Mantener el paso de Barlennan mientras éste cambiaba de dirección no fue muy fácil, pero el mensajero lo consiguió. El comandante dio por supuesta su presencia continua.
—¿Algún detalle más? ¿Cuándo o qué se estaba moviendo?
—Ninguno, señor. El hombre apareció en la pantalla sin previo aviso. Dijo: «Algo pasa en el Esket. Díselo al comandante». Guzmeen me ordenó que le alcanzase a la velocidad del huracán; así que no oí nada más.
—¿Fueron éstas sus palabras exactas? ¿Empleó nuestro lenguaje?
—No. Era el lenguaje humano. Sus palabras fueron…
El corredor repitió la frase, esta vez en la lengua original. Barlennan no pudo leer más en las palabras que lo que había estado implícito en la traducción.
—Entonces no sabemos si alguien fue visto merodeando por allí, o dejó caer algo dentro del campo de la lente, o…
—Lo primero lo dudo, señor. Sería difícil que el humano no hubiese reconocido a una persona.
—Supongo que no. Bueno, cuando lleguemos allí, habrá algún detalle más.
Sin embargo, no lo había. Boyd Mersereau ni siquiera estaba en la pantalla en el momento en que Barlennan llegó a la sala de Comunicaciones. Más sorprendentemente tampoco había nadie más. El comandante miró con sospecha a Guzmeen. El oficial de comunicaciones se encogió de hombros (equivalentemente):
—Se marchó después de esa única frase sobre el laboratorio, señor.
Barlennan, perplejo, apretó el control de «atención».
Pero Boyd Mersereau tenía otros problemas en su cabeza, la mayor parte, aunque no todos, relacionados con Dhrawn, no con el Esket. Había unos cuantos asuntos mucho más importantes que el gigantesco planeta-estrella.
La principal de sus preocupaciones era la de calmar a Aucoin, quien se encontraba molesto de que no se le hubieran comunicado los intercambios entre Dondragmer y Katini y el comandante y Tebbetts. Se sentía inclinado a culpar al joven Hoffman por decidir en asuntos que modificaban los planes sin contar con la aprobación oficial. Sin embargo, no quería decir nada que pudiese molestar a Easy. La consideraba, con bastante justificación, como el miembro del grupo de Comunicaciones más cerca de ser indispensable. En consecuencia, Mersereau y otros sufrieron los efectos de la desviada ira del administrador.
Esto no era demasiado serio por lo que a Boyd se refería. Hacía años que había clasificado la pacificación de administradores, junto con el afeitado, como algo que llevaba tiempo, pero que no necesitaba una atención completa; valía la pena hacerlo sólo porque generalmente a la larga causaba menos problemas. El centro real de la atención, lo que hacía que incluso las noticias del Esket fuesen relegadas, era el estado de cosas en el Kwembly.
Si estuviese solo, Boyd quizá se habría preocupado moderadamente. Los mesklinitas desaparecidos no eran amigos íntimos suyos. Era lo bastante civilizado como para sentirse tan molesto por su pérdida cual si hubiesen sido humanos, aunque no eran ni sus hermanos ni sus hijos.
El propio Kwembly era un problema, pero bastante corriente. Los vehículos habían tenido dificultades antes; hasta ahora, tarde o temprano siempre habían sido liberados. Con todo, Mersereau se hubiese sentido simplemente ocupado, no preocupado, si hubiese estado solo.
No le dejaban. Benj Hoffman tenía fuertes sentimientos sobre todo el asunto y sabía dejarlos en claro no sólo hablando, aunque estaba perfectamente dispuesto a hablar. Incluso silencioso, irradiaba simpatía. Boyd se encontró a sí mismo discutiendo con Dondragmer el progreso del plan para derretir el hielo o las probabilidades de otra riada, a la luz de sus efectos en los perdidos timoneles, en lugar de hacerlo con un razonable y correcto despego profesional. Era molesto. Beetchermarlf y Takoorch, y hasta Kervenser, no eran tan importantes para el proyecto; la cuestión importante era que la tripulación sobreviviera. De una forma extraña, Benj, sentado silenciosamente a su lado o intercalando unas cuantas observaciones, se las arreglaba para hacer que la objetividad pareciese crueldad. Mersereau no tenía defensa contra aquel particular efecto. Easy sabía muy bien lo que estaba pasando, pero no se entrometió, porque compartía casi por completo los sentimientos de su hijo. En parte a causa de su sexo y en parte por su propio pasado, sentía una simpatía muy intensa por Beetchermarlf y su compañero, y hasta por el propio Takoorch. Unos veinticinco años antes se había visto envuelta en una situación bastante parecida, cuando una cadena de errores la había hecho perderse en el interior de una nave de investigación sin tripulantes en un planeta a alta temperatura y alta presión.
De hecho, llegó más lejos de lo que hubiese llegado Benj. Dondragmer podía, y probablemente quería, enviar un grupo por tierra hasta el lugar de la desaparición de Reffel, puesto que la localización era bastante bien conocida; no resultaba probable que se arriesgase a enviar también uno de los tres comunicadores que le quedaban. Sin embargo, Easy, en parte con argumentos propios y en parte empleando las técnicas de su hijo para poner a Mersereau de su parte, convenció al capitán de que el riesgo de no llevar el comunicador sería mucho mayor. Esta discusión, como otras muchas, se realizó en ausencia de Aucoin; mientras discutía con Dondragmer, Mersereau se preguntaba cómo justificaría este paso al planificador Aucoin. Sin embargo, en la discusión estuvo al lado de Easy, mientras Benj, en el fondo, ocultaba una mueca.
Con su atención ocupada de esta manera, Boyd apenas advirtió la llamada de otro observador indicando que un par de objetos se movían por la pantalla que mostraba el laboratorio del Esket. Cambió brevemente de canal y pasó la noticia a la colonia, volviendo al Kwembly sin esperar el final del ciclo de comunicación. Más tarde afirmaría que no había sido realmente consciente del nombre del Esket en el informe; había pensado que el mensaje era rutinario y propio de un observador cualquiera; su principal sentimiento fue de irritación por ser distraído. Otros hubiesen gritado al observador; siendo el tipo de persona que era, Boyd había hecho lo que le pareció la forma más rápida y sencilla de terminar con la interrupción. Después olvidó completamente el incidente.
Benj había prestado todavía menos atención. La pérdida del Esket había sucedido mucho antes de su llegada a la estación, y el nombre no significaba para él nada de particular, aunque su madre le había mencionado una vez a sus amigos Destigmet y Kabremm.
Por supuesto, fue Easy la que reaccionó ante la llamada. Apenas advirtió lo que Mersereau hacía o decía, y nunca pensó en decírselo a Barlennan hasta que llegasen más detalles. Inmediatamente se trasladó a un asiento que dominaba las pantallas del vehículo «perdido» y relegó el resto del universo a segundo plano.
La llamada de vuelta de Barlennan, por tanto, le proporcionó muy poca información. Easy no había visto nada, y cuando ella había cambiado de puesto, cualquier movimiento había cesado. El observador original sólo podía decir que había visto rodar por el suelo del laboratorio del Esket dos objetos: un carrete de cable o cuerda y un trozo pequeño de tubería. Era posible que algo los hubiera empujado, aunque alrededor del vehículo no hubo señales de vida durante varios meses terrestres; era igualmente posible, y quizá probable, que algo hubiese inclinado al Esket, haciéndolos rodar. Eso fue lo que dijo el observador, aunque no pudo sugerir nada específico como capaz de balancear la monstruosa máquina.
Este asunto dejó a Barlennan en un dilema. Era posible que alguien de la tripulación de Destigmet se hubiese descuidado, o hubiesen operado causas naturales, como los humanos aparentemente preferían creer. También era posible, considerando lo que el propio Barlennan había estado planeando hacer justamente entonces, que todo el asunto fuese la representación de una ficción humana. La conciencia del comandante le impulsaba a conceder más peso a esta posibilidad de lo que quizá habría hecho en circunstancias diferentes.
Resultaba difícil comprender qué se trataba conseguir por medio de una ficción semejante. Difícilmente podía ser una trampa; no debía haber una reacción equivocada ante aquella historia. La única respuesta posible era el completo engaño. Barlennan tuvo que admitir para sí que si había algo más profundo y más sutil, no podía adivinar lo que era.
De todas formas, no le gustaba adivinar. Era mucho más fácil aceptar los informes en su justo valor, teniendo únicamente en cuenta las capacidades del que hablaba, sin preocuparse por los posibles motivos. A veces, reflexionó el comandante, la molesta franqueza de Dondragmer, que le había hecho desaprobar todo el truco del Esket, tenía algo de deseable.
Sí, tenía que suponer que el informe era cierto. Haciéndolo así, volvería cualquier truco humano contra sus planeadores. Bien, entonces no había nada que hacer, excepto que Destigmet informase. Eso quería decir sencillamente que en el Deedee se enviaría un mensaje más.
Le vino a la cabeza que había otra forma de averiguar la veracidad de los informes humanos. Este informe, fuese cierto o no, mostraba señales de haber llegado rápidamente. Y la señora Hoffman tenía que estar implicada.
La idea de que la presencia de Easy hacía que la situación fuese especial era la única sobre el incidente que Barlennan y Aucoin hubiesen tenido en común. Por supuesto, este último no sabía todavía nada del nuevo incidente en el Esket; ni siquiera Mersereau había pensado en ello. Todavía estaba ocupado en otras cosas.
—¡Easy! —Boyd se apartó de su micrófono y gritó en la dirección del nuevo puesto de Easy—. Parece que hemos convencido a Don. Va a enviar un equipo visual con una brigada de búsqueda de seis hombres. Quiere comprobar su propia estimación de la distancia a la que Reffel se ha desvanecido. Cree que podemos localizar dónde estaba su transmisor. Quizá lo supiésemos en el momento, pero no estoy seguro de que fuera grabado. ¿Quieres vigilar esto mientras lo compruebo con los cartógrafos, o prefieres ir tú misma?
—Quiero observar aquí un poco más. Benj puede subir, si puede soportar abandonar un minuto las pantallas.
Miró hacia el muchacho con una media pregunta; éste asintió y desapareció en un momento. Tardó mucho más de lo que había esperado, y volvió algo cariacontecido.
—Dicen que me darían de buena gana el mapa grabado de la primera parte del vuelo de Reffel, antes de que yo le dijese que siguiese adelante hasta que pudiese ver el Kwembly. Todo lo que saben sobre dónde desapareció es que ha debido ser fuera de ese mapa; éste cubre el valle a lo largo de un kilómetro al oeste del vehículo.
Mersereau gruñó disgustado.
—Me había olvidado de eso.
Se volvió hacia su micrófono para transmitir a Dondragmer dicha información, que no servía de mucho.
El capitán no se sintió particularmente sorprendido ni molesto. Ya había discutido su propio cálculo de la distancia y la dirección con Stakendee, quien guiaba el grupo de exploradores.
—Supongo que los seres humanos tenían razón en cuanto a dejarte llevar el comunicador —había observado el capitán—. Será molesto llevarlo, y no me gustaría perderlo; pero tenerlo reducirá el riesgo de perderos a vosotros. Todavía me preocupa una repetición de la riada que nos trajo aquí, y la gente de allá arriba no puede darnos una predicción definida. Están de acuerdo en que tiene que haber pronto una riada estacional. Con el transmisor podrán avisarte directamente si consiguen una información segura, comunicándote conmigo a través de ellos si encuentras algo.
—No estoy seguro de qué sería mejor si llegase una riada —dijo Stakendee—. Si estamos cerca del Kwembly, haremos lo que podamos para regresar a bordo; supongo que si estuviésemos lejos, nos dirigiríamos hacia el norte del valle, que parece estar más cerca. Sin embargo, en caso intermedio, no estoy seguro de qué sería mejor; sobrevivir a la riada no nos serviría de mucho si el vehículo fuese arrastrado corriente abajo a un año de camino.
—Yo también he estado pensando en eso —replicó el capitán—, y todavía no tengo una respuesta. Si somos arrastrados otra vez, hay muchas probabilidades de que el vehículo quede inutilizado. No puedo decidir si deberíamos sacar el equipo de soporte vital y llevarlo al borde del valle antes de que empecemos a intentar derretir el hielo. Lo que afirmas está bien; quizá debiera llevar allí ese equipo en vuestro beneficio, además del nuestro. Bien, lo resolveré. Salid. Cuanto antes terminemos la búsqueda, menos tendremos que preocuparnos sobre riadas.
Stakendee hizo un gesto de asentimiento, y cinco minutos más tarde Dondragmer veía cómo él y su grupo salían por la compuerta principal. El comunicador proporcionaba al grupo una apariencia grotesca; el bloque de plástico, de diez centímetros de alto y ancho y de treinta de longitud, era transportado como si fuera una litera por dos de los exploradores. Las antenas de un metro de altura estaban separadas únicamente cinco centímetros, apoyándose sobre armaduras en el punto medio de los cuarenta y cinco centímetros del cuerpo de los portadores. Las antenas y las armaduras habían sido construidas con las reservas del vehículo, el equivalente mesklinita de la madera. En el compartimiento del almacén había toneladas de aquel material, otra de las incongruencias que aparecían con profusión en el vehículo movido por energía nuclear.
El grupo de exploración bordeó la proa del Kwembly, que daba al noroeste, y se dirigió directamente al oeste. Durante unos minutos Dondragmer observó sus luces que desaparecían y reaparecían sobre las rocas, pero tuvo que ocuparse de otros asuntos mucho antes de que estuviesen fuera del alcance de la vista.
Figuras alargadas hormigueaban sobre el casco, soltando la barra del radiador. A Dondragmer no le había gustado ordenar una actividad tan destructiva; pero había pesado lo mejor que podía los riesgos relativos de hacerlo o no; habiendo alcanzado una decisión, no formaba parte de su naturaleza continuar preocupándose de si era correcta. Igual que la mayoría de los seres humanos pensaban que los drommians eran típicamente paranoicos, la mayor parte de los mesklinitas que los conocían consideraban a los seres humanos como típicamente vacilantes. Dondragmer, tomada la decisión y dada la orden, simplemente vigiló para asegurarse de que el casco sufría el menor daño posible. Desde el puente no podía ver por encima de su curva el punto lejano donde convergían los conductores; tendría que salir al exterior más adelante para supervisar aquella parte del trabajo. Quizá sería todavía mejor sacar un comunicador visual y dejar que los humanos lo supervisasen. Por supuesto, con el retraso en la comunicación sería difícil para ellos detener a tiempo un error serio.
De momento, podía dejarse el trabajo a cargo de Proffen. El problema que el capitán había mencionado a Stakendee necesitaba de una mayor reflexión. El material de soporte vital era fácil de desmontar. Podía ordenar su transporte sin retrasar demasiado la retirada del hielo; pero si llegaba una riada mientras estaba fuera y el Kwembly resultaba arrastrado a larga distancia, las cosas podían complicarse mucho. El sistema era de ciclo cerrado, utilizando plantas mesklinitas, dependiendo para su energía original de los transformadores de fusión. Debido a su naturaleza, tenía la cantidad justa de vegetación necesitada por la tripulación. ¡Si hubiese habido mucha más, no habría suficientes mesklinitas para cuidar las plantas! Sería posible llevar parte del sistema y dejar el resto, y después aumentar cada parte hasta ser capaz de soportar a toda la tripulación si las circunstancias impusiesen una decisión entre el vehículo y el terreno sólido. Resultaría bastante fácil construir más cisternas, pero obtener algún cultivo lo bastante grande como para suministrar hidrógeno a toda la tripulación, quizá llevara más tiempo del que disponían.
En realidad, era mala suerte que toda la comunicación pasase por la estación humana. Una de las tareas primordiales y más importantes de la tripulación del Esket consistía en modificar el antiguo sistema vital o producir uno nuevo capaz de soportar una población mayor. Por todo lo que Dondragmer conocía, quizá esto ya hubiese sido alcanzado hacía meses.
Sus cavilaciones fueron interrumpidas por el comunicador.
—¡Capitán! Aquí Benj Hoffman. ¿Sería demasiada molestia colocar uno de los visores de forma que pudiésemos observar cómo trabajan vuestros hombres en el proyecto del deshielo? Acaso el del puente sirva si se coloca pegado a estribor y enfocado hacia atrás.
—Eso será bastante fácil —replicó el capitán—. Pensaba que tal vez estaría bien que alguno de vosotros vigilase el trabajo.
Puesto que el aparato pesaba menos de doscientos kilos en la gravedad de Dhrawn, fueron sus incómodas dimensiones las que le proporcionaron molestias; su problema fue parecido al de un hombre que intenta mover el embalaje vacío de una nevera. En unos cuantos segundos lo colocó en una posición adecuada, empujándolo por la cubierta, en lugar de intentar levantarlo. A su debido tiempo llegó el enterado del muchacho.
—Gracias, capitán. Así está bien. Puedo ver el terreno a estribor, además de algo que supongo será la compuerta principal y alguna de tu gente trabajando. Es un poco difícil calcular las distancias, pero sé lo que mide el Kwembly y la situación de la compuerta principal; por supuesto, conozco lo que medís vosotros; diría que vuestras luces me permiten ver el hielo unos cincuenta o sesenta metros más allá de la compuerta.
Dondragmer se sintió sorprendido.
—Yo puedo ver tres veces más lejos… No, espera; estás empleando tus números basados en doce; así que no es tanto; pero veo más que tú. Los ojos deben ser mejores que las células receptoras del aparato. Espero que no te limites a mirar lo que ocurre aquí. ¿Las demás pantallas del Kwembly están en un lugar donde puedas verlas? ¿Hay otra gente vigilando? Quiero seguir en contacto lo más posible con el grupo de exploración que acaba de salir de aquí. Después de lo que le sucedió a Reffel, estoy inquieto por ellos y su aparato.
Mientras enviaba este mensaje, Dondragmer se debatía con su propia conciencia. Por una parte, estaba bastante seguro de que Reffel había cerrado su aparato deliberadamente, aunque todavía resultaba menos claro para él que para Barlennan por qué había sido necesario esto. Por otra parte, no aprobaba el secreto de toda la maniobra alrededor del Esket. Aunque no arruinaría los planes de Barlennan deliberadamente con algún acto propio, no se sentiría muy desilusionado si todo quedaba al descubierto. Había bastantes probabilidades de que Reffel tuviese verdaderas dificultades; si, como parecía probable, le había pasado algo a sólo unos kilómetros de distancia, había tenido tiempo de volver y explicarse, aunque fuese a pie.
En resumen, Dondragmer tenía una buena excusa, pero no le gustaba la idea de necesitar una. Después de todo, quedaba el asunto de Kervenser.
—Las cuatro pantallas están justo delante de mí —aseguraba Benj—. Ahora mismo estoy solo en este puesto, aunque hay más gente en la habitación. Mi madre se encuentra a unos tres metros frente a las pantallas del Esket. ¿Te ha contado alguien que en una de ellas se ha movido algo? El señor Mersereau acaba de salir para tener otra discusión con el doctor Aucoin.
Barlennan hubiese dado bastante por oír aquella frase.
—Hay unos diez observadores en la habitación vigilando los otros equipos, pero no conozco muy bien a ninguno. La pantalla de Reffel continúa en blanco; hay cinco personas trabajando en la cámara del Kwembly, donde se encuentra tu otro equipo, aunque no puedo decir qué es lo que hacen. El grupo que marcha a pie continúa su camino. Únicamente puedo ver unos cuantos metros a su alrededor, sólo en una dirección. Las luces no son tan fuertes como las que están alrededor del Kwembly. Si algo viniese detrás de ellos o surge algún problema, se enterarán antes que yo. Hay que tener en cuenta el retraso con que puedo decírselo.
—¿Quieres recordárselo? —preguntó Dondragmer—. El jefe se llama Stakendee. No conoce lo suficiente el lenguaje humano. Es posible que confíe demasiado en que tú le avisarás por el comunicador. Me temo que di por supuesto, sin decir mucho más, que cuando planeábamos la búsqueda, su equipo le serviría de aviso. Por favor, dile que simplemente es una comunicación indirecta entre él y yo.
La respuesta del muchacho tardó mucho más en llegar de lo que se explicaría por el retraso de la luz. Seguramente estaba cumpliendo con la petición, sin molestarse en dar el enterado. El capitán decidió no darle importancia al asunto; Hoffman era muy joven. Había muchas más cosas que necesitaban atención, y se ocupó de ellas hasta que la voz de Benj llegó una vez más al puente.
—He estado en contacto con Stak y le he dicho lo que me pediste. Prometió tener cuidado, pero todavía no está muy lejos del Kwembly, entre las piedras; recuerda que desaparecen un poco corriente arriba. Creo que todavía están dentro de los límites del mapa, aunque en realidad no puedo distinguir un metro cuadrado de otro en ese jardín de rocas. Se trata de planicies de hielo, o de hielo del que sobresalen rocas, u ocasionalmente de rocas sin hielo entre ellas. No veo cómo pueden buscar de forma efectiva. Aunque trepen a las rocas más altas, hay muchas otras que bloquean la vista por detrás. Los helicópteros no son muy grandes, y vosotros los mesklinitas, más pequeños.
—Pensamos en ello cuando enviamos al grupo —replicó Dondragmer—. Una búsqueda entre las piedras realmente efectiva será casi imposible si los desaparecidos están muertos o inconscientes. Sin embargo, como tú mismo dices, las piedras se convierten en roca desnuda a corta distancia de aquí; en cualquier caso, es posible que Kerv o Reffel puedan contestar a las llamadas o pedir ayuda ellos mismos. Por la noche es más fácil ser oído que ser visto. Además, la causa de su desaparición quizá sea mayor o más fácil de localizar.
El capitán tenía una idea bastante clara sobre cómo reaccionaría Benj ante la última frase. No le faltaba razón.
—Encontrar la causa perdiendo otro grupo no nos haría adelantar mucho.
—Sí, si en realidad nos enterásemos de lo que ha pasado. Por favor, Benj, continúa en contacto con el grupo de Stakendee. Voy a atender otros asuntos. Tú siempre sabrás lo que pase medio minuto antes que yo. Supongo que esos segundos no importarán mucho, pero por lo menos estás más cerca de Stak que yo en el tiempo.
«Además, tengo que salir al exterior. El trabajo de sacar la barra del casco está llegando a un punto peligroso. Traeré uno de los equipos al exterior para estar en contacto más cercano contigo, pero no te podré oír bien a través de un traje. El volumen de vuestros comunicadores no es muy impresionante. Te llamaré cuando esté de nuevo dispuesto; no hay nadie a mano para dejarlo aquí de guardia. Mientras tanto, por favor, no dejes de observar lo que le suceda a Stakendee. Anótalo en la forma que halles más conveniente.
El capitán esperó lo suficiente para recibir el enterado de Benj, que esta vez llegó antes de ponerse su traje y dirigirse a la escotilla. Prefiriendo trepar más bien por el interior que por el exterior, subió por las rampas hasta el puente y utilizó la pequeña escotilla en la parte superior del casco: una tubería de forma de U, llena de amoníaco líquido, lo suficientemente grande para un cuerpo mesklinita. Dondragmer corrió, levantó la cubierta interior y penetró en un estanque líquido de tres galones, mientras la cubierta se cerraba sobre él por su propio peso. Siguió la curva hacia abajo y de nuevo hacia arriba, saliendo a la superficie a través de una cubierta similar en la parte exterior del Kwembly.
Ante el suave plástico del casco deslizándose hacia abajo en todas direcciones, excepto a sus espaldas, se sintió algo tenso, pero hacía mucho que había aprendido a controlarse incluso en los lugares elevados. Sus pinzas volaban de un estribo a otro mientras retrocedían hasta el lugar donde los pocos empalmes que quedaban en el refrigerador todavía estaban intactos. Dos de ellos eran los contactos eléctricos que se extendían a lo largo del casco y, por tanto, eran los que preocupaban más a Dondragmer. Los otros, como había esperado, estaban desprendiéndose cual si fuesen clavos de la superficie del vehículo; pero estos últimos tendrían que ser cerrados de forma que más tarde pudieran conectarse de nuevo. Empalmar y soldar eran actos que Dondragmer conocía únicamente en teoría. Sabía que cualquiera que fuese el procedimiento a utilizar, se necesitarían seguramente unos fragmentos que sobresaliesen del casco como punto de partida. El capitán quería estar particularmente seguro de que el corte tendría esto en cuenta.
El acto mismo de cortar, según se le había dicho, no sería un problema para las sierras de los mesklinitas. Seleccionó cuidadosamente los puntos donde iba a hacer los cortes e hizo que dos de sus marineros se dedicasen a la tarea. Avisó al resto para que se apartasen cuando la barra estuviese suelta. Esto no sólo quería decir que bajasen a la superficie, sino también que se alejasen del casco. La idea era bajar el metal al lado de la compuerta, una vez estuviese suelto, pero Dondragmer era prudente en cuanto a pesos, y sabía que la barra podría no esperar a que la bajasen. Hasta un mesklinita lamentaría encontrarse debajo cuando descendiese desde la parte superior del casco, por débil que les pareciese la gravedad de Dhrawn.
Todo esto había llevado la mayor parte de una hora. El capitán se preguntaba sobre el progreso del grupo a pie, pero antes tenía que examinar otra parte del proyecto de deshielo. Volvió a entrar en el vehículo y buscó el laboratorio, donde Borndender estaba preparando una unidad energética que se ajustase a la improvisada resistencia. En realidad no había mucho que hacer; enchufes polarizados, uno en un extremo del bloque y otro en el opuesto, proveerían la corriente directa si la barra podía ser introducida en los agujeros, y cualquier cambio que fuese necesario para hacerlos ajustar tendría que hacerse más en la propia barra que en el generador. Sólo se necesitó un momento para aclararle esto al capitán, quien, mirándolo, decidió que el científico tenía razón y se dirigió apresuradamente al puente. Sólo cuando llegó allí e intentó llamar a Benj comprendió que nunca se había sacado el traje; hablar a Borndender a través del traje era una cosa; hablar por radio con un ser humano, otra muy distinta. Se desvistió lo suficiente para que su aparato sifónico vocal quedase al descubierto, y habló otra vez:
—Ya he vuelto, Benj. ¿Le ha pasado algo a Stakendee?
Mientras esperaba la respuesta terminó de sacarse el traje, lo alisó y lo colocó cerca de la escotilla del centro. Aquél no era su sitio, pero no había tiempo para bajarlo al armario junto a la escotilla principal y volver antes de que llegasen las palabras de Benj.
—Nada realmente importante, a juzgar por lo que sé, capitán —llegó la voz del muchacho—. Han caminado bastante, aunque no puedo saber cuánto. Unos cinco kilómetros quizá desde que os marchasteis, pero es una suposición. No ha habido señales de ninguno de los vehículos. Lo único que hemos visto que pudiera haber afectado a cualquiera de ellos ha sido una nube de vez en cuando a unos cuantos cientos de metros de altura, que se dirige en dirección al Kwembly; por lo menos eso fue lo que Stak supuso. Yo no puedo verlo bien. Supongo que si accidentalmente se penetra en una gran nube uno puede desorientarse, o caso de ir bajo, estrellarse antes de poder enderezar el rumbo; en tales cacharros no hay ningún instrumento para volar a ciegas, ¿verdad? Es difícil creer que les haya pasado eso. Por supuesto, si estaban mirando al suelo, en lugar de atender su vuelo…; pero Stak dice que ninguna de las nubes que hemos visto hasta ahora es lo suficientemente grande como para que tuviesen tiempo de perder el rumbo.
Dondragmer se inclinaba a compartir esta duda sobre la responsabilidad de las nubes; habría dudado de ellos incluso si no tuviese un motivo para otra opinión. Una mirada hacia arriba mostró que ninguna nube había alcanzado todavía al Kwembly. Puesto que Benj acababa de decir que las nubes venían hacia el vehículo, las que Stakendee había visto debían constituir la avanzadilla de la formación y encontrarse mucho más al oeste cuando los helicópteros volaron. Esto quizá no valiese para el caso de Kervenser. Él podría haber llegado muy lejos del Kwembly. Tampoco era probable que Reffel las hubiese encontrado. Dondragmer volvió a atender a Benj, que no se había detenido a esperar una contestación. —Stak dice que el lecho del torrente tiene una pendiente hacia arriba, pero no me dijo cómo lo supo; sólo que habían subido varios metros desde que abandonaron al Kwembly.
Dondragmer pensó que era debido al cambio de presión; siempre se notaba más con los trajes. Simplemente el trepar por el casco provocaba una tensión diferente, que podía ser observada en el traje. Además, la corriente que había llevado el vehículo allí había fluido con bastante rapidez; su pendiente debía de ser bastante grande, aun teniendo en cuenta la gravedad de Dhrawn.
—El único cambio verdadero es la naturaleza del terreno. Están muy lejos de las piedras. En su mayor parte es roca desnuda, con fragmentos de hielo en las cavidades.
—Gracias, Benj. ¿Han averiguado algo tus meteorólogos sobre la posibilidad de otra riada?
El muchacho se rió, aunque el sonido no tenía mucho significado para el mesklinita.
—Me temo que nada. El doctor McDevitt no puede estar seguro. El doctor Aucoin se quejó de ello hace un rato, y mi jefe se marchó. Dijo que en la Tierra los hombres habían necesitado un par de siglos antes de poder hacer pronósticos seguros con diez días, únicamente con un componente variable, el agua, y con las medidas de todo el planeta accesibles. Cualquiera que espere perfeccionar en un par de años los pronósticos en un mundo tan grande como Dhrawn cuando conocemos un área del tamaño de un patio grande, y encima con dos variables y un radio de temperaturas que va de los cincuenta a más de mil grados Kelvin, debe creer aún en la magia. Dijo que teníamos suerte de que el clima no hubiese producido campos de hielo que se convirtieran en pantanos al bajar la temperatura y en tormentas de lluvia de dos metros de profundidad con aire claro en la parte inferior, pero congelando la parte superior de los vehículos, y cuarenta cosas más que su computador arroja cada vez que cambia otra variable. Fue divertido ver al doctor Aucoin intentando calmarlo. Generalmente sucede al contrario.
—Lamento no haber estado allí para oírlo. Pareces divertido —replicó el capitán—. ¿Le dijiste algo a tu jefe sobre las nubes que Stakendee ha visto?
—Oh, ciertamente. Se lo he dicho a todo el mundo, aunque ha sido hace sólo unos minutos, y todavía no han vuelto con nada. Realmente no esperaría que lo hiciesen, capitán; no hay suficiente información detallada de la superficie para una interpretación, sin hablar de un pronóstico. Sin embargo, hubo algo. El doctor McDevitt estaba muy interesado en averiguar cuántos metros había ascendido el grupo de Stak, y dijo que si las nubes que había visto todavía no habían alcanzado al Kwembly, quería saber el momento en que lo harían tan exactamente como fuera posible. Lo siento; debería haberlo dicho antes.
—No importa —replicó Dondragmer—. El hielo aquí todavía está claro. Te haré saber el momento en que vea alguna nube. ¿Quiere decir esto que cree que llega otra niebla como la que precedió la última riada?
A pesar de sus defensas innatas contra la preocupación, el capitán esperó con alguna ansiedad el minuto siguiente.
—No lo dijo y no lo hará. Se ha equivocado muchas veces. No se arriesgará otra vez, si lo conozco un poco, a menos que se trate de avisarte de un peligro muy probable. ¡Espera! Hay algo en la pantalla de Stak.
Las muchas piernas de Dondragmer se tensaron.
—Voy a ver. Sí, todos los hombres de Stak, excepto uno, están a la vista, y ése debe estar soportando el extremo de atrás del aparato, porque todavía se mueve. Hay otra luz delante. Es más brillante que las que nosotros llevamos; por lo menos a mí me lo parece, aunque no puedo decir a qué distancia se encuentra. No estoy seguro de que la gente de Stak la haya visto, pero supongo que sí; dijiste que vuestros ojos son mejores que los receptores. Madre, ¿quieres venir aquí? ¿Deberíamos llamar a Barlennan? Estoy informando a Don. Sí, Stak la ha visto y su grupo se ha parado. La luz tampoco se mueve. Stak tiene puesto el volumen de sonido, pero no puedo oír nada que signifique algo para mí. Han bajado el transmisor y se están desplegando delante de él; ahora puedo ver a los seis. El terreno es casi llano, sólo con un trozo de hielo de vez en cuando. No hay rocas. Ahora los hombres de Stak han apagado sus luces, y no puedo ver nada, excepto la nueva. Se hace más brillante, pero supongo que se trata de que las células del receptor reaccionan ante un campo más oscuro. No puedo ver nada a su alrededor; parece un poco neblinosa, si acaso. Algo la ha bloqueado por un momento; no, se ve otra vez. Pude observar lo suficiente de una silueta para estar bastante seguro de que era uno del grupo de rescate; debe haberse levantado para poder contemplar mejor. Ahora puedo oír unos gritos, pero no entiendo ninguna palabra. No comprendo por qué… Espera. La gente de Stak ha vuelto a encender sus luces. Dos de ellos vienen hacia el aparato; lo recogen y lo llevan hacia delante en dirección al resto del grupo. Todas las luces están delante de ellos; así que ahora puedo ver bastante bien. Hay niebla a un metro, quizá a pocos centímetros; la nueva luz está dentro de ella. No puedo juzgar todavía a qué distancia. El terreno no tiene marcas que ayuden; sólo roca desnuda con seis mesklinitas aplastados contra ella, además de luces y una línea negra que podría ser roca de diferente color, o quizás un pequeño arroyo que se dirige a ellos desde la izquierda y desaparece de mi vista por la derecha. Ahora tengo una vaga sensación de movimiento alrededor de la luz. Quizá sea la luz de un helicóptero. No sé dónde están colocadas, ni a qué distancia del suelo se encuentran cuando la máquina está aparcada, ni lo brillantes que puedan ser.
«Ahora se ve mejor. Sí, algo se mueve. Viene hacia nosotros, sólo un punto negro en la niebla. No lleva ninguna luz. Si mi suposición de la distancia es correcta —que probablemente no lo sea—, es del mismo tamaño de los mesklinitas. Quizá sea Kervenser o Reffel.
»Sí. Casi estoy seguro que es un mesklinita, pero todavía se encuentra demasiado lejos para que yo lo reconozca. De todas formas, no puedo afirmar que reconocería a esos dos. Está cruzando esa línea; debe ser un arroyo; algo de líquido ha pasado durante medio segundo por el camino de la luz; ahora está solo a unos cuantos metros, y los otros se reúnen con él. Están hablando, pero no lo bastante alto para que yo lo entienda. El grupo le rodea, y no puedo reconocer a nadie. Si viniesen un poco más cerca, les preguntaría quién es; pero supongo que de todas formas informarán muy pronto, y no puedo hacer que me oigan a través de los trajes, a menos que estén justo al lado del aparato. Ahora vienen todos hacia aquí. El grupo se divide; dos de ellos están justo delante del aparato; supongo que son Stakendee y el que acaba…
Fue interrumpido por una voz a su lado. Alcanzó no sólo su oído, sino tres micrófonos abiertos y, a través de ellos, tres diferentes receptores de Dhrawn, donde provocó tres reacciones muy diferentes.
—¡Kabremm! ¿Dónde has estado todos estos meses? —preguntó Easy.