XIII. HECHOS EXTRAÑOS; FICCIÓN CONVINCENTE

Barlennan se sentía muy complacido de sus palabras. No había dicho ni una sola falsedad; lo peor de lo que podría ser acusado era de no pensar claro. A menos que algunos humanos sospechasen ya activamente, no habría ninguna razón para que no pasasen la teoría al capitán del Kwembly, diciéndole así la línea que Barlennan se proponía seguir. Podía confiarse en que Dondragmer seguiría el juego, especialmente si se le transmitía la pista de que quizá Kabremm no estuviese disponible para un interrogatorio. Era mala suerte, por una parte, hacer surgir la «amenaza nativa» mucho antes de lo que hubiese querido, cuando existía un plan mucho mejor: dejar que los humanos la inventasen ellos mismos; pero cualquier plan que no pudiese modificarse para adaptarse a las nuevas circunstancias era un pobre plan, pensaba.

Aucoin se sintió muy sorprendido. Personalmente no tenía ninguna duda de que Easy estaba equivocada, puesto que hacía mucho que había borrado por completo al Esket de su mente; que Barlennan tomase su opinión en serio había sido una mala sacudida. El administrador sabía que Easy era con mucho la persona mejor cualificada en toda la estación para hacer un reconocimiento semejante, pero no había esperado que los propios mesklinitas se diesen cuenta de ello. Se culpó a sí mismo de no prestar una mayor atención a las charlas entre los observadores (especialmente respecto a Easy) y los mesklinitas en los últimos meses. Había perdido el contacto, un pecado mortal en un administrador.

No obstante, no veía razones para denegar la solicitud de Barlennan. Miró a los otros. Easy y Mersereau le miraban expectativamente; la mujer tenía su mano sobre el micrófono selector en el brazo de su sillón, como si fuese a llamar a Dondragmer. Su esposo mostraba en su rostro una semisonrisa que confundió ligeramente a Aucoin por un momento; pero cuando sus ojos se encontraron, Hoffman asintió como si hubiese estado analizando la teoría mesklinita y la hallase razonable. El planificador vaciló un momento más; después habló por su micrófono.

—Lo haremos ahora mismo, comandante.

Asintió a Easy, que al momento cambió su conmutador de selección y comenzó a hablar. Benj volvió cuando ella empezaba, evidentemente rebosante de información, pero se reprimió cuando vio que ya había comenzado una conversación con el Kwembly. Su padre observaba al muchacho mientras Easy retransmitía la teoría de Barlennan, y difícilmente pudo ocultar su diversión. Estaba muy claro que Benj se tragaba toda la idea. Benj era joven, y varios de sus mayores tampoco parecían demasiado críticos.

—Barlennan quiere tus ideas sobre esa posibilidad, y especialmente cualquier información que puedas haber obtenido de Kabremm —concluyó Easy—. Eso es todo… No, espera —Benj había atraído su atención—. Mi hijo ha vuelto del laboratorio de aerología, y parece tener algo para ti.

—El señor McDevitt ha hecho una pasada añadiendo las nuevas medidas a los datos anteriores, y ahora está haciendo una segunda —dijo Benj sin preámbulos—. Según la primera, tenía razón en cuanto al motivo de la fusión y congelación de vuestro lago y la naturaleza de las nubes que encontró Stakendee. Hay más probabilidades que nunca de que la condensación aumente y haga mayor la corriente. Sugiere que compruebes muy cuidadosamente, como ya dijo antes, el momento en que las nubes alcancen al Kwembly. Según ha adivinado, se están evaporando por un calentamiento adiabático, mientras el aire que las lleva baja por la pendiente del terreno. Dice que cuanto más tarde en alcanzarte, peor será la riada cuando lo haga. Yo no comprendo por qué, pero eso es lo que transmite el computador. Insistió en que me asegurase de recordarte que era otro cálculo aproximado, probablemente tan equivocado como cualquiera de los anteriores. Hizo un largo discurso sobre todas las razones que existen para que no pueda estar seguro, pero ya las conoces.

La respuesta de Dondragmer comenzó casi como un eco de la luz; no podrían haber pasado más que un segundo o dos después del final del informe de Benj, decidiendo qué decir.

—Muy bien, Benj. Por favor, dile a Barlennan que su idea suena razonable y encaja, por lo menos, con la desaparición de mis dos helicópteros. No he tenido la oportunidad de obtener la información de Kabremm, si era él. No lo he visto. No ha vuelto al Kwembly. Tú podrías decir mejor que yo si todavía está con Stakendee y con los que fueron corriente arriba. Tomaré precauciones por si el comandante tuviese razón. Si la idea se me hubiese ocurrido antes, seguramente no habría mandado a toda la tripulación a erigir una base de seguridad en la ladera del valle.

»Sin embargo, quizá haga bien. No veo posibilidades de liberar el vehículo a tiempo, y si el señor McDevitt está moderadamente seguro de que va a llegar otra riada, tendremos que acabar de transportarlo todo fuera rápidamente. Si una corriente parecida a la que nos trajo aquí llega hasta el Kwembly mientras está inmovilizado de esa forma, habrá trozos de casco esparcidos durante millones de cables corriente abajo. Cuando mis hombres vuelvan, cogeré una carga más del equipo necesario y abandonaré el vehículo momentáneamente. Nos estableceremos en el borde del valle, y tan pronto como el equipo de soporte vital funcione adecuadamente allí, comenzaré a enviar cuadrillas para trabajar en la reparación del Kwembly, siempre que la riada no esté claramente en camino. Ese es un plan básico firme. Pensaré en los detalles de los trabajos con vuestra ayuda, y si la teoría de Barlennan pide una acción especial, la tomaré, pero no tengo tiempo para discutir la decisión básica. Puedo ver que al norte se mueven unas luces. Supongo que será mi tripulación volviendo. Giraré el aparato para que podáis verlo.

La imagen de la pantalla se agitó; después saltó abruptamente cuando el capitán empujó el transmisor, haciéndole descubrir un tercio de círculo. El resultado no fue una mejora, desde el punto de vista humano; la región iluminada alrededor del Kwembly donde los detalles no sólo podían ser vistos, sino comparados e interpretados, fue reemplazada por una oscuridad casi total, aliviada por unas pocas motas luminosas. Se necesitó una observación cercana y cuidadosa para confirmar la idea de Dondragmer de que se movían. Easy estaba a punto de pedir que la lente fuese devuelta a su posición anterior, cuando Benj comenzó a hablar.

—¿Quieres decir que has abandonado toda esperanza de encontrar a Beetchermarlf, Takoorch y los otros y vas a marcharte dejándolos ahí? Sé que tienes que preocuparte por cien personas más, pero hay veces en que eso parece una excusa bastante pobre para no intentar ni siquiera rescatar a alguien.

Easy se sintió sorprendida y bastante aplanada ante las palabras escogidas por su hijo, y estuvo a punto de interrumpirle con una reconvención, combinada con disculpas a Dondragmer. No obstante, vaciló en un esfuerzo de hallar palabras que hiciesen esto sin violentar sus propios sentimientos. Se parecían mucho a los de Benj. Aucoin y Mersereau no habían seguido la conversación, puesto que los dos se concentraban en Barlennan en la otra pantalla y Benj había pronunciado sus palabras en stenno. Ib Hoffman no mostraba ninguna expresión que un observador pudiese traducir, aunque Easy quizá hubiese detectado rasgos de humor si hubiese mirado hacia él. McDevitt acababa de entrar, pero demasiado tarde para captar algo que no fuese la expresión del rostro de Easy.

La pausa duró demasiado, de forma que esperaron la respuesta de Dondragmer. Esta no reveló molestia en el tono o selección de las palabras, aunque a Easy le hubiese gustado verlo para juzgar su actitud corporal.

—No los he abandonado, Benj. El equipo que pienso llevar incluye tantas unidades energéticas como es posible, lo que quiere decir que los hombres tendrán que ir bajo el casco con luces para conseguir todas las que puedan de las ruedas no congeladas. Esos hombres tendrán también órdenes de registrar cuidadosamente las paredes de hielo en busca de restos de los timoneles. Si son encontrados, unos hombres comenzarán a cortar el hielo y estarán en ese trabajo hasta el último momento posible. Sin embargo, no puedo justificar poner a toda la tripulación a trabajar rompiendo el hielo hasta que no haya otra cosa que hacer para liberar al vehículo. Después de todo, es perfectamente posible que descubriesen lo que pasaba antes que el estanque se congelase hasta el fondo y que fuesen atrapados al buscar un agujero en el hielo en algún lugar del estanque.

Benj asintió con el rostro algo enrojecido; Easy le evitó la necesidad de componer una apología verbal.

—Gracias, capitán —dijo—. Lo comprendemos. No estábamos acusándote seriamente de deserción; fue una selección de palabras desafortunada. ¿Crees que podrías llevar otra vez el comunicador al lugar iluminado? En realidad, en la forma en que está enfocado ahora no podemos ver nada reconocible.

—Además —dijo McDevitt sin dejar que hubiese una pausa al final de la petición de Easy—, aunque estés planeando abandonar el Kwembly, ¿supones que podrías dejar a bordo una unidad energética para que funcionen las luces y sujetar el comunicador del puente en su lugar para que podamos ver el casco? Eso nos permitiría observar la riada cuando venga, que estoy casi seguro que será dentro de las próximas tres o quince horas, y además decirte si serviría de algo buscar después el vehículo, e incluso dónde hacerlo. Sé que eso te dejará sólo con dos comunicadores, pero me parece que valdría la pena.

De nuevo Dondragmer pareció decidirse en un momento; su respuesta salió del altavoz casi con la campana de los sesenta y cuatro segundos.

—Sí, lo haremos así. De todas formas, hubiese tenido que dejar energía para las luces, puesto que quiero mandar brigadas a trabajar, y como dije, quiero algún tipo de comunicación con ella para más seguridad. Tu sugerencia encaja perfectamente con eso. He vuelto a colocar el aparato de forma que cubra el lado de estribor, como sin duda ves. Ahora tengo que dejar el puente; la tripulación estará de vuelta dentro de un minuto o dos, y quiero distribuirles las tareas en cuanto lleguen.

De nuevo Benj comenzó a hablar sin preguntar a nadie.

—Capitán, si todavía estás ahí cuando llegue esto, ¿harás una señal con la mano o de alguna otra forma, o la hará Beetch si lo encuentras vivo? No te pediré que realices un viaje espacial hasta el puente para dar detalles.

No hubo respuesta. Seguramente Dondragmer se había vestido, saliendo en el momento en que terminó de hablar. Los seres humanos no podían hacer otra cosa que esperar.

Con la ayuda de Easy, Aucoin había retransmitido la respuesta de Dondragmer a la colonia, recibiendo el enterado de Barlennan. El comandante había pedido que se le pusiera al corriente tan completamente como fuera posible de los asuntos del Kwembly, y especialmente de cualquier idea que pudiese tener Dondragmer. Aucoin estuvo de acuerdo. Pidió a Easy que transmitiese la petición al capitán, y ésta le dijo que se haría en cuanto el capitán volviese a establecer contacto.

—De acuerdo —asintió el planificador—. Por lo menos, hasta ahora el envío de un vehículo de rescate no ha sido mencionado. Nosotros tampoco lo mencionaremos.

—Personalmente —replicó Easy—, yo hubiese enviado al Kalliff o al Hoorsh hace horas, la primera vez que quedaron atrapados.

—Ya sé que lo harías. Te agradezco mucho que tu particular sistema moral no te permita sugerir eso a Barlennan por encima de mis objeciones. Mi única esperanza es que él no se decida a insinuarlo, porque cada vez que los dos habéis estado realmente en contra mía, he sido convencido.

Easy miró a Aucoin y después al micrófono especulativamente. Su esposo decidió que se imponía una distracción, y cortó el espeso silencio con una pregunta.

—Alan, ¿qué piensas sobre esa teoría de Barlennan?

Aucoin frunció el ceño. Tanto él como Easy sabían muy bien el motivo de la interrupción de Ib, pero la pregunta no era fácil de ignorar; por lo menos, Easy reconocía que la propia interrupción era una buena idea.

—Es una idea fascinante —dijo lentamente el planificador—, pero no puedo decir que parezca muy probable. Dhrawn es un planeta gigantesco, si puede llamarse planeta, y parece extraño; bien, no sé qué es más extraño: que hayan encontrado inteligencia tan rápidamente o que sólo uno de los vehículos lo haya hecho. Ciertamente no se trata de una cultura que utilice energía electromagnética; la habríamos detectado la primera vez que nos acercamos a este lugar. Una muy inferior, ¿cómo ha podido hacer lo que parece que ha hecho a la tripulación del Esket?

—Sin conocer sus capacidades físicas y mentales, aparte de su nivel cultural, no podría ni siquiera suponerlo —replicó Hoffman—. ¿No terminaron en España algunos de los primeros indios encontrados por Colón?

—Creo que estás forzando las semejanzas, para decirlo suavemente. Hay prácticamente una infinidad de cosas que podrían haberle pasado al Esket sin que haya tropezado con una oposición inteligente. Lo sabes tan bien como yo; tú ayudaste a hacer alguna de las listas, hasta que decidiste que era una especulación sin fundamento. Estoy de acuerdo en que la teoría de Barlennan es un poco más creíble de lo que fue, pero sólo un poco.

—Todavía piensas que me equivoqué al identificar a Kabremm, ¿verdad? —dijo Easy.

—Sí, me temo que sí. Más aún, no creo que hayamos tropezado con otra especie inteligente. No me compares con la gente que se negó a creer que las rocas de Perthe eran herramientas hechas por el hombre. Algunas cosas son intrínsecamente improbables.

Hoffman se echó a reír.

—La habilidad humana para juzgar las probabilidades, puedes llamarla perspicacia estadística; siempre ha sido muy pequeña —señaló—, incluso si se evitan ejemplos tan clásicos como el de Lois Lane. En realidad, las probabilidades no parecen ser tan bajas. Conoces tan bien como yo que en el pequeñísimo volumen de espacio, a cinco parsecs del Sol, sólo con setenta y cuatro estrellas conocidas y unos doscientos planetas sin soles, hemos encontrado veinte razas en nuestro propio estado de desarrollo, que han pasado sanas y salvas su Crisis de la Energía; ocho, incluyendo a Tenebra y Mesklin, que no han llegado todavía; ocho que no pudieron resolverla, y están extinguiéndose; tres que tampoco lo hicieron, pero que tienen alguna esperanza de resurgimiento; todas ellas, recuérdalo, están a cien mil años, en un sentido o en otro, de ese punto clave en su historia. Eso a pesar del hecho de que la edad de los planetas varía desde los nueve billones de años de Panesh hasta la décima parte en Tenebra. Ahí se da más que pura coincidencia, Alan.

—Quizá Panesh, la Tierra y los planetas más antiguos han tenido otras culturas en el pasado; quizá les suceda eso a todos los mundos cada varias décadas de millones de años.

—No ha sucedido antes, a menos que las primeras razas inteligentes fuesen tan inteligentes desde el principio que nunca utilizasen los carburantes fósiles de su planeta. ¿Piensas que la presencia del hombre en la Tierra no será obvia, geológicamente, dentro de un billón de años, con las vetas de carbón agotadas y la botella de cerveza como un objeto fósil? No puedo creerlo, Alan.

—Quizá no, pero no soy lo bastante místico como para creer que una superespecie esté conduciendo las razas de esta parte del espacio hacia un enorme clímax.

—Si prefieres esa Hipótesis del Ser, o bien la Teoría Esfa, no importa. No es pura casualidad, y por tanto no puedes emplear sólo las leyes de la casualidad para criticar lo que ha sugerido Barlennan. No debes suponer que tiene razón; pero te sugiero firmemente que le tomes en serio. Yo lo hago.

Dondragmer hubiese estado interesado en escuchar esta discusión, igual que habría apreciado estar presente en la reunión de personal unas horas antes. Sin embargo, habría estado demasiado ocupado, aun suponiendo que su presencia hubiese sido físicamente posible. Con el regreso de la mayor parte de su tripulación (por supuesto, algunos se habían quedado para continuar montando el equipo de soporte vital), había mucho que ver y mucho que hacer. Veinte de sus hombres fueron enviados a ayudar al trío que se encontraba cortando el hielo de la compuerta principal. Otros tantos fueron bajo el casco con luces y herramientas para encontrar y recobrar todos los generadores que no estuviesen congelados demasiado sólidamente. El capitán cumplió su promesa a Benj, ordenando a este grupo buscar muy cuidadosamente señales de Beetchermarlf y de Takoorch. No obstante, recalcó la importancia de examinar de cerca las paredes del hielo; como resultado, el grupo no encontró nada. Sus miembros salieron en unos cuantos minutos con los dos generadores de las ruedas que habían utilizado los timoneles y dos más que habían sido liberados por la acción del calentador. El resto, que, según las cuentas de Dondragmer y las leyes aritméticas, tenían que ser seis, estaban fuera de alcance, aunque los marineros podían hacer una suposición con bastante fundamento en cuanto a las ruedas donde se encontraban.

Mientras tanto, el resto de la tripulación había entrado en el vehículo por las compuertas disponibles; la pequeña junto al puente, las grandes por las que despegaban los helicópteros y las dos trampillas de emergencia a los lados, cerca de la proa y la popa, que servían para un hombre cada vez. Ya en el interior, cada tripulante se dedicó a la tarea asignada. Dondragmer, durante su ausencia, había estado pensando, además de hablar con los seres humanos. Algunos empaquetaron comida que durase hasta que el equipo de soporte vital terminase su ciclo normal; otros prepararon carretes de cable, luces, generadores y otros aparatos para su transporte.

Muchos estaban trabajando, improvisando medios de transporte; un resultado molesto de que el Kwembly utilizase energía de fusión era la gran escasez de ruedas a bordo. Había pequeñas poleas que sujetaban los cables de control en las esquinas. Resultaban demasiado pequeñas para ser utilizadas en carretillas o en vehículos similares, y Dondragmer había prohibido firmemente el desmantelamiento del vehículo. A bordo no había nada semejante a un balancín, ni siquiera una carretilla. Ingenios semejantes, el primero movido a fuerza de músculos, eran conocidos y utilizados en Mesklin para transportes a media y larga distancia; pero no había nada en el Kwembly que un mesklinita no pudiese llevar fácilmente a cualquier parte del vehículo sin ayuda mecánica. Ahora, con kilómetros por delante y la necesidad de trasladar muchos objetos completos mejor que en piezas, se impuso la improvisación. Aparecieron literas y cosas semejantes. Los corredores que conducían hasta la compuerta principal estuvieron rápidamente repletos de suministros y aparatos que esperaban a que la salida estuviese despejada. El ruido y el ajetreo, sin embargo, no llegaron hasta el colchón donde Beetchermarlf y Takoorch continuaban escondidos.

Según se calculó después, debían haber buscado este refugio unos cuantos minutos antes del momento en que el calentador comenzó a funcionar. El grueso material de goma del colchón, que hasta un cuchillo mesklinita había tenido dificultades en penetrar, bloqueó los sonidos causados por las restallantes burbujas de vapor alrededor del metal caliente y las llamadas de los trabajadores que entraron más tarde. Si estos últimos se hubiesen visto forzados a comunicarse a distancia con alguien, sus resonantes gritos quizá hubiesen penetrado en el resistente material; todos conocían perfectamente bien su trabajo. La hendidura por la que habían entrado los timoneles estaba fuertemente cerrada por la elasticidad del material, de forma que no les llegó ninguna luz. Finalmente el rasgo del carácter mesklinita, descrito más acertadamente como una combinación de paciencia y fatalismo, provocó que ni Beetchermarlf ni su compañero pensasen en abandonar su refugio hasta que el hidrógeno en sus trajes llegase a ser un problema serio.

Como resultado, incluso si Dondragmer hubiese escuchado la llamada de Benj, no hubiese tenido nada que señalar. Los timoneles, a un metro por encima de unos compañeros y a una distancia similar por debajo de otros, no fueron encontrados. No toda la tripulación del Kwembly estaba ocupada en la preparación del movimiento. Cuando los aspectos más necesarios de esa operación hubieron sido solucionados, Dondragmer llamó a dos de sus marineros para un detalle especial.

—Ir hasta el arroyo (si vais hacia el noroeste no lo podéis perder) y seguid corriente arriba hasta que encontréis a Kabremm y al Gwelf —ordenó—. Decidle lo que estamos haciendo. Elegiremos un emplazamiento habitable tan rápidamente como podamos. Comunicadle dónde. Vosotros habéis estado allí; yo no. Colocaremos las máquinas humanas de forma que enfoquen la parte iluminada y activa de esa zona. Eso hará que sea seguro traer al Gwelf y aterrizar en cualquier lugar fuera de esa zona sin riesgo de ser vistos por los seres humanos. Transmitidle que el comandante parece haber comenzado la parte del plan que se refiere a la vida nativa antes, aparentemente para explicar la presencia de Kabremm en los alrededores. No ha sugerido detalles, y probablemente se afirmará en la idea original de dejar que los seres humanos se inventen los suyos.

«Cuando hayáis visto a Kabremm, continuad corriente arriba hasta que encontréis a Stakendee y dadle la misma información. Tened cuidado de no penetrar en el campo visual de su comunicador; cuando creáis que podéis estar cerca de él, apagad vuestras luces de vez en cuando y buscad la suya. Yo, por supuesto, estaré en contacto con él a través de los seres humanos, pero no con ese mensaje. ¿Entendido?

—Sí, señor —contestaron los dos al unísono, y desaparecieron.

Pasaron las horas. La compuerta principal fue abierta y despejada. Casi todo el material se encontraba disponible cuando llegó una llamada. El comunicador que había estado en el laboratorio se hallaba ahora fuera, de forma que Dondragmer pudo ser alcanzado directamente. Todavía era Benj el que hablaba.

—Capitán, Stakendee informa que la corriente que está siguiendo aumenta rápidamente de anchura y de rapidez y que las nubes están convirtiéndose en lluvia. Le he dicho que regrese bajo mi propia responsabilidad.

El capitán miró al cielo todavía sin nubes, después hacia el oeste, lugar donde la niebla anunciada por Stakendee podría verse si fuera de día.

—Gracias. Benj. Es lo que yo hubiese hecho. Abandonaremos el Kwembly ahora mismo, antes de que la corriente se haga demasiado grande para cruzar con el equipo. He asegurado el comunicador en el puente y dejaré las luces como quiere el señor McDevitt. Esperamos que puedas decirnos antes de mucho que estamos en condiciones de volver. Por favor, informa a Barlennan y dile que vigilaremos lo más cuidadosamente posible en caso de que haya nativos; si, según parece sugerir, están utilizando a Kabremm como un medio de ponerse en contacto con nosotros, haré todo lo posible para entablar relaciones de cooperación con ellos. Recuerda que todavía no he visto a Kabremm, y vosotros no lo habéis mencionado después de la primera vez; así que me encuentro completamente a oscuras sobre su estado hasta ahora.

»No olvides tenerme informado de los planes e ideas de Barlennan lo mejor que puedas. Yo haré lo mismo desde aquí, pero las cosas tal vez pasen demasiado rápidamente para un posible aviso por adelantado. Vigila las pantallas. Eso es todo por ahora; nos marchamos.

El capitán dejó oír un resonante grito, que afortunadamente para los oídos humanos, no fue fielmente amplificado por el aparato. Los mesklinitas se pusieron encima, y en dos minutos habían desaparecido del campo de visión del puente.

El otro equipo era transportado cerca del final de la columna, de forma que la pantalla mostraba la cadena de luces balanceándose delante. No podía verse mucho más. Los marineros más próximos, a dos o tres metros de la lente, podían distinguirse con bastante detalle mientras sorteaban las rocas con sus cargas, pero eso era todo. La columna podría haber estado flanqueada a ambos lados por una legión de nativos a seis metros de distancia, sin que ningún ser humano lograse saberlo. Aucoin no fue el primero ni sería el último en maldecir el período de rotación de 1500 horas; todavía quedaban más de seiscientas horas antes de que la débil luz de Lalanda 21.185 volviese.

La corriente era todavía pequeña cuando el grupo chapoteó al cruzarla, aunque Stakendee, a unos cuantos kilómetros hacia el oeste, había confirmado el informe de que crecía. Benj, advirtiendo esto, sugirió que el pequeño grupo cruzase también para que sus miembros pudiesen reunirse con el cuerpo principal al otro lado del valle. Afortunadamente se lo sugirió a Dondragmer antes de actuar por su cuenta. El capitán, acordándose de los dos mensajeros que había enviado corriente arriba, se apresuró a aconsejar que se pospusiese el cruce tanto tiempo como fuese posible, de forma que Stakendee y sus hombres pudiesen comparar con más seguridad el tamaño de la corriente con el que había tenido cuando habían pasado antes por la misma zona. Easy y Benj aceptaron esta excusa. Ib Hoffman, completamente consciente de que el grupo no llevaba instrumentos de medir el tiempo y no podría dar un informe significativo sobre la velocidad del cambio, se sintió sobresaltado durante unos segundos. Luego sonrió para sí.

Durante unos minutos, que se prolongaron hasta formar una hora y otra después, no hubo mucho que ver. La tripulación llegó y subió a las paredes de roca desnuda del valle en el lugar donde habían dejado la primera carga de equipamiento, y se dispusieron a construir algo que podría ser considerado un campamento o una ciudad. Por supuesto, el equipo de soporte vital tenía prioridad. Pasarían muchas horas antes de que sus trajes necesitasen recargarse, pero el momento llegaría. Para unos organismos que prodigaban la energía tanto como los mesklinitas, la comida era también un aspecto de preocupación inmediata. Se pusieron a ello rápida y eficientemente. Dondragmer, como el resto de los capitanes, había pensado mucho por adelantado sobre el problema de abandonar el vehículo.

—Al fin el grupo de Stakendee cruzó el río que contenía de forma incidental el nombre de uno de los mensajeros que el capitán había enviado desde el Kwembly.

En consecuencia, nadie, ni los miembros de la tripulación ni los seres humanos, pudieron observar el crecimiento del arroyo de agua y amoníaco. Hubiese sido una vista interesante. Al principio, según habían informado los testigos, era poco más que un arroyuelo corriendo de hoyo en hoyo sobre la roca desnuda en las zonas más altas del lecho del río, donde los hombres andaban entre las rocas. Cuando las gotitas líquidas de la niebla se condensaron y descendieron más rápidamente, nuevos afluentes diminutos comenzaron a llegar por los lados de la corriente principal, cada vez más profunda y más rápida. Sobre la roca desnuda divagó con más violencia, haciendo rebosar las cubetas que lo habían contenido originariamente. Acá y allá se congelaba temporalmente, mientras el agua, suministrada por los charcos helados corriente arriba, y el amoníaco de la niebla formaban el eutético líquido a la temperatura local: 174 en la escala humana Kelvin y apenas 71 en la utilizada por los científicos mesklinitas.

Entre las rocas, al acercarse al Kwembly, acumuló más y más aguanieve, por lo que su progreso se complicó. El amoníaco disolvió el agua durante un tiempo, y la mezcla fluía al hacerse líquida toda la composición. Después la corriente se detenía y se remansaba, según se había imaginado Benj, como la cera caliente de una vela solidificándose temporalmente por la adición de amoníaco. Luego seguiría su curso al reaccionar el hielo de la parte inferior con la mezcla.

Finalmente llegó al agujero que había sido derretido al costado de estribor del Kwembly, donde los seres humanos podían observar otra vez. Para entonces, el «arroyo» era un entramado complejo de líquido, sólido y quizá aguanieve, que tenía unos tres kilómetros. Sin embargo, la parte sólida iba en disminución. Aunque todavía no había nubes tan lejos corriente abajo, el aire estaba casi saturado con amoníaco, esto es, con respecto a la superficie de amoníaco líquido. La presión del vapor amoniacal que se necesita para equilibrar una mezcla de amoníaco y agua es más baja; por tanto, la condensación ocurría sobre el hielo, compuesto en su mayor parte por agua. Al alcanzar la composición apropiada para la licuefacción, la superficie se desprendía y exponía más sólidos al vapor. El líquido tendía a solidificarse de nuevo para absorber todavía más vapor de amoníaco, pero su movimiento proporcionaba aún acceso a más aguanieve.

La situación era un poco distinta en el espacio bajo el casco del Kwembly, pero no mucho. Donde el líquido tocaba al hielo, éste se disolvía y aparecía aguanieve; pero el amoníaco que se difundía de la superficie lo fundía de nuevo. Lentamente, minuto tras minuto, la abrazadera de hielo sobre el gigantesco vehículo se deshizo tan suavemente que ni los seres humanos, quienes observaban fascinados, ni los dos mesklinitas, que esperaban en su oscuro refugio, pudieron detectar el cambio. El casco flotó en libertad.

Ahora todo el lecho del río era líquido, con unos cuantos fragmentos de aguanieve. Suavemente, de forma muy distinta a la riada de cien horas antes, cuando cinco millones de kilómetros cuadrados habían sido alcanzados por la primera niebla de amoníaco de la estación, comenzó a desarrollarse una corriente. Imperceptiblemente para todos los implicados, el Kwembly se movió con la corriente; imperceptiblemente, porque no había un movimiento relativo que atrajese la atención de los seres humanos y ningún balanceo ni cabeceo fue percibido por los escondidos mesklinitas.

El río estacional que deseca la gran llanura donde el Kwembly había sido atrapado, corta una cadena de colinas, altas montañas para Dhrawn; la cordillera se extiende durante unos seis mil kilómetros de noroeste a sudeste. Durante la mayor parte de su recorrido, antes de la riada, el Kwembly había ido paralelo a esta cadena; Dondragmer, sus timoneles, sus exploradores y en realidad todos sus tripulantes habían sido perfectamente conscientes de la suave elevación a su izquierda, a veces lo bastante cerca como para ser vista desde el puente y a veces sólo un informe del piloto.

La riada había transportado al vehículo a través de un paso cerca del extremo sudoriental de esta cadena hasta las regiones algo más bajas y desiguales cerca del borde de Low Alfa, antes de tocar fondo. Esta primera riada había sido un principio áspero, más bien vacilante, de la nueva estación al acercarse Dhrawn a su débil sol y al variar la latitud del cinturón subestelar. Lo segundo era lo importante; sólo terminaría cuando toda la planicie nevada fuese vaciada, un año terrestre más tarde. Los primeros movimientos del Kwembly fueron suaves y lentos, porque se había liberado muy lentamente; luego suaves y débiles, porque el líquido que le soportaba era pastoso, con cristales en suspensión; finalmente, con la corriente completamente líquida y a gran velocidad, suave, porque era ancho y profundo. Beetchermarlf y Takoorch quizá se hubiesen sentido algo mareados por el descenso de la presión del hidrógeno, pero aun completamente alertas, los ligeros movimientos del casco del Kwembly hubiesen sido enmascarados por sus propias vibraciones sobre la flexible superficie que los sostenía.

Low Alfa no es la región más cálida de Dhrawn, pero los efectos de la zona del deshielo, que tendían a concentrar los elementos radiactivos del planeta, la habían calentado hasta llegar al punto de fusión del hielo en muchos lugares, unos docientos grados Kelvin más que lo que Lalanda 21.185 hubiese conseguido sin ayuda. Un ser humano podría vivir únicamente con una modesta protección artificial en aquella zona, si no fuese por la gravedad y la presión. La parte realmente caliente, Low Beta, está sesenta mil kilómetros al norte; es el principal rasgo que controla el clima de Dhrawn.

El movimiento del Kwembly lo estaba llevando hasta regiones de alta temperatura, que conservaban la fluidez del río, aunque ahora perdía amoníaco en el aire. El curso de la corriente lo controlaba casi por completo la topografía, y no al revés; geológicamente, el río resultaba demasiado joven para haber alterado mucho el paisaje por su propia acción. Además, parte de la superficie expuesta del planeta en aquella zona, era roca ígnea y dura, en lugar de una cubierta de sedimentos blandos en los que la corriente pudiese elegir su curso.

A unos quinientos kilómetros del punto en el que había sido abandonado, el Kwembly penetró en un amplio y profundo lago. Rápida, pero suavemente, tocó el fondo del blando delta de barro, donde el lago confluía con el río. El enorme casco desvió naturalmente la corriente a su alrededor, lanzándola a la excavación de un nuevo canal. Después de media hora se inclinó a un lado y se deslizó en el nuevo canal, enderezándose al flotar libremente. Fue el balanceo implicado en esta última liberación lo que atrajo la atención de los timoneles y les indujo a salir a echar un vistazo.

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