Quizá no fuera muy amable por parte de Dondragmer haber dado su informe en el lenguaje humano. El tiempo que se necesitaba para una traducción podría haber amortiguado un poco el choque para McDevitt. Como el meteorólogo dijo más tarde, lo peor era comprender que su propia predicción estaba en camino hacia Dhrawn y que nada podía detenerle. Durante un momento sintió un impulso salvaje de coger una nave y alcanzar las ondas de radio que se dirigían al planeta para interceptarlas de los receptores del Kwembly. La idea fue sólo un centelleo; pues eso puede hacerse solamente en treinta y dos segundos. Además, ninguno de los botes que estaban entonces en la estación era capaz de volar más rápido que la luz. La mayoría eran utilizados para suplir a los satélites de imágenes reflejadas.
A su lado, Easy no parecía haber advertido la discrepancia entre la predicción y el informe de Dondragmer; por lo menos, no le había mirado con la expresión con que lo habrían hecho nueve de cada diez de sus amigos. «Bien, ella no lo hace —pensó—. Por eso está en este puesto.»
La mujer manipulaba de nuevo su conmutador selector, con la atención enfocada en una pantalla más pequeña sobre las cuatro que correspondían al Kwembly. Al principio, un indicador al lado de esta pantalla se iluminó con una luz roja; mientras hacía funcionar sus conmutadores se volvió verde, y la imagen de una habitación, parecida a una oficina, con una docena de mesklinitas a la vista, apareció en la pantalla. Instantáneamente Easy comenzó su informe.
Fue breve. Todo lo que podía dar era una repetición de las últimas frases de Dondragmer. Mucho antes de que en la pantalla hubiese alguna evidencia de que sus palabras estaban siendo recibidas, había terminado.
Sin embargo, cuando llegó la respuesta, fue satisfactoria. Todos los cuerpos oruguiformes que podían verse saltaron hacia el micrófono. Aunque Easy nunca había aprendido a leer las expresiones en los «rostros» mesklinitas, sólo había una forma de interpretar los brazos que se movían salvajemente y las pinzas chasqueantes. Una de las criaturas salió corriendo por una puerta semicircular en el otro extremo de la habitación y desapareció. A pesar de su coloración roja y negra, Easy se acordó de cuando había visto unos cuantos años antes a una de sus hijas inhalando una cinta de espaguetis. Para los ojos humanos, un mesklinita corriendo bajo cuarenta gravedades terrestres parecía no tener piernas.
Todavía no se recibía ningún sonido desde Dhrawn, pero en la sala de Comunicaciones de los humanos había un creciente zumbido de conversaciones. Encontrarse en dificultades no era extraño para los vehículos de exploración. En general, los mesklinitas que las sufrían se las tomaban mucho más tranquilamente que los seres humanos que las observaban sin poder hacer nada. A pesar de la falta de intercomunicadores en la estación, la gente comenzó a entrar en la habitación y a llenar los asientos generales. En las áreas delanteras monitorizadoras, pantalla tras pantalla fue dirigida hacia la unidad «del cuartel general» en la colonia. Mientras tanto, Easy y Mersereau dividían su atención entre los cuatro equipos que informaban desde el Kwembly, dirigiendo únicamente una mirada ocasional a la otra imagen.
En las pantallas no se notaba que el vehículo estuviese flotando, porque los transmisores compartían todos sus movimientos y había muy pocas cosas sueltas por cuyos movimientos pudiera detectarse cabeceos o balanceos. El grueso de la tripulación eran marineros bien entrenados. Los hábitos de toda una vida les impedían dejar cosas sin fijar. Easy vigilaba la pantalla del puente más que las otras, con la esperanza de localizar algo en el exterior que le diese una pista de lo que estaba ocurriendo; pero por las ventanas no se veía nada reconocible.
Después las hojas de vidrio fueron bloqueadas una vez más, mientras Dondragmer regresaba al primer plano y ampliaba su informe.
—No parece haber peligro inmediato. El viento nos empuja con bastante rapidez, a juzgar por nuestra estela. Nuestro rumbo magnético es 66. Flotamos sumergidos hasta la cubierta dos. Nuestros científicos están intentando computar la densidad de este líquido, pero nadie se ha molestado nunca en diseñar paneles deslizantes en este casco, al menos que yo sepa. Si vosotros, seres humanos, tenéis por casualidad esa información, nos gustaría recibirla. Estaremos seguros, a menos que tropecemos con algo sólido, y no puedo adivinar qué probabilidades hay de eso. Toda la maquinaria funciona perfectamente, menos las cadenas, que no encuentran nada sobre qué apoyarse. Si les suministramos energía, se aceleran. Eso es todo por ahora. Si vuestros satélites pueden seguir nuestra localización, recibiremos encantados esa información tan a menudo como podáis conseguirla. Decidle a Barlennan que hasta ahora todo va bien.
Easy cambió las conexiones del micrófono y repitió el informe del capitán lo más al pie de la letra que pudo. A su debido tiempo, vio que lo que decía estaba siendo anotado en el otro extremo del transmisor. Esperaba que el que escribía tendría alguna pregunta; aunque era probable que ella no fuese capaz de contestarla, estaba comenzando a sentirse de nuevo inútil e incapaz. Sin embargo, el mesklinita agradeció sencillamente la información, y con sus notas se dirigió hacia la puerta. Easy quedó preguntándose lo lejos que tendría que ir para entregárselas al comandante. Ningún ser humano tenía una idea clara sobre el trazado de la base mesklinita.
De hecho, el viaje era breve. La mayor parte parecía transcurrir al aire libre, a causa de la actitud de los colonos hacia los objetos masivos por encima de su cabeza: una actitud difícil de vencer, incluso en un mundo donde la gravedad sólo era una fracción de su valor normal en Mesklin. Los tejados de la colonia eran casi todos de película transparente, traídos de su planeta nativo. La única diferencia de un solo piso tan grande como una ciudad era dictada por el terreno. A un mesklinita nunca se le habría ocurrido la idea de un sótano o de un segundo piso. El Kwembly y los vehículos gemelos, de muchas cubiertas, eran de diseño básicamente humano y paneshk.
El mensajero recorrió un laberinto de pasillos durante unos doscientos metros antes de alcanzar la oficina del comandante. Estos se encontraban en el extremo norte del revoltijo de estructuras de treinta centímetros de altura que formaban la mayor parte de la colonia, situada cerca del borde de un acantilado de dos metros, que se extendía durante un kilómetro al este y al oeste, interrumpido por más de una docena de rampas artificiales. Sobre el terreno, debajo del acantilado, estaban dos de los gigantescos vehículos, y sus puentes sobresalían sobre las cubiertas de la «ciudad». La pared de la habitación de Barlennan era transparente y daba directamente sobre el más cercano de aquellos vehículos; el otro estaba aparcado a unos trescientos metros al este. Unos cuantos mesklinitas con trajes aéreos se hacían visibles también en el exterior. Los monstruosos vehículos que atendían les daban un aspecto de enanos.
Barlennan miraba crípticamente este grupo de mecánicos cuando entró el mensajero. Este no empleó ninguna formalidad, sino que al entrar en el compartimiento soltó el informe que Easy había retransmitido. Cuando el comandante giró para recibir la versión escrita, ya la había oído verbalmente.
Por supuesto, no era satisfactoria. Desde que había llegado el primer mensaje, Barlennan había tenido tiempo de hacerse unas cuantas preguntas, y este mensaje no contestaba ninguna. El comandante controló su impaciencia.
—Entiendo que los expertos humanos en climas no han proporcionado todavía nada de utilidad.
—A nosotros nada en absoluto, señor. Pueden, por supuesto, haber hablado con el Kwembly sin que nosotros los hayamos oído.
—Cierto. ¿Ha llegado la noticia a nuestros propios meteorólogos?
—No, que yo sepa, señor. No ha habido nada de utilidad que decirles, pero también Guzmeen puede haber enviado un mensaje allí.
—Muy bien. De todas formas, quiero hablar con ellos yo mismo. Estaré en su departamento durante la próxima media hora o más. Díselo a Guz.
El mensajero hizo un gesto afirmativo con sus pinzas y se desvaneció por la misma puerta por la que había entrado. Barlennan salió por otra, caminando lentamente hacia el oeste, edificio tras edificio, a través de las rampas cubiertas, que hacían de la colonia una unidad. La mayoría de las rampas tenían una pendiente hacia arriba; así que cuando, girando hacia el sur, se apartó del acantilado, estaba un metro y medio más alto que su oficina, aunque todavía no al mismo nivel que los vehículos detrás de él. El material que formaba el techo se combaba algo más tensamente, puesto que la presión del hidrógeno casi puro del interior de la estación no descendía al aumentar la altitud tan rápidamente como la mezcla gaseosa de Dhrawn, mucho más densa. La colonia estaba construida en una elevación bastante alta para Dhrawn. La presión total exterior era casi la misma que la de Mesklin a nivel del mar. Sólo cuando los vehículos descendían a elevaciones más bajas, llevaban argón extra para conservar el equilibrio de su presión interna.
Los mesklinitas tenían mucho cuidado con las grietas, pues el aire en Dhrawn tenía alrededor de un dos por ciento de oxígeno. Barlennan todavía recordaba los horribles resultados de una explosión del oxígeno con el hidrógeno poco tiempo después de haber encontrado seres humanos por primera vez.
El complejo de investigación era el más occidental y el más alto de la colonia. Estaba bastante separado de la mayoría de las otras estructuras, y se diferenciaba de ellas en que tenía un techo sólido, aunque también transparente. Además se acercaba más a un segundo piso que ninguna otra parte de la colonia, puesto que varios instrumentos estaban colocados en el techo, donde podían ser alcanzados mediante rampas y compuertas neumáticas con bastante líquido. No todos los instrumentos habían sido proporcionados por los alienígenas patrocinadores de dicha colonia; durante cincuenta años los mesklinitas habían estado usando sus propias imaginaciones e ingenuidades, aunque no se habían sentido realmente libres para hacerlo hasta que llegaron a Dhrawn.
Al igual que los vehículos de exploración, el complejo del laboratorio era una mezcla de crudeza y sofisticación. La energía se suministraba por unidades de fusión de hidrógeno; los utensilios de vidrio químicos eran de fabricación nativa. La comunicación con la estación orbital se hacía mediante un transmisor de rayo electromagnético en estado sólido; pero en el complejo los mensajes se transportaban físicamente por corredores. Se estaban tomando pasos para variar esto, desconocido por los seres humanos. Los mesklinitas comprendían el telégrafo y estaban a punto de construir teléfonos capaces de transmitir su radio vocal. Sin embargo, ni el teléfono ni el telégrafo estaban siendo instalados en la colonia, porque la mayor parte del esfuerzo administrativo de Barlennan se concentraba en el proyecto que había provocado la simpatía de Easy por la tripulación del Esket. Se necesita mucho trabajo para colocar líneas telegráficas a campo través.
Barlennan no decía nada de todo esto a sus patrocinadores. Le gustaban los seres humanos, aunque no iba tan lejos en ese aspecto como Dondragmer; tenía siempre presente la duración de su vida, asombrosamente corta, lo que le impedía conocer realmente a la gente con la que trabajaba antes de que fuesen reemplazados por otros. Estaba bastante preocupado por la posibilidad de que los humanos, Drommian y Paneshk, averiguasen lo efímeros que eran, por miedo a que esto les deprimiese. De hecho, era política mesklinita evitar las discusiones con alienígenas sobre el tema de la edad. También procuraban no depender de ellos más de lo inevitable. Nunca se sabía si los sucesores tendrían las mismas actitudes. La mayor parte de los mesklinitas pensaban que los humanos eran intrínsecamente inseguros; la confianza que Dondragmer depositaba en ellos resultaba una brillante excepción.
Todo esto lo sabían los científicos mesklinitas que veían llegar a su comandante. Su primera preocupación fue la situación inmediata.
—¿Algún problema, o está solamente de visita?
—Me temo que hay problemas —replicó Barlennan. Delineó brevemente la situación de Dondragmer—. Recoged a todos los que penséis que pueden ser útiles y vayamos al mapa.
Se dirigió hacia la cámara de cuatro metros cuadrados, cuyo suelo era el «mapa» de Low Alfa, y esperó. Hasta entonces muy poco del área había sido «cartografiada». Como muchas veces antes, sintió que le esperaba una larga tarea. Sin embargo, el mapa era más alentador para él que su contrapartida humana, a unos millones de kilómetros por encima. Los dos mostraban el arco recorrido por los vehículos y algo del paisaje. Los mesklinitas lo habían indicado con líneas negras parecidas a las arañas y que sugerían el esquema de las células nerviosas humanas completas con sus núcleos celulares.
Los datos específicamente mesklinitas se centraban en su mayor parte alrededor del punto donde yacía el Esket. Esta información, marcada en rojo, había sido obtenida sin asistencia humana directa. En esta parte de la colonia no habría transmisores visuales mientras Barlennan estuviese al frente.
Sin embargo, ahora concentró su atención a varios metros al sur del Esket, donde había desalentadoramente pocos datos en rojo o en negro. La línea que representaba el rastro del Kwembly tenía un aspecto solitario. Barlennan había levantado su extremo delantero tan alto como le era cómodo, elevando sus ojos a dieciséis o diecisiete centímetros del suelo. Cuando los científicos comenzaron a llegar, estaba mirando el mapa melancólicamente. Bendivence resultaba o muy optimista o muy pesimista. El comandante no pudo decidir cuál era la razón más verosímil para que hubiese llamado cerca de veinte personas para la conferencia. Se agruparon a unos pocos metros de él, le miraron y esperaron cortésmente su información y sus preguntas. Comenzó sin más preámbulos.
—El Kwembly estaba aquí en su último parte —indicó—. Había estado cruzando un campo de nieve, o aguanieve, casi libre de materias en disolución, pero bastante sucia, según los científicos de Don.
—¿Borndender? —preguntó alguien.
Barlennan hizo un gesto afirmativo y continuó.
—El campo de nieve comenzó aquí —reptó hasta un punto a unos metros al noroeste del marcador de posición—. Se encuentra entre un par de cadenas montañosas que solamente hemos indicado en líneas generales. Los globos de Destigmet no han llegado tan al sur todavía, o por lo menos no tenemos ninguna noticia, y los voladores de Don no han visto mucho. Ahora, mientras el Kwembly se había detenido para una revisión rutinaria, apareció un fuerte viento y después una densa niebla de amoníaco puro o casi puro. Entonces la temperatura subió de repente varios grados y se encontraron flotando, siendo empujados hacia el oeste por el viento. Me gustaría oír explicaciones de todo esto, y necesitamos urgentemente consejos constructivos. ¿Por qué subió la temperatura y por qué se derritió la nieve? ¿Hay alguna conexión entre las dos cosas? Recordad que la temperatura más alta que ha sido mencionada ha sido de sólo ciento tres grados, veintiséis o veintisiete grados por debajo del punto de fusión del agua. ¿Por qué el viento? ¿Cuál es su duración probable? Está empujando al Kwembly hacia las regiones calientes dentro de Low Alfa, al sur de la población del Esket.
Hizo un gesto señalando hacia una porción del suelo fuertemente marcado de rojo.
—¿Podéis decirme hasta dónde serán transportados? Yo no quería que Dondragmer fuese en este viaje, y ciertamente no quiero perderle, aunque no estemos de acuerdo en todo. Pediremos toda la ayuda que podamos obtener de los hombres, pero vosotros también tendréis que usar vuestros cerebros. Sé que algunos de vosotros han estado intentando hacerse una idea sobre la climatología de Dhrawn. ¿Tenéis algunas ideas de valor que pudiesen aplicarse aquí?
Siguieron varios minutos de silencio. Incluso aquellos del grupo más propensos a pronunciar charlas retóricas, habían estado trabajando con Barlennan demasiado tiempo para arriesgarse ahora. Durante un rato ninguna idea realmente constructiva salió a la luz. Después uno de los científicos se escurrió hacia la puerta y desapareció, dejando flotar a sus espaldas:
—Un momento, tengo que comprobar una tabla.
En treinta segundos regresó.
—Puedo explicar la temperatura y la fusión —dijo con firmeza—. La superficie del terreno era aguanieve, la niebla amoníaco. El calor de la solución cuando se encontraron y se mezclaron habría causado la elevación de la temperatura. Las soluciones de agua y amoníaco forman eutéticos que pueden fundirse a partir de los setenta y un grados.
La sugestión fue recibida con pequeños gritos de apreciación y gestos aprobatorios de los brazos equipados con pinzas. Barlennan siguió la corriente, aunque las palabras usadas no le eran muy familiares. Pero no había terminado sus preguntas.
—¿Nos proporciona eso alguna idea sobre lo lejos que pueda ser llevado el Kwembly?
—No, no por sí solo. Necesitamos información sobre la extensión del campo de nieve original; puesto que solamente el Kwembly ha estado en esa zona, la única esperanza son los mapas fotográficos realizados por los humanos. Ya sabe lo poco que puede obtenerse de ellos. La mitad del tiempo no se puede distinguir lo que es cielo y lo que son nubes. Además, todos fueron hechos antes de que aterrizásemos aquí.
—De todas formas, inténtalo —ordenó Barlennan—. Si tenéis suerte, por lo menos podéis decir si esas cadenas montañosas al este están bordeando el rumbo actual del Kwembly. Si es así, sería difícil pensar que la nave fuese empujada más allá de unos cuantos cientos de miles de cables.
—Correcto —contestó uno de los investigadores—. Lo comprobaremos. Ben, Dees, venid conmigo; estáis más acostumbrados que yo a los mapas.
Los tres se desvanecieron por la puerta. Los restantes se dividieron en pequeños grupos que se susurraban argumentos los unos a los otros, señalando excitadamente bien al mapa a sus pies, bien hacia objetos presumiblemente en los laboratorios cercanos. Barlennan soportó esto durante varios minutos antes de decidir que era necesario un poco más de empuje.
—Si esa llanura que Don estaba atravesando era agua tan pura, no pudo haber allí ninguna precipitación de amoníaco durante mucho tiempo. ¿Por qué ha cambiado todo tan repentinamente?
—Tiene que ser debido a un efecto estacional —contestó uno de los hombres—. Yo puedo únicamente conjeturar, pero diría que tiene algo que ver con un cambio consistente en la circulación de los vientos. Las corrientes de aire procedentes de partes diferentes del planeta estarán saturadas de agua o de amoníaco, según la naturaleza de la superficie sobre la que pasan, especialmente su temperatura, supongo. El planeta se encuentra casi tan lejos de su sol tanto en un momento como en otro, y su eje está mucho más inclinado que el de Mesklin. Es fácil creer que en un momento del año sólo se ha precipitado agua sobre esa llanura y que en otro obtiene su suministro de amoníaco. En realidad, la presión del vapor de agua es tan baja, que es difícil entender qué situación llevaría agua a la atmósfera sin suministrar todavía más amoníaco, pero estoy seguro de que es posible. Trabajaremos sobre eso, pero es otro de esos momentos en el que estaríamos mucho mejor si contásemos con información de todo el planeta a lo largo de un año. Esos seres humanos parecen tener una prisa horrorosa; podrían haber esperado unos cuantos años más para hacernos aterrizar aquí.
Barlennan hizo el gesto cuyo equivalente humano hubiese sido un gruñido que no comprometiese a nada.
—Un campo de datos hubiese sido conveniente. Piensa simplemente que estás aquí para obtenerlo, en lugar de que te lo hayan dado.
—Por supuesto. ¿Va a enviar al Kalliff o al Hoorsh en ayuda de Dondragmer? Esto ciertamente es diferente de la situación del Esket.
—Sí, desde nuestro punto de vista. Sin embargo, podría parecer raro a los humanos que insistiese en enviar esta vez un vehículo de rescate, después de dejarles convencerme de lo contrario la vez anterior. Pensaré en algo. Hay más de una forma de navegar contra el viento. Vosotros haced ese trabajo teórico del que acabáis de hablar, pero ir pensando en lo que necesitaríais llevar en un viaje campo arriba hacia el Kwembly.
—De acuerdo, comandante.
Los científicos comenzaron a retirarse, pero Barlennan añadió unas cuantas palabras más.
—Jemblakee, no dudo de que te dirigirás a Comunicaciones para hablar con tus colegas humanos. Por favor, no les menciones el calor de la solución y ese asunto eutético. Déjales que lo mencionen ellos primero, si es que lo hacen, y cuando lo hagan, muéstrate impresionado en forma apropiada. ¿Comprendido?
—Perfectamente.
El científico hubiese compartido con su comandante una mueca de entendimiento, si no fuese porque sus rostros no eran capaces de aquel tipo de distorsión. Jemblakee se marchó. Después de pensarlo un momento, Barlennan hizo lo mismo. Los investigadores y técnicos restantes quizá estuviesen mejor si él estaba allí para proporcionarles ocupaciones, pero tenía otras cosas que hacer. Si no podían manejarse sin sus pinzas sobre los timones, tendrían que ir a la deriva por un rato.
Tendría que hablar pronto con la estación humana; pero si iba a haber una discusión, como parecía probable, sería mejor hacer unos cuantos planes. Alguno de los gigantes de dos piernas, Aucoin por ejemplo, que parecían tener mucho que decir sobre su política, se mostraban reluctantes en enviar o arriesgar cualquier tipo de material de reserva sin importarles lo importante que la acción pareciese desde el punto de vista de los mesklinitas. Puesto que los alienígenas habían pagado, esto era perfectamente comprensible, incluso digno de alabanza. Sin embargo, no había nada inmoral en convencerles de adoptar una actitud más conveniente, siempre que pudiese hacerse. Si podía arreglarlo, lo mejor sería trabajar a través de aquella mujer particularmente amistosa, llamada Hoffman. Era mala suerte que los seres humanos tuviesen unos horarios, tan irregulares; si hubiesen dispuesto guardias regulares, decentes, en su sección de Comunicación, habría adivinado el horario y escogido a su contrincante hacía mucho tiempo. Se preguntó, no por primera vez, si lo irregular del horario no habría sido dispuesto deliberadamente para bloquear acciones como aquélla, pero no parecía que hubiese forma de adivinarlo. Sería difícil preguntarlo.
El centro de Comunicaciones de la colonia estaba lo suficientemente lejos de los laboratorios para darle tiempo de pensar en el camino. Se encontraba también lo bastante cerca de su oficina como para animar una pausa y tomar unas cuantas notas antes de abrir realmente la partida de esgrima verbal.
Si el problema de Dondragmer desembocaba en un vehículo averiado, el tema central tendría que ser la cuestión del rescate. Básicamente, los tacaños de allá arriba estarían en contra de enviar el Kalliff, si la situación anterior hacía unos meses en relación con el Esket servía de indicación. Por supuesto, si Barlennan decidía seguir su propia voluntad en aquel asunto o en cualquier otro, ellos no podrían hacer nada, pero Barlennan esperaba conservar el hecho disimulado en la decencia de una conversación cortés. Sería muy feliz si ese aspecto de la situación nunca salía a la luz. Por eso esperaba trabajar con Easy Hoffman en el otro extremo de la discusión. Por alguna razón, tenía tendencia a ponerse de parte de los mesklinitas siempre que surgían diferencias. Ella había sido una razón por la cual, durante la discusión del incidente del Esket, no hubo una pelea abierta, aunque otra razón mucho más importante era que Barlennan nunca había tenido ni la más ligera intención de enviar un vehículo de rescate. En realidad, había estado en el mismo bando que Aucoin.
Bien, por lo menos podía acercarse a la puerta de la sala de Comunicaciones y averiguar quién estaba de guardia arriba. Con las arrugas que equivalían a un encogimiento de hombros, levantó del suelo sus cincuenta centímetros y se dirigió hacia el pasillo. En aquel momento el viento alcanzó la colonia.
Al principio y durante algunos minutos no hubo niebla. Barlennan, cambiando rápidamente sus planes cuando el techo comenzó a arrugarse, deshizo todo el camino y regresó a los laboratorios; pero antes de que tuviese oportunidad de obtener una información constructiva de sus científicos, las estrellas comenzaron a desvanecerse. En unos cuantos minutos las luces mostraron un sólido techo gris a un cuerpo de distancia por encima de los mesklinitas. Los techos aquí eran rígidos y no vibraban con el viento, como lo hacían los del pasillo, pero el sonido en el exterior era lo suficientemente alto para que más de un científico se preguntase lo estables que eran realmente los edificios. Delante del comandante no expresaron esta idea en voz alta, pero éste sabía interpretar sus ocasionales miradas hacia arriba cuando el lamento del denso aire en el exterior subía de tono.
Se le ocurrió que su posición en aquel momento resultaba casi la más inútil para un comandante que no era un científico, puesto que la gente a su alrededor era casi la única en la colonia a quien no podía dar órdenes razonablemente. Hizo sólo una pregunta; en respuesta, se le informó que la velocidad del viento era aproximadamente la mitad de la que Dondragmer había señalado a diez y seis mil kilómetros de distancia. Después partió hacia la sala de Comunicaciones.
Por el camino pensó brevemente en volver a su oficina, pero sabía que cualquiera que le necesitase lo encontraría con igual rapidez en el puesto de Guzmeen. Mientras tanto había ocupado su mente una pregunta, que probablemente podría ser contestada más rápidamente por retransmisión desde la estación humana. Esa pregunta se hacía más y más importante con cada segundo que pasaba. Olvidando que deseaba asegurarse de que Easy Hoffman estuviese de guardia arriba, entró disparado en la sala de Radio y empujó educadamente a un lado al miembro del personal que se encontraba delante del transmisor. Comenzó a hablar casi antes de estar en posición. La visión de los rasgos de Hoffman cuando la pantalla se iluminó fue una sorpresa agradable, más que un inmenso alivio.
—El viento y la niebla han llegado allí también-—comenzó abruptamente—. Algunos hombres habían salido. De momento, yo no puedo hacer nada por ellos, pero algunos estaban trabajando en los vehículos aparcados. Podríais comprobar con vuestros comunicadores si todo va bien allí. No estoy demasiado preocupado, puesto que la velocidad del viento ahora es mucho menor a la señalada por Don. Además, en esta altura el aire es mucho menos denso. Pero no podemos ver en absoluto a través de esta niebla; así que me sentiré aliviado al saber algo más de los hombres en los vehículos.
La imagen de Easy había comenzado a hablar a medio camino de la petición del comandante, obviamente no en contestación, puesto que no había habido bastante tiempo para el viaje de ida y vuelta a la velocidad de la luz. Seguramente los seres humanos tenían también algo que decir. Barlennan se concentró en su propio mensaje hasta que terminó, sabiendo que Guzmeen o alguno de sus ayudantes lo estaría escribiendo. En aquellas circunstancias, el cruce de mensajes era un acontecimiento frecuente y se resolvía por una rutina ya establecida.
Mientras sus propias palabras estaban en camino, el comandante se volvió para preguntar qué deseaban los humanos. Un oficial entró corriendo en la habitación y comenzó su informe tan pronto como vio a Barlennan.
—Señor, todos los grupos han vuelto, excepto los dos que salieron por las puertas del norte. Uno de ellos estaba trabajando en el Hoorsh y el otro nivelaba el terreno para el nuevo complejo veinte cables al norte, al otro lado del valle de aterrizaje. En el primer grupo hay ocho personas y veinte en el segundo.
Barlennan hizo un gesto de comprensión, cerrando simultáneamente sus cuatro pinzas.
—Posiblemente tengamos pronto informes de radio de la estación espacial sobre el grupo del Hoorsh —replicó—. ¿Cuántos han llegado que estuviesen realmente en el exterior cuando vinieron el viento y la niebla? ¿Qué es lo que dicen sobre las condiciones de vida y de movimiento? ¿Hay algún herido?
—Ningún herido, señor. El viento sólo era una pequeña molestia; entraron porque no podían ver para trabajar. Algunos tuvieron problemas para encontrar el camino. Supongo que la brigada que allanaba el suelo está todavía intentando regresar a tientas, a menos que hayan decidido esperar donde se encuentran. Los del Hoorsh pueden no haber advertido nada en el interior. Si el primer grupo estuviese fuera de contacto demasiado tiempo, enviaré un mensajero.
—¿Cómo harás para que éste no se pierda?
—Llevará una brújula, además de escoger a alguien que trabaje mucho en el exterior y conozca bien el terreno.
—No voy a…
La objeción de Barlennan fue interrumpida por la radio.
—Barlennan —llegó la voz de Easy—, todos los comunicadores en el Hoorsh y en el Kalliff están funcionando. Por lo que podemos ver, no hay nadie en el Kalliff. Nada se mueve. Por lo menos hay tres, posiblemente cinco, en la sección de soporte vital del Hoorsh. El hombre que cubre esas pantallas ha visto en los últimos minutos hasta tres al mismo tiempo, pero no confía demasiado en reconocer a los mesklinitas individualmente. El vehículo no parece afectado. La gente a bordo no nos presta atención, y está realizando sus tareas. Ciertamente, no estaban intentando enviarnos un mensaje de emergencia. Jack Braverman está intentando ahora atraer su atención por ese equipo, pero no creo que haya por qué preocuparse. Como dices, el viento más débil y el aire menos denso deberían querer decir que vuestra colonia no corre peligro, puesto que el Kwembly no fue dañado.
—No estoy preocupado, por lo menos no demasiado. Si espera un momento, averiguaré cuál fue su penúltimo mensaje e intentaré contestarlo —dijo Barlennan.
Se volvió hacia el oficial de guardia, cuyo puesto había tomado junto al equipo.
—Supongo que cogiste lo que dijo.
—Sí, señor. No era urgente, sólo interesante.
Otro informe provisional de Dondragmer. El Kwembly todavía flota a la deriva, aunque él cree que ha tocado fondo una vez o dos y el viento todavía sopla por allí. A causa de su propio movimiento, los científicos no se atreven a dar una opinión sobre si la velocidad del viento ha cambiado o no.
El comandante hizo un gesto de aceptación, se volvió hacia el comunicador y dijo:
—Gracias, señora Hoffman. Aprecio debidamente que envíe tan rápidamente incluso los informes de «sin novedad». Durante un rato estaré aquí para conocer lo antes posible si ocurre realmente algo. ¿Vuestros científicos atmosféricos han confeccionado alguna predicción digna de confianza o alguna explicación de lo que pasó?
Para los demás mesklinitas que se encontraban en la habitación, estaba claro que Barlennan hacía todo lo que podía para mantener una expresión ininteligible mientras hacía esta pregunta. Sus brazos y sus piernas estaban cuidadosamente relajados, las pinzas ni fuertemente cerradas ni colgando abiertas, su cabeza ni demasiado alta ni muy cerca del suelo, los ojos fijos firmemente en la pantalla. Los observadores no conocían con detalle lo que estaba en su mente, pero podían decir que atribuía a la pregunta algo más que su valor aparente. Algunos se maravillaban de que se molestase en controlarse así, puesto que era completamente inverosímil que algún ser humano pudiese interpretar su expresión corporal; pero los que le conocían bien sabían que nunca correría riesgos en un asunto como aquél. Después de todo, había algunos seres humanos, de los cuales Elise Rich Hoffman era con seguridad uno, que parecían capaces de ponerse muy rápidamente en el lugar de los mesklinitas, además de hablar stenno tan bien como lo permitía el equipamiento vocal de los humanos.
Observaba la pantalla con interés, preguntándose si aquel ser humano daría señales de haber advertido la actitud del comandante cuando llegase su respuesta. Todo el personal de la sala de Comunicaciones estaba razonablemente familiarizado con las expresiones faciales humanas; la mayoría podían reconocer por el rostro, o sólo por la voz, una docena diferente de seres humanos, por lo menos, y el comandante había expresado hacía mucho tiempo un fuerte deseo de que habilidades de aquel tipo fuesen cultivadas. La mirada de Barlennan abandonó un momento la pantalla y vagó por el círculo que escuchaba atento; se sintió divertido por sus expresiones, aunque al mismo tiempo molesto por su propia claridad. Se preguntó cómo reaccionarían ante la respuesta que Easy pudiese dar.
Evidentemente, la hembra humana había recibido la pregunta y comenzaba a formar una frase de réplica, cuando su atención fue distraída. Durante varios segundos estuvo escuchando algo y sus ojos se apartaron del receptor del comunicador de la colonia. Después su atención volvió a Barlennan.
—Comandante, otro informe de Dondragmer. El Kwembly se ha detenido, o poco menos, sobre el suelo. Pero todavía son arrastrados ligeramente; la corriente del líquido no ha cesado. Han volcado, de forma que las ruedas no tienen contacto con cualquier superficie que esté bajo ellos. Si el río no los arrastra, dejándolos libres, tendrán que quedarse donde están, y Dondragmer piensa que el nivel está bajando.