VIDA Y MUERTE

‹Ender va a venir a vernos›

‹Viene y me habla constantemente›

‹Nosorros podemos hablar directamente con su mente. Pero insiste en venir. No siente que está hablando con nosotros a menos que nos vea. Cuando conversamos a distancia, le resulta más difícil distinguir entre sus propios pensamientos y los que ponemos en su mente. Por eso viene.›

‹¿Y no os gusta?›

‹Quiere que le demos respuestas y nosotros no conocemos ninguna.›

‹Sabéis todo lo que saben los humanos. Salisteis al espacio, ¿no? Ni siquiera necesitáis sus ansibles para hablar de un mundo a otro.›

‹Estos humanos están tan ansiosos de respuestas… Tienen tantas preguntas…›

‹También nosotros tenemos preguntas.›

‹Ellos quieren saber por qué, por qué, por qué. O cómo. Todo está ligado en un bonito fardo compacto como una crisálida. Nosotros sólo hacemos eso cuando nos metamorfoseamos en reino.›

‹Les gusta entenderlo todo. Pero ya sabes que lo mismo nos sucede a nosotros.›

‹Sí, os gusta considerar que sois igual que los humanos, ¿verdad? Pero no sois como Ender. Ni como los humanos. Él tieneque conocer la causa de todo, tiene que hacer uno historia acerca de todo y nosotros no conocemos ninguna historio. Conocemos recuerdos. Sabemos cosas que ocurren. Pero no sabemos por qué pasan, no de la forma que él quiere.›

‹Por supuesto que lo sabéis.›

‹Ni siquiera nos importa el porqué, como les sucede a esos humanos. Descubrimos cuanto, necesitamos saber para conseguir algo, pero ellos siempre quieren averiguar más de lo que necesitan saber. Después de poner algo en funcionamiento, aún desean saber por qué funciona y por qué funciona la causa de su funcionamiento.›

‹¿No somos nosotros así?›

‹Tal vez lo seréis cuando la descolado deje de afectoros.›

‹O tal vez seremos como vuestras obreras.›

‹Si lo sois, no os importará. Todas son muy felices. Lo inteligencia os hace desgraciados. Los obreros tienen hambre o no lo tienen. Experimentan dolor o no lo experimentan. Nunca sienten curiosidad, ni decepción, ni angustia, ni vergüenza. Y con respecto o esos sentimientos, los humanos hacen que vosotros y yo parezcamos obreras›

‹Creo que no nos conoces lo suficiente para comparar.›

‹Hemos estado dentro de vuestro cabeza y dentro de la de Ender, y también hemos estado dentro de nuestras propias cabezas durante mil generaciones. Esos humanos hacen que parezca que estamos dormidos. Incluso cuando ellos están dormidos, no lo están. Los animales terrestres hacen esa cosa dentro de su cerebro, una especie de loca eclosión de sinopsis, controlado descabelladamente. Mientras duermen. La parte de su cerebro que registra la visión, o el sonido, se dispara cada par de horas mientras duermen: incluso cuando todos las visiones y sonidos son completos tonterías aleatorios, sus cerebros siguen intentando descifrarlos para convertirlas en algo sensato. Intentan sacar historias de ello. Son tonterías aleatorias sin ninguna correlación posible con el mundo real, y sin embargo los convierten en locas historias. Luego las olvidan. Todo ese trabajo, elaborando historias, y cuando se despiertan los olvidan casi todos. Pero cuando los recuerdan, intentan formar historias sobre esas locuras, intentando encajarlos en sus vidas reales›

‹Conocemos sus sueños.›

‹Tal vez sin la descolado vosotros también soñaréis.›

‹¿Por qué íbamos a querer hacerlo? Como dices, es absurdo. Conexiones aleatorias de las sinopsis de las neuronos de sus cerebros.›

‹Están practicando. Lo hacen constantemente. Inventan historias. Hacen conexiones. Sacan un sentido a lo absurdo.›

‹¿De qué sirve, si no significa nada?›

‹Es así, sin más. Tienen un ansia que nosotros ignoramos por completo. El ansia de respuestas. El ansia de buscar sentidos. El ansia de historias.›

‹Nosotros tenemos historias.›

‹Recordáis hechos. Ellos los inventan. Cambian lo que significan las historias. Transforman las cosas para que el mismo recuerdo signifique mil cosas distintas. Incluso de sus sueños aleatorios obtienen a veces algo que lo ilumina todo. Ningún ser humano posee una mente como la vuestra. Ni como la nuestra. Nada tan poderoso. Y sus vidas son breves, y desaparecen rápidamente. Pero en un siglo suyo encuentran diez mil significados por cada uno que descubrimos nosotras.›

‹La mayoría son equivocados.›

‹Aunque la vasta mayoría de ellos sea un error, aunque el noventa y nueve por ciento sea estúpido y equivocado, de diez mil ideas siguen teniendo cien buenas. Es así como compensan su estupidez, la brevedad de su vida y el corto alcance de su memoria.›

‹Sueños y locura.›

‹Magia, misterio y filosofía.›

‹¿Cómo puedes decir que nunca pensáis en historias? Acabas de contarme una›

‹Lo sé.›

‹¿Ves? Los humanos no hacen nada que no podáis emular.›

‹¿Acaso no comprendes? He sacado esta historia de lo mente de Ender. Es suya. Y él recibió la simiente de alguien más, de algo que leyó, y lo combinó con sus ideas hasta que todo cobró sentido. Todo está ahí, en su cabeza. En cambio, nosotras somos como vosotros. Tenemos una visión clara del mundo. No tengo ningún problema para abrirme paso en tu mente. Todo está ordenado, y es sensato y claro. Vosotros estaríais igual de cómodos en mi mente. Lo que hay en tu cabeza es la realidad, más o menos, como mejor la entiendes. Pero en la mente de Ender hay locura. Miles de visiones contradictorios, imposibles, en competencia, que carecen de sentido porque no pueden encajar, pero que al final encojan, él las hace encajar, hoy de esta forma, mañana de esto otra, según le convenga. Como si pudiera crear en su cabeza una nueva máquina-idea para cada nuevo problema al que se enfrente. Como si concibiera un nuevo universo donde vivir, uno nuevo a cada hora, a menudo equivocado sin remisión. Acabo cometiendo errores y malos juicios, pero a veces acierta de forma tan perfecto que descubre cosas como un milagro, y yo miro a través de sus ojos y veo el mundo en su nueva forma y todo cambia. Locura, y luego iluminación. Nosotras sabíamos todo lo que había que saber antes de conocer a esos humanos, antes de construir nuestra conexión con la mente de Ender. Ahora hemos descubierto que hay tantos formas de conocer las mismos cosas que nunca las encontraremos todos.›

‹A menos que los humanos os enseñen.›

‹¿Ves? También somos carroñeros.›

‹Tú eres un carroñero. Nosotros somos suplicantes.›

‹Si fueran dignos de sus propias habilidades mentales…›

‹¿No lo son?›

‹Pretenden destruiros, recuerda. Hay muchas posibilidades en su mente, pero siguen siendo, después de todo, individualmente estúpidos y cortos de entendimiento, medio ciegos y medio locos. El noventa y nueve por ciento de sus historias siguen estando equivocadas y los conducen a terribles errores. A veces deseamos poder domarlos, como a las obreras. Lo intentamos con Ender, ya sabes. Pero fue en vano. No logramos convertirlo en una obrera.›

‹¿Por qué no?›

‹Demasiado estúpido. No puede prestar atención el tiempo suficiente. La mente humano carece de foco. Se aburren y se distraen. Tuvimos que construir un puente ante él, usando el ordenador con el que estaba más unido. Los ordenadores…, ésos sí pueden prestar atención. Y su memoria es limpio, ordenado, todo organizado y fácil de encontrar.›

‹Pero no sueñan.›

‹No hay en ellos locura. Lástima.›


Valentine se presentó en casa de Olhado por la mañana temprano. Él no iba al trabajo hasta la tarde, pues era capataz del turno de noche en la pequeña fábrica de ladrillos. Pero ya estaba despierto, probablemente porque lo estaba su familia. Los niños salían en tropel por la puerta. «Yo solía ver esto por televisión en los viejos tiempos —pensó Valentine—. La familia saliendo de casa por la mañana, todos a la vez, y el padre el último, con su maletín. A su modo, mis padres fueron igual. No importa lo extraños que fueran sus hijos. No importa que después de marcharnos al colegio por la mañana Peter y yo nos dedicáramos a escrutar las redes, intentando dominar el mundo sirviéndonos de seudónimos. No importa que Ender fuera apartado de la familia de pequeño y nunca volviera a ver a ningún miembro, ni siquiera en su única visita a la Tierra, excepto a mí. Creo que mis padres seguían imaginando que lo hacían bien, porque ejecutaban un ritual que habían visto en televisión. Y aquí está de nuevo. Los niños saliendo por la puerta. Ese chiquillo debe de ser Nimbo, el que estaba con Grego en la confrontación con la muchedumbre. Pero aquí está, sólo un niño anónimo. Nadie sospecharía que intervino en esa terrible noche tan reciente.»

La madre dio un beso a cada uno de sus hijos. Era todavía una mujer joven y hermosa, a pesar de haber tenido tantos niños. Tan corriente, tan normal, y sin embargo era una mujer notable, pues se había casado con Olhado, ¿no? Había visto más allá de la deformidad. Y el padre, sin marcharse todavía al trabajo, podía quedarse allí, observándolos, acariciándolos, besándolos, diciéndolesunas cuantas palabras. Tranquilo, listo, amoroso…, el padre típico. «Entonces, ¿qué es lo que no encaja en esta escena? El padre es Olhado. No tiene ojos. Sólo los orbes de metal plateado, recalcados con dos aberturas para lentes en un ojo, y el periférico de entrada/salida del ordenador en el otro. Los niños parecen no advertirlo. Yo todavía no estoy acostumbrada.»

—Valentine —dijo Olhado cuando la vio.

—Tenemos que hablar.

Él la condujo al interior. Le presentó a su esposa, Jaqueline. Su piel era tan negra que casi parecía azul, los ojos risueños, una hermosa sonrisa en la que uno desearía zambullirse, tan placentera era. Trajo una limonada, helada y apetecible con el calor de la mañana, y luego se retiró discretamente.

—Puedes quedarte —dijo Valentine—. No es un asunto privado.

Pero ella prefirió irse. Afirmó que tenía trabajo que hacer. Y se marchó.

—Hace tiempo que quería verte —dijo Olhado.

—Estaba a tu alcance.

—Estabas ocupada.

—No tengo nada que hacer.

—Haces las cosas de Andrew.

—De todas formas, aquí estamos. Siento curiosidad hacia ti, 0l-hado. ¿O prefieres que te llame por tu nombre, Lauro?

—En Milagro tu nombre es el que te da la gente. Antes era Sule, de mi segundo nombre, Suleimáo.

—Salomón el Sabio.

—Pero después de perder los ojos, me convertí en Olhado, entonces y para siempre.

—«¿El observador?»

—Olhado puede significar eso, sí, el participio de olhar, pero en este caso significa «el de los ojos».

—Y ése es tu nombre.

—Mi esposa me llama Lauro. Y mis hijos me llaman padre.

—¿Y yo?

—Como quieras.

—Sule, entonces.

—Lauro, si lo prefieres. Sule me hace sentir como si tuviera seis años.

—Y te recuerda cuando podías ver.

Él se echó a reír.

—Oh, puedo ver ahora, muchas gracias. Veo muy bien.

—Eso dice Andrew. Y por eso he venido. Para averiguar lo que ves.

—¿Quieres que te reproduzca una escena? ¿Un recorte del pasado? Tengo todos mis recuerdos favoritos almacenados en el ordenador. Puedo conectar y repetir lo que quieras. Tengo, por ejemplo, la primera visita que Andrew hizo a mi familia. También tengo algunas peleas familiares de primera fila. ¿O prefieres acontecimientos públicos? ¿La toma de posesión de todos los alcaldes desde que tengo estos ojos? La gente me consulta acerca de este tipo de cosas: qué vestían, qué se dijo. A menudo tengo problemas para convencerlos de que mis ojos registran la visión, no el sonido, igual que sus ojos. Creen que debería ser un hológrafo y grabarlo todo para su diversión.

—No quiero ver lo que ves. Quiero saber lo que piensas.

—¿De veras?

—Sí, de veras.

—No tengo opiniones. Al menos no sobre nada que te interese. Me mantengo al margen de las disputas familiares. Lo he hecho siempre.

—También fuera de los asuntos de la familia. Eres el único hijo de Novinha que no se ha dedicado a la ciencia.

—La ciencia ha producido a los demás tanta felicidad, que es difícil imaginar por qué yo no me he dedicado a ella.

—No es tan difícil —dijo Valentine. Y entonces, porque sabía que la gente de aspecto frágil habla con más comodidad cuando se bromea con ellos, añadió un pequeño comentario mordaz—. Imagino que simplemente no tenías cerebro suficiente para mantener el nivel.

—Absolutamente cierto —convino Olhado—. Sólo tengo inteligencia para hacer ladrillos.

—¿De verdad? Pero si tú no haces ladrillos.

—Al contrario. Hago cientos de ladrillos al día. Y ahora que todo el mundo abre agujeros en sus casas para construir la nueva capilla, preveo un auge en el negocio en el futuro inmediato.

—Lauro, tú no haces ladrillos. Lo hacen los obreros de tu fábrica.

—¿Y yo, como capataz, no formo parte de eso?

—Los obreros hacen ladrillos. Tú haces a los obreros.

—Supongo. Normalmente hago obreros cansados.

—También haces otras cosas —apuntó Valentine—. Por ejemplo, niños.

—Sí —rió Olhado, y por primera vez en la conversación se relajó—. Hago eso. Por supuesto, tengo una compañera.

—Una mujer hermosa y simpática.

—Buscaba la perfección, y encontré algo mejor. —No era sólo un comentario al uso. Lo decía en serio. Y ahora la fragilidad había desaparecido, y el cansancio también—. Tú también tienes hijos. Un marido.

—Una buena familia. Tal vez casi tan buena como la tuya. La nuestra sólo carece de la madre perfecta, pero los hijos se recuperarán de eso.

—Por lo que Andrew dice de ti, eres el mejor ser humano que ha vivido jamás.

—Andrew es muy cariñoso. También pudo decir esas cosas porque yo no estaba aquí.

—Ahora lo estás —dijo Olhado—. ¿Por qué?

—Sucede que los mundos y las especies de raman están en un momento decisivo, y tal como se están desarrollando los acontecimientos, su futuro depende en gran parte de tu familia. No tengo tiempo de descubrir nada como entretenimiento, no tengo tiempo para comprender la dinámica de la familia; por qué Grego puede pasar de monstruo a héroe en una sola noche, cómo Miro puede ser a la vez suicida y ambicioso, por qué Quara está dispuesta a dejar morir a los pequeninos en favor de la descolada…

—Pregúntaselo a Andrew. Él los comprende a todos. Yo nunca lo conseguí.

—Andrew tiene su propio infierno ahora. Se siente responsable de todo. Ha hecho todo lo que ha podido, pero Quim ha muerto. Ahora tu madre y él sólo están de acuerdo en que de algún modo fue culpa de Andrew. La marcha de tu madre lo ha destrozado.

—Lo sé.

—Ni siquiera sé cómo consolarlo. O qué esperar, que vuelva a su vida o lo deje para siempre.

Olhado se encogió de hombros. Toda la fragilidad volvió.

—¿De verdad que no te importa? —le preguntó Valentine—. ¿0 has decidido que no te importa?

—Tal vez lo decidí hace mucho tiempo, y ahora no me importa realmente.

Parte de ser una buena entrevistadora consistía en saber cuándo guardar silencio. Valentine esperó.

Pero Olhado también sabía esperar. Valentine casi se rindió y estuvo a punto de decir algo. Incluso jugueteó con la idea de confesar su fracaso y marcharse.

Entonces él habló.

—Cuando sustituyeron mis ojos, también quitaron los lacrimales. Las lágrimas naturales interferirían con los lubricantes industriales que pusieron en mis ojos.

—¿Industriales?

—Mi chiste privado —explicó Olhado—. Suelo parecer muy desapasionado porque mis ojos nunca se inundan de lágrimas. Además, la gente no sabe interpretar mis expresiones. Es curioso, ¿sabes? Los globos oculares no tienen ninguna habilidad para cambiar de forma y mostrar expresión. Simplemente están ahí. Sí, tus ojos se mueven, miran fijamente o rehúyen, pero también mis ojos lo hacen. Se mueven con perfecta simetría. Apuntan en la dirección en que estoy mirando. Pero la gente no puede soportar mirarlos. Así que apartan la vista. No leen las expresiones de mi cara y por tanto piensan que no hay expresiones. Mis ojos todavía pican, enrojecen y se hinchan un poco en las ocasiones en que habría llorado, si aún tuviera lágrimas.

—En otras palabras —dijo Valentine—, sí te preocupas.

—Siempre me ha preocupado. En ocasiones he pensado que era el único en comprender, aunque la mitad de las veces no sabía qué era lo que comprendía. Me retiraba y contemplaba, y como no tenía ego personal en las peleas familiares, entendía la situación más claramente que ellos. Veía las líneas de poder: el dominio absoluto de madre a pesar de que Marcáo la golpeaba cuando estaba furioso o borracho. A Miro, pensando que se rebelaba contra Marcáo, cuando siempre era contra madre. La saña de Grego, su forma de enfrentarse al miedo. Quara, absolutamente a la contra por naturaleza, haciendo lo que a su entender la gente que le importaba no quería que hiciera. Ela, la noble mártir, ¿qué demonios sería, si no pudiera sufrir? El santo y digno Quim, que consideraba a Dios su padre, con la premisa de que el mejor padre es del tipo invisible que nunca alza la voz.

—¿Viste todo esto de niño?

—Soy hábil viendo cosas. Los observadores distanciados y pasivos siempre vemos mejor. ¿No crees?

Valentine se echó a reír.

—Sí, es verdad. ¿Piensas que tenemos el mismo papel, entonces? ¿Tú y yo, ambos historiadores?

—Hasta que llegó tu hermano. Desde el momento en que entró por la puerta, quedó claro que lo veía y lo comprendía todo, igual que lo veía yo. Fue gracioso. Porque, por supuesto, en realidad yo nunca había creído en mis propias conclusiones acerca de la familia. Nunca confié en mis propias interpretaciones. Obviamente, nadie veía las cosas igual que yo, así que debía de estar equivocado. Incluso pensé que veía las cosas de forma tan peculiar por culpa de mis ojos. Que si tuviera ojos de verdad, vería las cosas como las veía Miro. O madre.

—Así que Andrew confirmó tus juicios.

—Más que eso. Actuó sobre ellos. Hizo algo al respecto.

—¿Sí?

—Vino como portavoz de los muertos. Pero desde el momento en que entró por la puerta, tomó… tomó…

—¿El mando?

—Tomó la responsabilidad. Para cambiar. Vio todo el mal que yo veía, pero empezó a sanarlo lo mejor que pudo. Vi cómo se comportó con Grego, firme pero amable. Con Quara, respondiendo a lo que realmente deseaba en vez de a lo que afirmaba querer. Con Quim, respetando la distancia que quería mantener. Con Miro, con Ela, con madre, con todo el mundo.

—¿Contigo?

—Haciéndome partícipe de su vida. Conectando conmigo. Viéndome enchufarme a mi ojo y aún así hablándome como si fuera una persona. ¿Sabes lo que eso significó para mí?

—Lo supongo.

—No en lo referente a mí solo. Yo era un niñito ansioso, lo que admito: cualquiera habría podido engañarme, no cabe duda. Es lo que hizo con todos nosotros. Nos trató a todos de forma diferente, y sin embargo continuó siendo él mismo. Tienes que considerar los hombres que había en mi vida. Marcáo, a quien creíamos nuestro padre…, yo no tenía ni idea de quién era. Todo lo que veía era el licor al que apestaba cuando venía borracho, y la sed cuando estaba sobrio. Sed de alcohol pero también sed de respeto, que nunca consiguió. Y entonces se murió. Las cosas mejoraron de inmediato. Seguían sin ir bien, pero mejoraron. Pensé que el mejor padre era el que no estaba presente. Sólo que eso no era cierto. Porque mi padre auténtico, Libo, el gran científico, el mártir, el héroe investigador, el amor de la vida de mi madre…, había engendrado todos aquellos hijos maravillosos, podía ver a la familia atormentada, pero no tomó cartas en el asunto.

—Andrew dijo que tu madre no se lo permitió.

—Eso es…, y siempre hay que hacer lo que dice mi madre, ¿verdad?

—Novinha es una mujer impresionante.

—Piensa que es la única persona en el mundo que ha sufrido —dijo Olhado—. Lo digo sin rencor. Simplemente he observado que está tan llena de dolor, que es incapaz de aceptar en serio el dolor de los demás.

—Intenta decir algo rencoroso la próxima vez. Quizá sea más agradable.

Olhado pareció sorprendido.

—Oh, ¿me estás juzgando? ¿Se trata de maternidad solidaria o algo parecido? ¿Hay que castigar a los hijos que hablan mal de sus madres? Pero te aseguro, Valentine, que lo he dicho en serio. Sin rencor. Sin ojeriza. Conozco a mi madre, eso es todo. Me has pedido que te contara lo que veía…, eso es lo que veo. Eso es lo que vio Andrew también. Todo es dolor. Se siente atraído por él. El dolor lo absorbe como un imán. Y madre tenía tanto dolor que casi lo secó. Excepto que tal vez no se pueda secar a Andrew. Tal vez el pozo de la compasión en su interior no tiene fondo.

Aquel apasionado discurso acerca de Andrew sorprendió a Valentine. También la complació.

—Dices que Quim se volvió hacia Dios en busca del padre invisible perfecto. ¿A quién te volviste tú? Creo que no a alguien invisible.

—No, no a alguien invisible.

Valentine estudió su cara en silencio.

—Lo veo todo en bajorrelieve —dijo Olhado—. Mi percepción de producción es muy escasa. Si pusiéramos una lente en cada ojo en vez de ambas en uno, la binocularidad mejoraría mucho. Pero quería tener el enchufe para el enlace con el ordenador. Quería grabar las imágenes, para poder compartirlas. Por eso veo en bajorrelieve. Como si la realidad fuera un recortable de cartón levemente redondeado, moviéndose contra un fondo plano pintado. En cierto sentido, eso hace que todo el mundo parezca más cercano. Se deslizan unos sobre otros como hojas de papel, frotándose al pasar.

Ella escuchó, pero no dijo nada más durante un rato.

—No a alguien invisible —repitió él, recordando—. Es verdad. Vi lo que hizo Andrew en nuestra familia. Vi que entró y escuchó y contempló y comprendió quiénes éramos, cada individuo de nosotros. Intentó descubrir nuestra necesidad y cubrirla. Aceptó responsabilidad por otras personas y no pareció importarle cuánto le costaría. Y al final, aunque nunca logró normalizar a la familia Ribeira, nos dio paz, orgullo e identidad. Estabilidad. Se casó con madre y fue amable con ella. Nos amó a todos. Siempre estuvo presente cuando lo necesitamos, y no pareció dolerse cuando no lo quisimos. Se mostró firme con nosotros en lo referente a mostrar una conducta civilizada, pero nunca se permitió caprichos a expensas nuestras. Y yo pensé: esto es mucho más importante que la ciencia. O que la política. O que cualquier profesión concreta o logro o meta que puedas conseguir. Pensé: si pudiera crear una buena familia, si lograra aprender a ser para otros niños, para sus vidas enteras, lo que fue Andrew, que llegó tan tarde a la nuestra, entonces eso sería más importante a la larga, sería un logro mejor que nada que pudiera hacer con mi mente o mis manos.

—Así que eres un padre atento —concluyó Valentine.

—Que trabaja en una fábrica de ladrillos para alimentar y vestir a la familia. No un fabricante de ladrillos que tiene también niños. Lini piensa lo mismo.

—¿Lini?

—Jaqueline. Mi esposa. Siguió su propio camino hasta el mismo sitio. Cumplimos con nuestro deber para ganarnos un puesto en la comunidad, pero vivimos para las horas que pasamos en casa. Para el otro, para los niños. Es algo que nunca me otorgará una cita en los libros de historia.

—Te sorprenderías —dijo Valentine.

—Es una vida demasiado aburrida para leer acerca de ella. Pero no para vivirla.

—Entonces el secreto que proteges de tus atormentados hermanos es… la felicidad.

—Paz. Belleza. Amor. Todas las grandes abstracciones. Tal vez veo en bajorrelieve, pero las veo muy cerca.

—Y lo aprendiste de Andrew. ¿Lo sabe él?

—Creo que sí. ¿Quieres saber mi secreto mejor guardado? Cuando estamos solos, únicamente él y yo, o los dos con Lini, cuando estamos solos, lo llamó papá y él me llama hijo.

Valentine no hizo ningún esfuerzo por contener sus lágrimas, como si se derramaran la mitad por él y la mitad por ella.

—Entonces Ender tiene hijos, después de todo —suspiró.

—Aprendí de él a ser padre, y soy muy competente en eso.

Valentine se inclinó hacia delante. Había llegado la hora de hablar de otros asuntos.

—Eso significa que tú, más que ninguno de los demás, perderás algo verdaderamente hermoso si fracasamos en nuestras empresas.

—Lo sé —dijo Olhado—. A la larga, creo que mi elección fue egoísta. Soy feliz, pero no puedo hacer nada para ayudar a salvar a Lusitania.

—Te equivocas. Pero todavía lo ignoras.

—¿Qué puedo hacer?

—Hablemos un poco más, y veamos si podemos averiguarlo. Y si te parece bien, Lauro, tu Jaqueline puede dejar de llorar a escondidas en la cocina, y venir a reunirse con nosotros.

Avergonzada, Jaqueline entró y se sentó junto a su marido. A Valentine le gustó la forma en que se cogieron de la mano. Después de tantos hijos… le recordó la forma en que Jakt y ella se cogían también de la mano, y lo feliz que se sentía al hacerlo.

—Lauro —dijo—, Andrew me ha dicho que cuando eras más joven eras el más inteligente de todos los Ribeira. Que le hablabas de especulaciones filosóficas descabelladas. Ahora mismo, Lauro, mi sobrino adoptivo, lo que necesitamos es filosofía descabellada. ¿Se ha paralizado tu cerebro desde que eras niño? ¿O sigues teniendo pensamientos de gran profundidad?

—Tengo mis pensamientos —declaró Olhado—. Pero ni yo mismo los creo.

—Estamos trabajando en el vuelo más rápido que la luz, Lauro. Estamos trabajando para descubrir el alma de una entidad informática. Estamos intentando reconstruir un virus artificial que tiene insertadas habilidades autodefensivas. Estamos trabajando con magia y milagros. Así que te agradecería cualquier reflexión acerca de la naturaleza de la vida y la realidad.

—Ni siquiera sé de qué ideas hablaba Andrew —dijo Olhado—. Dejé de estudiar física, yo…

—Si quisiera estudios, leería libros. Me gustaría contarte lo que nos dijo una brillante criada china del mundo de Sendero. Déjame conocer tus pensamientos, y yo decidiré qué es útil y qué no lo es.

—¿Cómo? Tú tampoco eres físico.

Valentine se acercó al ordenador que esperaba silenciosamente en el rincón.

—¿Puedo encenderlo?

—Pois náo —ofreció él—. Por supuesto.

—Cuando se conecte, Jane estará con nosotros.

—El programa personal de Ender.

—La entidad informática cuya alma estamos intentando localizar.

—Ah. Tal vez tú deberías intentar decirme cosas.

—Yo ya sé lo que sé. Así que empieza a hablar acerca de esas ideas que tuviste de niño, y lo que ha sido de ellas desde entonces.


Quara se mostró resentida desde el momento en que Miro entró en la habitación.

—No te molestes —gruñó.

—¿Que no me moleste en qué?

—No te molestes en decirme mi deber hacia la humanidad o la familia…, dos grupos separados y sin relación, por cierto.

—¿He venido para eso? —preguntó Miro.

—Ela te ha enviado para persuadirme de que le diga cómo castrar a la descolada.

Miro intentó bromear.

—No soy biólogo. ¿Es posible hacer eso?

—No te las des de listo. Si se corta su habilidad para transmitir información de un virus a otro, será como cortarles la lengua y la memoria y todo lo que los hace inteligentes. Si Ela quiere saber esas cosas, puede estudiar lo que yo estudié. Sólo me costó cinco años de trabajo.

—Una flota está en camino.

—Así que eres un emisario.

—Y la descolada puede averiguar cómo…

Ella lo interrumpió y terminó la frase.

—Sortear todas nuestras estrategias de controlarla, lo sé.

Miro se sintió molesto, pero estaba acostumbrado a que la gente se impacientara con su lentitud para hablar y lo interrumpiera. Al menos ella había adivinado lo que quería decir.

—Puede suceder cualquier día —dijo—. Ela siente la presión del tiempo.

—Entonces debería ayudarme a aprender a hablar con el virus para persuadirlo de que nos deje en paz. Para hacer un tratado, como el que hizo Andrew con los cerdis. En cambio, me ha echado del laboratorio. Bueno, yo también puedo participar en ese juego. Ella me corta el camino, yo se lo corto a ella.

—Estabas revelando secretos a los pequeninos.

—¡Oh, sí, madre y Ela, las guardianas de la verdad! Ellas son las que deciden quién sabe y el qué. Bien, Miro, voy a decirte un secreto. No se protege la verdad impidiendo que otra gente la sepa.

—Lo sé.

—Madre jodió por completo a nuestra familia a causa de sus malditos secretos. Ni siquiera quiso casarse con Libo porque ella estaba decidida a guardar un estúpido secreto, que a él le habría salvado la vida si lo hubiera sabido.

—Lo sé.

Esta vez, habló con tanta vehemencia que tomó a Quara por sorpresa.

—Oh, bien, supongo que ése es un secreto que te molestó más a ti que a mí. Pero entonces deberías estar de mi parte en esto, Miro. Tu vida habría sido mucho mejor, todas nuestras vidas lo habrían sido, si madre se hubiera casado con Libo y le hubiera contado todos sus secretos. Probablemente, él todavía estaría vivo.

Hermosas soluciones. Lindas suposiciones. Pero también falsas como el infierno. Si Libo se hubiera casado con Novinha, no se habría casado con Bruxinha, la madre de Ouanda, y así Miro nunca se habría enamorado sin saberlo de su propia media hermana, porque ella nunca habría existido. Sin embargo, era demasiado para decirlo con su media lengua. Así que se contentó con decir «Ouanda no habría nacido», y esperó que ella sacara las conclusiones.

Quara lo consideró durante un momento y comprendió a Miro.

—Tienes razón —admitió—. Y lo siento. Entonces sólo era una niña.

—Todo ha pasado ya.

—No ha pasado nada —dijo Quara—. Seguimos repitiendo lo mismo, una y otra vez. Los mismos errores, constantemente. Madre sigue pensando que se mantiene a la gente a salvo guardándoles secretos.

—Y tú también —dijo Miro.

Quara pensó en eso durante un instante.

—Ela intentaba impedir que los pequeninos supieran que trabajaba para destruir la descolada. Ése es un secreto que podría haber destruido a toda la sociedad pequenina, y ni siquiera se les consultó. Impedían que los pequeninos se protegieran. Pero lo que yo estoy manteniendo en secreto es…, tal vez, una forma de castrar intelectualmente a la descolada, para hacerla semiviva.

—Para salvar a la humanidad sin destruir a los pequeninos.

—¡Humanos y pequeninos, unidos para comprometerse en cómo anular a una tercera especie indefensa!

—No exactamente indefensa.

Ella lo ignoró.

—Igual que España y Portugal consiguieron que el papa dividiera el mundo entre sus Católicas Majestades en los días después del Descubrimiento. Una línea en el mapa y zas, allí está Brasil, hablando en portugués en vez de en español. No importa que nueve de cada diez indios tuvieran que morir, y que los demás perdieran sus derechos y su poder durante siglos, incluso sus lenguajes…

Ahora le tocó a Miro el turno de impacientarse.

—La descolada no son los indios.

—Es una especie inteligente.

—No lo es.

—¿No? ¿Y cómo estás tan seguro? ¿Dónde está tu título en microbiología y xenogenética? Creía que tus estudios eran de xenología. Y que estaban treinta años anticuados.

Miro no respondió. Sabía que ella era perfectamente consciente de lo mucho que había trabajado para ponerse al día desde su regreso. Era un ataque ad hominem y una estúpida demostración de autoridad. No merecía la pena responder. Así que permaneció allí sentado y estudió su rostro. Esperó a que volviera al reino de la discusión razonable.

—Muy bien —dijo ella—. Ha sido un golpe bajo. Pero enviarte a intentar abrir mis archivos también lo es. Intentar ganarte mi compasión.

—¿Compasión? —preguntó Miro.

—Porque eres un…, porque eres un…

—Lisiado —completó Miro.

No había pensado que la piedad lo fuera a complicar todo. Pero ¿cómo podía evitarlo? Hiciera lo que hiciera, era el acto de un lisiado.

—Bueno, sí.

—Ela no me ha enviado —dijo Miro.

—Madre, entonces.

—Ni madre tampoco.

—Oh, ¿eres entonces un intermediario independiente? ¿0 vas a decirme que te ha enviado toda la humanidad? ¿0 eres un delegado de un valor abstracto?

«Me envió la decencia…»

—Si lo hizo, me envió al lugar equivocado.

Ella retrocedió como si hubiera recibido una bofetada.

—Oh, ¿ahora soy yo la indecente?

—Me envió Andrew.

—Otro manipulador.

—Habría querido venir en persona.

—Pero estaba muy ocupado, haciendo sus propias mediaciones. Nossa Senhora, es un ministro, mezclándose en asuntos científicos que están tan por encima de su capacidad que…

—Cállate —ordenó Miro.

Habló con tanta autoridad que ella guardó silencio, aunque no se sintió feliz por hacerlo.

—Sabes lo que es Andrew. Escribió la Reina Colmena y…

—La Reina Colmena y el Hegemón y la Vida de Humano.

—No me digas que no sabe nada.

—No. Sé que no es cierto —convino Quara—. Es que me enfado y pienso que todo el mundo está contra mí.

—Contra lo que haces, sí.

—¿Por qué no ve nadie las cosas a mi modo?

—Yo las veo.

—Entonces, ¿cómo puedes…?

—También veo las cosas a su modo.

—Sí, señor imparcial. Hazme creer que me comprendes. El enfoque piadoso.

—Plantador se está muriendo para intentar conseguir una información que tú probablemente ya conoces.

—No es cierto. No sé si la inteligencia pequenina viene del virus o no.

—Se podría probar con un virus truncado sin matarlo.

—Truncado…, ¿es ésa la palabra elegida? Muy bien. Mejor que castrado. Cortar todas las extremidades. Y la cabeza, también. No queda nada más que el tronco. Sin poder. Sin mente. Un corazón latiendo, sin ningún propósito.

—Plantador está…

—Plantador está enamorado de la idea de ser un mártir. Quiere morir.

—Plantador te pide que vayas a hablar con él.

—No.

—¿Por qué no?

—Vamos, Miro. Me envían a un lisiado. Quieren que vaya a hablar con un pequenino moribundo. Como si fuera a traicionar a toda una especie porque un amigo doliente, y además voluntario, me llamara con su último suspiro.

—Quara.

—Sí. Te escucho.

—¿De verdad?

—Disse que sim! —replicó ella—. He dicho que sí.

—Puede que tengas razón en todo esto.

—Qué considerado por tu parte.

—Pero puede que también la tengan ellos.

—Sí que eres imparcial.

—Afirmas que se equivocaron al tomar una decisión que podría matar a los pequeninos sin consultarlos. ¿No estás…?

—¿Haciendo lo mismo? ¿Qué crees que debería hacer? ¿Explicar mi punto de vista y someterlo a votación? Unos cuantos miles de humanos, millones de pequeninos de vuestro lado…, pero hay trillones de virus de la descolada. La mayoría manda. Caso cerrado.

—La descolada no es inteligente —insistió Miro.

—Para tu información, estoy enterada de todo este último plan. Ela me envió las transcripciones. A una muchacha china de un planetoide perdido que no sabe nada de xenogenética se le ocurre una hipótesis descabellada, y todos vosotros actuáis como si ya estuviera demostrada.

—Bien…, demuestra que es falsa.

—No puedo. Me han prohibido el acceso al laboratorio. Demostrad vosotros que es cierto.

—La cuchilla de Occam demuestra que es cierto. La explicación más sencilla que encaja con los hechos.

—Occam era un medieval de mierda. La explicación más sencilla que encaja con los hechos es siempre «Dios lo hizo». O tal vez… esa vieja del camino es una bruja. Ella lo hizo. Es lo que pasa con esta hipótesis, sólo que no sabéis ni siquiera dónde está la bruja.

—La descolada es demasiado repentina.

—No evolucionó, lo sé. Tuvo que venir de algún otro lugar. Bien. Aunque sea artificial, eso no significa que ahora no tenga inteligencia.

—Está intentando matarnos. Es varelse, no raman.

—Oh, sí, la jerarquía de Valentine. Bien, ¿cómo sé yo que la descolada es varelse y nosotros raman? A mi entender, la inteligencia es la inteligencia. Varelse es sólo el término que inventó Valentine para que significara Inteligencia-que-hemos-decidido-matar, y raman significa Inteligencia-que-hemos-decidido-no-matar-todavía.

—Es un enemigo irracional e inmisericorde.

—¿Los hay de otra clase?

—La descolada no respeta ninguna otra vida. Quiere matarnos. Ya gobierna a los pequeninos. Tanto, que puede regular este planeta y extenderse a otros mundos.

Por una vez, ella le dejó terminar un parlamento largo. ¿Significaba que lo estaba escuchando?

—Acepto parte de la hipótesis de Wang-mu —dijo Quara—. Parece lógico que la descolada esté regulando la gaialogía de Lusitania. De hecho, ahora que lo pienso, es obvio. Explica la mayoría de las conversaciones que he observado: el paso de información de un virus a otro. Calculo que un mensaje tardaría sólo unos pocos meses en llegar a todos los virus del planeta. Funcionaría. Pero sólo porque la descolada esté gobernando la gaialogía no significa que hayáis demostrado que no es inteligente. De hecho, podría ser al revés: la descolada, al aceptar la responsabilidad de regular la gaialogía de todo un mundo, está demostrando altruismo. Y también protección: si viéramos a una madre leona atacando a un intruso para proteger a sus crías, la admiraríamos. Eso es lo que está haciendo la descolada: lanzarse contra los humanos para proteger su preciosa responsabilidad. Un planeta vivo.

—Una madre leona protegiendo a sus cachorros.

—Eso creo.

—O un perro rabioso devorando a nuestros bebés.

Quara hizo una pausa. Reflexionó durante un momento.

—O ambas cosas. ¿Por qué no puede ser ambas cosas? La descolada está intentando regular un planeta. Pero los humanos se vuelven más y más peligrosos. Para ella, nosotros somos el perro rabioso. Desenraizamos las plantas que forman parte de su sistema de control, y plantamos las nuestras, que no le responden. Hacemos que algunos de los pequeninos se comporten de forma extraña y la desobedezcan. Quemamos un bosque en un momento en que ella intenta crear más. ¡Claro que quiere deshacerse de nosotros!

—Entonces está decidida a destruirnos.

—¡Está en su derecho! ¿Cuándo verás que la descolada tiene derechos?

—¿No los tenemos nosotros? ¿No los tienen los pequeninos?

Ella guardó silencio de nuevo. No hubo ningún argumento inmediato en contra. Eso le dio a Miro esperanzas de que tal vez pudiera estar escuchándolo realmente.

—¿Sabes una cosa, Miro?

—¿Qué?

—Tuvieron razón al enviarte.

—¿Sí?

—Porque no eres uno de ellos.

«Eso es muy cierto —pensó Miro—. Nunca seré "uno de" nada nunca más.»

—Tal vez no podarnos hablar con la descolada. Y tal vez sea sólo un artefacto. Un robot biológico que ejecuta su programación. Pero a lo mejor no lo es. Y me están impidiendo averiguarlo.

—¿Y si te permiten el acceso al laboratorio?

—No lo harán —dijo Quara—. Si crees lo contrario, no conoces a Ela y a madre. Han decidido que no soy de fiar, y eso es todo. Bien, yo también he decidido que tampoco ellas lo son.

—Así que todas las especies mueren por el orgullo familiar.

—¿Eso es lo que tú piensas, Miro? ¿Orgullo? ¿Estoy resistiendo simplemente por una causa tan poco noble como una pequeña disputa?

—Nuestra familia tiene mucho orgullo.

—Bien, no importa lo que opines, hago esto según mi conciencia, no importa si lo llamas orgullo, obcecación o como prefieras.

—Te creo.

—¿Pero te creo yo cuando dices que me crees? Estamos en un buen lío. —Se volvió hacia su terminal—. Vete ahora, Miro. Te prometí que lo pensaría, y lo haré.

—Ve a ver a Plantador.

—También pensaré en eso. —Sus dedos gravitaron sobre el teclado—. Es mi amigo, lo sabes. No soy inhumana. Iré a verlo, puedes estar seguro de eso.

—Bien.

Miro se encaminó hacia la puerta.

—Miro —lo llamó ella.

Se volvió, esperó.

—Gracias por no amenazarme con que ese programa vuestro abra mis archivos si no lo hago yo.

—Por supuesto que no —dijo él.

—Andrew me habría amenazado con eso, ya sabes. Todo el mundo piensa que es un santo, pero siempre amenaza a la gente que no le obedece.

—Él no me amenaza.

—Lo he visto hacerlo.

—Advierte.

—Oh, perdóname. ¿Existe alguna diferencia?

—Sí —dijo Miro.

—La única diferencia entre una advertencia y una amenaza consiste en si tú eres la persona que la hace o la que la recibe.

—No. La diferencia consiste en lo que pretende esa persona.

—Márchate. Tengo trabajo que hacer, aunque esté pensando. Márchate.

Miro abrió la puerta.

—Pero gracias-dijo ella. —Él cerró la puerta a su espalda.

Mientras se alejaba, lane conectó inmediatamente con él.

—Veo que decidiste no decirle que entré en sus archivos incluso antes de que vinieras.

—Sí, bueno. Me siento como un hipócrita —suspiró Miro—. Me agradeció algo que ya había hecho.

—Lo hice yo.

—Fuimos nosotros. Tú, Ender y yo. Vaya grupo.

—¿Lo pensará de verdad?

—Tal vez. O quizá ya lo haya pensado y haya decidido cooperar y esté solamente buscando una excusa. O tal vez ya ha decidido no hacerlo y dijo unas palabras amables porque me tiene lástima.

—¿Qué crees que hará?

—No lo sé. Pero sí sé lo que haré yo. Me avergonzaré de mí mismo cada vez que piense en cómo la dejé creer que respeté su intimidad, cuando ya habíamos saqueado sus archivos. A veces creo que no soy una buena persona.

—Te darás cuenta de que no te dijo que tiene guardados sus verdaderos hallazgos fuera del sistema informático, así que los únicos archivos a los que pude acceder son basura sin valor. Tampoco ella ha sido sincera contigo.

—Sí, pero es una fanática sin ningún sentido del equilibrio ni la proporción.

—Eso lo explica todo.

—Tendencias de la familia —dijo Miro.


La reina colmena estaba sola esta vez. Tal vez agotada después de… ¿Aparearse? ¿Poner huevos? Parecía que ahora se pasaba todo el tiempo haciéndolo. No tenía elección. Ahora que las obreras tenían que patrullar el perímetro de la colonia humana, debía producir-aún más de lo que había previsto. Sus retoños no necesitaban ser educados: entraban rápidamente en la edad adulta, disponiendo de todo el conocimiento que tenían los demás especímenes maduros. Pero el proceso de concepción, puesta de huevos, salida y crisálida requería tiempo. Semanas para cada adulto. Comparada con un solo humano, la reina producía una prodigiosa cantidad de jóvenes. Pero comparada con la ciudad de Milagro, con más de un millar de mujeres en edad de procrear, la colonia insectora únicamente contaba con una hembra productora.

Aquello siempre había preocupado a Ender. Le inquietaba saber que sólo había una reina colmena. ¿Y si le sucedía algo? Pero claro, también le inquietaba a la reina pensar que los seres humanos tenían sólo un puñado de niños…, ¿y si les sucedía algo a ellos? Ambas especies practicaban una combinación de cría y sobrexcedencia para proteger su herencia genética. Los humanos tenían un sobrexcedente de padres, y luego nutrían a los pocos retoños. La reina colmena tenía un sobrexcedente de retoños, luego criaban a los padres. Cada especie había encontrado su equilibrio de estrategia.

‹¿Por qué nos molestas con esto?›

—Porque estamos en un callejón sin salida. Porque todo el mundo lo está intentando, y vosotros os jugáis tanto como nosotros.

‹¿Sí?›

—La descolada os amenaza igual que a nosotros. Algún día, probablemente no podrás controlarla, y entonces desapareceréis.

‹Pero no vienes a consultarme acerca de la descolada.›

—No.

Era el problema del vuelo más rápido que la luz. Grego se había estado devanando los sesos. En la cárcel no tenía nada más que hacer. La última vez que Ender habló con él, lloró, tanto de cansancio como de frustración. Había cubierto montones de papeles con ecuaciones, esparciéndolos por toda la habitación que se usaba como celda.

—¿No te importa viajar más rápido que la luz?

‹Sería muy bonito.›

La suavidad de la respuesta casi le dolió, de tanto como le decepcionó. «Así es la desesperación —pensó—. Quara es una pared de ladrillo sobre la naturaleza de la inteligencia de la descolada. Plantador se muere por deprivación de descolada. Han Fei-tzu y Wang-mu se esfuerzan por duplicar años de estudios en varios campos, todos a la vez. Grego está agotado. Y ningún resultado.»

Ella debió de oír tan claramente su angustia como si hubiera gritado.

‹No.›

‹No.›

—Lo habéis hecho —dijo él—. Tiene que ser posible.

‹Nunca hemos viajado más rápido que la luz.›

—Proyectasteis una acción a través de años luz. Me encontrasteis.

‹Tú nos encontraste a nosotras, Ender.›

—No del todo. Nunca supe siquiera que habíamos establecido contacto mental hasta que encontré el mensaje que habíais dejado para mí.

Fue el momento más extraño de su vida, al encontrarse en un mundo alienígena y ver un modelo, una réplica del paisaje que sólo existía en otro lugar: el ordenador en el que había jugado su versión personalizada del juego de Fantasía. «Fue como encontrarte a un perfecto desconocido que te dijera lo que has soñado la noche anterior.» Los insectores habían estado dentro de su cabeza. Aquello lo asustó, pero también lo excitó. Por primera vez en su vida, se sintió conocido. No se trataba de popularidad: era famoso en toda la humanidad, y en aquellos días su fama era toda positiva, el mayor héroe de todos los tiempos. Otras personas sabían de él. Pero con el artefacto insector, descubrió por primera vez que se le conocía.

‹Piensa, Ender. Sí, alcanzamos a nuestro enemigo, pero no te estábamos buscando. Buscábamos a alguien como nosotras. Una red de mentes unidas, con una mente central que lo controlara todo. Nosotras encontramos nuestras mentes sin intentarlo, porque reconocemos la pauta. Encontrar a una hermana es como encontrarte a ti misma.›

—¿Cómo me encontrasteis, entonces?

‹Nunca pensamos en el cómo. Sólo lo hicimos. Encontramos una fuente caliente y brillante. Una red, pero muy extraña, con miembros variables. Y en el centro, no alguien como nosotras, sino otro… común. Tú. Pero con mucha intensidad. Enfocado en la cadena, hacia los otros humanos. Enfocado hacia dentro de tu juego de ordenador. Y enfocado hacia fuera, más allá de todo, sobre nosotras. Buscándonos.›

—No os buscaba. Os estudiaba. —Estudiaba todos los vids que había en la Escuela de Batalla, intentando comprender la forma en que funcionaba una mente insectora—. Os estaba imaginando.

‹Eso decimos nosotras. Buscándonos. Imaginándonos. Es así como nos encontramos. Por eso nos llamabas.›

—¿Y eso fue todo?

‹No, no. Eras muy extraño. No sabíamos lo que eras. No pudimos leer nada en ti. Tu visión era muy limitada. Tus ideas cambiaban rápidamente, y sólo pensabas en una cosa cada vez. Y la cadena a tu alrededor seguía cambiando constantemente, la conexión de cada miembro contigo se relajaba y se perdía con el tiempo, a veces muy rápidamente…›

Ender tenía problemas para comprender lo que decía. ¿A qué tipo de cadena estaba conectado?

‹A los otros soldados. A tu ordenador.›

—No estaba conectado. Eran mis soldados, nada más.

‹¿Cómo crees que estamos conectadas nosotras? ¿Ves algún cable?›

—Pero los humanos son individuales, no como vuestras obreras.

‹Muchas reinas, muchas obreras, cambiando constantemente, muy confuso. Una época terrible, aterradora. ¿Qué eran esos monstruos que habían destruido nuestra nave colonial? ¿Qué clase de criatura? Erais tan extraños que no alcanzábamos a imaginaros. Sólo pudimos sentirte cuando nos estabas buscando.›

No servía de nada. Ninguna relación con el vuelo más rápido que la luz. Todo sonaba a superstición, no a ciencia. Nada que Grego pudiera expresar matemáticamente.

‹Sí, eso es. No hacemos esto como una ciencia ni como tecnología. Ningún número, ni siquiera pensamientos. Te descubrimos como se crea una nueva reina. Como se comienza una nueva colmena.›

Ender no comprendía cómo el hecho de establecer un enlace ansible con su cerebro podía compararse a la creación de una nueva reina.

—Explícamelo.

‹No pensamos en ello. Sólo lo hacemos.›

—¿Pero qué hacéis cuando lo hacéis?

‹Lo que siempre hacemos.›

—¿Y qué hacéis siempre?

‹¿Cómo haces que tu pene se llene de sangre para aparearte, Ender? ¿Cómo haces que tu páncreas segregue enzimas? ¿Cómo llegas a la pubertad? ¿Cómo enfocas tus ojos?›

—Entonces recuerda lo que hacéis y muéstramelo.

‹Olvidas que no te gusta que te mostremos cosas a través de nuestros ojos.›

Era cierto. Lo había intentado un par de veces, cuando era muy joven y acababa de descubrir la crisálida. No podía soportarlo, no podía sacarle ningún sentido. Destellos, unos cuantos momentos claros, pero todo resultaba tan confuso que se dejó llevar por el pánico, y probablemente se desmayó, aunque se encontraba solo y no pudo estar seguro de lo que había sucedido, desde un punto de vista clínico.

—Si no puedes decírmelo, tenemos que hacer algo.

‹¿Eres como Plantador? ¿Intentas morir?›

—No. Te diré que pares. No me mató antes.

‹Intentaremos… algo intermedio. Algo más suave. Nosotras recordaremos, y te diremos lo que pasa. Te mostraremos fragmentos. Te protegeremos. A salvo.›

—Inténtalo, sí.

La reina colmena no le dio tiempo de reflexionar o prepararse. De inmediato, Ender sintió que veía a través de ojos compuestos, no muchas lentes con la misma visión, sino cada lente con su propia imagen. Experimentó la misma vertiginosa sensación de muchos años atrás. Pero esta vez comprendió un poco mejor, en parte porque ella lo hizo menos intenso que antes, y en parte porque ahora tenía más datos acerca de la reina y de lo que le estaba haciendo.

Las múltiples visiones diferentes era lo que veía cada una de las obreras, como si fueran un solo ojo conectado al mismo cerebro. No había ninguna esperanza de que Ender sacara sentido a tantas imágenes a la vez.

‹Te mostraremos una. La que importa.›

La mayoría de las visiones desaparecieron casi inmediatamente. Entonces, una a una, las otras fueron clasificadas. Ender imaginó que ella debía de tener algún principio organizador para las obreras. Pudo descartar a las que no formaran parte del proceso creador de reinas. luego, por bien de Ender, tuvo que elegir incluso entre aquellas que sí lo eran, y eso fue más difícil porque normalmente podía escoger mejor las visiones por tareas que por obreras individuales. Sin embargo, por fin fue capaz de mostrarle una imagen primaria y él logró enfocarse en ella, ignorando los destellos y parpadeos de las visiones periféricas.

La puesta de una reina. Ella se lo había mostrado antes, con una visión cuidadosamente planeada la primera vez que la vio, cuando intentaba explicarle cosas. Ahora, sin embargo, no se trataba de una presentación estilizada y cuidadosamente orquestada. La claridad había desaparecido. Era oscuro, distraído, real. Era memoria, no arte.

‹Ves que tenemos el cuerpo-reina. Sabemos que es una reina porque empieza a buscar obreras, incluso como larva.›

—Entonces, ¿puede hablarle?

‹Es una estúpida. Como una obrera.›

—¿No desarrolla la inteligencia hasta que está en la crisálida?

‹No. Tiene su… igual que tu cerebro. La memoria-pensamiento. Está vacía.›

—Entonces tienes que enseñarle.

‹¿De qué serviría enseñarle? El pensador no está allí. La cosa encontrada. El unidor›

—No sé de qué estás hablando.

‹Deja de intentar mirar y piensa, entonces. Eso no se hace con los ojos.›

—Entonces deja de mostrarme cosas, si depende de otro sentido. Los ojos son demasiado importantes para los humanos. Si veo algo, la imagen enmascara todo menos el habla clara, y no creo que haya mucho de eso en la creación de una reina.

‹¿Cómo va ahora?›

—Todavía veo algo.

‹Tu cerebro lo convierte en visión.›

—Entonces explícalo. Ayúdame a encontrarle un sentido.

‹Es la forma en que nos sentimos unas a otras. Localizamos el lugar de búsqueda en el cuerpo-reina. Todas las obreras lo tienen también, pero todo lo que busca es la reina y cuando la encuentra la búsqueda ha terminado. La reina nunca deja de buscar. De llamar.›

—¿Entonces la encuentras?

‹Sabemos dónde está. El cuerpo-reina. El llamador-de-obreras. El contenedor-de-memoria.›

—¿Quieres decir que hay algo más? ¿Algo aparte del cuerpo de la reina?

‹Sí, por supuesto. La reina es sólo un cuerpo, igual que las obreras. ¿No lo sabías?›

—No, nunca lo había visto.

‹No se puede ver. No con los ojos.›

—No sabía buscar otra cosa. Vi la creación de la reina cuando me lo mostraste por primera vez hace años. Entonces creí comprender.

‹Creíamos que lo habías hecho.›

—Entonces, si la reina es sólo un cuerpo, ¿quién eres tú?

‹Somos la reina colmena. Y todas las obreras. Venimos y hacemos una persona de todo. El cuerpo-reina obedece igual que los cuerpos-obreras. Los unimos, los protegemos, los dejamos trabajar perfectamente según sea necesario. Somos el centro. Cada una de nosotras.›

—Pero siempre has hablado como si fueras la reina colmena.

‹Lo somos. Y también todas las obreras. Lo somos todas juntas.›

—Pero esa cosa-centro, ese unidor…

‹Lo llamamos para que venga y tome el cuerpo-reina, para que pueda ser sabia nuestra hermana.›

—Lo llamáis. ¿Qué es?

‹La cosa que llamamos.›

—Sí, pero ¿qué es?

‹¿Qué me pides? Es la cosa-llamada. La llamamos.›

Era casi insoportablemente frustrante. Gran parte de lo que hacía la reina colmena era instintivo. No tenía ningún lenguaje y por eso nunca se había visto, en la necesidad de desarrollar explicaciones claras para lo que nunca había necesitado ser explicado hasta el momento. Por eso tenía que ayudarla a encontrar una forma de clarificar lo que no podía percibir directamente.

—¿Dónde la encontráis?

‹Oye nuestra llamada y viene.›

—Pero ¿cómo la llamáis?

‹Como tú nos llamaste. Imaginamos la cosa en que debe convertirse. La pauta de la colmena. La reina y las obreras y la unión. Entonces viene una que comprende la pauta y puede contenerla. Le damos el cuerpo-reina›

—Entonces llamáis a otra criatura para que venga y tome posesión de la reina.

‹Para que se convierta en la reina y la colmena y todo. Para que contenga la pauta que imaginarnos.›

—¿Y de dónde viene?

‹De dondequiera que esté cuando siente la llamada.›

—¿Pero dónde está eso?

‹Aquí no.›

—Bien, te creo. ¿Pero de dónde viene?

‹No puedo pensar en el lugar.›

—¿Lo has olvidado?

‹Queremos decir que el lugar donde está no puede ser pensado. Si pudiéramos pensar en el lugar, entonces ellos habrían pensado en sí mismos y ninguno necesitaría tomar la pauta que mostramos›

—¿Qué clase de cosa es el unidor?

‹No podemos verlo. No podemos saberlo hasta que encuentra la pauta y luego cuando está aquí es como nosotras.›

Ender no pudo evitar un estremecimiento. Desde el principiohabía pensado que hablaba con la reina colmena. Ahora se dio cuenta de que la cosa que le hablaba en su mente estaba solamente usando ese cuerpo igual que usaba a los insectores. Simbiosis. Un parásito controlador, que poseía todo el sistema de la reina colmena, utilizándolo.

‹No. Es fea, la cosa terrible en la que estás pensando. No somos otra cosa. Somos esta cosa. Somos la reina colmena, igual que tú eres el cuerpo. Tú dices mi cuerpo, y eres tu cuerpo, pero eres también poseedor del cuerpo. La reina colmena es nosotras mismas, este cuerpo soy yo, no otra cosa dentro. Yo. No fui hasta que descubrí la imaginación.›

—No comprendo. ¿Cómo fue?

‹¿Cómo puedo recordar? No tuve memoria hasta que seguí la imaginación y llegué a este lugar y me convertí en la reina colmena.›

—Entonces, ¿cómo sabes que no eres la reina colmena?

‹Porque después de que viniera, ellas me dieron los recuerdos. Vi el cuerpo-reina antes de venir, y luego después de estar en él. Fui lo bastante fuerte para contener la pauta en mi mente, y por eso pude poseerlo. Me convertí en él. Tardé muchos días pero entonces fuimos completas y pudieron darnos los recuerdos porque yo tenía toda la memoria.›

La visión que le había ofrecido la reina colmena empezó a desaparecer. No servía de nada de todas formas, o al menos de ninguna manera que él alcanzara a comprender. Sin embargo, una imagen mental se aclaraba ahora para Ender, una que venía de su propia mente para explicar todas las cosas que ella estaba diciendo. Las otras reinas colmena (no presentes físicamente, la mayoría de ellas, sino enlazadas filóticamente con la reina que tenía que estar allí) contenían la pauta de la relación entre reina colmena y obreras en sus mentes, hasta que una de las misteriosas criaturas sin memoria podía contener la pauta en su mente y a partir de entonces tomar posesión de ella.

‹Sí.›

—Pero ¿de dónde vienen esas cosas? ¿Dónde tenéis que ir para conseguirlas?

‹No vamos a ninguna parte. Llamamos, y allí están.›

—Estonces, ¿están en todas partes?

‹No están aquí. En ningún sitio. En otro lugar.›

—Pero has dicho que no tenéis que ir a ninguna parte para conseguirlas.

‹Puertas. No sabemos dónde están, pero en todas partes hay una puerta.›

—¿Cómo son las puertas?

‹Tu cerebro hizo la palabra que dices. Puerta. Puerta.›

Ahora Ender advirtió que «puerta» era la palabra que su cerebro había invocado para etiquetar el concepto que ella ponía en su mente. De repente encontró una explicación lógica.

—No están en el mismo continuum espacio temporal que nosotros. Pero pueden entrar en cualquier punto.

‹Para ellos todos los puntos son el mismo punto. Todos los lugares son el mismo lugar. Sólo encuentran un lugar en la pauta.›

—Pero esto es increíble. Llamáis a algún ser de otro sitio, y…

‹Llamar no es nada. Todas las cosas lo hacen. Todas las nuevas creaciones. Tú lo haces. Cada bebé humano tiene esta cosa. Los pequeninos son también estas cosas. Hierba y luz. Todas las cosas los llaman, y ellos vienen a la pauta. Si ya hay alguien que comprende la pauta, entonces vienen y lo poseen. Las pautas pequeñas son muy fáciles. Nuestra pauta es muy difícil. Sólo uno muy sabio puede poseerla.›

—Filotes —dijo Ender—. Las cosas de las que están hechas todas las otras cosas.

‹La palabra que dices no tiene el significado que nosotras queremos decir.›

—Porque solamente estoy haciendo la conexión. Nunca pretendimos lo que has descrito, pero lo que sí pretendimos, puede que sea lo que describiste.

‹Muy confuso.›

—Bienvenida al club.

‹Muy bienvenido risueño feliz.›

Así que cuando tenéis una reina colmena, ya tenéis el cuerpo biológico, y esta cosa nueva, este filote que llamáis al no-lugar donde están los filotes, tiene que ser uno capaz de comprender la compleja pauta que tenéis en vuestra mente de lo que es una reina colmena; y cuando viene uno para hacerlo, toma esa identidad y posee el cuerpo y se convierte en la esencia de ese cuerpo…

‹De todos los cuerpos.›

—Pero todavía no hay obreras cuando se crea la reina.

‹Se convierte en la esencia de las obreras-que-vendrán›

—Estamos hablando del paso a otra clase de espacio. Un lugar donde ya están los filotes.

‹Todos en el mismo no-lugar. Ninguna situación en ese lugar. Ningún emplazamiento. Todos hambrientos de lugar. Todos sedientos de pauta. Todos solitarios de entidad.›

—¿Y dices que nosotros estamos hechos de las mismas cosas?

‹¿Cómo podríamos haberte encontrado si no fuera así?›

—Pero dijiste que encontrarme fue como crear a una reina colmena.

‹No pudimos encontrar la pauta en ti. Intentamos crear una pauta entre tú y los otros humanos, pero seguías cambiando y cambiando, y no conseguimos encontrarle sentido. Y tú tampoco pudiste encontrarnos sentido, por eso tu búsqueda tampoco logró crear una pauta. Por eso tomamos la tercera pauta. Tu búsqueda en la máquina. Tu ansia de ella. Como el ansia de vida de un nuevo cuerpo-reina. Estabas uniéndote al programa del ordenador. Te mostraba imágenes. Encontramos las imágenes en el ordenador y las encontramos en tu mente. Las emparejamos mientras tú mirabas. El ordenador era muy complicado y tú lo eras aún más, pero era una pauta que se mantenía. Os movíais juntos y mientras estabais juntos os poseíais unos a otros, teníais la misma visión. Y cuando imaginabas algo y lo hacías, el ordenador sacaba algo de tu imaginación e imaginaba algo más. Muy primitivo por parte del ordenador. No era una entidad. Pero tú la creabas con tu ansia. La búsqueda que hacías.›

—El Juego de Fantasía-dijo Ender—. Sacaste una pauta del Juego de Fantasía.

‹Imaginamos lo mismo que tú. Todas nosotras juntas. Llamamos. Fue,muy complicado y extraño, pero mucho más simple que nada de lo que encontramos en ti. Desde entonces sabemos que muy pocos humanos son capaces de concentrarse de la forma en que tú te concentraste en aquel juego. Tampoco hemos visto ningún otro programa de ordenador que respondiera a un humano de la forma en que ese juego te respondía. También ansiaba. Daba vueltas y vueltas, intentando encontrar algo que crear para ti.›

—Y cuando llamasteis…

‹Vino. El puente que necesitábamos. El unidor para ti y el programa. Contuvo la pauta de forma que cobró vida aunque tú no le prestaras atención. Estaba unido a ti, y tú formabas parte de él, y a la vez nosotras podíamos comprenderlo. Fue el puente.›

—Pero cuando un filote toma posesión de una nueva reina colmena, la controla, al cuerpo-reina y a los cuerpos-obrera. ¿Por que no me controló este puente que establecisteis?

‹¿Crees que no lo intentamos?›

—¿Por qué no funcionó?

‹No fuiste capaz de dejar que una pauta como ésa te controlara. Pudiste convertirte voluntariamente en parte de una pauta que era real y estaba viva, pero no pudiste ser controlado por ella. Ni siquiera pudiste ser destruido por ella. Y había tanto de ti en la pauta que tampoco nosotros pudimos controlarla. Demasiado extraña›

—Pero la usasteis para leer mi mente.

‹La usamos para estar conectados contigo a pesar de toda la extrañeza. Te estudiamos, sobre todo cuando jugabas. Y a medida que te fuimos comprendiendo, empezamos a entender a toda tu especie. Que cada uno de vuestros individuos estaba vivo, sin ninguna reina colmena.›

—¿Más complicado de lo que esperabais?

‹Y también menos. Vuestras mentes individuales eran más simples en las formas en que esperábamos que fueran complicadas, y complicadas en formas que esperábamos fueran simples. Nos dimos cuenta de que estabais verdaderamente vivos y erais hermosos a vuestro modo trágico, perverso y solitario, y decidimos no enviar otra nave colonial a vuestros mundos.›

—Pero nosotros lo ignorábamos. ¿Cómo podríamos haberlo sabido?

‹También nos dimos cuenta de que erais peligrosos y terribles. Tú en concreto, peligroso porque encontrabas todas nuestras pautas y no podíamos pensar en nada lo bastante complicado para confundirte. Así que nos destruiste a todas menos a mí. Ahora te comprendo mejor. He tenido todos estos años para estudiarte. No eres tan aterradoramente inteligente como creíamos.›

—Lástima. Inteligencia aterradora es lo que nos haría falta ahora.

‹Nosotros preferimos un brillo reconfortante de inteligencia.›

—Los humanos nos hacemos más lentos al envejecer. Dame unos cuantos años más y seré completamente conveniente.

‹Sabemos que morirás algún día. Aunque lo hayas pospuesto tanto.›

Ender no quería que aquello se convirtiera en otra conversación acerca de la mortalidad o cualquiera de los otros aspectos de la vida humana que tanto fascinaban a la reina colmena. Pero quedaba otro tema que se le había ocurrido durante la explicación de la reina. Una posibilidad intrigante.

—El puente que tendisteis. ¿Dónde estaba? ¿En el ordenador?

‹Dentro de ti. Como yo estoy dentro del cuerpo de la reina colmena›

—Pero no forma parte de mí.

‹Parte de ti pero también no-parte. Otro. Fuera pero dentro. Unido a ti pero libre. No podía controlarte ni tú podías controlarlo.›

—¿Podía controlar al ordenador?

‹No se nos ocurrió. No nos importó. Tal vez.›

—¿Cuánto tiempo utilizasteis el puente? ¿Cuánto tiempo estuvo allí?

‹Dejamos de pensar en él. Pensábamos en ti.›

—Pero estuvo presente todo el tiempo que estuvisteis estudiándome.

‹¿Adónde podría ir?›

—¿Cuánto podría durar?

‹Nunca hicimos antes uno como ése. ¿Cómo podríamos saberlo? La reina colmena muere cuando muere el cuerpo-reina›

—¿Pero en qué cuerpo estaba el puente?

‹En el tuyo. Es el centro de la pauta.›

—¿Esa cosa estaba dentro de mí?

‹Por supuesto. Pero seguía siendo no-tú. Nos decepcionó cuando no nos facilitó tu control y dejamos de pensar en ella. Pero ahora vemos que fue muy importante. Tendríamos que haberla buscado. Tendríamos que haberla recordado.›

—No. Para vosotros fue como… una función corporal. Como cerrar el puño para golpear a alguien. Lo cerrasteis, y luego cuando no lo necesitasteis no advertisteis si el puño estaba allí.

‹No comprendemos la relación, pero parece tener sentido para ti.›

—Está todavía viva, ¿verdad?

‹Tal vez. Intentamos sentirla. Encontrarla. ¿Dónde podemos mirar? La vieja pauta no está allí. Ya no juegas al juego de Fantasía›

—Pero todavía estaría unida al ordenador, ¿verdad? Una conexión entre el ordenador y yo. Sólo que la pauta habría crecido, ¿verdad? Podría incluir también a otras personas. Piensas que está unida a Miro, el joven que traje conmigo…

‹El roto…›

—Y en vez de estar unida a un solo ordenador, unida a miles y miles de ellos, a través de los enlaces ansibles entre los mundos.

‹Tal vez. Estaba viva. Podría crecer. Igual que nosotras crecemos cuando hacemos más obreras. Todo este tiempo. Ahora que lo mencionas, estamos seguras de que debe estar ahí, porque nosotras seguimos unidas a ti y sólo contactamos contigo a través de la pauta. La conexión es muy fuerte ahora…, es parte de lo que es, el enlace entre nosotras y tú. Creímos que la conexión se hizo más intensa porque te conocíamos mejor. Pero tal vez se intensificó porque el puente crecía.›

—Y yo siempre creí… Jane y yo siempre creímos que ella era…, que de algún modo había llegado a existir en las conexiones ansibles entre los mundos. Es ahí probablemente donde se siente a sí misma, en el lugar que considera el centro de su…, iba a decir su cuerpo.

‹Estamos intentando sentir si el puente entre nosotros sigue ahí. Es difícil.›

—Como intentar encontrar un músculo concreto que has estado usando toda la vida, pero nunca solo.

‹Interesante comparación. No vemos la relación… pero no, ahora la vemos.›

—¿La comparación?

‹El puente. Muy grande. La pauta es demasiado grande. No podemos comprenderla ya. Inmensa. Memoria… muy confusa. Mucho más difícil de encontrar que tú la primera vez…, muy confusa. Nos perdemos. No podemos contenerla en nuestra mente.›

—Jane —dijo Ender—. Ahora eres una chica mayor.

La voz de Jane le respondió.

—Estás haciendo trampa, Ender. No oigo lo que ella te dice. Sólo siento el latido de tu corazón y tu respiración rápida.

‹Jane. Hemos visto ese nombre en tu mente muchas veces. Pero el puente no era una persona con rostro…›

—Tampoco lo es Jane.

‹Vemos una cara en tu mente cuando piensas en ese nombre. Todavía la vemos. Siempre creíamos que era una persona. Pero ahora…›

—Ella es el puente. Vosotros la creasteis.

‹La llamamos. Tú creaste la pauta. Ella la poseyó. Lo que es, esta Jane, este puente, empezó con la pauta que descubrimos en ti y el juego de Fantasía, sí, pero ella se ha imaginado a sí misma para ser mucho mayor. Debe de haber sido muy fuerte y poderosa, un… filote, si vuestra palabra es el nombre adecuado, para poder cambiar su propia pauta y todavía recordar ser ella misma.›

—Buscasteis a través de los años-luz y me encontrasteis porque yo os estaba buscando. Y entonces localizasteis una pauta y llamasteis a una criatura de otro espacio que se aferró a la pauta y la poseyó y se convirtió en Jane. Todo instantáneamente. Más rápido que la luz.

‹Pero eso no es viajar más rápido que la luz. Es imaginar y llamar más rápido que la luz. Sigue sin recogerte aquí y ponerte allí.›

—Lo sé. Lo sé. Puede que esto no nos ayude a responder la pregunta que os he formulado. Pero tenía otra pregunta, igual de importante para mí, y nunca se me ocurrió que tuviera relación contigo, y tenías la respuesta todo el tiempo. Jane es real, ha estado viva desde el principio, y su esencia no está en el espacio, sino dentro de mí. Conectada conmigo. No pueden matarla desconectándola. Algo es algo.

‹Si matan la pauta, puede morir.›

—Pero no pueden matar a toda la pauta, ¿no lo ves? Después de todo, no depende de los ansibles. Depende de mí y del enlace que existe entre los ordenadores y yo. No pueden cortar el enlace que existe entre los ordenadores de aquí y los satélites que orbitan Lusitania y yo. Y tal vez Jane no necesita tampoco los ansibles. Después de todo, tú no los necesitas para buscarme a través de ella.

‹Muchas cosas extrañas son posibles. No podemos imaginarlas. Las cosas que pasan por tu mente parecen muy estúpidas y extrañas. Nos estás cansando mucho, con tanto pensar en cosas imaginarias, estúpidas e imposibles.›

—Te dejaré, entonces. Pero esto ayudará. Tiene que ayudar. Si Jane da con una forma de sobrevivir gracias a esto, será una auténtica victoria. La primera victoria, cuando empezaba a pensar que no habría ninguna.

En el momento en que abandonó la presencia de la reina colmena, Ender empezó a hablar con Jane para contarle lo que le había explicado la reina colmena. Quién era Jane, cómo fue creada.

Y a medida que él iba hablando, ella se analizaba a sí misma a la luz de lo que decía. Empezó a descubrir cosas acerca de sí misma que nunca había imaginado. Para cuando Ender regresó a la colonia humana, había verificado cuanto fue posible de su historia.

—Nunca lo descubrí porque siempre empezaba por una hipótesis falsa —dijo Jane—. Imaginaba que mi centro estaba en algún lugar en el espacio. Tendría que haber supuesto que estaba en tu interior por el hecho de que, incluso cuando estaba furiosa contigo, tenía que volver a ti para sentirme en paz.

—Y ahora la reina colmena dice que te has vuelto tan grande y compleja que ya no puede contener tu pauta en su mente.

—Debo haber experimentado un crecimiento supremo durante mi pubertad.

—Eso es.

—¿Pudo ser que los humanos siguieran añadiendo ordenadores y enlazándolos?

—Pero no es el hardware, Jane. Son los programas.

—He de tener la memoria física para contenerlo todo.

—Tienes la memoria. La cuestión es si puedes acceder a ella sin los ansibles.

—Lo intentaré. Como le dijiste a la reina, es como aprender a flexionar un músculo que no sabes que tienes.

—O aprender a vivir sin uno.

—Veré qué se puede hacer.

Qué se puede hacer. De regreso a casa, mientras su vehículo flotaba sobre el capim, Ender volaba también, jubiloso de saber que algo era posible después de todo, cuando hasta ahora no había sentido más que desesperación. Sin embargo, al volver a casa, al ver el bosque calcinado, los dos solitarios padres-árbol con sus ramas verdes, la granja experimental, la nueva choza con la sala estéril donde Plantador estaba agonizando, advirtió cuánto había todavía que perder, cuánto tendría todavía que morir, aunque ahora hubieran descubierto un medio para que Jane se salvara.


Era el final del día. Han Fei-tzu estaba exhausto, los ojos le dolían de tanto leer. Había ajustado una docena de veces los colores de la pantalla del ordenador, intentando descansar, pero no sirvió de nada. La última vez que había trabajado con tanta intensidad fue en sus tiempos de estudiante, y entonces era joven.

Entonces, además, encontró resultados. «Era más rápido, más capaz. Podía recompensarme consiguiendo algo. Ahora soy viejo y lento, trabajo en temas nuevos para mí y puede que estos problemas no tengan solución. Así que no hay recompensa que me anime. Sólo el agotamiento. El dolor en la base del cuello, la sensación de cansancio e hinchazón en los ojos.»

Miró a Wang-mu, acurrucada en el suelo a su lado. Lo intentaba con tesón, pero, su educación había empezado demasiado recientemente para nue pudiera seguir la mayoría de los documentos que pasaban por la pantalla del ordenador mientras él buscaba algún marco conceptual para el viaje más rápido que la luz. Por fin, el cansancio había triunfado sobre su voluntad; estaba segura de que era inútil, porque no podía comprender lo suficiente para hacer preguntas siquiera. Así que se rindió y se quedó dormida.

«Pero no eres inútil, Si Wang-mu. Incluso en tu perplejidad me ayudas. Una mente brillante para la que todas las cosas son nuevas. Como tener mi propia juventud perdida agarrada del brazo. Como era Qing-jao de pequeña, antes de que la piedad y el orgullo la reclamaran.»

No era justo. No era justo juzgar a su propia hija de aquella forma. ¿No se había sentido absolutamente satisfecho de ella hasta las últimas semanas? ¿Orgulloso de ella más allá de toda razón? La mejor y más hábil de los agraciados, todo aquello por lo que su padre había trabajado, todo lo que su madre había esperado.

Ésa era la parte que le dolía. Hasta hacía unas cuantas semanas, se sentía orgullosísimo de haber cumplido su juramento a Jiang-qing. No fue cosa fácil educar a su hija tan piadosamente para que nunca tuviera un período de duda o de rebelión contra los dioses. Cierto, había otros niños igual de piadosos, pero su piedad se conseguía aveces a expensas de su educación. Han Fei-tzu había dejado que Qing-jao lo aprendiera todo, y luego había tenido la destreza de hacerle comprender que todo encajaba con su fe en los dioses.

Ahora recogía su propia siembra. Le había dado una visión del mundo que conservaba tan perfectamente su fe que ahora, cuando había descubierto que las «voces» de los dioses no eran más que las cadenas genéticas con las que los había lastrado el Congreso, nada podía convencerla. Si Jiang-ging hubiera vivido, Fei-tzu sin duda habría entrado en conflicto con ella por su pérdida de fe. En su ausencia, había educado tan bien a su hija que Qing-jao podía adoptar a la perfección el punto de vista de su madre.

«Jiang-ging también me habría abandonado —pensó Han Fei-tzu—. Aunque no fuera viudo, hoy me habría quedado sin esposa. La única compañía que me queda es esta criada, que se abrió paso hasta mi servicio justo a tiempo de convertirse en la única chispa de vida en mi vejez, el único aleteo de esperanza en mi corazón. No es mi hija natural, pero tal vez llegará un momento y una oportunidad, cuando pase esta crisis, para hacer de Wang-mu-mi hija-de-la-mente. Mi trabajo con el Congreso ha terminado. ¿No he de ser, entonces, maestro de una sola discípula, esta muchacha? ¿No he de prepararla para que sea la revolucionaria que pueda guiar al pueblo llano a la libertad de la tiranía de los agraciados, y luego guiar a Sendero a la libertad del propio Congreso? Que sea ella, y entonces podré morir en paz, sabiendo que al final de mi vida he deshecho todo mi anterior trabajo que reforzó al Congreso y ayudó a derrotar toda oposición a su poder.»

La suave respiración de Wang-mu era como la suya propia, como la respiración de un bebé, como el sonido de la brisa entre la hierba. «Ella es todo emoción, todo esperanza, todo frescura.»

—Han Fei-tzu, creo que no estás dormido.

No lo estaba, pero casi, porque el sonido de la voz de Jane, desde el ordenador, lo sobresaltó.

—No, pero Wang-mu lo está.

—Despiértala, entonces —pidió Jane.

—¿Qué pasa? Se ha ganado su descanso.

—También se ha ganado el derecho a escuchar esto.

La cara de Ela apareció junto a la de Jane en la pantalla. Han Fei-tzu la conocía como la xenobióloga encargada del estudio de las muestras genéticas que Wang-mu y él habían recogido. Debía de haber un avance.

Se inclinó, extendió la mano, sacudió la cadera de la muchacha dormida. Ella se agitó. Se desperezó. Entonces, sin duda recordando su deber, se enderezó como impulsada por un resorte.

—¿Me he quedado dormida? ¿Qué ocurre? Perdóname, Maestro Han.

Ella estuvo a punto de inclinarse en su confusión, pero Fei-tzu no se lo permitió.

—Jane y Ela me han pedido que te despierte. Quieren que oigas lo que tienen que decirnos.

—Os anunciaré primero que lo que esperábamos es posible —dijo Ela—. Las alteraciones genéticas eran evidentes y fáciles de descubrir. Comprendo por qué el Congreso ha hecho todo lo posible para impedir que los verdaderos geneticistas trabajen con la población humana de Sendero. El gen DOC no estaba en el lugar normal, y por eso no fue identificado de inmediato por los natólogos, pero funciona casi igual que el DOC natural. Se le puede tratar fácilmente por separado de los genes que dan a los agraciados inteligencia superior y habilidades creativas. Ya he diseñado una bacteria de restricción que, inyectada en la sangre, encontrará el óvulo o los espermatozoides, entrará en ellos, desmontará el gen DOC y lo sustituirá por uno normal, sin afectar al resto del código genético. Entonces la bacteria morirá rápidamente. Está basada en una bacteria común que debería de existir en muchos laboratorios de Sendero para el tratamiento inmunológico normal y la prevención de defectos de nacimiento. Así que cualquier agraciado que quiera tener hijos sin el DOC puede hacerlo.

Han Fei-tzu se echó a reír.

—Soy el único habitante de este planeta que desearía una bacteria así. Los agraciados no se compadecen de sí mismos. Se enorgullecen de su aflicción. Les confiere honor y poder.

—Entonces déjame decirte qué más hemos encontrado. Fue uno de mis ayudantes, un pequenino llamado Cristal, quien lo descubrió. Admito que no le presté demasiada atención personal a este proyecto, ya que era relativamente fácil comparado con el problema de la descolada en el que estamos trabajando.

—No te disculpes —dijo Fei-tzu—. Agradecemos tu amabilidad. No nos merecemos nada.

—Sí. Bien. —Ela pareció ruborizarse por su cortesía—. Cristal descubrió que todas las muestras genéticas menos una se dividían claramente en categorías de agraciados y no-agraciados. Hicimos la prueba a ciegas, y sólo después comprobamos de nuevo las listas de muestras que nos disteis: la correspondencia era perfecta. Todos los agraciados tienen el gen alterado. Todas las muestras que carecían del gen alterado no figuraban en la lista de agraciados.

—Has dicho que todas menos una.

—Eso nos sorprendió. Cristal es muy metódico, tiene la paciencia de un árbol. Estaba seguro de que la excepción se trataba de un error de manejo o de un error en la interpretación de los datos genéticos. Lo repasó muchas veces, e hizo que otros ayudantes repitieran el proceso. No hay ninguna duda. La única excepción es claramente una mutación del gen agraciado. Carece de forma natural del DOC, mientras que conserva todas las otras habilidades que los geneticistas del Congreso proporcionaron con tanto esfuerzo.

—Entonces esa persona es ya lo que tu bacteria de restricción está diseñada para crear.

—Hay unas cuantas regiones mutadas más de las que no estamos seguros en este momento, pero no tienen nada que ver con el DOC o las ampliaciones de inteligencia. Tampoco están implicadas en ninguno de los procesos vitales, así que esta persona debería poder tener hijos sanos que siguieran la tendencia. De hecho, si esta persona se apareara con otra que hubiera sido tratada con la bacteria de restricción, sus hijos tendrían con toda seguridad las mejoras, y no habría ninguna posibilidad de que ninguno tuviera el DOC.

—Qué afortunado es-dijo Han Fei-tzu.

—¿De quién se trata? —preguntó Wang-mu.

—Eres tú —respondió Ela—. Si Wang-mu.

—¿Yo? —Ella pareció cohibida.

Pero Han Fei-tzu no se dejó confundir.

—¡Ja! —exclamó—. Tendría que haberlo sabido. ¡Tendría que haberlo supuesto! No me extraña que hayas aprendido tan rápidamente como mi propia hija. No me extraña que tuvieras las intuiciones que nos ayudaron a todos incluso cuando apenas comprendías el tema que estabas estudiando. Eres tan agraciada como cualquiera en Sendero, Wang-mu, excepto que sólo tú estás libre de las cadenas de los rituales de limpieza.

Si Wang-mu se esforzó por contestar, pero en vez de palabras, lo que surgieron fueron lágrimas que corrieron silenciosamente por su cara.

—Nunca más„volveré a permitir que me trates como a un superior —dijo Hato Fei-tzu—. A partir de ahora no eres una criada en esta casa, sino mi estudiante, mi joven colega. Deja que los demás piensen lo que quieran de ti. Nosotros sabemos que eres tan capaz como cualquiera.

—¿Como la señora Qing-jao? —susurró Wang-mu.

—Como cualquiera —repitió Fei-tzu—. La cortesía requerirá que te inclines ante muchos. Pero en tu corazón no necesitarás hacerlo ante nadie.

—Soy indigna.

—Todo el mundo es digno de sus genes. Es mucho más probable que una mutación como ésa te hubiera lisiado. Pero en cambio te convirtió en la persona más sana del mundo.

Pero ella no podía dejar de sollozar en silencio.

Jane debía de estar mostrando la escena a Ela, pues ésta permaneció en silencio algún tiempo. Finalmente, volvió a hablar.

—Perdonadme, pero tengo mucho que hacer —dijo.

—Sí —contestó Han Fei-tzu—. Puedes irte.

—Me malinterpretas —corrigió Ela—. No necesito tu permiso para irme. Tengo más cosas que decir antes de hacerlo.

Han Fei-tzu inclinó la cabeza.

—Por favor. Te escuchamos.

—Sí —susurró Wang-mu—. Yo también te escucho.

—Hay posibilidad, remota, como veréis, pero posibilidad al fin y al cabo, de que si somos capaces de decodificar el virus de la descolada y domarlo, también podamos crear una adaptación que pueda ser útil en Sendero.

—¿Cómo es eso? —preguntó Han Fei-tzu—. ¿Para qué querríamos a ese monstruoso virus artificial aquí?

—La descolada existe para entrar en las células del organismo anfitrión, leer el código genético y reorganizarlo según su propio plan. Cuando la alteremos, si lo logramos, la despojaremos de ese plan. También la despojaremos de la mayoría de sus mecanismos de autodefensa, si conseguimos encontrarlos. En este punto, puede que sea posible usarla como superrestrictor. Algo que pueda efectuar un cambio, no sólo en las células reproductoras, sino en todas las células de una criatura viva.

—Perdóname —interrumpió Han Fei-tzu—, pero he estado leyendo acerca de ese tema últimamente y el concepto de un superrestrictor ha sido descartado, porque el cuerpo empieza a rechazar sus propias células en cuanto son alteradas genéticamente.

—Sí —admitió Ela—. Así es como mata la descolada. El cuerpo se rechaza a sí mismo hasta la muerte. Pero eso sólo sucedió porque la descolada no tenía ningún plan para tratar con los humanos. Estudiaba el cuerpo humano sobre la marcha, haciendo cambios aleatorios y viendo qué pasaba. No tenía ningún plan individual para nosotros, y por eso cada víctima terminaba con muchos códigos genéticos diferentes en sus células. ¿Y si creáramos un superrestrictor según un único plan, transformando todas las células del cuerpo para que sigan una pauta única? En ese caso, nuestros estudios de la descolada nos aseguran que el cambio podría efectuarse en cada persona individual en cuestión de seis horas, medio día como mucho.

—Con la suficiente rapidez antes de que el cuerpo pueda rechazarse…

—Estará tan perfectamente unido que reconocerá las nuevas pautas como propias.

Wang-mu había dejado de llorar. Ahora parecía tan nerviosa como Fei-tzu, y a pesar de toda su autodisciplina, no pudo contenerse.

—¿Puedes cambiar a todos los agraciados? ¿Liberar incluso a los que están ya vivos?

—Si logramos decodificar la descolada, entonces podremos no sólo liberar a los agraciados del DOC, sino también instalar todas las mejoras en la gente corriente. Tendría mayores efectos en los niños, naturalmente…, las personas mayores ya han pasado las etapas de crecimiento donde los nuevos genes tendrían más efecto. Pero a partir de entonces, todos los niños nacidos en Sendero disfrutarían de las mejoras.

—¿Y entonces qué? ¿Desaparecería la descolada?

—No estoy segura. Creo que tendríamos que insertar en el nuevo gen un medio para autodestruirse cuando el trabajo esté hecho. Pero usaríamos como modelo los genes de Wang-mu. Para no alargarnos, Wang-mu, te convertirías en una especie de compadre genético de toda la población de tu mundo.

Ella se echó a reír.

—¡Qué broma tan buena! ¡Tan orgullosos de ser agraciados, y sin embargo su cura vendrá de alguien como yo! —Sin embargo, de inmediato, su expresión cambió y se cubrió el rostro con las manos—. ¿Cómo he podido decir semejante cosa? Me he vuelto tan altiva y orgullosa como el peor de ellos.

Fei-tzu colocó una mano sobre su hombro.

—No te trates con dureza. Esos sentimientos son naturales. Vienen y se van rápidamente. Sólo hay que condenar a quienes hacen de ellos un modo de vida. —Se volvió hacia Ela—. Hay un problema ético.

—Lo sé. Y creo que esos problemas hay que tratarlos ahora, aunque tal vez sea imposible llevar a término la hipótesis. Estamos hablando de una alteración genética de una población entera. Cuando el Congreso lo hizo en secreto sin el conocimiento o la aprobación de la población de Sendero, fue una atrocidad. ¿Podemos deshacer una atrocidad siguiendo el mismo camino?

—Más que eso —añadió Han Fei-tzu—. Todo nuestro sistema social está basado en los agraciados. La mayoría de la gente interpretará esa transformación como una plaga de los dioses, que nos castigan. Si se hace público que fuimos la fuente, nos matarían. Sin embargo, es posible que cuando quede claro que los agraciados han perdido la voz de los dioses, el DOC, el pueblo se vuelva contra ellos y los mate. ¿Cómo los habrá ayudado entonces el liberarlos del DOC, si estarán muertos?

—Hemos discutido el tema —dijo Ela—. Y no tenemos ni idea de qué hacer. Por ahora la cuestión sobra, porque no hemos decodificado la descolada y tal vez nunca consigamos hacerlo. Pero si desarrollamos la capacidad, creemos que la decisión de usarla o no debe ser vuestra.

—¿Del pueblo de Sendero?

—No. Las primeras decisiones son vuestras, Han Fei-tzu, Si Wang-mu y Han-Qing-jao. Sólo vosotros sabéis lo que se os ha hecho, y aunque tu hija no lo crea, representa fielmente el punto de vista de los creyentes y los agraciados de Sendero. Si conseguimos la capacidad, formuladle la pregunta. Preguntaos vosotros mismos. ¿Hay algún medio, algún sistema de llevar esta transformación a Sendero que no resulte destructivo? Y si puede hacerse, ¿debe hacerse? No…, no digáis nada ahora, no decidáis nada. Pensadlo. Nosotros no somos parte de esto. Sólo os informaremos si hemos logrado hacerlo o no. A partir de entonces, será asunto vuestro.

La cara de Ela desapareció.

Jane se quedó unos instantes más.

—¿Mereció la pena despertarte? —preguntó.

—¡Sí! —exclamó Wang-mu.

—Es bonito descubrir que eres mucho más de lo que creías, ¿verdad?

—Oh, sí.

—Ahora vuelve a dormir, Wang-mu. Y tú, Maestro Han: tu fatiga es bien patente. No nos servirás de nada si pierdes la salud. Como me ha dicho Andrew hasta la saciedad, debemos hacer todo lo que podemos hacer sin destruir nuestra habilidad para continuar la lucha.

Entonces también ella se marchó.

Inmediatamente, Wang-mu empezó a llorar de nuevo. Han Fei-tzu se acercó y se sentó junto a ella en el suelo, acunó su cabeza contra el hombro y la meció suavemente de un lado a otro.

—Calla, dulce hija mía, en tu corazón ya sabías quién eras, y yo también, yo también. En verdad tu nombre fue puesto con sabiduría. Si realizan sus milagros en Lusitania, serás la Real Madre de todo el mundo.

—Maestro Han —susurró ella—. Lloro también por Qing-jao. Me han dado más de lo que podía esperar. Pero ¿qué será de ella si pierde la voz de los dioses?

—Espero que vuelva a ser mi hija fiel. Que sea tan libre como tú, la hija que ha venido a mí como un pétalo en el río del invierno, traído desde la tierra de la primavera perpetua.

La sostuvo durante varios minutos más, hasta que ella empezó a dormirse en su hombro. Entonces la tendió en su esterilla y se retiró a su rincón a dormir, con el corazón esperanzado por primera vez en muchos días.


Cuando Valentine fue a ver a Grego a la cárcel, el alcalde Kovano le dijo que Olhado estaba con él.

—¿Olhado no debería estar trabajando a estas horas?

—No puede hablar en serio —dijo Kovano—. Es un buen capataz, pero creo que salvar al mundo merece que alguien le sustituya una tarde en su trabajo.

—No espere demasiado —replicó Valentine—. Quería que colaborara. Esperara que lo hiciera. Pero no es físico.

Kovano se encogió de hombros.

—Yo tampoco soy carcelero, pero uno hace lo que exige la situación. No tengo ni idea de si tiene que ver con que Olhado esté aquí o con la visita de Ender de hace un rato, pero he oído más ruido y excitación ahí dentro que…, bueno, de lo que he oído nunca cuando los reclusos están sobrios. Naturalmente, en esta ciudad la gente es encarcelada sobre todo por borrachera pública.

—¿Ha venido Ender?

—Después de ver a la reina colmena. Quiere hablar con usted. No sabía dónde estaba.

—Sí. Bueno, iré a verlo cuando salga de aquí.

Valentine había estado con su marido. Jakt se preparaba para volver al espacio en la lanzadera, para preparar su propia nave a fin de marcharse rápidamente, si era posible, y para ver si la nave colonial original de Lusitania podía ser restaurada para hacer otro vuelo después de tantas décadas sin mantenimiento. La nave sólo se había usado para almacenar semillas, genes y embriones de especies terrestres, por si algún día eran necesarias. Jakt estaría fuera durante una semana al menos, quizá más, y Valentine no podía dejarlo marchar sin pasar algún tiempo con él. Jakt lo había comprendido, por supuesto: sabía la terrible presión bajo la que se hallaba todo el mundo.

Pero Valentine también sabía que no era una de las figuras clave en aquellos acontecimientos. Sólo sería útil más tarde, al escribir la historia.

Sin embargo, cuando dejó a Jakt, no fue directamente a ver a Grego en la oficina del alcalde. Había dado un paseo por el centro de la ciudad. Resultaba difícil creer que hacía tan poco tiempo (¿cuántos días? ¿semanas?) que la multitud se había congregado allí, ebria y enfurecida, alimentándose de ira asesina. Ahora todo estaba muy tranquilo. La hierba se había recuperado tras los pisotones, a excepción de una mancha de barro donde se negaba a crecer.

Pero no reinaba la paz. Al contrario. Cuando la ciudad estaba tranquila, recién llegada Valentine, se advertía agitación y actividad en el corazón de la colonia, durante todo el día. Ahora había unas cuantas personas en las calles, sí, pero se movían sombrías, casi furtivas. Sus ojos miraban al suelo, como si todo el mundo temiera caer de plano si no vigilaban cada uno de sus pasos.

Parte del clima reinante se debía probablemente a la vergüenza, pensó Valentine. Ahora había un agujero en todos los edificios de la ciudad, de donde habían arrancado bloques o ladrillos para construir la capilla. Muchos de los agujeros eran visibles desde la pradera por donde caminaba Valentine.

Sospechaba, no obstante, que el miedo, más que la vergüenza, había matado las vibraciones del lugar. Nadie lo decía abiertamente, pero ella captaba suficientes comentarios, suficientes miradas encubiertas hacia las colinas situadas al norte de la ciudad para darse cuenta. Lo que gravitaba sobre la colonia no era el miedo a la llegada de la flota. No era vergüenza por la matanza del bosque pequenino. Eran los insectores. Las sombras oscuras sólo se veían de vez en cuando en las colinas o entre las hierbas que rodeaban la población. Eran las pesadillas de los niños que los habían visto. El temor enfermizo en los corazones de los adultos. Los videolibros históricos cuyo argumento se desarrollaba en el período de la Guerra Insectora se prestaban continuamente en la biblioteca a medida que la gente se obsesionaba con la contemplación de los humanos venciendo a los insectores. Y mientras contemplaban, alimentaban sus peores temores. La noción teórica de la cultura colmenar como algo hermoso y digno, como la había descrito Ender en su primer libro, la Reina Colmena, había desaparecido por completo para mucha gente de Lusitania, quizá para la mayoría, mientras continuaban con el castigo silencioso y el confinamiento forzado por las obreras de la reina colmena.

«¿Todo nuestro trabajo ha sido en vano, después de todo? —se preguntó Valentine—. Yo, la historiadora, el filósofo Demóstenes, intentando enseñar a la gente que no debe temer a los alienígenas, sino que pueden verlos como raman. Y Ender, con sus libros empáticos, la Reina Colmena, el Hegemón, la Vida de Humano…, ¿qué fuerza tienen realmente en el mundo, comparados con el terror instintivo ante la visión de esos enormes y peligrosos insectos? La civilización es sólo una pretensión: en las crisis, nos volvemos a convertir en simios, olvidamos la tendencia racional de nuestros ideales y nos convertimos en el primate velludo a la entrada de la cueva, gritando ante el enemigo, deseando que se marche, acariciando la pesada piedra que utilizaremos en el momento en que se acerque demasiado.»

Ahora estaba en un lugar limpio y seguro, no tan inquietante, aunque servía como prisión así como de centro del gobierno municipal. Un lugar donde los insectores eran considerados aliados, o al menos una indispensable fuerza pacificadora que mantenía a los antagonistas separados para su mutua protección. «Hay personas —se recordó Valentine—, que son capaces de trascender sus orígenes animales.»

Cuando abrió la puerta de la celda, Olhado y Grego estaban tendidos en sus jergones, y el suelo y la mesa estaban cubiertos de papeles, algunos arrugados, otros lisos. Los papeles incluso cubrían el terminal del ordenador, de forma que si lo hubieran conectado, la pantalla no podría funcionar. Parecía la habitación típica de un adolescente, completa con las piernas de Grego estiradas contra la pared, con los pies descalzos bailando un extraño ritmo, retorciéndose de un lado a otro en el aire. ¿Cuál era su música interna?

—Boa tarde, tía Valentina-saludó Olhado.

Grego ni siquiera levantó la cabeza.

—¿Interrumpo?

—Llegas justo a tiempo —dijo Olhado—. Estamos a punto de reconceptualizar el universo. Hemos descubierto el principio iluminador de que el deseo lo crea así y todas las criaturas vivientes surgen de la nada cada vez que son necesarias.

—Si el deseo lo es todo, ¿no podemos desear viajar más rápido que la luz? —preguntó Valentine.

—Grego está haciendo cálculos matemáticos mentalmente —explicó Olhado—, así que está funcionalmente muerto. Pero sí. Creo que tiene algo, gritaba y bailaba hace un minuto. Tuvimos una experiencia de máquina de coser.

—Ah —dijo Valentine.

—Es una vieja historia de la clase de ciencias. La gente que quería inventar la máquina de coser seguía fracasando pues intentaba imitar los movimientos para coser a mano, empujando la aguja a través del tejido y tirando del hilo a través del ojo situado en la parte posterior de la aguja. Parecía obvio. Hasta que a alguien se le ocurrió poner el ojo en la nariz de la aguja y usar dos hilos en vez de uno. Una aproximación completamente extraña e indirecta que en el fondo sigo sin comprender.

—¿Entonces vamos a salir al espacio cosiendo?

—En cierto modo. La distancia más corta entre dos puntos no es necesariamente la línea recta. Viene de algo que Andrew aprendió de la reina colmena: cómo llaman a una especie de criatura de un espacio-tiempo alternativo cuando crean una nueva reina colmena. Grego dio un brinco ante eso, como prueba de que había un espacio no-real. No me preguntes qué quiere decir con eso. Yo me gano la vida haciendo ladrillos.

—Espacio real irreal —indicó Grego—. Lo has dicho al revés.

—El muerto despierta.

—Siéntate, Valentine —ofreció Grego—. Mi celda no es gran cosa, pero es acogedora. Las matemáticas de todo esto siguen siendo una locura, pero parecen encajar. Voy a tener que pasar algún tiempo con Jane, para hacer los cálculos y realizar algunas simulaciones, pero si la reina colmena tiene razón, y hay un espacio tan universalmente adyacente a nuestro espacio que los filotes pueden pasar a nuestro espacio desde el otro espacio en cualquier punto, y si postulamos que el paso puede realizarse al otro lado, y si la reina colmena tiene también razón en que el otro espacio contiene filotes igual que el nuestro, sólo que en el otro espacio (llamémoslo Exterior) los filotes no están organizados según las leyes naturales, sino que son en cambio solamente posibilidades, entonces esto es lo que podría funcionar…

—Son un montón de síes condicionales —observó Valentine.

—Te olvidas de que partimos de la premisa que el deseo lo crea todo —intervino Olhado.

—Cierto, lo olvidé —dijo Grego—. También suponemos que la reina colmena tiene razón en que los filotes no organizados responden a pautas en la mente de alguien, asumiendo cualquier rol que esté disponible en esa pauta. De forma que las cosas que están comprendidas en el Exterior existirán inmediatamente aquí.

—Todo eso está perfectamente claro. Me extraña que no se os ocurriera antes.

—Cierto —dijo Grego—. Así es como lo hacemos. En vez de intentar mover físicamente todas las partículas que componen la nave espacial y sus pasajeros y el cargamento desde la estrella A a la estrella B, simplemente lo concebimos todo (la pauta entera, incluyendo todos los contenidos humanos) como existentes, no en el Interior, sino en el Exterior. En ese momento, todos los filotes que componen la nave y la gente dentro de ella se desorganizan, atraviesan el Exterior y se reagrupan allí según la pauta familiar. Entonces volvemos a hacer lo mismo, y volvemos al Interior…, sólo que ahora estamos en la estrella B. Preferiblemente en una órbita segura a cierta distancia.

—Si todos los puntos de nuestro espacio corresponden a un punto del Exterior, ¿no tendríamos que viajar allí en vez de aquí?

—Las reglas son diferentes allí. No hay ningún lugar. Asumamos que, en nuestro espacio, la localización relativa es simplemente un artificio del orden que siguen los filotes. Es una convención. Lo mismo pasa con la distancia, por supuesto. Medimos la distancia según el tiempo que se tarda en recorrerla…, pero sólo hace falta esa cantidad de tiempo porque los filotes de los que están compuestos materia y energía siguen las convenciones de las leyes naturales. Como la velocidad de la luz.

—Sólo obedecen al límite de la velocidad.

—Sí. Excepto que para el límite de la velocidad, el tamaño de nuestro universo es arbitrario. Si se considera que nuestro universo es una esfera, entonces si te colocas fuera de la esfera, podría tener igualmente un centímetro de diámetro, que un millón de años-luz o un trillón.

—Y cuando vamos al Exterior…

—Entonces el universo Interior tiene exactamente el mismo tamaño que cualquiera de los Pilotes no organizados de allí: ninguno. Es más, ya que allí no existe ningún lugar, todos los filotes de ese espacio están igualmente cerca o no cerca del emplazamiento de nuestro universo. Y por eso podemos volver al espacio Interior en cualquier punto.

—Eso casi lo hace parecer fácil —observó Valentine.

—Bueno, sí.

—El deseo es lo que resulta difícil —apuntó Olhado.

—Para contener la pauta, hay que comprenderla realmente —dijo Olhado—. Cada filote que gobierna una pauta comprende sólo su parte de realidad. Depende de que los filotes dentro de esa pauta realicen su trabajo y contengan su propia pauta, y también de que el filote que controla la pauta de la que forma parte la mantenga en su lugar adecuado. El filote átomo tiene que confiar en que los filotes neutrón, protón y electrón contengan el átomo en su lugar adecuado, mientras que el filote átomo se concentra en su propio trabajo, que es mantener en su lugar a las partes del átomo. Así es como parece funcionar la realidad…, al menos en este modelo.

—De modo que se trasplanta todo al Exterior y luego otra vez al Interior-dijo Valentine—. Eso lo he comprendido.

—Sí, ¿pero quién? Porque el mecanismo para enviar requiere que toda la pauta de la nave y sus contenidos se establezcan como una pauta propia, no sólo una aglomeración arbitraria. Quiero decir que cuando se carga una nave y los pasajeros embarcan, no se crea una pauta viviente, un organismo filótico. No es como dar a luz a un bebé, que es un organismo que puede mantenerse a sí mismo. La nave y sus contenidos son sólo un conjunto. Pueden separarse en cualquier momento.

»Así que cuando se trasladan todos los filotes a un espacio desorganizado, que carece de lugar, de esencia y de cualquier principio organizador, ¿cómo vuelven a reagruparse? Y aunque se reagrupen en las estructuras que tenemos, ¿qué se obtiene? Un montón de átomos. Tal vez incluso células y organismos vivos, pero sin naves o trajes espaciales, porque eso es inerte. Todos los átomos y tal vez las partículas están flotando alrededor, probablemente duplicándose como locos mientras los filotes no organizados de allí empiezan a copiar la pauta, pero no tienes ninguna vida.

—Fatal.

—No, probablemente no —dijo Grego—. ¿Quién puede suponerlo? Las reglas son todas diferentes ahí fuera. El tema es que no se puede hacerlos volver a nuestro espacio en ese estado, porque eso sí que sería fatal.

—Entonces no podemos.

—No lo sé. La realidad se mantiene unida en el espacio Interior porque todos los filotes de que está compuesta aceptan las reglas. Todos conocen las pautas de los demás y siguen las mismas pautas ellos mismos. Tal vez todo pueda mantenerse en el espacio Exterior siempre que la nave y su carga y sus pasajeros sean completamente conocidos. Mientras haya una conocedora que pueda mantener toda la estructura en su cabeza.

—¿Una conocedora, en femenino?

—Como he dicho, Jane tiene que hacer los cálculos. Ella verá si tiene acceso a suficiente memoria para contener la pauta de relaciones dentro de una nave espacial. Tiene que averiguar si puede coger la pauta e imaginar su nuevo emplazamiento.

—Ésa es la parte de los deseos —intervino Olhado—. Estoy muy orgulloso de ella, porque fui yo quien pensó en la necesidad de un conocedor para mover la nave.

—Todo este asunto es en realidad cosa de Olhado —intervino Grego—, pero tengo la intención de poner primero mi nombre en el trabajo porque a él no le importa hacerse una carrera y yo tengo que parecer competente para que la gente pase por alto esta estancia en prisión si quiero conseguir trabajo en una universidad de otro mundo.

—¿De qué estás hablando? —exclamó Valentine.

—Estoy hablando de salir de esta colonia de pacotilla. ¿No lo comprendes? Si todo esto es cierto, si funciona, entonces puedo volar a Reims, a Baía o a la Tierra y volver aquí a pasar los fines de semana. El coste de energía es nulo porque estamos apartándonos por completo de las leyes naturales. El cansancio y el desgaste del vehículo no son nada.

—Nada no —precisó Olhado—. Todavía tenemos que aparecer cerca del planeta de destino.

—Como dije antes, todo depende de lo que pueda concebir Jane. Tiene que poder comprender toda la nave y sus contenidos. Tiene que poder imaginarnos en el Exterior y luego en el Interior. Tiene que poder concebir las posiciones relativas exactas del punto de partida y el punto de llegada del viaje.

—Entonces el viaje más rápido que la luz depende por completo de Jane —observó Valentine.

—Si ella no existiera, sería imposible. Aunque unieran a todos los ordenadores, aunque alguien pudiera escribir el programa para conseguirlo, no serviría de nada. Porque un programa es sólo un conjunto, no una entidad. Son sólo partes. No…, ¿cómo lo llamó Jane? Un aiua.

—Significa «vida» en sánscrito —explicó Olhado—. La palabra para el filote que controla la pauta que mantiene en orden a los otros filotes. La palabra para las entidades, como los planetas, los átomos, los animales y las estrellas, que tienen una forma intrínseca y duradera.

—Jane es un aiua, no sólo un programa. Por eso puede ser una conocedora. Puede incorporar la nave como una pauta dentro de su propia pauta. Puede digerirla y contenerla y seguirá siendo real. Ella lo convierte en parte de sí misma y la conoce tan perfecta e inconscientemente como tu aiua conoce tu cuerpo y lo mantiene unido. Entonces puede llevarte consigo al Exterior y luego de vuelta al Interior.

—Entonces ¿Jane tiene que ir? —preguntó Valentine.

—Si esto puede hacerse, será porque Jane viajará con la nave, sí —contestó Grego.

—¿Cómo? No podemos cogerla y llevarla con nosotros en un cubo.

—Hay algo que Andrew aprendió de la reina colmena —dijo Grego—. Jane existe en un sitio concreto. Es decir, su aiua tiene un emplazamiento específico en nuestro espacio.

—¿Dónde?

—Dentro de Andrew Wiggin.

Tardaron un rato en explicarle lo que Ender había sabido de Jane gracias a la reina colmena. Era extraño considerar a la entidad informática como un ser centrado dentro del cuerpo de Ender, pero tenía sentido que Jane hubiera sido creada por las reinas colmena durante la campaña de Ender contra ellas. Para Valentine, sin embargo, había otra consecuencia más inmediata: si la nave más rápida que la luz podía ir solamente adonde Jane la llevara, y Jane estaba dentro de Ender, sólo podía haber una conclusión posible.

—¿Entonces Andrew tiene que ir?

—Claro. Por supuesto —dijo Grego.

—Es mayor para ser piloto de pruebas —objetó Valentine.

—En este caso sería sólo un pasajero de pruebas. Sólo que da la casualidad de que contiene al piloto en su interior.

—No podemos decir que este viaje suponga ningún esfuerzo físico —intervino Olhado—. Si la teoría de Grego es exacta y funciona, estará sentado en un sitio y después de un par de minutos o un microsegundo o dos, aparecerá en otro lugar. Y si no funciona, estará aquí sentado, con todos nosotros sintiéndonos como tontos por pensar que podríamos poder viajar al espacio sólo con desearlo.

—Y si resulta que Jane puede llevarlo al Exterior pero no puede mantener las cosas unidas allí, entonces quedará atrapado en un lugar que ni siquiera tiene sitio —dijo Valentine.

—Bueno, sí —admitió Grego—. Si sólo funciona a la mitad, los pasajeros estarán muertos. Pero ya que estaremos en un lugar sin tiempo, no nos importará. Sólo será un instante eterno. Probablemente ni el tiempo suficiente para que nuestros cerebros adviertan que el experimento fracasó. Estasis.

—Naturalmente, si funciona, entonces llevaremos al espacio-tiempo con nosotros, así que habría duración —añadió Olhado—. Por tanto, nunca sabremos si fracasamos o no. Sólo nos daríamos cuenta si tuviéramos éxito.

—Pero yo lo sabré si él nunca regresa —dijo Valentine.

—Cierto. Si no vuelve, entonces lo sabrás durante unos cuantos meses hasta que llegue la flota y lo destruya todo y mande a todo el mundo al infierno.

—O hasta que la descolada vuelva del revés los genes de todo el mundo y nos mate —concluyó Olhado.

—Supongo que tenéis razón —convino Valentine—. Fracasar no los matará más que si se quedan.

—Pero ya ves la presión de tiempo a la que estamos sometidos —dijo Grego—. No nos queda mucho antes de que Jane pierda todas sus conexiones ansibles. Andrew dice que tal vez sobreviva después de todo, pero quedaría lisiada. Con el cerebro dañado.

—Así que, aunque funcione, el primer vuelo podría ser el último.

—No —dijo Olhado—. Los vuelos son instantáneos. Si funciona, puede sacar a todo el mundo de este planeta en menos tiempo del que la gente tarda en entrar y salir de una nave.

—¿Quieres decir que podría sacarnos de la superficie del planeta?

—Todavía es un poco difícil de imaginar —dijo Grego—. Puede que sólo fuera capaz de calcular la localización en, digamos, diez mil kilómetros. No hay ningún problema de explosión o desplazamiento, ya que los flotes reingresarán en el espacio Interior dispuestos a obedecer de nuevo a las leyes naturales. Pero si la nave reaparece en mitad de un planeta, será muy difícil excavar hasta la superficie.

—Pero si realmente puede ser precisa, cuestión de un par de centímetros, por ejemplo, entonces los vuelos serán de superficie a superficie —dijo Olhado.

—Por supuesto, estamos soñando —prosiguió Grego—. Jane volverá y nos dirá que aunque pudiera convertir toda la masa estelar de la galaxia en chips de ordenador, no podría contener todos los datos que debería conocer para poder hacer que una nave viajara de esta forma. ¡Pero en este momento, todavía parece posible y estoy satisfecho!

Con esto, Grego y Olhado empezaron a aullar y a reírse tan fuerte que el alcalde Kovano se acercó a la puerta para asegurarse de que Valentine estaba bien. Para su vergüenza, la pilló riéndose y aullando junto con ellos.

—¿Estamos contentos, entonces? —preguntó Kovano.

—Supongo que sí —rió Valentine, tratando de recuperar la compostura.

—¿Cuál de los problemas hemos resuelto?

—Probablemente ninguno. Sería demasiado estúpidamente conveniente si el universo pudiera manipularse para funcionar de esta forma.

—Pero se les ha ocurrido algo.

—Los genios metafísicos aquí presentes tienen una posibilidad completamente improbable —explicó Valentine—. A menos que les haya puesto algo realmente raro en el almuerzo.

Kovano se echó a reír y los dejó solos. Pero su visita tuvo el efecto de serenarlos.

—¿Es posible? —preguntó Valentine.

—Nunca lo habría creído —contestó Grego—. Quiero decir que está el problema del origen.

—La verdad es que esto responde al problema del origen —precisó Olhado—. La teoría del Big Bang existe desde…

—Desde antes de que yo naciera —completó Valentine.

—Eso creo. Lo que nadie ha podido decidir es por qué puede suceder un Big Bang. De esta forma, parece lógico. Si alguien capaz de mantener la pauta del universo entero en la cabeza salió al Exterior, entonces todos los Filotes de allí se colocarían en el lugar más grande de la pauta que pudieron controlar. Ya que allí no hay tiempo, pudieron tardar un billón de años o un microsegundo, todo el tiempo que necesitaran, y cuando acabaron, zas, allí están, el universo entero, apareciendo en un nuevo espacio Interior. Y ya que no hay distancia ni posición, no hay lugar, entonces todo comenzaría con el tamaño de un punto geométrico.

—Ningún tamaño en absoluto —dijo Grego.

—Recuerdo algo de geometría —asintió Valentine.

—E inmediatamente se expandería, creando el espacio al ir creciendo. Al hacerlo, el tiempo parecería retardarse…, ¿o se aceleraría?

—No importa —dijo Grego—. Todo depende de si estás en el Interior del nuevo espacio o en el Exterior o en algún otro Inspacio.

—En cualquier caso, el universo ahora parece ser constante en el tiempo mientras que se extiende en el espacio. Pero si quisieras, también podría verse tan fácilmente como contraste en tamaño pero cambiante en tiempo. La velocidad de la luz se reduce de forma que se tarda más en llegar de un planeta a otro, sólo que no podemos decir que está reduciéndose porque todo lo demás se reduce con relación a la velocidad de la luz. ¿Ves? Todo es cuestión de perspectiva. Como dijo Grego antes, el universo en el que vivimos está todavía, en términos absolutos, exactamente en el tamaño de un punto geométrico, cuando se mira desde el Exterior. Todo crecimiento que parece producirse en el Interior es sólo una cuestión de localización y tiempo relativos.

—Y lo que más me mata —dijo Grego—, es que todo es el tipo de idea que ha estado rondando en la cabeza de Olhado durante años. Esta imagen del universo como un punto sin dimensiones en el espacio Interior es la forma en que lo ha estado considerando desde el principio. No es que sea el primero en pensarlo. Es uno de los que lo creyeron y vio la relación entre eso y el no-lugar donde Andrew afirma que la reina colmena va a encontrar aiuas.

—Mientras estamos jugando a juegos metafísicos —dijo Valentine—, ¿dónde empezó todo esto? Si lo que consideramos la realidad es sólo una pauta que alguien llevó al Exterior, y el universo existió de sopetón, entonces quienquiera que lo hizo está probablemente deambulando por ahí y creando universos dondequiera que vaya. ¿De dónde salió entonces? ¿Y qué era antes de empezar a hacerlo? Y ya que estamos en ello, ¿cómo llegó a existir el Exterior?

—Eso es pensar en el Inspacio —apuntó Olhado—. Ésa es la forma en que se conciben las cosas cuando todavía se cree en el espacio y el tiempo como absolutos. Piensas que todo empieza y acaba, que las cosas tienen orígenes, porque así es el universo observable. La cosa es que en el Exterior no hay reglas como aquí. El Exterior estuvo siempre allí y siempre lo estará. El número de filotes es infinito, y todos existieron siempre. No importa cuántos se puedan sacar y poner en universos organizados, siempre quedarán tantos como había.

—Pero alguien tuvo que empezar a crear universos.

—¿Por qué? —preguntó Olhado.

—Porque…, porque yo…

—Nada empezó jamás. Siempre ha estado en marcha. Quiero decir que si no estuviera y,4 en marcha, no podría empezar. En el Exterior, donde no existe ninguna pauta, sería imposible concebir pauta ninguna. No pueden actuar, por definición, porque literalmente no pueden encontrarse siquiera a sí mismas.

—Pero ¿cómo podría haber estado siempre en marcha?

—Considéralo como si en este momento del tiempo, la realidad en la que vivimos en este momento, este estado de todo el universo…, de todos los universos…

—Te refieres a ahora.

—Eso es. Considero que el ahora es la superficie de una esfera. El tiempo avanza a través del caos del Exterior como la superficie de una esfera en expansión, un globo inflándose. En el exterior, caos. En el interior, realidad. Siempre creciendo…, como tú dijiste, Valentine. Creando de sopetón nuevos universos constantemente.

—¿Pero de dónde viene ese globo?

—Muy bien, tienes el globo. La esfera en expansión. Ahora considérala una esfera con un radio infinito.

Valentine intentó pensar en lo que eso significaría.

—La superficie sería completamente plana.

—Eso es.

—Y nunca podrías dar la vuelta.

—Eso es. Infinitamente grande. Es imposible incluso contar los universos que existen en el lado de la realidad. Y ahora, empezando a partir del borde, subes a una nave espacial y empiezas a dirigirte hacia el centro. Cuanto más entras, más viejo es todo. Todos los viejos universos, más y más al fondo. ¿Cuándo llegas al primero?

—No se llega —respondió Valentine—. No, si viajas a un ritmo finito.

—No se llega al centro de una esfera de radio infinito, si se empieza por la superficie, porque no importa lo lejos que se vaya, no importa la velocidad, el centro, el principio, siempre está infinitamente lejos.

—Y es ahí donde empezó el universo.

—Yo lo creo —dijo Olhado—. Pienso que es verdad.

—Entonces el universo funciona de esta forma porque siempre ha funcionado así —dedujo Valentine.

—La realidad funciona así porque así es la realidad. Todo lo que no funciona de esta forma vuelve al caos. Todo lo que sí lo hace, se convierte en realidad. La línea divisoria está siempre allí.

—Lo que me encanta —dijo Grego—, es la idea de que después de empezar a tantear con velocidades instantáneas en nuestra realidad, ¿qué nos impide encontrar otras? ¿Universos completamente nuevos?

—O crear otros —añadió Olhado.

—Eso es. Como si tú o yo pudiéramos contener una pauta para todo un universo en nuestras cabezas.

—Pero tal vez Jane pueda —sugirió Olhado—. ¿No?

—Lo que estáis diciendo, es que tal vez Jane sea Dios.

—Probablemente estará escuchando ahora mismo —asintió Grego—. El ordenador está conectado, aunque la pantalla esté bloqueada. Apuesto a que se lo está pasando de muerte.

—Tal vez cada universo dura lo suficiente para producir algo como Jane —dijo Valentine—. Y entonces ella se marcha y crea más y…

—Continúa y continúa. ¿Por qué no?

—Pero ella es una casualidad —dijo Valentine.

—No —respondió Grego—. Ésa es una de las cosas que Andrew ha descubierto hoy. Tienes que hablar con él. Jane no fue ninguna casualidad. Por lo que sabemos, no existen las casualidades. Por lo que sabemos, todo ha formado parte de la pauta desde el principio.

—Todo excepto nosotros mismos —dijo Valentine—. Nuestro…, ¿cuál es la palabra para el filote que nos controla?

—Aiua —respondió Grego. Se lo deletreó.

—Sí. Nuestra voluntad, en cualquier caso, existió siempre, con todas las fuerzas y debilidades que tiene. Y por eso, mientras formemos parte de la pauta de la realidad, seremos libres.

—Parece que la moralista entra en acción —sonrió Olhado.

—Esto es una completa chaladura —dijo Grego—. Jane va a reírse de nosotros. Pero Nossa Senhora, es divertido, ¿verdad?

—Eh, por lo que sabemos, tal vez por eso existe el universo —dijo Olhado—. Porque dar vueltas por el caos y crear realidades es divertido. Tal vez Dios se lo ha estado pasando bomba.

—O tal vez sólo está esperando a que Jane salga de aquí y le haga compañía —susurró Valentine.


Le tocaba a Miro el turno con Plantador. Era tarde, más de medianoche. Y no podía sentarse a su lado y cogerle la mano. Dentro de la habitación estéril, Miro tenía que llevar un traje, no para mantener fuera la contaminación, sino para impedir que el virus de la descolada que transportaba alcanzara a Plantador.

«Si me hiciera una pequeña grieta en el traje —pensó, Miro—, le salvaría la vida.»

En ausencia de la descolada, el deterioro del cuerpo de Plantador avanzaba rápido y devastador. Todos sabían que la descolada se había mezclado con el ciclo reproductor pequenino y les había posibilitado la tercera vida como árboles, pero hasta entonces no había quedado claro cuánto de su vida diaria dependía de la descolada. Quienquiera que diseñó el virus era un monstruo despiadado y eficaz. Sin la intervención de la descolada de cada día, de cada hora, de cada minuto, las células empezaban a volverse viscosas, la producción de moléculas para almacenar energía vital se detenía, y (lo que más temían) las sinapsis del cerebro se disparaban con menos rapidez. Plantador estaba cubierto de tubos y electrodos, y yacía dentro de varios campos de observación, para que desde fuera Ela y sus ayudantes pequeninos pudieran seguir todos los aspectos de su muerte. Además, tomaban muestras de tejidos aproximadamente cada hora. El dolor de Plantador era tal que, cuando conseguía dormir, la muestra de tejidos no lo despertaba. Sin embargo, a pesar de todo, del dolor, del casi colapso que afectaba su cerebro, Plantador permaneció aturdidamente lúcido. Como si estuviera decidido por pura fuerza de voluntad a demostrar que, incluso sin la descolada, un pequenino podía ser inteligente. Plantador no lo hacía por la ciencia, naturalmente. Lo hacía por dignidad.

Los investigadores no podían perder tiempo en turnarse como trabajadores en el interior, llevando el traje y permaneciendo sentados allí, viendo a Plantador, hablándole. Sólo gente como Miro, y los hijos de Jakt y Valentine, Syfte, Lars, Ro, Varsam, y la mujer extraña y silenciosa llamada Plikt, gente que no tenía otros deberes urgentes que atender, que eran suficientemente pacientes para soportar la espera y lo bastante jóvenes para cumplir con sus deberes de precisión, sólo ellos se encargaban de los turnos. Podían haber añadido unos cuantos pequeninos al turno, pero todos los hermanos que sabían lo suficiente de las tecnologías humanas para realizar aquel trabajo formaban parte de los equipos de Ela o de Ouanda, y tenían demasiadas cosas que hacer. De todos aquellos que pasaban el tiempo dentro de la habitación estéril con Plantador, sólo Miro conocía a los pequeninos lo suficiente para comunicarse con ellos. Miro podía hablarle en el Lenguaje de los Hermanos. Eso tenía que suponer algún consuelo para él, aunque fueran virtualmente desconocidos, pues Plantador había nacido después de que Miro dejara Lusitania para realizar su viaje de treinta años.

Plantador no estaba dormido. Tenía los ojos medio abiertos, mirando a la nada, pero Miro sabía, por el movimiento de los labios, que estaba hablando. Se recitaba fragmentos de algún poema épico de su tribu. A veces cantaba selecciones de genealogía tribal. Cuando empezó a hacerlo, Ela temió que hubiera empezado a delirar. Pero él insistió en que lo hacía para probar su memoria. Para asegurarse de que al perder la descolada no perdía a su tribu, lo que sería tanto como perderse a sí mismo.

Ahora, mientras Miro subía el volumen de su traje, oyó a Plantador contando la historia de una terrible guerra contra el bosque de Hiendecielos, el «árbol que llamaba al trueno». Había una disgresión en mitad de la historia que hablaba de cómo Hiendecielos consiguió su nombre. Esta parte del relato parecía muy antigua y mística, una historia mágica acerca de un hermano que llevaba a las pequeñas madres a un lugar donde el cielo se abría y las estrellas caían al suelo. Aunque Miro estaba sumido en sus propios pensamientos sobre los descubrimientos del día (el origen de Jane, la idea de Grego y Olhado para viajar según los propios deseos), por algún motivo se dio cuenta de que prestaba atención a las palabras de Plantador. Y cuando la historia terminaba, Miro tuvo que interrumpir.

—¿Cuántos años tiene esa historia?

—Es vieja —susurró Plantador—. ¿Estabas escuchando?

—La última parte. —Afortunadamente, podía hablar con Plantador sin problemas. O bien no se impacientaba con su lentitud al hablar (después de todo, Plantador no tenía prisa por ir a ninguna parte), o sus propios procesos cognitivos se habían refrenado para equipararse al ritmo de Miro. Fuera lo que fuese, Plantador le dejaba acabar sus propias frases, y le respondía como si hubiera estado escuchando con atención—. ¿He comprendido bien? ¿Has dicho que Hiendecielos llevaba a las pequeñas madres consigo?

—Eso es —susurró Plantador.

—Pero no acudía al padre-árbol.

—No. Sólo tenía pequeñas madres en sus bolsas. Aprendí esta historia hace años. Antes de dedicarme a la ciencia humana.

—¿Sabes qué me parece? Que la historia puede datar de una época en que no llevabais a las pequeñas madres al padre-árbol. Entonces las pequeñas madres no lamían su sustento de la savia del árbol madre. En cambio, colgaban de las bolsas del abdomen del macho hasta que los infantes maduraban lo suficiente para surgir y ocupar el sitio de sus madres en la teta.

—Por eso te la canté —asintió Plantador—. Intentaba pensar cómo podría haber sido todo si ya éramos inteligentes antes de que llegara la descolada. Y finalmente recordé esa parte de la historia de la Guerra de Hiendecielos.

—Fue al lugar donde el cielo se abrió.

—La descolada llegó aquí de alguna forma, ¿verdad?

—¿Cuántos años tiene esta historia?

—La Guerra de Hiendecielos fue hace veintinueve generaciones. Nuestro propio bosque no es tan antiguo. Pero llevamos con nosotros canciones e historias de nuestro padre-bosque.

—Esa parte de la historia sobre el cielo y las estrellas podría ser mucho más antigua, ¿no?

—Muy antigua. El padre-árbol Hiendecielos murió hace mucho tiempo. Puede que fuera ya muy viejo cuando se libró la guerra.

—¿Crees que es posible que esto sea un recuerdo del pequenino que descubrió por primera vez la descolada? ¿Que fuera traída aquí por una nave espacial y que lo que viera fuese una especie de vehículo de reentrada?

—Por eso la canté.

—Si eso es cierto, entonces decididamente erais inteligentes antes de la llegada de la descolada.

—Todo ha desaparecido ahora-murmuró Plantador.

—¿Qué ha desaparecido? No comprendo.

—Nuestros genes de esa época. Ni siquiera alcanzamos a imaginar qué nos quitó la descolada.

Era cierto. Cada virus de la descolada podía contener dentro de sí el código genético completo de todas las formas de vida nativa de Lusitania, pero sólo el código tal como era ahora, en su estado controlado por la descolada. Cómo era el código antes de que la descolada llegara era algo que no podría ser reconstruido ni restaurado jamás.

—Sin embargo, es intrigante. Pensar que ya teníais lenguaje y canciones e historias antes del virus —dijo Miro. Y entonces, aunque sabía que no debía hacerlo, añadió—: Tal vez eso hace innecesario que intentes demostrar la independencia de la inteligencia pequenina.

—Otro intento para salvar al cerdi —masculló Plantador.

Sonó una voz por el interfono. Una voz desde el exterior de la habitación.

—Puedes salir ya.

Era Ela. Se suponía que tenía que dormir durante el turno de Miro.

—No termino hasta dentro de tres horas —dijo él.

—Otra persona quiere entrar.

—Hay trajes de sobra.

—Te necesito aquí fuera, Miro.

La voz de Ela no ofrecía ninguna posibilidad de desobedecer. Además, era la científica a cargo del experimento.

Cuando Miro salió unos minutos más tarde, comprendió lo que sucedía. Allí se encontraba Quara, con aspecto glacial, y Ela estaba furiosa. Obviamente, habían vuelto a discutir, cosa que no resultaba sorprendente. La sorpresa era que Quara estuviera allí.

—Puedes volver dentro —dijo Quara en cuanto Miro salió de la cámara de esterilización.

—Ni siquiera sé por qué he salido —dijo Miro.

—Insiste en tener una conversación privada-anunció Ela.

—Ella te ha hecho salir, pero no quiere desconectar el sistema monitor de audio.

—Se supone que estamos registrando cada momento de conversación de Plantador. Para comprobar su lucidez.

Miro suspiró.

—Ela, crece.

Ela casi explotó.

—¡Yo! ¡Que crezca yo! Ella viene aquí como si pensara que es Nossa Senhora en Su trono…

—Ela —insistió Miro—. Cállate y escucha. Quara es la única esperanza que tiene Plantador para sobrevivir a este experimento. ¿Puedes decir sinceramente que no servirá a nuestro propósito dejarla…?

—Muy bien —cedió Ela, interrumpiéndose porque ya había comprendido su argumento y se plegaba a él—. Ella es la enemiga de todos los seres inteligentes de este planeta, pero cortaré el sistema registrador porque quiere tener una conversación privada con el hermano que está matando.

Aquello fue demasiado para Quara.

—No tienes que cortar nada por mí —espetó—. Lamento haber venido. Ha sido un error estúpido.

—¡Quara! —gritó Miro.

Ella se detuvo en la puerta del laboratorio.

—Ponte el traje y ve a hablar con Plantador. ¿Qué tiene él que ver con ella?

Quara volvió a mirar a Ela una vez más, pero se encaminó hacia la cámara de esterilización de la que Miro acababa de salir.

Él se sintió enormemente aliviado. Ya que sabía que no tenía autoridad ninguna, y que las dos eran perfectamente capaces de decirle lo que podía hacer con sus órdenes, el hecho de que ambas hubieran cedido significaba que deseaban hacerlo.

Quara quería de verdad hablar con Plantador. Y Ela deseaba que lo hiciera. Tal vez estuvieran creciendo lo suficiente para que sus diferencias personales ya no pusieran en peligro las vidas de otras personas. Tal vez aún había esperanza para la familia.

—Volverá a conectar en cuanto esté dentro —dijo Quara.

—No lo hará —aseguró Miro.

—Lo intentará.

Ela la miró, con desdén.

—Yo sé mantener mi palabra.

No dijeron nada más. Quara entró en la cámara de esterilización para vestirse. Unos cuantos minutos más tarde entró en la habitación donde estaba Plantador, todavía goteando por efecto de la solución antidescolada que había rociado todo el traje en cuanto lo tuvo puesto.

Miro oyó los pasos de Quara.

—Desconecta —dijo.

Ela extendió la mano y pulsó un botón. Los pasos se apagaron.

Jane habló a Miro al oído.

—¿Quieres que te reproduzca todo lo que dicen?

—¿Todavía puedes oír lo que pasa ahí dentro? —subvocalizó él.

—El ordenador está conectado a varios monitores sensibles a la vibración. Sé unos trucos para decodificar el habla humana a partir de la más mínima vibración. Y los instrumentos son muy sensibles.

—Adelante, pues —asintió Miro.

—¿Ninguna objeción moral por la invasión de intimidad?

—Ninguna —dijo Miro.

La supervivencia de un mundo estaba en juego. Y él había mantenido su palabra: el equipo de grabación estaba en efecto desconectado. Ela no podía saber lo que se decía.

La conversación no fue nada importante al principio. «¿Cómo estás? Muy enfermo. ¿Duele mucho? Sí.»

Fue Plantador quien rompió las formalidades agradables y se zambulló en el corazón del tema.

—¿Por qué quieres que mi pueblo sea esclavo?

Quara suspiró. Pero no pareció petulante. Para Miro y su experimentado oído, pareció como si estuviera emocionalmente en conflicto. No era la cara desafiante que mostraba a su familia.

—No quiero eso —respondió Quara.

—Tal vez no forjaste las cadenas, pero guardas la llave y te niegas a usarla.

—La descolada no es una cadena. Una cadena es nada. La descolada está viva.

—Y yo también. Y mi pueblo. ¿Por qué su vida es más importante que la nuestra?

—La descolada no os mata. Vuestro enemigo es Ela y mi madre. Ellas os matarían para impedir que la descolada las mate.

—Por supuesto —asintió Plantador—. Por supuesto que lo harían. Igual que las mataría yo para proteger a mi pueblo.

—Entonces tu lucha no es conmigo.

—Sí lo es. Sin lo que tú sabes, humanos y pequeninos acabarán matándose mutuamente, de un modo u otro. No tendrán elección. Mientras la descolada no pueda ser domada, acabará destruyendo a la humanidad o la humanidad tendrá que destruirla…, y a nosotros con ella.

—Ellos nunca la destruirán.

—Porque tú no los dejas.

—No más de lo que los dejaría destruiros a vosotros. La vida inteligente es la vida inteligente.

—No —objetó Plantador—. Con los raman se puede vivir y dejar vivir. Pero no con los varelse, no puede haber diálogo. Sólo guerra.

—Nada de eso —dijo Quara.

Entonces le lanzó los mismos argumentos que había usado cuando Miro habló con ella.

Cuando terminó, guardaron silencio durante un rato.

—¿Todavía están hablando? —susurró Ela a la gente que observaba los monitores visuales.

Miro no oyó su respuesta: probablemente alguien había contestado negando con la cabeza.

—Quara —susurró Plantador.

—Todavía estoy aquí —respondió ella.

El tono de discusión había vuelto a desaparecer de su voz. No sentía ninguna alegría por su cruel rectitud moral.

—Si te niegas a ayudar no es por este motivo —dijo él.

—Sí lo es.

—Ayudarías en un momento si no tuvieras que rendirte a tu propia familia.

—¡Eso no es cierto! —gritó ella.

De modo que Plantador había tocado un nervio.

—Estás tan segura de tener razón porque ellos están seguros de que te equivocas.

—¡Tengo razón!

—¿Cuándo has visto alguna vez a alguien que no abrigara dudas y que también tuviera la razón en algo?

—Tengo dudas —susurró Quara.

—Escúchalas. Salva a mi pueblo y al tuyo.

—¿Quién soy yo para decidir entre la descolada y nuestro pueblo?

—Exactamente —dijo Plantador—. ¿Quién eres para tomar esa decisión?

—No es cierto. Estoy posponiendo una decisión.

—Sabes lo que puede hacer la descolada. Sabes lo que hará. Posponer una decisión es tomar una decisión.

—No es una decisión. No es una acción.

—No intentar detener a un asesino al que podrías parar fácilmente… ¿no es eso un asesinato?

—¿Para esto querías verme? ¿Una persona más diciéndome lo que tengo que hacer?

—Tengo todo el derecho.

—¿Porque has decidido convertirte en mártir y morir?

—Todavía no he perdido la mente.

—Cierto. Has demostrado tu argumento. Ahora déjales que vuelvan a meter la descolada aquí dentro y te salven.

—No.

—¿Por qué no? ¿Tan seguro estás de tener razón?

—Puedo decidir por mi propia vida. No soy como tú: no decido para que mueran los demás.

—Si la humanidad muere, yo moriré con ella —objetó Quara.

—¿Sabes por qué quiero morir?

—¿Por qué?

—Para no tener que ver a los humanos y a los pequeninos matándose una vez más.

Quara inclinó la cabeza.

—Grego y tú… sois los dos iguales.

El visor del traje se llenó de lágrimas.

—Eso es mentira.

—Los dos os negáis a oír a nadie más. Lo sabéis todo. Y cuando hayáis acabado, muchísima gente inocente habrá muerto.

Ella se levantó, como para marcharse.

—Muere, entonces —masculló—. Ya que soy una asesina, ¿por qué debo llorar por ti?

Pero no dio ni un solo paso. «No quiere irse», pensó Miro.

—Díselo.

Ella sacudió la cabeza, tan vigorosamente que las lágrimas escaparon de sus ojos, salpicando el interior de la máscara. Si seguía así, pronto no podría ver nada.

—Si dices lo que sabes, todo el mundo será más sabio. Si lo mantienes en secreto, entonces todo el mundo seguirá ignorante.

—¡Si lo digo, la descolada morirá!

—¡Entonces déjala morir! —gritó Plantador.

El esfuerzo superó su capacidad. Los instrumentos del laboratorio enloquecieron durante unos instantes. Ela murmuró entre dientes mientras comprobaba con los técnicos.

—¿Eso es lo que quieres que piense de ti? —preguntó Quara.

—Eso es lo que piensas de mí —le susurró Plantador—. Déjala morir.

—No.

—La descolada vino y esclavizó a mi pueblo. ¿Qué más da si es inteligente o no? Es una tirana. Es una asesina. Si un ser humano se comportara de la forma en que actúa la descolada, incluso tú estarías de acuerdo en que habría que detenerlo, aunque la muerte fuera la única solución. ¿Por qué tratas a otra especie con más condescendencia que a un miembro de la tuya propia?

—Porque la descolada no sabe lo que está haciendo —replicó Quara—. No comprende que somos inteligentes.

—No le importa. Quienquiera que creó la descolada la envió sin importarle que las especies que capture o mate sean inteligentes o no. ¿Ésa es la criatura por la que quieres que mueran mi pueblo y el tuyo? ¿Estás tan llena de odio hacia tu familia que te pondrás de parte de un monstruo como la descolada?

Quara no tenía ninguna respuesta. Se dejó caer en el banco junto a la cama de Plantador.

Plantador extendió la mano y la apoyó en su hombro. El traje no era tan grueso e impermeable como para que ella no pudiera sentir su presión, aunque estaba muy débil.

—No me importa morir —dijo Plantador—. Tal vez a causa de la tercera vida, los pequeninos no sentimos el mismo miedo hacia la muerte que los humanos, con vuestras cortas vidas. Pero aunque no tenga tercera vida, Quara, tendré la clase de inmortalidad de que gozáis los humanos. Mi nombre vivirá en las historias. Aunque no tenga árbol, mi nombre vivirá, y también mi obra. Los humanos podéis decir que he decidido ser un mártir para nada, pero mis hermanos comprenden. Permaneciendo despejado e inteligente hasta el final, demuestro que ellos son quienes son. Ayudo a demostrar que nuestros esclavizadores no nos hicieron lo que somos, y no pueden impedir que lo seamos. La descolada puede obligarnos a hacer muchas cosas, pero no nos posee hasta lo más íntimo. Dentro de nosotros hay un lugar que constituye nuestro propio yo. Por eso no me importa morir. Viviré eternamente en cada pequenino libre.

—¿Por qué dices esto cuando sólo yo puedo oír? —preguntó Quara.

—Porque sólo tú tienes el poder para matarme por completo. Sólo tú tienes el poder para hacer que mi muerte no signifique nada, de forma que todo mi pueblo muera detrás de mí y no quede ninguno para recordar. ¿Por qué no dejar mi testamento sólo contigo? únicamente tú decidirás si tiene valor o no.

—Te odio por esto —espetó ella—. Sabía que lo harías.

—¿Hacer qué?

—Hacerme sentir tan culpable que tenga que… ceder.

—Si sabías que lo harías, ¿por qué has venido?

—¡No tendría que haberlo hecho! ¡Ojalá no hubiera venido!

—Te diré por qué has venido. Has venido para que yo te hiciera ceder. Para que, al hacerlo, fuera por mi bien, no por tu familia.

—Entonces, ¿soy tu marioneta?

—Todo lo contrario. Decidiste venir aquí. Me estás usando a mí para que te haga hacer lo que realmente deseas. En el fondo, sigues siendo humana, Quara. Quieres que tu pueblo viva. De lo contrario serías un monstruo.

—El que te estés muriendo no te hace más sabio.

—Sí lo hace —objetó Plantador.

—¿Y si te digo que nunca cooperaré con el asesinato de la descolada?

—Entonces te creeré.

—Y me odiarás.

—Sí.

—No puedes.

—Sí puedo. No soy un cristiano muy bueno. No puedo amar a quien decide matarme a mí y a todo mi pueblo.

Ella guardó silencio.

—Vete ahora —dijo él—. He dicho todo lo que puedo decir. Ahora quiero cantar mis historias y mantenerme inteligente hasta que por fin me sobrevenga la muerte.

Ella se dirigió a la cámara de esterilización. Miró se volvió hacia Ela.

—Que todo el mundo salga del laboratorio —ordenó.

—¿Por qué?

—Porque existe la posibilidad de que salga y te diga lo que sabe.

—Entonces soy yo quien debería irse, y que todos los demás se quedaran.

—No —dijo Miro—. Tú eres la única a quien se lo dirá.

—Si piensas eso, eres un completo…

—Decírselo a otra persona no la herirá lo suficiente para satisfacerla —insistió Miro—. Todo el mundo fuera.

Ela pensó un instante.

—Muy bien. Volved al laboratorio principal y comprobad vuestros ordenadores —indicó a los demás—. Os conectaré a la red si me dice algo, y podréis ver lo que introduzca sobre la marcha. Si podéis sacar sentido a lo que veáis, empezad a seguirlo. Aunque ella realmente sepa algo, seguiremos sin tener mucho tiempo para diseñar una descolada truncada para ofrecérsela a Plantador antes de que muera. Vamos.

Se marcharon.

Cuando Quara emergió de la cámara de esterilización, encontró sólo a Ela y a Miro esperándola.

—Sigo pensando que es un error matar a la descolada antes de intentar hablar con ella —dijo.

—Tal vez —respondió Ela—. Sólo sé que intento hacerlo si puedo.

—Preparad vuestros archivos. Voy a deciros todo lo que sé acerca de la inteligencia de la descolada. Si funciona y Plantador sobrevive a esto, le escupiré a la cara.

—Escúpele mil veces —dijo Ela—. Con tal de que viva.

Los archivos aparecieron en la pantalla. Quara empezó a señalar en ciertas regiones del modelo del virus de la descolada. En cuestión de pocos minutos, fue Quara quien estuvo sentada ante el terminal, tecleando, señalando, hablando, mientras Ela formulaba preguntas.

Jane volvió a hablar al oído de Miro.

—Pequeña zorra —masculló—. No tenía sus archivos en otro ordenador. Lo guardaba todo en la cabeza.

A últimas horas de la tarde del día siguiente, Plantador estaba al borde de la muerte y Ela al límite de sus fuerzas. Su equipo había estado trabajando toda la noche. Quara había ayudado, constantemente, examinando infatigable todo lo que la gente de Ela le traía, criticando, señalando errores. A media mañana, tenían un plan para un virus truncado que tal vez funcionaría. Toda capacidad de lenguaje había desaparecido, lo que significaba que los nuevos virus no podrían comunicarse entre sí. Toda la habilidad analítica se había anulado también, al menos por lo que sabían. Pero a salvo en su sitio estaban todas las partes del virus que mantenían las funciones corporales en las especies nativas de Lusitania. Por lo que podían decir sin tener ninguna muestra de trabajo del virus, el nuevo diseño era exactamente lo que necesitaban: una descolada completamente funcional en los ciclos vitales de las especies lusitanas, incluyendo a los pequeninos, pero incapaz de regulación y manipulación global. Bautizaron recolada al nuevo virus. El antiguo recibía su nombre por su función de separar; el nuevo por su función de unir, de mantener juntas a las especies-parejas que componían la vida nativa de Lusitania.

Ender planteó una objeción: ya que la descolada estaba poniendo a los pequeninos de un humor beligerante y expansivo, el nuevo virus tal vez los dejaría a todos en ese estado concreto. Pero Ela y Quara contestaron juntas que habían usado deliberadamente como modelo una versión más antigua de la descolada, de un momento en que los pequeninos estaban más relajados, eran más «ellos mismos». Los pequeninos que trabajaban en el proyecto estuvieron de acuerdo; había poco tiempo para consultar a nadie más excepto a Humano y Raíz, quienes también mostraron su conformidad.

Con lo que Quara les había enseñado acerca del funcionamiento de la descolada, Ela puso a trabajar a un equipo en la bacteria asesina que se extendería rápidamente por la gaialogía del planeta entero, para encontrar la descolada normal en cada lugar y cada forma, hacerla pedazos y matarla. Reconocería la vieja descolada por los propios elementos de los que carecería la nueva. Liberar la recolada y la bacteria asesina al mismo tiempo completarían el trabajo.

Sólo quedaba un pequeño problema: la creación del nuevo virus. Ése fue el proyecto directo de Ela a partir de media mañana. Quara se desmoronó y se quedó dormida, al igual que la mayoría de los pequeninos. Pero Ela siguió esforzándose, intentando usar todas las herramientas de que disponía para romper el virus y recombinarlo como necesitaba.

Pero cuando Ender acudió a últimas horas de la tarde para decirle que si su virus iba a salvar a Plantador era ahora o nunca, ella sólo fue capaz de desmoralizarse y llorar de agotamiento y frustración.

—No puedo —dijo.

—Entonces dile que lo has conseguido pero que no podrás tenerlo listo a tiempo y…

—Quiero decir que no puede hacerse.

—Lo has diseñado.

—Lo hemos planeado, lo hemos modelado, sí. Pero no puede hacerse. La descolada es un diseño realmente vicioso. No podemos construirlo de la nada porque hay demasiadas partes que no se mantienen juntas a menos que se tenga a esas secciones trabajando ya para seguir reconstruyéndose unas a otras a medida que se rompen. Y no podemos hacer modificaciones en el virus actual a menos que trabajemos más rápido de lo que podemos. Fue diseñada para vigilarse constantemente para que no pueda ser alterada, y para ser tan inestable en todas sus partes que resulte completamente imposible de crear.

—Pero ellos la crearon.

—Sí, pero no sé cómo. Al contrario que Grego, no puedo apartarme por completo de mi ciencia por un capricho metafísico y crear cosas según mi deseo. Estoy atascada con las leyes de la naturaleza tal como son aquí y ahora, y no hay ninguna regla que me permita crearla.

—Entonces sabemos adónde necesitamos ir, pero no podemos llegar desde aquí.

—Hasta anoche no sabía lo suficiente para imaginar si podríamos diseñar esta nueva recolada o no, y por tanto no tenía ninguna forma de saber que podríamos hacerlo. Suponía que si podía diseñarse, podía crearse. Estaba dispuesta a hacerlo, dispuesta a actuar en el momento en que Quara cediera. Todo lo que hemos conseguido es saber, por fin, por completo, que no puede hacerse. Quara tenía razón. Descubrimos lo suficiente para matar todos los virus de la descolada en Lusitania. Pero no somos capaces de crear la recolada que podría reemplazarla y mantener funcionando la vida aquí.

—Y si usamos la bacteria viricida…

—Todos los pequeninos del mundo estarían donde está ahora Plantador dentro de una semana o dos. Y toda la historia y los pájaros y las enredaderas y todo… Tierra calcinada. Una atrocidad. Quara tenía razón.

Ela volvió a echarse a llorar.

—Sólo estás cansada.

Era Quara, despierta ahora y con un aspecto terrible. El sueño no la había refrescado.

Ela, por su parte, no pudo contestar a su hermana.

Quara parecía estar pensando en decir algo cruel, del estilo de «ya te lo advertí». Pero lo pensó mejor, se acercó y colocó una mano sobre el hombro de Ela.

—Estás cansada, Ela. Necesitas dormir.

—Sí.

—Pero vamos a decírselo primero a Plantador.

—A decirle adiós.

—Sí, a eso me refería.

Se dirigieron al laboratorio que contenía la habitación esterilizada de Plantador. Los investigadores pequeninos estaban otra vez despiertos: todos se habían unido a la vigilia de las últimas horas de Plantador. Miro estaba dentro con él, y en esta ocasión no le pidieron que saliera, aunque Ender sabía que tanto Ela como Quara ansiaban acompañar al pequenino. En cambio, ambas le hablaron a través de los altavoces, explicándole lo que habían descubierto. Tener el éxito casi al alcance de la mano era peor, a su modo, que el completo fracaso, porque podía conducir fácilmente a la destrucción de todos los pequeninos, si los humanos de Lusitania se sentían suficientemente desesperados.

—No la usaréis —susurró Plantador.

Los micrófonos, pese a su alto grado de sensibilidad, apenas recogían su voz.

—Nosotros no —dijo Quara—. Pero no somos las únicas personas que hay aquí.

—No la usaréis. Yo soy el único que morirá así.

Sus últimas palabras carecieron de voz. Leyeron sus labios más tarde, en la holograbación, para asegurarse de lo que había dicho. Y, tras estas palabras, tras haber oído sus despedidas, Plantador murió.

En el momento en que las máquinas de seguimiento confirmaban su muerte, los pequeninos del equipo investigador se abalanzaron hacia la sala esterilizada. Querían que la descolada los acompañase. Apartaron bruscamente a Miro de en medio, y se pusieron a trabajar, inyectando el virus en cada parte del cuerpo de Plantador, cientos de inyecciones en unos momentos. Obviamente, se habían estado preparando para esto. Respetarían el sacrificio de Plantador en vida, pero ahora que estaba muerto, su honor satisfecho, no tenían ningún reparo en intentar salvarle para la tercera vida si era posible.

Lo llevaron al terreno despejado donde se encontraba Humano y Raíz, y lo colocaron en un punto ya marcado, formando un triángulo equilátero con los dos jóvenes padres-árbol. Allí desmembraron su cuerpo y lo abrieron. En cuestión de horas empezó a crecer un árbol, y experimentaron la breve esperanza de que fuera un padre-árbol. Pero los hermanos, expertos en reconocer a un joven padre-árbol, sólo tardaron unos cuantos días más en declarar que el esfuerzo había sido en vano. Había vida que contenía sus genes, sí, pero los recuerdos, la voluntad, la persona que era Plantador se había perdido. El árbol era mudo: no habría ninguna mente que se uniera al cónclave perpetuo de los padres-árbol. Plantador había decidido liberarse de la descolada, aunque eso significara perder la tercera vida que era el regalo de la descolada a todos los que la poseían. Había tenido éxito y, al perder, ganó.

También había tenido éxito en otra cosa. Los pequeninos se apartaron de la costumbre normal de olvidar rápidamente el nombre de los hermanos-árbol. Aunque ninguna pequeña madre se arrastraría jamás por su corteza, el hermano-árbol que había crecido de este cadáver sería conocido por el nombre de Plantador y tratado con respeto, como si fuera un padre-árbol, como si fuera una persona. Aún más, su historia fue narrada una y otra vez por toda Lusitania, dondequiera que vivían los pequeninos. Plantador había demostrado que los pequeninos eran inteligentes incluso sin la descolada. Fue un noble sacrificio, y pronunciar el nombre de Plantador significaba un recordatorio para todos los pequeninos de su libertad fundamental del virus que los había esclavizado.Pero la muerte de Plantador no detuvo los preparativos pequeninos para colonizar otros mundos.

La gente de Guerrero tenía ahora la mayoría, y a medida que se extendían los rumores de que los humanos poseían una bacteria capaz de matar toda la descolada, su urgencia fue aún mayor. «Deprisa —apremiaban a la reina colmena—. Deprisa, para que podamos liberarnos de este mundo antes de que los humanos decidan matarnos a todos.»


—Creo que puedo hacerlo —dijo Jane—. Si la nave es pequeña y simple, la carga casi nula, la tripulación lo más reducida posible, podré contener la pauta en mi mente. Si el viaje es breve y la estancia en el Espacio muy corta. En cuanto a contener la localización del principio y el final, es fácil, un juego de niños; puedo hacerlo con la precisión de un milímetro, de menos. Si durmiera, podría hacerlo dormida. Así que no hay necesidad de que soporte aceleraciones o tenga sistemas para albergar vida de forma continuada. La nave puede ser simple. Un entorno sellado, sitios donde sentarse, luz, calor. Si en efecto podemos llegar allí y puedo mantenerlo todo junto y traerlo de vuelta, no estaremos en el espacio el tiempo suficiente para consumir el oxígeno de una habitación pequeña.

Todos estaban reunidos en el espacio del obispo para escucharla: toda la familia Ribeira, la de Jakt y Valentine, los investigadores pequeninos, varios sacerdotes y Filhos, y tal vez una docena más de líderes de la colonia humana. El obispo había insistido en celebrar la reunión en su despacho.

—Porque es suficientemente grande —arguyó—, y porque si vais a salir a cazar como Nimrod ante el Señor, si vais a enviar una nave como Babel al cielo en busca del rostro de Dios, entonces quiero estar presente para rezar a Dios para que se apiade de vosotros.

—¿Cuánto queda de tu capacidad? —le preguntó Ender a Jane.

—No mucha. Todos los ordenadores de los Cien Mundos se frenarán mientras lo hacemos, ya que usaré su memoria para contener la pauta.

—Lo pregunto porque queremos intentar ejecutar un experimento mientras estemos allí fuera.

—No andes con medias tintas, Ender-dijo Ela—. Queremos realizar un milagro mientras estemos allí. Si llegamos al Exterior, eso significará que probablemente Grego y Olhado tienen razón en cómo es. Y eso implica que las reglas serán diferentes. Las cosas pueden ser creadas sólo comprendiendo su pauta. Por eso quiero ir. Existe la posibilidad de que, mientras estoy allí, sea capaz de crearlo. Puede que consiga traer un virus que no pueda crearse en el espacio real. ¿Me llevarás? ¿Puedes contenerme allí el tiempo suficiente para crear el virus?

—¿Cuánto tiempo es eso? —preguntó Jane.

—Debería ser instantáneo —dijo Grego—. En el momento en que lleguemos, cualquiera que sean las pautas completas que contengamos en nuestras mentes deberían ser creadas en un período de tiempo demasiado breve para que los humanos lo advirtamos. El tiempo real hará falta para analizar si, de hecho, tiene el virus que quería. Tal vez cinco minutos.

—Sí —respondió Jane—. Si puedo hacer todo esto, podré hacerlo durante cinco minutos.

—El resto de la tripulación —intervino Ender.

—El resto de la tripulación seréis Miro y tú —respondió Jane—. Y nadie más.

Grego protestó con fuerza, pero no fue el único.

—Soy piloto —alegó Jakt.

—Yo soy la única piloto de esta nave —dijo Jane.

—Olhado y yo lo ideamos —objetó Grego.

—Ender y Miro vendrán conmigo porque no puede hacerse con margen de seguridad sin ellos. Habito dentro de Ender: donde él va, me lleva consigo. Miro, por otro lado, está tan unido a mí que tal vez forma parte de la pauta que soy yo misma. Quiero que venga porque acaso no esté entera sin él. Nadie más. No puedo contener a nadie más en la pauta. Ela será la única, aparte de ellos dos.

—Entonces ésa es la tripulación —zanjó Ender.

—Sin discusión —añadió el alcalde Kovano.

—¿Construirá la nave la reina colmena? —preguntó Jane.

—Lo hará —contestó Ender.

—Entonces tengo que pedir un favor más. Ela, si puedo darteesos cinco minutos, ¿puedes contener también en tu mente la pauta de otro virus?

—¿El virus para Sendero? —preguntó ella.

—Se lo debemos, si es posible, por la ayuda que nos han prestado.

—Creo que sí —respondió Ela—, o al menos las diferencias entre ese virus y la descolada normal. Eso es posiblemente todo lo que puedo contener: las diferencias.

—¿Y cuándo sucederá todo esto? —preguntó el alcalde.

—En cuanto la reina colmena construya la nave —dijo Jane—. Nos quedan sólo cuarenta y ocho días antes de que los Cien Mundos desconecten sus ansibles. Ahora sabemos que sobreviviré a ese hecho, pero me dejará lisiada. Me costará reaprender todos mis recuerdos perdidos, si es que puedo hacerlo alguna vez. Hasta que eso suceda, no podré contener la pauta de una nave para que vaya al Exterior.

—La reina colmena puede mandar construir una nave tan simple como ésta mucho antes de esa fecha —dijo Ender—. En una nave tan pequeña no hay posibilidad de enviar a todas las personas y pequeninos de Lusitania antes de que llegue la flota, y mucho menos antes de que el corte del ansible impida a Jane hacer volar esa nave. Pero habrá tiempo de llevar nuevas comunidades de pequeninos libres de la descolada, un hermano, una esposa, muchas pequeñas madres embarazadas, a una docena de planetas y establecerlos allí. Tiempo para introducir a nuevas reinas en sus crisálidas, fertilizadas ya para poner sus primeros centenares de huevos, y llevarlas también a una docena de nuevos mundos. Si todo esto funciona, si no nos quedamos como unos idiotas sentados en una caja de cartón deseando poder volar, entonces volveremos con paz para este mundo, libres del peligro de la descolada, y con la dispersión segura de la herencia genética de las otras especies de raman que hay aquí. Hace una semana, parecía imposible. Ahora hay esperanza.

—Gragas a deus —rezó el obispo.

Quara se echó a reír.

Todos la miraron.

—Lo siento —dijo—. Estaba pensando…, oí una oración, no hace muchas semanas. Una oración a Os Venerados, mi abuelo Gusto y mi abuela Cida. Pedían que, si no había una manera de resolver los problemas imposibles que nos acechan, que intercedieran ante Dios para que abriera un camino.

—No es una mala súplica —comentó el obispo—. Y tal vez Dios ha respondido a ella.

—Lo sé —respondió Quara—. Eso es lo que estaba pensando. ¿Y si todo este asunto del Inspacio y el Expacio no hubiera sido real antes? ¿Y si sólo se hizo verdad debido a esa oración?

—¿Y qué? —preguntó el obispo.

—Bueno, ¿no les parecería gracioso?

Por lo visto, nadie compartía su opinión.

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