CARTA ABIERTA AL BOLETÍN DE LA ASOCIACIÓN DE ESCRITORES DE CIENCIA FICCIÓN DE ESTADOS UNIDOS (SFWA)

A principios de 1979 publiqué una novela, Las fuentes del paraíso, en la cual un ingeniero llamado Morgan, constructor del puente más largo del mundo, prepara un proyecto mucho más ambicioso: una «torre orbital» que se extiende desde un punto en el ecuador hasta una órbita geoestacionaria. Su propósito: reemplazar el cohete, que produce ruido y contaminación y gasta energía, por un sistema de elevación mucho más eficaz. El material de la construcción es fibra de carbón cristalina, y un elemento clave del argumento es una máquina llamada «Araña».

Pocos meses más tarde apareció otra novela en la cual un ingeniero llamado Merlin, constructor del puente más largo del mundo, prepara un proyecto mucho más ambicioso: una «torre orbital» etcétera. El material de la construcción es fibra de silicona cristalina y un elemento clave del argumento es una máquina llamada «Araña»…

¿Un claro caso de plagio? No, simplemente una idea a la que le ha llegado la hora. Y me asombra que no haya sucedido antes.

La idea del «ascensor espacial» se publicó por primera vez en Occidente en 1966, por John Isaacs y su equipo de La Jolla. Se sorprendieron mucho al enterarse de que un ingeniero de Leningrado, Yuri Artsutanov, ya la había utilizado en 1960, con el nombre de «funicular cósmico». Desde entonces ha habido al menos otros tres «inventores» independientes del concepto.

Yo la mencioné por primera vez en un discurso ante el Instituto Norteamericano de Arquitectos en mayo de 1967 (ver «Tecnología y el futuro» en Informe sobre el Planeta Tres) y, más recientemente, (julio de 1975) en una exposición ante el Comité Espacial de la Cámara de Representantes (ver La vista desde Serendip). Sin embargo, aunque hacía casi dos décadas que venía pensando en Las fuentes del paraíso, hace muy pocos años que decidí usar la torre orbital como tema de la novela. Una de las razones de mi resistencia era, creo, el temor inconsciente de que, seguramente, algún escritor de ciencia ficción se prendaría de una idea tan espléndida. Hasta que decidí que debía usarla por fin, incluso aunque Larry Niven saliera primero…

Pues bien, Charles Sheffield (en la actualidad Presidente de la Asociación Astronáutica Americana y Vicepresidente de la Earth Satellite Corporation) publicó pocos meses después su novela La telaraña entre los mundos. A propósito, éste habría sido un buen título para la maravillosa fantasía de Brian Aldiss (Hothouse, El invernadero), también conocida como En el lento morir de la Tierra, donde hay telas de araña que conectan la Tierra y la Luna. Le estoy muy agradecido al doctor Sheffield por haberme enviado el manuscrito de su novela, y si quieren conocer otra coincidencia, yo comenzaba a leer su primera novela, Visión de Proteo, cuando llegó la segunda…

Quienquiera que lea nuestros dos libros verá de inmediato que los paralelismos resultaron dictados por la mecánica del tema, aunque en un aspecto fundamental llegamos a soluciones totalmente diferentes. El método del doctor Sheffield de anclar su «Tallo-de-habichuela» es espeluznante y no creo que funcionara. ¡Estoy seguro de que no sería permitido!

Escribo esta carta para aclarar la cuestión y para evitar que recaiga sobre el doctor Sheffield cualquier posibilidad de sospecha. Pero también me gustaría satisfacer mi propia curiosidad.

Aún me parece inconcebible que, en los dieciocho años transcurridos desde que la idea surgió, nadie la utilizara en la ficción —en especial ahora, que se la está considerando cada vez con más seriedad en la vida real— con un creciente número de artículos sobre el tema. (Espero hablar sobre ello en el Congreso de la Federación Astronáutica Internacional en Munich, el 20 de setiembre de 1979.) Lamentablemente, ya no tengo tiempo para leer las revistas de ciencia ficción, ni más que una décima parte de los buenos libros publicados. De modo que agradecería cualquier información sobre este punto antes de que me acusen de plagio.

En cuanto a los otros, sigan adelante. Charles Sheffield y yo apenas hemos arañado la superficie. El Ascensor Espacial (y varios de sus descendientes, algunos todavía más fantásticos) pueden ser el gran logro de la ingeniería del siglo XXI, haciendo que viajar alrededor del Sistema Solar no resulte más oneroso que cualquier otra forma de transporte.

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