—En resumen —dijo Aucoin desde su puesto a la cabecera de la mesa—, podemos escoger entre enviar la nave o no. Si no lo hacemos, el Kwembly y los mesklinitas a bordo están perdidos y Dondragmer y el resto de los tripulantes fuera de acción hasta que un vehículo de rescate como el Kalliff pueda llegar hasta ellos desde la colonia. Desgraciadamente, si intentamos aterrizar con la nave, hay bastantes probabilidades de que no sirva de nada. No sabemos por qué cedió el terreno bajo el Kwembly ni tenemos seguridad de que no suceda lo mismo en otros lugares de la proximidad. Perder la nave sería muy molesto. Aunque aterrizásemos primero cerca del campamento de Dondragmer y lo transportásemos con su tripulación al vehículo, podríamos perder la nave. No hay ninguna seguridad de que la tripulación pudiese reparar el Kwembly. El informe de Beetchermarlf hace que lo dude. Dice que ha encontrado y sellado las principales resquebrajaduras, pero que de vez en cuando el oxígeno continúa penetrando en el casco. Algunas de sus cisternas de soporte vital han sido envenenadas. Hasta ahora ha podido limpiarlas todas las veces y aprovisionarlas de nuevo por medio de las otras, pero no puede continuar siempre así, a menos que consiga detener las restantes filtraciones. Además, ni él ni nadie ha sugerido algo concreto para sacar ese vehículo del fango que lo retiene.
»Hay otro buen argumento en contra de mandar la nave. Si utilizamos control remoto, su operación cerca del suelo sería realmente imposible, teniendo en cuenta el retraso de sesenta segundos en las reacciones. Se podría programar su computador para un aterrizaje, pero los riesgos de esto se demostraron claramente la primera vez que alguien aterrizó lejos de la Tierra. Sería mejor dar a los mesklinitas unas lecciones rápidas para que la piloten ellos mismos.
—No intentes que eso suene completamente estúpido, Alan —señaló suavemente Easy—. El Kwembly es sencillamente el primero de los vehículos en llegar a lo que parece ser su último problema. Dhrawn es un mundo muy grande sobre el que se conoce muy poco, y sospecho que vamos a quedarnos sin vehículos terrestres para rescates o para cualquier otra cosa tarde o temprano. Además, hasta yo sé que los controles de la nave están acoplados al computador, con operadores discrecionales. Admito que, incluso así, las probabilidades son de diez a uno de que alguien que intente un vuelo sobre Dhrawn de suelo a suelo con esa máquina y sin previa experiencia se mataría; pero ¿Beetchermarlf y Takoorch tienen mayores probabilidades de supervivencia sobre cualquier otra base?
—Creo que sí —contestó tranquilamente Aucoin.
—¿Cómo, en nombre de todo lo que es sensato? —gruñó Mersereau—. Aquí todos hemos… Easy levantó su mano. Su gesto o la expresión de su rostro hicieron que Boyd se interrumpiese.
—¿Qué otros procedimientos podrías recomendar conscientemente que tuviesen alguna probabilidad real de salvar al Kwembly, a sus dos timoneles o al resto de la tripulación de Dondragmer? —preguntó.
Aucoin tuvo la decencia de sonrojarse fuertemente, pero contestó con bastante firmeza.
—Lo he mencionado anteriormente, como Boyd recordará —dijo—. Enviar al Kalliff desde la colonia a recogerlos.
Las palabras fueron seguidas por unos segundos de silencio, mientras expresiones regocijadas iban apareciendo sobre los rostros alrededor de la mesa. Al fin fue Ib Hoffman el que habló.
—¿Crees que Barlennan lo aprobará? —preguntó inocentemente.
—En resumen —le dijo Dondragmer a Kabremm—, podemos quedarnos aquí y no hacer nada mientras Barlennan envía un vehículo de rescate desde la colonia. Supongo que puede pensar en algún motivo para enviarlo que no suene demasiado extraño, después que no quiso hacerlo con el Esket.
—Eso será bastante fácil —contestó el primer oficial del Esket—. Uno de los seres humanos estaba en contra de enviarlo, y el comandante simplemente le dejó convencerle en la discusión. Esta vez podría ser más firme.
—Como si la primera vez no hubiese hecho sospechar bastante a algunos de los otros humanos. Pero no importa. Si esperamos, no sabremos cuánto tiempo tardará, ya que ni siquiera conocemos si hay algún camino posible por tierra desde la colonia hasta aquí. Tú viniste desde las minas por el aire y nosotros flotamos gran parte del camino.
—Si decidimos no esperar, podemos hacer dos cosas. Una es trasladarnos por etapas hasta el Kwembly, llevando el equipo vital tan lejos como nos lo permitan los trajes y parándonos después otra vez para recargarlos. Supongo que llegaríamos allí en algún momento. El otro es trasladarse hacia la colonia de la misma forma, hasta encontrar el vehículo de rescate, si viene uno, o llegar hasta allí a pie, si no lo hace. Supongo que tarde o temprano también llegaríamos allí. Aunque alcanzásemos al Kwembly, no tendríamos la seguridad de que podamos repararlo. Si los seres humanos han retransmitido adecuadamente los sentimientos de Beetchermarlf, parece bastante dudoso que podamos hacerlo. No me gusta ninguna de las dos cosas, a causa del tiempo que se pierde con cualquiera de ellas. Hay otras mejores que reptar a pie sobre la superficie de este mundo.
—En mi forma de pensar, utilizar tu dirigible para rescatar a mis timoneles, si se decidiese abandonar el Kwembly, o comenzar a transportar allí mi tripulación y mi equipo es una idea mejor.
—Pero eso…
—Eso, por supuesto, hundiría todo el cuento sobre el Esket. Incluso utilizar el helicóptero de Reffel tendría el mismo efecto; no podríamos explicar lo que le sucedió al equipo visual que llevaba, sin que ellos lo adivinen, no importa qué mentira nos inventemos. No estoy seguro de que valga la pena sacrificar deliberadamente esas vidas a causa de tal engaño, aunque admito que quizá haya que arriesgarse a hacerlo. No hubiese accedido a esto de otra forma.
—Eso he oído —contestó Kabremm—. Nadie ha sido capaz de hacerte ver el riesgo de depender completamente de unos seres que no nos consideran como verdadera gente.
—De acuerdo. Recuerda que algunos de ellos son tan distintos entre sí, como respecto a nosotros. Me decidí sobre los alienígenas en cuanto uno de ellos contestó mi pregunta sobre una cabria diferencial clara y detalladamente y me dio gratis la primera lección sobre el uso de las matemáticas en la ciencia. Comprendo que los humanos son tan distintos entre sí como nosotros; ciertamente el que persuadió a Barl de no enviar ayuda al Esket debe ser lo más distinto posible de la señora Hoffman o de Charles Lackland, pero no desconfío de ellos como especie. Nunca lo haré en la forma que vosotros parecéis intentarlo. No creo que Barlennan lo haga; ha cambiado el tema más de una vez, en lugar de discutirlo conmigo, y ése no es Barlennan cuando está seguro de tener razón. Sigo pensando que sería una buena idea arriar las velas en este asunto y pedir directamente la ayuda humana para el Kwembly o arriesgarse a que ellos se enteren, utilizando allí los tres dirigibles.
—Ya no son tres —Kabremm sabía que aquello no importaba, pero se alegraba de tener una oportunidad de cambiar de tema—. Karfrengin y cuatro hombres más han desaparecido en el Elsh hace dos días.
—Por supuesto, no me habían llegado estas noticias —dijo Dondragmer—. ¿Cómo ha reaccionado el comandante? Creo que hasta él sentiría la tentación de pedir ayuda a los humanos, si comenzamos a perder gente por todo el mapa.
—El tampoco lo sabe. Hemos enviado grupos a pie en su búsqueda, utilizando las ruedas que cogimos del Esket, y no queríamos hacer un informe hasta que estuviese completo.
—¿Podría ser más completo? Karfrengin y sus hombres tienen que haber muerto ya. Los dirigibles no llevan equipo de soporte vital para dos días.
Kabremm se encogió de hombros.
—Eso es asunto de Destigmet. Yo tengo bastantes problemas.
—¿Por qué no se utilizó tu vehículo para la búsqueda?
—Se hizo hasta esta tarde. Hay otros problemas en la mina. Una especie de río de hielo se acerca muy lentamente, pero pronto cubrirá la segunda colonia si no se detiene. Ya ha llegado hasta el Esket y ha comenzado a volcarlo. Esa es la razón de que pudiésemos coger las ruedas tan fácilmente. Destigmet me ha enviado para que siguiese al glaciar e intentase averiguar si hay probabilidades de que no se detenga, o si era sólo algo temporal. En realidad, no debería haber llegado tan lejos, pero no pude pararme. Durante toda la distancia es el mismo río, a veces sólido y a veces líquido a lo largo de su curso; es la cosa más extraña que he visto en este extraño mundo. No hay ninguna probabilidad de que el hielo se detenga. La colonia del Esket está condenada.
—Por supuesto, Barlennan tampoco sabe nada de esto.
—No hay forma de decírselo. Sólo descubrimos que el hielo se movía justo antes del anochecer.
Hasta entonces era simplemente un acantilado a unas cuantas docenas de cables de la mina.
—En otras palabras: no sólo hemos perdido a mi primer oficial y un helicóptero, sino también un dirigible con cinco hombres y, de paso, todo el proyecto del Esket, con mi Kwembly seguramente en la misma lista. ¿Y todavía piensas que no deberíamos terminar este engaño, contar a los humanos toda la historia y conseguir su ayuda?
—Más que nunca. Si supiesen que tenemos tantos problemas, seguramente decidirían que no les serviríamos de mucho y nos abandonarían aquí.
—Tonterías. Nadie abandona así una inversión como la de este proyecto; pero no importa discutir; de todas formas, es un punto sin importancia. Me gustaría…
—Lo que te gustaría en realidad es tener una excusa para descubrir toda la historia a tus amigos que respiran oxígeno.
—Sabes que no haría eso. Estoy completamente dispuesto a utilizar mi propio juicio, pero conozco bastante historia para temer decisiones rápidas que signifiquen cambios en la política básica.
—Gracias a la suerte. Está bien que te gusten algunos humanos, pero no todos son como Hoffman. Tú mismo lo admitiste.
—Pienso —dijo Barlennan a Bendivence— que nos apresuramos demasiado enviando a Deeslenver al Esket con órdenes de obturar sus equipos visuales. Toda la cuestión del Esket parece haberse aquietado, y eso le traerá de nuevo a la vida. Todavía no estamos preparados para el truco principal, y no lo estaremos durante un año o más.
No me pareció mal tener una oportunidad de hacer que los seres humanos comenzasen a pensar siguiendo las líneas de la idea de una amenaza nativa, pero la tripulación de Destigmet no será capaz de representar su parte hasta que tenga muchos más aparatos mecánicos y eléctricos hechos por ellos mismos, evitando que los humanos sepan que los tenemos. A menos que la amenaza nativa parezca real, los seres humanos no seguirán los pasos que queremos.
»Si hubiese alguna forma de ir ahora detrás de Dee y cancelar sus órdenes, lo haría. Me gustaría haberte permitido continuar adelante con tus experimentos de radio y tener ahora mismo un equipo en el Deedee.
—No debiera ser demasiado arriesgado, y me gustaría mucho intentarlo —contestó Bendivence—. Por supuesto, las ondas podrían ser detectadas por los seres humanos, pero si nos limitásemos a pocas transmisiones que fuesen cortas, utilizando un código sencillo, probablemente no comprenderían el origen. No obstante, es demasiado tarde para llamar a Deeslenver.
—Cierto. Me gustaría saber por qué nadie ahí arriba ha dicho nada más sobre Kabremm. La última vez que hablé con la señora Hoffman, tuve la impresión de que no estaba tan segura como antes de haberle visto. ¿Supones que, en realidad, fue un error? ¿O los seres humanos están intentando probarnos en la forma en que quería hacerlo yo con ellos? ¿Habrá hecho algo Dondragmer para sacarnos de este aprieto? Si ella se equivocó, tendríamos que comenzar a pensarlo todo otra vez más.
—¿Y qué sucede con ese otro informe del que no supimos más: de que algo se deslizaba sobre el suelo del Esket? —contrarrestó el científico—. ¿Era eso otra prueba, o realmente sucedió algo allí? Recuerda que no hemos tenido ningún contacto con esa base desde hace ciento cincuenta horas. Si realmente algo mueve al Esket, estamos demasiado poco informados para poder hacer algo sensato. Aun sin tener en cuenta el asunto del Esket, es una gran molestia no poder confiar en los datos.
—Si en el Esket hay problemas, tendremos que confiar en el juicio de Dee —dijo el comandante, ignorando la frase final de Bendivence—. En realidad, ni siquiera es el principal de nuestros problemas. La cuestión verdadera estriba en qué hacer en cuanto a Dondragmer y al Kwembly. Supongo que tuvo una buena razón para abandonar su vehículo y dejarle marchar a la deriva, pero los resultados han sido nefastos. El hecho de que un par de sus hombres quedasen olvidados a bordo, todavía lo complica más. Si no estuviesen allí, podríamos olvidarnos del vehículo y enviar al Kalliff para recoger a la gente.
—¿Por qué no lo hacemos? ¿No lo sugirió el humano Aucoin?
—Lo hizo. Le dije que tendría que pensarlo.
—¿Por qué?
—Porque hay menos de una probabilidad entre diez, quizá menos de una entre cien, de que el Kalliff pudiese llegar allí a tiempo de servir de algo a esos dos hombres. Las probabilidades de que lo consiga son bastante escasas. ¿Recuerdas el campo de nieve que atravesó el Kwembly antes de la primera riada? ¿Cómo supones que está ahora esa zona? ¿Y cuánto tiempo piensas que dos hombres competentes, pero sin un verdadero entrenamiento técnico o científico, van a mantener habitable ese casco agujereado?
»Por supuesto, podríamos confesarlo todo y decir a los humanos que se pongan en contacto con Destigmet a través de la vigilancia que mantiene sobre los comunicadores del Esket; después podrían decirle que enviase uno de los dirigibles a rescatarlos.
—Eso sería malgastar una tremenda cantidad de trabajo y arruinar lo que todavía parece una operación prometedora —contestó Bendivence pensativamente—. Tú no quieres hacerlo más que yo, pero no podemos abandonar a esos dos hombres.
—No podemos —concedió lentamente Barlennan—, pero me pregunto si les haríamos correr un riesgo demasiado grande si esperásemos otra posibilidad.
—¿Cuál?
—Si los seres humanos estaban convencidos de que no podríamos realizar el rescate, es posible, especialmente con dos Hoffman para discutir, que decidan hacer algo ellos mismos.
—¿Pero qué podrían hacer? La nave que llaman La barcaza únicamente aterrizará aquí en la colonia con sus controles automáticos, si no entiendo mal el Plan Uno de Rescate. No pueden volar sobre este mundo desde la estación orbital; si necesitan todo un minuto para corregir un error, la estrellarán en menos de un segundo. No pueden dirigirla personalmente. Está diseñada para rescatarnos a nosotros, con nuestro aire y nuestro control de temperatura, y además la gravedad de Dhrawn incrustaría un ser humano sobre la cubierta.
—No subestimes a esos alienígenas, Ben. Quizá no sean demasiado ingeniosos, pero sus antepasados han tenido tiempo para pensar en montones de ideas ya preparadas sobre las que no sabemos nada. No haría esto si me pareciese que hay bastantes probabilidades de que llegásemos allí nosotros mismos, pero en estas circunstancias no ponemos a los timoneles en un peligro mayor del que ya están; creo que dejaremos que los seres humanos adquieran la idea de llevar a cabo el rescate ellos mismos. Será mucho mejor que abandonar el plan.
—Así pues —dijo Beetchermarlf a Takoorch—, tenemos que encontrar de alguna forma el tiempo entre reparar las filtraciones y limpiar las unidades de aire del veneno para convencer a la gente de que vale la pena rescatar al Kwembly.
»La mejor forma de hacerlo sería si lo pudiésemos poner en marcha nosotros, aunque dudo mucho que logremos hacerlo. Es el vehículo el que va a decidir la línea de actuación. Tu vida y la mía no significan mucho para los humanos, excepto quizá para Benj, que no es el director allá arriba. Si el vehículo continúa vivo, si podemos conservar en funcionamiento esas cisternas para que nos suministren alimento y aire y, de paso, evitar ser envenenados por el oxígeno y hacer progresos reales en la reparación y liberación del vehículo, tal vez entonces se convenzan de que vale la pena un viaje de rescate. Incluso si no lo hacen, tendríamos que realizar esto de todas formas en nuestro beneficio, pero si conseguimos hacer que los humanos le digan a Barlennan que tenemos al Kwembly libre y corriendo y que nosotros solos le llevaremos hasta Dondragmer, tal intento debiera hacer felices a unas cuantas personas, especialmente al comandante.
—¿Crees que podremos hacerlo? —preguntó Takoorch.
—Tú y yo somos los primeros que tenemos que ser convencidos —contestó el timonel más joven—. El resto del mundo lo será más fácilmente después de eso.
—Tal vez —dijo Benj a su padre— no arriesgaremos la nave para salvar dos vidas, aunque para eso está aquí.
—Ninguna de las dos cosas es completamente correcta —contestó Ib Hoffman—. Es una pieza del equipo de emergencia, pero fue planeado para ser utilizado si todo el proyecto se derrumbaba y teníamos que evacuar la colonia. Esto fue siempre una posibilidad; había muchas cosas que no podían ser probadas por adelantado. Por ejemplo, el truco de igualar la presión exterior en los vehículos y en los trajes utilizando extra argón era perfectamente razonable, pero no podíamos estar seguros de si produciría efectos secundarios sobre los propios mesklinitas; el argón es inerte generalmente, pero también lo es el xenón, anestésico efectivo para los seres humanos. Los sistemas vivientes son demasiado complicados para que las deducciones resulten siempre seguras, aunque los mesklinitas parecen mucho más sencillos fisiológicamente que nosotros. Esa puede ser una razón por la que soportan un espectro tan amplio de temperaturas.
«Pero el punto clave es que la nave está calculada para albergarse sobre un polo transmisor cerca de la colonia; no aterrizará en ningún otro lugar de Dhrawn. Por supuesto, puede ser manejada por control remoto, pero no a esta distancia.
«Supongo que lograríamos alterar el programa del computador a bordo para que pudiese posarse sobre otros lugares, por lo menos sobre cualquier superficie razonablemente plana; pero, ¿querrías colocarla cerca de tu amigo por medio de un programa invariable incorporado, o mediante un control remoto a larga distancia? Recuerda que la nave utiliza reactores de protón, tiene una mesa de doce toneladas y debe producir toda una sacudida al bajar sobre un suelo blando a cuarenta gravedades, especialmente porque sus reactores están desplegados para reducir los cráteres.
Benj frunció el ceño pensativamente.
—Pero, ¿por qué no podemos acercarnos más a Dhrawn y reducir el retraso en el control remoto? —preguntó después de un momento.
Ib miró a su hijo sorprendido.
—Tú sabes por qué, o debieras saberlo. Dhrawn tiene una masa de tres mil cuatrocientas setenta y una Tierras y un período de rotación de algo más de mil quinientas horas. Una órbita sincrónica que nos mantiene sobre una longitud constante en el ecuador está, por tanto, a algo más de diez millones de kilómetros. Si utilizas una órbita a ciento sesenta kilómetros sobre la superficie, estarías viajando a algo más de ciento cuarenta kilómetros por segundo y darías la vuelta a Dhrawn en unos cuarenta minutos. Durante dos o tres minutos de esos cuarenta podrías ver el mismo lugar de la superficie. Puesto que el planeta tiene una superficie ochenta y siete veces mayor que la Tierra, ¿cuántas estaciones de control crees que serían necesarias para conseguir un aterrizaje o un despegue?
Benj hizo un gesto de impaciencia.
—Conozco todo eso, pero ya hay un enjambre de estaciones ahí abajo: los satélites de reflejos. Hasta yo sé que todos tienen equipos retransmisores, puesto que están informando constantemente a los computadores aquí arriba; en un momento dado, casi la mitad debe estar detrás de Dhrawn. ¿Por qué no puede un controlador, navegando en uno de ellos o en una nave a la misma altura, conectar con sus retransmisiones y operar el aterrizaje y el despegue desde allí? El retraso no sería mayor de un segundo, incluso desde el lado opuesto del mundo.
—Porque… —Ib comenzó a contestar, pero pronto permaneció silencioso.
Estuvo así durante dos minutos. Benj no le interrumpió; generalmente el muchacho tenía una buena idea sobre cuándo estaba consiguiendo algo.
—Tendría que haber una interrupción de varios minutos en los datos del neutrino, mientras los transmisores estuviesen siendo conectados —dijo Ib finalmente.
—¿Una en cuántos años que llevan integrando ese material?
Generalmente Benj no era sarcástico con ninguno de sus padres, pero sus sentimientos se estaban calentando una vez más. Su padre asintió silenciosamente, concediendo el punto, y continuó pensando.
Debían haber pasado cinco minutos, aunque Benj hubiese jurado que fueron muchos más, cuando el mayor de los Hoffman se puso en pie repentinamente.
—Vamos, hijo. Tienes toda la razón. Funcionará para un aterrizaje inicial espacio-superficie y para un despegue superficie-órbita, y eso es suficiente para un vuelo superficie-superficie; hasta un segundo de retraso es demasiado para el control, pero podemos pasarnos sin eso.
—¡Claro! —animó Benj—. Despegar y volver a la órbita, descansar un minuto, cambiar de órbita para acomodarla al lugar de aterrizaje y finalmente bajar otra vez.
Así es, pero no lo menciones. En primer lugar, si nos acostumbrásemos a hacer este tipo de acción, habría una interrupción significativa en la transmisión de los datos de neutrino. Además, he buscado una excusa para esto casi desde que me uní al proyecto. Ahora la tengo, y voy a usarla.
—¿Una excusa para qué?
—Para hacer exactamente lo que creo que Barlennan ha estado intentando obligarnos a realizar todo el tiempo: poner pilotos mesklinitas en la nave. Supongo que alguna vez querrá su propia nave interestelar, de forma que pueda comenzar a llevar la misma vida entre las estrellas, como acostumbraba hacer en los océanos de Mesklin; pero tendrá que conformarse con un salto de cada vez.
—¿Crees que ha estado queriendo eso todo el tiempo? ¿Por qué debería preocuparse tanto de tener sus propios pilotos espaciales? Y ahora que lo pienso, ¿por qué no era una buena idea, si los mesklinitas podían aprender?
—Lo era. No hay ninguna razón para dudar que puedan aprender.
—Entonces, ¿por qué no se hizo así desde el principio?
—Será mejor que no te dé una conferencia sobre el tema ahora mismo. Me gusta enorgullecerme de mi especie tanto como lo permiten las circunstancias, y la explicación no proporciona mucho crédito ni a la racionalidad del hombre ni a su control emocional.
—Entonces puedo adivinarlo —replicó Benj—. Pero en ese caso, ¿qué te hace pensar que podemos cambiar eso ahora?
—Porque ahora, a poco coste y al mismo nivel general de razonamiento emocional, podemos manipular algunos de los impulsos humanos menos generosos. Voy a descender al laboratorio de planetología y a molestar un poco. Voy a preguntar a esos químicos por qué no conocen lo que atrapó al Kwembly, y cuando me digan que por carecer de alguna muestra de barro, voy a preguntarles por qué no la tienen. Voy a preguntarles por qué se han estado conformando con datos sísmicos y espectros del neutrino, cuando podrían estar analizando muestras minerales transportadas aquí desde todos los lugares donde un vehículo mesklinita se ha detenido durante diez minutos. Si prefieres no descender a ese nivel y trabajar más bien con las emociones más nobles de la humanidad, vete pensando en todas las frases enternecedoras que puedes hacer sobre el horror y la crueldad de abandonar a tu amigo Beetchermarlf, sofocándose lentamente en un mundo extraño, a miles de parsecs de su hogar. Podríamos utilizar eso si tenemos que llevar esta discusión ante una autoridad superior, como el público en general. En realidad, no creo que lo necesitemos, pero ahora mismo no estoy de humor para limitarme a un juego limpio y a unos argumentos lógicos.
»Si Alan Aucoin gruñe por el coste de operar la nave (creo que tiene demasiado sentido común), voy a saltar sobre él con los dos pies. La energía ha sido prácticamente gratis desde que conseguimos los aparatos de fusión; lo que cuesta es el entrenamiento del personal. De todas formas, tenemos que emplear tripulantes mesklinitas; así pues, esa inversión ya está hecha; y dejando la nave balancearse aquí sin utilizarla, está malgastando su coste. Sé que en esa lógica hay un pequeño agujero, pero si lo señalas delante del doctor Aucoin, te azotaré por primera vez desde que tenías siete años, y no creo que la última década haya hecho muchos estragos en mi brazo. Deja a Aucoin que piense solo.
—No tienes que enfadarte conmigo, papá.
—No lo estoy. De hecho, estoy más asustado que enfadado.
—¿Asustado? ¿De qué?
—De lo que pueda sucederle a Barlennan y a su gente en lo que tu madre llama «ese horrible planeta».
—Pero, ¿por qué? ¿Por qué ahora más que antes?
—Porque estoy comenzando a comprender que Barlennan es un ser inteligente, resuelto, calculador, ambicioso y razonablemente cortés, igual que lo era mi único hijo hace seis años, y recuerdo muy bien tu equipo de bucear. Vamos. Tenemos una escuela de astronáutica que organizar y un cuerpo estudiantil que reunir.