan también había oído el grito de Easy, y se encontraba exactamente en el mismo conflicto. Sólo podía hacer suposiciones sobre la presencia de Kabremm en un lugar cerca del Kwembly, aunque el incidente del corte de comunicaciones de Reffel le había preparado para algo semejante. Únicamente uno de los tres dirigibles era utilizado en el vuelo regular entre el emplazamiento del Esket y la colonia; los otros estaban bajo el control de Destigmet, generalmente explorando. Sin embargo, Dhrawn era lo bastante grande como para que la presencia de uno de ellos en los alrededores del Kwembly fuese una gran sorpresa.

Sin embargo, parecía haber sucedido. Era simplemente mala suerte, resumió Barlennan, aumentada por el hecho de que el único ser humano en todo el universo que posiblemente podía reconocer a Kabremm de vista se había encontrado en un puesto donde podía verle cuando ocurrió el desliz. Por tanto, los seres humanos sabían ahora que la tripulación del Esket no había sido suprimida. No se había pensado nada, en caso de un descubrimiento semejante. No existía ninguna historia planeada y ensayada que Barlennan pudiese suponer que Kabremm utilizaría. Quizá Dondragmer haría algo; podía suponerse que haría todo lo que pudiese, sin tener en cuenta lo que pensaba de todo el asunto, pero era difícil ver qué podía hacer. El problema estaba en que el propio Barlennan no tendría idea de lo que Dondragmer habría dicho y no sabría qué decir cuando las preguntas se dirigiesen a la colonia, como sucedería con seguridad. Probablemente la práctica más segura era afirmar una completa ignorancia y pedir honradamente un informe de Dondragmer tan completo como fuese posible. Al menos, el capitán evitaría que Kabremm, quien se había estado haciendo el desentendido, estropease todo el tinglado.

Fue afortunado para la paz de mente de Barlennan que no comprendiese dónde había sido visto Kabremm. Unos cuantos segundos antes de su grito de reconocimiento, Easy le había dicho que Benj estaba informando de algo desde una pantalla del Kwembly, o habría supuesto que Kabremm había penetrado inadvertidamente dentro del campo visual de un comunicador del Esket. No conocía detalles sobre el grupo de búsqueda de Stakendee, por lo cual supuso que el incidente había ocurrido en el Kwembly, y no ocho kilómetros más lejos. Teniendo en cuenta las circunstancias, ocho kilómetros eran tan malos como ocho mil; la comunicación entre los mesklinitas que no estuviesen en un radio capaz de permitir oírse a gritos, tenía que pasar por los humanos; Dondragmer no se encontraba en mejor posición de cubrir el error de lo que estaba el propio Barlennan. Sin embargo, el capitán del Kwembly se las arregló para hacerlo de forma completamente casual.

El también había oído la exclamación de Easy mejor que Barlennan, en vista de la posición de la mujer entre los micrófonos. Sin embargo, para él resultaba poco más que una distracción, porque su mente estaba completamente absorta con unas palabras que Benj había pronunciado unos cuantos segundos antes. De hecho, se sintió muy molesto; por ello hizo algo que todo el mundo con cierta experiencia en la comunicación Dhrawn-satélite había aprendido a no hacer hacía tiempo. Había interrumpido, enviando una llamada urgente a la estación mientras Benj todavía hablaba.

—¡Por favor! Antes que nada decidme más sobre ese líquido. Por lo que has dicho, tengo la impresión de que hay un arroyo corriendo por el lecho del río delante del receptor visual de Stakendee. Si es así, envía estas órdenes inmediatamente; Stak, con dos hombres para llevar el comunicador, va a seguir inmediatamente ese arroyo corriente arriba, manteniéndote informado sobre su naturaleza y a mí a través de ti; particularmente si está creciendo. Los otros tres van a seguirlo para averiguar su proximidad al Kwembly; cuando se hayan asegurado de esto, que vuelvan rápidamente con la información. Más tarde me interesaré por el que habéis encontrado. Me alegra que haya aparecido uno de ellos. Si este riachuelo es el principio de la próxima riada, tendremos que detener todo lo demás, sacando el equipo de soporte vital fuera del vehículo y del valle. Por favor, comprueba esto y transmite a Stakendee dichas órdenes ahora mismo.

Esta petición comenzó a llegar justo cuando Easy empezó su frase y mucho antes de que Kabremm o Barlennan pudiesen haber replicado. Mersereau y Aucoin continuaban ausentes; por tanto, Benj no vaciló en pasar las órdenes de Dondragmer. Easy, después de un segundo o dos de pensamiento, almacenó la cuestión de Kabremm y transmitió la misma información a Barlennan. Si Don consideraba que la situación era de emergencia, ella estaba dispuesta a aceptar su opinión; él estaba en el lugar de los hechos. Sin embargo, no apartó los ojos de la pantalla que mostraba la imagen de Kabremm. Su presencia todavía necesitaba una explicación. En este punto, ella también ayudó a Barlennan sin darse cuenta. Después de completar la transmisión de las órdenes de Dondragmer, añadió un informe propio que clarificó mucho la situación al comandante.

—No sé lo informado que te encuentras, Barl; han estado pasando cosas bastante repentinamente. Don envió un grupo a pie con un comunicador para buscar a Kervenser y Reffel. Este era el grupo que encontró el arroyo que está preocupando tanto a Don, y a la vez dio con Kabremm. No sé cómo llegó allí, a miles de kilómetros del Esket, pero conseguiremos su historia y te la transmitiremos tan pronto como sea posible. A veces me he preguntado si él o alguno de los otros estaban vivos, pero nunca tuve verdaderas esperanzas. Sé que el equipo de soporte vital en los vehículos es supuestamente portátil, en caso de que los vehículos tengan que ser abandonados; pero no ha habido nunca ninguna señal de que algo haya sido retirado del Esket. Estas noticias serán útiles, además de agradables; debe haber algún medio de que tu gente viva, por lo menos en algunas partes de Dhrawn, sin equipo humano.

La contestación de Barlennan fue un enterado-más-gracias convencional, enviado distraídamente. La última frase de Easy había provocado en su mente una nueva cadena de ideas.

Benj prestó poca atención a las palabras de su madre, puesto que tenía una conversación. Transmitió al grupo de exploración la orden de Dondragmer, vio cómo el grupo se dividía de acuerdo con ella, aunque no pudo interpretar la confusión causada por Kabremm al decirle a Stakendee cómo había llegado allí; después informó sobre el comienzo de la nueva misión al capitán. Sin embargo, continuó el informe con comentarios propios.

—Capitán, espero que esto no necesite todos los hombres. Sé que llevar el equipamiento vital a la ladera significa un montón de trabajo, pero seguramente puedes continuar con la tarea de derretir el Kwembly. No vas a abandonar el vehículo, ¿verdad? Beetch y su amigo todavía están debajo; no puedes abandonarlos. No se necesitarán muchos hombres para hacer funcionar el calentador, me parece a mí.

Para entonces, Dondragmer se había formado una idea básica bastante clara sobre la personalidad de Benj, aunque algunos aspectos detallados estaban fundamentalmente más allá de su comprensión. Contestó con el mayor tacto que pudo.

—Ciertamente no abandonaré el Kwembly mientras haya una probabilidad razonable de salvarlo —dijo—, pero la presencia de líquido a sólo unos cuantos kilómetros de distancia me fuerza a suponer que el riesgo de otra riada es ahora muy alto. Mi tripulación, como grupo, está primero. La barra de metal que hemos cortado del casco descenderá al suelo en unos cuantos minutos más. Respecto a este hecho, sólo Borndender y otro hombre quedarán para ocuparse del calentador. Todos los demás, excepto, por supuesto, la cuadrilla de Stakendee, comenzarán inmediatamente a llevar las cisternas de las plantas y las luces al borde del valle. No quiero abandonar a mis timoneles, pero si llegasen noticias ciertas de que se acerca bastante agua, todos nos dirigiremos a un terreno más elevado, hayan sido encontrados o no los desaparecidos. Supongo que no te gusta la idea, pero estoy seguro de que comprendes por qué no hay otro rumbo posible.

El capitán quedó en silencio, sin saber ni importarle mucho si Benj tenía una contestación para eso; había muchas más cosas que considerar. Permaneció mirando cómo la pesada barra de metal (si las ideas de todos funcionaban, iba a ser un calentador) era descendida hacia el costado de estribor del Kwembly. Le ataron unos cables pasados por los estribos de sujeción por unos hombres sobre el hielo, que iban soltando cuidadosamente el cable bajo las órdenes de Proffen. Colgado sobre el panel de la compuerta del helicóptero, con su extremo delantero llevado a diez centímetros, Proffen vigilaba y ordenaba por medio de gestos, mientras la parte de estribor de la larga barra metálica se deslizaba con lentitud apartándose de él y el otro lado se aproximaba.

Dondragmer se estremeció ligeramente cuando el marinero estuvo a punto de ser barrido del casco por la plateada aleación, pero Proffen la dejó pasar bajo él con bastantes de sus patas sobre el plástico todavía y, por lo menos, tres pares de pinzas sujetando los estribos. Cuando este riesgo personal terminó, dejó que los hombres de los cables trabajasen un poco más rápido; les llevó menos de cinco minutos posar la barra sobre el hielo.

Dondragmer se había vuelto a poner su traje durante la última parte de la operación, y había salido otra vez al casco, desde donde gritó varias órdenes. Todos los que se encontraban fuera se dirigieron obedientemente a la escotilla principal para comenzar a transferir el equipo de soporte vital; el propio capitán volvió a entrar en el puente para ponerse de nuevo en contacto por radio con Benj y Stakendee.

El muchacho no había dicho nada durante el descenso de la barra, realizado a la vista del comunicador del puente. Lo que él podía ver no necesitaba explicaciones. Se sentía un poco infeliz ante la desaparición de la tripulación después de aquello, puesto que Dondragmer tenía razón. A Benj no le gustaba la idea de que todo el grupo fuese utilizado en la operación de abandono del vehículo. La emergencia de dos mesklinitas con un generador le proporcionó algo que ver, además de la lenta ascensión de Stakendee corriente arriba en la pantalla adyacente.

Benj no sabía cuál de los dos era Borndender. Sin embargo, sus acciones eran más interesantes que su identidad, especialmente sus problemas con el radiador.

El cable resultaba lo bastante rígido como para conservar bien su forma cuando fue trasladado; ahora se encontraba sobre el hielo en forma muy parecida a como había sido cuando estaba unido al casco, una especie de horquilla larga y estrecha, con una serie de entrantes en ángulo recto cerca del centro, donde había silueteado la compuerta del helicóptero; los extremos cortados habían estado separados medio metros. El componente vertical original de la curvatura, impreso antes por la forma del casco, estaba ahora achatado por la gravedad. La unidad había sido girada durante el descenso, de forma que las grapas que la habían unido al plástico se encontraban ahora señalando hacia arriba; de aquí que hubiese buen contacto con el hielo durante toda su longitud.

Los mesklinitas pasaron unos cuantos minutos intentando enderezarlo; Benj tenía la impresión de que querían colocarlo lo más cerca posible a lo largo del costado del vehículo. Sin embargo, al fin se dieron cuenta de que de todas formas los extremos libres tendrían que estar cerca para poderlos introducir en el mismo generador, de modo que dejaron en paz el cable y arrastraron hasta allí la unidad energética. Uno de ellos examinó cuidadosamente las cavidades en el generador y los extremos del cable, mientras el otro permanecía a su lado.

Benj no podía ver bien la caja, puesto que su imagen en la pantalla era muy pequeña, pero estaba familiarizado con máquinas semejantes. Era una pieza estándar de equipamiento, que había necesitado muy pocas modificaciones para resultar utilizable en Dhrawn. Había varias clases de toma de energía, además del campo rotatorio utilizado para la conducción mecánica. La corriente eléctrica directa que Borndender quería, podía obtenerse de varios sitios; en los lados opuestos del generador había unas placas de contacto, que podían ser activadas, además de varios tamaños diferentes de enchufes bipolares y de simples enchufes monopolares en los lados opuestos de la caja. Las placas hubieran sido lo más fácil de utilizar, pero los mesklinitas, según se enteró más tarde Benj, las habían considerado demasiado peligrosas; escogieron utilizar los enchufes. Esto quería decir que un extremo de la horquilla tenía que penetrar en un extremo de la unidad y el otro en el opuesto. Borndender ya sabía que el cable era un poco grande para aquellos agujeros. Tendría que ser limado, y había llevado consigo las herramientas apropiadas; esto no constituía un problema. Sin embargo, torcer los extremos para que una pequeña parte mirase la una a la otra era una cosa diferente. Mientras todavía trabajaba en este problema, el resto de la tripulación salía de la compuerta principal, cargada con las cisternas hidropónicas, bombas, luces y generadores, y se dirigía hacia la ladera norte del valle. Borndender los ignoró, excepto por una breve mirada, preguntándose al mismo tiempo si podría pedir alguna ayuda.

Las dos inclinaciones de noventa grados que tenía que conseguir no eran sólo un asunto de fuerza. El metal poseía una sección semicircular de un seis milímetros de radio. Benj lo consideraba un cable pesado, mientras para los mesklinitas se trataba de una barra. La aleación era bastante resistente, incluso a ciento setenta grados Kelvin; por tanto, no había riesgo de romperla. La fuerza mesklinita era igual a la tarea. Lo que les faltaba a los dos científicos, que convertía el asunto en una operación, en lugar de en un procedimiento, era tracción. El hielo bajo ellos era agua casi completamente pura, con un modesto porcentaje de amoníaco, no tan por debajo de su punto de fusión o tan alejado de la estructura ideal cristalina del hielo como para haber perdido su carácter resbaladizo. La pequeña área de las extremidades mesklinitas hacía que, a su paso normal, se agarrasen sobre él, lo que combinado con su baja estructura y sus muchas patas impedía que resbalasen andando normalmente alrededor del congelado Kwembly. Ahora bien, Borndender y su ayudante estaban intentando aplicar una gran fuerza lateral, y sus nueve kilos de peso no proporcionaban suficiente sostén para que sus garras se afianzasen. El metal se resistió a doblarse, y los largos cuerpos se aplastaron contra el hielo con la Tercera Ley de Newton en completo control de la situación. La visión era suficiente para que Benj se riese, a pesar de su preocupación, reacción que fue compartida por Seumas McDevitt, quien acababa de bajar del laboratorio meteorológico.

Finalmente Borndender resolvió su problema de ingeniería volviendo al Kwembly y sacando el material de taladrar. Con esto hizo media docena de agujeros en el hielo de medio metro de profundidad. Colocando barras del soporte de la torre del taladro en ellos, consiguió un apoyo para los músculos mesklinitas. Al fin la barra pasó de la forma de una horquilla a la de un compás.

Colocar sus extremos en las cavidades apropiadas fue relativamente fácil. Necesitó un modesto trabajo de elevación para subir el cable a los cinco centímetros de altura de los enchufes, pero aquí no había problemas de fuerza o de tracción, y se hizo en medio minuto. Con alguna duda, visible hasta para los observadores humanos, Borndender acercó los controles de la unidad energética. Los observadores estaban igualmente tensos; Dondragmer no se encontraba completamente seguro de que la operación fuese útil para su vehículo, pues sólo tenía las palabras de los seres humanos sobre esta situación en particular. Benj y McDevitt también tenían dudas sobre la eficacia del calentador.

Sus dudas fueron rápidamente apaciguadas. Los controles de seguridad introducidos en la unidad actuaron correctamente en lo que se refería a la protección de la propia máquina; sin embargo, no podía analizar detalladamente la carga exterior. Permitieron a la unidad suministrar una corriente, no un voltaje, hasta un límite determinado por el control manual. Por supuesto, Borndender lo había colocado en el valor más bajo posible. La resistencia duró durante varios segundos, y quizá lo habría hecho indefinidamente si los extremos no hubiesen estado fuera del hielo. En la mayor parte de la barra todo fue bien. Una nube de cristales de hierro microscópicos comenzó a elevarse en el momento en que llegó la energía, mientras el agua hervía alrededor del cable para helarse de nuevo en el denso y frígido aire. Ocultó la vista de cómo el cable se hundía en la superficie del hielo, pero nadie dudaba que esto era lo que sucedía.

Sin embargo, el último medio metro más o menos a cada extremo de la barra no estaba protegido por los calores latentes y muy específicos del agua. Aquellos centímetros de metal no dieron señales de la carga que llevaban durante unos tres segundos; después comenzaron a brillar. La resistencia del cable naturalmente subió con su temperatura, y en el esfuerzo para mantener una corriente constante, el generador aplicó más voltaje. El calor adicional desprendido se concentró casi por completo en las secciones ya sobrecalentadas. Durante un largo momento un brillo rojo, después blanco, iluminó la naciente nube, haciendo que Dondragmer se retirase involuntariamente al otro extremo del puente, mientras Borndender y su compañero se aplastaban contra el hielo.

Los observadores humanos gritaron, Benj sin palabras, McDevitt en protesta: «¡No puede explotar!» Por supuesto, sus reacciones eran demasiado tardías para significar algo. Para cuando la imagen alcanzó la estación, un extremo del cable se había derretido y el generador se había detenido automáticamente. Borndender, bastante sorprendido de encontrarse con vida, añadió al control automático el manual, y sin perder tiempo en informar al capitán, se dispuso a imaginarse lo que había pasado.

Esto no le llevó demasiado tiempo; era un pensador ordenado, y había absorbido un conocimiento alienígena mucho mayor que el de los timoneles, quienes todavía esperaban, a unos metros de distancia, su rescate. Comprendía la teoría y construcción de las unidades energéticas casi tan bien como un estudiante de escuela secundaria comprende la teoría y la construcción de un aparato de televisión; no podría construir uno por sí mismo, pero sí deducir razonablemente la causa de un fallo importante. Era más químico que físico en lo que se refería a su entrenamiento específico.

Mientras los seres humanos observaban sorprendidos y Dondragmer lo hacía con cierta ansiedad, los dos científicos repitieron la operación de doblar los extremos hasta que lo restante de la resistencia era utilizable otra vez. Con el equipo del taladro hicieron un foso lo bastante grande como para contener el generador en el fondo de la profunda cavidad excavada en el hielo por los primeros segundos de energía. Colocaron el generador en el agujero, conectaron los extremos una vez más y cubrieron todo con trozos de hielo producidos por la excavación, dejando únicamente los controles al descubierto. Después Borndender conectó de nuevo la energía, retirándose esta vez mucho más rápidamente que antes.

La nube blanca volvió a aparecer, pero esta vez creció y se extendió. Envolvió el costado próximo del Kwembly, incluyendo el puente, bloqueando la visión de Dondragmer y de la lente del comunicador. Al ser iluminado por los focos exteriores, atrajo la atención de la tripulación, que se acercaba ya al borde del valle, y de Stakendee y sus hombres, quienes se encontraban kilómetros al oeste. Esta vez todo el cable estaba sumergido en hielo derretido, que hervía como vapor caliente, se condensaba en forma líquida a una fracción de milímetro de distancia, se evaporaba otra vez con mucha menos violencia de la superficie del estanque que se ensanchaba y se condensaba de nuevo, esta vez en forma de hielo en el aire. El humeante estanque, originalmente de unos dos metros de anchura y de una longitud como unas tres cuartas partes de la del Kwembly, comenzó a bajar de nivel respecto del hielo que le rodeaba, pues su contenido era transportado en forma de polvo de hielo por el suave viento con más rapidez de lo que era reemplazado por el deshielo.

Una parte alcanzó el vehículo, y Dondragmer, que pudo verlo gracias a una momentánea hendidura en la tumultuosa niebla, tuvo repentinamente una idea aterradora. Se puso apresuradamente su traje y corrió hacia la puerta interna de la compuerta principal. Aquí vaciló; con la protección del traje no podía sentir si el vehículo se calentaba de forma peligrosa. No había termómetros internos, excepto en el laboratorio. Durante un momento pensó en coger uno; después decidió que sería arriesgado perder el tiempo, y abrió las válvulas de seguridad en la compuerta líquida. No sabía si el calor duraría lo suficiente para hacer hervir el amoníaco de la misma compuerta. El casco del Kwembly estaba muy bien aislado y la filtración sería lenta, pero no sentía deseos de tener dentro de su vehículo amoníaco hirviendo. Esto era un ejemplo de cómo un poco de conocimiento provocaba una preocupación superflua; la temperatura necesaria para llevar la presión del vapor de amoníaco cerca de las medidas ambientales habría hecho que una explosión fuese la última de las preocupaciones para los mesklinitas. Sin embargo, abriendo las válvulas no se hacía daño alguno, y el capitán se sintió mejor como resultado de su acción. Volvió rápidamente al puente para ver lo que había pasado.

Una suave brisa del oeste proporcionaba vistazos ocasionales, al barrer la niebla helada a un lado. Pudo ver que el nivel del estanque derretido era más bajo. Su área había aumentado enormemente, pero al pasar los minutos se hizo evidente que se había alcanzado una especie de límite. A veces veía a sus dos hombres reptando por un lado y otro, intentando encontrar una buena posición para ver lo que pasaba. Finalmente se colocaron casi debajo del puente, con la brisa a sus espaldas.

Durante algún tiempo el nivel del líquido pareció alcanzar un estado constante, aunque ninguno de los observadores podía comprender por qué. Más tarde decidieron que el estanque en expansión había llegado al espacio todavía líquido bajo el Kwembly, que había tardado sus buenos quince minutos en evaporarse. Al final de aquel tiempo las piedras en el lecho del río comenzaron a dejar ver sus partes superiores sobre la burbujeante agua, y el problema de desconectar el generador antes que otra porción de cable resultase destruida se le ocurrió a Dondragmer repentinamente.

Ahora sabían que no había peligro de que el generador explotase; sin embargo, varios centímetros de cable se habían derretido ya, por lo cual iba ser problemático reparar el refrigerador. No podía permitirse que esta situación empeorara, lo que ocurriría si se perdía más metal. Ahora, mientras el nivel del agua alcanzaba las piedras y el cable dejaba de descender con el hielo, el capitán se preguntó de repente si podría llegar a los controles con la suficiente rapidez para impedir la clase de saturación que había ocurrido antes. No malgastó el tiempo maldiciendo mentalmente a los científicos por no haber atado una cuerda a los controles requeridos; él tampoco lo había ideado a tiempo.

Se puso de nuevo su traje y salió por la escotilla del puente. Aquí la curva del casco ocultaba la vista del estanque, y comenzó a descender por los estribos tan rápidamente como podía con aquella pobre visibilidad. Mientras bajaba, gritó urgentemente a Borndender.

—¡No dejes que el cable vuelva a derretirse! ¡Desconecta la energía!

Un grito de contestación, aunque sin palabras, le comunicó que había sido escuchado, pero a través del blanco vacío no llegó ninguna otra información. Continuó bajando hasta alcanzar finalmente el fondo de la curva del casco. Debajo, separada de su nivel por la espesura del colchón y por dos tercios de la altura de las ruedas, se encontraba la superficie del agua, humeando débilmente. Por supuesto, bajo esta presión no hervía activamente, pero estaba caliente incluso por estándares humanos, y el capitán no se hacía ilusiones sobre la capacidad del traje para protegerle. Se le ocurrió un poco tarde que había una probabilidad de que acabase de cocer vivos a sus dos perdidos timoneles. Fue sólo una idea de paso; había trabajo que hacer.

El generador se encontraba muy hacia atrás de su posición actual, pero la superficie más cercana sobre la cual podía caminar estaba delante. Iba a ser un problema llegar hasta la unidad por cualquier lado, ya que seguramente estaría ahora rodeada por agua caliente; pero si iba a ser necesario un salto, los estribos del casco aparecían como el punto menos indicado para un despegue. Dondragmer siguió hacia delante.

Esto le llevó al aire limpio casi de repente, y vio que sus dos hombres habían desaparecido. Seguramente habían comenzado por el lado extremo del estanque con la esperanza de cumplir su orden. El capitán continuó hacia delante, y en un metro o dos vio que era posible descender a suelo firme. Lo hizo así, y se echó a correr tras lo que esperaba fuese el rastro de sus hombres.

Casi de repente tuvo que frenar, pues su carrera lo llevó otra vez a la niebla de hielo. Se encontraba demasiado cercano al borde del estanque para correr riesgos. Mientras caminaba llamó varias veces y se sintió reconfortado al oír que cada grito era contestado por otro. Sus hombres todavía no habían caído.

Les alcanzó casi bajo la popa del vehículo, habiendo bordeado por completo la parte del estanque que no limitaba con el casco. Ninguno de ellos había obtenido nada; el generador estaba no sólo fuera de alcance, sino también fuera de la vista. Saltar hubiese sido una completa locura, aunque los mesklinitas tendían normalmente a pensarlo así. Borndender y su ayudante no lo habían pensado. La idea sólo se le había ocurrido a Dondragmer, a causa de sus extrañas experiencias en la zona ecuatorial de baja gravedad de Mesklin hacía mucho tiempo.

Pero no quedaba mucho tiempo. Mirando por encima del límite del hielo, los tres podían ver las redondeadas cimas de las rocas, separadas por superficies de agua, que se estrechaban mientras ellos miraban. Ahora el cable tenía que estar prácticamente en seco; sólo la casualidad lo hubiese hecho posarse entre las piedras en un punto mucho más bajo que su altura media, con el agua protectora allí. El capitán había estado sopesando los riesgos durante unos minutos; sin dudarlo más y sin dar ninguna orden, saltó sobre el borde y cayó medio metro más abajo encima de la parte superior de una de las rocas.

Era la energía equivalente a la de una caída desde un octavo piso en la Tierra, y hasta el mesklinita se sintió sacudido. Sin embargo, mantuvo su autocontrol. Un grito les dijo a los de arriba que había sobrevivido sin serios daños y les avisó que no le siguieran, en caso de que el orgullo les proporcionase un impulso que ciertamente no les vendría de la inteligencia. El capitán, habiendo dado aquella orden, relegó a los científicos al fondo de su mente y se concentró en el paso siguiente.

La roca más cercana, con suficiente espacio libre para acomodarle, estaba a medio metro, pero por lo menos era visible. Había otra aún mejor, ligeramente apartada, que exponía sólo a seis centímetros cuadrados de su superficie. Dos segundos después de analizar esta situación, Dondragmer estaba medio metro más cerca del generador y buscaba otro punto de apoyo. El solitario centímetro cuadrado de piedra intermedia había sido tocada quizá por cuatro metros, mientras la forma roja y negra de su cuerpo pasaba de ella a la segunda roca.

El próximo paso fue más dificultoso. Resultaba más difícil estar seguro del camino a seguir, puesto que el casco que había proporcionado la orientación era apenas visible; además, no había superficies grandes tan próximas como aquella desde la que venía. Vaciló mirando y planeando; la cuestión quedó resuelta antes de que alcanzase una decisión. El ruido gorgoteante que había continuado durante muchos minutos mientras el agua explotaba en vapor contra el cable caliente y caía casi al instante de nuevo bajo la presión atmosférica de Dhrawn se detuvo abruptamente; Dondragmer supo que llegaba tarde para salvar el metal. Se relajó inmediatamente y esperó donde estaba, mientras el agua se enfriaba, la evaporación se hacía más lenta y la niebla de cristales de hielo se aclaraba. Él mismo se encontraba incómodamente caliente, y más de una vez se sintió tentado de volver por donde había venido; pero la ascensión por medio metro de hielo con agua caliente a sus pies, que formaría parte del viaje, hizo que la tentación fuese fácilmente resistible. Esperó.

Todavía estaba vivo cuando el aire se aclaró y los cristales de hielo comenzaron a crecer alrededor de los bordes rocosos. Se hallaba a unos dos metros del generador, y andando en zig-zag sobre las piedras pudo llegar a él en cuanto vio el camino. Desconectó los controles y luego miró a su alrededor.

Sus dos hombres se habían dirigido ya por el acantilado de hielo hasta un punto al nivel de la curva original del cable; Dondragmer adivinó que debía ser allí donde el metal había vuelto a derretirse.

En la otra dirección, bajo la masa del casco, había una negra caverna no iluminada por las luces del casco. El capitán no sentía muchas ganas de entrar; era muy probable que encontrase allí los cuerpos de los dos timoneles. Su vacilación fue observada desde arriba.

—¿Qué está esperando ahí, junto al generador? —musitó McDevitt—. Oh, supongo que el hielo todavía no es lo bastante sólido.

—Supongo que eso no es todo —el tono de Benj hizo que el meteorólogo apartase rápidamente la vista de la pantalla.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Tienes que saber lo que pasa. Beetch y su amigo estaban ahí abajo. Deben de haber estado. ¿Cómo iban a escapar del agua caliente? Apuesto a que el capitán acaba de pensar en ello; nunca les habría permitido utilizar eso si hubiese visto lo que sucedería, igual que yo. ¿Puedes imaginar lo que le pasó a Beetch?

McDevitt pensó rápidamente. El muchacho no sería convencido, ni siquiera consolado, por nada que no estuviese bien razonado, y los mejores razonamientos de McDevitt sugerían que la conclusión de Benj era probablemente más acertada. Sin embargo, lo intentó.

—Tiene mal aspecto, pero no pierdas la esperanza. No parece que eso se haya derretido por todas partes bajo el casco, aunque podría ser así; en cualquier caso, hay esperanzas. Si lo hizo, podrían haber salido por el otro lado, que no logramos ver; si no lo hizo, podrían haber estado justo en el borde de la zona líquida, donde el hielo los habría salvado. Además, quizá no hayan estado ahí los dos.

—¿Salvarlos el hielo? Creí que habías dicho que se congelaba porque perdía su amoníaco, no porque la temperatura bajase. El hielo en su punto de fusión, cero grados centígrados, mataría de calor a un mesklinita.

—Eso supongo —admitió el meteorólogo—, pero no estoy seguro. No tengo suficientes datos. Admito que quizá tu amiguito haya muerto; pero sabemos tan poco de lo que ha pasado allá abajo, que sería una locura abandonar las esperanzas. Simplemente espera; no podemos hacer nada más a esta distancia. Incluso Dondragmer está ahí. Puedes confiar en que lo comprobará tan pronto como sea posible.

Benj se contuvo e hizo lo que pudo para buscar posibilidades brillantes, pero la vigilancia que se suponía que iba a mantener sobre Stakendee continuó concentrada en la imagen del capitán.

Dondragmer extendió varias veces parte de su longitud sobre el hielo, pero todas las veces volvió a retroceder. Al fin, pareció seguro de que el hielo aguantaría su peso, y centímetro a centímetro se extendió por completo sobre la superficie recién helada. Una vez retirado del generador esperó un momento, como si pensase que algo sucedería; el hielo se mantuvo, y reemprendió su camino hacia el costado del Kwembly. Los seres humanos vigilaban, en tanto que los puños de Benj se mantenían fuertemente apretados, y hasta los hombres estaban más tensos que de costumbre.

No podían oír nada. Ni siquiera el grito que de repente resonó sobre el hielo penetró en el puente y llegó a su comunicador. No podía suponer siquiera por qué Dondragmer se apartó del casco repentinamente, cuando estaba a punto de desaparecer bajo él. Sólo pudieron mirar cómo echaba a correr sobre el hielo hasta un punto determinado por debajo de sus dos hombres, gesticulando excitadamente, indiferente aparentemente a lo que pudiese averiguarse sobre el destino de su timonel, el amigo de Benj.

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