1980

Después del entrenamiento básico en la Academia de la Patrulla, volví con Laurie el mismo día en que la dejé. Necesitaba un tiempo para descansar y readaptarme; causaba impresión trasladarse desde el periodo Oligoceno hasta una ciudad universitaria de Pensilvania Además, teníamos que dejar los asuntos mundanos en orden. Por mi parte, debería terminar el año académico antes de renunciar «para aceptar un trabajo mejor pagado en el extranjero». Laurie se ocupó de la venta de nuestra casa y del traspaso de las cosas que no queríamos conservar… donde fuese y cuando fuese que estableciésemos nuestra residencia.

Fue duro decirle adiós a amigos de muchos años. Prometimos visitas de vez en cuando, pero sabíamos que serían pocas y muy espaciadas, hasta cesar por completo. Las mentiras exigidas para conservar esas amistades serían demasiado grandes. En todo caso, dejamos la impresión de que mi puesto vagamente descrito era una tapadera para un cargo en la CIA.

Bien, ya me habían advertido desde el Principio que la vida de un agente de la Patrulla del Tiempo se convertía en una serie de despedidas. Todavía tenía que descubrir lo que eso implicaba de verdad.

Todavía nos encontrábamos en el proceso de desarraigo cuando recibí una llamada.

—¿Profesor Farness? Soy Manse Everard, agente No asignado. Me preguntaba si podríamos vernos para hablar, quizá este fin de semana.

Me dio un vuelco el corazón. No asignado es todo lo alto que puedes llegar en la organización; en el millón de años, más o menos, que la organización protege, ese personal es raro. Normalmente un miembro, aunque sea un agente de policía, trabaja en un entorno determinado, para que pueda conocerlo por completo, y como parte de un equipo bien coordinado. Los No asignados pueden ir a cualquier lugar que elijan y hacer virtualmente todo lo que les parezca conveniente, respondiendo sólo ante su conciencia, sus iguales y los danelianos.

—Eh, claro, por supuesto, señor —solté—. El sábado estaría bien. ¿Quiere venir aquí? Le garantizo una buena cena.

—Gracias, pero preferiría que fuese aquí… en todo caso la primera vez. Tengo los archivos, el terminal de ordenador y otras cosas útiles. Sólo nosotros dos, por favor. No se preocupe por los horarios de las líneas aéreas. Busque un lugar, podría ser el sótano, donde nadie pueda verlo. Le han dado un localizador, ¿no?… Vale, lea las coordenadas y vuelva a llamarme. Lo recogeré con el saltador.

Descubrí después que eso era normal en él. Enorme, de aspecto duro, manejando más poder del que soñaron César o Gengis, era tan agradable como un zapato viejo.

Conmigo sentado en la montura detrás de él, saltamos por el espacio, en lugar del tiempo, hasta la base actual de la Patrulla en Nueva York. Desde allí fuimos caminando hasta el apartamento que tenía. Le gustaban la suciedad, el desorden y el peligro tan poco como a mí. Sin embargo, creía que necesitaba un pied—á—terre en el siglo XX, y se había acostumbrado a aquel lugar antes de que la decadencia hubiese llegado tan lejos.

—Nací en su estado en 1924 —me explicó—. Entré en la Patrulla a los treinta años. Por eso decidí que yo era el que debía entrevistarlo. Tenemos muchas cosas en común; deberíamos entendernos.

Tomé un buen trago del whisky con soda que me había servido y dije con cautela:

—Yo no estoy tan seguro, señor. En la Academia oí cosas sobre usted. Parece haber llevado una vida bastante aventurera antes de incorporarse. Y después… Yo, en cambio, he sido un tipo bastante sedentario.

—En realidad, no. —Everard miró las notas que sostenía en la mano. Mantenía la izquierda alrededor de una gastada pipa de brezo. De vez en cuando la chupaba o tomaba un trago—. Vamos a refrescar mi memoria, ¿eh? No entró en combate durante su periodo en el Ejército, pero eso fue porque sirvió dos años en lo que ridículamente llamamos tiempos de paz. Eso sí, consiguió la puntuación más alta en las prácticas de tiro. Siempre le ha gustado la vida al aire libre: el montañismo, el esquí, navegar, nadar. Y en la universidad, jugó al fútbol y ganó la letra a pesar de esa constitución larguirucha. En la universidad sus aficiones incluían tiro con arco y esgrima. Ha viajado mucho, no siempre a lugares normales y seguros. Sí, yo diría que es lo suficientemente aventurero para lo que queremos. Es posible que ligeramente demasiado aventurero. Eso es lo que intento descubrir.

Incómodo, miré la habitación. Situada en un piso alto, era un oasis de tranquilidad y orden. Las paredes estaban cubiertas de estanterías, excepto por tres cuadros excelentes y un par de lanzas de la Edad de Bronce. Por lo demás, el único recuerdo evidente era una alfombra de piel de oso polar que me comentó venía de la Groenlandia del siglo X.

—Ha estado casado durante veintitrés años con la misma mujer —comentó Everard—. En estos días, eso indica un carácter estable.

No había ningún toque femenino. Pero podría tener mujer, o mujeres, en algún otro momento del tiempo.

—No tienen hijos —siguió diciendo Everard—. Bueno, no es asunto mío, pero sabe, ¿no?, que si lo desean nuestros médicos pueden reparar todas las causas de la infertilidad a este lado de la menopausia. También pueden compensar un embarazo tardío.

—Gracias —dije—. Trompas de Falopio… Sí, Laurie y yo hemos hablado de ello. Puede que algún día aprovechemos la oportunidad. Pero no creemos que fuese adecuado comenzar una nueva carrera y la paternidad todo junto —esbocé una sonrisa—. Si simultaneidad significa algo para un patrullero.

—Una actitud responsable. Me gusta —asintió Everard.

—¿Por qué esta entrevista, señor? —me aventuré a decir—. No se me invitó a alistarme simplemente por la recomendación de Herbert Ganz. Su gente me hizo pasar por una batería de pruebas psicológicas del lejano futuro antes de explicarme nada.

Habían dicho que eran un conjunto de experimentos científicos. Yo había cooperado porque Ganz me lo había pedido, como favor para un amigo suyo. No era su campo; él se encontraba en lengua germana y literatura, igual que yo. Nos habíamos conocido en una reunión profesional, nos habíamos hecho amigos y nos escribíamos a menudo. Él había elogiado mis artículos sobre Deor y Widsitb, yo el suyo sobre la Biblia gótica.

Naturalmente, entonces no sabía que era suya. Fue publicada en Berlín en 1853. Más tarde lo reclutó la Patrulla y, finalmente, vino al futuro bajo un nombre supuesto, en busca de talentos para su empresa.

Everard se recostó. Me miró fijamente por encima de la pipa.

—Bien —dijo—, las máquinas nos dijeron que usted y su esposa eran de fiar, y que a los dos les encantaría la verdad. Lo que no podían medir era su competencia para el trabajo que se le propuso. Perdóneme, no quiero insultarlo. Nadie es bueno en todo, y estas misiones serán duras, solitarias y delicadas. —Hizo una pausa—. Sí, delicadas. Puede que los godos sean bárbaros, pero eso no quiere decir que sean estúpidos, o que no puedan sufrir como usted o como yo.

—Lo comprendo —dije—. Pero mire, todo lo que tiene que hacer es leer los informes que presentaré en mi futuro personal. Si los primeros informes revelan que soy un chapucero, entonces dígame que me quede en casa y que me convierta en un investigador de biblioteca. La Patrulla también los necesita, ¿no?

Everard suspiró.

—He preguntado, y me han dicho que sus intervenciones fueron… serán… habrán sido… satisfactorias. No es suficiente. No comprende, porque no lo ha experimentado, lo sobrecargada que está la Patrulla, hasta qué punto estamos dispersos por la historia. No podemos examinar cada detalle de lo que hace un agente de campo. Eso es especialmente cierto cuando él o ella no es un policía como yo, sino un científico como usted, explorando un entorno poco, o completamente desconocido. —Se permitió un buen trago de bebida Por eso tiene la Patrulla una rama científica. Para hacerse una idea ligeramente mejor de qué sucesos se supone que deben evitar alterarlos viajeros temporales.

—¿Representaría una diferencia significativa en una situación tan oscura como ésa?

—Podría. A su debido tiempo, los godos interpretan un papel importante, ¿no? ¿Quién sabe lo que sucede al principio? Una victoria o una derrota, un rescate o una muerte, un cierto individuo que nace o no nace. ¿Quién sabe qué efectos podría tener eso a medida que sus resultados se propagan por el tiempo?

—Pero yo no me ocuparé de acontecimientos reales más que indirectamente —argüí—. Mi objetivo es ayudar a recuperar varias historias y poemas perdidos, y descubrir cómo se gestaron y cómo influyeron en obras posteriores.

Everard sonrió con tristeza.

—Sí, lo sé. El gran proyecto de Ganz. La Patrulla lo apoya porque es la única cuña de entrada, la única que hemos encontrado, para registrar la historia de ese entorno.

Se terminó la copa y se puso en pie.

—¿Le apetece otra? —propuso—. Y luego almorzaremos. Mientras tanto, me gustaría que me contase exactamente en qué consiste su proyecto.

—Pero debe de haber hablado con Herbert… con el profesor Ganz —dije sorprendido—. Eh, gracias, me gustaría tomar otra, sí.

—Claro —dijo Everard, sirviendo—. Recuperar literatura germánica de la Edad Oscura. Si «literatura» es la palabra correcta para algo que fue originalmente oral en sociedades analfabetas. Sobre el papel sólo han sobrevivido meros fragmentos, y los estudiosos no se ponen de acuerdo en el grado de corrupción de esas copias. Ganz trabajaba sobre la épíca de, humm… los nibelungos. Lo que no entiendo del todo es dónde encaja usted. Se trata de una historia del valle del Rin. Usted quiere ir a corretear en solitario por la Europa del Este en el siglo IV.

Sus modales me ayudaron a tranquilizarme más que el whisky.

—Espero poder seguir la parte de Ermanarico —le dije—. No está del todo completa, pero tiene relación y, además, es interesante en sí misma.

—¿Ermanarico ? ¿Quién es ése? —Everard me pasó el vaso y se sentó a escuchar.

—Quizá sea mejor que retroceda un poco —dije—. ¿Está familiarizado con la obra nibelungo—volsunga?

—Bien, he visto la trilogía de Wagner, El anillo del nibelungo. Y en una ocasión que estuve de misión en Escandinavia, cerca del final del periodo vikingo, oí una historia sobre Sigurd, que mató un dragón y despertó a la valquiria y luego lo jorobó todo.

—Eso es una pequeña parte de la historia, señor.

—Bastará con «Manse», Carl.

—Oh, eh, gracias. Es un honor. —Para no parecer servil, me apresuré a hablar con mi mejor estílo académico:

—La Saga volsunga de Islandia se puso por escrito después que el Cantar de los nibelungos alemán, pero contiene una versión de la historia más antigua, primitiva y larga. La Edda mayor y la Edda menor también contienen algo de ella. Ésas fueron las fuentes de las que Wagner bebió principalmente.

»Sigurd el volsungo fue engañado para que se casase con Gudrun la gjuking en lugar de con Brynhild la valquiria, y eso despertó los celos entre las mujeres y condujo al final a la muerte de Sigurd. En Alemania, a esas personas se las conoce como Siegfried, Kriemhild de Burgundy y Brunhild de Isenstein, y los dioses paganos no aparecen; pero eso no importa ahora. Según las dos historias, Gudrun, o Kriemhild, se casó después con un rey llamado Atli, o Etzel, que no es más que Atila el huno.

»En ese punto las dos versiones divergen. En el Cantar de los nibelungos, Kriemhild atrae a sus hermanos a la corte de Etzel y hace que lo destruyan, como venganza por el asesinato de Siegfried. Teodorico el Grande, el ostrogodo que conquistó Italia, entra en el episodio con el nombre de Dictrich de Berna, aunque históricamente pertenece a una generación posterior a la de Atila. Uno de sus seguidores, Hildebrand, se siente tan horrorizado por la crueldad y la traición de Kriemhild que la mata. Hildebrand, por su parte, tiene leyenda propia: en una balada que Herb Ganz quiere recuperar en su totalidad, así como en obras derivadas. Ya puedes apreciar que es una confusión de anacronismos.

—Atila el huno, ¿eh? —rnurmuró Everard—. No era un hombre muy agradable, pero actuaba en pleno siglo v, cuando los chicos duros ya cabalgaban por Europa. Tú vas al siglo IV.

—Exacto. Deja que te cuente la historia islandesa. Atli engatusó a los hermanos de Gudrun porque quería el oro del Rin. Ella intentó advertírselo, pero ellos llegaron utilizando salvoconductos. Cuando se negaron a entregar el tesoro escondido o decirle dónde estaba, Atli los hizo matar. Gudrun se vengó. Descuartizó a los hijos que le había dado y se los sirvió como comida. Luego lo apuñaló mientras dormía, incendió su casa y abandonó la tierra de los hunos. Con ella se llevó a Svanhild, su hija con Sigurd.

Everard fruncía el ceño, concentrándose. No era fácil seguir a todos esos personajes.

—Gudrun llegó al país de los godos —dije—. Allí volvió a casarse y tuvo dos hijos, Hamther y Sorli. El rey de los godos se llama Jormunrek en la Saga y las Eddas, pero no hay duda de que era Ermanarico, que fue una oscura figura real entre mediados y finales del siglo IV. Los relatos difieren sobre si se casó con Svanhild y ella fue falsamente acusada de infidelidad, o si ella se casó con alguien que el rey descubrió que conspiraba contra él y a quien colgó. En cualquier caso, hizo que la pobre Svarihild fuese pisoteada por caballos hasta morir.

»Para entonces, los hijos de Gudrun, Hamther y Sorli, eran hombres. Ella los incitó a matar a Jormunrek para vengar a Svanhild. Por el camino se encontraron a su medio hermano Erp, que se ofreció a acompañarlos. Ellos lo mataron. Los manuscritos son vagos sobre la razón. Mi suposición es que Erp era el hijo de su padre con una concubina y había problemas de sangre entre ellos.

»Los otros dos continuaron hasta el cuartel general de Jormunrek y atacaron. Sólo eran ellos dos, pero invulnerables al acero, así que mataron hombres a diestro y siniestro, llegaron hasta el rey y lo hirieron de gravedad. Pero antes de poder terminar el trabajo, Hamther dejó escapar el secreto de que con piedras podían herirlos. O, según la saga, Odín apareció de pronto, bajo el aspecto de un anciano con un solo ojo, y comunicó esa información. Jormunrek ordenó a los guerreros que le quedaban que lapidasen a los hermanos, y así murieron. Ahí termina la historia.

—Lúgubre, ¿eh? —dijo Everard. Pensó durante un minuto—. Pero me parece que todo ese último episodio de Gudrun en la tierra de los godos, debe haberse incorporado en una fecha muy posterior. Los anacronismos son exagerados.

—Claro —admití—. Es muy común en el folclore. Una historia importante atrae otras menores, incluso insignificantes. Por ejemplo, no fue W C. Fields quien dijo que no puede ser del todo malo un hombre que odia a los niños y los perros. Fue otra persona, he olvidado quién, al presentar a Fields durante un banquete.

Everard rió.

—¡No me digas que la Patrulla debería controlar la historia de Hollywood! —Volvió a ponerse serio—. Si esa sanguinaria historia no pertenece realmente al Cantar de los nibelungos, ¿por que quieres estudiarla? ¿Por qué quiere Ganz que lo hagas?

—Bien, llegó hasta Escandinavia, donde inspiró un par de buenos poemas (eso si no eran reelaboraciones de algo anterior), y pasó a formar parte de la Saga volsunga. Las conexiones, la evolución global, nos interesan. Además, a Ermanarico se le cita en otros lugares… por ejemplo, en ciertos romances en inglés antiguo. Así que debe de haber aparecido en muchas leyendas y obras de bardos que se han perdido. En su época era poderoso, aunque por lo visto no resultaba un hombre muy agradable. El ciclo perdido de Ermanarico podría ser tan importante y brillante como cualquier otra cosa que nos haya llegado desde el oeste y el norte. Podría haber influido en la literatura germánica de muchas formas diferentes.

—¿Pretendes ir directamente a la corte? No te lo recomendaría, Carl. Muchos agentes de campo mueren porque se vuelven confiados.

—Oh, no. Sucedió algo terrible, de donde surgieron las historias que se desplazaron hasta tan lejos, hasta llegar incluso a las crónicas históricas. Creo que puedo acotar el momento en un periodo de unos diez años. Pero pretendo familiarizarme por completo con todo el entorno antes de aventurarme a ese episodio.

—Bien. ¿Cuál es tu plan?

—Tomaré una lección electrónica de lengua gótica. Ya puedo leerla, pero quiero hablarla con fluidez, aunque sin duda tendré un acento extraño. También me meteré en la cabeza lo poco que se sabe de sus costumbres, creencias y demás. Será poco. Los ostrogodos, si no los visigodos, estaban en el límite mismo del campo intelectual de los romanos. Sin duda cambiaron considerablemente antes de desplazarse al oeste.

»Así que empezaré bien en el pasado de mi época de destino; de forma algo arbitraria estoy pensado en el 300 d.C. Conoceré a la gente. Después reapareceré a intervalos y descubriré lo que ha ido pasando en mi ausencia. Brevemente, seguiré los acontecimientos a medida que se acercan al «acontecimiento». Después, apareceré aquí y allá, escuchando a poetas y narradores, y grabaré sus palabras.

Everard frunció el ceño.

—Humm, ese procedimiento… Bien, podemos discutir las posibles complicaciones. También te moverás mucho geográficamente, ¿no?

—Sí. Según las pocas tradiciones de los godos que se pusieron por escrito en el Imperio romano, los godos tuvieron su origen en lo que es ahora el centro de Suecia. Yo no creo que un pueblo tan numeroso pudiese venir de una zona tan limitada, incluso teniendo en cuenta el incremento natural, pero puede haber dado líderes y organización, de la misma forma que hicieron los escandinavos con los nacientes estados rusos en el siglo IX.

—Yo diría que gran parte de los godos comenzaron siendo moradores del litoral sur del Báltico. Estaban al este de los germanos. Aunque no es que fuesen una única nación. Para cuando llegaron a la Europa del oeste, se habían dividido en ostrogodos, que ocuparon Italia, y visigodos, que ocuparon Iberia. Lo que por cierto, dio a esas regiones los mejores gobiernos que habían tenido en mucho tiempo. Con el tiempo, los invasores fueron a su vez invadidos y se disgregaron en el conjunto de la población.

—¿Pero antes?

—Los historiadores hablan de forma vaga sobre tribus. Para el 300 d.C. estaban bien establecidas a los largo del Vístula, en el centro de la actual Polonia. Antes del final de ese siglo, los ostrogodos se encontraban en Ucrania y los visigodos justo al norte del Danubio, en la frontera romana. Aparentemente, una gran migración a lo largo de generaciones, porque parece que habían abandonado el norte por completo, ocupado a su vez por tribus eslavas. Ermanarico era un ostrogodo, así que voy a seguir a esa rama.

—Ambicioso —dijo Everard dubitativo—. Y eres nuevo.

—Ganaré experiencia sobre la marcha, Manse. Tú mismo lo admitiste, a la Patrulla le falta personal. Más aún, conseguiré mucha historia que tú deseas.

Everard sonrió.

—Eso sí. —Se puso en pie—: Vamos, termínate la copa y vayamos a comer. Tendremos que cambiarnos de ropa, pero valdrá la pena. Conozco un salón local, a finales del xix, que ofrece unos magníficos almuerzos gratis.

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