MÁRTIR

‹Ender dice que aquí en Lusitanio estamos en la piedra angular de la historia. Que en los próximos meses o años será el lugar donde llegue muerte o comprensión a cada especie inteligente.›

‹Qué considerado por su porte, traernos aquí justo a tiempo para nuestra posible muerte.›

‹Te estás burlando de mí, claro.›

‹Si supiéramos hacer burla, tal vez te la haríamos›

‹Lusitania es la piedra angular de la historia en porte porque vosotros estáis aquí. La lleváis a cuestas dondequiera que vais.›

‹La ignoramos. Os la damos. Es vuestra.›

‹Cada vez que se encuentran extraños es un momento histórico.›

‹Entonces no seamos extraños.›

‹Los humanos insisten en hacernos extraños a todos. Está inscrito en su material genético. Pero nosotros podemos ser amigos.›

‹Esa palabra es demasiado fuerte. Digamos que somos compañeros-ciudadanos›

‹Al menos mientras nuestros intereses coincidan.›

‹Mientras brillen las estrellas, nuestros intereses coincidirán.›

‹Tal vez no tanto. Tal vez sólo mientras los seres humanos sean más fuertes y numerosos que nosotros.›

‹Eso basta por ahora.›


Quim acudió a la reunión sin protestar, aunque aquello podía retrasarlo un día completo en su viaje. Hacía tiempo que había aprendido a tener paciencia. No importaba lo urgente que considerara su misión con los herejes, poco conseguiría, a la larga, si no tenía detrás el apoyo de la colonia humana. Así, si el obispo Peregrino le pedía que asistiera a una reunión con Kovano Zeljevo, el alcalde de Milagro y gobernador de Lusitania, Quim acudía.

Se sorprendió al comprobar que también asistían a la reunión Ouanda Saavedra, Andrew Wiggin y la mayor parte de la familia del propio Quim. La presencia de Madre y Ela tenía sentido, si la reunión tenía por objeto tratar la política referida a los pequeninos herejes. Pero ¿qué estaban haciendo allí Quara y Grego? No había ninguna razón para que estuvieran implicados en ninguna discusión seria. Eran demasiado jóvenes, demasiado impetuosos, y estaban demasiado mal informados.

Por lo que había visto, todavía peleaban como niños pequeños. No eran tan maduros como Ela, capaz de olvidar sus sentimientos personales en interés de la ciencia. Por supuesto, a Quim le preocupaba a veces que Ela llevara esto demasiado lejos para su propio bien, pero ése nunca era el problema con Quara y Grego.

Sobre todo con Quara. Por lo que había dicho Raíz, todo el problema con los herejes comenzó cuando Quara contó a los pequeninos los diversos planes de contingencia para tratar con el virus de la descolada. Los herejes no habrían encontrado tantos aliados en tantos bosques distintos si no fuera por el temor que sentían los pequeninos de que los humanos liberaran alguna especie de virus, o envenenaran Lusitania con un producto químico que aniquilara la descolada y, con ella, a los propios pequeninos. El hecho de que los humanos consideraran siquiera el exterminio indirecto de los pequeninos hacía que pareciera una simple respuesta por parte de los cerdis el contemplar el exterminio de la humanidad.

Todo porque Quara no podía mantener la boca cerrada. Y ahora estaba presente en una reunión donde se trataría de política. ¿Por qué? ¿Qué representaba ella en la comunidad? ¿Pensaba esta gente que el gobierno o la política de la iglesia era ahora territorio de la familia Ribeira? Por supuesto, Olhado y Miro no estaban allí, pero eso no significaba nada: ya que los dos eran lisiados, el resto de la familia los trataba inconscientemente como a niños, aunque Quim sabía bien que ninguno se merecía que lo ignoraran tan cruelmente. Sin embargo, Quim se mostró paciente. Podía esperar. Podía escuchar. Podía atenderlos. Luego haría algo que complaciera tanto a Dios como al obispo. Por supuesto, si eso no era posible, bastaría con complacer a Dios.

—Esta reunión no ha sido idea mía —dijo el alcalde Kovano, Quim sabía que era un buen hombre. Un alcalde mejor de lo que comprendía la mayor parte de la gente de Milagro. Seguían reeligiéndolo porque era una figura patriarcal y trabajaba con ahínco para ayudar a los individuos y las familias que tenían problemas. No les importaba mucho si su política era efectiva: eso resultaba demasiado abstracto para ellos. Pero daba la casualidad de que era tan sabio como astuto en la política. Una rara combinación de la que Quim se alegraba. «Tal vez Dios sabía que estos tiempos serían difíciles, y nos dio un líder que podría ayudarnos a superarlos sin demasiado sufrimiento.»—. Pero me alegro de tenerlos a todos. Hay más tensión que nunca en la relación entre cerdis y humanos, o al menos desde que el Portavoz llegó y nos ayudó a hacer las paces con ellos.

Wiggin sacudió la cabeza, pero todo el mundo conocía su papel en aquellos hechos y tenía poco sentido negarlo. Incluso Quim tuvo que admitir, al final, que el humanista infiel había acabado haciendo buenas obras en Lusitania. Hacía tiempo que Quim había olvidado su profundo odio hacia el Portavoz de los Muertos. De hecho, a veces sospechaba que él mismo, como misionero, era la única persona en su familia que comprendía de verdad lo que había conseguido Wiggin. Hace falta un evangelista para comprender a otro.

—Por supuesto, debemos parte de nuestras preocupaciones a la mala conducta de dos jóvenes apasionados y muy problemáticos, a quienes hemos invitado a esta reunión para que presencien algunas consecuencias de su actitud estúpida y egoísta.

Quim casi se echó a reír en voz alta. Por supuesto, Kovano había dicho todo eso con un tono tan suave y amable que Grego y Quara tardaron un instante en darse cuenta de que acababan de recibir una dura crítica. Pero Quim lo comprendió de inmediato. «No tendría que haber dudado de ti, Kovano. Nunca habrías traído a nadie inútil a una reunión.»

—Tal como tengo entendido, hay un movimiento entre los cerdis para lanzar una nave espacial que infecte deliberadamente al resto de la humanidad con la descolada. Y gracias a la contribución de nuestra joven cotorra, aquí presente, muchos otros bosques comparten esta idea.

—Si espera que me disculpe… —empezó a decir Quara.

—Espero que mantengas la boca cerrada, ¿o es imposible, siquiera por diez minutos?

La voz de Kovano contenía auténtica furia. Los ojos de Quara se abrieron de par en par y se sentó con más rigidez en su silla.

—La otra mitad de nuestro problema es un joven físico que, desgraciadamente, ha conservado el contacto común. —Kovano alzó una ceja al mirar a Grego—. Si te hubieras convertido en un intelectual apartado… En cambio, pareces haber cultivado la amistad de los lusitanos más estúpidos y violentos.

—Con personas que están en desacuerdo con usted, querrá decir-objetó Grego.

—Con personas que olvidan que este mundo pertenece a los pequeninos —espetó Quara.

—Los mundos pertenecen a las personas que los necesitan y saben cómo hacer que produzcan —insistió Grego.

—Callaos la boca, niños, o seréis expulsados de esta reunión mientras los adultos deciden.

Grego miró a Kovano.

—No me hable en ese tono.

—Te hablaré como quiera —dijo Kovano—. Por lo que a mí respecta, ambos habéis quebrantado las obligaciones legales para mantener un secreto, y debería haceros encerrar a ambos.

—¿Bajo qué acusación?

—Recordarás que tengo poderes de emergencia. No necesito ninguna acusación hasta que la emergencia haya pasado. ¿Está claro?

—No lo hará. Me necesita —dijo Grego—. Soy el único físico decente en Lusitania.

—La física no vale un comino si acabamos en una especie de competición con los pequeninos.

—Es a la descolada a lo que tenemos que enfrentarnps —alegó Grego.

—Estamos perdiendo el tiempo —suspiró Novinha.

Quim miró a su madre por primera vez desde el inicio de la reunión. Parecía muy nerviosa. Temerosa. No la había visto así desde hacía muchos años.

—Estamos aquí para tratar de esa descabellada misión de Quim —continuó Novinha.

—Se llama padre Esteváo —dijo el obispo Peregrino.

Era muy estricto en lo relativo a dar la dignidad adecuada a los dignatarios de la Iglesia.

—Es mi hijo —respondió Novinha—. Lo llamaré como me plazca.

Vaya grupo tan representativo que tenemos aquí hoy —bufó el alcalde Kovano.

Las cosas se ponían feas. Quim había evitado deliberadamente decirle a su madre los detalles acerca de su misión a los herejes, porque estaba seguro de que se opondría a la idea de acudir directamente a los cerdis que temían y odiaban abiertamente a los seres humanos. Quim era bien consciente de la fuente de su temor al contacto cercano con los pequeninos. De niña, la descolada la había hecho perder a sus padres. El xenólogo Pipo se convirtió en su padre putativo, y luego fue el primer humano torturado hasta la muerte por los pequeninos. Novinha pasó entonces veinte años intentando evitar que su amante Libo (el hijo de Pipo, el siguiente xenólogo) corriera la misma suerte. Incluso se casó con otro hombre para evitar que Libo tuviera derecho de acceso, como marido suyo, a sus archivos privados, donde creía que podría encontrarse el secreto que había llevado a los cerdis a matar a Pipo. Y al final, todo fue en vano, Libo murió igual que Pipo. Aunque desde entonces había llegado a conocer la auténtica razón de las muertes, aunque los pequeninos habían hecho solemnes juramentos para no dirigir ningún acto violento contra otro ser humano, no había ninguna manera de que su madre se mostrara racional cuando sus seres queridos se hallaban entre los cerdis. Y ahora estaba presente en una reunión que sin duda había sido convocada a instancia suya, para decidir si Quim debería ir o no en su viaje misionero. Iba a ser una mañana desagradable. Madre tenía años de práctica en salirse con la suya. Casarse con Andrew Wiggin la había suavizado y templado de muchas formas. Pero cuando pensaba que uno de sus hijos estaba en peligro, sacaba las garras, y ningún marido tenía mucha influencia sobre ella.

¿Por qué habían permitido el alcalde Kovano y el obispo Peregrino que se celebrara esta reunión?

Como si hubiera oído la silenciosa pregunta de Quim, el alcalde empezó a explicarse:

—Andrew Wiggin vino a verme con nueva información. Mi primera idea fue mantenerlo todo en secreto, enviar al padre Esteváo en su misión a los herejes, y luego pedirle al obispo Peregrino que rezara. Pero Andrew me aseguró que a medida que nuestro peligro aumenta, se va haciendo más importante que todos actuemos a partir de la información más completa posible. Los portavoces de los muertos al parecer tienen una confianza casi patológica en la idea de que la gente se comporta mejor cuanto más conocen. Me he dedicado a la política demasiado tiempo para compartir su confianza, pero él sostiene que es más viejo que yo, y me atengo a su sabiduría.

Quim sabía, por supuesto, que Kovano no se plegaba a la sabiduría de nadie. Andrew Wiggin, simplemente, lo había persuadido.

—A medida que las relaciones entre pequeninos y humanos se hacen más, mmmm…, problemáticas, y nuestro cohabitante invisible, la reina colmena, se acerca cada vez más al lanzamiento de sus naves espaciales, parece que los asuntos de fuera del planeta se vuelven también más urgentes. El Portavoz de los Muertos me informa gracias a sus fuentes extraplanetarias que alguien en un mundo llamado Sendero está a punto de descubrir a nuestros aliados que han conseguido impedir que el Congreso dé a la flota la orden de destruir Lusitania.

Quim anotó con interés que al parecer Andrew no le había dicho nada al alcalde acerca de Jane. Tampoco el obispo Peregrino lo sabía. ¿Y Grego o Quara? ¿Y Ela? Su madre lo sabía, desde luego. ¿Por qué me lo confió Andrew, si lo ha ocultado a tanta gente?»

—Existe una fuerte posibilidad de que en las próximas semanas, o días, el Congreso restablezca las comunicaciones con la flota. En ese punto, nuestra última defensa habrá desaparecido. Sólo un milagro nos salvará de la aniquilación.

—Tonterías —espetó Grego—. Si esa cosa de la pradera puede construir una nave para los cerdis, también puede construir algunas para nosotros. Salgamos de este planeta antes de que lo manden al infierno.

—Tal vez —dijo Kovano—. Sugerí algo así, aunque en términos menos pintorescos. Tal vez, senhor Wiggin, pueda decirnos por qué el elocuente plan de Grego no saldrá bien.

—La reina colmena no comparte nuestro punto de vista. A pesar de sus mejores esfuerzos, no considera tan seriamente las vidas individuales. Si Lusitania es destruida, los pequeninos y ella correrán un gran riesgo…

—El Ingenio M.D. destruirá todo el planeta-señaló Grego.

—Correrán un gran riesgo de que su especie sea aniquilada —continuó Wiggin, imperturbable, pese a la interrupción de Grego—. No malgastará una nave para sacar a los humanos de Lusitania, porque hay billones de humanos en otros doscientos mundos. Nosotros no corremos el riesgo de un xenocidio.

—Lo corremos si esos cerdis herejes se salen con la suya —espetó Grego.

—Y ése es otro punto —continuó Wiggin—. Si no hemos descubierto un medio para neutralizar la descolada, no podemos en buena conciencia llevar la población humana de Lusitania a otro mundo. Estaríamos haciendo exactamente lo mismo que quieren los herejes: forzar a los demás humanos a enfrentarse a la descolada y probablemente a morir.

—Entonces no hay solución —dijo Ela—. Bien podríamos volvernos de espaldas y morir.

—No tanto —intervino el alcalde Kovano—. Es posible, quizá probable, que nuestro pueblo de Milagro esté condenado. Pero al menos podemos tratar de conseguir que las naves coloniales de los pequeninos no lleven la descolada a mundos nuevos. Parece que hay dos aproximaciones: una biológica, la otra teológica.

—Estamos muy cerca —dijo Novinha—. Es cuestión de meses, o incluso de semanas, y entonces Ela y yo habremos diseñado una especie sustituta de la descolada.

—Eso dices —replicó Kovano. Se volvió hacia Ela—. ¿Y tú?

Quim casi gruñó en voz alta. «Ela dirá que Madre está equivocada, que no hay ninguna solución biológica, y entonces Madre alegará que está intentando matarme al enviarme a mi misión. Esto es justo lo que la familia necesita: Ela y Madre en guerra abierta. Gracias a Kovano Zeljezo, humanista.»

Pero la respuesta de Ela no fue lo que Quim temía.

—Ya está casi diseñada. Es la única aproximación que todavía no hemos intentado, pero estamos a punto de conseguir el diseño de una versión del virus de la descolada que hace todo lo necesario para mantener los ciclos vitales de las especies indígenas, pero es incapaz de adaptarse y destruir nuevas especies.

—Estás hablando de lobotomizar a una especie entera —protestó Quara amargamente—. ¿Qué pensaríais si alguien encontrara un medio de mantener a todos los humanos vivos, pero sin cerebro?

Por supuesto, Grego recogió el guante.

—Cuando esos virus puedan escribir poemas o razonar un teorema, me tragaré todas esas chorradas sentimentales acerca de cómo debemos mantenerlos con vida.

—¡Sólo porque no sepamos leerlos no significa que no tengan sus poemas épicos!

—Fecha as bocas!-rugió Kovano.

Inmediatamente, guardaron silencio.

—Nossa Senhora —exclamó—. Tal vez Dios quiere destruir Lusitania porque es la única manera que se le ocurre de haceros callar a los dos.

El obispo Peregrino carraspeó.

—O tal vez no —dijo Kovano—. Dios me libre de especular sobre sus motivos.

El obispo se echó a reír, lo cual permitió que los demás se rieran también. La tensión se rompió, como una ola del mar, desaparecida por el momento, pero sin duda para volver.

—¿Entonces el antivirus está casi listo? —le preguntó Kovano a Ela.

—No… o sí, el virus de reemplazo está casi completamente— diseñado. Pero siguen existiendo dos problemas. El primero es cómo esparcirlo. Tenemos que encontrar un medio para que el nuevo virus ataque y sustituya al antiguo. Sigue estando… muy lejos.

—¿Quieres decir que queda un largo camino o que no tienes la menor idea de cómo hacerlo?

Kovano no era ningún tonto. Obviamente, había tratado con científicos antes.

—Más o menos entre una cosa y otra —dijo Ela.

Novinha se agitó en su asiento, apartándose visiblemente de Ela. «Mi pobre hermana —pensó Quim—. Puede que no te hable durante los próximos años.»

—¿Y el otro problema? —preguntó Kovano.

—Una cosa es diseñar el virus sustituto. Otra muy distinto es producirlo.

—Son meros detalles-dijo Novinha.

—Te equivocas, madre, y lo sabes —replicó Ela—. Puedo trazar un diagrama de cómo queremos que sea el nuevo virus. Pero incluso trabajando bajo diez grados absolutos, no podemos cortar y recombinar el virus de la descolada con suficiente precisión. O se muere, porque dejamos fuera demasiado, o inmediatamente se repara en cuanto vuelve a temperaturas normales, porque no quitamos lo suficiente.

—Problemas técnicos.

—Problemas técnicos —repitió Ela bruscamente—. Como construir un ansible sin un enlace filótico.

—Entonces llegamos a la conclusión…

—No llegamos a ninguna conclusión —dijo Novinha.

—Llegamos a la conclusión —continuó Kovano— de que nuestros xenobiólogos están en franco desacuerdo sobre la posibilidad de domar al virus de la descolada. Eso nos lleva a la otra aproximación: persuadir a los pequeninos para que envíen sus colonos sólo a mundos deshabitados, donde puedan establecer su propia ecología peculiarmente venenosa sin matar seres humanos.

—Persuadirlos —masculló Grego—. Como si pudiéramos confiar en que mantengan sus promesas.

—Han mantenido más promesas que tú —alegó Kovano—. Yo no adoptaría un tono moralmente superior si estuviera en tu caso.

Finalmente, las cosas llegaron a un punto en que Quim pensó que sería beneficioso hablar.

—Toda esta discusión es interesante —dijo—. Sería maravilloso si mi misión con los herejes pudiera significar persuadir a los pequeninos de no causar daño a la humanidad. Pero aunque todos lleguemos al acuerdo de que mi misión no tiene ninguna oportunidad de éxito, seguiré adelante. Aunque decidiéramos que existe un serio riesgo de que mi misión empeorara las cosas, iré.

—Me alegra saber que piensas ser tan cooperativo —dijo Kovano con acidez.

—Pretendo cooperar con Dios y la Iglesia —dijo Quim—. Mi misión con los herejes no es para salvar a la humanidad de la descolada, ni siquiera para intentar mantener la paz entre los humanos y pequeninos aquí en Lusitania. Mi misión es para devolverlos a la fe de Cristo y la unidad de la Iglesia. Voy a salvar sus almas.

—Muy bien —asintió Kovano—. Por supuesto ésa es la razón por la que quieres ir.

—Y es la razón por la que iré, y el único baremo que usaré para determinar si mi misión tiene éxito o no.

Kovano miró desesperanzado al obispo Peregrino.

—Dijo usted que el padre Esteváo cooperaría.

—Dije que era totalmente obediente a Dios y la Iglesia.

—Entendí que podría persuadirlo para que esperara a cumplir su misión hasta que supiéramos más.

—Podría persuadirlo, sí. O simplemente prohibirle que vaya —dijo el obispo Peregrino.

—Entonces hágalo —pidió Novinha.

—No lo haré.

—Creía que le preocupaba el bienestar de esta colonia —dijo el alcalde Kovano.

—Me preocupa el bienestar de todos los cristianos a mi cargo —respondió el obispo—. Hasta hace treinta años, eso significaba que preocupaba sólo por los seres humanos de Lusitania. Ahora, sin embargo, soy igualmente responsable del bienestar espiritual de los pequeninos cristianos de este planeta. Envío al padre Esteváo en su misión exactamente como un misionero llamado Patricio fue enviado a la isla de Eire. Tuvo un éxito extraordinario, y convirtió a reyes y naciones. Por desgracia, la Iglesia irlandesa no actuó siempre como habría deseado el papa. Hubo mucha…, digamos controversia entre ellos. Superficialmente se refería a la fecha de la Pascua, pero en el fondo el tema era la obediencia al papa. Incluso se derramó sangre de vez en cuando. Pero ni por un momento imaginó nadie que habría sido mejor que san Patricio nunca hubiera ido a Eire. Nunca nadie sugirió que habría sido mejor que los irlandeses hubieran continuado siendo paganos.

Grego se levantó.

—Hemos encontrado el filote, el auténtico átomo indivisible. Hemos conquistado las estrellas. Enviamos mensajes más rápidos que la velocidad de la luz. Sin embargo, seguimos viviendo en la Edad Media.

Se encaminó hacia la puerta.

—Sal por esa puerta antes de que yo te lo diga —advirtió el alcalde—, y no verás el sol en un año.

Grego se dirigió a la puerta, pero en vez de atravesarla, se apoyó contra ella y sonrió sardónicamente.

—Ya ve lo obediente que soy.

—No te retendré mucho tiempo —dijo Kovano—. El obispo Peregrino y el padre Esteváo hablan como si pudieran tomar su decisión de forma independiente al resto de nosotros, pero por supuesto no pueden. Si yo decidiera que la misión del padre Esteváo con los cerdis no debería llevarse a término, no se realizaría. Seamos todos claros en eso. No temo arrestar al obispo de Lusitania, si el bienestar de la comunidad lo requiere. Y en cuanto a este cura misionero, sólo irá a ver a los pequeninos cuando tenga mi consentimiento.

—No me cabe ninguna duda de que puede interferir con el trabajo de Dios en Lusitania —intervino gélidamente el obispo Peregrino—. No le quepa ninguna duda de que yo puedo enviarlo al infierno por hacerlo.

—Sé que puede. No sería el primer líder político en acabar en el infierno después de un enfrentamiento con la Iglesia. Afortunadamente, esta vez no llegaré a eso. Los he escuchado a todos y he tomado mi decisión. Esperar al nuevo antivirus es demasiado arriesgado. Y aunque supiera con absoluta certeza que el antivirus estaría listo y podría ser utilizado en seis semanas, seguiría permitiendo esta misión. Ahora mismo, nuestra mejor posibilidad de salvar algo de este lió radica en la misión del padre Esteváo. Andrew me ha dicho que los pequeninos sienten gran respeto y afecto por este hombre, incluso los no creyentes. Si puede persuadir a los pequeninos herejes para que olviden su plan de aniquilar a la humanidad en nombre de su religión, eso nos quitará una carga de encima.

Quim asintió gravemente. El alcalde Kovano era un hombre de gran sabiduría. Era una suerte que no tuvieran que luchar, al menos por ahora.

—Mientras tanto, espero que los xenobiólogos continúen trabajando en el antivirus con todo el vigor posible. Cuando el antivirus exista decidiremos si usarlo o no.

—Lo usaremos —aseguró Grego.

—Sólo sobre mi cadáver-dijo Quara.

—Aprecio vuestra disposición a esperar hasta que sepamos más antes de que emprendáis ninguna acción —dijo Kovano—. Lo que nos lleva a ti, Grego Ribeira. Andrew Wiggin me asegura que hay motivos para creer que podría ser posible viajar más rápido que la luz.

Grego miró fríamente al Portavoz de los Muertos.

—¿Y cuándo estudiaste física, senhor Falante?

—Espero estudiarla contigo —dijo Wiggin—. Hasta que hayas examinado mi evidencia, apenas sé si hay razones para esperar ese logro.

Quim sonrió al ver lo fácilmente que Andrew repelía la discusión que Grego había pretendido provocar. Sabía que estaba siendo manipulado. Pero Wiggin no le había dejado ningún terreno razonable para mostrar su descontento. Era una de las habilidades más irritantes del Portavoz de los Muertos.

—Si existiera una forma de viajar a velocidades de ansible -dijo Kovano—, necesitaríamos sólo una nave de esas características para transportar a todos los seres humanos de Lusitania a otro mundo. Es una probabilidad remota…

—Un sueño idiota —masculló Grego.

—Pero lo perseguiremos. Lo estudiaremos, ¿verdad? —insistió Kovano—. O nos encontraremos trabajando en la fundición.

—No temo trabajar con las manos —contestó Grego—. Así que no crea que puede asustarme poniendo mi mente a su servicio.

—No me doy por aludido —dijo Kovano—. Sólo quiero tu cooperación, Grego. Pero si no puedo tenerla, entonces buscaré tu obediencia.

Al parecer, Quara se quedaba fuera. Se levantó, como había hecho Grego un momento antes.

—Así que pueden quedarse aquí sentados y contemplar la destrucción de una especie inteligente sin pensar siquiera en un medio de comunicarse con ella. Espero que disfruten siendo asesinos de masas.

Entonces, como Grego, hizo ademán de marcharse.

—Quara-dijo Kovano.

Ella esperó.

—Estudiarás formas para hablar con la descolada. A ver si puedes comunicarte con esos virus.

—Sé cuándo me arrojan un hueso —dijo Quara—. ¿Y si le digo que nos están suplicando que no los matemos? No me creerían de ninguna forma.

—Al contrario. Sé que eres una mujer sincera, aunque también seas terriblemente indiscreta. Pero tengo otro motivo para querer que aprendas el lenguaje molecular de la descolada. Verás, Andrew Wiggin ha mencionado la posibilidad que nunca se me había ocurrido. Todos sabemos que la inteligencia de los pequeninos data de la época en que el virus de la descolada barrió por primera vez este planeta. Pero ¿y si hemos malinterpretado causa y efectos?

Novinha se volvió hacia Andrew, con una sonrisa amarga.

—¿Crees que los pequeninos provocaron la descolada?

—No —respondió Andrew—. Quara dice que la descolada es tan compleja que puede contener inteligencia. ¿Y si los virus de la descolada están usando los cuerpos de los pequeninos para expresar su carácter? ¿Y si la inteligencia pequenina procede enteramente de los virus del interior de su cuerpo?

Ouanda, la xenóloga, habló por primera vez.

—Es tan ignorante en xenología como en física, señor Wiggin —espetó.

—Oh, mucho más. Pero se me ha ocurrido que nunca hemos pensado en otra forma de que los recuerdos y la inteligencia se conserven cuando un pequenino muerto pasa a la tercera vida. Los árboles no conservan exactamente el cerebro. Pero si la voluntad y memoria los lleva la descolada, la muerte del cerebro sería casi insignificante en la transmisión de la personalidad al padre-árbol.

—Aunque exista una posibilidad de que eso sea cierto —dijo Ouanda—, no hay ningún experimento posible que podamos ejecutar para averiguarlo.

Andrew Wiggin asintió con tristeza.

—Sé que a mí no se me ocurriría ninguno. Esperaba que a ti sí.

Kovano volvió a interrumpir.

—Ouanda, necesitamos explorar este tema. Si no lo crees, bien…, busca un medio de demostrar que es un error, y habrás cumplido con tu trabajo.

Kovano se levantó y se dirigió a todos.

—¿Comprenden lo que les pido? Nos enfrentamos a algunas de las opciones más terribles que la humanidad ha conocido jamás. Corremos el riesgo de cometer xenocidio, o de permitir que se cometa si permanecemos inactivos. Todas las especies inteligentes conocidas o supuestas viven a la sombra de un grave riesgo, y es aquí, con nosotros y nosotros solos, donde se encuentran casi todas las decisiones. La última vez que sucedió algo remotamente similar, nuestros antepasados humanos eligieron cometer xenocidio para salvarse a sí mismos, según creyeron. Les estoy pidiendo a todos que sigan todos los caminos, por improbables que parezcan, que nos muestren un destello de esperanza, que pueda proporcionarnos un leve atisbo de luz para guiarnos en nuestras decisiones. ¿Colaborarán?

Incluso Grego y Quara asintieron, aunque de mala gana. Por el momento, al menos, Kovano había conseguido transformar a todos los pendencieros egoístas de la habitación en una comunidad cooperativa. Cuánto duraría fuera de aquella estancia era motivo de especulación.

Quim decidió que el espíritu de cooperación duraría probablemente hasta la siguiente crisis… y tal vez eso sería suficiente.

Sólo quedaba una confrontación más. Cuando la reunión se disolvió y todo el mundo se despidió o se entretuvo conversando, Novinha se acercó a Quim y lo miró ferozmente a la cara.

—No vayas.

Quim cerró los ojos. No había nada que decir a una declaración como aquélla.

—Si me quieres —continuó ella.

Quim recordó la historia del Nuevo Testamento, cuando la madre de Jesús y sus hermanos fueron a visitarlo, y quisieron que interrumpiera las enseñanzas a sus discípulos para que los recibiera.

—Éstos son mi madre y mis hermanos —murmuró.

Ella debió de entender la referencia, porque cuando Quim abrió los ojos, se había ido.


Apenas una hora más tarde, Quim se había marchado también, en uno de los preciosos camiones de carga de la colonia. Necesitaba pocos suministros, y en un viaje normal habría ido a pie. Pero el bosque al que se dirigía estaba muy lejos, y habría tardado semanas en llegar sin vehículo; tampoco habría podido llevar suficiente comida. Éste continuaba siendo un entorno hostil: no producía nada comestible para los humanos, y aunque lo hiciera, Quim seguiría necesitando los supresores de la descolada. Sin ellos, moriría por el virus mucho antes de hacerlo de hambre.

A medida que la ciudad de Milagro iba menguando a sus espaldas, mientras se internaba cada vez más en los espacios abiertos de la pradera, Quim, el padre Esteváo, se preguntó qué habría decidido el alcalde si supiera que el líder de los herejes era un padre-árbol que se había ganado el nombre de Guerrero, y que había afirmado que la única esperanza para los pequeninos era que el Espíritu Santo, el virus de la descolada, destruyera toda vida humana en Lusitania.

No habría importado. Dios había llamado a Quim para que predicara el evangelio de Cristo en cada nación, raza, lengua y pueblo. Incluso los más guerreros, sedientos de sangre y rebosantes de odio podrían ser tocados por el amor de Dios y transformados en cristianos. Había sucedido muchas veces en la historia. ¿Por qué no ahora?

«Oh, Padre, haz una obra poderosa en este mundo. Nunca necesitaron tus hijos más milagros que nosotros.»


Novinha no hablaba con Ender, y éste tenía miedo. No era petulancia; nunca había visto a Novinha comportarse de esa forma. Ender pensaba que el silencio no era para castigarlo, sino más bien para no hacerlo: guardaba silencio porque, si hablaba, sus palabras serían demasiado crueles para poder ser olvidadas.

Así, al principio no intentó arrancarle ninguna palabra. La dejó moverse como una sombra por la casa, pasando junto a él sin mirarlo. Ender intentó quitarse de en medio y no se acostaba hasta que ella estaba dormida.

Era Quim, obviamente. Su misión con los herejes: resultaba fácil comprender lo que temía, y aunque Ender no compartía los mismos temores, sabía que el viaje de Quim no carecía de riesgos. Novinha estaba comportándose de forma irracional. ¿Cómo habría podido él detener a Quim? Era el único de los hijos de Novinha sobre el que casi no ejercía ninguna influencia; habían llegado a un entendimiento hacía años, pero fue una declaración de paz entre semejantes, no como la relación paternal que Ender había establecido con todos los demás hijos. Si Novinha no había sido capaz de persuadir a Quim para que renunciara a su misión, ¿qué más podría haber conseguido Ender?

Novinha probablemente lo sabía, intelectualmente. Pero como todos los seres humanos, no actuaba siempre según su comprensión. Había perdido demasiadas personas a las que amaba; cuando sentía que podía perder a otro más, su reacción era visceral, no intelectual. Ender había llegado a su vida como curador, como protector. Su trabajo era impedir que tuviera miedo, y ahora lo tenía, y estaba enfadada con él por haberle fallado.

Sin embargo, después de dos días de silencio, Ender consideró que ya tenía bastante. Éste no era un buen momento para que se alzara una barrera entre ellos. Él sabía, y también lo sabía Novinha, que la llegada de Valentine sería difícil para ambos. Él tenía tantos viejos hábitos de comunicación con Valentine, tantas conexiones con ella, tantos caminos en su alma, que le resultaba difícil no volver a ser la persona que había sido durante los años (los milenios) que habían pasado juntos. Habían experimentado tres mil años de historia como si los hubieran visto con los mismos ojos. Con Novinha sólo había estado treinta años. En tiempo subjetivo, era más de lo que había pasado con Valentine, pero resultaba muy fácil volver a su antiguo papel de hermano de Valentine, como Portavoz de su Demóstenes.

Ender esperaba que Novinha sintiera celos con la llegada de Valentine, y estaba preparado para eso. Había advertido a Valentine que al principio tendrían pocas oportunidades de estar juntos. También ella lo había comprendido: Jakt tenía sus preocupaciones, y ambos cónyuges necesitaban tranquilidad. Era casi una tontería que Jakt y Novinha sintieran celos de los lazos entre hermano y hermana. Nunca había existido el más leve atisbo de sexualidad en la relación entre Ender y Valentine (cualquiera que los conociera se habría reído ante la idea), pero no era la infidelidad sexual lo que preocupaba a Novinha y Jakt. Ni el lazo emocional que ambos compartían: Novinha no tenía ningún motivo para dudar del amor y devoción que Ender sentía hacia ella, y Jakt no podría haber pedido más de lo que Valentine le ofrecía, tanto en pasión como en confianza.

Era más profundo que eso. Era el hecho de que, incluso ahora, después de tantos años, en cuanto estaban juntos funcionaban de nuevo como una sola persona, ayudándose mutuamente sin tener que explicar lo que intentaban conseguir. Jakt lo veía e incluso a Ender, que no lo conocía de antes, le resultaba obvio que el hombre estaba destrozado. Como si viera a su esposa junto a su hermano y pensara: Esto es la intimidad. Esto es lo que significa que dos personas sean una. Creía que Valentine y él estaban todo lo cerca que un marido y una esposa podían estar, y tal vez era así. Sin embargo, ahora tenía que enfrentarse al hecho de que era posible que dos personas estuvieran aún más cerca. Que fueran, en cierto sentido, la misma persona.

Ender podía sentirlo en Jakt, y admiraba la habilidad de Valentine para tranquilizarlo, y en distanciarse de Ender para que su esposo se acostumbrara gradualmente al lazo que existía entre ambos, en pequeñas dosis.

Lo que Ender no podía haber predicho era la forma en que reaccionó Novinha. Primero la conoció como madre de sus hijos: la fiera e irracional lealtad que sentía hacia ellos. Supuso que, si se veía amenazada, se volvería posesiva y controladora, como era con sus hijos. No estaba preparado para la manera en que se aisló de él. Incluso antes de este tratamiento de silencio por la misión de Quim, se había mostrado distante. De hecho, ahora que lo pensaba, se daba cuenta de que había empezado antes de la llegada de Valentine. Era como si Novinha hubiera empezado a ceder ante una rival antes de que ésta estuviera siquiera allí.

Era lógico, desde luego, tendría que haberlo previsto. Novinha había perdido a demasiadas figuras importantes en su vida, demasiadas personas de las que dependía. Sus padres. Pipo. Libo. Incluso Miro. Podía ser protectora y posesiva con sus hijos, que la necesitaban, pero con la gente que ella necesitaba era todo lo opuesto. Si temía que pudieran arrebatárselos, se apartaba de ellos. Dejaba de permitirse necesitarlos.

No eran ellos, sino él. Ender. Ella estaba intentando dejar de necesitarlo a él. Y este silencio, si continuaba, abriría un abismo tan grande entre la pareja que su matrimonio nunca se recuperaría.

Si eso sucedía, Ender ignoraba qué haría. Nunca se le había ocurrido que su matrimonio pudiera estar amenazado. No se había casado a la ligera: pretendía morir casado con Novinha, y todos estos años se habían llenado de la alegría que produce la confianza plena en otra persona. Ahora Novinha había perdido esa confianza en él. Pero no era justo. Él seguía siendo su marido, fiel como no lo había sido ningún otro hombre, ninguna otra persona en su vida. No se merecía perderla por un ridículo malentendido. Si dejaba pasar las cosas, como parecía decidida Novinha, aunque inconscientemente, ella se convencería del todo de que nunca podría depender de otra persona. Eso sería trágico, porque sería falso.

Ender estaba ya preparando una confrontación de algún tipo con Novinha cuando Ela la provocó accidentalmente.

—Andrew.

Ela estaba de pie en la puerta. Si había dado una palmada pidiendo permiso para entrar, Ender no la había oído. Pero claro, ella no necesitaba permiso para entrar en la casa de su madre.

—Novinha está en nuestra habitación.

—Vengo a hablar contigo.

—Lo siento, no puedo darte un adelanto de la paga.

Ela se echó a reír mientras avanzaba para sentarse a su lado, pero la risa murió rápidamente. Estaba preocupada.

—Quara —dijo.

Ender suspiró y sonrió. Quara siempre llevaba la contraria desde su nacimiento, y nada la había hecho cambiar. Sin embargo, siempre se había llevado mejor con Ela que con nadie.

—No es lo de siempre. De hecho, es menos problemática que de costumbre. Ni una pelea.

—¿Una mala señal?

—Sabes que está intentando comunicarse con la descolada.

—Lenguaje molecular.

—Bueno, lo que está haciendo es peligroso, y no establecerá comunicación aunque tenga éxito. Sobre todo si tiene éxito, porque entonces habrá una buena posibilidad de que muramos todos.

—¿Qué está haciendo?

—Ha saqueado mis archivos, cosa que no resulta difícil, porque no pensé que tendría que protegerlos contra ningún compañero xenobiólogo. Ha estado construyendo los inhibidores que he intentado introducir en las plantas…, bastante fácil, porque dejé detalladamente explicado el proceso. Sólo que en vez de introducirlo en algo, está entregándolo directamente a la descolada.

—¿Qué quieres decir con «entregándolo»?

—Ésos son sus mensajes. Eso es lo que les está enviando con sus preciosos transportadores de mensajes. Si los transportadores son lenguaje o no, no es algo que vaya a quedar establecido con un falso experimento como ése. Pero sea inteligente o no, sabemos que la descolada se adapta con una eficacia diabólica… y puede que Quara esté ayudándola a adaptarse a algunas de mis mejores estrategias para bloquearla.

—Traición.

—Esto es. Está suministrando al enemigo nuestros secretos militares.

—¿Has hablado con ella?

—'Sta brinando? Claro que falei. Ela quase me matou. (¿Estás bromeando? Claro que le hablé. Por poco me mata.)

—¿Ha tratado con éxito a alguno de los virus?

—Ni siquiera está intentándolo. Es como si corriera a la ventana y gritara: «¡Vienen a mataros!». No está haciendo ciencia, sino política entre especies, sólo que ni siquiera sabemos si el otro lado tiene política o no, únicamente que Quara podría ayudar a que nos matara más rápidamente de lo que hemos imaginado siquiera.

—Nossa Senhora —murmuró Ender—. Es demasiado peligroso. No puede jugar con una cosa como ésta.

—Tal vez ya sea demasiado tarde…, no puedo saber si ha hecho algún daño o no.

—Entonces tenemos que detenerla.

—¿Cómo, rompiéndole los brazos?

—Hablaré con ella, pero es demasiado mayor, o demasiado joven, para atender a razones. Me temo que acabará convirtiéndose en asunto del alcalde, no nuestro.

Sólo cuando Novinha habló se dio cuenta Ender de que su esposa había entrado en la habitación.

—En otras palabras, cárcel —dijo—. Pretendes encerrar a mi hija. ¿Cuándo ibas a informarme?

—La cárcel no se me había ocurrido —protestó Ender—. Esperaba que el alcalde le cerrara el acceso a…

—Ése no es el trabajo del alcalde —objetó Novinha—. Es el mío. Yo soy la xenobióloga jefe. ¿Por qué no acudiste a mí, Elanora? ¿Por qué a él?

Ela permaneció en silencio, mirando fijamente a su madre. Así manejaba los conflictos con su madre, con resistencia pasiva.

—Quara está fuera de control, Novinha —dijo Ender—. Revelar secretos a los padres-árbol ya fue suficientemente malo. Hacerlo con la descolada es una locura.

—Es psicologista, agora? (¿Ahora eres psicólogo?)

—No pretendo encerrarla.

—No tienes que pretender nada. No con mis niños.

—Eso es —asintió Ender—. No voy a hacer nada con niños. Sin embargo, tengo una responsabilidad para hacer algo con un ciudadano de Milagro que está poniendo en peligro la supervivencia de todos los seres humanos de este planeta, y tal vez en todas partes.

—¿Y dónde recibiste esa noble responsabilidad, Andrew? ¿Bajó Dios de la montaña y talló tu licencia para gobernar a la gente sobre tablas de piedra?

—Muy bien —suspiró Ender—. ¿Qué me sugieres?

—Sugiero que te mantengas apartado de asuntos que no te conciernen. Francamente, Andrew, eso lo incluye casi todo. No eres xenobiólogo. No eres físico. No eres xenólogo. De hecho no eres nada, excepto un fisgón profesional de la vida de los demás.

Ela abrió la boca.

—¡Madre!

—Lo único que te da poder es esa maldita joya de tu oído. Ella te susurra secretos, te habla de noche cuando estás en la cama con tu esposa, y cada vez que quiere algo, allá vas a una reunión donde no tienes nada que hacer, diciendo lo que quiera que ella te dice. ¡Y acusas a Quara de cometer traición! Por lo que a mí respecta, tú eres el que está traicionando a personas reales por un pedazo de software demasiado crecido.

—Novinha —dijo Ender.

Se suponía que era el principio de un intento para calmarla. Pero ella no estaba interesada en dialogar.

—No te atrevas a intentar convencerme, Andrew. Todos estos años pensé que me amabas…

—Te amo.

—Pensé que realmente te habías convertido en uno de nosotros, en parte de nuestras vidas.

—Lo soy.

—Pensé que era real…

—Lo es.

—Pero sólo eres lo que el obispo Peregrino nos advirtió desde el principio, Un manipulador. Un controlador. Tu hermano gobernó a toda la humanidad, ¿no es ésa la historia? Pero tú no eres tan ambicioso. Te contentas con un planeta pequeño.

—En el nombre de Dios, madre, ¿te has vuelto loca? ¿No conoces a este hombre?

—¡Eso creía! —Novinha estaba llorando ahora—. Pero nadie que me amara dejaría que mi hijo se marchara a enfrentarse con esos cerdis asesinos…

—¡No podría haber detenido a Quim, madre! ¡Nadie habría podido!

—Ni siquiera lo intentó. ¡Lo aprobó!

—Sí —admitió Ender—. Pensé que tu hijo actuaba de manera noble y valiente, y lo aprobé. Sabía que aunque el peligro no era grande, sí era real, y sin embargo decidió ir… y lo aprobé. Es exactamente lo que tú habrías hecho, y espero que sea lo que yo haría en su mismo lugar. Quim es un hombre, un buen hombre, tal vez un gran hombre. No necesita tu protección, ni la quiere. Ha decidido cuál es la obra de su vida y la está realizando. Lo admiro por eso, y lo mismo deberías hacer tú. ¿Cómo te atreves a sugerir que ninguno de nosotros podría haberse interpuesto en su camino?

Novinha guardó por fin silencio, por el momento al menos. ¿Medía las palabras de Ender? ¿Advertía lo inútil y lo cruel que era por su parte dejar marchar a Quim con su furia en lugar de con su esperanza? Durante ese silencio, Ender aún alentó alguna esperanza.

Entonces el silencio terminó.

—Si vuelves a entrometerte en la vida de mis hijos, acabaré contigo —aseguró Novinha—. Y si algo le sucede a Quim, cualquier cosa, te odiaré hasta el día de tu muerte, y rezaré para que ese día llegue pronto. No lo sabes todo, hijo de puta, y es hora de que dejes de actuar como si fuera así.

Se dirigió a la puerta, pero entonces decidió no hacer una salida teatral. Se volvió hacia Ela y habló con notable calma.

—Elanora, tomaré medidas inmediatas para bloquear el acceso de Quara a los archivos y el equipo que pueda usar para ayudar a la descolada. En el futuro, querida, si vuelvo a oírte hablar de asuntos del laboratorio con cualquiera, sobre todo con este hombre, te prohibiré entrar en el laboratorio de por vida. ¿Comprendes?

Una vez más, Ela respondió con el silencio.

—Ah —suspiró Novinha—. Veo que me ha robado más de mis hijos de lo que yo creía.

Entonces se marchó.

Ender y Ela permanecieron sentados, aturdidos, en silencio. Por fin, Ela se levantó, aunque no dio un solo paso.

—Tendría que hacer algo —dijo—, pero por mi vida que no se me ocurre nada.

—Tal vez deberías ir con tu madre y demostrarle que sigues estando a su lado.

—Pero no lo estoy-replicó Ela—. De hecho, estaba pensando que tal vez debería acudir al alcalde y proponerle que destituya a madre como xenobióloga jefe; está claro que se ha vuelto loca.

—No —dijo Ender—. Si hicieras algo así, la matarías.

—¿A madre? Es demasiado dura para morir.

—No. Ahora mismo es tan frágil que cualquier golpe podría matarla. No a su cuerpo. Su confianza. Su esperanza. No le des ningún motivo para pensar que no estás con ella, no importa lo que pase.

Ela lo miró, exasperada.

—¿Es algo que tú decides o te viene de forma natural?

—¿De qué estás hablando?

—Madre acaba de decirte cosas que deberían haberte enfurecido, o lastimado, o algo…, y te quedas aquí sentado intentando pensar en formas de ayudarla. ¿No te apetece nunca abofetear a nadie? Quiero decir, ¿nunca pierdes los estribos?

—Ela, después de haber matado inadvertidamente a un par de personas con las manos desnudas, aprendes a controlar tus nervios o pierdes tu humanidad.

—¿Tú has hecho eso?

—Sí —respondió él.

Pensó por un momento que ella estaba sorprendida.

—¿Crees que podrías volver a hacerlo?

—Probablemente.

—Bien. Puede que sea útil cuando el infierno se desate.

Entonces se echó a reír. Era un chiste. Ender se sintió aliviado. Incluso se rió débilmente con ella.

—Iré a ver a madre —aseguró Ela—, pero no porque tú me lo hayas dicho, ni por las razones que has mencionado.

—Muy bien, pero hazlo.

—¿No quieres saber por qué voy a quedarme con ella?

—Ya sé por qué.

—Por supuesto. Ella estaba equivocada, ¿verdad? Sí que lo sabes todo.

—Vas a ir a ver a tu madre porque es lo más doloroso que podrías hacerte a ti misma en este momento.

—Haces que parezca feo.

—Es la cosa buena más dolorosa que podrías hacer. Es el trabajo más desagradable que hay. Es la carga más pesada.

—Ela la mártir, certo? ¿Es eso lo que dirás cuando hables por mí tras mi muerte?

—Si debo hablar de tu muerte, tendré que grabarlo por adelantado. Pretendo morir mucho antes que tú.

—Entonces, ¿no vas a dejar Lusitania?

—Por supuesto que no.

—¿Aunque madre te eche?

—No puede. No tiene motivos para el divorcio, y el obispo Peregrino nos conoce a ambos lo suficiente para reírse ante cualquier petición de nulidad basándose en una proclama de no consumación.

—Ya sabes lo que quería decir.

—Estoy aquí para quedarme. No más falsa inmortalidad con la dilatación temporal. Estoy cansado de dar vueltas por el espacio. Nunca dejaré la superficie de Lusitania.

—¿Aunque eso te mate? ¿Aunque venga la flota?

—Si todo el mundo puede marcharse, entonces me marcharé. Pero seré yo quien apague las luces y cierre la puerta.

Ella corrió hacia él, lo besó en la mejilla y lo abrazó, sólo por un instante. Luego salió y Ender se quedó solo una vez más.

Se había equivocado con Novinha, pensó. No estaba celosa de Valentine. Era de Jane. «Todos estos años me ha visto hablar en silencio con Jane, todo el tiempo, diciendo cosas que ella nunca podía oír, oyendo cosas que ella nunca podía transmitir. He perdido su confianza en mí y ni siquiera me di cuenta de que la estaba perdiendo.»

Incluso ahora, debía de estar subvocalizando. Debía de estar hablando con Jane por un hábito tan profundo que ni siquiera sabía que lo estaba haciendo, porque ella le respondió.

—Te lo advertí-dijo.

«Supongo que sí», contestó Ender en silencio.

—Nunca crees que entiendo a los seres humanos.

«Supongo que estás aprendiendo.»

—Ella tiene razón, ¿sabes? Eres mi marioneta. Te manipulo constantemente. Hace años que no tienes un pensamiento propio.

—Cállate —susurró él—. No estoy de humor.

—Ender, si crees que te ayudaría a no perder a Novinha, quítate la joya de la oreja. A mí no me importaría.

—Pero a mí sí.

—Te estaba mintiendo, a mí también me importaría. Pero si tienes que hacerlo, para conservarla, hazlo.

—Gracias. Pero sería una tontería intentar conservar a alguien a quien ya he perdido claramente.

—Cuando vuelva Quim, todo se arreglará.

«Eso es —pensó Ender—. Eso es.»

«Por favor, Dios, cuida del padre Esteváo.»


Sabían que el padre Esteváo se acercaba. Los pequeninos lo sabían siempre. Los padres-árbol se lo contaban todo unos a otros. No había secretos. No es que lo quisieran así. Podría existir un padre-árbol que quisiera guardar un secreto o decir una mentira. Pero no podían hacerlo solos exactamente. Nunca tenían experiencias privadas. Así, si un padre-árbol deseara guardarse algo para sí, habría otro cercano que no pensaría lo mismo. Los bosques siempre actuaban en unidad, pero seguían estando compuestos de individuos, y por eso las historias pasaban de un bosque a otro a pesar de lo que unos cuantos padres-árbol pudieran querer.

Quim sabía que ésa era su protección. Porque aunque Guerrero fuera un hijo de puta sediento de sangre (a pesar de que ése era un epíteto absurdo referido a los pequeninos), no podía hacer nada al padre Esteváo sin persuadir a los hermanos de su bosque para que actuaran como él quería. Y si lo hacía, alguno de los otros padres-árbol de su bosque lo sabría, y lo contaría. Habría testigos. Si Guerrero rompía el juramento que todos los padres-árbol habían hecho treinta años atrás, cuando Andrew Wiggin envió a Humano a la tercera vida, no podría hacerlo en secreto. Todo el mundo lo sabría, y Guerrero sería conocido como perjuro. Sería algo vergonzoso. ¿Qué esposa permitiría a los hermanos que llevaran una madre para él entonces? ¿Qué motivos volvería a tener mientras viviera?

Quim estaba a salvo. Tal vez no lo escucharían, pero tampoco le harían daño.

Sin embargo, cuando llegó al bosque de Guerrero, no perdieron el tiempo en escucharlo. Los hermanos lo agarraron, lo tiraron al suelo y lo arrastraron hasta Guerrero.

—Esto no era necesario —dijo—. Iba a venir aquí de todas formas.

Un hermano empezó a golpear el árbol con sus palos. Quim atendió la música cambiante mientras Guerrero alteraba los huecos en su interior, transformando el sonido en palabras.

—Has venido porque yo lo ordené.

—Tú ordenaste. Yo he venido. Si quieres pensar que has causado mi venida, así sea. Pero las órdenes de Dios son las únicas que obedezco de corazón.

—Estás aquí para oír la voluntad de Dios —sentenció Guerrero.

—Estoy aquí para decir la voluntad de Dios —respondió Quim—. La descolada es un virus, creado por Dios para convertir a los pequeninos en sus dignos hijos. Pero el Espíritu Santo no tiene ninguna encarnación. Es perpetuamente espíritu, y así puede habitar en nuestros corazones.

—La descolada habita en nuestros corazones, y nos otorga vida. Cuando habita en tu corazón, ¿qué te da?

—Un Dios. Una fe. Un bautismo. Dios no predica una cosa a los humanos y otra a los pequeninos.

—No somos «pequeños». Ya verás quién es poderoso y quién es pequeño.

Lo obligaron a permanecer de pie con la espalda apoyada contra el tronco de Guerrero. Sintió que la corteza cambiaba tras él. Lo empujaron. Muchas pequeñas manos, muchos morros respirando sobre su cuerpo. En todos los años transcurridos, nunca había considerado aquellas manos, aquellas caras, como pertenecientes a enemigos. E incluso ahora, advirtió Quim con alivio, no los consideraba sus propios enemigos. Eran los enemigos de Dios, y los compadecía por ello. Fue un gran descubrimiento para él, incluso mientras lo empujaban al vientre de un padre-árbol asesino, comprobar que no albergaba miedo ni odio en su interior. «Realmente no temo a la muerte. No lo sabía.»

Los hermanos seguían golpeando el exterior del árbol con sus palos. Guerrero rehízo el sonido para formar las palabras de la Lengua de los Padres, pero ahora Quim estaba dentro del sonido, dentro de las palabras.

—Piensas que voy a romper el juramento —dijo Guerrero.

—Se me ocurrió la posibilidad —respondió Quim.

Ahora estaba completamente clavado en el interior del árbol, aunque éste permanecía abierto delante desde la cabeza a los pies. Podía ver, podía respirar fácilmente: su confinamiento no resultaba ni siquiera claustrofábico. Pero la madera se había adaptado tan hábilmente a su cuerpo que no podía mover un brazo o una pierna, no podía girarse hacia los lados para salir de la abertura. Estrecha es la puerta y angosto el camino que conduce a la salvación.

—Probaremos —dijo Guerrero. Ahora que escuchaba desde el interior, le resultó más difícil entender el sonido. Más difícil pensar—. Dejemos que Dios juzgue entre tú y yo. Te daremos todo lo que quieras beber, el agua de nuestro arroyo. Pero no tendrás nada de comida.

—Dejarme morir de hambre es…

—¿Morir de hambre? Tenemos tu comida. Te volveremos a alimentar dentro de diez días. Si el Espíritu Santo te permite vivir diez días, te alimentaremos y te dejaremos libre. Entonces creeremos en tu doctrina. Confesaremos que estábamos equivocados.

—El virus me matará antes.

—El Espíritu Santo te juzgará y decidirá si eres digno.

—Hay una prueba aquí —dijo Quim—, pero no es la que tú supones.

—¿No?

—Es la prueba del Juicio Final. Estás ante Cristo, y Él le dice a los que tienen a su diestra: «Fui un extraño y me aceptasteis. Tuve hambre y me disteis de comer. Entrad en la dicha del Señor». Y a los que están a su izquierda: «Tuve hambre y no me disteis nada. Fui un extraño y me maltratasteis». Y todos le dicen: «Señor, ¿cuándo te hicimos esas cosas?», y Él responde: «Si lo hicisteis al menor de mis hermanos, me lo hicisteis a mí». Todos vosotros, hermanos, congregados aquí…, yo soy el menor de vuestros hermanos. Responderéis ante Cristo por lo que me hacéis aquí.

—Idiota —escupió Guerrero—. No te estamos haciendo nada más que mantenerte quieto. Lo que te suceda será lo que Dios desee. ¿No dijo Cristo: «No hago más que lo que he visto hacer al Padre»? ¿No dijo Cristo: «Yo soy el camino. Venid y seguidme»? Bien, te dejamos hacer lo que hizo Cristo. Estuvo sin pan durante cuarenta días en el desierto. Te damos la oportunidad de ser la cuarta parte de santo. Si Dios quiere que creamos en tu doctrina, enviará ángeles a alimentarte. Convertirá las piedras en pan.

—Estás cometiendo un error ~dijo Quim.

—Tú cometiste el error de venir aquí.

—Quiero decir que estás cometiendo un error doctrinal. Citas bien los versículos: ayuno en el desierto, piedras convertidas en pan, todo eso. Pero ¿no crees que quedas un poco en evidencia al adjudicarte el papel de Satanás?

Entonces Guerrero se dejó llevar por la furia y rompió a hablar tan rápidamente que la madera empezó a retorcerse y presionar sobre Quim, hasta que éste temió acabar despedazado dentro del árbol.

—¡Tú eres Satanás! ¡Intentas hacernos creer en tus mentiras el tiempo suficiente para que los humanos encontréis un medio de matar a la descolada y apartar a los hermanos de la tercera vida para siempre! ¿Crees que no lo vemos? ¡Conocemos todos vuestros planes, todos! ¡No tenéis secretos! ¡Y Dios tampoco nos guarda secretos! ¡Somos nosotros quienes tenemos la tercera vida, no vosotros! ¡Si Dios os amara, no dejaría que os enterraran en el suelo y que de vosotros no surgieran más que gusanos!

Los hermanos se sentaron alrededor de la abertura del tronco, fascinados por la discusión.

Duró seis días, argumentos doctrinales dignos de cualquiera de los padres de la Iglesia de todos los tiempos. Desde el concilio de Nicea no se consideraron ni sopesaron temas tan importantes.

Los argumentos pasaron de hermano en hermano, de árbol a árbol, de bosque a bosque. Los recuentos del diálogo entre Guerrero y el padre Esteváo llegaban siempre a Raíz y Humano en cuestión de un día. Pero la información no era completa. No comprendieron hasta el cuarto día que Quim estaba prisionero, sin la comida que contenía el inhibidor de la descolada.

Se preparó una expedición de inmediato: Ender y Ouanda, Jakt, Lars y Varsam. El alcalde Kovano envió a Ender y Ouanda porque eran conocidos y respetados entre los cerdis, y a Jakt y a su hijo y su yerno porque no eran lusitanos nativos. Kovano no se atrevía a enviar a ninguno de los colonos nacidos en el planeta: si se difundía la noticia de lo sucedido, nadie podría decir lo que ocurriría. Los cinco cogieron el vehículo más rápido y siguieron las direcciones que les dio Raíz. El viaje duró tres días.

Al sexto día, el diálogo terminó, porque la descolada había invadido tanto el cuerpo de Quim que ya no tenía fuerzas para hablar, y a menudo estaba demasiado delirante y febril para decir nada inteligible cuando lo hacía.

Al séptimo día miró a través de la abertura, hacia arriba, sobre las cabezas de los hermanos que todavía estaban allí, observando.

—Veo al Salvador sentado a la diestra de Dios —susurró. Entonces sonrió.

Una hora después estaba muerto. Guerrero lo sintió y lo anunció triunfalmente a los demás.

—¡El Espíritu Santo ha juzgado, y el padre Esteváo ha sido rechazado!

Algunos hermanos se alegraron. Pero no tantos como esperaba Guerrero.

Al anochecer llegó el grupo de Ender. Los cerdis no pensaron en capturarlos y probarlos: eran demasiados, y de todas formas los hermanos ya no estaban todos de acuerdo. Pronto se encontraron ante el tronco hendido de Guerrero y vieron el rostro embotado y carcomido por la enfermedad del padre Esteváo, apenas visible en las sombras.

—Ábrete y deja salir a mi hijo —pidió Ender.

La abertura en el árbol se ensanchó. Ender extendió la mano y sacó el cuerpo del padre Esteváo. Pesaba tan poco que Ender pensó por un momento que salía por su propio pie, que estaba caminando. Pero no era así. Ender lo tendió en el suelo ante el árbol.

Un hermano marcó un ritmo en el tronco de Guerrero.

—Debe pertenecerte realmente, Portavoz de los Muertos, porque está muerto. El Espíritu Santo lo ha consumido en su segundo bautismo.

—Rompiste un juramento —acusó Ender—. Traicionaste la palabra de los padres-árbol.

—Nadie le tocó un pelo de la cabeza.

—¿Crees que engañas a alguien con tus mentiras? Todo el mundo sabe que no dar su medicina a un hombre moribundo es un acto de violencia igual que si le apuñalaras el corazón. Eso de allí es su medicina. Podríais habérsela dado en cualquier momento.

—Fue Guerrero —se justificó uno de los hermanos presentes.

Ender se volvió a los hermanos.

—Vosotros ayudasteis a Guerrero. No creáis que podéis echarle la culpa a él solo. Ojalá ninguno de vosotros pase a la tercera vida. Y en cuanto a ti, Guerrero, ojalá que ninguna madre repte sobre tu corteza.

—Ningún humano puede decidir esas cosas —observó Guerrero.

—Tú mismo lo decidiste cuando pensaste que podías cometer un asesinato para ganar tu discusión —declaró Ender—. Y vosotros, hermanos, lo decidisteis cuando no le detuvisteis.

—¡No eres nuestro juez! —gritó uno de los hermanos.

—Sí lo soy. Y lo es cada habitante de Lusitania, humano y padre-árbol, hermano y esposa.

Llevaron al coche el cadáver de Quim, y Jakt, Ouanda y Ender se marcharon con él. Lars y Varsam cogieron el vehículo que había usado Quim. Ender se entretuvo unos minutos para comunicarle a Jane un mensaje, a fin de que se lo transmitiera a Miro. No había ningún motivo para que Novinha esperara tres días a oír que su hijo había muerto en manos de los pequeninos. También estaba claro que no querría oírlo de boca de Ender. Si el Portavoz tendría una esposa cuando regresara a la colina, era algo que estaba más allá de su conocimiento. Lo único seguro era que Novinha no tendría a su hijo Esteváo.

—¿Hablarás por él? —preguntó Jakt mientras el coche volaba sobre el capim.

Había oído hablar a Ender una vez en Trondheim.

—No —respondió Ender—. No lo creo.

—¿Porque es sacerdote?

—He hablado por sacerdotes antes —dijo Ender—. No, no hablaré por Quim porque no hay motivo para hacerlo. Quim era exactamente lo que parecía, y murió exactamente como habría elegido, sirviendo a Dios y predicando a los pequeños. No tengo nada que añadir a su historia. Él mismo la completó.

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