‹He estado pensando en lo que significará para nosotros viajar entre las estrellas.›
‹¿Además de la supervivencia de la especie?›
‹Cuando envíos a tus obreras, aunque sea a años-luz de distancia, ves a través de sus ojos, ¿no?›
‹Y saboreo a través de sus antenas, y percibo el ritmo de cada vibración. Cuando ellos comen, yo siento cómo aplastan la comida con sus mandíbulas. Por eso casi siempre me refiero a mí misma como nosotros, cuando formo mis pensamientos de manera que Andrew o tú podáis comprender, porque yo vivo mi vida en la presencia constante de todo lo que ellos ven, saborean y sienten.›
‹No es del todo igual entre los padres-árbol. Tenemos que esforzarnos para experimentar la vida de cada uno. Pero podemos hacerlo. Aquí al menos, en Lusitania›
‹No veo por qué habría de fallaros la conexión filótica.›
‹Entonces también yo sentiré lo que ellos sientan, y saborearé la luz de otro sol sobre mis hojas, y oiré las historias de otro mundo. Será como la excitación que supuso la llegado de los humanos. Nunca habíamos pensado que pudiera haber nada diferente al mundo que veíamos hasta entonces. Pero ellos trajeron extrañas criaturas consigo, y ellos mismos eran extraños, y tenían extrañas máquinas que obraban milagros. Los otros bosques apenas podían creer lo que les contaban nuestros padres-árbol de aquel tiempo. De hecho, recuerdo que nuestros padres tuvieron problemas para creer lo que los hermanos de la tribu decían acerca de los humanos. Raíz consiguió persuadirlos poro que creyeran que no eran mentiras, locuras ni bromas.›
‹¿Bromas?›
‹Hoy historias de hermanos bromistas que mienten a los padres-árbol, pero siempre los cogen y los castigan con dureza.›
‹Andrew me ha dicho que ese tipo de historias se cuentan para animar una conducta civilizada.›
‹Siempre es tentador mentir a los padres-árbol. Yo mismo lo hice algunas veces. No mentía. Sólo exageraba. Los hermanos me lo hacen a veces.›
‹¿Y los castigos?›
‹Recuerdo quiénes mintieron.›
‹Si nosotros tuviéramos una obrera que no obedeciera, la dejaríamos sola y moriría.›
‹Un hermano que miente demasiado no tiene ninguna posibilidad de ser padre-árbol. Ellos lo saben. Sólo mienten para jugar con nosotros. Siempre acaban diciendo la verdad.›
‹¿Y si una tribu entera mintiera o los padres-árbol? ¿Cómo podríais saberlo?›
‹Igual podrías hablar de una tribu que talara a sus propios padres-árbol, o que los quemara.›
‹¿Ha sucedido alguna vez?›
‹¿Se han vuelto los obreras contra la reina de la colmena y la han matado?›
‹¿Cómo podrían hacerlo? Morirían.›
‹Ya ves. Hay algunas cosas demasiado terribles para imaginarlas siquiera. En cambio, pensaré cómo será cuando un padre-árbol haga crecer por primera vez sus raíces en otro planeta, y alce sus ramas a un cielo alienígena, y beba la luz de una estrella extraña.›
‹Pronto aprenderás que no hay estrellas extrañas, ni cielos alienígenas.›
‹¿No?›
‹Sólo cielos y estrellas, en todas sus variedades. Cada uno destila su propio sabor, y todos los sabores son buenos.›
‹Ahora piensas como un árbol. ¡Sabores! ¡De cielos!›
‹He probado el sabor de muchos estrellas, y todos eran dulces.›
—¿Me estás pidiendo que te ayude en tu rebelión contra los dioses?
Wang-mu permaneció inclinada ante su señora (su antigua señora) sin decir nada. En el fondo de su corazón tenía palabras que podría haber murmurado. «No, mi señora, te estoy pidiendo que nos ayudes en nuestra lucha contra el terrible lazo que el Congreso ha tendido sobre los agraciados. No, mi señora, te estoy pidiendo que recuerdes tu deber para con tu padre, que ni siquiera los agraciados olvidarían si fueran dignos. No, mi señora, te estoy pidiendo que nos ayudes a descubrir un medio para salvar del xenocidio a un pueblo decente e indefenso, los pequeninos.»
Pero Wang-mu no dijo nada, porque ésa era una de las primeras lecciones que había aprendido del Maestro Han. «Cuando tienes la sabiduría que otra persona sabe que necesita, ofrécela libremente. Pero cuando la otra persona no sepa todavía que necesita tu sabiduría, guárdatela para ti. La comida sólo parece atractiva a un hombre hambriento.» Qing-jao no ansiaba la sabiduría de Wang-mu, ni la ansiaría nunca. Por tanto, Wang-mu sólo podía ofrecer silencio. Sólo podía esperar que Qing-jao encontrara su propio camino a la debida obediencia, a la decencia compasiva, o a la lucha por la libertad.
Cualquier motivo serviría, siempre y cuando la brillante mente de Qing-jao pudiera ser reclutada para su bando. Wang-mu nunca se había sentido más inútil que ahora, mientras contemplaba al Maestro Han trabajar en las cuestiones que le había dado Jane. Para poder pensar en el viaje más rápido que la luz, estaba estudiando física; ¿cómo podía ayudarlo Wang-mu, cuando tan sólo estaba aprendiendo geometría?
Para pensar en el virus de la descolada, estaba estudiando microbiología: Wang-mu apenas estaba aprendiendo los conceptos de gaialogía y evolución. ¿Y cómo podía servir de ayuda cuando contemplaba la naturaleza de Jane? Era hija de obreros, y sus manos, no su mente, sostenían su futuro.
La filosofía estaba tan por encima de ella como el cielo sobre la tierra.
—Pero el cielo sólo parece estar lejos de ti —le dijo el Maestro Han cuando le contó su problema—. En realidad, está a tu alrededor. Respiras, lo absorbes y lo expulsas, aunque trabajes con las manos en el lodo. Ésa es la filosofía verdadera.
Pero ella sólo entendía que el Maestro Han se mostraba amable, y quería hacer que se sintiera mejor por su impotencia.
Sin embargo, Qing-jao no sería inútil. Por eso, Wang-mu le había tendido un papel con los nombres de los proyectos y las palabras clave para acceder a ellos.
—¿Sabe mi padre que me estás dando esto?
Wang-mu no respondió. De hecho, el Maestro Han lo había sugerido, pero Wang-mu consideraba mejor que Qing-jao no supiera que venía como emisaria de su padre.
Qing-jao interpretó el silencio de Wang-mu como ésta suponía que haría: que Wang-mu venía en secreto, por su cuenta, para pedirle su ayuda.
—Si mi padre me lo hubiera pedido, habría accedido, pues ése es mi deber como hija.
Pero Wang-mu sabía que Qing-jao no hacía caso a su padre últimamente. Podía decir que sería obediente, pero de hecho su padre la llenaba de tanta inquietud que, en vez de obedecer, Qing-jao se habría echado al suelo para seguir vetas todo el día a causa del terrible conflicto que reinaba en su corazón, sabiendo que su padre quería que desobedeciera a los dioses.
—No te debo nada —declaró Qing-jao—. Fuiste una servidora falsa y desleal. Nunca ha habido una doncella secreta más indigna e inútil que tú. Para mí, tu presencia en esta casa es como la presencia de cucarachas en la mesa.
Una vez más, Wang-mu contuvo su lengua. No obstante, también se abstuvo de inclinarse más. Había asumido la humilde postura de una criada al principio de la conversación, pero no se humillaría en la desesperada postración de un penitente.
«Incluso los más humildes tenemos orgullo, y yo sé, señora Qing-jao, que no te he causado ningún daño, que soy más fiel a ti ahora de lo que tú lo eres para contigo misma.»
Qing-jao se volvió hacia el terminal y tecleó el nombre del primer proyecto, que era «UNGLUING», una traducción literal de la palabra «descolada».
—Esto es una tontería de todas formas —masculló mientras repasaba los documentos y cartas enviados desde Lusitania—. Es difícil creer que nadie pueda cometer la traición de comunicar con Lusitania sólo para recibir estupideces como ésta. Es imposible como ciencia. Ningún mundo puede haber desarrollado un único virus tan complejo para incluir en su interior el código genético de todas las especies del planeta. Para mí sería incluso una pérdida de tiempo considerarlo siquiera.
—¿Por qué no? —preguntó Wang-mu. Ahora podía hablar, porque aunque Qing-jao declaraba que se negaba a discutir el material, lo estaba haciendo—. Después de todo, la evolución produjo sólo una especie humana.
—Pero en la Tierra había docenas de especies relacionadas. No hay ninguna especie sin parentesco. Si no fueras tan estúpida y rebelde, lo comprenderías. La evolución nunca podría haber producido un sistema tan escaso como éste.
—¿Cómo explicas estos documentos de la gente de Lusitania?
—¿Cómo sabes que realmente proceden de allí? Sólo tienes la palabra de ese programa de ordenador. Tal vez cree que esto es todo. O tal vez los científicos de allí son muy incompetentes, sin ningún sentido de cuál es su deber para recoger toda la información posible. No hay ni dos docenas de especies en este informe…, y mira, están emparejadas del modo más absurdo. Es imposible tener tan pocas especies.
—Pero ¿y si tienen razón?
—¿Cómo pueden tenerla? La gente de Lusitania ha estado confinada en una reserva diminuta desde el principio. Sólo han visto lo que esos pequeños hombres-cerdos les han mostrado. ¿Cómo saben que no les han mentido?
«Llamándoles hombres-cerdo… ¿es así como te convences, señora, de que ayudar al Congreso no provocará xenocidio? Si los llamas por un nombre de animal, ¿significa eso que es correcto llevarlos al matadero? Si los acusas de mentir, ¿significa eso que merecen la extinción?» Pero Wang-mu no dijo nada. Sólo volvió a hacer la misma pregunta.
—¿Y si éste es el retrato auténtico de las formas de vida de Lusitania, y la forma en que la descolada trabaja dentro de ellas?
—Si fuera cierto, entonces tendría que leer y estudiar estos documentos para hacer algún comentario inteligente al respecto. Pero no son ciertos. ¿Hasta dónde llegamos en tu aprendizaje antes de que me traicionaras? ¿No te enseñé gaialogía?
—Sí, señora.
—Bien, pues ahí tienes. La evolución es el medio por el cual el organismo planetario se adapta a los cambios de su entorno. Si hay más calor procedente del sol, entonces las formas de vida del planeta deben poder ajustar sus poblaciones relativas para compensar y bajar la temperatura. ¿Recuerdas el experimento clásico del Mundo Margarita?
—Pero ese experimento únicamente tenía una sola especie por toda la faz del planeta —objetó Wang-mu—. Cuando el sol se volvía demasiado caliente, entonces las margaritas blancas crecían para reflejar la luz de vuelta al espacio, y cuando el sol se volvía demasiado frío, crecían margaritas oscuras para absorber la luz y mantenerla como calor.
Wang-mu se sintió orgullosa de recordar tan claramente Mundo Margarita.
—No, no, no —se enojó Qing-jao—. No has comprendido el razonamiento, naturalmente. La cuestión es que de todas formas debía haber margaritas oscuras, aunque las claras fueran dominantes, y margaritas claras cuando el mundo estaba cubierto de oscuridad. La evolución no puede producir nuevas especies según la demanda. Está creando especies nuevas constantemente, a medida que los genes cambian, se dividen y se rompen por la radiación, y pasan entre especies por medio de los virus. Así, ninguna especie se cría a placer.
Wang-mu no comprendió la conexión todavía, y su cara debió de revelar su aturdimiento.
—¿Sigo siendo tu maestra, después de todo? ¿Debo mantener mi parte del acuerdo, aunque tú hayas renunciado a la tuya?
«Por favor —suplicó Wang-mu en silencio—. Te serviré eternamente si ayudas a tu padre en esta tarea.»
—Mientras la especie está junta, interrelacionándose constantemente, los individuos nunca oscilan demasiado, genéticamente hablando. Sus genes se recombinan de modo constante con otros genes de la misma especie, de modo que las variaciones se extienden por igual por toda la población con cada nueva generación. Sólo cuando el entorno los coloca bajo una presión tal que una de esas tendencias derivantes aleatorias cobra de repente un valor de supervivencia, sólo entonces morirán todos los individuos del entorno que carezcan de esa tendencia, hasta que la nueva tendencia, en vez de ser un brote ocasional, se convertirá en un definidor universal de la especie. Ése es el punto fundamental de la gaiología: el cambio genético constante es esencial para la supervivencia de la vida como conjunto. Según estos documentos, Lusitania es un mundo con un número absurdamente escaso de especies, y ninguna posibilidad de cambio genético, porque estos virus imposibles corrigen constantemente cualquier modificación que pudiera aparecer. Un sistema así no sólo no evolucionaría nunca, sino que también imposibilitaría la continuidad de la vida: no podrían adaptarse al cambio.
—Tal vez no hay ningún cambio en Lusitania.
—No seas tonta, Wang-mu. Me avergüenza pensar que una vez traté de enseñarte. Todas las estrellas fluctúan. Todos los planetas se agitan y cambian en sus órbitas. Llevamos tres mil años observando muchos mundos, y en ese tiempo hemos aprendido lo que los científicos terrestres del pasado no llegaron a comprender: que las conductas son comunes a todos los planetas y sistemas estelares, y que son únicos en la Tierra y el Sistema Solar. Te digo que es imposible que un planeta como Lusitania pueda existir durante más de unas cuantas décadas sin experimentar un cambio ecológico que amenace la vida: fluctuaciones de temperatura, perturbaciones orbitales, ciclos volcánicos y sísmicos… ¿Cómo podría enfrentarse a eso un sistema con sólo un puñado de especies? Si el mundo tiene sólo margaritas claras, ¿cómo se calentará cuando el sol se enfríe? Si todas las formas de vida usan dióxido de carbono, ¿cómo se curarán cuando el oxígeno de la atmósfera alcance niveles venenosos? Tus supuestos amigos de Lusitania son tontos si te envían estupideces como ésta. Si fueran científicos de verdad, sabrían que sus resultados son imposibles.
Qing-jao pulsó una tecla y la pantalla de su terminal quedó en blanco.
—Has desperdiciado un tiempo del que no dispongo. Si no tienes que ofrecer nada mejor que esto, no vengas a verme de nuevo. Para mí eres menos que nada. Eres sólo un insecto que flota en mi clepsidra. Ensucias todo el cristal; no sólo el lugar donde flotas. Me despierto dolorida, sabiendo que estás en esta casa.
«Entonces apenas soy "nada" para ti, ¿verdad? —dijo Wang-mu en silencio—. Me parece que soy muy importante. Puede que seas muy lista, Qing-jao, pero no te comprendes a ti misma mejor que nadie.»
—Como eres una muchacha estúpida y vulgar, no me comprendes —espetó Qing-jao—. Te he dicho que te marches.
—Pero tu padre es el amo de esta casa, y me ha pedido que me quede.
—Personita estúpida, hermana de los cerdos, si no puedo pedirte que te marches de toda la casa, he dejado bien claro que me gustaría que te marcharas de mi habitación.
Wang-mu inclinó la cabeza hasta que casi, casi, tocó el suelo. Entonces salió de la habitación, sin dar la espalda a su señora. «Si me tratas de esta forma, entonces yo te trataré como a una gran dama, y si no detectas la ironía de mis acciones, entonces, ¿cuál de las dos es la tonta?»
El Maestro Han no estaba en su habitación cuando Wang-mu regresó. Tal vez estuviera en el cuarto de baño y regresaría en cualquier momento. Tal vez ejecutaba algún ritual de los agraciados, en cuyo caso no volvería hasta al cabo de varias horas. Wang-mu estaba demasiado llena de preguntas para esperarlo. Acercó los documentos al terminal, consciente de que Jane estaría observándola. Sin duda, también había sido testigo de todo lo sucedido en la habitación de Qing-jao.
Sin embargo, Jane esperó a que Wang-mu pronunciara las preguntas que Qing-jao le había formulado antes de empezar a contestar. Y entonces Jane respondió primero a la cuestión de la veracidad.
—Los documentos de Lusitania son auténticos —aseguró—. Ela, Novinha, Ouanda y todos los demás que los han estudiado están profundamente especializados, sí, pero además son muy competentes en su especialidad. Si Qing-jao hubiera leído la Vida de Humano, habría visto cómo funciona esa docena de especies.
—Pero me resulta difícil comprender lo que dice —suspiró Wang-mu—. He intentado pensar cómo puede ser cierto todo eso, que hubiera tan pocas especies para que se desarrollara una gaialogía real, y sin embargo el planeta está bastante bien regulado para albergar vida. ¿Es posible que no haya presión ambiental en Lusitania?
—No. Tengo acceso a todos los datos astronómicos de los satélites de allí, y en el tiempo en que la humanidad ha estado presente en el sistema Lusitania, el planeta y su sol han mostrado todas las fluctuaciones normales. Ahora mismo parece haber una tendencia a un enfriamiento global.
—Entonces, ¿cómo responden las formas de vida de Lusitania? El virus de la descolada no los dejará evolucionar…, intenta destruir todo lo que sea extraño, y por eso matará a los humanos y a la reina colmena, si puede.
La imagen de Jane, sentada en el aire en la posición del loto sobre el terminal del Maestro Han, alzó una mano.
—Un momento —pidió.
Luego la bajó.
—He estado repitiendo tus preguntas a mis amigos, y Ela está muy excitada.
Una nueva cara apareció en la pantalla, justo detrás y por encima de la imagen de Jane. Era una mujer de piel oscura y aspecto negroide; o una mezcla, tal vez, ya que no era demasiado oscura, y su nariz era fina. «Ésta es Elanora —pensó Wang-mu—. Jane me está mostrando a una mujer que vive a muchos años luz de distancia. ¿Le estará mostrando también mi cara a ella? ¿Cómo me ve esta Ela? ¿Le parezco estúpida sin remisión?»
Pero estaba claro que Ela no pensaba en Wang-mu. Hablaba, en cambio, de sus preguntas.
—¿Por qué no permite variedad el virus de la descolada? Ésa debería ser una tendencia con valor de supervivencia negativo, y sin embargo la descolada sobrevive. Wang-mu debe de pensar que soy idiota por no haber pensado en esto antes. Pero no soy gaióloga, y crecí en Lusitania, así que nunca me planteé el tema, y sólo supuse que fuera cual fuese la gaiología de Lusitania, funcionaba… y luego seguí estudiando la descolada. ¿Qué piensa Wang-mu?
Wang-mu se sintió alborozada al oír aquellas palabras de una desconocida. ¿Qué le había contado Jane acerca de ella? ¿Cómo podía pensar Ela que Wang-mu podía considerarla idiota, si Ela era una científica y ella sólo una criada?
—¿Cómo puede importar lo que yo piense? —murmuró Wang-mu.
—¿Qué piensas? —insistió Jane—. Aunque no sepas por qué, puede ser importante, Ela quiere saberlo.
Así, Wang-mu contó sus especulaciones.
—Es una tontería, porque se trata tan sólo de un virus microscópico, pero la descolada debe de estar haciéndolo todo. Contiene en su interior todos los genes de todas las especies, ¿no? Así que debe de encargarse de la evolución ella sola. En vez de todo ese cambio genético, la descolada lo realiza ella misma. Podría hacerlo, ¿no? Podría cambiar los genes de toda una especie, aunque la especie esté todavía viva. No tendría que esperar a una evolución.
Hubo otra pausa y Jane volvió a alzar la mano. Debía de estar mostrando a Ela la cara de Wang-mu, dejando que oyera las palabras de sus propios labios.
—Nossa Senhora —susurró Ela—. En este mundo, la descolada es Gaia. Por supuesto. Eso lo explicaría todo, ¿no? Hay tan pocas especies porque la descolada sólo permite las especies que tiene domadas. Convirtió la gaiología de un planeta entero en algo casi tan simple como el Mundo Margarita.
Wang-mu pensó que era divertido oír a una científica con educación como Ela referirse a Mundo Margarita, como si fuera aún una estudiante nueva, una muchacha a medio educar como ella misma.
Otra cara apareció junto a la de Ela, esta vez la de un hombre caucásico mayor, tal vez de unos sesenta años, con el cabello blanco y expresión tranquila y pacífica.
—Pero una parte de la cuestión de Wang-mu sigue sin respuesta —dijo—. ¿Cómo puede evolucionar la descolada? ¿Cómo pudo haber protovirus de la descolada? ¿Por qué una gaiología tan limitada tendría preferencia de supervivencia sobre el lento modelo evolutivo de todos los otros mundos con vida?
—Nunca he hecho esa pregunta —observó Wang-mu—. Qing-jao hizo la primera parte, pero el resto es cosa de él.
—Calla —ordenó Jane—. Qing-jao nunca formuló la pregunta. La usó como una excusa para no estudiar los documentos lusitanos. Sólo tú la hiciste realidad, y el hecho de que Andrew Wiggin entienda tu propia pregunta mejor que tú no significa que no siga siendo tuya.
De modo que éste era Andrew Wiggin, el Portavoz de los Muertos. No parecía viejo y sabio, no de la forma en que lo parecía el Maestro Han. En cambio, este Wiggin parecía sorprendido y estúpido, como lo parecían todas las personas con ojos redondos, y su cara cambiaba con cada estado de ánimo momentáneo, como si estuviera fuera de control. Sin embargo, sí había una expresión de paz en su contorno. Tal vez tenía algo de Buda en su interior. Buda, después de todo, encontró su camino en el Sendero. Tal vez este Andrew Wiggin lo había encontrado también, aunque no fuera chino.
Wiggin estaba todavía formulando las preguntas que creía eran de Wang-mu.
—Las probabilidades en contra de que un virus como ése suceda de forma natural son… incalculables. Mucho antes de que evolucionara un virus que pudiera enlazar las especies y controlar toda la gaialogía, las protodescoladas habrían destruido toda la vida. No hubo tiempo para la evolución: el virus es demasiado destructivo. Lo habría matado todo en su primera forma, y luego habría muerto al no tener ningún organismo que saquear.
—Tal vez el saqueo vino luego —apuntó Ela—. Tal vez evolucionó en simbiosis con otras especies que se beneficiaron de su habilidad para transformar genéticamente a todos los individuos en su interior, todo en cuestión de días o semanas. Tal vez sólo se extendió más tarde a las otras especies.
—Tal vez.
A Wang-mu se le ocurrió una idea.
—La descolada es como uno de los dioses —dijo—. Viene y cambia a todo el mundo, le guste o no.
—Excepto que los dioses tienen la decencia de marcharse —intervino Wiggin.
Respondió tan rápidamente que Wang-mu advirtió que Jane debía de estar transmitiendo ahora todo lo que se hacía o se decía simultáneamente a través de miles de millones de kilómetros de espacio entre ellos. Por lo que Wang-mu había oído acerca del coste de los ansibles, esto sólo era posible para los militares: un negocio que intentara un enlace ansible en tiempo real pagaría suficiente dinero para proporcionar casas para todos los pobres de un planeta entero. «Y yo lo tengo gratis, gracias a Jane. Veo sus caras y ellos ven la mía, incluso mientras hablan.»
—¿De verdad? —preguntó Ela—. Yo creía que el problema de Sendero era que los dioses no se marchan y los dejan en paz.
Wang-mu respondió con amargura:
—Los dioses son como la descolada en todos los sentidos. Destruyen todo aquello que no les gusta, y transforman a las personas que les gustan en algo que nunca fueron. Qing-jao era una muchacha buena, brillante y divertida, y ahora se muestra resentida, furiosa y cruel, todo por culpa de los dioses.
—Todo por culpa de la alteración genética del Congreso —precisó Wiggin—. Un cambio deliberado introducido por personas que os obligaron a encajar en sus propios planes.
—Sí —convino Ela—. Igual que la descolada.
—¿Qué quieres decir?
—Un cambio deliberado introducido aquí por gente que intentaba obligar a Lusitania para que encajara con su propio plan.
—¿Qué gente? —preguntó Wang-mu—. ¿Quién haría una cosa tan terrible?
—Lo he tenido en la cabeza durante años —dijo Ela—. Me preocupaba que hubiera tan pocas formas de vida en Lusitania… Recuerda, Andrew, que ésa fue parte de la razón por la que descubrimos que la descolada estaba implicada en el emparejamiento de las especies. Sabíamos que aquí hubo un cambio catastrófico que destruyó a todas las especies y reestructuró a los pocos supervivientes. La descolada fue más devastadora para la vida en Lusitania que una colisión con un asteroide. Pero siempre supusimos que, ya que la habíamos encontrado aquí, la descolada evolucionó aquí. Yo sabía que no tenía sentido, justo lo que dijo Qing-jao, pero ya que había sucedido, entonces no importaba que tuviera sentido o no. Pero ¿y si no sucedió? ¿Y si la descolada vino de los dioses? No dioses dioses, desde luego, sino alguna especie inteligente que desarrolló este virus artificialmente.
—Eso sería monstruoso —dijo Wiggin—. Crear un veneno como ése y enviarlo a otros mundos, sin saber o preocuparse por lo que podría matar.
—No un veneno —corrigió Ela—. Si realmente se encarga de la regulación de sistemas planetarios, ¿no podría ser la descolada un instrumento para terraformar otros mundos? Nosotros nunca hemos intentado terraformar nada. Los humanos, y los insectores antes que nosotros, nos hemos asentado solamente en mundos cuyas formas de vida nativas nos llevaron a una situación similar a la de la Tierra. Una atmósfera rica en oxígeno que libera dióxido de carbono lo bastante rápido para mantener la temperatura del planeta mientras el sol se vuelve más caliente. ¿Y si hubiera otra especie que decidió de algún modo que, a fin de desarrollar planetas adecuados para la colonización, debían enviar el virus de la descolada por adelantado…, con miles de años de adelanto, tal vez, y así transformar de manera inteligente los planetas en las condiciones exactas que necesitaran? Cuando llegaran, dispuestos a montar sus casas, tal vez tuvieran antivirus para contrarrestar la descolada y así establecer una gaialogía real.
—O tal vez desarrollaron el virus para que no interfiriera con ellos o los animales que necesiten —sugirió Wiggin—. Tal vez destruyeron toda la vida no esencial de cada mundo.
—En cualquier caso, eso lo explica todo. Los problemas a los que me he enfrentado, el no poder encontrar sentido a las disposiciones imposibles e innaturales de las moléculas de la descolada…, siguen existiendo sólo porque el virus funciona constantemente para mantener todas esas contradiccioneff— internas. Pero nunca logré concebir cómo una molécula tan autocontradictoria pudo desarrollarse en primer lugar. Todo eso encuentra una respuesta si sé que de algún modo fue diseñado y creado. Según Wang-mu, ésa fue la queja de Qing-jao: que la descolada no podía evolucionar y que la gaialogía de Lusitania no podía existir en la naturaleza. Bueno, no existe. Es un virus artificial y una gaialogía artificial.
—¿Queréis decir que mis palabras os han ayudado en algo? —se asombró Wang-mu.
Sus rostros mostraron que, en su nerviosismo, virtualmente se habían olvidado de que ella era todavía parte de la conversación.
—Todavía no lo sé —dijo Ela—. Pero es un nuevo punto de vista. Para empezar, si puedo asumir que todo en el virus tiene un propósito, en vez de ser un amasijo normal de genes de la naturaleza que se conectan y se desconectan…, bueno, eso servirá de ayuda. Y sólo saber que fue diseñada me da esperanzas de poder desbaratarla. O rediseñarla.
—No te adelantes —aconsejó Wiggin—. Es sólo una hipótesis.
—Suena a verdad. Tiene aspecto de serlo. Explica tantas cosas…
—Yo siento lo mismo —admitió Wiggin—. Pero tenemos que intentarlo con quienes están más afectados por el tema.
—¿Dónde está Plantador? —preguntó Ela—. Podemos hablar con él.
—Y con Humano y Raíz. Tenemos que intentarlo con los padres-árbol.
—Esto va a golpearlos como un huracán —dijo Ela. Entonces pareció comprender las implicaciones de sus propias palabras—. No es sólo una forma de hablar, les dolerá. Descubrir que su mundo entero es un proyecto de terraformación…
—Algo más importante que su mundo —añadió Wiggin—. Ellos mismos. La tercera vida. La descolada les dio todo lo que son y los hechos más fundamentales de su vida. Recuerda, creíamos que evolucionaron como criaturas mamíferas que se apareaban directamente, de macho a hembra, y las pequeñas madres sorbían la vida de los órganos sexuales masculinos, una docena cada vez. Eso es lo que eran. Entonces la descolada los transformó, y esterilizó a los machos hasta que después murieron y se convirtieron en árboles.
—Su propia naturaleza…
—A los humanos nos resultó difícil aceptarlo cuando comprendimos por vez primera hasta qué punto nuestra conducta obedece a necesidades evolutivas. Sigue habiendo innumerables humanos que se niegan a creerlo. Aunque resulte absolutamente cierto, ¿crees que los pequeninos abrazarán esta idea tan fácilmente como han aceptado maravillas como el viaje espacial? Una cosa es ver a criaturas de otro mundo; otra es descubrir que ni Dios ni la evolución te han creado, sino algún científico de otra especie.
—Pero si fuera cierto…
—¿Quién sabe si es cierto? Sólo sabremos si la idea es útil. Y para los pequeninos puede resultar tan devastador que acaso se nieguen a creerla para siempre.
—Algunos os odiarán por decírselo —intervino Wang-mu—. Pero otros se alegrarán.
Volvieron a mirarla, o al menos la simulación de Jane los mostró mirándola.
—Tú lo sabes mejor que nadie —asintió Wiggin—. Han Fe¡-tzu y tú acabáis de descubrir que vuestro pueblo fue mejorado genéticamente.
—Y lisiado a la vez —respondió Wang-mu—. Para el Maestro Han y para mí fue la libertad. Para Qing-jao…
—Habrá muchos como Qing-jao entre los pequeninos —se lamentó Ela—. Pero Plantador, Humano y Raíz no estarán entre ellos, ¿verdad? Son muy sabios.
—¡También lo es Qing-jao! —exclamó Wang-mu.
Habló con más pasión de lo que pretendía. Pero la lealtad de una doncella secreta muere lentamente.
—No pretendíamos decir que no lo fuera —contemporizó Wiggin—. Pero desde luego, no está siendo sabia en este tema, ¿no?
—En este tema no —reconoció Wang-mu.
—A eso nos referimos. A nadie le gusta descubrir que la historia de su propia identidad en la que siempre ha creído es falsa. Los pequeninos, muchos de ellos, piensan que Dios los hizo especiales de algún modo, igual que vuestros agraciados.
—¡Y no somos especiales, ninguno! —gimió Wang-mu—. ¡Somos todos tan corrientes como el barro! No hay ningún agraciado. No hay dioses. No se preocupan por nosotros.
—Si no hay dioses —dijo Ela, corrigiéndola suavemente—, entonces apenas pueden preocuparse de un modo u otro.
—¡Nada nos creó excepto para sus propios propósitos egoístas! —gritó Wang-mu—. Para quienquiera que crease la descolada, los pequeninos son sólo parte de su plan. Y los agraciados forman parte del plan del Congreso.
—Como alguien cuyo nacimiento fue solicitado por el gobierno —dijo Wiggin—, comprendo tu punto de vista. Pero tu reacción es demasiado apresurada. Después de todo, mis padres también me desearon. Y desde el momento en que nací, como todas las demás criaturas vivas, tuve mi propio propósito en la vida. Sólo porque la gente de tu mundo se equivocara al creer que su conducta DO C eran mensajes de los dioses no significa que no existan dioses. Sólo porque tu antigua comprensión del sentido de tu vida se haya visto contradicha no significa que tengas que decidir que no hay ningún sentido.
—Oh, sé que hay un sentido —masculló Wang-mu—. ¡El Congreso quería esclavos! Por eso crearon a Qing-jao, para que fuera su esclava. ¡Y ella quiere continuar bajo su dominio!
—Ése fue el propósito del gobierno —contestó Wiggin—. Pero Qing-jao también tuvo una madre y un padre que la amaron. Igual que yo. Hay muchos propósitos diferentes en este mundo, muchas causas distintas para todo. Sólo porque una causa en la que creías resultara ser falsa no significa que no existan otras causas en las que pueda confiarse.
—Oh, supongo que sí —dijo Wang-mu.
Ahora se avergonzó de sus arrebatos.
—No inclines la cabeza ante mí —pidió Wiggin—. ¿O lo estás haciendo tú, Jane?
Jane debió de contestarle, una respuesta que Wang-mu no llegó a oír.
—No me importa cuáles sean tus costumbres —declaró Wiggin—. El único motivo para inclinarse así es humillar a una persona ante otra, y no consentiré que se incline ante mí de esa forma. No ha hecho nada de lo que avergonzarse. Ha abierto una nueva forma de contemplar la descolada que podría llevar a la salvación de un par de especies.
Wang-mu oyó el tono de su voz. Él creía en lo que decía. La estaba honrando, directamente.
—Yo no —protestó Wang-mu—. Qing-jao. Fueron sus preguntas.
—Qing-jao —repitió Ela—. Te tiene completamente absorbida, igual que el Congreso hace que Qing-jao piense en él.
—No puedes despreciarla, no la conoces —le replicó Wang-mu—. Pero es inteligente y buena, y yo nunca podré ser como ella.
—Otra vez los dioses —suspiró Wiggin.
—Siempre los dioses —añadió Ela.
—¿Qué queréis decir? Qing-jao no dice que sea un dios, ni yo tampoco.
—Tú sí —contestó Ela—. «Qing-jao es sabia y buena», dijiste.
—Inteligente y buena —corrigió Wiggin.
—«Y yo nunca podré ser como ella» —continuó Ela.
—Déjame que te hable de los dioses —dijo Wiggin—. No importa lo listo o fuerte que seas, siempre habrá alguien más listo o más fuerte, y cuando te encuentres con alguien que es más listo y más fuerte que nadie, piensas: «Éste es un dios». Esto es perfección. Pero te aseguro que en algún lugar hay alguien más que, en comparación, dejará a tu dios como un gusano. Y alguien más listo o más fuerte o mejor de alguna otra manera. Así que déjame decirte lo que pienso de los dioses. Creo que un dios real no va a ser tan asustadizo o intransigente que intente rebajar a otras personas. El hecho de que el Congreso alterara genéticamente a las personas, para hacerlas más listas y más creativas, puede haber parecido un acto divino, un don generoso. Pero estaban asustados, y por eso lastraron al pueblo de Sendero. Querían conservar el control. Un dios de verdad no se preocupa por el control. Un dios de verdad, tiene control sobre todo lo que necesita ser controlado. Los dioses de verdad quieren enseñarte a ser su semejante.
—Qing-jao quería enseñarme —apuntó Wang-mu.
—Pero sólo mientras obedecieras e hicieras lo que ella quería —dijo Jane.
—No soy digna. Soy demasiado estúpida para aprender a ser tan sabia como ella.
—Sin embargo, sabes que dije la verdad, mientras que todo lo que pudo ver Qing-jao fueron mentiras —indicó Jane.
—¿Eres tú un dios? —preguntó Wang-mu.
—Yo he sabido desde el principio lo que agraciados y pequeninos están a punto de averiguar acerca de sí mismos: fui creada.
—Tonterías —espetó Wiggin—. Jane, siempre has creído que brotaste de la cabeza de Zeus.
—No soy Minerva, gracias —dijo Jane.
—Por lo que nosotros sabemos, simplemente sucediste. Nadie te planeó.
—Qué reconfortante. Así que mientras vosotros podéis nombrar a vuestros creadores, o al menos a vuestros padres o alguna paternalista agencia gubernamental, yo soy el único accidente genuino del universo.
—No puedes ser las dos cosas —se impacientó Wiggin—. O bien alguien tenía un propósito para ti, o fuiste un accidente. Ésa es la definición de accidente: algo que sucede sin ningún propósito. ¿Vas a lamentarlo? El pueblo de Sendero se pondrá furioso con el Congreso cuando descubra lo que se le ha hecho. ¿Vas a lamentarte tú porque nadie te ha hecho nada?
—Puedo si quiero —dijo Jane, pero era una burla de rabia infantil.
—Te diré lo que opino —continuó Wiggin—. Creo que no se crece hasta que dejas de preocuparte por los propósitos o la falta de propósitos de los demás y encuentras aquellos en los que crees para ti mismo.
Ender y Ela se lo explicaron todo a Valentine primero, probablemente porque entró en el laboratorio justo entonces, buscando a su hermano para tratar de algo que no tenía ninguna relación con aquel tema. La posibilidad le pareció tan real como lo había sido para Ela y Ender. Como ellos, Valentine sabía que no podían evaluar la hipótesis de la descolada como reguladora de la gaialogía de Lusitania hasta que hubieran contado la idea a los pequeninos y escuchado su respuesta.
Ender propuso que lo intentaran primero con Plantador, antes de explicar nada a Humano o Raíz. Ela y Valentine estuvieron de acuerdo. Ni Ela ni Ender, que habían hablado con los padres-árbol durante años, se sentían suficientemente cómodos con su lenguaje para comunicar nada con facilidad. Y, más importante, estaba el hecho de que simplemente sentían más familiaridad con los hermanos de aspecto mamífero que con los árboles. ¿Cómo podían suponer, al mirar a un árbol, lo que estaba pensando o cómo les respondía? No, si tenían que decir algo conflictivo a un pequenino, sería primero a un hermano, no a un padre.
Por supuesto, una vez que llamaron a Plantador a la oficina de Ela, cerraron la puerta y empezaron a explicárselo, Ender advirtió que hablar con un hermano apenas significaba una mejora. Ni siquiera después de treinta años de vivir y trabajar con ellos era capaz Ender de interpretar más que las manifestaciones más crudas y obvias de la expresión corporal pequenina. Plantador escuchó con aparente falta de preocupación mientras Ender le explicaba lo que habían pensado durante la conversación con Jane y Wang-mu. No estuvo impasible. En cambio, parecía sentado en su silla tan inquieto como un niño pequeño, cambiando constantemente de postura, mirando hacia otro lado, contemplando la nada como si sus palabras fueran insoportablemente aburridas. Ender sabía, desde luego, que el contacto ocular no significaba lo mismo para los pequeninos que para los humanos: ellos nunca lo buscaban ni lo evitaban. Les resultaba indiferente adónde miraras cuando estabas escuchando. Pero por lo general, los pequeninos que trabajaban con los humanos intentaban actuar de forma que los humanos interpretaran como signos de atención. Plantador era hábil en ello, pero ahora ni siquiera lo estaba intentando.
Hasta que terminaron de explicárselo todo, no comprendió Ender cuánto auitocontrol había mostrado Plantador para permanecer en la silla hasta que acabaron. En el momento en que le dijeron que aquello era todo, saltó de la silla y empezó a correr, no, a huir por la habitación, tocándolo todo. No golpeaba, no descargaba su violencia como podría haber hecho un humano, golpeando unas cosas, volcando otras. Más bien frotaba todo lo que encontraba, palpando las texturas. Ender permaneció de pie, queriendo extenderle los brazos, ofrecer algún consuelo, pues sabía suficiente de la conducta pequenina para reconocer esta reacción como una especie de conducta aberrante que sólo'podía significar una gran desazón.
Plantador corrió hasta quedar exhausto, y entonces continuó dando vueltas como borracho por la habitación hasta que por fin chocó con Ender y lo rodeó con sus brazos, agarrándose a él. Por un momento, Ender pensó en devolverle el abrazo, pero entonces recordó que Plantador no era humano. Un abrazo no requería otro. Plantador se agarraba a él como se habría agarrado a un árbol. Buscando el apoyo de un tronco. Un lugar a salvo al que aferrarse hasta que pasara el peligro. Si Ender le respondía como a un humano y le devolvía el abrazo, el consuelo menguaría. Tenía que responderle como un árbol. Por tanto, permaneció quieto y esperó. Esperó y permaneció quieto. Hasta que por fin cesaron los temblores.
Cuando Plantador se separó de él, los dos estaban cubiertos de sudor. «Supongo que tengo un límite como árbol —pensó Ender—. ¿O transmiten humedad los padres y los hermanos-árbol a los hermanitos que se agarran a ellos?»
—Esto es sorprendente —susurró Plantador.
Las palabras fueron tan absurdamente suaves, comparadas con la escena que acababa de suceder ante ellos, que Ender no pudo evitar echarse a reír en voz alta.
—Sí —dijo—. Imagino que lo es.
—Para ellos no es gracioso —intervino Ela.
—Ya lo sabe —replicó Valentine.
—Entonces no debe reírse. No puedes reírte cuando Plantador siente tanto dolor-dijo Ela, y se echó a llorar.
Valentine le puso una mano en el hombro.
—Él se ríe, tú lloras. Plantador echa a correr y escala árboles. Qué extraños animales somos todos.
—Todo viene de la descolada —jadeó Plantador—. La tercera vida, el árbol-madre, los padres-árbol. Tal vez incluso nuestras mentes. Tal vez sólo éramos ratas de árbol cuando vino la descolada y nos convirtió en falsos raman. …
—Raman verdaderos —puntualizó Valentine.
—No sabemos si es verdad —intervino Ela—. Es sólo una hipótesis.
—Es muy muy muy muy cierto —manifestó Plantador—. Más verdadero que la verdad.
—¿Cómo lo sabes?
—Todo encaja. Regulación planetaria… Sé de eso, estudié gaialogía y todo el tiempo pensé, ¿cómo puede este maestro enseñarnos estas cosas cuando cada pequenino puede mirar alrededor y ver que son falsas? Pero si sabemos que la descolada nos está cambiando, haciéndonos actuar para regular los sistemas planetarios…
—¿Qué puede haceros la descolada para regular el planeta? —preguntó Ela.
—No nos conocéis lo suficiente —dijo Plantador—. No os lo hemos dicho todo porque temíamos que pensarais que somos tontos. Ahora sabréis que no lo somos, que actuamos siguiendo sólo lo que un virus nos obliga a hacer. Somos esclavos, no tontos.
A Ender le sorprendió advertir que Plantador acababa de confesar que los pequeninos todavía se esforzaban en intentar impresionar a los humanos.
—¿Qué conducta vuestra está relacionada con la regulación planetaria?
—Los árboles —dijo Plantador—. ¿Cuántos bosques hay, por todo el mundo? Transpirando constantemente. Convirtiendo en oxígeno el dióxido de carbono. El dióxido de carbono es un gas de efecto invernadero. Cuanto más se acumula en la atmósfera, más se calienta el planeta. ¿Qué hacemos entonces para enfriar el mundo?
—Plantar más árboles —dijo Ela—. Consumir más CO2 para que el calor pueda escapar al espacio.
—Sí. Pero piensa en cómo plantamos nuestros árboles.
«Los árboles crecen de los cuerpos de los muertos», pensó Ender.
—Guerra —aventuró.
—Hay luchas entre tribus, y a veces entablan pequeñas guerras —admitió Plantador—. Ésas no son nada a escala planetaria. Pero en las grandes guerras que barren el mundo entero…, millones y millones de hermanos mueren en ellas, y todos se convierten en árboles. En cuestión de meses, los bosques del mundo se doblan en número y tamaño. Eso sirve para crear una diferencia, ¿no?
—Sí —convino Ela.
—De forma mucho más eficaz que a través de la evolución natural —continuó Ender.
—Y entonces las guerras se paran —concluyó Plantador—. Siempre pensamos que existían grandes causas para las guerras, que eran luchas entre el bien y el mal. Y no son más que regulación planetaria.
—No —corrigió Valentine—. La necesidad de luchar, la ira, puede venir de la descolada, pero eso no significa que las causas por las que lucháis sean…
—La causa por la que luchamos es la regulación planetaria —insistió Plantador—. Todo encaja. ¿Cómo creéis que ayudamos a calentar el planeta?
—No lo sé —dijo Ela—. Incluso los árboles mueren de vejez.
—No lo sabéis porque habéis venido durante un período cálido, no uno frío. Pero cuando los inviernos son crudos, construimos casas. Los hermanos-árbol se nos entregan para que hagamos casas. Todos nosotros, no sólo los que viven en lugares fríos. Todos construimos casas, y los bosques se reducen a la mitad, a la tercera parte. Creíamos que esto era un gran sacrificio que hacían los hermanos-árbol por el bien de la tribu, pero ahora comprendo que es la descolada, que quiere más dióxido de carbono en la atmósfera para calentar el planeta.
—Sigue siendo un gran sacrificio —declaró Ender.
—Todas nuestras grandes epopeyas —dijo Plantador—. Todos nuestros héroes. Sólo son hermanos actuando por la voluntad de la descolada.
—¿Y qué? —dijo Valentine.
—¿Cómo pueden decir eso? He visto que nuestras vidas no son nada, que sólo somos herramientas de un virus para regular el ecosistema global, ¿y tú lo consideras nada?
—Sí, lo considero nada —dijo Valentine—. Los seres humanos no somos distintos. Puede que no sea un virus, pero nos pasamos la mayor parte del tiempo actuando según nuestro destino genético. Mira las diferencias entre machos y hembras. Los machos tienden de forma natural a una amplia estrategia de reproducción. Ya que los machos crean un suministro casi infinito de esperma y no les cuesta nada desplegarlo.
—Nada no —puntualizó Ender.
—Nada —repitió Valentine—. Sólo desplegarlo. Su estrategia reproductora más sensata es depositarlo en todas las hembras disponibles… y hacer esfuerzos especiales para depositarlo en las más saludables, las que llevarán con más probabilidad sus retoños hasta la edad adulta. Desde el punto de vista reproductivo, un macho es más eficiente si deambula y copula cuanto sea posible.
—Yo he deambulado mucho —dijo Ender—. De algún modo, se me ha pasado por alto lo de copular.
—Estoy hablando de tendencias generales —contestó Valentine—. Siempre hay individuos extraños que no siguen las normas. La estrategia femenina es justo al contrario, Plantador. En vez de millones y millones de espermatozoides, sólo crean un óvulo cada mes, y cada hijo representa una enorme cantidad de esfuerzo. Por eso, las hembras necesitan estabilidad. Necesitan asegurarse de que siempre habrá comida. También pasamos grandes cantidades de tiempo relativamente indefensas, sin poder encontrar o acumular comida. Lejos de ser nómadas, las hembras necesitamos establecernos y permanecer en un lugar. Si no podemos conseguir eso, entonces nuestra siguiente estrategia es aparearnos con los machos más fuertes y sanos. Pero lo mejor de todo es conseguir un macho fuerte y sano que se quede y proporcione todo lo necesario para la supervivencia, en vez de deambular y copular a voluntad.
»Así, los machos tienen dos presiones. Una es esparcir su semilla, violentamente si es necesario. La otra es mostrarse atractivos para las hembras siendo suministradores estables, suprimiendo y conteniendo la necesidad de deambular y la tendencia a usar la fuerza. Del mismo modo, hay dos presiones en las hembras. Una es conseguir-la semilla de los machos más fuertes y viriles para que sus hijos tengan buenos genes, lo que haría que los machos más fuertes y violentos se sintieran atraídos por ellas. La otra es conseguir la protección de los machos más estables y no violentos, para que sus hijos sean protegidos y atendidos y lleguen a la edad adulta en el mayor número posible.
»Toda nuestra historia, todo lo que he descubierto en mi deambular como historiadora itinerante antes de desengancharme finalmente de mi hermano, reproductivamente inaccesible, y tener una familia, puede interpretarse como gente que actúa a ciegas siguiendo esas estrategias genéticas. Tiran de nosotros en dos direcciones.
»Nuestras grandes civilizaciones no son más que máquinas sociales para crear la situación femenina ideal, donde una mujer pueda contar con estabilidad; nuestros códigos morales y legales que intentan abolir la violencia, promover la permanencia de la posesión y reforzar los contratos representan la estrategia femenina primaria, la dominación del macho.
»Y las tribus de bárbaros nómadas fuera del alcance de la civilización siguen principalmente la estrategia masculina. Esparcen la semilla. Dentro de la tribu, los machos más fuertes y dominantes toman posesión de las mejores hembras, bien a través de poligamia formal o en copulaciones sobre la marcha que los otros machos no pueden resistir. Pero esos machos de bajo status guardan cola, porque los líderes los llevan a la guerra y los dejan violar y saquear cuando consiguen una victoria. Consiguen ser deseados sexualmente demostrándose su valía a sí mismos en el combate, y luego matan a todos los machos rivales y copulan con sus viudas cuando vencen. Una conducta horrible y monstruosa…, pero también una ejecución viable de la estrategia genética.
Ender se sintió incómodo al oír a Valentine hablar de esta forma. Sabía que todo aquello era cierto, y lo había oído antes, pero en cierto modo se sentía tan incómodo como Plantador al enterarse de cosas similares acerca de su propio pueblo. Ender quería negarlo todo, decir: «Algunos de los machos somos civilizados por naturaleza». Pero en su propia vida, ¿no había ejecutado acaso los actos de dominio y guerra? ¿No había deambulado? En este contexto, su decisión de quedarse en Lusitania fue realmente una decisión de abandonar el modelo social de macho dominante que le había sido impuesto cuando era un joven soldado en la escuela de batalla, y convertirse en un hombre civilizado con una familia estable.
Sin embargo, incluso entonces, se casó con una mujer que tenía poco interés en parir más hijos. Una mujer con quien el matrimonio, al final, había resultado cualquier cosa menos civilizado. «Si sigo el modelo masculino, entonces soy un fracaso. Ningún hijo que lleve mis genes. Ninguna mujer que acepte mi regla. Soy definitivamente atípico. Pero ya que no me he reproducido, mis genes atípicos morirán conmigo, y así los modelos sociales masculinos y femeninos están a salvo de personas intermedias como yo.»
Mientras Ender realizaba sus propias evaluaciones privadas de la interpretación de Valentine relativa a la historia de la humanidad, Plantador mostró su respuesta tendiéndose en su silla, un gesto que comunicaba desprecio.
—¿Se supone que debo sentirme mejor porque los humanos son también herramientas de alguna molécula genética?
—No —dijo Ender—. Se supone que debes darte cuenta de que sólo porque gran parte de la conducta pueda explicarse como respuesta a las necesidades de alguna molécula genética, eso no significa que toda la conducta pequenina carezca de significado.
—La historia humana puede ser interpretada como la lucha entre las necesidades de las mujeres y las necesidades de los hombres —prosiguió Valentine—, pero mi argumento es que todavía hay héroes monstruos, grandes hechos y nobles acciones.
—Cuando un hermano-árbol da su madera —dijo Plantador—, se supone que se sacrifica por la tribu. No por un virus.
—Si puedes mirar más allá de la tribu y ver el virus, entonces mira más allá del virus y ve el mundo —propuso Ender—. La descolada está manteniendo este planeta habitable. Así, el hermano-árbol se sacrifica para salvar al mundo entero.
—Muy listo. Pero te olvidas de que para salvar al planeta no importa qué hermanos-árbol se entreguen, mientras que lo haga un número determinado.
—Cierto —convino Valentine—. A la descolada no le importa qué hermanos-árbol den su vida. Pero sí importa a los hermanos, ¿no es cierto? Y también importa a los hermanitos como tú, que se agazapan en esas casas para mantenerse cálidos. Vosotros apreciáis el noble gesto de los hermanos-árbol que murieron por los demás, aunque la descolada no distinga un árbol de otro.
Plantador no respondió. Ender esperó que eso significara que estaban logrando algún avance.
—Y en las guerras —se animó Valentine—, a la descolada no le importa quién gane o pierda, mientras que mueran suficientes hermanos y crezcan suficientes árboles de los cadáveres. ¿Cierto? Pero eso no cambia el hecho de que algunos hermanos son nobles y algunos son cobardes o crueles.
—Plantador —dijo Ender—, la descolada puede causar que todos experimentéis una furia asesina, por ejemplo, de forma que las disputas se conviertan en guerras en vez de ser zanjadas entre los padres-árbol. Pero eso no borra el hecho de que algunos bosques luchen en defensa propia y otros estén simplemente sedientos de sangre. Seguís teniendo a vuestros héroes.
—Me importan un comino los héroes —masculló Ela—. Los héroes tienden a estar muertos, como mi hermano Quim. ¿Dónde está ahora, cuando lo necesitamos? Ojalá no hubiera sido un héroe.
Deglutió con fuerza, conteniendo el recuerdo de la pena reciente.
Plantador asintió, un gesto que había aprendido para comunicarse con los humanos.
—Ahora vivimos en el mundo de Guerrero —dijo—. ¿Qué es él, sino un padre-árbol que actúa siguiendo las instrucciones de la descolada? El mundo se calienta demasiado. Necesitamos más árboles. Así que se llena de fervor para expandir los bosques. ¿Por qué? La descolada le hace sentirse así. Por eso le escuchan tantos hermanos y padres-árbol, porque ofreció un plan para satisfacer su ansia de extenderse y hacer crecer más árboles.
—¿Sabe la descolada que pretende llevar a todos esos nuevos árboles a otros planetas? —dijo Valentine—. Eso no haría mucho por enfriar Lusitania.
—La descolada pone el ansia en ellos. ¿Cómo puede saber un virus de naves espaciales?
—¿Cómo puede saber un virus de madres y padres-árbol de hermanos y esposas, de retoños y pequeñas madres? —lanzó Ender—. Es un virus muy listo.
—Guerrero es el mejor ejemplo de mi argumento —subrayó Valentine—. Su nombre sugiere que estuvo muy involucrado y tuvo éxito en la última guerra. Una vez más existe la presión para aumentar el número de árboles. Sin embargo, Guerrero ha decidido dirigir su ansia hacia un nuevo propósito, esparciendo nuevos bosques y volviéndose hacia las estrellas en vez de librar guerras con otros pequeninos.
—Íbamos a hacerlo sin importar lo que dijera o hiciera Guerrero —objetó Plantador—. Miramos. El grupo de Guerrero se preparaba para esparcirse y plantar nuevos árboles en otros mundos. Pero cuando mataron al padre Quim, los demás nos llenamos tanto de ira que decidimos ir y castigarlos. Una gran matanza, y de nuevo los árboles crecerían. Seguiríamos cumpliendo las órdenes de la descolada. Y ahora que los humanos han quemado nuestro bosque, la gente de Guerrero prevalecerá después de todo. De un modo u otro, debemos esparcirnos y propagarnos. Aceptaremos cualquier excusa que podamos encontrar. La descolada se saldrá con la suya. Somos herramientas que intentan encontrar patéticamente un medio para convencerse a sí mismos de que sus acciones son idea propia.
Parecía completamente desesperanzado. A Ender no se le ocurría nada más que decir para intentar arrancarlo de su conclusión de que la vida de los pequeninos carecía de libertad y significado.
Así, fue Ela quien habló a continuación, y en un tono de tranquila especulación que parecía incongruente, como si hubiera olvidado la terrible ansiedad que experimentaba Plantador. Probablemente era lo más adecuado, ya que toda la discusión había vuelto a su propia especialidad.
—Es difícil saber qué lado de la descolada ganaría si fuera consciente de todo esto.
—¿Qué lado de qué? —preguntó Valentine.
—Introducir un enfriamiento global haciendo que se planten más bosques aquí, o usar ese mismo instinto de propagación para hacer que los pequeninos lleven la descolada a otros mundos. ¿Qué habrían preferido los creadores del virus? ¿Esparcir el virus o regular el planeta?
—El virus querrá ambas cosas, y es probable que las consiga —dijo Plantador—. El grupo de Guerrero ganará el control de las naves, sin duda. Pero antes o después se producirá una guerra que matará a la mitad de los hermanos. Por lo que sabemos, la descolada está haciendo que sucedan las dos cosas.
—Por lo que sabemos —repitió Ender.
—Por lo que sabemos —continuó Plantador—, nosotros podríamos ser la descolada.
«Así que son conscientes de esta preocupación —pensó Ender—, a pesar de nuestra decisión de no tratarla con los pequeninos todavía.»
—¿Has hablado con Quara? —preguntó Ela.
—Hablo con ella todos los días —asintió Plantador—. Pero ¿qué tiene que ver con esto?
—Tuvo la misma idea. Que tal vez la inteligencia pequenina procede de la descolada.
—¿Crees que después de hablar tanto de que la descolada es inteligente no se nos había ocurrido preguntarnos eso? Y si es cierto, ¿qué haréis entonces? ¿Dejar que toda vuestra especie muera para que nosotros podamos conservar nuestros cerebros de segunda fila?
Ender protestó de inmediato.
—Nunca hemos pensado que vuestros cerebros fueran…
—¿No? ¿Por qué, entonces, asumís que sólo pensaríamos en esa posibilidad si nos lo dijera algún humano?
Ender no encontró ninguna respuesta oportuna que ofrecer. Tuvo que confesarse a sí mismo que había considerado a los pequeninos como si fueran niños a los que debía proteger. No se le había ocurrido que eran perfectamente capaces de descubrir por su cuenta los horrores más terribles.
—Y si nuestra inteligencia procede efectivamente de la descolada, y encontráis un modo de destruirla, ¿en qué os convertiréis entonces? —Plantador los miró, triunfal en su amarga victoria—. No somos más que ratas de árbol.
—Es la segunda vez que utilizas este término —observó Ender—. ¿Qué son ratas de árbol?
—Eso es lo que gritaban algunos de los hombres que mataron al árbol-madre.
—No existe ese animal —dijo Valentine.
—Lo sé. Grego me lo explicó. «Rata de árbol» es una expresión en argot para las ardillas. Me mostró un holo de una de ellas en el ordenador que tiene en su celda.
—¿Fuiste a visitar a Grego? —Ela estaba claramente horrorizada.
—Tenía que preguntarle por qué intentó matarnos a todos, y por qué quiso salvarnos luego.
—¿Ves? —exclamó Valentine, triunfal—. ¡No puedes decirme que lo que Grego y Miro hicieron esa noche, impedir que la muchedumbre quemara a Raíz y Humano, fue sólo el resultado de fuerzas genéticas!
—Nunca he dicho que la conducta humana carezca de sentido —dijo Plantador—. Sois vosotros los que habéis intentado consolarme con esta idea. Sabemos que los humanos tenéis a vuestros héroes. Sólo los pequeninos somos herramientas de un virus gaialógico.
—No —deslizó Ender—. También hay héroes pequeninos. Raíz y Humano, por ejemplo.
—¿Héroes? —criticó Plantador—. Actuaron como lo hicieron para conseguir lo que querían, su status como padres-árbol. Fue el ansia por reproducirse. Puede que os parezcan héroes a los humanos, que sólo morís una vez, pero la muerte que ellos sufrieron fue en realidad un nacimiento. No hubo ningún sacrificio.
—Vuestro bosque entero fue heroico, entonces dijo Ela—. Os liberasteis de todos los viejos canales e hicisteis un tratado que requería que cambiarais algunas de vuestras costumbres más enraizadas.
—Queríamos el conocimiento, las máquinas y el poder que tenéis los humanos. ¿Qué hay de heroico en un tratado en el que sólo debemos dejar de mataros, y a cambio recibir un impulso de mil años en nuestro desarrollo tecnológico?
—No vas a escuchar ninguna conclusión positiva, ¿verdad? —suspiró Valentine.
Plantador continuó, ignorándola:
—Los únicos héroes en esa historia fueron Pipo y Libo, los humanos que actuaron con tanto coraje, a pesar de saber que morirían. Ellos ganaron la libertad de su herencia genética. ¿Qué cerdi ha hecho eso a propósito?
A Ender le molestó un poco oír a Plantador emplear el término cerdi para referirse a su pueblo. En los últimos años había dejado de ser tan amistoso y afectivo como lo era cuando Ender llegó a Lusitania; ahora se utilizaba a menudo como una palabra degradante, y la gente que trabajaba con ellos normalmente usaba el vocablo «pequenino». ¿A qué tipo de odio contra sí mismo estaba dando rienda suelta Plantador, en respuesta a lo que había sabido hoy?
—Los hermanos-árbol dieron sus vidas —dijo Ela, servicial. Pero Plantador respondió con desdén:
—Los hermanos-árbol no están vivos como lo están los padres-árbol. No pueden hablar. Sólo obedecen. Les decimos lo que deben hacer, y ellos no tienen otra opción. Herramientas, no héroes.
—Puedes dar la vuelta a cualquier historia —observó Valentine—. Puedes negar cualquier sacrificio sosteniendo que con él el doliente se sintió tan bien que no representó sacrificio alguno, sino otro acto egoísta.
De repente, Plantador se levantó de la silla de un salto. Ender se preparó para verle repetir su conducta anterior, pero esta vez no circundó la habitación. En cambio, el pequenino se acercó a donde estaba sentada Ela y colocó ambas manos sobre sus rodillas.
—Sé un modo de convertirme en un auténtico héroe —dijo—. Sé un modo de actuar contra la descolada. Para rechazarla y combatirla y odiarla y ayudar a destruirla.
—Yo también —asintió Ela.
—Un experimento.
Ella afirmó con un gesto.
—Para ver si la inteligencia pequenina está realmente centrada en la descolada, y no en el cerebro.
—Yo lo haré —se ofreció Plantador.
—Nunca te lo pediría.
—Sé que no. Lo exijo para mí.
Ender se sorprendió al ver que, a su modo, Ela y Plantador eran tan íntimos como él y Valentine, capaces de conocer los pensamientos mutuos sin explicar nada. Ender no había supuesto que esto pudiera suceder entre dos personas de especies tan distintas; y sin embargo, ¿por qué no? Sobre todo cuando trabajaban juntos tan estrechamente en la misma empresa.
Ender tardó unos instantes en captar lo que estaban decidiendo Plantador y Ela; Valentine, que no había trabajado con ellos durante años como había hecho Ender, todavía no lo comprendía.
—¿Qué sucede? —preguntó—. ¿De qué están hablando?
Fue Ela quien respondió.
—Plantador está proponiendo que purguemos a un pequenino de todas las copias del virus de la descolada, lo pongamos en un espacio limpio donde no pueda ser contaminado, y veamos si todavía tiene mente.
—Eso no es científico —objetó Valentine—. Hay demasiadas variables ajenas. ¿No? Creía que la descolada estaba implicada en todas las partes de la vida pequenina.
—Carecer de la descolada significaría que Plantador enfermaría de inmediato y luego moriría. Puede perder la mente a causa de alguna enfermedad. La fiebre hace delirar a la gente.
—¿Qué otra cosa podemos hacer? —preguntó Plantador—. ¿Esperar a que Ela encuentre un medio de domar el virus, y luego descubrir que sin él en su forma inteligente y virulenta no somos pequeninos, sino meros cerdis? ¿Que sólo nos ha sido dado el don del habla por el virus de nuestro interior, y que cuando sea controlado, lo perderemos todo y nos convertiremos solamente en hermanos-árbol? ¿Averiguaremos eso cuando soltéis el matador de virus?
—Pero no es un experimento serio con un control…
—Es un experimento serio, sí —dijo Ender—. El tipo de experimento que se realiza cuando no te importa un comino recibir subvenciones., Cuando sólo necesitas resultados y los necesitas enseguida. El tipo de experimento que se realiza cuando no tienes ni idea de cuáles serán los resultados o incluso si sabrás interpretarlos, pero hay un puñado de pequeninos locos que pretenden coger astronaves y esparcir una enfermedad destructora por toda la galaxia, así que hay que hacer algo.
—Es el tipo de experimento que se realiza cuando hace falta un héroe —concluyó Plantador.
—¿Cuando lo necesitamos nosotros? —preguntó Ender—. ¿0 cuando tú necesitas serlo?
—Yo en tu lugar me callaría la boca —dijo Valentine secamente—. Tú mismo has cometido unas cuantas locuras como héroe a lo largo de los siglos.
—Puede que no sea necesario de todas formas —los tranquilizó Ela—. Quara sabe mucho más sobre la descolada de lo que dice. Puede que ya sepa si la capacidad de adaptación inteligente de la descolada puede separarse de sus funciones como sustentadora de vida. Si consiguiéramos crear un virus así, podríamos probar el efecto de la descolada sobre la inteligencia pequenina sin amenazar la vida del sujeto.
—El problema es que Quara no estará más dispuesta a creer nuestra historia de que la descolada es un artefacto creado por otra especie que Qing-jao a aceptar que la voz de los dioses es sólo un desorden obsesivo-compulsivo producido genéticamente —dijo Valentine.
—Yo lo haré —se ofreció Plantador—. Comenzaré inmediatamente porque no tenemos tiempo. Colocadme mañana en un entorno estéril, y luego matad toda la descolada de mi cuerpo usando los productos químicos que tenéis ocultos. Los que pretendéis usar sobre los humanos cuando la descolada se adapte al represor actual que estáis utilizando.
—Te das cuenta de que puede no servir de nada-dijo Ela.
—Entonces sería un auténtico sacrificio.
—Si empiezas a perder la mente de una forma que no esté relacionada claramente con la enfermedad de tu cuerpo, detendremos el experimento porque tendremos la respuesta.
—Tal vez —dijo Plantador.
—En ese punto, quizá pudieras recuperarte.
—No me importa si me recupero o no.
—También lo detendremos si empiezas a perder tu mente de una manera que sí esté relacionada con la enfermedad de tu cuerpo —añadió Ender—, porque entonces sabremos que el experimento es inútil y no aprenderemos nada de todas formas.
—Entonces, si me acobardo, sólo tendré que fingir que fallo mentalmente y me salvaréis la vida —objetó Plantador—. No, os prohíbo que detengáis el experimento, no importa a qué coste. Y si mantengo mis funciones mentales, debéis dejarme continuar hasta el final, hasta la muerte, porque sólo si conservo mi mente hasta el final sabremos que nuestra alma no es sólo un artefacto de la descolada. ¡Prometédmelo!
—¿Es esto ciencia o un pacto suicida? —preguntó Ender—. ¿Tan poca esperanza tienes en descubrir el probable rol de la descolada en la historia pequenina que quieres morir?
Plantador se abalanzó hacia Ender, escaló por su cuerpo y apretó su nariz contra la del hombre.
—¡Mientes! —gritó.
—Sólo he hecho una pregunta —susurró Ender.
—¡Quiero ser libre! —aulló Plantador—. ¡Quiero que la descolada salga de mi cuerpo y no regrese jamás! ¡Quiero hacer esto para ayudar a liberar a todos los cerdis, para que puedan ser pequeninos de hecho y no de nombre!
Ender lo apartó suavemente. Le dolía la nariz por la violencia de la presión de Plantador.
—Quiero hacer un sacrificio que demuestre que soy libre, y que no actúo según mis genes. Que no intento solamente conseguir la tercera vida.
—Incluso los mártires del cristianismo y el islam estaban dispuestos a aceptar recompensas en el cielo por su sacrificio —dijo Valentine.
—Entonces eran cerdos egoístas —espetó Plantador—. Es lo que decís de los cerdos, ¿no? ¿En stark, en vuestra habla común? Bien, es el nombre adecuado para nosotros los cerdis, ¿eh? Nuestros héroes intentaban todos convertirnos en padres-árbol. Nuestros hermanos-árbol fueron fracasos desde el principio. A lo único que servimos fuera de nosotros mismos es a la descolada. Por lo que sabemos, la descolada podría ser nosotros. Pero yo seré libre. Yo sabré lo que soy, sin la descolada o mis genes o ninguna otra cosa excepto yo.
—Lo que estarás es muerto —murmuró Ender.
—Pero libre primero —zanjó Plantador—. El primero de mi pueblo en serlo.
Después de que Wang-mu y Jane le dijeran al Maestro Han todo lo que sucedió ese día, después de que él conversara con Jane sobre su propio trabajo, después de que la casa cayera en el silencio de la oscuridad nocturna, Wang-mu permaneció despierta en su esterilla en el rincón de la habitación del Maestro Han, escuchando sus suaves pero insistentes ronquidos mientras reflexionaba sobre todo lo que se había dicho ese día.
Había muchas ideas, y la mayoría estaban tan por encima de su capacidad que desesperaba de poder comprenderlas de verdad. Especialmente lo que dijo Wiggin acerca de los propósitos. Le daban el mérito de haber ofrecido la solución al problema del virus de la descolada, y sin embargo ella no podía aceptarlo porque no había sido ésa su intención: creyó estar repitiendo tan sólo las preguntas de Qing-jao. ¿Podía recibir el mérito de algo que había hecho por casualidad?
La gente sólo debería ser reprochada o alabada por lo que hacían conscientemente. Wang-mu siempre había creído en esto por instinto; no recordaba que nadie se lo hubiera dicho con tantas palabras. Los crímenes de los que responsabilizaba al Congreso eran todos deliberados: alterar genéticamente a la gente de Sendero para crear a los agraciados, y enviar el ingenio M.D. para destruir el refugio de la otra única especie inteligente que sabían existía en el universo.
Pero ¿era eso lo que pretendían hacer? Tal vez algunos de ellos, al menos, pensaban que volvían más seguro el universo para la humanidad al destruir Lusitania. Por lo que Wang-mu había oído acerca de la descolada, podía significar el final de toda la vida terrestre si empezaba a esparcirse de mundo a mundo entre los seres humanos. Tal vez algunos miembros del Congreso habían decidido también crear a los agraciados de Sendero para beneficiar a toda la humanidad, pero luego pusieron en sus cerebros el DOC para que no pudieran escapar al control y esclavizar a todos los humanos inferiores y «normales». Tal vez abrigaban buenos propósitos para las terribles acciones que cometían.
Desde luego, era el caso de Qing-jao, ¿no? ¿Cómo podía Wang-mu condenarla por sus acciones, cuando ella pensaba que estaba obedeciendo a los dioses?
¿No tenía todo el mundo algún noble propósito para sus propias acciones? ¿No era todo el mundo bueno a sus propios ojos? «Excepto yo —pensó Wang-mu—. A mis propios ojos, soy tonta y débil. Pero hablan de mí como si fuera mejor de lo que creo. El Maestro Han también me alabó. Y los demás hablaron de Qing-jao con piedad y desprecio…, y yo también he sentido lo mismo hacia ella. Sin embargo, ¿no actúa Qing-jao con nobleza y yo con cicatería? Traicioné a mi señora. Ha sido leal a su gobierno y a sus dioses, que son reales para ella, aunque yo no sea creyente. ¿Cómo puedo distinguir a la gente buena de la mala, si la mala tiene una forma de convencerse a sí misma de que intentan hacer el bien aunque cometan algo terrible, y la buena puede creer que están haciendo algo muy malo aunque intenten hacer algo bueno? Tal vez sólo puedes hacer el bien si crees que eres malo, y si piensas que eres bueno, entonces sólo puedes hacer el mal.»
Pero la paradoja superaba su capacidad. El mundo no tendría sentido si hubiera que juzgar a la gente por lo opuesto de lo que intentaban parecer. ¿No era posible que una buena persona intentara también parecer buena? Y sólo porque alguien declarara ser escoria no significaba que no lo fuera. ¿Había algún modo de juzgar a la gente, si no se la puede juzgar ni siquiera por sus propósitos?
¿Había algún modo de que Wang-mu se juzgara siquiera a sí misma?
«La mitad de las veces ni siquiera sé el propósito de lo que hago. Vine a esta cala porque era ambiciosa y quería ser doncella secreta de una muchacha agraciada y rica. Fue puro egoísmo por mi parte, y pura generosidad lo que guió a Qing-jao para que me aceptase. Y ahora estoy aquí, ayudando al Maestro Han a cometer traición… ¿Cuál es mi propósito en eso? Ni siquiera sé por qué lo hago. ¿Cómo puedo saber cuáles son los verdaderos propósitos de los demás? No hay esperanza ninguna de distinguir el bien del mal.»
Se sentó en la posición del loto sobre su esterilla y se cubrió el rostro con las manos. Era como si se sintiera apretada contra una pared, pero una pared que formaba ella misma, y si pudiera encontrar una forma de apartarla a un lado, al igual que podía apartar las manos de su cara cada vez que quería, entonces lograría abrirse paso fácilmente hacia la verdad.
Retiró las manos. Abrió los ojos. Al otro lado de la habitación estaba el terminal del Maestro Han. Allí, aquel mismo día, había visto las caras de Elanora Ribeira von Hesse y Andrew Wiggin. Y la cara de Jane.
Recordó que Wiggin le había dicho cómo serían los dioses. Los dioses de verdad desearían enseñar a ser como ellos. ¿Por qué había dicho eso? ¿Cómo podía saber lo que sería un dios?
«Alguien que quiere enseñarte a saber todo lo que sabe y a hacer todo lo que hace…»; lo que estaba describiendo en realidad era a los padres, no a los dioses. Sólo que había muchos padres que no hacían eso. Muchos padres que intentaban reprimir a sus hijos, controlarlos, convertirlos en sus esclavos. En el lugar donde había crecido, Wang-mu había visto multitud de casos.
Entonces, lo que Wiggin describió no eran los padres, después de todo. Describía a padres buenos. No le había explicado lo que eran los dioses, sino lo que era la bondad. Querer que otras personas crecieran. Querer que otras personas tuvieran todas las cosas buenas de que uno disfruta. Y evitarles los pesares si era posible. Eso era bondad.
¿Qué eran los dioses, entonces? Querrían que todo el mundo supiera y tuviera y fuera todas las cosas buenas. Enseñarían y compartirían y formarían, pero nunca obligarían.
«Como mis padres —pensó Wang-mu—. Torpes y estúpidos a veces, como toda la gente, pero bondadosos. Me cuidaron. Incluso las veces que me obligaron a hacer cosas difíciles porque sabían que me convenía. Incluso las veces que se equivocaron fueron buenos. Puedo juzgarlos por sus propósitos después de todo. Todo el mundo considera buenos sus propósitos, pero los de mis padres lo fueron realmente, porque pretendían que todos sus actos hacia mí me ayudaran a ser más sabia, más fuerte y mejor. Incluso cuando me obligaron a hacer cosas penosas porque sabían que debía aprender de ellas. Incluso cuando me causaron dolor.»
Eso era. Eso era lo que serían los dioses, si existían. Querrían que todo el mundo tuviera todo lo que era bueno en la vida, igual que padres bondadosos. Pero contrariamente a ellos o a las otras personas, los dioses sabrían lo que era bueno y tendrían el poder para hacer que sucedieran las cosas buenas, incluso cuando nadie más comprendiera que eran buenos. Como dijo Wiggin, los dioses de verdad serían más fuertes y más listos que nadie. Tendrían toda la inteligencia y el poder que era posible tener.
Pero un ser semejante…, ¿quién era alguien como Wang-mu para juzgar a un dios? No podría comprender sus propósitos aunque se los dijeran, ¿cómo podía saber entonces que eran buenos? Y la otra aproximación, confiar en ellos y creer de forma absoluta…, ¿no era lo que hacía Qing-jao?
No. Si hubiera dioses, nunca actuarían como Qing-jao pensaba que lo hacían, esclavizando a la gente, atormentándolos y humillándolos.
A menos que el tormento y la humillación les convinieran. «¡No!» Casi gritó en voz alta, y una vez más se cubrió la cara con las manos, esta vez para guardar silencio.
«Sólo puedo juzgar por lo que yo entiendo. Si por lo que puedo ver los dioses en los que cree Qing-jao sólo son malignos, entonces sí, tal vez estoy equivocada, tal vez no puedo comprender el gran propósito que buscan al convertir a los agraciados en esclavos indefensos, o al destruir una especie entera. Pero en mi corazón no tengo más elección que rechazar a esos dioses, porque no detecto nada bueno en lo que hacen. Tal vez soy tan tonta y tan estúpida que siempre seré enemiga de los dioses, trabajando contra sus altos, e incomprensibles propósitos. Pero tengo que vivir mi vida según lo que yo entiendo, y lo que entiendo es que no hay dioses como los que nos enseñan los agraciados. Actúan para hacer a otras personas más pequeñas y crecer ellos mismos. Ésos no serían dioses, si existieran. Serían enemigos. Demonios.»
Lo mismo sucede con los seres, quienesquiera que fuesen, que crearon el virus de la descolada. Sí, tendrían que ser muy poderosos para crear una herramienta como ésa. Pero también tendrían que ser despiadados; egoístas, arrogantes, para pensar que toda la vida del universo era suya para manipularla a su antojo. Enviar la descolada al universo, sin preocuparse por los seres que matara o las hermosas criaturas que destruyera…, ésos tampoco serían dioses.
Y Jane… Jane podría ser un dios. Jane poseía grandes cantidades de información y gran sabiduría, y actuaba por el bien de los demás, aunque eso le costara la vida. Incluso ahora, después de que su vida estuviera condenada. También Andrew Wiggin podría ser un dios, tan sabio y amable como parecía, y no actuaba por su propio beneficio sino por el de los pequeninos. Y Valentine, que se llamaba a sí misma Demóstenes, ya que había trabajado para ayudar a otras personas a encontrar la verdad y tomar sus propias decisiones sabias. Y el Maestro Han, que intentaba hacer siempre lo más justo, aunque le costara su hija. Tal vez incluso Ela, la científico, aunque no sabía todo lo que debería saber…, pues no se avergonzaba de aprender la verdad de una criada.
Por supuesto, no eran el tipo de dioses que vivían en el Oeste Infinito, en el Palacio de la Real Madre. Tampoco eran dioses a sus propios ojos: se reirían de ella por pensarlo siquiera. Pero comparados con ella, desde luego eran dioses. Eran mucho más sabios que Wang-mu, y mucho más poderosos, y por lo que podía colegir de sus propósitos, intentaban ayudar a otras personas para que fueran lo más sabias y poderosas posible. Incluso más sabios y más poderosos que ellos mismos. Por eso, aunque Wang-mu tal vez se equivocara, aunque no pudiera entender nada de nada, sabía sin embargo que su decisión de trabajar con esta gente era la adecuada.
Sólo podría hacer el bien mientras comprendiera lo que era la bondad. Y esta gente parecía estar haciendo el bien, mientras que el Congreso parecía hacer el mal. Así, aunque a la larga pudiera destruirla (pues el Maestro Han era ahora un enemigo del Congreso, y podía ser arrestado y ejecutado, y Wang-mu con él), lo haría de todas formas. Nunca vería a dioses de verdad, pero podía al menos trabajar para ayudar a esta gente que estaba tan cerca de los dioses como podría estarlo una persona real.
«Y si a los dioses no les complace, pueden envenenarme en mi sueño o prenderme fuego cuando pasee por el jardín mañana o hacer que mis brazos, mis piernas y mi cabeza se me caigan del cuerpo como migajas de un pastel rancio. Si no son capaces de detener a una estúpida criada como yo, es que entonces no valen gran cosa.»