Edificio Marble Hill, piso doce, ésta es mi cueva. Broadway y calle Doscientos Veintiocho, antes un edificio municipal para gente de clase media, ahora un tugurio para despojos urbanos desarraigados y de ninguna clase. Dos habitaciones con cuarto de baño, cocina y vestíbulo. En otro tiempo, a menos que estuvieras casado y tuvieras hijos, no se podía vivir aquí. Ahora se han introducido algunos solteros aduciendo que son indigentes. A medida que la ciudad se deteriora las cosas cambian; las reglas se rompen. El edificio está habitado en su mayoría por portorriqueños, también hay algunos irlandeses e italianos. En esta guarida de papistas un David Selig es una gran anomalía. A veces piensa que les debe a sus vecinos una entusiasta interpretación diaria del Shma Yisroel, pero no sabe las palabras. El Kol Nidre, quizá. O el Kaddish. Este es el pan de la aflicción que comían nuestros antepasados en la tierra de Egipto. Tiene suerte de haber sido conducido fuera de Egipto y dentro de la Tierra Prometida.
¿Les gustaría realizar un visita, con guía incorporado, a la cueva de David Selig? Muy bien. Por favor, vengan por aquí. Por favor, no toquen nada, ni dejen sus chicles en los muebles. El sensible, inteligente, afable y neurótico hombre que será su guía no es otro que el mismísimo David Selig. No se aceptan propinas. Bienvenidos, amigos, bienvenidos a mi humilde morada. Comenzaremos nuestro recorrido en el cuarto de baño. Como pueden ver, ésta es la bañera (esa mancha amarilla en la porcelana ya estaba allí cuando se mudó), éste el inodoro, éste el botiquín. Gran parte de su tiempo Selig lo pasa aquí; es un cuarto significativo para la comprensión profunda de su existencia. Por ejemplo, a veces se ducha dos o tres veces al día. ¿Qué creen ustedes que está tratando de lavar? Deja en paz ese cepillo de dientes, hijito. Muy bien, vengan conmigo. ¿Ven esos pósters en el pasillo? Son de la década de los sesenta. Este muestra al poeta Allen Ginsberg disfrazado de Tío Sam. Éste una cruda vulgarización de una sutil paradoja topológica del grabador holandés M. G. Escher. Éste muestra a una joven pareja desnuda haciendo el amor entre las olas del Pacífico. Hace ocho o diez años, cientos de miles de jóvenes decoraban sus habitaciones con pósters como éstos. Aunque entonces Selig no era exactamente lo que se dice joven, también lo hizo. A menudo ha seguido modas y estilos actuales en un intento de unirse con mayor firmeza a las estructuras de la existencia contemporánea. Supongo que hoy en día estos pósters tiene bastante valor; los lleva con él de un apartamento barato al siguiente.
Esta habitación es el dormitorio. Oscuro y reducido, con el techo bajo típico de la construcción municipal de hace una generación. La ventana siempre está cerrada para que el tren elevado, que con estruendo atraviesa el cielo adyacente a altas horas de la noche, no me despierte. Aun cuando todo está tranquilo alrededor, resulta bastante difícil conciliar el sueño. Ésta es su cama, en la que tiene sueños intranquilos y, en ocasiones, incluso ahora, involuntariamente lee las mentes de sus vecinos e incorpora los pensamientos de éstos a sus fantasías. Durante los dos años y medio que hace que vive aquí, en esta cama ha fornicado tal vez con quince mujeres, una, dos e incluso tres veces con cada una de ellas. ¡No debe turbarse tanto, jovencita! ¡El sexo es un esfuerzo humano saludable y sigue siendo un aspecto esencial de la vida de Selig, incluso ahora, en la edad madura! En los primeros años puede llegar a ser algo aún más importante para él, ya que el sexo es, después de todo, una forma de establecer comunicación con otros seres humanos, y hay otros canales de comunicación que parecen estar cerrándose para él. ¿Quiénes son estas chicas? Algunas no son chicas; algunas son mujeres maduras. Las atrae con su modo tímido y las persuade a compartir con él una hora de felicidad. Rara vez las vuelve a invitar, y aquéllas a las que sí invita a menudo rechazan la invitación, pero no importa. Sus necesidades quedan satisfechas. ¿Cómo dice? ¿Quince chicas en dos años y medio no son muchas para un soltero? ¿Quién es usted para juzgar eso? A él le parecen suficientes. Se lo aseguro, le parecen suficientes. Por favor, no se sienten en la cama. Es una cama vieja, de segunda mano, comprada en el sótano de una tienda que posee el Ejército de Salvación en Harlem. La compré bastante barata cuando me mudé de mi último apartamento, un lugar amueblado en la avenida St. Nicholas, y necesitaba tener algunos muebles míos. Años ha, por el 71 ó 72, tuve una cama de agua, otro ejemplo de cómo sigo las modas pasajeras. Jamás pude acostumbrarme al gorgoteo y finalmente la regalé a una muchacha que disfrutó de ella de verdad. ¿Qué más hay en el dormitorio? Me temo que muy poco que sea de interés. Una cómoda que contiene ropa común. Un par de pantuflas gastadas. Un espejo roto: ¿son supersticiosos? Una estantería ladeada llena de revistas viejas que jamás volverá a mirar: Partisan Review, Evergreen, Paris Review, New York Review of Books, Encounter; un montón de literatura de moda, algunas revistas de psicoanálisis y psiquiatría que Selig lee de vez en cuando con la esperanza de aumentar el conocimiento de sí mismo; pero siempre termina por arrinconarlas, aburrido y desilusionado. Salgamos de aquí. Esta habitación debe de resultarles deprimente. Pasamos por la cocina (horno, con cuatro fuegos, heladera de tamaño mediano, mesa de fórmica) donde se prepara desayunos y comidas muy sencillos (generalmente no cena en casa) y entramos en la habitación principal del apartamento, la sala/estudio en forma de L de paredes azules, repleta de cosas.
Aquí se puede observar toda la extensión del desarrollo intelectual de David Selig. Ésta es su colección de discos, unos cien discos gastados, algunos de ellos comprados en tiempos tan remotos como 1951. (¡Arcaicos discos monofónicos!) La mayoría son discos de música clásica, aunque notarán dos depósitos añadidos: cinco o seis discos de jazz que datan de 1959 y cinco o seis discos de rock que datan de 1969; tanto los de jazz como los de rock los compró tras grandes esfuerzos abortivos por extender el horizonte de sus gustos. De otro modo, lo que principalmente encontrarán aquí será música bastante austera, intrincada, inaccesible: Schoenberg, Beethoven de la última época, Mahler, Berg, los cuartetos de Bartok, pasacalles de Bach. Nada que tras oírlo una vez se podría silbar. Aunque no entiende mucho de música, sabe lo que le gusta; no les interesaría demasiado.
Y éstos son sus libros, acumulados desde que tenía diez años, que ha trasladado con amor de un lugar a otro. Los estratos arqueológicos de su lectura pueden ser aislados y examinados sin dificultad. Julio Verne, H. G. Wells, Mark Twain, Dashiell Hammett en el fondo. Sabatini. Kipling. Sir Walter Scott. Van Loon, La historia de la humanidad. Verrill, Grandes conquistadores de América del Sur y América Central. Los libros de un niñito sobrio, serio y enajenado. De repente, con la adolescencia aumenta la cantidad: Orwell, Fitzgerald, Hemingway, Hardy, lo más simple de Faulkner. ¡Miren estos libros en rústica tan poco comunes de los años cuarenta y principios de los cincuenta, de tamaños y formas extraños, con tapas de plástico laminado! ¡Vean lo que entonces se podía comprar por sólo 25 centavos! ¡Miren las ilustraciones eróticas, las letras llamativas! Estos libros de ciencia ficción datan también de la misma época. Uno tras otro los devoré todos, con la esperanza de encontrar alguna pista sobre mi propia naturaleza trastornada en las fantasías de Bradbury, Heinlein, Asimov, Sturgeon, Clarke. Miren, aquí está Juan Raro, de Stapledon, y aquí, La maravilla de Hampdenshire de Beresford, y aquí hay un libro que se llama Seres extraños: los niños prodigio, lleno de historias sobre supermocosos con poderes extraordinarios. En este último libro he subrayado un montón de párrafos, generalmente aquellos en los que no estaba de acuerdo con el autor. ¿Seres extraños? A pesar del talento que tenían, esos escritores eran los extraños, tratando de imaginar poderes que jamás habían poseído; y yo, que era uno de esos seres, yo, el joven merodeador de mentes (el libro está fechado en 1954), estaba en desacuerdo con ellos. Ponían énfasis en la angustia de ser sobrehumano, olvidándose del éxtasis. Aunque, pensando ahora en la angustia en contraposición con el éxtasis, debo admitir que sabían de qué hablaban. Amigos, ahora ya no estoy tan en desacuerdo con ellos. Éste es el callejón de las ratas, donde los muertos no pueden discutir.
Observen cómo a medida que nos acercamos a los años universitarios la lectura de Selig se vuelve más elevada. Joyce, Proust, Mann, Eliot, Pound, la vieja jerarquía de vanguardia. El período francés: Zola, Balzac, Montaigne, Celine, Rimbaud, Baudelaire. Todas estas obras de Dostoievsky que ocupan medio estante. Lawrence. Woolf. La época mística: Agustín, Aquino, el Tao Te Ching, los Upanishads, el Bhagavad Gita. La época psicológica: Freud, Jung, Adler, Reich, Reik. La época filosófica. La época marxista. Todos esos libros de Koestler. Vuelta a la literatura: Conrad, Forster, Beckett. Avanzando hacia la desordenada década de los sesenta: Bellow, Pynchon, Malamud, Mailer, Burroughs, Barth. Trampa 22 y La política de la experiencia. ¡Ah, sí, damas y caballeros, están en presencia de un hombre culto!
He aquí sus archivos. Un tesoro de efectos personales que aguardan a un biógrafo aún desconocido. Libretas de calificaciones, siempre con malas notas en conducta. (“David muestra poco interés en su trabajo y, a menudo, interrumpe la clase.”) Tarjetas de cumpleaños dibujadas toscamente a lápiz para su: madre y su padre. Viejas fotografías: ¿es posible que este chico gordo y pecoso sea el individuo enjuto que ahora está frente a ustedes? Este hombre de frente alta, rígida y forzada sonrisa es el difunto Paul Selig, padre de nuestro sujeto, fallecido (¡olavha sholom!) el 11 de agosto de 1971 debido a complicaciones surgidas tras una operación de úlcera perforada. Esta mujer de pelo gris con los ojos saltones debido al hipertiroidismo es la difunta Martha Selig, esposa de Paul, madre de David, fallecida (¡oy, veh, mama!) el 15 de marzo de 1973 debido a una misteriosa putrefacción de órganos internos, probablemente cancerosa. Esta joven ceñuda de rostro frío y afilado es Judith Hannah Selig, hija adoptiva de P. y M., odiosa hermana de D. La fecha anotada en el reverso de la foto es julio de 1963. Por aquel entonces Judith tiene dieciocho años y está en la plenitud de su odio hacia mí. ¡Cómo se parece a Toni en esta foto! Jamás me había dado cuenta del parecido, pero tienen el mismo aspecto yemenita moreno, el mismo negro y largo pelo. Pero los ojos de Toni fueron siempre cálidos y afectuosos, salvo al final, y los ojos de Jude jamás me mostraron otra cosa que no fuera hielo, hielo, hielo plutoniano.
Continuemos con la inspección de los efectos privados de David Selig. Ésta es la colección de sus trabajos académicos y de sus exámenes de su época universitaria. (“El refinado y elegante poeta Carew refleja en su obra influencias tanto del clasicismo preciso de Jonson como de la fantasía extravagante de Donne; una interesante síntesis. Estructura coherente y dicción clara es una constante en sus poesías; en una poesía como “Ya no me preguntes dónde otorga el Señor su gracia” refleja perfectamente la austeridad armoniosa de Jonson, mientras que en otras, tales como “La mediocridad en el amor rechazado” o “La belleza ingrata amenazada”, su ingenio es semejante al de Donne.”) ¡Qué afortunado fue David Selig al guardar este cotorreo literario! En estos últimos años estos trabajos se han convertido en su principal fuente de ingresos, porque ya saben, por supuesto, cómo se gana la vida en la actualidad la figura central de nuestras investigaciones.
¿Qué más encontramos en estos archivos? Las copias hechas con papel carbónico de innumerables cartas. Algunas de ellas son misivas bastante impersonales. Estimado presidente Eisenhower. Estimado Papa Juan. Estimado secretario general Hammarskjold. Hace tiempo enviaba con cierta frecuencia estas cartas a rincones remotos de la Tierra, pero en estos últimos años rara vez lo hace. Sus esfuerzos unilaterales intermitentes por ponerse en contacto con un mundo sordo; sus angustiados e inútiles intentos de restaurar el orden en un universo que se tambalea visiblemente hacia la destrucción termodinámica final. ¿Les parece que veamos algunos de estos documentos? Usted dice, gobernador Rockefeller, que “con la multiplicación de las armas nucleares nuestra seguridad depende de la credibilidad de nuestro deseo de valernos de un freno. Como funcionarios públicos y como ciudadanos tenemos la enorme responsabilidad de salvar y proteger las vidas y la salud de nuestro pueblo. No se puede excusar un esfuerzo lento por la defensa civil con nuestra convicción de que una guerra nuclear es una tragedia y que debemos luchar con todos los medios honorables para asegurar la paz”. Permítame manifestarle mi desacuerdo. Su programa de refugios contra bombardeos, gobernador, es el proyecto de una mente moralmente empobrecida. Desviar la energía y los recursos de la búsqueda de una paz duradera para utilizarlos en este plan al estilo del avestruz que esconde la cabeza es, a mi juicio, una política tonta y peligrosa que… El gobernador, a modo de respuesta, le dio las gracias y le envió una copia del mismo discurso contra el que Selig protestaba. ¿Se puede esperar más? Señor Nixon, toda su campaña se basa en la teoría de que los Estados Unidos nunca estuvieron mejor que durante la presidencia de Eisenhower y que, por lo tanto, sería bueno que durante cuatro años más siguiéramos igual. Usted me recuerda a Fausto gritándole al momento que pasa, ¡Bleibe doch, du bist so schoen! (¿Soy demasiado culto para usted, señor vicepresidente?) Por favor, tenga presente que cuando Fausto pronuncia esas palabras aparece Mefistófeles para llevarse su alma. ¿Realmente cree que este momento histórico que estamos viviendo es tan grato que habría que detener los relojes para siempre? Escuche la angustia que hay en el país. Escuche las voces de los negros del Mississippi, escuche los lamentos de los hijos hambrientos de los trabajadores de las fábricas que se han quedado sin trabajo debido a la recesión republicana, escuche… Estimada señora Hemingway: Permítame que agregue mis palabras a las de miles de personas que le expresan su pesar por la muerte de su esposo. El valor que demostró frente a una situación de vida que se había vuelto insoportable e intolerable es en verdad un ejemplo para aquellos de nosotros que… Estimado doctor Buber… Estimado profesor Toynbee… Estimado presidente Nehru… Estimado señor Pound: Todo el mundo civilizado se regocija con usted por su liberación del confinamiento cruel e inhumano que… Estimado lord Russell… Estimado presidente Khrushev… Estimado señor Malraux… estimado… estimado… estimado… Deben admitir que es toda una extraordinaria colección de correspondencia; con respuestas igualmente extraordinarias. Miren lo que dice esta respuesta: Es posible que tenga razón; y ésta dice: Le agradezco su interés; y ésta dice: No cabe duda de que el tiempo no permite respuestas individuales a todas las cartas recibidas pero, por favor, tenga la seguridad de que sus opiniones serán tenidas en consideración, y ésta dice: Envíenle una respuesta a este desgraciado.
Lamentablemente no disponemos de las cartas imaginarias que constantemente se dicta a sí mismo, pero que nunca envía. Estimado señor Kierkegaard: Estoy completamente de acuerdo con su célebre sentencia en la que comparar el “absurdo” con “el hecho de que con Dios todo es posible”, y que declara, “El absurdo no es uno de los factores que pueden ser diferenciados dentro del ámbito correcto de la comprensión: no es idéntico a lo improbable, a lo inesperado, a lo imprevisto”. En mi propia experiencia con el absurdo… Estimado señor Shakespeare: Qué acertadamente se expresa cuando dice, “No es amor el amor que al percibir un cambio cambia, o que propende con el distanciado a distanciarse”. Sin embargo, su soneto da por sentado algo que queda por probar: Si el amor no es amor, ¿qué es entonces ese sentimiento de proximidad que puede ser tan absurda e inesperadamente destruido por algo insignificante? Si pudiera sugerir otro modo existencial de relacionarse con otros, que… Como son momentáneas, el producto de impulsos vagos, y a veces incomprensibles, no podemos acceder de un modo satisfactorio a estas comunicaciones que Selig a veces produce a una velocidad de cien por hora. Estimado señor juez Homes: En la causa de Southern Pacific Co. contra Jensen, 244 E. U. 205, 221 (1917), usted falló: “Reconozco sin vacilación que los jueces legislan y deben hacerlo, pero sólo pueden hacerlo en forma intersticial; quedan limitados a movimientos molares y moleculares”. Debo confesar que esta espléndida metáfora no me resulta del todo clara, y …
Estimado señor Selig:
El mundo actual y la totalidad de la vida están enfermos. Si yo fuera médico y se me pidiera consejo, respondería: “Hagan silencio”.
Le saluda atentamente,
Además de todo esto, hay tres carpetas de grueso cartón beige que no están disponibles para la inspección pública, puesto que contienen cartas bastante más personales. Bajo los términos en que se firmó nuestro acuerdo con la Fundación David Selig, me está prohibido leer textualmente, aunque puedo parafrasear. Éstas son sus cartas a, y a veces de, las chicas que ha amado o ha querido amar. La primera data de 1950 y lleva en la parte superior en grandes letras rojas, la anotación NO FUE ENVIADA. Querida Beverly, empieza, y está llena de imágenes sexuales embarazosamente gráficas. ¿Qué puede decirnos de esta Beverly, Selig? Bueno, era baja, atractiva y pecosa, con pechos grandes y un carácter risueño; en clase de biología se sentaba delante de mí. Beverly tenía una desagradable hermana melliza, Estelle, que siempre andaba con el ceño fruncido y, por uno de esos caprichos de la genética, era tan chata como Beverly exuberante. Posiblemente por eso era por lo que fruncía el ceño tan a menudo. A su modo, amargo y sombrío, yo le gustaba a Estelle, y pienso que, a la larga, se habría acostado conmigo, lo que le habría hecho mucho bien a mi ego de 15 años, pero yo la detestaba. Parecía una imitación mal hecha y llena de manchas de Beverly, a quien yo amaba. Mientras la señorita Mueller hablaba monótonamente sobre mitosis y cromosomas, yo solía pasearme descalzo por la mente de Beverly. Acababa de perder la virginidad con Víctor Schlitz, el grandote y huesudo pelirrojo, de ojos verdes, que se sentaba junto a ella, y fui aprendiendo mucho sobre el sexo, con intervalos de 12 horas, al radiarme Beverly todas las mañanas su aventura de la noche anterior con Víctor. No sentía celos. Era apuesto, seguro de sí mismo y la merecía, mientras que entonces yo era demasiado tímido e inseguro como para acostarme con alguien. Por lo tanto, adueñándome de su secreto, viví su romance y empecé a imaginar que yo hacía con Beverly las cosas espectaculares que Víctor hacía con ella. Llegó un momento en que desesperadamente quise acostarme con ella, pero mis exploraciones de su mente me dijeron que para ella yo sólo era una especie de gnomo gracioso, una rareza, un bufón. Entonces, ¿cómo conseguirlo? Le escribí esta carta describiéndole con vívidos y sudorosos detalles todo lo que ella y Víctor habían estado haciendo, y le dije: ¿No te preguntas cómo sé todo eso, eh eh eh? Con lo que implicaba que era una especie de superhombre con el poder de penetrar en las intimidades de la mente femenina. Supuse que eso la haría caer directamente en mis brazos, desmayada de miedo, pero al pensármelo dos veces comprendí que creería que era un loco o un mirón, y que cualquiera de las dos cosas la haría apartarse de mí, así que no mandé la carta, me limité a archivarla. Una noche mi madre la encontró, pero no se atrevió a decirme nada, irremediablemente bloqueada como estaba en cuanto al tema de la sexualidad; lo único que hizo fue guardarla en mi cuaderno. Esa noche leí los pensamientos de mi madre y descubrí que le había echado una mirada furtiva. ¿Estaba escandalizada y turbada? Sí, lo estaba, pero también se sentía muy orgullosa de que su niño fuera por fin un hombre que les escribía cosas obscenas a las chicas guapas. Mi hijo, el pornógrafo.
La mayoría de las cartas archivadas en estas carpetas fueron escritas entre 1954 y 1968. La más reciente fue escrita en el otoño de 1974, después de lo cual Selig comenzó a sentirse cada vez más y más alejado del resto de la raza humana y dejó de escribir cartas, salvo en su cabeza. No sé cuántas chicas están representadas aquí, pero el número debe de ser considerable. Por lo general, estas relaciones eran superficiales, ya que, como saben, Selig nunca se casó ni tuvo muchos enredos serios con mujeres. Como en el caso de Beverly, con aquéllas a las que amó más profundamente no tuvo, por lo general, una verdadera relación, aunque era capaz de fingir amor por alguien que en realidad era una conquista tomada a la ligera. A sabiendas, a veces utilizaba su don especial para explotar sexualmente a las mujeres, en especial las que rondaban los veinticinco años. No se siente orgulloso de ese período. ¿No les gustaría leer estas cartas, fisgones repugnantes? Pero no lo harán, no pondrán sus garras sobre ellas. Además, ¿por qué les he invitado aquí? ¿Por qué les dejo curiosear entre mis libros, mis fotografías, mis platos sucios y mi bañera manchada? Seguramente estoy perdiendo mi sentido de la propiedad. El aislamiento me está asfixiando; aunque mis ventanas están cerradas, he abierto la puerta. Les necesito porque cuando miran dentro de mi vida, cuando incorporan partes de ella a su propia experiencia, cuando descubren que soy real, que existo, que sufro, que tengo al menos un pasado si no un futuro, entonces puedo aferrarme con más firmeza a la realidad. De modo que puedan irse de aquí diciendo: Sí, conozco a David Selig, de hecho, lo conozco bastante bien. Pero eso no implica que deba mostrarles todo.
¡Miren, aquí hay una carta para Amy! Amy que, en la primavera de 1953, me liberó de mi amarga virginidad. ¿No les gustaría saber cómo ocurrió eso? La primera vez siempre posee una fascinación irresistible. Bueno, joróbense: no tengo ganas de explicarlo. Además, tampoco es una historia demasiado interesante. Penetré en ella y acabé, y ella no; así es cómo ocurrió, y si quieren saber el resto, quién era ella, cómo la conquisté, inventen ustedes mismos los detalles. ¿Dónde está Amy ahora? Amy está muerta. ¿Qué les parece eso? La primera con la que se acostó, y ya la ha sobrevivido. Murió en un accidente de coche cuando tenía veintitrés años, y su marido, que me conocía vagamente, me telefoneó para avisarme, ya que en un tiempo fui amigo de ella. Aún estaba traumatizado porque la policía le había hecho ir a identificar el cuerpo, y Amy había quedado realmente destrozada, despedazada, mutilada. Como algo de otro planeta, así es como se veía, me dijo. Catapultada a través del parabrisas y hacia un árbol. Y yo le dije:
—Amy fue la primera mujer con la que me acosté.
Y él empezó a consolarme; Él, consolándome a mí, y yo sólo había tratado de ser sádico.
El tiempo pasa. Amy está muerta y apuesto a que Beverly ya es toda una ama de casa madura y regordeta. Aquí hay una carta de Jackie Newhouse en la que le digo que no puedo dormir pensando en ella. ¿Jackie Newhouse? ¿Quién es ésa? Ah, sí. Un metro cincuenta y cinco y unos pechos que habrían hecho sentir envidia a Marilyn Monroe. Dulce. Tonta. Labios fruncidos, ojos celestes. Lo único bueno que tenía Jackie eran sus pechos, pero para mí, con diecisiete años y obsesionado con los senos, eso era suficiente, Dios sabe por qué. La amaba por sus glándulas mamarias, tan globulares y notorias bajo esas camisetas blancas y ajustadas que tanto le gustaba usar. Verano de 1952. Estaba enamorada de Frank Sinatra y Perry Como, y tenía escrito FRANKIE con lápiz de labios en la pierna derecha de su vaquero y PERRY en la izquierda. También estaba enamorada de su profesor de historia que, según creo, se llamaba León Sissinger o Zippinger o algo parecido, y también tenía escrito LEON en sus vaqueros, en las posaderas. Todo cuanto hice con ella fue besarla dos veces, ni siquiera introduje mi lengua en su boca; era incluso más tímida que yo, y tenía terror de que una repugnante mano masculina violara la pureza de esos extraordinarios pechos. Allí o donde fuese yo la seguía, tratando de no meterme en su cabeza porque me deprimía ver lo vacía que era. ¿Cómo terminó? Ah, sí: su hermano menor me contó cómo la veía en casa, todo el tiempo desnuda, y yo, desesperado por echar un vistazo indirecto a esos pechos desnudos, me zambullí dentro de su cabeza y le robé una mirada furtiva de segunda mano. Hasta ese momento no me había dado cuenta de lo importante que puede llegar a ser un sostén. Dos montículos de carne cruzados por venas azules e hinchadas colgaban sueltos hasta su pequeño y rollizo estómago. Eso me curó de mi obsesión. De eso hace tanto tiempo, Jackie, que ahora me pareces irreal.
Tomen. Miren. Espíenme. Mis fervorosas y frenéticas efusiones de amor. Léanlas todas, ¿qué me importa? Donna Elsie, Magda, Mona, Sue, Lois, Karen. ¿Acaso creían que no tenía vida sexual? ¿Creían que tras mi insatisfecha adolescencia llegué tambaleándome a la edad adulta, sin ser capaz de encontrar mujeres? Fui buscando el sentido de mi vida entre sus muslos. Querida Connie: ¡qué noche desenfrenada aquélla! Querida Chiquita: tu perfume sigue flotando en el aire. Querida Elaine: cuando me desperté esta mañana tenía sabor a ti en mis labios. Querida Kitty: yo…
¡Dios mío, Kitty! Querida Kitty: tengo tanto que explicarte que no sé por dónde empezar. Nunca me comprendiste, y yo nunca te comprendí. Así que el amor que sentía por ti estaba destinado, tarde o temprano, a llevarnos a una situación crítica, cosa que ha ocurrido ahora. Las fallas de comunicación se extendían por toda nuestra relación, pero porque eras distinta de cualquier otra persona que había conocido, verdadera y cualitativamente distinta, te convertí en el centro de mis fantasías y no pude aceptarte como eras, sino que tuve que presionarte y presionarte y presionarte, hasta que… Dios mío. Esta es demasiado dolorosa. ¿Qué diablos están haciendo leyendo la correspondencia de otro? ¿No tienen decencia? No puedo mostrarles esto. La visita ha terminado. ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Todos afuera!
¡Por el amor de Dios, váyanse!