1935

Laurie y yo nos fuimos a pasear a Central Park. A nuestro alrededor marzo se mostraba exuberante. Quedaban algunas pequeñas zonas de nieve, pero por lo demás la hierba ya estaba verde. Los arbustos y árboles tenían capullos. Más allá de las ramas, las torres de la ciudad relucían recién lavadas por el clima, y en el cielo azul algunas nubes hacían una regata. El frío era el justo para activar la circulación.

Perdido en mi invierno personal, apenas. percibía nada.

Me cogió la mano.

—No deberías haberlo hecho, Carl. —Sentí que compartía mi dolor, en la medida en que podía.

—¿Qué otra cosa podía hacer? —le contesté desde la oscuridad—. Tharasmund me pidió que fuese con ellos. Ya te lo he dicho. ¿Cómo podría negarme y volver a dormir en paz?

—¿Duermes bien ahora? —Hizo la pregunta con rapidez—. Vale, quizá estuvo bien, dentro de lo permisible, prestar cualquier consuelo que pudiese haber en tu presencia, pero hablaste, intentaste descabezar el conflicto.

—Benditos los que buscan la paz, me enseñaron en la escuela dominical.

—Ese enfrentamiento es inevitable. ¿No? Está en los mismos poemas e historias que fuiste a investigar.

Me encogí de hombros.

—Historias. Poemas. ¿Cuánto contienen de verdad? Oh, sí, la historia sabe qué pasó al final con Ermanarico. Pero ¿murieron Swanhild, Hathawulf y Solbern como dice la saga? ¿Si algo así sucedió, si no es más que una imagen romántica, siglos posterior, que un cronista se tomó en serio, les sucedió necesariamente a ellos? —Me aclaré la garganta agarrotada—. Mi trabajo en la Patrulla es descubrir cuáles son los acontecimientos que realmente sucedieron para protegerlos.

—Cariño, cariño —suspiró—, te hace tanto daño. Te distorsiona el juicio. Piensa. Yo he pensado, vaya si he pensado, y claro está que no he estado allí en persona, pero quizá eso me de una perspectiva que tú… que tú has decidido no tener. Todo lo que has informado, durante este asunto, todo muestra los acontecimientos dirigiéndose a un único final. Si tú, como un dios, hubieses podido obligar al rey a reconciliarse, lo hubiese hecho, seguro. Pero no, ésa no es la forma del continuo.

—¡Pero es flexible! ¿Qué diferencia puede representar la vida de unos cuantos bárbaros?

—Estás alucinando, Carl, y lo sabes. Yo… yo misma paso mucho tiempo despierta pensando en lo que podrías estropear. Vuelves a estar demasiado cerca de lo prohibido. Quizá ya hayas cruzado el límite.

—Las líneas del tiempo se ajustarán. Siempre lo hacen.

—Si eso fuese cierto, no necesitaríamos la Patrulla. Debes comprender los riesgos a los que te enfrentas.

Lo hacía. Me obligaba a enfrentarme a ellos. Los puntos de nexo se producen, allí donde importa hacia dónde cae el dado. Y tampoco solían ser los lugares más evidentes.

Un ejemplo me vino a la mente, como un cadáver que sube a la superficie. Un instructor de la Academia lo había presentado como adecuado para cadetes fuera de mi entorno.

De la Segunda Guerra Mundial fluían enormes consecuencias. La principal era que dejaba a los soviéticos con el control de media Europa (las armas nucleares eran indirectas; hubiesen aparecido igualmente alrededor de esa época, porque los principios ya se conocían). Al final, la situación político—militar llevó a acontecimientos que afectaron al destino de la humanidad durante cientos de años… por siempre, porque esos siglos tenían sus propios nexos.

Y sin embargo, Winston Churchill tenía razón cuando llamó al conflicto de 1939—1945 «la Guerra Innecesaria». Cierto, las debilidades de las democracias fueron importantes en su origen. Sin embargo, no hubiese habido ninguna amenaza para acobardarlas si el nazismo no hubiese tomado el control en Alemania. Y ese movimiento, originalmente pequeño y del que todos se burlaban, más tarde castigado (aunque con bastante suavidad) por las autoridades de Weimar… ese movimiento no hubiese tomado el poder, no hubiese podido, en el país de Bach y Goethe, sino a través del genio único de Adolf Hitler. Y el padre de Hitler había nacido corno Alois Schicklgruber, un ¡legítimo, el resultado accidental de un lío entre un burgués austriaco y una de sus criadas…

Pero si evitabas esa relación, lo que podía hacerse con facilidad sin perjudicar a nadie, abortabas toda la historia posterior. En 1935, digamos, el mundo podía ser diferente. Quizá fuese mejor que el original (en algunos aspectos, por un tiempo) o quizá peor. Podía imaginar, por ejemplo, que los humanos nunca se hubiesen aventurado a salir al espacio. Seguro que no lo hubiesen hecho tan pronto; y podría haber sucedido demasiado tarde para rescatar una Tierra moribunda. No puedo imaginar que se hubiese establecido ninguna utopía pacífica.

No importaba. Si por mi intervención la situación en tiempos de Roma cambiaba de forma importante, yo todavía estaría allí; pero cuando regresase a este año, toda mi civilización no habría existido nunca. Laurie nunca hubiese sido.

—No… no estoy de acuerdo en que me esté arriesgando —dije—. Mis superiores leyeron mis informes, informes sinceros. Me lo harían saber si me estuviera saliendo de los límites.

¿Sinceros?, me pregunté. Bien, sí, relataban lo que observaba y hacía, sin mentiras ni ocultaciones, aunque con un estilo parco, Pero la Patrulla no quería golpes de pecho emocionales, ¿no? Y no se esperaba que contase cada detalle trivial, ¿no? En todo caso, sería imposible.

Tomé aliento.

—Mira—dije—. Conozco mi lugar. Sólo soy un simple investigador lingüístico y literario. Pero si puedo ayudar, con toda la seguridad posible, tengo que hacerlo. ¿No?

—Sí, Carl.

Seguimos andando. Al rato dijo:

—Eh, hombre, estás de permiso, de vacaciones, ¿lo recuerdas? Se supone que debernos relajarnos y disfrutar de la vida. He estado haciendo planes para los dos. Escucha.

Vi lágrimas en sus ojos, e hice lo posible por devolverle la alegría con la que ella las cubría.

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