14 EL MISTERIO DEL DUENDE

—Escúchame, Howard, no hay modo de que pueda bajar antes de que lancemos el cable dentro de cinco días y nuestra planificación es muy estricta. ¿No puedes decirme lo más importante y dejar el resto para después del amarre?

La imagen de Rob Merlin que aparecía en la pantalla era inquietante. Howard Anson ajustó y aumentó la imagen y miró más de cerca la imagen ampliada. No había duda, Rob mostraba todos los signos de una fuerte tensión. Tenía los ojos hundidos y profundas ojeras, y estaba más pálido y delgado que nunca. Anson se preguntó cuán cerca del límite había llegado Rob.

—Todavía te quedan cinco días, Rob —dijo—. No podrás bajar el Tallo si te matas trabajando antes de tiempo. ¿No puedes delegar parte del trabajo?

—En este momento no —Rob esbozó una triste sonrisa—. He pasado por lo mismo en los trabajos de construcción de puentes. Se puede delegar la parte mecánica pero no la responsabilidad. No te preocupes. Sobreviviré. Si pudiera apartar de mi mente a esos Duendes, el resto del trabajo sería mucho más fácil de soportar. He tenido ideas nuevas con respecto a ellos. Cuando haya lanzado el cable quiero tener otra conversación contigo para asegurarme de que no estoy inventando algo donde nada existe o construyendo una teoría que va en contra de los hechos conocidos. Ojalá hubiera avanzado más mientras estuve en Atlantis.

—No —Anson movió la cabeza con firmeza. Estaba sentado ante un gran escritorio en su oficina del Servicio de Informaciones con un montón de papeles frente a él—. He descubierto algo más sobre Morel. Ya has corrido demasiados riesgos. Ha podido matarte de diez maneras y creo que lo habría hecho ya si tuviera una razón lo bastante poderosa. Los informes muestran que siempre ha trabajado con lógica y que lo que él quería hacer siempre era más importante que cualquiera otra cosa. Has tenido suerte sobreviviendo a ese viaje a la esfera de agua; si regresas al menos debes prepararte como corresponde.

—Intento hacerlo. Si todo sale bien con el Tallo estaré en Atlantis dentro de un par de meses. Te he enviado una lista del equipo que necesito.

—Espera a oír lo que tengo que contarte, Rob. Tus planes podrían cambiar. Ésa es la razón por la que te he llamado. Hemos encontrado nuevos datos sobre los Duendes.

—¿Qué? —En su entusiasmo Rob se acercó más a la pantalla, de modo que la imagen de su rostro ansioso llenó toda la pared en la oficina de Anson. Tenía los ojos alerta, pero todo el resto de su aspecto indicaba que hacía semanas que no se ocupaba de sí mismo—. ¿De cuándo son? ¿De hace mucho? ¿De cuando mis padres murieron?

—Detente —Anson levantó una bien cuidada mano—. Me estás haciendo varias preguntas al mismo tiempo. Me has pedido un resumen y te lo daré. Entraré en detalles más tarde si los necesitas. Prepárate para grabar, voy a darte el material palabra por palabra.

—Espera un momento. —Rob conectó una unidad de almacenamiento de datos. La estación de control del Tallo-de-habichuela, una de las doce diseminadas entre L-4 y la órbita sincrónica, permitía comunicaciones directas con la oficina de Anson en la Tierra. Para dos hombres que habían estado hablando con varios segundos de espera, la fracción de segundo de ahora era un lujo agradable. Anson esperó la señal de control que indicaría que podía transmitir directamente a la unidad de grabación.

—No es información antigua —dijo—. Es más, casi no la registramos porque es demasiado reciente. Como sabes, hemos revisado informes que datan en su mayoría de más de veinte años. Pero la semana pasada un empleado mío encontró algo de hace sólo dos semanas. Lo obtuvo de un programa de «Aunque usted no lo crea» en una estación de noticias en Base Tycho, el último lugar en el Sistema en el que se me hubiera ocurrido buscar. Iba a dejarlo de lado hasta que llegué a la descripción física, entonces cambié de idea y lo estudié con atención. Escucha esto. Cito textualmente: «Bueno, parece que los Hombrecitos están otra vez entre nosotros, estimado público, si hemos de creer lo que afirma Lenny Pascal.»

Anson levantó la mano.

—Interrumpe la grabación un momento, Rob. Yo estoy acostumbrado a «Aunque usted no lo crea» pero, por si tú no lo estás, debo advertirte que el estilo es tan elegante que quizá te den ganas de vomitar. Pero de todas formas creo que debes grabarlo palabra por palabra. No hagas caso de la forma y concéntrate en el contenido.

Asintió y la señal de Grabado volvió a aparecer.

«El amigo Lenny había salido a reparar una de las grandes antenas, en la repetidora. Es ingeniero de sistemas y trabaja en ST & T, desde hace casi veinticinco años. Sentado allí en la base de la antena su traje de pronto le dice que hay un asteroide que viene volando, volando por los aires hacia él. Se mueve tan despacio y está tan cerca que la señal que recibe Lenny a través del radar es muy fuerte. Dice que estaba tan cerca que podría alcanzarlo con un escupitajo, pero los radares detectores no emiten ninguna señal, por eso sabe que no hay peligro de que se dé contra nada. Así que ni se preocupa, ni se interesa demasiado. Cuando uno ha visto un asteroide, los ha visto todos.

»Entonces nuestro amigo Lenny se queda allí sentado pensando en ese asteroide, y piensa que nunca se ven tan cerca. Después de un rato se dice que si está tan cerca, tendría que poder verlo con sus propios ojos, no sólo con el sensor. Entonces mira a su alrededor y, ¿a que no saben lo que pasa? Puede verlo. Sólo que no es un asteroide, por lo menos Lenny dice que no lo era. Es una cápsula espacial sellada, con un impulsor Mischener en un extremo. Me hace recordar una vez que yo vi una de esas cápsulas.»

Anson hizo una pausa.

—Voy a saltarme una parte, Rob. Hay tres minutos de programa enteros en los que Tinman Petey (ése es el nombre de la fístula medio idiota que dirige el programa) le cuenta al público toda la historia de cuando conoció a su tercera mujer. No sé qué le pareció a su público, pero para mí fue demasiado. Adelantaré hasta el momento en que sigue hablando de Lenny Pascal.

«Entonces Lenny ajusta los propulsores de su traje y sale a echar una mirada de cerca. La roca va a unos diez metros por segundo, así que no le llevará mucho tiempo ir, y volver después a seguir reparando las antenas. Llega frente a la cápsula y… ¿qué creen que vio? ¿A Lindy Lamarr, tal vez, desnuda, como una repetición de algo de Kerr y Newman? No, señor. Pero ojalá hubiera sido eso, ¿eh?

»Son dos Hombrecitos, flotando dentro de la cápsula, desnudos como criaturitas, salvo por una especie de collar. No se mueven y Lenny decide mirar más de cerca. No hay ninguna ley contra los Hombrecitos desnudos, piensa, siempre y cuando se ocupen de sus propios asuntos, pero él no puede evitar que le pique la curiosidad. Así que golpea en la parte exterior de la cápsula.

»Siguen inmóviles. Entonces Lenny toma esa actitud casi como una invitación para entrar, y entra por el conducto. Un conducto de tamaño normal, dice, nada diminuto. Entonces se da cuenta de por qué no lo habían invitado a pasar. Al parecer están muertos los dos. Dos Hombrecitos, con barbas y feos como pegarle a la madre, de medio metro de largo y muy, pero que muy feos.

»Nuestro amigo Lenny mira a su alrededor allí dentro, pero no ve nada que pudiera haberlos matado, ni tienen heridas ni quemaduras. Los mira más de cerca y se da cuenta de que tienen muchos huesos rotos, debajo de la piel, como si alguien los hubiera aplastado. Se impresiona, y busca el diario de a bordo, pero no le encuentra sentido. La cápsula había salido del Cinturón treinta días antes y está flotando más allá de la Luna y en dirección a Dios sabe dónde. Ya no tiene energía.

»Para entonces nuestro amigo Lenny comienza a notar que está alejándose mucho de su casa, y no le gusta dejar su trabajo con las antenas tanto rato, así que llama a la Base Medaris y les pide que vayan a donde está él y vean a los Hombrecitos.

»¿Podrán creer ustedes, queridos amigos, que en Medaris no le prestan la menor atención?

»Al parecer Lenny tuvo un problema con la Base una vez, hace tiempo, cuando vio un perro espacial en la antena después de haber pasado un rato en el Bar Gippo. Esta vez nadie quiso prestarle la menor atención. Vuelve al trabajo, y cuando llega a Tycho no tiene ya la menor idea de adónde habrá ido a parar la cápsula. Tal vez bajó a la Tierra, tal vez salió hacia el Sol.

»Así que ahí lo tienen, queridos amigos. ¿Qué opinan? ¿Tenemos a los Hombrecitos entre nosotros, ahora que la Tierra no es tan amistosa como solía ser? ¿O piensan que algún ingeniero no está en sus cabales? Algo sí es cierto. No sabremos la respuesta, a menos que alguno de ustedes salga tras la roca que vio Lenny y lo averigüe por sí mismo.»

Anson parpadeó dos veces y volvió a mirar la pantalla.

—Eso es todo, Rob, sin contar la despedida de Tinman Petey, que es siempre igual.

—¿Hablaste con Pascal?

—Claro. Y con Tinman Petey también. No saqué mucho más de lo que acabas de escuchar de ninguno de los dos. La descripción física que me dio Lenny Pascal es un poco más completa, pero no pudo decirme cómo apareció la cápsula ni hacia dónde se dirigía. —Anson tomó una hoja del montón que estaba frente a él—. Deberías fotografiar esto, pero puedo darte los puntos principales en dos frases. Masa del cuerpo de los Duendes, por lo que Pascal pudo calcular, alrededor de cinco kilos. Le pareció que la estructura ósea era normal, aunque era difícil de determinar por lo quebrados que estaban los huesos. El aire dentro de la cápsula era respirable, de modo que no murieron de asfixia como los otros Duendes que hallamos. Pascal dice que el color de la piel era raro, pero eran magulladuras, no cianosis.

—¿Demasiada aceleración? —interrumpió Rob—. Eso parece. ¿Estudió Pascal el diario de a bordo?

—Eso es lo extraño. Pensó lo mismo que tú, y supuso que habían estado expuestos a más de treinta ges. Miró el Diario y sólo había sido usado para pequeñas maniobras de control. Nada importante. De hecho Pascal dijo que no creía que los Mischeners pudieran dar mucho impulso, ni siquiera a toda potencia.

—Tiene razón —Rob se restregó la frente, pensativo—. Había olvidado que era un impulsor Mischener. Están controlados para media g o menos. No podrías modificarlo para que den más que un par de ges o todo explotaría por los aires.

—Yo no podría modificarlo para que diese nada, pero entiendo lo que quieres decir. Verifiqué esa información sobre los Mischeners. Hablaremos de eso luego. Tengo algo más para ti. Atlantis está saliendo del Cinturón en este momento, de modo que me he impuesto la tarea de ver toda la información proveniente de esa franja del Sistema, y hay más de lo que te imaginas. Mira esto.

Howard Anson sostuvo otra hoja ante la cámara.

—Ésta es de hace cuarenta y cinco días. Una estación de seguimiento en el borde interior del Cinturón informó sobre el lanzamiento no autorizado de una cápsula para transporte de vida desde un punto muy cercano a Atlantis. Nadie envió una petición de socorro, de modo que la cápsula no fue rastreada por Búsqueda y Rescate. Lo único que pasó fue que hubo una denuncia a Informes Centrales. ¿Ves cómo encaja esto con lo dicho por Pascal sobre el diario de a bordo de la cápsula? El ordenador de la cápsula mostraba lecturas de referencia que dicen que había salido del Cinturón treinta días antes de pasar por la antena. El tiempo encaja a la perfección. Si los Duendes salieron de Atlantis en esa cápsula treinta días antes de ser avistados por Pascal, lo hicieron en ese lanzamiento no autorizado. Todo coincide, aunque —se encogió de hombros, con una expresión de asombro en el rostro bronceado— no entiendo cómo un Impulsor Mischener pudo hacerlo.

—Es imposible —Rob negó con la cabeza—. No puede ser, Howard. Haré los cálculos en detalle, si quieres, pero ya sé la respuesta. No hay manera de que pueda llegar desde cerca del Cinturón, donde estaba Atlantis hace un mes y medio, y llegar a la Luna en un Impulsor Mischener en treinta días. La geometría de la órbita no lo permite. Además, los Mischeners no tienen capacidad para una trayectoria de impulso continuo, ni siquiera a una fracción de g. Fueron diseñados para órbitas Hohmann de transferencia baja y de vuelo libre, con un poco de impulso al principio y otro poco al final.

—¿Me estás diciendo entonces que los Duendes vinieron en otra nave?

—Para llegar aquí en treinta días, sí. Si quieres un tránsito rápido desde el Cinturón hasta la Tierra, hay dos maneras de hacerlo. Puedes ir en una nave de impulso continuo, como los mejores navíos médicos, e incluso así estarías limitado a media g o menos, a no ser que puedas demostrar a los controles de la Federación Unida del Espacio que tenías una verdadera emergencia entre manos. ¿Sabías que los ordenadores de vuelo de todas las naves y de todas las cápsulas están sellados y que mantienen un registro de cada vez que se desconectan y conectan de nuevo los impulsores? No conozco ningún sistema para burlarlas, Howard, y además habría que falsificar la masa de reacción usada. No me parece factible. La única otra manera de hacer un tránsito de verdad rápido sería utilizar una gran aceleración en lugar de un pequeño impulso continuo. Lo haces dos veces, una vez al principio del vuelo y otra vez al final. Te da mucha aceleración al principio. Volarías rápido y disminuirías la velocidad al acercarte a la Tierra. La gente habla de naves así desde hace años, pero nadie ha construido ninguna. Ni siquiera para las naves médicas.

—Está bien —Howard Anson levantó la mano en señal de protesta—. Te creo, ahórrate el discurso. Te hice una pregunta sencilla y me sales con una tesis doctoral. Entonces el Mischener no pudo ser, y los otros impulsores no pueden hacerlo en secreto. ¿No te parece demasiada coincidencia que los Duendes hayan llegado (y hayan desaparecido otra vez, maldita sea) en el mismo tiempo que se producía un lanzamiento de cápsula desde Atlantis? ¿No estás convencido de que los Duendes viven en Atlantis?

—Sabes que sí.

—Entonces, si no te gusta mi explicación, ¿cuál es la tuya?

—No tengo ninguna —la irritación de Rob fue evidente—. Estoy de acuerdo contigo, los Duendes salieron de Atlantis, pero no podemos usar métodos mágicos para hacerlos llegar aquí. Hay alguna explicación racional a lo que vio Lenny Pascal y a lo que tu Servicio de Informaciones pudo descubrir. Yo todavía no la veo, eso es todo.

Anson se inclinó hacia adelante.

—Sabes que no soy científico, pero tengo otra idea que tú no has mencionado. ¿Qué te parece un vuelo con utilización de un impulso gravitatorio? Según tengo entendido, se puede poner a una nave cerca de una gran masa y si las posiciones son las correctas, se puede tomar velocidad. Solían usar ese sistema para enviar naves más allá de Júpiter y Saturno. ¿No se podría acelerar un viaje a la Tierra de esa forma?

—Sí… pero no —Rob vio la expresión de Anson y levantó una mano—. No saltes, Howard. Te contesto en serio, y sé que quieres aclarar esto tanto como yo. En cierto sentido tienes razón. Los vuelos gravitatorios son un buen método para adquirir impulso libre, si pasas junto a una gran masa, y quiero decir una muy grande. No hay nada entre la Tierra y Atlantis del tamaño necesario.

—Nada que nosotros conozcamos —Anson hablaba con tono de entendido—. ¿Y la posibilidad de un agujero negro? Eso podría servir. Sería muy pequeño y no lo veríamos. Por cierto, McAndrew dice que el Halo…

Se interrumpió. Rob sacudía la cabeza otra vez.

—Perdóname por desilusionarte, Howard, pero de haber un agujero negro que valga la pena, uno con una masa considerable, en algún lugar del Sistema, lo habríamos descubierto hace mucho tiempo. Sus efectos de gravedad habrían afectado a otros cuerpos. Lo mismo ocurriría con un planeta desconocido. No puede haber una masa desconocida en el Sistema Interior. Al menos no lo suficientemente grande como para tener un campo de gravedad digno de mención. —Suspiró—. No encontraremos una explicación tan fácil. De todos modos, tu idea no encajaría con lo que dijo Pascal sobre cómo murieron los Duendes.

Rob volvió a notar cómo los ojos de Anson perdían expresión cuando recibía alguna información nueva de naturaleza objetiva. Era como si se convirtiera en un objeto sin sentimientos ni personalidad, un pizarrón en blanco sobre el cual se almacenarían para siempre los datos. Apenas terminaba el almacenamiento, volvía el otro Howard Anson, el caballero agradable y comprensivo con su fuerte personalidad, que tenía el mando, frunciendo el ceño ante el último comentario de Rob.

—¿Qué quieres decir con eso de que no encajaría con lo que dijo Pascal? Habría grandes fuerzas si se volara junto a un agujero negro, y la aceleración sería increíble.

—Debería serlo —asintió Rob—. Pero no sentirías nada. Las aceleraciones gravitatoria y dinámica estarían en perfecto equilibrio. Sentirías fuerzas de marea si estuvieras muy cerca, pero desaparecerían con la distancia. Para que te molestara tendrías que estar realmente cerca. En la mayoría de los vuelos con utilización de impulso gravitatorio, te sentirías como en caída libre. Realmente no sirve, Howard, mejor olvídate de esa idea. No explica lo que te contó Pascal.

—Muy bien —dijo Anson, encogiéndose de hombros—. Era mi última flecha. Tú eres el experto, tú me lo dirás. ¿Qué ha pasado con los Duendes y de dónde venían? Has descartado las únicas razones que se me ocurren.

—Es peor de lo que supones —dijo Rob, sonriendo con pena—. He descartado las únicas razones que se me ocurren a mí también. Déjame pensarlo un poco más. Por el momento tengo la cabeza tan llena del Tallo que no hay lugar para nada más.

—¿Sigue en pie el ofrecimiento de conseguirnos asientos para el aterrizaje?

—En primera fila. No puedo haceros entrar en el Centro de Control propiamente dicho, ya está demasiado lleno. Pero puedo colocaros en la sala exterior, desde donde veréis las mismas imágenes que yo.

—Estoy impaciente. —La voz de Anson había perdido parte de la frustración de momentos antes—. ¿Qué veremos? ¿Algo espectacular?

—Ésa es la gran pregunta. Sé lo que espero que veáis. Si algo sale mal, quién puede decirlo; pero sí será espectacular —Rob sonrió—. Cuanto mejor salga, menos fuegos de artificio para ver. Me ocuparé de que haya pases para ti y para Senta para el Centro de Control de Santiago.

—Ésa es una de las cosas que no comprendo. ¿Por qué en Santiago? ¿Por qué no en el punto de amarre, en Quito?

—No puedes permitirte poner el control donde puede ser arrasado si algo sale mal —la voz de Rob sonó sombría—. Si el Tallo se rompe, o si no podemos colocar el lastre de la manera correcta en el extremo superior, no habría ningún lugar seguro en todo el ecuador. En el peor de los casos, deberemos sacrificar el Control de Amarre para evitar males mayores. Tendremos cable más que suficiente para envolver la Tierra dos veces.

Anson guardó silencio un momento. Luego una mirada sorprendida apareció en su rostro, cuando se dio cuenta de que Rob no bromeaba.

—Es cierto. Estoy empezando a darme cuenta de lo que significan cien mil kilómetros de cable. ¡Dios mío!, has construido un verdadero monstruo para Regulo. Es más grande que Ourobouros, dos veces alrededor de la Tierra, no una.

—Y Regulo insiste en que éste es sólo el principio. En cuanto dispongamos de una transferencia de masa fácil desde la Tierra, podremos ir a trabajar al Sistema. Pondremos algo de agua de la Tierra en Marte, o traeremos asteroides a la superficie, poco a poco.

—Necesitaréis también un Tallo en Marte.

—Eso es fácil. Podríamos haber puesto uno en Marte hace tiempo de haberlo querido. No se necesita tanta resistencia para un Tallo-de-habichuela en Marte, se puede construir con hebras comunes de grafito si se quiere. De todas maneras, Howard, no decía en serio lo de llevar agua de la Tierra a Marte. No sería económico. Seguía el juego de Regulo, especular en todas direcciones. —Rob se reclinó en la silla y se restregó los ojos enrojecidos—. Verdaderamente creo que lo hago mejor cuando estoy cansado.

—Claro que sí —Anson vio que Rob miraba el reloj, y se dio cuenta de que el plan de horarios del Tallo sería la preocupación constante de Merlin hasta el descenso y el amarre—. Sólo cuando estás cansado dejas libre a tu mente. Cuando hayas terminado este trabajo, será mejor que te tomes unas largas vacaciones, Rob. Necesitas una recarga de energía.

—Bien, hablaremos del tema después del amarre. ¿Querrías averiguarme un par de cosas más, Howard? No tengo tiempo de ocuparme yo.

Rob se estaba poniendo más y más inquieto. El tiempo lo presionaba. Anson asintió.

—Dime lo que necesitas.

—No estoy seguro de los detalles. Quiero saber más sobre el Cancer pertinax, éste es el primer punto. Necesito saber también cuánta gente sufre de él, cuáles son los tratamientos, y si se está cerca de descubrir un remedio. Tiende a ser hereditario, pero me gustaría que averiguaras además si hay posibilidades de infección.

—Eso es fácil. La información estará en los bancos públicos de datos o en los programas de investigación. A menos que Morel tenga tratamientos sobre los que aún no haya informado; siempre prefirió esperar a perfeccionar sus técnicas antes de hablar de ellas. Veré qué puedo hallar. ¿Algo más?

Rob vaciló.

—No creo que esto esté en ningún banco de datos. Quiero saber algo sobre Corrie. Senta dice que es hija de Regulo. Corrie asegura que no lo cree. ¿Hay alguna manera de averiguar la verdad, por pruebas de cromosomas o comparación genética?

—Ah —Howard Anson se restregó el pecho pensativo mientras pasaba una linterna mental por su banco de datos interior—. Creo que ésta es difícil —dijo al fin—. Ya puedo confirmarte que no habrá nada en los archivos públicos. Hace un par de años hablé del tema con Senta. No me llevó a ningún lado. Yo reaccioné como tú cuando ella me dijo que Corrie era hija de Regulo; nada lo corrobora, ni el certificado de nacimiento ni ninguna otra prueba. Le pedí más detalles pero tiene grandes lagunas en la memoria. Probablemente sea parte de los mismos recuerdos que hemos intentado atrapar por medio de los trances de taliza. —Se encogió de hombros—. Investigaré una vez más, pero no esperes gran cosa. ¿Se te ocurre alguna razón para dudar de que Senta esté diciendo la verdad?

—No —Rob estiraba el brazo para cortar la comunicación—, ninguna. Pero haz la pregunta al revés. ¿Se te ocurre alguna razón para creer que Corrie miente? No pueden tener razón las dos.

Загрузка...