7 CÓMO CONSTRUIR UN TALLO-DE-HABICHUELA

De algún modo Regulo había amueblado el estudio con exactamente las mismas cosas que Rob había visto en la habitación en la que se habían reunido por primera vez. No había manera de confundir el extraño escritorio con su tapete rosado, las pantallas en las paredes, las cámaras de vídeo y las terminales. La alfombra de color rojo oscuro era la misma y la luz interior estaba a su usual nivel amortiguado. Sólo la gravedad era notoriamente diferente, muchísimo más baja que en la estación sobre la órbita terrestre. Atlantis no podía tener una velocidad de rotación muy alta.

Regulo estaba sentado ante el gran escritorio. Observó a Rob mirar a su alrededor, estudiando su reacción.

—Ya ves, no estoy mejor que una tortuga vieja —dijo, sonriendo—. Me gusta llevar la casa a cuestas. Cuesta dinero, pero para mí vale la pena. Ven y siéntate, Merlin. Y bienvenido a Atlantis.

Rob se dirigió a la silla que le indicaba el anciano y se sentó. Su peso sobre la silla era apenas perceptible, poco más que una fracción de kilo. Miró a Regulo, conmovido otra vez al ver el rostro estragado con sus rasgos corroídos. Luego apartó ese pensamiento. Regulo tenía una alta pila de documentos frente a sí, y una curiosa expresión de alegría contenida en sus ojos brillantes.

—Recibí tu trabajo sobre el diseño del Tallo —dijo de pronto—. ¿Estás listo para hablar del tema, o necesitas tiempo para situarte?

Regulo no tenía la menor intención de entrar en cortesías sobre lo largo del viaje sobre la Tierra. A Rob le gustaba. Quería ir al grano tanto como Regulo. Asintió.

—Bien. —Regulo le dio una palmadita a la pila de material que tenía frente a sí—. Saqué mis viejos trabajos de los archivos. Todo se hizo hace mucho tiempo, antes incluso de que pudiéramos producir en masa cables de grafito para carga pesada, no digamos el material de silicona que tenemos ahora. Ya lo verás —Rob estaba inclinado hacia adelante en su asiento—, pero primero me gustaría oír lo que tienes que decirme. ¿Piensas que podrías construirme el Tallo?

—Podría construirlo. —La voz de Rob sonó confiada mientras le presentaba al otro sus notas sobre el diseño—. Ésa es la menor de mis preocupaciones. En primer lugar, puedo acelerar a la Araña. Doscientos kilómetros diarios de extrusión de cable, o incluso más, no constituyen ningún problema. Sustituiré el grafito por la silicona, ése es un cambio insignificante. De esa forma tendremos un cable de carga capaz de llevar doscientos millones de newtons por centímetro cuadrado. He diseñado un diámetro de dos metros en el extremo inferior, pero ésa es una variable fácil. Como supongo que usted también lo habrá calculado, habrá un poco de ahusamiento al subir, pero muy pequeño; sólo un cinco por ciento más grueso en la altitud sincrónica que en el lastre del suelo.

Regulo asentía, con los ojos fijos en Rob.

—¿Qué carga llevará con ese diámetro?

—Más de la que necesitaremos. Alrededor de setecientos millones de toneladas, en el extremo inferior. No creo que quiera arrastrar hasta la órbita o llevar a la Tierra más de algunos cientos de miles de toneladas cada vez. No creo que necesitemos ni una décima parte, pero intento seguir su consejo de pensar a lo grande.

Darius Regulo seguía asintiendo, feliz, bebiendo las palabras de Rob. Estaba en su elemento.

—Comencé el diseño con una base de diámetro de un metro cuando lo hice. De cualquier modo, deberá darnos más capacidad de la que pensamos utilizar, pero he averiguado que cuando uno tiene una capacidad, se las arregla para utilizarla. —Sus ojos parecían capturar y enfocar la luz difusa de la habitación, brillando como los de un gato y mirando a Rob a través de la penumbra—. Hasta el momento, parece que pensamos igual. ¿Cuáles son los problemas que mencionaste?

—Cuatro son fundamentales, pero sólo dos de ellos se refieren a la ingeniería —Rob consultó sus notas, se reclinó en el asiento y comenzó a enumerar con los dedos—. En primer lugar, ¿dónde lo construiremos? Lo normal sería comenzar en una órbita sincrónica, extrusionar cable simultáneamente hacia arriba y hacia abajo, para mantener un equilibrio entre el cable de arriba y el de abajo, haciendo que la fuerza de la gravedad y la centrífuga sean iguales. Sospecho que usted sabe tan bien como yo que no se puede hacer de esa manera, pues la estructura es inestable hasta que no se la amarra firmemente a la Tierra, con un gran lastre para equilibrarla más allá de la órbita sincrónica. Si comienza a construir a partir de una geosincrónica, cuando tenga un buen largo de cable hacia arriba se hará inestable, y habrá pequeños desplazamientos en la posición que crecerán exponencialmente. De modo que ése es el primer problema: no puede construirlo en una órbita sincrónica, como querríamos. ¿Dónde, entonces?

»El problema número dos es otra vez el cómo construirlo, que también involucra otras cuestiones. ¿De dónde sacamos la energía y los materiales? He calculado que haremos algo con una masa de alrededor de tres mil millones de toneladas, o de un cuarto de ello, si volvemos a su diseño de un diámetro de un metro de largo. Es mucho material, y no sé si se da cuenta de cuánta energía se necesita para hacer funcionar a la Araña. ¿De dónde la sacaremos?

Regulo miró el escritorio.

—Espero que me des las soluciones, no te contrato para que me cuentes las dificultades. —Era difícil saber si su comentario era serio.

—Le daré las respuestas —dijo Rob—. Pero permítame primero terminar de exponer los problemas. Otra cuestión de ingeniería. Debemos amarrar el Tallo en el extremo inferior, y necesitaremos algo de unos mil millones de toneladas para darle la tensión que necesitamos. ¿Qué hacemos con los terremotos? Deberemos asegurarnos de alguna manera de que el amarre no pueda soltarse por ningún desastre natural, y debemos ocuparnos también de las tormentas, aunque estoy convencido de que eso podemos manejarlo con el control local del tiempo. Lo verifiqué con la Central Meteorológica, y aceptarían asumir la responsabilidad, pero los terremotos son otro tema.

»Un problema más y termino. Tenderemos mil millones de toneladas de cable desde el ecuador hasta más allá de la órbita sincrónica, y también le pondremos trenes, vagones de pasajeros y vagones de carga todo a lo largo, hacia arriba y hacia abajo. ¿Qué haríamos si el Tallo se quebrara, allá arriba cerca de la órbita sincrónica?

—Podemos incluir amplios factores de seguridad.

—Contra hechos naturales, podría ser —Rob negó con la cabeza—. No es eso lo que me preocupa. ¿Y los sabotajes? Suponga que a algún loco se le ocurre poner una bomba de fusión. Tendremos un látigo de mil millones de toneladas abriéndose camino alrededor del ecuador. ¿Se imagina lo que puede hacer cuando llegue a la atmósfera? Tendrá más energía elástica acumulada de lo que quiero pensar, y caería desde unos treinta mil kilómetros.

Rob hizo una pausa y miró a Regulo, que no parecía nada desconcertado ante la idea de un Tallo partido. Miraba el techo y tamborileaba pensativo sobre la pila de papeles.

—¿Propones eso como un problema de ingeniería?

—No —Rob se inclinó hacia adelante—. No tengo una solución ingenieril contra el sabotaje, pero sigo creyendo que este punto decide si construiremos el Tallo o no. Debemos convencer a otros de que vale la pena correr el riesgo. ¿Cómo les vendemos la idea de que los beneficios recompensan con creces los riesgos?

Una significativa sonrisa de puro placer apareció en el rostro de Regulo. Las palabras de Rob parecían encantarle.

—Eres la persona adecuada para este trabajo, Merlin —dijo—. Has puesto el dedo en la llaga. Quiero ver tus soluciones a los problemas de ingeniería, pero el mayor problema será conseguir los permisos, ¿no? ¿Es eso lo que me estás diciendo?

—Por supuesto. Sucede lo mismo con todo gran proyecto de ingeniería, de algún modo hemos de convencerlos de que deben permitirnos continuar con la idea, incluso con ese mínimo riesgo de sabotaje.

Regulo se había inclinado sobre el escritorio y rozó con la mano una parte de la superficie.

—Si no tuviera respuesta para eso, no te habría llamado. ¿Ves esa leyenda?

Señaló con un delgado dedo la resplandeciente superficie del escritorio, donde había aparecido en rojo la leyenda ya conocida: LOS COHETES NO SIRVEN.

—Esa frase es cierta por cuatro o cinco razones diferentes, debes elegir la que más te sirva como argumento. Hablé de los riesgos de esto con la gente de control del medio ambiente en la Tierra. Les dije que debemos hacer una elección básica. Podemos continuar con la contaminación química y radiactiva, año tras año, si seguimos usando los cohetes. O podemos buscar un sistema que no implique ninguna contaminación, con mínimas posibilidades de accidente. —Regulo rió y movió la cabeza—. No estaban seguros, y ya sabes que lo más fácil para un burócrata es decirle que no a todo. Entonces les anuncié que las posibilidades de accidente aumentaban o disminuían según la bondad de sus procedimientos de seguridad y vigilancia. Eso les puso en un aprieto. No iban a admitir que lo que hacen en la actualidad es algo inferior a lo perfecto. En cualquier caso, aquí está nuestro permiso.

Sacó un documento de la pila de papeles.

Rob lo miró asombrado.

—¿Un permiso para construir el Tallo?

—Para construir tres, si quiero. Ya que pides, ¿por qué no pedir mucho? Sugiero que pensemos en el primero con Quito como punto de amarre, allí es donde tengo las mejores franquicias.

Regulo de pronto miró hacia un lado, a las cámaras de televisión que apuntaban al escritorio. Pareció satisfecho con lo que vio y volvió la atención una vez más a Rob.

—Ahora bien, en ésta te he ayudado. ¿Qué tal si me das soluciones para los otros problemas? ¿Cómo vas a construirlo?

—Comencemos con dónde; éste es un punto fundamental. —Rob miró sus notas un momento y se las guardó en el bolsillo—. Debemos realizar la construcción lejos del campo de la Tierra, y debemos elegir un punto estable que no quede demasiado lejos. Propongo que vayamos a L-4, donde hay un equipo de trabajo para apoyarnos si hay necesidad. Además, allí hay un satélite de energía solar bastante interesante, y lo necesitaremos para operar la Araña, a menos que usted tenga otra idea. —Miró a Regulo, esperando deliberadamente un momento antes de hacer su siguiente comentario—. Entonces moldearemos todo de un tirón. El cable de carga, los motores impulsores sincrónicos todo a lo largo de éste para subir y bajar los vagones, y cables superconductores para alimentar a los últimos con energía.

—¿La Araña puede hacer todo eso? —Regulo dejó ver su sorpresa por primera vez desde que comenzara la conversación.

—Eso y más —Rob se sentía mejor. Hasta ese momento de la reunión, parecía que Regulo había pensado en todo y había mejorado todo lo que Rob proponía—. No sé si Corrie ya le ha comentado que la Araña tiene un gran componente biológico —continuó—. Es mucho más adaptable que cualquier máquina, de modo que cambiar el plan de fabricación a medida que se extrusionan los materiales no es nada del otro mundo. La quería flexible en diseño originalmente, para que pudiera manejar cosas como soportes ahusados para puentes sin necesidad de detenerse a reprogramar. Todo eso servirá en este caso.

—Ah, sí, Cornelia me lo comentó —Regulo se restregó la cara con una mano llena de venas—. ¿Te contó que trabajamos en eso durante mucho tiempo y no se nos había ocurrido que tuviera un sistema combinado? Creo que es hora de que vaya a hacer un curso de actualización sobre los últimos descubrimientos.

—Al parecer se las arregla bastante bien —Rob no sabía si Regulo hablaba en serio o no—. No he logrado superar sus diseños, por lo que parece. Déjeme seguir. Podemos llegar a un punto en el que tengamos cien mil kilómetros de cable de carga, con cables de energía e impulsión agarrados a él, cerca de L-4. Necesitaremos algo más, sin contar con un satélite de energía y eso es equipo estándar. Debemos tener un lastre, y grande. Proporcionará la tensión en el cable de carga y equilibrará el amarre. No podemos fijar el lastre hasta no haber hecho contacto con el amarre, de modo que volará alrededor de la Tierra en su propia órbita. Ahora bien, yo hago bajar el Tallo y lo curvo para que haga contacto con el punto de amarre, en Quito, si lo quiere allí. Deberemos curvarlo para que entre en la atmósfera en un acercamiento en espiral desde L-4. El lastre saldrá hacia arriba y se conectará con el extremo del cable precisamente en el mismo momento en que el extremo del amarre entre en contacto con el suelo, y será mejor que no fallemos el amarre, porque en ese caso se disparará como una honda, más allá de la Luna. Sólo Dios sabe dónde puede terminar. Verifiqué la sincronización, y no creo que tengamos problemas. La inercia trabajará en ambos sentidos: hay tiempo de hacer cosas, pero cambiar el rumbo o la velocidad es casi imposible a menos que haya mucho tiempo para trabajar.

—No fallaremos. Estaré allí para amarrarlo yo mismo si debo hacerlo, digan lo que digan los médicos.

El rostro de Regulo rebosaba determinación. Rob se preguntó qué dirían los médicos. El anciano parecía peor que la primera vez que lo había visto. ¿Hasta qué punto el cuerpo de Regulo estaba cubierto con la espantosa deformidad que le estropeaba la cara?

—Está bien, muchacho, ¿cuáles son tus otras preocupaciones? —preguntó Regulo, interrumpiendo los pensamientos de Rob—. Estoy de acuerdo contigo, el vuelo desde L-4 o L-5 solucionará casi todos los problemas de estabilidad. Siempre preferiré una situación con estabilidad dinámica a una con estabilidad estática, siempre. ¿Qué sugieres para el sistema de transporte en sí? ¿Cuántos vagones, de qué tamaño, de qué velocidad?

—Lo estoy diseñando para seiscientos: trescientos para subir y trescientos para bajar. Habrá un sistema continuo de impulsión, a partir de un equipo de motores sincrónicos lineales que recorran el Tallo todo a lo largo. He pensado para cada vagón una carga nominal de cuatro mil toneladas. —Rob sacó las notas y las miró otra vez—. Tal vez quiera pensarlo, ver si está de acuerdo. Si le parece bien, tendremos una capacidad de transporte de unas doscientas cuarenta mil toneladas al día, como máximo. Parece mucho, pero es completamente insignificante comparada con la masa del Tallo. A largo plazo, deberemos mantener un buen equilibrio entre los movimientos hacia arriba y hacia abajo o se afectará la estabilidad, pero no hay por qué preocuparse sobre la base diaria. Como verá con esos números, con separaciones iguales entre los vagones tendremos una velocidad de unos trescientos kilómetros por hora. Es respetable para un viaje a través de la atmósfera, pero no tanto como para provocar incomodidad.

—Un momento —Regulo levantó la mano antes de que Rob pudiera continuar—. Hasta el momento hemos venido siguiendo las mismas líneas de diseño. Mira mis cálculos, y verás que se parecen notablemente a los tuyos. Pero si quieres un cable de carga de dos metros de diámetro, entonces sugiero que tengamos una carga mayor. ¿Por qué mantener tan bajo el peso de los vagones?

—Es su dinero —dijo Rob, encogiéndose de hombros—. Si quiere gastar más, no hay problemas con el diseño. Puedo aumentar la carga, pero he medido la capacidad de transporte para que encaje con un sistema de quince gigavatios, porque eso es lo que tendremos con un satélite de energía. Podemos usar un par o incluso uno hecho a medida, pero el costo total aumentará.

—No te preocupes de eso. Pensemos en una capacidad diaria de carga de un millón de toneladas, hacia arriba o hacia abajo. No tiene sentido estropear las cosas por unos centavos. Nunca se sabe, algún día puedo querer subir algunas toneladas de sal hacia aquí. Cornelia dice que se está cansando del gusto del pez de agua dulce.

Rob lo miró con atención. El rostro de Regulo estaba tan arruinado que no era posible leer nada en él. Después se encogió de hombros.

—Un millón de toneladas. Bien. Lo diseñaré para esa cantidad. Todo lo demás queda igual, excepto el tamaño de los vagones de carga. Creo que los vagones de pasajeros deben ser pequeños, eso nos dará un servicio más flexible. Lo adaptaré para que haya más, y que corran con mayor frecuencia. Déjeme terminar con otro problema antes del mayor de todos. Terremotos. Propongo una solución realmente sencilla. En lugar de un amarre complicado, sugiero que apilemos mil millones de toneladas de roca al final del Tallo. No importará cuánto se mueva la tierra, tendremos toda el ancla que necesitemos.

—Hecho. Las soluciones simples por lo general superan a las otras —Regulo volvió a tamborilear sobre la pila de papeles—. Yo he pensado lo mismo, no tiene sentido hacer las cosas difíciles si se puede hacerlas fáciles. Muy bien, ¿cuál es tu otro problema? Hasta ahora va todo bien.

—Materiales —Rob sacó otra hoja con cálculos de entre sus notas—. Necesitamos unos miles de millones de toneladas de silicona y metales, y las necesitamos en determinado lugar, cerca del lugar en L-4 donde tengamos la construcción principal. ¿Dónde los conseguiremos? Confío en que usted me conteste a esa pregunta; es obvio que no pueden venir de la Tierra.

—Es justo —Regulo estiró la mano y tomó la hoja de manos de Rob.

Luego de estudiarla un momento, se volvió al panel de control situado a un lado del escritorio y comenzó a alimentarlo con una serie de datos.

—¿Qué te ha contado Cornelia sobre el sistema de ordenadores de Atlantis? —preguntó.

—Nada en absoluto —Rob pensó de pronto en el misterioso comentario de Corrie mientras venían en camino—. A menos que el ordenador sea Caliban.

—¡Caliban! —Regulo levantó las espesas y blancas cejas—. Caramba, qué idea tan loca. Aunque cuando estoy aquí sentado y pienso en eso, no parece tan loca —rió—. No, Caliban no es el ordenador. Conocerás a Caliban más tarde. Al ordenador le llamamos Sycorax, y ese nombre idiota se lo puso Joseph Morel, no yo. Bueno, no voy a ponerme a hablar de eso. Hace unos cuarenta años decidí que cualquiera que quiera ser un buen ingeniero debe tener el mejor sistema de ordenadores que pueda comprarse. Sigo opinando lo mismo, y he construido el ordenador que controlo desde aquí a partir de aquel momento. Traje el procesador central a Atlantis hace unos veinte años, y hay bancos de datos satélites y procesadores periféricos en muchos lugares más, en la Tierra, en la Luna, en el Cinturón y en las explotaciones mineras, en satélites de los sistemas de Júpiter y Saturno.

Mientras Regulo hablaba, una larga tabla de datos había comenzado a aparecer en una gran pantalla a un costado de la habitación. Regulo la miró un momento; introdujo más palabras y la tabla comenzó a cambiar a toda velocidad.

—Ésa es información de salida de Sycorax —dijo Regulo—. No me preguntes dónde se guarda el banco de datos. Lo único que puedo decirte es que debe de estar en algún lugar de Atlantis, pues de lo contrario el tiempo de respuesta habría sido más largo. Los datos a los que tenemos acceso con mayor frecuencia se guardan aquí; el resto se diseminan por todo el Sistema. ¿Reconoces esa tabla?

Rob la miró unos segundos.

—Parece una lista de los asteroides más grandes. No sé qué significan los otros valores, ¿diámetros y elementos orbitales, quizás?

—Eso es lo primero. ¿Te ha dicho Cornelia cómo gané mis primeros millones? Comencé explotando asteroides, y Empresas Regulo sigue haciéndolo. No se puede hacer dinero en este oficio sin buena información, eso lo aprendí hace cincuenta años, del primer socio que tuve. Sycorax mantiene un registro de datos sobre cada cuerpo del Sistema Solar, de los que conocemos. Hay cosas en el Halo que aún no hemos podido identificar. Los ficheros de datos que poseemos tienen elementos orbitales, tamaño, composición y una posición que rectificamos cada vez que es necesario. Nos dicen el costo de explotación de cada asteroide, y el valor de los materiales enviados a cualquier punto del Sistema. Para mantenerse en el liderazgo en este negocio se necesitan dos cosas: mejor información que los demás y voluntad de conformarse con un pequeño porcentaje de ganancia. ¿Te parece que las cifras que me has dado son ajustadas?

Rob miraba admirado la compleja información que se desarrollaba en la pantalla.

—Son mis primeros cálculos. Sólo son aproximados. Debemos contar con un buen margen, digamos que necesitaremos tres mil millones de toneladas de silicona, y más o menos la misma cantidad de metales. Podemos arreglarnos con mucha variedad en la mezcla de los metales, siempre y cuando tengamos una buena cantidad de hierro y carbono.

—Es una buena aproximación —Regulo estaba ocupado en el terminal, entrando las especificaciones—. Ahora veamos qué nos dice Sycorax. Puede llevar uno o dos minutos. Los archivos aún están clasificados según el sistema antiguo: carbónicos, silíceos, ricos en metal y de composición mixta. Nosotros queremos una mezcla y una mezcla específica, de modo que hay que hacer una selección concreta. También he pedido el menor costo de transporte a L-4, así que no tendremos mucho donde elegir. Podríamos también hacer la explotación en el lugar y no en el Cinturón. —Se reclinó en el asiento—. Hablando de minería, sigo muy interesado en una versión de la Araña que pueda manejar materiales a altas temperaturas. ¿Has trabajado en eso?

—Sí, es fácil. Todavía no me ha dicho para qué la quiere.

Regulo lo miró con aire de astucia.

—Otra idea que he tenido. Sabes cómo explotamos los asteroides, ¿no? Seguimos haciéndoles agujeros, como ratas. No me gusta y quiero alternativas. ¿Cuánto cobrarías por el uso de otra Araña durante un par de años?

—Diez por ciento de los beneficios sobre el resultado final —dijo Rob sin vacilar. Rió—. Ya ve, estoy aprendiendo de usted. Pero no le alquilaría a la Araña si no tengo la seguridad de que la manejará alguien competente.

—¿Qué te parece Sala Keino?

—¿Trabaja para usted? —Rob pareció intrigado—. Regulo, él sabe más sobre grandes estructuras espaciales de lo que yo podría aprender en diez años. ¿Por qué no le construye él el Tallo? Quiero decir: yo quiero trabajar en este proyecto, pero él tiene experiencia.

—No en el uso de la Araña ni en construcción en la Tierra. Yo estoy seguro de que ésos son los dos elementos más importantes de la operación, la extrusión de los cables y el amarre. No te preocupes por Keino, hará otra cosa para mí. Quiero que se dedique a desarrollar un método mejor de minería para asteroides y estará ocupado con eso por un tiempo. Terminemos con esto.

En la pantalla aparecía por fin una breve lista de sólo cuatro objetos.

—Cualquiera de ésos debería servirte —continuó Regulo—. Al parecer no hay mucha elección. Son todos de un par de kilómetros de ancho, todos con una mezcla razonable de silicona, metales y carbono, y todos tienen volátiles suficientes para la transferencia. No veo problemas en colocarlos en la órbita de la Tierra. No te preocupes por cómo llegarán allí, tengo mucha experiencia en ese tema. —Estiró el brazo y apagó la pantalla—. ¿Algún otro problema sobre el que debamos hablar ahora? Si no los hay, sugiero que nos concentremos en los detalles. Revisemos tus notas y las mías, a ver si hay diferencias. Las habrá, pero me asombra que estemos tan de acuerdo hasta el momento.

Regulo se inclinó hacia adelante y tomó su pila de papeles. Permaneció en silencio unos segundos, mirándolos. Su siguiente pregunta sorprendió a Rob, que seguía pensando en el diseño del Tallo.

—No estarás planeando ningún compromiso permanente, ¿verdad, Merlin? En la Tierra, quiero decir.

—La verdad, no —dijo Rob, tras un primer momento de confusión—. Aunque no entiendo qué puede importarle eso.

El viejo lo miró intrigado.

—Tal vez no. Pensaba en que el Tallo nos exigirá a los dos un año de duro trabajo; tal vez más. Podría resultar problemático que estuvieras ligado a un hombre o a una mujer de allá.

Hurgaba entre los papeles frente a él. A los pocos momentos, se los alcanzó a Rob. No se dijo nada más sobre el tema, pero Rob sintió que la explicación de Regulo a su pregunta había sido poco convincente. Se esforzó por olvidarla y volver a concentrarse en el trabajo, cuando comenzaron la segunda etapa del diseño del Tallo.

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