—¡Oh, Laurie!
—Calla, querido. Tenía que ser.
—¡Mi hijo, mi hijo!
—Acércate. No temas llorar.
—Pero era tan joven, Laurie.
—De todas formas un hombre adulto. No abandonarás a sus hijos, a tus nietos. ¿Verdad?
—No, nunca. Pero ¿qué puedo hacer? Dime qué puedo hacer por ellos. Están condenados, los descendientes de Jorith morirán, no puedo cambiar eso, ¿cómo puedo ayudarlos?
—Más tarde pensaremos en eso, querido. Primero, por favor, descansa, tranquilízate, duerme.