XIV. RESCATE

No hubiese sido cierto decir que Benj reconoció a Beetchermarlf desde el primer momento. De hecho, la primera de las figuras en forma de oruga en salir del río y trepar por el casco fue Takoorch. Sin embargo, fue el nombre del joven timonel el que salió de cuatro micrófonos de Dhrawn. Uno de ellos estaba en el puente del Kwembly, y no fue oído; dos, en el campamento de Dondragmer, a unos centenares de metros del borde del ancho y rápido río; el cuarto, en el helicóptero de Reffel, aparcado al lado de la masa del Gwelf.

Las máquinas voladoras se encontraban un kilómetro al oeste del campamento de Dondragmer; Kabremm no quería acercarse más, pues no deseaba arriesgarse ni lo más mínimo a repetir su error anterior. Probablemente no se habría movido en absoluto del sitio donde lo había encontrado Stakendee si el río no hubiese subido. Para empezar, estaba rodeado por la niebla, y no tenía ningún deseo de volar. Reffel todavía menos. Sin embargo, no había elección, de forma que Kabremm había dejado que su nave flotase hacia arriba con su propio impulso, hasta que estuvo en el aire claro. Reffel siguió a la otra máquina tan cerca de sus luces de posición como se atrevió a llegar. En cuanto sobrevolaron unos cuantos metros de gotitas de amoníaco, pudieron navegar hacia las luces de Dondragmer, hasta que el comandante del dirigible decidió que estaban bastante cerca. Permitir que el Gwelf llamase la atención de los hombres en órbita arriba hubiese sido un error más serio que el ya cometido. Kabremm todavía estaba intentando qué le diría a Barlennan la próxima vez que se encontrasen.

Tanto él como Reffel habían pasado también unas horas incómodas antes de concluir, a falta de comentarios apropiados, que éste había obturado su visor muy rápidamente después de avistar el Gwelf.

En cualquier caso, Dondragmer y Kabremm habían alcanzado por lo menos una comunicación casi directa y podían coordinar lo que dirían y harían si había más repercusiones del reconocimiento de Easy. La mente del capitán quedó libre de un peso. Sin embargo, todavía estaba dando pasos en relación con aquel error.

El grito de «¡Beetch!» en la inconfundible voz de Benj le distrajo de una de aquellas ocupaciones. Había estado buscando entre la tripulación gente que se pareciese lo más posible a Kabremm. El trabajo se complicaba, debido al hecho de que no había visto al otro oficial durante varios meses. Dondragmer todavía no había tenido tiempo de visitar al Gwelf. Kabremm no quería acercarse más al campamento, y Dondragmer nunca le había conocido muy bien, de todas formas. Su plan era que todos los tripulantes que pudiesen confundirse con el primer oficial del Esket apareciesen fugaz y casualmente, pero con frecuencia, dentro del campo de visión de los transmisores. Cualquier cosa que pudiese minar la certeza de Easy Hoffman de que había visto a Kabremm probablemente valdría la pena.

No obstante, el destino del Kwembly y sus timoneles nunca había estado muy lejos de la mente de su capitán durante las doce horas transcurridas desde que las luces del vehículo se habían desvanecido; al oír el sonido del micrófono, le dedicó toda su atención.

—¡Capitán! —continuó la voz del muchacho—. Acaban de aparecer dos mesklinitas. Están trepando por el casco del Kwembly. Salieron del agua; deben haber estado en algún lugar ahí abajo todo este tiempo, aunque vosotros no pudisteis encontrarlos. Es probable que sean Beetch y Tak. Por supuesto, no puedo hablar con ellos hasta que lleguen al puente, pero me parece que, después de todo, podríamos recuperar el vehículo. Dos hombres pueden manejarlo, ¿no es verdad?

La mente de Dondragmer iba a la carrera. No se había culpado a sí mismo por el abandono del vehículo, aunque la riada hubiese sido un anticlímax semejante. Había sido la decisión más razonable en aquel momento y con el conocimiento disponible. Cuando estuvo clara la naturaleza real de la nueva riada y resultaba obvio que podrían haberse quedado en el vehículo con perfecta seguridad, había sido imposible volver. Al ser un mesklinita, el capitán no había perdido tiempo con ideas de la variedad «si…». Cuando abandonó el vehículo sabía que las probabilidades de volver eran bastante escasas, y cuando éste había descendido por la corriente intacto, en lugar de ser una ruina destrozada, se habían reducido más aún. No habían llegado a cero quizá, pero no existían bastantes como para tomarlas en serio.

Ahora repentinamente habían aumentado otra vez. El Kwembly era no sólo utilizable, sino que sus timoneles estaban vivos y a bordo. Podría hacerse algo si…

—¡Benj! —cuando sus pensamientos llegaron a este punto, Dondragmer habló—. Por favor, ¿harás que tus técnicos determinen lo más exactamente que puedan lo lejos que está el Kwembly ahora? Es perfectamente posible que Beetchermarlf lo dirija solo, aunque hay otros problemas de mantenimiento general que los tendrán ocupados a ambos. No obstante, deberían ser capaces de hacerlo. En cualquier caso, tenemos que averiguar si la distancia implicada es de cincuenta kilómetros o de mil. Lo último lo dudo, puesto que no creo que este río hubiese podido llevarlos tan lejos en doce horas; pero tenemos que averiguarlo. Que tu gente se ponga a ello. Por favor, dile a Barlennan lo que pasa.

Benj obedeció rápida y eficientemente. Ya no estaba cansado, preocupado y resentido. Con el abandono del Kwembly doce horas antes había perdido toda esperanza por la vida de su amigo y se había marchado de la sala de Comunicaciones para conseguir un poco de sueño. No esperaba ser capaz de dormir, pero la química de su propio cuerpo le engañó. Nueve horas más tarde había vuelto a sus tareas normales en el laboratorio de aerología. Sólo una casualidad le había llevado otra vez a las pantallas a unos cuantos minutos de la emergencia de los timoneles. Le envió McDevitt para reunir datos generales de los otros vehículos, pero se había quedado unos cuantos minutos a mirar en el puesto del Kwembly. El meteorólogo dependía enormemente del conocimiento por Benj del lenguaje mesklinita.

El sueño y el repentino descubrimiento de que Beetchermarlf, después de todo, estaba vivo, se combinaron para alejar el resentimiento que le quedaba por la actuación de Dondragmer. Se dio por enterado de la petición del capitán, llamó a su madre para que ocupase su lugar y volvió al laboratorio tan rápidamente como sus músculos podían impulsarle por las escaleras.

Easy, que también había dormido algo, informó a Dondragmer de la partida de Benj y de su propia presencia, comunicó a Barlennan según lo solicitado y volvió al capitán con una pregunta propia.

—Esos son dos de tus hombres perdidos. ¿Piensas que hay alguna probabilidad de encontrar a los pilotos de los helicópteros?

Dondragmer casi se descubrió al contestar, aunque escogió cuidadosamente las palabras. Por supuesto, sabía dónde estaba Reffel, puesto que entre el campamento y el Gwelf habían estado pasando mensajeros constantemente; pero, para desilusión suya, Kervenser no había sido visto por la tripulación del dirigible ni por nadie. Su desaparición era perfectamente auténtica y el capitán consideraba que sus probabilidades de supervivencia resultaban más bajas que las del Kwembly una hora antes. Por supuesto, se podía hablar sobre esto; su fallo consistió en no mencionar a Reffel en absoluto. Las formas del stenno equivalentes a «él» y «ellos» eran tan distintas como las humanas, y Dondragmer se encontró utilizando la primera varias veces al hablar sobre los pilotos perdidos. Easy no pareció advertirlo, pero él lo dudó.

—Es difícil decirlo. Yo no he visto a ninguno. Si cayó en la zona inundada ahora, resulta difícil ver cómo podrían seguir con vida. Es infortunado, no sólo a causa de los propios hombres, sino porque incluso con uno de los helicópteros podríamos pasar al Kwembly más hombres y traerlo aquí rápidamente. Por supuesto, la mayor parte del equipo no podría ser transportado así; por otro lado, si los dos hombres no pueden traer el vehículo aquí por cualquier causa, tener uno de los helicópteros sería mucho mejor para ellos. ¡Lástima que vuestros científicos no puedan localizar el transmisor que Reffel llevaba, como lo hacen con el del Kwembly!

—No eres el primero en pensar así —concedió Easy. El asunto había sido comentado poco después de la desaparición de Reffel—. No conozco lo suficiente sobre las máquinas para saber por qué la señal depende de la claridad de la imagen; siempre pensé que una onda de radio era una onda de radio; pero así parece. O bien el aparato de Reffel está en una oscuridad total, o ha sido destruido.

«Veo que tu equipo de soporte vital está dispuesto y funcionando.

La última frase no fue sólo un esfuerzo de Easy para cambiar de tema; era la primera vez que contemplaba despacio el equipo en cuestión, y se sentía naturalmente curiosa acerca de él. Consistía en veintenas (quizás más de cien) de cisternas cuadradas transparentes, que cubrían en conjunto una docena de metros cuadrados, cada una llena de líquido hasta un tercio de su volumen, con el hidrógeno casi puro que constituía el aire mesklinita burbujeando en su interior. Un generador hacía funcionar las luces que brillaban sobre las cisternas, pero las bombas que mantenían el gas en circulación eran movidas a fuerza de músculo. La vegetación que, en realidad, oxidaba los saturados hidrocarbonos de los desechos biológicos mesklinitas y desprendía hidrógeno puro, estaba representada por una variedad de especies unicelulares, correspondiendo lo más cercanamente a las algas terrestres. Habían sido seleccionadas por ser comestibles, aunque no, como Easy había supuesto, por su sabor. Las secciones del equipo de soporte que utilizaban plantas superiores y producían el equivalente de frutas y vegetales eran demasiado voluminosas para ser trasladadas del vehículo.

Easy no sabía cómo los objetos no gaseosos del ciclo biológico se introducían y retiraban de las cisternas, pero podía ver los cartuchos para recargar los trajes. Se trataba de nuevo de bombear manualmente, introduciendo el hidrógeno en cisternas que contenían porciones de sólido poroso. Este material era otro producto estrictamente no mesklinita, un fragmento de arquitectura molecular ligeramente análoga a la zeolita en su estructura, que absorbía el hidrógeno en las paredes internas de sus canales estructurales y, dentro de un amplio campo de temperaturas, mantenía una presión parcial de equilibrio con el gas, compatible con las necesidades metabólicas de los mesklinitas.

Dondragmer contestó la observación de Easy.

—Sí, tenemos bastante comida y aire. El problema, en realidad, es qué hacer. Hemos salvado una pequeña parte de vuestro equipo planetológico; no podemos seguir con vuestro trabajo. Seguramente lograríamos volver a la colonia a pie, pero tendríamos que llevar el material de soporte vital por etapas. Esto querría decir que trasladaríamos el campamento a unos cuantos kilómetros de aquí, llevaríamos el equipo, recargaríamos los cartuchos de aire cuando el ciclo se hubiese completado y así repetiríamos indefinidamente el proceso. Puesto que la distancia a la colonia es de unas treinta mil; perdón, en vuestros números unos veinte mil de vuestros kilómetros, tardaríamos años en llegar allí; y no hablo de vuestros cortos años. Si vamos a servir de algo más a vuestro proyecto, tenemos que hacer volver al Kwembly.

Lo único que Easy podía hacer era estar de acuerdo, aunque ella veía una alternativa que Dondragmer no había mencionado. Por supuesto, Aucoin no estaría de acuerdo; o quizá sí, teniendo en cuenta las circunstancias. Una tripulación de exploradores, entrenada y eficiente, representaba también toda una inversión. Esa podría ser una buena línea. Pasaron varios minutos más antes de que Benj volviese con su información incidentalmente con un séquito de científicos interesados.

—Capitán —llamó—, el Kwembly continúa moviéndose, aunque no muy rápidamente, a unos veinte cables por hora. Se encuentra, al menos hace seis minutos, a 500 kilómetros de vuestro transmisor, en nuestras cifras. En vuestros números y unidades son 233, 750 cables. Hay un pequeño error si se da mucha diferencia en elevación. Es una distancia grande; no tenemos una idea demasiado buena de la longitud del río, aunque se tomaron unas veinte lecturas de posición desde que la nave comenzó a descender por la corriente, de forma que hay un mapa del río en líneas generales arriba en el laboratorio.

—Gracias —llegó a su debido tiempo la respuesta del capitán—. ¿Estás en contacto verbal con los timoneles?

—Todavía no, pero han entrado. Estoy seguro de que encontrarán pronto el comunicador en el puente, aunque supongo que hay otros lugares que querrán buscar primero. El aire debe estar bastante bajo en sus trajes.

Esto era perfectamente correcto. Los timoneles necesitaron sólo unos cuantos minutos para asegurarse de que el vehículo estaba desierto y advertir que parte del equipo de soporte vital había desaparecido; pero tal suceso les dejó con la necesidad de comprobar el aire a bordo por si estuviese contaminado por oxígeno del exterior. Ninguno de ellos conocía la química básica suficiente para inventar una prueba. Ninguno estaba familiarizado con las rutinas empleadas por Borndender y sus colegas. Pensaban emplear el procedimiento más bien drástico de probar a olerlo, cuando a Beetchermarlf se le ocurrió que quizá habría quedado a bordo algún comunicador por razones científicas y que los seres humanos podían ayudar. No había nadie en el laboratorio, pero el puente era el lugar más probable, y la voz de Beetchermarlf se elevó hasta la estación unos diez minutos después que los timoneles hubiesen subido a bordo.

Cuando oyó la pregunta de Beetchermarlf, Benj pospuso los saludos y se la transmitió rápidamente a Dondragmer. El capitán llamó a sus científicos y delineó la situación. Durante media hora la línea estuvo muy ocupada; Borndender explicaba las cosas y Beetchermarlf repetía las explicaciones; después iba al laboratorio a examinar el material y el equipo; luego volvía al puente para asegurarse de algún detalle…

Al fin las dos partes en la conversación se sintieron seguras de que las instrucciones habían sido comprendidas. Benj, en su puesto central, estaba casi seguro de ello. Sabía bastante de física y química para asegurar que no era probable que explotase algo si Beetch cometía un error; su única preocupación consistía en que su amigo pudiese hacer las pruebas chapuceramente y no provocar una cantidad de oxígeno peligrosa. ¿Era el riesgo sólo de envenenamiento, o las mezclas de hidrógeno y oxígeno presentaban otros peligros? No estaba seguro; las mezclas de hidrógeno y oxígeno tienen otras cualidades. Se sintió bastante tenso hasta que Beetchermarlf volvió al puente con el informe de que sus dos tests estaban completos. El catalizador que suprimía el oxígeno al acelerar su reacción con el amoníaco todavía estaba activo y la concentración de vapor de amoníaco en el aire del vehículo era lo bastante alta como para darle algo en qué trabajar. Los timoneles se habían quitado ya sus trajes y ninguno podía oler oxígeno, aunque, como sucedía con los seres humanos y el sulfito de hidrógeno, el olor no es siempre un test de confianza.

Por lo menos, los dos podían vivir a bordo por un tiempo. Una de sus primeras acciones había sido bombear manualmente la cisterna que hacía circular el aire por medio del soporte vital y asegurarse así de que la mayor parte de las plantas continuaban vivas. El problema siguiente era el de la navegación.

Benj le dijo a su amigo todo lo posible en cuanto a su situación, la del resto de la tripulación y la velocidad actual del Kwembly y su dirección. No había problema en cuanto a utilizar la información. Beetchermarlf podía determinar la dirección muy fácilmente. Las estrellas eran visibles, y tenía una brújula magnética perfectamente buena. El campo magnético de Dhrawn era mucho más fuerte que el de la Tierra, para consternación de los científicos, quienes hacía mucho que habían dado por supuesta una correlación entre campo magnético y velocidad de rotación para planetas normales.

La discusión que resultó en un plan de operaciones detallado fue más corta que la que precedió la prueba del oxígeno, aunque todavía necesitó una larga retransmisión. Ni Dondragmer ni los timoneles tenían dudas serias sobre qué hacer ni cómo.

Beetchermarlf era mucho más joven que Takoorch, pero parecía no haber dudas sobre quién mandaba a bordo. El hecho de que Benj siempre llamase a Beetch por su nombre, en lugar de señalar formalmente al Kwembly, quizá contribuyese a la autoridad del joven. Easy y varios otros seres humanos sospechaban que Takoorch, a pesar de su disposición para discutir sus éxitos del pasado, no tenía mucha prisa en tomar demasiada responsabilidad. Tendía a acceder a las sugerencias de Beetchermarlf, bien al momento o después de unos argumentos nominales.

—Continuamos a la deriva. A menos que este río tenga unas curvas bastante extrañas más abajo, nunca nos acercaremos a los otros con su ayuda —resumió al fin el más joven de los mesklinitas—. El primer trabajo será colocar paletas en algunas de las ruedas. Intentar hacerlo con todas nos llevaría una eternidad; un par de las de los extremos de la última fila, y quizá una central más hacia delante, proporcionarán control. Con energía disponible en otras, podemos continuar o salir a tierra firme si tocásemos fondo. Tak y yo saldremos y comenzaremos la tarea ahora mismo. Vigílanos, Benj; dejaremos el aparato donde está.

Beetchermarlf no esperó una contestación. Él y su compañero se vistieron una vez más y cogieron las paletas, que habían sido diseñadas para ser colocadas sobre las cadenas de las ruedas. Habían sido probadas en Mesklin, pero nunca empleadas en Dhrawn; en realidad, nadie conocía realmente bien cómo funcionarían. Su área era pequeña, puesto que tenían poco espacio sobre las ruedas y parte de aquella pequeña área estaba ocupada por un estuche plástico, diseñado para mantenerlas planas cuando estuviesen subiendo por la parte superior de las ruedas. No obstante, había sido demostrado que podían suministrar algún empuje. Quedaba por ver qué se conseguiría con esto; el Kwembly, por supuesto, flotaba mucho más alto en la solución de agua y amoníaco de Dhrawn que en el océano de hidrocarbono líquido del mundo donde había sido construido.

La instalación de las aletas y de los estuches fue un trabajo largo y difícil para dos personas. Con el vehículo a flote, las piezas tenían que ser sacadas de una en una, puesto que no había dónde ponerlas. Los cables de seguridad molestaban persistentemente. Las pinzas mesklinitas son órganos de manipulación bastante menos efectivos que los dedos humanos, aunque esto es compensado por el hecho de que su poseedor puede utilizar los cuatro pares simultáneamente y en coordinación. No tienen la simetría correspondiente a la derecha o a la izquierda humanas.

La necesidad de luces artificiales era otra molestia. Según resultó, se necesitaron casi quince horas para colocar doce paletas y un escudo en cada una de las tres ruedas. Beetchermarlf le aseguró a Benj que podría hacerse en dos, con cuatro trabajadores en cada rueda.

Para entonces los rastreadores se habían enterado de que el Kwembly, aunque continuaba moviéndose, no se alejaba más del campamento. Parecía haber sido atrapado en un remolino de unos seis kilómetros de diámetro. Beetchermarlf se aprovechó de esto cuando por fin pudo aplicar la energía; esperó hasta que los analistas humanos le dijeron que estaba siendo llevado hacia el sur, antes de poner en funcionamiento las tres ruedas con aletas. Durante unos segundos no estuvo claro que la energía sirviese de algo; después, muy lentamente, los timoneles y los humanos vieron cómo el enorme casco avanzaba suavemente. Los mesklinitas podían ver desde el puente un débil conato de ola de proa; los seres humanos, mirando hacia atrás, pudieron detectar pequeñas arrugas que se extendían hacia los lados. Beetchermarlf hizo girar fuertemente el timón para colocar la proa en línea con Sol y Fomalhaut. Durante casi medio minuto se preguntó si habría una respuesta; después las estrellas comenzaron a balancearse sobre su cabeza, al virar majestuosamente el enorme casco. Una vez en marcha era difícil detenerlo; lo controló muchas veces durante un período de varios minutos, a veces durante un ángulo recto completo, antes de acostumbrarse a sentir la nave. Luego, durante casi una hora, se las arregló para mantener una dirección hacia el sur, aunque al principio no tenía idea de su rumbo real. Podía adivinar por la información anterior que el remolino le llevaba en la misma dirección que al principio, pero que después seguramente le conduciría hacia el este.

Pasó algún tiempo, sin embargo, antes de que las antenas direccionales de los satélites de reflejos y los computadores de la estación le confirmasen esta adivinanza. Cuando lo hicieron, el Kwembly tocó fondo suavemente.

Beetchermarlf activó las dos ruedas delanteras que tenían generadores, dejó inmóviles las equipadas con paletas y llevó a tierra su vehículo.

—Estoy fuera del lago —informó—. Un pequeño problema. Si viajo por tierra con las paletas donde están ahora, las destrozaré. Si resultase que estamos en una isla o tenemos que regresar al agua por cualquier otra razón, habremos malgastado un montón de tiempo en sacarlas y en ponerlas otra vez. Mi primera idea es explorar un poco a pie, dejando aquí el vehículo, para obtener alguna idea de las probabilidades de quedarnos en tierra firme. Nos llevará mucho tiempo, pero no tanto como esperar a que llegue el día. Me gustaría recibir consejos de vosotros, humanos, u órdenes del capitán; esperaremos.

Dondragmer, cuando oyó esto, contestó rápidamente.

—No salgáis. Esperad hasta que los cartógrafos de la estación decidan si os encontráis en la misma orilla del río que nosotros o no. Según me imagino el mapa que han descrito, hay bastantes probabilidades de que el remolino os haya llevado al lado este, que sería la orilla derecha; nosotros estamos en la izquierda. Si están moderadamente seguros de esto, volved al agua y dirigíos al oeste, hasta que creáis haberlo pasado; no, otra idea. Seguid hasta que penséis que estáis enfrente de su boca; después dirigíos hacia el sur una vez más. Me gustaría averiguar si podéis viajar corriente arriba con cierta velocidad. Sé que será lento; quizá no podáis viajar en absoluto en algunos lugares bordeando la orilla.

—Se lo diré a Beetch y a los cartógrafos, capitán —contestó Benj—. Intentaré conseguir una copia de su mapa y conservarla aquí actualizada; quizá eso ahorre algún tiempo en el futuro.

Los datos direccionales no resultaron ser definitivos. La situación del Kwembly podía ser establecida bastante bien, pero el curso del río por el que había venido era mucho menos seguro. Las comprobaciones estaban separadas por muchos kilómetros, pero resultaban suficientes para demostrar que el río estaba lleno de curvas. Después de otra discusión, se decidió que Beetchermarlf volviese a ponerse a flote y se dirigiese al oeste tan cerca de la costa como fuese posible, preferiblemente sin perderla de vista, mientras el alcance de sus luces y la pendiente del lecho del lago lo permitiesen. Si podía ver la boca del río, lo remontaría, según deseaba Dondragmer; si no iba a continuar siguiendo la costa hasta que los hombres arriba tuviesen bastante seguridad de que había pasado la boca; luego giraría hacia el sur.

Resultó factible mantener la costa dentro del alcance de las luces del Kwembly, pero tardaron dos horas en llegar hasta el río. Éste había hecho un amplio giro hacia el oeste, que no había sido advertido en las lecturas de la posición del vehículo durante la deriva corriente abajo; después giraba otra vez y penetraba en el lago en una dirección oblicua hacia el este, que seguramente provocaba el remolino en el sentido contrario al reloj. Uno de los planetógrafos observó que el remolino no podía ser causado por la fuerza de Coriolis, porque el lago se encontraba sólo a siete grados del ecuador, y además en el lado sur de un planeta que tardaba dos meses en rotar.

El delta, que hacía que la línea de la costa se dirigiese hacia el norte brevemente, sirvió de aviso.

Beetchermarlf en el timón y Takoorch en el lado de babor del puente, lanzaron al Kwembly bordeando la península de forma bastante irregular y reduciendo la velocidad varias veces cuando las ruedas se arrastraron sobre el fondo de barro; finalmente encontraron el camino de un canal despejado y penetraron en su corriente.

Esta no era rápida, pero el Kwembly continuaba sin flotar. Los mesklinitas no tenían prisa. Dondragmer calculó más de seis horas para experimentar la forma de luchar contra la corriente. En ese tiempo avanzaron unos dieciséis kilómetros. Si podía mantenerse aquella velocidad, el vehículo estaría de regreso en el campamento un día o dos después, es decir, en una semana humana.

Fue la impaciencia lo que cambió los planes del viaje. Esto, por supuesto, no se debió a ningún mesklinita; Aucoin decidió que dos kilómetros y media por hora no era satisfactorios. A Dondragmer no le importó mucho; concedió que, si era posible, podía combinarse la investigación con el viaje. Ante una sugerencia del planificador, envió a Beetchermarlf en ángulo al oeste hacia la ribera más próxima del río. El terreno parecía no tener obstáculos. Con algunos presentimientos, hizo que los timoneles retirasen las paletas.

Retirarlas resultó mucho más fácil que ponerlas, ya que ahora el vehículo se hallaba sobre terreno seco. Las cosas podían ser depositadas sobre el suelo y los cables de seguridad no eran necesarios. Benj, en su próxima visita a la sala de Comunicaciones, encontró al Kwembly viajando sin problemas hacia el sur, a unos dieciséis kilómetros por hora sobre un terreno llano, interrumpido de vez en cuando por alguna protuberancia rocosa y festoneado aquí y allí con arbustos, la forma de vida más alta encontrada en Dhrawn hasta la fecha. La superficie era de sedimentos firmes; los planetólogos supusieron que el área debía constituir una llanura aluvial, lo que le pareció razonable incluso a Benj.

Beetchermarlf estaba tan dispuesto a hablar como siempre, pero podía verse que toda su atención no se centraba en la conversación. Tanto él como Takoorch miraban adelante tan penetrantemente como lo permitían las luces del Kwembly y sus ojos. No había ninguna seguridad de que el viaje careciese de riesgos; sin la exploración aérea, toda la velocidad que se atrevían a emplear era de dieciséis kilómetros por hora. Cualquier otra más rápida hubiese sido correr más que sus luces. Cuando otros deberes, como el mantenimiento de las plantas, tenían que ser atendidos, detenían el vehículo y hacían el trabajo juntos. Consideraban que un par de ojos no eran suficientes para viajar con seguridad.

De vez en cuando, según pasaban las horas, quienquiera que estuviese en el timón comenzaría a sentir la traidora seguridad de que no podía haber peligro; después de todo, habían recorrido veintenas de kilómetros sin tener que cambiar la dirección, excepto para mantenerse a la vista del río. Un ser humano hubiese aumentado la velocidad poco a poco. La reacción mesklinita fue detenerse y descansar. Hasta Takoorch sabía que cuando se sentía tentado de actuar contra los dictados de un elemental sentido común, era el momento de hacer algo para mejorar su propio estado. En una ocasión, Aucoin descubrió el vehículo detenido cuando llegó a las pantallas, y supuso que se trataba de una parada regular para el mantenimiento del aire; pero entonces vio a uno de los mesklinitas tumbado ociosamente sobre el puente; el equipo había sido colocado de nuevo en su antigua posición, proporcionando una vista del casco. Preguntando por qué no viajaba el vehículo, Takoorch le contestó sencillamente que se había dado cuenta de que se estaba despreocupando. El administrador se marchó muy pensativo.

Al fin, estas precauciones fueron recompensadas; al menos así lo pareció.

Durante algunos kilómetros, las protuberancias en el lecho rocoso se habían vuelto más y más frecuentes, aunque generalmente más pequeñas, más agrupadas y angulares. Los planetólogos habían estado haciendo suposiciones, fútiles en realidad con tan poca información, sobre la estratigrafía subyacente. La superficie básica continuaba siendo sedimentaria, fuertemente comprimida, pero los observadores sospechaban que debía estar perdiendo profundidad y que pronto el Kwembly podría encontrarse sobre el mismo tipo de roca desnuda que formaba el sustrato del campamento de Dondragmer. De vez en cuando, los timoneles hallaban necesario desviarse ligeramente a derecha o izquierda para evitar las protuberancias rocosas; incluso tuvo que reducir velocidad ligeramente. Durante las últimas horas, los planetólogos habían sugerido varias veces, con aire de ruego, que el vehículo se detuviese antes de que fuese demasiado tarde y recogiese unas muestras del sedimento que atravesaba, aunque las rocas fuesen muy grandes para llevárselas. Aucoin señaló que, de todas formas, pasarían un año o dos antes que la muestra pudiese llegar a la estación, y se negó; los científicos le replicaron que un año era mucho mejor que el tiempo que se necesitaría si no se recogían las muestras.

Pero cuando el Kwembly se detuvo, fue a iniciativa de Beetchermarlf. Era una cosa sin importancia, o eso parecía; el suelo delante parecía un poco más oscuro, con un límite muy marcado entre éste y la superficie bajo el vehículo. La línea no se advertía sobre la pantalla del visor, pero los mesklinitas la vieron simultáneamente; sin palabras, estuvieron de acuerdo en que se imponía examinarla de cerca. Beetchermarlf llamó a la estación para informar a los seres humanos y a su capitán de que él y Takoorch saldrían un rato y describió la situación. Easy, traduciendo el mensaje, fue asaltada por dos planetólogos para que persuadiesen a los mesklinitas de que cogiesen unas muestras. Ella supuso que, dadas las circunstancias, ni siquiera Aucoin podría hacer objeciones, y accedió a pedírselo cuando les llamase de nuevo, con el permiso de Dondragmer.

Esta vez el capitán aprobó la salida, sugiriendo únicamente que debía ser precedida de un cuidadoso vistazo desde el puente con la ayuda de los focos. Esto resultó útil. A unos cien metros más adelante, no muy lejos del radio de las luces, un pequeño arroyo corría atravesando su camino y desembocaba en el río. Llevando la luz a estribor, podía verse cómo este afluente era paralelo al paso del vehículo desde el norte, rectificando su curva después un poco más allá de la popa del enorme vehículo y desapareciendo hacia el noroeste. El Kwembly se hallaba sobre una península de unos doscientos metros de anchura y algo menos de longitud, limitada al este —izquierda— por el río principal que habían estado siguiendo y por los otros lados por el pequeño afluente. Tanto a los mesklinitas como a los seres humanos les pareció probable que el cambio en el color del suelo que había atraído la atención de los timoneles estuviese causado por la humedad del arroyo más pequeño, pero ninguno estaba lo bastante seguro como para cancelar la salida propuesta al exterior. Aucoin no se hallaba presente.

En el exterior, incluso con la ayuda de luces extra, la línea de demarcación entre los dos tipos de suelo era mucho menos visible que antes. Beetchermarlf calculó que la distancia sería la causa principal. La tripulación raspó y empaquetó muestras de material a ambos lados de la línea; luego se acercaron a la corriente. Esta resultó ser un torrente de curso rápido y profundo, de tres o cuatro cuerpos de anchura, con su nivel a tres o cuatro centímetros por debajo del suelo, sobre el que cortaba su cauce. Después de una breve consulta, los dos mesklinitas comenzaron a seguirlo alejándose del río. No tenían forma de decir su composición, pero se obtuvo una botella de su contenido para ser analizada más adelante.

Cuando alcanzaron el lugar donde la curva del río se alejaba, hasta los mesklinitas podían ver que el arroyo no había existido durante mucho tiempo. Socavaba con velocidad visible sus riberas, transportando el sedimento al río principal. Ahora que se encontraban en la parte exterior de la curva, el socavamiento de la ribera próxima podía oírse y hasta sentirse. Beetchermarlf sintió cómo crujía repentinamente, y se encontró dentro del arroyo. Tenia sólo tres o cuatro centímetros de profundidad; de manera que aprovechó la ocasión para tomar otra muestra de su contenido. Decidieron continuar corriente arriba unos diez minutos, Beetchermarlf vadeando y Takoorch sobre la ribera. Antes de que el tiempo terminase, habían hallado el origen de la corriente de agua. Era una fuente, a un kilómetro del Kwembly, borboteando violentamente en el centro de la cubeta donde un manantial de procedencia subterránea la alimentaba. Beetchermarlf, investigando en el centro, fue derribado y llevado medio cuerpo arriba por la corriente. No había nada más de particular que hacer. No tenían equipo de cámaras. Nadie había sugerido en serio que llevasen con ellos el visor, y no parecía ganarse nada con coleccionar más muestras. Volvieron al Kwembly para dar una descripción verbal de lo que habían encontrado.

Hasta los científicos estaban de acuerdo en que ahora lo mejor sería llevar las muestras al campamento donde Borndender y sus amigos pudiesen hacer algo útil con ellas. Los timoneles pusieron otra vez el vehículo en movimiento.

Se acercó a la corriente y se introdujo en ella; el colchón suavizó el ligero desnivel al cruzar las ruedas el lecho de aquel valle que se ensanchaba, y en el puente no se sintió nada, ni durante los ocho segundos siguientes.

Más de la mitad del casco había cruzado el pequeño torrente, cuando la distinción entre sólido y líquido empezó a parecer borrosa. En el casco se sintió un pequeño tirón; en la pantalla arriba pudo advertirse un diminuto salto hacia arriba de los pocos rasgos visibles del exterior.

Casi instantáneamente el movimiento se detuvo, aunque los motores continuaron en funcionamiento. No podían conseguir nada, al estar completamente inmersos en el barro fangoso en que se había convertido repentinamente la superficie. No había ni soporte ni tracción. El Kwembly descendió hasta que las ruedas estuvieron enterradas, mientras que el colchón se perdió de vista; bajó casi, aunque no por completo, hasta el nivel donde hubiese estado literalmente flotando en el fango semilíquido. Fue detenido por dos de las protuberancias rocosas, una de las cuales le tocó bajo la popa justo detrás del colchón y la otra en el lado de estribor, unos tres metros delante de la escotilla principal. Hubo un feo sonido chirriante, mientras el casco del vehículo se balanceaba hacia delante y a babor y después se detenía.

Esta vez, como el sentido del olfato de Beetchermarlf le avisó, en alguna parte el casco había fallado. El oxígeno estaba penetrando en el interior.

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