JANE

‹Así que muchos de vosotros os estáis convirtiendo al cristianismo. Creéis en el dios que los humanos trajeron consigo.›

‹¿No creéis en Dios?›

‹La cuestión no se ha planteado nunca. Siempre hemos recordado cómo empezamos.›

‹Vosotros evolucionasteis. Nosotros fuimos creados.›

‹Por un virus.›

‹Por un virus que Dios envió poro crearnos›

‹Entonces, tú también crees.›

‹Comprendo que haya que creer.›

‹No, tú deseas creer›

‹Lo deseo lo bastante para actuar como si creyera. Tal vez la fe consista en eso.›

‹O en una locura deliberada.›


Resultó que no sólo Valentine y Jakt pasaron a la nave de Miro. También se trasladó Plikt, sin invitación, y se instaló en un miserable cubículo donde no había espacio suficiente para estirarse por completo. Ella era la anomalía del viaje: no era un miembro de la familia, ni de la tripulación, sino una amiga. Plikt fue estudiante de Ender cuando éste estuvo en Trondheim como Portavoz de los Muertos. Por su cuenta llegó a la conclusión de que Andrew Wiggin era el Portavoz de los Muertos y también el Exterminador Wiggin…

Valentine no llegaba a comprender por qué esta brillante joven se obsesionó tanto con Ender Wiggin. A veces pensaba que era así como comienzan algunas religiones. El fundador no busca discípulos: éstos llegan y se entregan a él.

En cualquier caso, Plikt se quedó con Valentine y su familia durante todos los años que pasaron desde que Ender se marchó de Trondheim. Actuó como tutora de los niños y ayudó a Valentine en sus investigaciones, siempre esperando el día en que la familia viajara para reunirse con Ender…, un día que sólo Plikt sabía que llegaría.

Así, durante la última mitad del viaje a Lusitania, fueron cuatro los que viajaron en la nave de Miro: Valentine, Miro, Jakt y Plikt. O eso pensó Valentine al principio. Al tercer día del encuentro descubrió al quinto viajero que los había acompañado todo el tiempo.

Ese día, como siempre, los cuatro estaban reunidos en el puente. No había otro sitio adonde ir. Era una nave de carga. Además del puente y los camarotes para dormir, sólo había una diminuta cocina y el cuarto de baño. El resto del espacio estaba diseñado para almacenar carga, no personas; carecía de cualquier tipo de comodidad razonable.

Sin embargo, a Valentine no le importaba la pérdida de intimidad. Había frenado su trabajo en los ensayos subversivos; sentía que era más importante llegar a conocer a Miro y, a través de él, a Lusitania. A la gente de allí, a los pequeninos y, sobre todo, a la familia de Miro, pues Ender se había casado con Novinha, la madre de Miro. Valentine se fiaba mucho de ese tipo de información, por supuesto: no habría sido historiadora y biógrafa durante tantos años sin aprender a extrapolar muchos datos a partir de fragmentos dispersos de evidencias.

El auténtico premio para ella resultó ser el propio Miro. Era amargo, furioso, frustrado, y estaba lleno de repulsión hacia su cuerpo lisiado, pero todo eso resultaba comprensible: su pérdida había sucedido tan sólo unos cuantos meses antes, y aún estaba intentando redefinirse. A Valentine no le preocupaba su futuro: notaba que era de voluntad fuerte, el tipo de hombre que no se rinde fácilmente. Se adaptaría y sobreviviría.

Lo que le interesaba más era su forma de pensar. Era como si el confinamiento de su cuerpo hubiera liberado su mente. Cuando resultó herido, su parálisis había sido casi total. No tenía nada que hacer excepto permanecer tendido en un sitio y pensar. Por supuesto, gran parte de ese tiempo lo dedicó a llorar por sus pérdidas, sus errores, el futuro que no podría tener. Pero también pasó muchas horas pensando en los temas sobre los que la gente ocupada casi nunca piensa. Y al tercer día de convivencia, era eso lo que Valentine intentaba sacarle.

—La mayoría de la gente no piensa en eso, no seriamente, como tú has hecho —dijo.

—El hecho de que lo haya pensado no significa que sepa nada —replicó Miro.

Ella estaba ya acostumbrada a su voz, aunque a veces su habla era enloquecedoramente lenta. En ocasiones necesitaba un auténtico esfuerzo de voluntad para no mostrar ningún signo de falta de atención.

—La naturaleza del universo —dijo Jakt.

—Las fuentes de la vida —añadió Valentine—. Dijiste que habías pensado en lo que significa estar vivo, y quiero saber qué pensaste.

—Cómo funciona el universo y por qué estamos todos en él —rió Miro—. Es una locura.

—Una vez me quedé atrapado solo en una masa de hielo flotante en un barco de pesca durante dos semanas, en medio de una tormenta, sin ninguna fuente de calor —dijo Jakt—. Dudo que hayas llegado a ninguna conclusión que me pueda parecer una locura.

Valentine sonrió. Jakt no era ningún erudito, y su filosofía estaba generalmente confinada a mantener unida a su tripulación y capturar un montón de peces. Pero sabía lo que Valentine quería arrancar de Miro, y por eso ayudó a tranquilizar al joven, para que supiera que lo tomarían en serio. Además, para Jakt era importante ser el encargado de hacerlo, porque Valentine había visto, y él también, cómo lo observaba Miro. Jakt podía ser viejo, pero sus brazos, sus piernas y su espalda seguían siendo los de un pescador, y cada movimiento revelaba la fuerza de su cuerpo. Miró incluso lo comentó una vez, con retintín, con admiración:

—Tiene la constitución de un hombre de veinte años.

Valentine oyó el irónico corolario que debió de continuar en la mente de Miro: «Mientras que yo, que sí soy joven, tengo el cuerpo de un nonagenario artrítico».

De manera que Jakt significaba algo para Miro: representaba el futuro que Miro nunca podría tener. Admiración y resentimiento: a Miro le habría resultado difícil hablar abiertamente delante de Jakt si éste no se hubiera encargado de asegurar que por su parte no recibiría más que respeto e interés.

Plikt, por supuesto, estaba sentada en su sitio, silenciosa, retirada, efectivamente invisible.

—Muy bien —accedió Miro—. Especulaciones sobre la naturaleza de la realidad y el alma.

—¿Teología o metafísica? —preguntó Valentine.

—Metafísica, principalmente —respondió Miro—. Y física. Ninguna de las dos materias es mi especialidad. Y ésta no es la clase de historia para la que me necesita.

—No sé qué es exactamente lo que necesito.

—Muy bien —repitió Miro. Inspiró un par de veces, como si intentara decidir por dónde empezar—. Sabe lo que es un lazo filótico.

—Sé lo que sabe todo el mundo —dijo Valentine—. Y sé que no ha llevado a ninguna parte en los últimos dos mil quinientos años porque no se puede experimentar con eso.

Se trataba de un viejo descubrimiento, de los días en que los científicos se esforzaban por ponerse al día con la tecnología. Los estudiantes de física memorizaban unos cuantos principios: «Los filotes son bloques fundamentales de materia y energía. Los filotes no tienen masa ni inercia. Los filotes sólo tienen emplazamiento, duración y conexión». Todo el mundo sabía que eran las conexiones filóticas (los haces de rayos filóticos) lo que hacía funcionar los ansibles, permitiendo comunicación instantánea entre mundos y naves espaciales situadas a muchos años luz de distancia. Pero nadie sabía porqué funcionaba, y ya que los filotes no podían ser «manejados», resultaba casi imposible experimentar con ellos. Sólo podían ser observados, y únicamente a través de sus conexiones.

—Filotes —intervino Jakt—. ¿Ansibles?

—Un producto secundario —dijo Miro.

—¿Qué tiene que ver eso con el alma? —preguntó Valentine.

Miro estuvo a punto de responder, pero su frustración aumentó, al parecer ante la idea de tener que pronunciar un largo discurso con su boca torpe y renuente. Su mandíbula funcionaba, sus labios se movieron levemente. Entonces dijo en voz alta:

—No puedo hacerlo.

—Escucharemos —dijo Valentine.

Comprendía su resistencia a intentar un discurso extenso con las limitaciones de su habla, pero también sabía que tenía que hacerlo de todas formas.

—No —se obstinó Miro.

Valentine habría intentado seguir persuadiéndolo, pero vio que sus labios seguían moviéndose, aunque no producían más que leves sonidos. ¿Estaba murmurando? ¿Maldiciendo?

No, supo que no era eso.

Tardó un instante en comprender por qué estaba tan segura. Era porque había visto a Ender hacer exactamente lo mismo, mover los labios y la mandíbula, cuando dirigía órdenes subvocalizadas al terminal del ordenador insertado en la joya que llevaba en el oído. Naturalmente: Miro tenía el mismo enlace que Ender, así que le hablaba igual que él.

En un momento, quedó claro qué orden había dado Miro a su joya. Ésta debía de estar conectada al ordenador de la nave, porque inmediatamente después una de las pantallas se despejó y luego mostró el rostro de Miro. Pero no tenía el abotargamiento que lastraba su cara en persona. Valentine se dio cuenta: se trataba de la cara de Miro tal como era antes. Y cuando la imagen de ordenador habló, el sonido procedente de los altavoces lo hizo con lo que seguramente era la voz de Miro tal como solía ser: clara, fuerte, inteligente, rápida.

—Saben que cuando los flotes se combinan para crear una estructura duradera, un mesón, un neutrón, un átomo, una molécula, un organismo, un planeta…, se entrelazan.

—¿Qué es esto? —demandó Jakt.

Todavía no había comprendido por qué hablaba el ordenador.

La imagen computadorizada de Miro se congeló en la pantalla y guardó silencio. El propio Miro respondió.

—He estado jugando con esto —explicó—. Yo le digo cosas, y las recuerda y habla por mí.

Valentine intentó imaginar a Miro experimentando hasta que el programa del ordenador captara su rostro y su voz con exactitud. Lo feliz que debió de ser al recrearse tal como era antes. Y también qué desgraciado al ver lo que podría haber sido y saber que nunca sería real.

—Qué buena idea —exclamó Valentine—. Como una prótesis de la personalidad.

Miro se echó a reír, un único «¡Ja!».

—Adelante —invitó Valentine—. Hables por ti mismo o a través del ordenador, te escucharemos.

La imagen computadorizada volvió a cobrar vida y habló de nuevo con la voz potente e imaginaria de Miro.

—Los filotes son los bloques más pequeños de materia y energía que existen. No tienen masa ni dimensión. Cada filote se conecta con el resto del universo a través de un único rayo, una línea unidimensional que se conecta con todos los demás filotes en su estructura inmediata más pequeña: un mesón. Todas las hebras de los filotes de esta estructura están entrelazados en un único hilo filótico que conecta el mesón a la siguiente estructura superior…, un neutrón, por ejemplo. Los hilos del neutrón se entrelazan en una hebra que lo conecta con todas las otras partículas del átomo, y luego las hebras del átomo se entrelazan en la cuerda de la molécula. Esto no tiene nada que ver con fuerzas nucleares o gravitatorias, ni con enlaces químicos. Por lo que sé, las conexiones filóticas no hacen nada. Simplemente, están ahí.

—Pero los rayos individuales están siempre ahí, presentes en los lazos —objetó Valentine.

—Sí, cada rayo continúa eternamente —respondió la pantalla.

Le sorprendió (y a Jakt también, a juzgar por la forma en que sus ojos se ensancharon) que el ordenador pudiera responder inmediatamente a lo que Valentine había dicho. No era sólo una conferencia preseleccionada. El programa tenía que ser bastante sofisticado, para simular tan bien el rostro y la voz de Miro, y responder como si estuviera simulando también su personalidad…

¿0 había introducido Miro alguna clave en el programa? ¿Había subvocalizado la respuesta? Valentine no lo sabía: había estado contemplando la pantalla. Ahora se dedicaría a observar al propio Miro.

—No sabemos si el rayo es infinito —dijo Valentine—. Sólo sabemos que no hemos encontrado dónde termina.

—Se entrelazan, forman un planeta entero, y el lazo filótico de cada planeta se extiende hasta su estrella, y cada estrella hasta el centro de la galaxia.

—¿Y adónde va el lazo galáctico? —dijo Jakt.

Era una vieja pregunta: los escolares la preguntaban cuando estudiaban por primera vez filótica en el instituto. Igual que la vieja especulación de que tal vez las galaxias eran en realidad neutrones o mesones en un universo mucho más vasto, o la vieja pregunta: si el universo no es infinito, ¿qué hay más allá del borde?

—Sí, sí —se impacientó Miro. Esta vez, sin embargo, habló con su propia boca—. Pero no es ahí donde quiero llegar. Quiero hablarles acerca de la vida.

La voz computadorizada (la voz del brillante joven) tomó el relevo.

—Los lazos filóticos de las sustancias como las rocas o la arena conectan todas directamente desde cada molécula al centro del planeta. Pero cuando una molécula se incorpora a un organismo vivo, su rayo cambia. En vez de extenderse al planeta, se entrelaza con las células del individuo, y los rayos de una célula se unen de forma que cada organismo envía una sola fibra de conexiones filóticas para enlazarse con la cuerda filótica central del planeta.

—Esto demuestra que las vidas individuales tienen algún significado en el ámbito de la física —dijo Valentine. Había escrito un ensayo sobre el tema una vez, tratando de despejar parte del misticismo que se había creado en torno a los filotes al mismo tiempo que lo usaba para sugerir una visión de formación comunitaria—. Pero no hay efectos prácticos, Miro. No se puede hacer nada con ello. El enlace filótico de los organismos vivos simplemente existe. Cada filote está conectado a algo, y a través de eso a otra cosa, y luego a otra más…, las células vivas y los organismos son simplemente dos de los puntos donde pueden hacerse esos enlaces.

—Sí —admitió Miro—. Lo que vive, se entrelaza.

Valentine se encogió de hombros, asintió. Probablemente no podía demostrarse, pero si Miro lo quería como premisa en sus especulaciones, muy bien.

El Miro del ordenador volvió a hablar.

—He estado pensando en la capacidad de resistencia del enlace. Cuando una estructura enlazada se quiebra, como cuando se rompe una molécula, el viejo enlace filótico permanece durante un tiempo. Fragmentos que ya no están físicamente unidos continúan conectados fllóticamente. Y cuanto más pequeña es la partícula, más dura es esa conexión después de haberse roto la estructura original, y más lentamente cambian los fragmentos para establecer nuevos enlaces.

Jakt frunció el ceño.

—Creía que cuanto más pequeñas eran las cosas, más rápido sucedía todo.

—Es contraintuitivo —intervino Valentine.

—Después de la fisión nuclear, los rayos filóticos tardan horas en volver a unirse —prosiguió el Miro —ordenador-. Rompan una partícula más pequeña que un átomo, y la conexión fllótica entre los fragmentos durará mucho más que eso.

—Que es como funciona el ansible —añadió Miro.

Valentine lo observó con atención. ¿Por qué hablaba unas veces con su propia voz y otras a través del ordenador? ¿Estaba el programa bajo su control, o no?

—El principio del ansible es que si se suspende un mesón en un campo magnético poderoso —dijo el Miro-ordenador—, si se rompen y se separan las dos partes todo lo que se quiera, el enlace filótico seguirá conectándolas. Si un fragmento gira o vibra, el rayo entre ellos gira y vibra, y el movimiento es detectable al otro extremo exactamente en el mismo momento. Los movimientos se transmiten a lo largo de todo el rayo de forma instantánea, aunque los dos fragmentos estén separados a años luz. Nadie sabe por qué funciona, pero nos alegramos de que así sea. Sin el ansible, no habría ninguna posibilidad de comunicación significativa entre los mundos humanos.

—Demonios, no hay ninguna comunicación significativa ahora tampoco —gruñó Jakt—. Y si no fuera por los ansibles, no habría ninguna flota dirigiéndose a Lusitania.

Valentine no atendió a Jakt. Estaba observando a Miro. Esta vez lo vio mover los labios y la mandíbula, leve, silenciosamente. De inmediato, después de que subvocalizara, la imagen computadorizada de Miro volvió a hablar. Estaba dando órdenes. Fue absurdo por su parte pensar lo contrario: ¿quién más podía estar controlando el ordenador?

—Es una jerarquía-respondió la imagen—. Cuanto más compleja es la estructura, más rápida es la respuesta al cambio. Parece como si cuanto más pequeña fuera la partícula, fuese más estúpida, o más lenta en comprender el hecho de que ahora forma parte de una estructura diferente.

—Ahora estás antropomorfizando —advirtió Valentine.

—Tal vez —convino Miro—. Tal vez no.

—Los seres humanos. son organismos —continuó la imagen—. Pero los enlaces filóticos humanos van más allá que los de ninguna otra forma de vida.

—Ahora estás hablando de eso que surgió en Ganges hace mil años —observó Valentine—. Nadie ha podido obtener resultados fiables de esos experimentos.

Los investigadores, todos hindúes, todos devotos, sostenían haber demostrado que los enlaces filóticos humanos, contrariamente al de otros organismos, no siempre se extienden de forma directa al núcleo del planeta para enlazarse con toda la otra vida y materia. En cambio, sostenían que los rayos filóticos de los seres humanos con frecuencia se entrelazaban con los de otros seres humanos, a menudo con sus familias, pero a veces entre maestros y estudiantes, y en ocasiones entre colaboradores cercanos, incluyendo los propios investigadores. Los gangeanos concluyeron que esta distinción entre humanos y otro tipo de vida animal o vegetal demostraba que las almas de algunos humanos se situaban literalmente en un plano superior, cercano a la perfección. Creían que los Perfectos se habían convertido en uno al igual que toda la vida era una con el mundo.

—Todo es muy místico y muy agradable, pero nadie excepto los hindúes de Ganges se lo toman ya en serio.

—Yo lo hago —acotó Miro.

—A cada uno lo suyo —dijo Jakt.

—No como religión —replicó Miro—. Como ciencia.

—Te refieres a la metafísica, ¿no? —preguntó Valentine.

Fue la imagen de Miro quien respondió.

—Las conexiones filóticas entre las personas son las que más rápidamente cambian, y los gangeanos demostraron que responden a la voluntad humana. Si tienes fuertes sentimientos que te atan a tu familia, entonces vuestros rayos filóticos se entrelazarán y seréis uno, exactamente de la misma forma que los distintos átomos de una molécula son uno.

Era una idea agradable. A Valentine se lo había parecido cuando la oyó por primera vez, tal vez hacía dos mil años, cuando Ender hablaba en nombre de un revolucionario asesinado en Mindanao. Entonces, Ender y ella especularon sobre si las pruebas gangeanas demostrarían que ellos estaban entrelazados, como hermano y hermana. Se preguntaron si esa conexión habría existido entre ambos cuando eran niños, y si había persistido cuando Ender fue llevado a la Escuela de Batalla y estuvieron separados durante seis años. A Ender le complació la idea, igual que a Valentine, pero después de aquella conversación el tema no volvió a surgir. La noción de conexiones filóticas entre personas quedó almacenada en la categoría de ideas lindas en su memoria.

—Es bonito pensar que la metáfora de la unidad humana podría tener una analogía física —admitió Valentine.

—¡Escuche! —dijo Miro.

Al parecer, no quería que descartara la idea como meramente «bonita».

Una vez más, la imagen habló por él.

—Si los gangeanos tienen razón, entonces cuando un ser humano elige un lazo con otra persona, cuando se compromete con una comunidad, no es sólo un fenómeno social. Es también un hecho físico. El filote, la partícula física más pequeña concebible, si podemos considerar algo que no tiene masa ni inercia física, responde a un acto de la voluntad humana.

—Por eso es tan difícil tomar en serio los experimentos de Ganges.

—Los experimentos de Ganges fueron cuidadosos y sinceros.

—Pero nadie más consiguió los mismos resultados.

—Nadie más los tomó lo bastante en serio para ejecutar los mismos experimentos. ¿Le sorprende eso?

—Sí —dijo Valentine. Pero entonces recordó cómo se ridiculizó la idea en la prensa científica, mientras que era aceptada inmediatamente en el ámbito de los lunáticos e incorporaba a docenas de religiones marginales. Una vez sucedido eso, ¿cómo podía esperar un científico tener una carrera si los demás lo consideraban defensor de una religión metafísica?—. No, supongo que no.

La imagen de Miro asintió.

—Si el rayo filótico enlaza en respuesta a la voluntad humana, ¿por qué no podemos suponer que todos los enlaces filóticos tienen voluntad? Cada partícula, toda materia y energía…, ¿por qué no podría ser cada fenómeno observable en el universo la conducta volitiva de los individuos?

—Ahora hemos ido más allá del hinduismo gangeano —señaló Valentine—. ¿Hasta qué punto debo tomarme esto en serio? Estás hablando de animismo. El tipo más primitivo de religión. Todo está vivo. Piedras y océanos y…

—No —la interrumpió Miro—. La vida es la vida.

—La vida es la vida —repitió el programa de ordenador—. La vida es cuando un solo filote tiene la fuerza de voluntad para unirse a las moléculas de una sola célula, para entrelazar sus rayos en uno. Un filote más fuerte puede unir muchas células en un solo organismo. Los más fuertes de todos son los seres inteligentes. Podemos conferir nuestras conexiones filóticas a donde queramos. La base filótica de la vida inteligente es aún más clara en las otras especies conscientes conocidas. Cuando un pequenino muere y pasa a la tercera vida, es la fuerte voluntad de su Pilote lo que conserva su identidad y la pasa del cadáver mamaloide al árbol viviente.

—Reencarnación —dijo Jakt—. El filote es el alma.

—Sucede con los cerdis, al menos —declaró Miro.

—Y con la reina colmena también —intervino la imagen—. La razón por la que descubrimos las conexiones filóticos en primer lugar fue porque vimos cómo los insectores se comunicaban entre sí más rápido que la luz: eso nos mostró que era posible. Los insectores individuales forman parte de la reina colmena: son como sus manos y pies, y ella es su mente, un vasto organismo con miles o millones de cuerpos. Y la única conexión entre ellos es el enlace de sus rayos filóticos.

Era una concepción del universo que Valentine nunca había considerado antes. Por supuesto, como biógrafa e historiadora, por lo general concebía las cosas en términos de personas y sociedades; aunque no era completamente ignorante en el tema de la filótica, tampoco tenía una formación profunda sobre el tema. Tal vez un físico advertiría de inmediato que toda esta idea era absurda. Pero claro, tal vez un físico estaría tan encerrado en el consenso de su comunidad científica que le resultaría más difícil aceptar una idea que transformaba el significado de todo lo que conocía. Aunque fuera cierta.

Por otra parte, la idea le gustaba lo suficiente para desear que fuera cierta. De los miles de millones de amantes que se habían susurrado «Somos uno», ¿era posible que algunos de ellos lo hubiesen sido realmente? De los miles de millones de familias que se habían sentido tan unidas para parecer una sola alma, ¿no sería grandioso pensar que en el nivel más básico de la realidad era así?

Jakt, sin embargo, no se sintió tan cautivado por la idea.

—Creía que no íbamos a hablar sobre la existencia de la reina colmena —objetó—. Pensaba que eso era el secreto de Ender.

—Es verdad —concedió Valentine—. Todo el mundo en esta habitación lo sabe.

Jakt le dirigió una mirada impaciente.

—Creía que íbamos a Lusitania a ayudarles en su lucha contra el Congreso Estelar. ¿Qué tiene todo esto que ver con el mundo real?

—Tal vez nada —dijo Valentine—. Tal vez todo.

Jakt enterró su rostro en las manos durante un instante, luego volvió a mirarla con una sonrisa que en realidad no era tal.

—No te había oído decir nada tan trascendental desde que tu hermano se marchó de Trondheim.

Eso le hizo daño, sobre todo porque sabía cuál era la intención. Después de todos estos años, ¿Jakt estaba aún celoso de su vínculo con Ender? ¿Lamentaba todavía el hecho de que ella se preocupara por cosas que no significaban nada para él?

—Cuando él se marchó, yo me quedé —replicó Valentine.

En realidad estaba diciendo: aprobé el único examen que importaba. ¿Por qué dudas de mí ahora?

Jakt se sintió avergonzado. Era una de sus mejores cualidades: cuando advertía que se había equivocado, se retractaba de inmediato.

—Y cuando tú te marchaste, yo me marché contigo —dijo.

Lo cual significaba: estoy contigo, ya no estoy celoso de Ender, y lamento haberte hecho daño. Más tarde, cuando estuvieran a solas, se dirían de nuevo estas cosas abiertamente. No serviría de nada llegar a Lusitania con sospechas y celos por ninguna de las dos partes.

Miro, por supuesto, era ajeno al hecho de que Jakt y Valentine hubieran declarado ya una tregua. Sólo era consciente de la tensión que reinaba entre ellos, y creía ser la causa.

—Lo siento —se disculpó—. No pretendía…

—No importa-dijo Jakt—. Me he pasado de la raya.

—No hay ninguna raya —manifestó Valentine, dirigiendo una sonrisa a su marido.

Jakt le sonrió a su vez.

Aquello era lo que Miro necesitaba comprobar; se relajó visiblemente.

—Continúa —invitó Valentine.

—Considere todo eso como una suposición.

Valentine no pudo evitarlo: se echó a reír. En parte se rió porque todo el asunto místico gangeano del filote-como-alma era una premisa demasiado vasta y absurda para considerarla siquiera. En parte también para liberar la tensión entre Jakt y ella.

—Es una suposición horriblemente grande. Si ése es el preámbulo, me muero por oír la conclusión.

Miro, comprendiendo ahora su risa, se rió también.

—He tenido mucho tiempo para pensar. Ésa era realmente mi especulación de lo que es la vida: que todo en el universo es conducta. Pero hay algo más de lo que quiero hablarles. Y preguntarles, supongo. —Se volvió. hacia Jakt—. Y tiene mucho que ver con detener a la Flota Lusitania.

Jakt sonrió y asintió.

—Agradezco que me arrojen algún hueso de vez en cuando.

Valentine mostró su sonrisa más cautivadora.

—Bien…, más tarde te alegrarás cuando rompa unos cuantos huesos.

Jakt volvió a echarse a reír.

—Adelante, Miro —dijo Valentine.

La imagen respondió.

—Si toda la realidad es la conducta de los filotes, entonces obviamente la mayoría de los filotes sólo son lo bastante capaces o fuertes para actuar como un mesón o aguantar como un neutrón. Unos cuantos tienen la fuerza de voluntad para estar vivos, para gobernar un organismo. Y una fracción insignificante de ellos es lo bastante poderosa para controlar…, no, para ser un organismo consciente. Pero, sin embargo, el ser más complejo e inteligente, la reina colmena, por ejemplo, es, en el fondo, sólo un filote, como todos los demás. Gana su identidad y su vida del papel concreto que cumple, pero en realidad es un filote.

—Mi entidad…, mi voluntad, ¿es una partícula subatómica? —preguntó Valentine.

Jakt sonrió y asintió.

—Una idea divertida —admitió—. Mi zapato y yo somos hermanos.

Miro sonrió muy débilmente. Sin embargo, la imagen-Miro respondió.

—Si una estrella y un átomo de hidrógeno son hermanos, entonces sí, hay una relación entre usted y los filotes que componen objetos comunes como su zapato.

Valentine advirtió que Miro no había subvocalizado nada justo antes de que la imagen respondiera. ¿Cómo había ofrecido la analogía de estrellas y átomos de hidrógeno el software que producía la imagen, si Miro no la proporcionaba sobre la marcha? Valentine nunca había oído hablar de un programa de ordenador capaz de producir una conversación tan relacionada y a la vez tan apropiada por su cuenta.

—Y tal vez haya otras relaciones en el universo de las que no saben nada hasta ahora —prosiguió la imagen-Miro—. Tal vez exista un tipo de vida que no conozcan.

Valentine vio que Miro parecía preocupado. Agitado. Como si no le gustara lo que la imagen-Miro estaba haciendo ahora.

—¿De qué clase de vida estás hablando? —preguntó Jakt.

—Hay un fenómeno físico en el universo, muy común, que permanece completamente inexplicado. Sin embargo todo el mundo lo da por hecho a pesar de que nadie ha investigado seriamente por qué y cómo sucede. Es éste: ninguna de las conexiones ansibles se ha roto jamás.

—Tonterías —masculló Jakt—. Uno de los ansibles de Trondheim estuvo fuera de servicio durante seis meses el año pasado. No sucede a menudo, pero ocurre.

Una vez más los labios y la mandíbula de Miro permanecieron inmóviles; una vez más la imagen respondió inmediatamente. Estaba claro que ahora no la controlaba.

—No he dicho que los ansibles no se rompan. He dicho que las conexiones, los lazos filóticos entre las partes de un mesón dividido, no se han roto nunca. La maquinaria del ansible puede romperse, el software puede estropearse, pero el fragmento de un mesón dentro de un ansible no ha hecho nunca el cambio para permitir que su rayo filótico entrelace con otro mesón local o incluso con el planeta cercano.

—El campo magnético suspende el fragmento, por supuesto —dijo Jakt.

—Los mesones divididos no duran lo suficiente en la naturaleza para que sepamos cómo actúan de modo natural —dijo Valentine.

—Conozco todas las respuestas estándar —asintió la imagen—. Todas son tonterías. Todas son el tipo de respuestas que los padres dan a sus hijos cuando no saben la verdad y no quieren molestarse en averiguarla. La gente sigue tratando a los ansibles como si fueran magia. Todo el mundo se alegra de que sigan funcionando; si intentaran averiguar por qué, la magia podría perderse y entonces los ansibles se detendrían.

—Nadie piensa así —rebatió Valentine.

—Todo el mundo lo hace —replicó la imagen—. Aunque requiera cientos de años, o mil años, o tres mil, una de esas conexiones debería haberse roto ya. Uno de esos fragmentos de mesón debería haber cambiado su rayo filótico; sin embargo, no lo ha hecho nunca.

—¿Por qué? —preguntó Miro.

Al principio, Valentine asumió que estaba haciendo una pregunta retórica. Pero no: miraba a la imagen igual que los demás, pidiéndole que le explicara el motivo.

—Creía que este programa informaba de tus especulaciones —se sorprendió Valentine.

—Lo hacía —contestó Miro—. Pero ahora no.

—¿Y si hay un ser que vive entre las conexiones filóticas entre los ansibles? —preguntó la imagen.

—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó Miro. Otra vez se dirigía a la imagen en la pantalla.

Entonces la imagen cambió, para convertirse en el rostro de una mujer joven a la que Valentine no había visto nunca.

—¿Y si hay un ser que habita en la telaraña de rayos filóticos que conectan los ansibles de cada mundo y cada nave en el universo humano? ¿Y si está compuesta de esas conexiones filóticas? ¿Y si sus pensamientos se desarrollan en el giro y la vibración de esos pares separados? ¿Y si sus recuerdos se almacenan en los ordenadores de cada mundo y cada nave?

—¿Quién eres? —preguntó Valentine, hablando directamente con la imagen.

—Tal vez soy quien mantiene vivas todas esas conexiones filóticas, de ansible a ansible. Tal vez soy un nuevo tipo de organismo, uno que no entrelaza rayos, sino que los mantiene enlazados para que nunca se rompan. Y si eso es cierto, entonces si esas conexiones se rompen alguna vez, si los ansibles dejan de moverse…, si los ansibles guardan silencio alguna vez, entonces yo moriría.

—¿Quién eres? —repitió Valentine.

—Valentine, me gustaría que conociera a Jane —suspiró Miro— Una amiga de Ender y mía.

Jane.

De modo que Jane no era el nombre en código de un grupo subversivo dentro de la burocracia del Congreso Estelar. Jane era un programa de ordenador, una pieza de software.

No. Si lo que ella acababa de sugerir era cierto, entonces Jane era más que un programa. Era un ser que habitaba en la telaraña de rayos filóticos, que almacenaba sus recuerdos en los ordenadores de cada mundo. Si ella tenía razón, entonces la telaraña fiíótica, la red de rayos filóticos entrecruzados que conectaba los ansibles de cada mundo, era su cuerpo, su sustancia. Y los enlaces filóticos continuaban trabajando sin romperse nunca porque ella lo deseaba así.

—Así que ahora le pregunto a la gran Demóstenes —dijo Jane—: ¿Soy raman o varelse? ¿Estoy viva? Necesito tu respuesta, porque creo que puedo detener a la Flota Lusitania. Pero antes, tengo que saberlo: ¿es una causa por la que merezca la pena morir?

Las palabras de Jane se clavaron en el corazón de Miro. Ella podía detener la flota, se dio cuenta de inmediato. El Congreso había enviado el Pequeño Doctor con varias naves de la flota, pero aún no había dado la orden de usarlo. No podían hacerlo sin que Jane lo supiera de antemano, y con su completa penetración de todas las comunicaciones ansibles, podría interceptar la orden antes de que fuera enviada.

El problema consistía en que no podía hacerlo sin que el Congreso advirtiera que ella existía, o al menos que sucedía algo raro. Si la flota no confirmaba la orden, simplemente sería enviada otra vez, y otra, y otra más. Cuanto más bloqueara los mensajes, más claro quedaría para el Congreso que alguien tenía un grado imposible de control sobre los ordenadores ansibles.

Ella podría evitarlo enviando una confirmación falsa, pero entonces tendría que vigilar todas las comunicaciones entre las naves de la flota, y entre la flota y las estaciones de los planetas, para mantener la pretensión de que la flota conocía la orden asesina. A pesar de las enormes habilidades de Jane, esto quedaría pronto más allá de sus facultades: podía prestar atención a cientos, incluso a miles de cosas a la vez, pero Miro no tardó en comprender que no había manera de que pudiera manejar todas las vigilancias y alteraciones que esto necesitaría, aunque se dedicara a ello exclusivamente.

De un modo u otro, el secreto quedaría descubierto. Y mientras Jane explicaba el plan, Miro supo que tenía razón: su mejor alternativa, la que ofrecía el peligro menor de revelar su existencia, era simplemente cortar todas las conexiones ansibles entre la flota y las estaciones planetarias, y entre las naves de la flota. Dejar que cada nave permaneciera aislada, cada tripulación preguntándose qué había sucedido, y entonces no tendrían más remedio que abortar su misión o seguir obedeciendo las órdenes originales. Tendrían que marcharse o llegarían a Lusitania sin la autoridad para usar el Pequeño Doctor.

Mientras tanto, sin embargo, el Congreso sabría que había sucedido algo. Era posible que con la ineficacia burocrática normal del Congreso nadie averiguara nunca lo que había sucedido. Pero al final alguien advertiría que no había ninguna explicación natural ni humana de lo que había sucedido. Alguien advertiría que Jane (o algo parecido a ella) debía existir, y que cortar las comunicaciones ansibles la destruiría. Cuando descubrieran esto, ella moriría con toda seguridad.

—Tal vez no —insistió Miro—. Tal vez puedas impedirles que actúen. Interferir con las comunicaciones interplanetarias, para que no den la orden de cortar las comunicaciones.

Nadie respondió. Él supo por qué: ella no podría interferir las conexiones ansibles eternamente. Tarde o temprano el gobierno de cada planeta llegaría a la misma conclusión por su cuenta. Ella debería vivir en un estado de guerra constante durante años, décadas, generaciones. Pero cuanto más poder usara, más la odiaría y la temería la humanidad. Al final, la matarían.

—Un libro, entonces —sugirió Miro—. Como la Reina Colmena y Hegemón. Como la Vida de Humano. El Portavoz de los Muertos podría escribirlo para persuadirlos de que no lo hagan.

—Tal vez —asintió Valentine.

—Ella no puede morir-manifestó Miro.

—Sé que no podemos pedirle que corra ese riesgo —convino Valentine—. Pero si es la única manera de salvar a la reina colmena y a los pequeninos…

Miro se enfureció.

—¡Es fácil hablar de su muerte! ¿Qué es Jane para usted? Un programa, una pieza de software. Pero no lo es, ella es real, tan real como la reina colmena, tan real como cualquiera de los cerdis…

—Más real para ti, creo —dijo Valentine.

—Igual de real —contestó Miro—. Se olvida de que conozco a los cerdis como si fueran mis propios hermanos…

—Pero estás dispuesto a contemplar la filosofía de que destruirlos puede ser moralmente necesario.

—No tergiverse mis palabras.

—Las estoy liberando. Puedes contemplar la idea de perderlos, porque ya los has perdido. Sin embargo, perder a Jane…

—¿El hecho de que ella sea mi amiga significa que no puedo interceder en su favor? ¿Es que las decisiones de vida o muerte sólo pueden tomarlas los desconocidos?

La voz de Jakt, tranquila y profunda, interrumpió la discusión.

—Calmaos, los dos. No es decisión vuestra, sino de Jane. Ella tiene el derecho de determinar el valor de su propia vida. No soy ningún filósofo, pero eso lo sé.

—Bien dicho —respondió Valentine.

Miro sabía que Jakt tenía razón, que era elección de Jane. Pero no podía soportarlo, porque también sabía qué decidiría ella. Dejar la opción a Jane equivalía a pedirle que lo hiciera. Sin embargo, al final, la elección sería suya de todas formas. Él ni siquiera tenía que preguntarle qué decidiría. El tiempo pasaba tan rápidamente para ella, sobre todo ahora que viajaban casi a la velocidad de la luz, que probablemente ya había tomado partido.

Era demasiado para poder soportarlo. Perder ahora a Jane sería horrible; sólo pensar en ello amenazaba la compostura de Miro. No quería mostrar debilidad delante de aquella gente. Buena gente, eran buena gente, pero no quería que lo vieran perder el control de sí mismo. Así que Miro se inclinó hacia delante, encontró el equilibrio y precariamente se levantó del asiento. Fue difícil, ya que sólo unos cuantos músculos respondían a su voluntad, y tuvo que recurrir a toda su concentración sólo para dirigirse desde el puente a su compartimento. Nadie lo siguió ni le habló. Se alegró de ello.

A solas en su habitación, se tendió en su camastro y la llamó. Pero no en voz alta. Subvocalizó, porque ésa era su costumbre cuando hablaba con ella. Aunque los demás supieran ahora de su existencia, no tenía intención de perder los hábitos que había mantenido ocultos hasta el momento.

—Jane —dijo silenciosamente.

—Sí —respondió la voz en su oído.

Imaginó, como siempre, que la suave voz procedía de una mujer que no podía ver, pero estaba cerca, muy cerca. Cerró los ojos, para poder imaginarla mejor. Su aliento en la mejilla. El cabello danzándole sobre la cara mientras le hablaba suavemente, mientras él respondía en silencio.

—Habla con Ender antes de decidir —aconsejó él.

—Ya lo he hecho. Ahora mismo, mientras tú pensabas en esto.

—¿Qué te ha dicho?

—Que no hiciera nada. Que no decidiera nada, hasta que se envíe la orden.

—Me parece bien. Tal vez no la den.

—Tal vez. Tal vez un grupo nuevo con política diferente suba al poder. Tal vez este grupo cambie de opinión. Tal vez la propaganda de Valentine tenga éxito. Tal vez haya un motín en la flota.

Esto último era tan improbable que Miro se dio cuenta de que Jane estaba completamente convencida de que la orden se enviaría.

—¿Cuándo? —preguntó Miro.

—La flota debe llegar dentro de unos quince años. Un año después de que lo hagan estas dos naves. Es así como he calculado vuestro viaje. La orden será enviada poco antes. Tal vez seis meses antes de la llegada…, lo que equivale a unas ocho horas en tiempo de la nave antes de que la flota salga de la velocidad de la luz y adquiera velocidades normales.

—No lo hagas.

—Todavía no lo he decidido.

—Sí que lo has hecho. Has decidido hacerlo.

Ella no respondió.

—No me dejes —suplicó él.

—No dejo a mis amigos si no tengo que hacerlo. Algunas personas lo hacen, pero yo no.

—No lo hagas —repitió él.

Estaba llorando. ¿Podía verlo ella, sentirlo de algún modo a través de la joya en su oído?

—Lo intentaré.

—Busca otro medio. Busca otra manera de detenerlos. Busca otra forma de colocarte fuera de la red filótica para que no puedan matarte.

—Eso es lo que dijo Ender.

—¡Entonces, hazlo!

—Puedo buscar esa forma, pero ¿quién sabe si existe?

—Tiene que existir.

—Por eso a veces me pregunto si estoy viva o no. Las criaturas vivientes pensáis que cuando deseáis algo con mucha intensidad tiene que suceder. Creéis que deseando algo con todo vuestro corazón se hará real.

—¿Cómo puedes buscar algo si no crees que existe?

—O busco o no lo busco —dijo Jane—. No me distraigo ni me aburro como hacen los humanos. Intentaré pensar en otra cosa.

—Piensa también en esto —sugirió Miro—. Piensa en quién eres. O cómo funciona tu mente. No podrás encontrar un modo de salvarte hasta que comprendas cómo empezaste a vivir. Y cuando te comprendas a ti misma…

—Quizá pueda hacer una copia y almacenarla en alguna parte.

—Tal vez.

—Tal vez —repitió ella.

Pero él supo que Jane no lo creía, ni él tampoco. Ella existía en la red filótica de los ansibles: podía almacenar sus memorias en la red de ordenadores de cada mundo y cada nave en el espacio, pero no existía ningún sitio donde pudiera colocar su yo, no si requería una cadena de enlaces filóticos.

A menos que…

—¿Qué hay de los padres-árbol de Lusitania? Se comunican filóticamente, ¿no?

—No es lo mismo —respondió Jane—. No es digital. No está codificado como los ansibles.

—Puede que no sea digital, pero la información se transmite de algún modo. Funciona filóticamente. Y la reina colmena…, también ella se comunica con los insectores de esa forma.

—Eso no es posible —objetó Jane—. La estructura es demasiado simple. Su comunicación con ellos no forma una red. Todos están conectados sólo con ella.

—¿Cómo sabes que no funcionará, cuando ni siquiera sabes con seguridad cómo funcionas tú?

—Muy bien. Lo pensaré.

—Piensa con fuerza.

—Sólo conozco una forma de pensar.

—Quiero decir que prestes atención.

Ella podía seguir muchos hilos de pensamiento a la vez, pero sus pensamientos tenían prioridades, con muchos niveles distintos de atención. Miro no quería que relegara su autoinvestigación a un nivel de atención bajo.

—Prestaré atención —prometió ella.

—Entonces se te ocurrirá algo. Ya verás.

Ella no respondió durante un rato. Miro pensó que esto significaba que la conversación había terminado. Sus pensamientos empezaron a divagar. Intentó imaginar cómo sería la vida, todavía en este cuerpo, sin Jane. Podía suceder antes de que llegara a Lusitania. Si era así, este viaje habría sido el peor error de su vida. Viajando a la velocidad de la luz, saltaba treinta años de tiempo real. Treinta años que podía haber pasado con Jane. Podría soportar su pérdida entonces. Pero hacerlo ahora, sólo unas pocas semanas después de conocerla…, sabía que sus lágrimas surgían de la autocompasión, pero las vertió de todas formas.

—Miro —llamó ella.

—¿Qué?

—¿Cómo puedo pensar algo que no ha sido pensado antes?

Durante un momento, él no contestó.

—Miro, ¿cómo puedo idear algo que no es sólo la conclusión lógica de las cosas que los seres humanos han ideado y escrito ya en alguna parte?

—Piensas en cosas constantemente-dijo Miro.

—Estoy tratando de concebir algo inconcebible. Estoy intentando encontrar respuestas a preguntas que los seres humanos nunca han intentado plantear.

—¿No puedes hacerlo?

—Si no puedo pensar pensamientos originales, ¿significa eso que no soy más que un programa de ordenador que se ha ido de la mano?

—Demonios, Jane, la mayoría de la gente no tiene un pensamiento original en toda su vida. —Miro se rió suavemente—. ¿Significa eso que sólo son monos caídos de los árboles que se fueron de la mano?

—Estabas llorando —dijo ella.

—Sí.

—No crees que pueda encontrar una salida a esto. Crees que voy a morir.

—Creo que se te ocurrirá una solución. De verdad. Pero eso no me impide tener miedo.

—Miedo de que yo muera.

—Miedo de perderte.

—¿Tan terrible sería perderme?

—Oh, Dios —susurró él.

—¿Me echarías de menos durante una hora? —insistió ella—. ¿Durante un día? ¿Durante un año?

¿Qué quería de él? ¿Seguridad de que cuando no existiera sería recordada? ¿De que alguien lloraría por ella? ¿Por qué lo dudaba? ¿No lo conocía aún? Tal vez era lo bastante humana para necesitar confirmación de cosas que ya sabía.

—Eternamente —respondió él.

Ahora le tocó a ella el turno de reír. Juguetonamente.

—No vivirás tanto.

—Y ahora me lo dices.

Esta vez, cuando Jane guardó silencio, no volvió, y Miro se quedó solo con sus pensamientos.


Valentine, Jakt y Plikt permanecieron juntos en el puente, hablando de las cosas que habían aprendido, tratando de decidir qué podían significar, qué podría suceder. La única conclusión a la que llegaron fue que, aunque no podía conocerse el futuro, probablemente sería mucho mejor que sus peores miedos y no tan bueno como sus mejores esperanzas. ¿No funcionaba así siempre el mundo?

—Sí —dijo Plikt—. Excepto con las excepciones.

Así era Plikt. Menos cuando estaba enseñando, decía poco, pero cuando hablaba, tenía la habilidad de terminar la conversación. Plikt se levantó para dejar el puente y dirigirse a su camastro incómodo y miserable; como de costumbre, Valentine intentó persuadirla para que volviera a la otra nave.

—Varsam y Ro no me quieren en su habitación —adujo Plikt.

—No les importa.

—Valentine —dijo Jakt—. Plikt no quiere volver a la otra nave porque no quiere perderse nada.

—Oh —exclamó Valentine.

Plikt sonrió.

—Buenas noches.

Poco después, también Jakt dejó el puente. Su mano descansó sobre el hombro de Valentine un momento.

—Iré pronto —dijo ella.

Y lo decía en serio en ese instante, pues tenía la intención de seguirlo casi inmediatamente. En cambio, se quedó en el puente pensando, reflexionando, intentando comprender un universo que ponía a todas las especies no humanas conocidas por el hombre en peligro de extinción, todas a la vez. La reina colmena, los pequeninos, y ahora Jane, la única de su especie, quizá la única que podría existir jamás. Una verdadera profusión de vida inteligente, y sin embargo conocida sólo por unos pocos. Y todos ellos en fila para ser aniquilados.

«Al menos Ender comprenderá por fin que éste es el orden natural de las cosas, que tal vez no fuera tan responsable de la destrucción de los insectores hace tres mil años, como siempre había creído. El xenocidio debe de estar inscrito en el universo. No hay piedad, ni siquiera para los mejores participantes en el juego.»

¿Cómo podía ella haber pensado lo contrario? ¿Por qué deberían ser inmunes las especies inteligentes a la amenaza de extinción que gravita sobre cada especie que existe?

Aproximadamente una hora después de que Jakt dejara el puente, Valentine apagó por fin su terminal y se levantó para irse a la cama. Sin embargo, por impulso, hizo una pausa antes de marcharse y habló al aire.

—¿Jane? —llamó—. ¿Jane?

No hubo respuesta.

No tenía motivos para esperar ninguna. Era Miro quien llevaba la joya en el oído. Miro y Ender. ¿A cuántas personas pensaba que podía atender Jane a la vez? Tal vez sólo podía manejar a dos.

O tal vez dos mil. O dos millones. ¿Qué sabía Valentine de las limitaciones de un ser que existía como un fantasma en la telaraña filótica? Aunque Jane la oyera, Valentine no tenía derecho a esperar que respondiera a su llamada.

Valentine se detuvo en el pasillo, directamente entre la puerta de Miro y la de la habitación que compartía con Jakt. Las puertas no estaban insonorizadas. Oyó los suaves ronquidos de Jakt en su compartimento. También percibió otro sonido. La respiración de Miro. No dormía. Tal vez estaba llorando. Valentine no había criado tres hijos sin saber reconocer esa respiración entrecortada y pesada.

«No es hijo mío. No debería inmiscuirme.»

Abrió la puerta. No hizo ruido, pero arrojó un rayo de luz sobre la cama. El llanto de Miro se detuvo inmediatamente, pero el joven la miró con ojos hinchados.

—¿Qué quiere? —dijo.

Ella entró en la habitación y se sentó en el suelo junto a su camastro, de manera que sus caras quedaron apenas a unos centímetros de distancia.

—Nunca has llorado por ti mismo, ¿verdad? —preguntó Valentine.

—Unas cuantas veces.

—Pero esta noche lloras por ella.

—Por mí tanto como por ella.

Valentine se inclinó más, lo abrazó y le hizo apoyar la cabeza en su hombro.

—No —protestó Miro.

Pero no se separó. Después de unos momentos, su brazo se movió torpemente para abrazarla. Ya no lloraba, pero le dejó que la abrazara durante un minuto o dos. Tal vez sirvió de ayuda. Valentine no tenía forma de saberlo.

Entonces se acabó. Miro se retiró y rodó para volverse de espaldas.

—Lo siento.

—No hay de qué —dijo ella.

Creía en responder a lo que la gente quería decir, no a lo que decía.

—No se lo cuente a Jakt —susurró él.

—No hay nada que contar. Hemos tenido una buena charla.

Ella se levantó y se marchó, cerrando la puerta. Miro era un buen chico. Le gustaba el hecho de que pudiera admitir que le preocupaba lo que Jakt pensara de él. ¿Y qué importaba si sus lágrimas de esta noche contenían autocompasión? Ella misma había derramado unas cuantas por ese mismo motivo. La pena, se recordó, es casi siempre por la pérdida del doliente.

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