VI. EN LA TRASTIENDA

La impaciencia y la irritación eran notorias en el laboratorio de Planificación, pero hasta entonces no se había producido ningún altercado. Ib Hoffman, quien hacía menos de dos horas que había vuelto de una visita de un mes a la Tierra, y Dromm no habían hecho más que pedir información. Sentada a su lado, Easy no había dicho hasta entonces nada en absoluto, pero veía que pronto habría que hacer algo para encaminar la conversación por canales constructivos. Cambiar la línea de actuación básica del proyecto podría ser una buena idea; a menudo lo era. Pero ahora mismo era inútil que las personas en aquel extremo de la mesa malgastasen el tiempo culpándose unos a otros por la política actual. Todavía menos útil era la pelea de los científicos en el otro extremo. Aún estaban preguntándose por qué un lago se hiela cuando la temperatura estaba subiendo. Una respuesta útil podría conducir a una acción útil, pero a Easy esto le parecía un tema para el laboratorio, más que para una sala de conferencias.

Si su esposo no participaba pronto en la otra discusión, ella misma tendría que hacer algo.

—Ya he oído antes todo ese aspecto de la cuestión, y sigo sin creérmelo —atacaba Mersereau—. Hasta cierto punto, es de sentido común; pero creo que lo hemos sobrepasado con mucho. Comprendo que cuanto más complejo sea el equipo, menos personas se necesitan para atenderlo; pero también se necesitan más aparatos especializados y personal entrenado para mantenerlo y repararlo. Si los vehículos estuviesen tan automatizados como quería alguna gente, nos las hubiésemos arreglado con un centenar de mesklinitas en Dhrawn, en vez de un par de miles; eso al principio, mas probablemente todas las máquinas estarían por ahora inservibles, porque no hubiésemos podido mandar todo el equipo de apoyo y personal que hubiesen necesitado. Todavía no existen suficientes mesklinitas entrenados técnicamente. Yo estuve de acuerdo; Barlennan también; como dije, era de sentido común.

«Pero tú y, por alguna razón, Barlennan llegasteis más allá. Él estaba en contra de la inclusión de helicópteros. Sé que había algunas personas en el proyecto que suponían que nunca podría enseñarse a volar a un mesklinita, y quizá lo que motivaba a Barlennan era su aerofobia racial; pero por lo menos fue capaz de comprender que sin la exploración aérea los vehículos no se atreverían a viajar más que unas cuantos kilómetros por hora sobre terreno nuevo y que llevaría más o menos una eternidad cubrir sólo Low Alfa a esa marcha. Con esto, le convencimos.

«Hubo un montón de material que nos hubiese gustado proporcionarle. Habría sido útil, y hubiese compensado llevarlo, mas nos convenció para no utilizarlo. Nada de armas; de acuerdo en que probablemente hubiesen resultado inútiles. Pero, ¿ningún equipo de radio de corto alcance? ¿Ningún intercomunicador en la colonia? Es una estúpida tontería que Dondragmer tenga que llamarnos a diez millones de kilómetros de distancia y pedirnos que retransmitamos sus informes a Barlennan en la colonia. Generalmente no es importante, puesto que Barí no podría ayudarle físicamente y el retraso no significa mucho, pero en el mejor de los casos es tonto. Ahora que el principal compañero de Don ha desaparecido, seguramente dentro de las ciento sesenta kilómetros alrededor del Kwembly y posiblemente a menos de diez y seis, sin posibilidad de entrar en contacto con él en la galaxia ni desde aquí ni desde el vehículo, la situación es crítica. ¿Qué tiene Barí contra las radios, Alan? ¿Y qué tienes tú?

—Justo la razón que tú mismo acabas de dar —contestó Aucoin con sólo un rastro de mordacidad—: el problema del mantenimiento.

—Estás loco. No hay ningún problema de mantenimiento con un comunicador simplemente vocal, incluso con uno visual. Según tengo entendido, había cuatro en Mesklin en el primer viaje de Barlennan patrocinado desde el exterior hace unos cincuenta años, y ninguno de ellos provocó la más ligera molestia. Ahora mismo hay sesenta en Dhrawn, sin el menor problema en el año y medio que han estado allí. Barlennan debe saberlo, y ciertamente tú lo sabes. Además, ¿por qué retransmitimos vocalmente los mensajes que nos envían? Podríamos hacerlo automáticamente, en lugar de tener a una banda de intérpretes desmenuzándolo todo (lo siento, Easy). No me digas que habría en esta estación un deficiente mantenimiento de una unidad de retransmisión. ¿Quién quiere tomar el pelo a quién?

Easy se estremeció; esto se acercaba peligrosamente a ser objeto de pelea. Su esposo, sin embargo, sintió el movimiento y tocó su brazo en un gesto que ella comprendió. Él se encargaría del asunto. Sin embargo, dejó que Aucoin contestase.

—Nadie está intentando engañar a nadie. No quiero decir mantenimiento del equipo, y admito que escogí mal las palabras. Debería haber dicho de la moral. Los mesklinitas son una especie competente y con una gran seguridad en sí mismos, por lo menos los representantes que más hemos visto. Navegan sobre miles de kilómetros de océano en esos ridículos grupos de balsas, completamente fuera de contacto con la base y lejos de toda ayuda durante meses seguidos, exactamente como hacían los seres humanos hace unos cuantos siglos. Pensamos que hacer la comunicación demasiado fácil minaría su seguridad. Admito que esto no es un dogma; los mesklinitas no son humanos, aunque sus mentes se parezcan mucho a las nuestras. Hay un factor importante cuyo efecto no podemos evaluar, y quizá nunca podamos. No sabemos la duración normal de su vida, si bien está claro que es mucho más larga que la nuestra. Sin embargo, Barlennan estuvo de acuerdo con nosotros sobre la cuestión de la radio. Como tú dijiste, fue él quien lo sacó a relucir, y nunca se ha quejado de la dificultad de la comunicación.

—A nosotros, no —intervino en este momento Ib Hoffman.

Aucoin pareció sorprendido; después, perplejo.

—Sí, Alan, eso he dicho. No se ha quejado ante nosotros. Lo que piense de ello privadamente, ninguno de nosotros lo sabe.

—Pero ¿por qué no iba a quejarse, o incluso a pedir radios, si ha llegado a darse cuenta de que debería tenerlas?

El planificador no iba por completo desencaminado, pero Easy observó con aprobación que había perdido su tono defensivo.

—No sé por qué —admitió Hoffman—. Simplemente recuerdo lo que aprendí sobre nuestros primeros tratos con Barlennan hace unas pocas décadas. Durante la mayor parte de la misión Gravedad fue un agente altamente cooperativo, un adorador de los misteriosos alienígenas de la Tierra, Paneshk, Drom y aquellos otros exóticos lugares en el cielo, haciéndonos nuestro trabajo justo cuando se lo pedíamos; después, al final, repentinamente nos atracó en un chantaje que cinco seres humanos, siete paneshks y nueve drommians de cada diez todavía piensan que nunca debimos pagar. Sabes tan bien como yo que enseñar tecnología avanzada, o incluso ciencia básica, a una cultura que todavía no está en su revolución mecánica enfurece a los ecologistas, porque piensan que todas las razas debieran tener derecho a pasar su propio tipo de dolores de crecimiento; hace sublevarse a los xenófobos, porque estarnos armando contra nosotros a los malvados alienígenas; provoca las críticas de los historiadores, porque estamos enterrando datos inapreciables, y molesta a los tipos administrativos, porque tienen miedo de que estemos creando problemas que todavía no han aprendido a resolver.

—Los xenófobos son el problema principal —dijo Mersereau—. Esos chiflados dan por sentado que todas las especies no humanas serían un enemigo si tuviesen la capacidad técnica. Esa es la razón por la que sólo hemos dado a los mesklinitas material que no puedan duplicar por sí solos, como las unidades de fusión; cosas que no podrían ser desarmadas y estudiadas en detalle sin unas cinco fases de equipo intermedio, como cámaras de difracción de los rayos gamma, que los mesklinitas tampoco tienen. El argumento de Alan parece bueno, pero sólo es una excusa. Sabes tan bien como yo que podrías entrenar en dos meses a un mesklinita para volar en una nave automatizada en parte de forma razonable si los controles fuesen modificados para sus pinzas y que en esta estación todos los científicos darían los tres cuartos de su sangre por bajar a la superficie de Dhrawn cargas de utensilios físicos e instrumentos que ellos habrían improvisado.

—Eso no es completamente verdad, aunque hay elementos ciertos —dijo Hoffman calmosamente—. Estoy de acuerdo con tu sentimiento personal sobre los xenófobos, pero es un hecho que, estando la energía tan barata que un carguero interestelar puede amortizar el coste de su construcción en cuatro o cinco años, una guerra interestelar no resulta tan claramente imposible como se supuso una vez. Además, tú sabes por qué esta estación tiene habitaciones tan enormes, por incómodas que las encontremos algunos y por ineficientes para algunos propósitos. El drommian medio, si hubiese aquí una habitación donde no pudiese entrar, afirmaría que contenía algo deliberadamente mantenido en secreto. Ellos no tienen el concepto de intimidad, y por nuestros estándares la mayoría están seriamente paranoicos. Si cuando tuvimos el primer contacto no hubiésemos decidido compartir la tecnología con ellos, hubiésemos creado un planeta de xenófobos muy competentes, mucho más peligroso que cualquier cosa que la Tierra haya producido. No creo que los mesklinitas reaccionasen de igual forma, pero todavía pienso que fundar el Colegio en Mesklin fue la actuación política más inteligente desde que admitieron al primer drommian en el M.I.T.

—Pero los mesklinitas tuvieron que chantajearnos para que hiciéramos eso.

—Por desgracia, es verdad —admitió Hoffman—; mas todo eso es un asunto secundario. La cuestión ahora es que no sabemos lo que Barlennan piensa o planea en realidad. Podemos, sin embargo, estar perfectamente seguros de que no accedió sin una buena razón a llevar a dos mil compatriotas, incluyéndose a sí mismo, a un mundo casi completamente desconocido y muy peligroso hasta para una especie como la suya.

—Nosotros le dimos una buena razón —señaló Aucoin.

—Sí. Intentamos imitarle en el arte del chantaje. Accedimos a mantener el Colegio de Mesklin, por encima de las objeciones de mucha de nuestra gente, si él hacía el trabajo de Dhrawn para nosotros. Por ninguna de las partes se hizo referencia a un pago material, aunque los mesklinitas son perfectamente conscientes de la relación entre conocimiento y riqueza material. Estoy completamente dispuesto a admitir que Barlennan es un idealista, pero no estoy seguro de cuánto chauvinismo hay en su idealismo o de lo lejos que le llevará.

«Además, todo esto no es el problema ahora. No deberíamos preocuparnos por el equipo que escogimos para los mesklinitas. Ellos estuvieron de acuerdo, fuesen las que fuesen sus reservas privadas. Pero aún estamos en posición de ayudarles con información sobre hechos físicos que no conocen y que difícilmente sus científicos pueden esperar descubrir por sí solos. Tenemos computadores de alta velocidad. Ahora mismo tenemos una máquina exploradora extremadamente cara, helada en un lago de Dhrawn, junto con un centenar de seres humanos que quizá sean personal para algunos, pero para los demás son individualidades. Si queremos cambiar nuestra línea de acción e insistir en que Barlennan acepte una nave cargada con nuevo equipo, espléndido; mas no es el problema actual, Boyd. No sé qué podríamos enviar ahora allá abajo que sirviese en lo más mínimo a Dondragmer.

—Supongo que tienes razón, Ib, pero no puedo evitar pensar en Kervenser y en que hubiese sido mucho mejor si…

—Recuerda que podría haberse llevado uno de los comunicadores. Dondragmer tenía tres, además del situado en el puente, todos ellos portátiles. La decisión de llevarlos o no pertenece estrictamente al propio Kervenser y a su capitán. Dejemos de pensar en lo que pudiese haber sido e intentemos hacer algunos planes constructivos.

Mersereau se sometió, algo irritado con Ib por sus últimas palabras, pero con resentimiento hacia la actitud de Aucoin, distraído por el momento. El planificador tomó de nuevo la guía de la conversación, mirando hacia el otro extremo de la mesa, donde los científicos estaban ahora silenciosos.

—Muy bien, doctor McDevitt. ¿Han efectuado algún acuerdo sobre lo que probablemente sucedió?

—No completamente, pero hay una idea que vale la pena examinar. Como sabéis, los observadores del Kwembly han estado informando de una temperatura casi constante desde que la niebla se aclaró. Ningún enfriamiento por radiación; en todo caso, una ligera tendencia al calentamiento. Las lecturas barométricas en ese lugar han estado subiendo muy lentamente desde que la máquina encalló; las lecturas anteriores carecen de significado, a causa del incierto cambio en la elevación. Las temperaturas han estado muy por debajo de los puntos de congelación tanto del agua como del amoníaco puros, pero algo por encima del eutético del amoníaco y el monohidrato de agua. Nos estamos preguntando si el deshielo inicial no podría haber sido causado por la niebla de amoníaco reaccionando con el aguanieve sobre el que el Kwembly se deslizaba. Dondragmer temía esa posibilidad, y si fuera así, la congelación actual podría ser debida a la evaporación del amoníaco del eutético. Necesitaríamos datos sobre el amoníaco relativo…

—¿Qué? —interrumpieron casi al unísono Hoffman y Aucoin.

—Lo siento. La presión parcial del amoníaco es relativa al valor de saturación; el equivalente de la humedad, relativo al agua. Para confirmar o abandonar la idea necesitaríamos datos sobre eso, y por supuesto, los mesklinitas no los han tomado.

—¿Hubiesen podido?

—Estoy seguro de que podríamos encontrar una técnica con ellos. No sé cuánto tiempo llevaría. El vapor de agua no constituirá un problema; su presión de equilibrio es cuatro o cinco décimas menor que la del amoníaco en esa clase de temperatura. No debería ser muy difícil.

—Comprendo que esto es una hipótesis más que una realidad completamente desarrollada. ¿Resulta suficientemente aceptable para basar alguna acción sobre ella?

—Eso dependería de qué clase de acción.

Aucoin hizo un gesto de impaciencia, y el físico atmosférico continuó apresuradamente.

—Es decir, yo no me arriesgaría a un esfuerzo de todo o nada sólo sobre eso; pero estoy dispuesto a intentar cualquier cosa que no obligue al Kwembly a terminar con algún suministro importante o que le ponga en serio peligro.

El planificador asintió.

—De acuerdo —dijo—. ¿Preferiríais estar aquí y suministrarnos más ideas, o sería más efectivo hablar sobre ésta con los mesklinitas?

McDevitt hizo un gesto con los labios, y pensó durante un momento.

—Hemos estado hablando con ellos con bastante frecuencia, pero supongo que es más probable que algo bueno salga de esa dirección que…

Se detuvo, mientras Easy y su esposa ocultaban sonrisas.

Aucoin asintió, aparentando no haber advertido el paso en falso.

—De acuerdo. Vuelve a Comunicación. ¡Buena suerte! Haznos saber si tú o ellos encontráis algo más que valga la pena.

Los cuatro científicos asintieron y se marcharon juntos. Los diez miembros de la conferencia que se quedaron estuvieron silenciosos durante unos minutos antes de que Aucoin dijese lo que todos, menos uno, pensaban.

—No nos engañemos —dijo lentamente—. La verdadera discusión llegará cuando retransmitamos este informe a Barlennan.

Ib Hoffman se irguió bruscamente.

—¿Todavía no lo habéis hecho? —inquirió violentamente.

—Únicamente durante el encallamiento original Easy les comunicó esto y algunos informes ocasionales sobre los trabajos de reparación; mas todavía nada sobre la nave.

—¿Por qué no?

Easy podía leer señales de peligro en la voz de su esposo, y se preguntó si quería suavizarlo o no. Aucoin pareció sorprendido ante la pregunta.

—Sabes por qué tan bien como yo. No será muy diferente que se enterasen de esto ahora, dentro de diez horas o cuando Dondragmer regrese a la colonia. No hay nada que Barlennan pueda intentar inmediatamente para ayudarle, y lo único que puede hacer no es lo que nosotros preferiríamos.

—¿Y qué es eso? —intervino dulcemente Easy. Ya había decidido qué línea de acción debía seguir.

—Eso es, como sabes muy bien, enviar uno de los dos vehículos que todavía están en la colonia a rescatar el Kwembly, como quería hacer con el Esket.

—¿Y tú todavía te opones?

—Ciertamente, por las mismas razones que antes, si bien admito que Barlennan aceptó aquella vez. No se trata sólo de que tengamos otros planes específicos para esos dos vehículos, aunque eso también cuenta. Piensa lo que quieras, Easy, pero yo no considero una vida poco importante simplemente porque no sea una vida humana. Sin embargo, sí me opongo a malgastar tiempo y recursos. Cambiar nuestra forma de actuar en medio de una operación, generalmente implica alterar las dos cosas.

—Pero si proclamas que las vidas mesklinitas significan para ti tanto como las humanas, ¿cómo puedes hablar de malgastar?

—Tú no piensas, Easy. Lo comprendo, y en realidad no te culpo, pero estás ignorando el hecho de que el Kwembly está a unos dieciséis mil kilómetros por aire de la colonia y a unas veinte mil por el camino que ellos siguieron. Un vehículo de rescate no hubiese podido seguramente recorrer eso en menos de doscientas o doscientas cincuenta horas. La última parte, la que el Kwembly atravesó al ser arrastrado por un río, podría no ser encontrada, y los últimos seis mil kilómetros a través del campo de nieve quizá no sean transitables.

—Podríamos darle direcciones con vistas al satélite.

—Podríamos hacerlo, sin duda. Sin embargo, a menos que Dondragmer logre salir con su tripulación y su vehículo de su problema actual, nada de lo que Barlennan le envíe le serviría probablemente de ayuda, si el Kwembly está en peligro real e inmediato. Si no lo está, si sólo se trata de permanecer detenido por el hielo como un ballenero del siglo XIX, con su sistema vital de circuito cerrado, tiene suministros indefinidamente y transformadores de fusión, mientras nosotros y Barlennan podemos planear un rescate agradable y placentero.

—Como el del Esket de Destigmet —replicó la mujer con cierta amargura—. Lleva allí siete meses, y tú rehúsas hablar sobre el rescate entonces y ahora.

—Esa era una situación muy diferente. El Esket sigue estando allí, sin cambios, según lo que sus equipos de visión nos dicen, pero su tripulación ha desaparecido. No tenemos ni la más ligera idea de lo que les sucedió, pero puesto que no están a bordo y no han estado durante todo este tiempo, es imposible creer que todavía vivan. Los mesklinitas no podrían vivir siete meses en Dhrawn sin mucho más equipo que sus trajes especiales, a pesar de todas sus habilidades y de su admirable resistencia física.

Easy no contestó. En pura lógica, Aucoin tenía toda la razón; pero Easy no podía aceptar la idea de que la situación era puramente lógica. Ib conocía sus sentimientos, y decidió que había llegado el momento de cambiar otra vez de rumbo. Hasta un punto compartía la opinión del planificador sobre política básica; también sabía por qué su mujer no podía compartirla.

—El problema real, inmediato según yo lo veo —intervino Hoffman—, es el que tiene Don con los hombres que todavía están en el exterior. Según tengo entendido, dos están debajo del hielo y nadie parece saber si ese estanque está helado hasta el fondo. A juzgar por el trabajo que se suponía que iban a hacer, en cualquier caso están en algún punto entre las ruedas del Kwembly. Supongo que eso significa un sencillo trabajo de picar y buscar. No tengo ni idea de qué probabilidades de vida tiene un mesklinita con traje especial soportando una cosa así. La temperatura no les molestará, a pesar de encontrarse tan por debajo del punto de fusión del hielo; pero no sé qué otras limitaciones fisiológicas puedan tener. El primer oficial de Don también ha desaparecido durante un vuelo de helicóptero. No podemos ayudarle directamente, puesto que no se llevó un comunicador, pero hay otro helicóptero disponible. ¿Nos ha pedido Dondragmer que le ayudemos mientras buscamos a su piloto con la otra máquina y un equipo de visión?

—Hasta hace media hora no lo había hecho —replicó Mersereau.

—Entonces aconsejo vivamente que se lo insinuemos nosotros.

Aucoin asintió aprobadoramente y miró hacia la mujer.

—Yo diría que es un trabajo para ti, Easy.

—Si nadie se me ha adelantado.

Se levantó, pellizcó la oreja de Ib al pasar y abandonó la habitación.

—El siguiente punto —continuó Hoffman—. Suponiendo que puedas tener razón al oponerte a una expedición de rescate desde la colonia, creo que ya es hora de que Barlennan fuese puesto al día sobre el Kwembly.

—¿Por qué crear más problemas de los que necesitamos? —devolvió Aucoin—. No me gusta discutir con nadie, especialmente cuando el otro en realidad no tiene por qué escucharme.

—No creo que tengas que discutir. Recuerda que la otra vez él estuvo de acuerdo.

—Hace unos cuantos minutos dijiste que no estabas seguro de la sinceridad de sus palabras.

—No lo estoy, pero si esa vez hubiese estado fuertemente en contra nuestra, habría hecho lo que quería y enviado una brigada en ayuda del Esket. Recuerda que lo hizo un par de veces cuando un vehículo estuvo en dificultades.

—Eso fue mucho más cerca de la colonia, y finalmente aprobamos la acción —devolvió Aucoin.

—Sabes tan bien como yo que la aprobamos porque preveíamos que iba a hacerlo de todas formas.

—La aprobamos, Ib, porque tu mujer estaba las dos veces del lado de Barlennan y nos convenció.

De paso, tu argumento es un punto en contra de comunicarle la situación actual.

—¿De qué lado estaba ella durante la pelea del Esket? Sigo pensando que deberíamos contarle pronto a Barlennan la situación actual. Dejando a un lado la pura honradez, cuanto más esperemos más seguro es que tarde o temprano averiguará que hemos estado censurando los informes de la expedición.

—Yo no lo llamaría censurar. Nunca hemos cambiado nada.

—Pero muchas veces has retrasado la transmisión, mientras decidías lo que debería conocer, y como dije antes, no creo que eso sea lo que decidimos pactar con él. Perdona mis sentimientos reaccionarios, pero por motivos puramente egoístas haríamos bien en conservar su confianza cuanto más tiempo mejor.

Varios de los otros miembros que hasta este momento habían escuchado en silencio, irrumpieron a hablar casi al mismo tiempo cuando Hoffman expresó este sentimiento. Aucoin necesitó varios segundos para desarrollar sus ideas, pero pronto se hizo claro que el sentimiento del grupo estaba con Ib. El presidente se rindió graciosamente; su técnica no incluía el quedarse delante del toro.

—Muy bien, le pasaremos a Barlennan el informe completo en cuanto nos separemos —miró hacia el ganador—. Es decir, si la señora Hoffman no lo ha mandado ya. ¿Cuál es el punto siguiente?

Uno de los hombres, quien se había limitado a escuchar hasta aquel momento, hizo una pregunta.

—Perdonadme si no os he seguido bien hace unos pocos minutos. Ib, tanto tú como Alan decís que Barlennan estuvo de acuerdo con la política del proyecto de limitar al mínimo la cantidad de equipamiento sofisticado que su expedición iba a utilizar. Yo también lo entendí así; pero tú, Ib, acabas de mencionar que tienes dudas sobre la sinceridad de Barlennan. ¿Alguna de esas dudas proviene de su aceptación de los helicópteros?

Hoffman movió la cabeza.

—No. Los argumentos que empleamos para su necesidad fueron buenos, y lo único que me sorprendió fue que Barlennan no se adelantase y aceptase el equipo sin discusión.

—Pero los mesklinitas son aerofóbicos por naturaleza. Para alguien de un mundo así, la idea de volar debe ser inimaginable.

Ib sonrió lúgubremente.

—Es verdad. Pero una de las primeras cosas que Barlennan hizo después de cerrar el trato con la gente de la misión Gravedad y comenzar a aprender ciencia básica fue diseñar, construir y volar en un globo de aire caliente por la zona polar de Mesklin donde la gravedad es más alta. Lo que motivó a Barlennan no fue aerofobia. No dudo exactamente de él; simplemente no estoy seguro de lo que piensa, si me perdonáis un juego de palabras bastante tosco.

—De acuerdo —intervino Aucoin—. Creo que nos estamos quedando secos. Sugiero que durante seis horas, por ejemplo, nos separemos. Podemos pensar, bajar a Comunicación y escuchar a los mesklinitas o hablar con ellos; cualquier cosa que mantenga vuestros pensamientos sobre la cuestión de Dhrawn. Ya conocéis mis ideas sobre eso.

—Ahí es donde han estado las mías —era Ib el que hablaba—. Cada vez que uno de los vehículos encuentra problemas, pienso en el Esket, incluso cuando el problema es plenamente natural.

—Me imagino que lo mismo hacemos todos —admitió Aucoin.

«Cuanto más pienso en ello, más me parece que su tripulación debe haberse encontrado con una oposición inteligente. Después de todo, sabemos que en Dhrawn hay vida, aparte de los arbustos y pseudoalgas que hemos encontrado. Eso no explicaría cuantitativamente dicha atmósfera; tiene que haber en alguna parte un sistema ecológico completo. Supongo que en las regiones de temperatura más altas.

—Como Low Alfa —Hoffman completó la idea—. Sí, no existen amoníaco y oxígeno libres en el mismo ambiente durante mucho tiempo en la escala temporal de un planeta. Yo podría creer en la posibilidad de una especie inteligente. No hemos encontrado ninguna señal de ella desde el espacio y las brigadas mesklinitas tampoco, a menos que lo hiciera el Esket; pero veintisiete billones de kilómetros cuadrados de planeta proporcionan un montón de razones. La idea es factible, y no eres el primero en concebirla, pero no sé a donde nos lleva. Según Easy, Barlennan también pensó en ello y en enviar otro vehículo a la zona donde el Esket se había perdido, con la misión específica de buscar y contactar con cualquier inteligencia que pudiese estar allí; pero hasta Barlennan dudaba en emprender ese tipo de búsqueda. Ciertamente, nosotros no lo hemos impulsado a hacerlo.

—¿Por qué no? —interrumpió Mersereau—. Si pudiésemos entrar en contacto con nativos, como hicimos en Mesklin, el proyecto podría funcionar realmente. No tendríamos que depender tanto de…

Aucoin sonrió lúgubremente.

—Precisamente —dijo—. Ahora has encontrado una buena razón para cavilar sobre la franqueza de Barlennan. No estoy diciendo que sea un político de corazón helado que expondría las vidas de sus hombres sólo para tener echado el cerrojo sobre la operación de Dhrawn, pero cuando finalmente accedió a no enviar el Kalliff en la misma dirección, la tripulación del Esket ya estaba con bastante seguridad más allá de todo rescate.

—Aunque hay otro punto —dijo Hoffman pensativamente.

—¿Cuál?

—No estoy seguro de que valga la pena mencionarlo, puesto que no podemos evaluarlo; pero el Kwembly está a las órdenes de Dondragmer, que es un antiguo asociado de Barlennan y que, según un razonamiento normal, debiera ser amigo muy íntimo suyo. ¿Hay alguna posibilidad de que, al estar implicado, influya sobre el juicio de Barl en cuanto a un viaje de rescate, o de que incluso le haga ordenar uno en contra de su propio raciocinio? Yo tampoco creo que esa oruga sea simplemente una máquina administrativa. La frialdad de su sangre es algo puramente físico.

—Yo también he cavilado sobre eso —admitió el planificador principal—. Hace unos meses, me sorprendió mucho que dejase salir a Dondragmer. Tenía la impresión de que no quería que corriese grandes riesgos. No me preocupó demasiado. La verdad es que nadie conoce bastante la psicología mesklinita en general o la de Barlennan en particular para basar sobre ello una planificación seria. Si alguien lo hace, Ib, es tu mujer, y ella no puede, o no quiere, traducir en palabras lo que comprende. Como dices, no estamos en condiciones de dar ningún valor a la posibilidad de la influencia de la amistad. Solamente podemos añadirla a la lista de preguntas. Oigamos alguna idea sobre esos tripulantes que presumiblemente se hallan congelados bajo el Kwembly, y después nos separaremos.

—Un transformador de fusión conservaría una resistencia calorífera grande en funcionamiento, y unos fusibles no son un equipamiento muy complejo —señaló Mersereau—. Los caloríferos tampoco son piezas de equipo demasiado desdeñables en Dhrawn. Si solamente…

—Pero no lo hicimos —interrumpió Aucoin.

—Sí lo hicimos, si me dejas terminar. En el Kwembly hay los suficientes transformadores como para hacerle despegar del planeta, si su energía pudiese ser aplicada a un trabajo semejante. A bordo debe haber algún metal que pueda ser convertido en resistencias o arcos. No sé si los mesklinitas podrían manipular objetos así. Quizá haya un límite incluso a su tolerancia de la temperatura; podríamos preguntarles si han pensado en algo así.

—Te equivocas en una cosa. Sé que tanto en el equipo como en los suministros de esos vehículos hay muy poco metal, y me asombraría que la cuerda mesklinita resultase un buen conductor. No soy químico, pero cualquier cosa unida tan firmemente como ese material debe tener sus electrones muy bien colocados en su sitio. De todas formas, conviene comprobarlo con Dondragmer. Seguramente Easy está todavía en Comunicación; ella puede ayudarte si al otro extremo no están de guardia mesklinitas lingüísticamente bien preparados. Se suspende la reunión.

Mersereau asintió, dirigiéndose al tiempo hacia la puerta, y la reunión se disolvió. Aucoin siguió a Mersereau por la misma puerta; la mayoría salieron en otras direcciones. Únicamente Hoffman permaneció sentado en la mesa. Sus ojos no enfocaban ningún punto en particular, y en su rostro aparecía un ceño que le hacía aparentar más de sus cuarenta años.

Le gustaba Barlennan. Dondragmer le gustaba todavía más, lo mismo que a su mujer. No tenía motivos para la más ligera queja sobre el progreso de la investigación en Dhrawn; considerando las normas que él mismo había ayudado a precisar, tampoco los tenía el resto de los planificadores. No había ninguna razón concreta en absoluto, excepto un truco de hacía medio siglo, para desconfiar del comandante de los mesklinitas. Difícilmente podía creerse que quisiera mantener alejados a los hipotéticos nativos de Dhrawn. Después de todo, los problemas de transferir la responsabilidad del proyecto de investigación en Dhrawn a tales seres, si es que existían, todavía provocarían más retrasos, y seguramente Barlennan comprendería esto.

Las ocasiones eventuales de desacuerdo entre los exploradores y los planificadores eran pocas. Era el tipo de asunto que, por ejemplo, con los drommians sucedía diez veces más a menudo. No, no había razón para suponer que los mesklinitas ya estuviesen embarcados en planes independientes.

Sin embargo, Barlennan no había querido helicópteros, aunque finalmente hubiese accedido a aceptarlos. Era el mismo Barlennan quien había construido y tripulado un globo de aire caliente, como su primer ejercicio en ciencia aplicada.

No había enviado ayuda al Esket, aunque todos los gigantescos vehículos eran necesarios para el proyecto, a pesar del hecho de que más de cien de sus hombres estaban a bordo.

Había rehusado radios de alcance local, por útiles que fuesen. El argumento empleado contra ellas fue que un profesor testarudo las usaría en una situación escolar, pero aquello era la vida real y mortalmente seria.

Cincuenta años antes no sólo había saltado de alegría ante la oportunidad de adquirir conocimientos alienígenas, sino que también había maniobrado deliberadamente para forzar a sus patrocinadores no mesklinitas a dárselos.

Ib Hoffman no podía liberarse de la idea de que Barlennan estaba otra vez haciendo algo clandestino.

Se preguntó qué pensaría Easy de todo esto.

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