11 ¿QUÉ MÁS VEIS EN EL OSCURO ABISMO DEL TIEMPO?

—¿Qué has estado haciendo? —Howard Anson miraba preocupado la imagen en la pantalla holográfica, donde aparecía la cara ojerosa y cansada de Rob—. Tienes muy mal aspecto.

—Trabajando —dijo Rob—, trabajando y preocupándome en demasía. —Reparó en los detalles del extraño traje de Anson y su rostro se aflojó en una sonrisa.

Anson asintió.

—Ahora me gusta más, Rob. Ya te pareces en algo al hombre que conocí en Camino Abajo. No es necesario que te lo diga, pero tienes muy mal aspecto, en serio. Creo que deberías hallar la manera de descansar un poco. Pareces diez años mayor que cuando te conocí.

—Y así me siento —Rob movió los hombros, tratando de aflojar las tensiones—. He envejecido más de diez años por dentro. No puedo dejar de pensar en el Tallo, y cuando lo consigo, me pongo a pensar en mis padres. Hace un año me sentía todo un ingeniero. Ahora me siento un mamarracho. —Volvió a mirar el traje de Anson—. Aunque menos que tú, claro.

Howard Anson se miró sin disimular la irritación.

—No fue idea mía. Un par de clientes dicen que esto es el último grito de la moda. Si quiero conservar mis clientes, debo seguirles la corriente. —Agarró la solapa de su túnica floreada con asco—. ¿Sabes lo que es esto, no? Se supone que todos debemos vestirnos como «jóvenes cosmopolitas» de hace ciento cuarenta años.

Tomó un pequeño cilindro negro de la mesa que estaba frente a él y lo miró con gesto adusto.

—Creo saber qué te ha pasado —prosiguió—. No sé si te consolará, pero hasta hace un año eras un huérfano de verdad. Tal vez nunca lo hayas considerado una ventaja, pero hay algo de positivo en la ausencia de lazos. No tienes ningún ejemplo que emular cuando empiezas a hacer cosas por ti mismo ni responsabilidades familiares. Pero has empezado a pensar en tus padres como seres reales, no como nombres abstractos, sino como individuos con vida y muerte. Eso te está haciendo daño, Rob. Me siento culpable en parte y lo lamento.

Olisqueó el cilindro que tenía en la mano, mientras Rob lo miraba con curiosidad.

—Puede que tengas razón, Howard. Todo esto me ha puesto sobre la pista y ya no puedo ignorarlo. Pero, ¿qué tienes en la mano?

—¿Esto? —Anson levantó el cilindro—. Una boquilla. Otra de las cosas que debía tener un joven cosmopolita, allá por 1925. Un fuego en un extremo y un tonto en el otro. Ha sido idea de Senta, hoy pensábamos ir a una fiesta llamada Albores de la Humanidad vestidos con esta ropa. Pero no sé si podremos, ojalá no. —Dejó la boquilla—. Vayamos al grano. ¿Cómo va el Tallo?

—Ya hemos fabricado más de setenta mil kilómetros de cable. Cuatro meses más y lo tendremos listo para el aterrizaje. ¿Te gustaría venir al Centro de Control para verlo?

—¿En el espacio?

—No —Rob sonrió ante la mezcla de desdén y miedo en el rostro de Anson—. El Centro de Control estará en la Tierra, cerca de Santiago. Pero te convendría salir al espacio. Eres un reptante gusano de Tierra, ¿lo sabías? «¿Qué pueden saber de Terra, aquellos que sólo a Terra conocen?»

—Es cierto —Anson levantó las cejas—. Hace un año tú sentías lo mismo que yo por el espacio. Cuando nos conocimos no habrías utilizado esa cita, que por cierto, está mal. Te están educando. Continúa, tal vez llegues a humanizarte. Yo seguiré fiel a mi opinión sobre los viajes espaciales. El que quiera sentarse sobre un montón de explosivos y que se los enciendan que se quede con mi porción de espacio. Yo me quedaré en terra firma, y cuanto más firme, menos miedo. Pero acepto tu otro ofrecimiento, iré al Centro de Control. ¿Podrás hacer entrar a Senta también?

—Claro. ¿Dónde está?

—Ha ido a charlar con los Perion. No sé si los recuerdas. Los que estaban con nosotros cuando nos conocimos. Fue una de las pocas parejas que pudieron salvarse y Senta pensó que seguramente tendrían ganas de contárselo a alguien.

—¿De qué se salvaron?

Rob esperó con impaciencia durante los tres segundos que tardaba en hacer su recorrido la señal de radio entre el centro de comunicaciones de L-4 y la superficie de la Tierra. Ese retraso obligaba a que la conversación se conformara de parlamentos más bien largos, pues un texto de una sola palabra hacía la espera más irritante.

—¿No te molestas en escuchar las noticias, mientras estás ahí? —fue por fin la respuesta de Anson—. Pensaba que te habrías enterado, no se ha hablado de otra cosa en todas las emisoras de noticias. Fue hace dos días. Camino Abajo ha desaparecido. Se cegó del todo en el peor momento, por la noche, cuando estaba lleno. Los Perion habían estado por la tarde, pero Lucetta tenía migraña, como siempre antes de las tormentas. Subieron a la superficie y despegaron a eso de las seis. Dos horas más tarde hubo un pequeño terremoto en México. Los sismógrafos apenas se movieron. Pero después del terremoto, Camino Abajo había desaparecido.

—Dios. ¿Cuántas víctimas hubo?

—Dos mil doscientas. A veinte kilómetros de profundidad, sin la más mínima posibilidad de llegar a ellos.

Se hizo un largo silencio. Rob había tenido siempre la bendición (o la maldición) de contar con mucha imaginación visual. Se representó todo el cuadro: las paredes de basalto de Camino Abajo cerrándose inexorablemente sobre la caverna central, la oscuridad súbita al cortarse el suministro de energía eléctrica desde la superficie. Luego el pánico, la gente moviéndose sin saber adónde ir y por fin la rápida muerte en esa profunda tumba común, a muchos kilómetros de la superficie.

—¿Nadie pudo escapar? —preguntó por fin.

—Sólo la otra pareja que estaba con los Perion, porque los Perion les convencieron de que les acompañaran —Howard Anson rió y volvió a mirarse la bata floreada que llevaba puesta—. Sin duda debería bendecir esta ropa, en lugar de maldecirla. Senta se había quedado aquí para probarse el vestido, de no haberlo hecho habríamos estado allá. ¿Sabes? Siempre que iba creía que podía ocurrir un accidente. Quizá le pasara a todo el mundo, y quizá fuera parte del atractivo del lugar.

Rob negó con la cabeza, con una mirada sombría en los ojos oscuros.

—Para mí no. Nunca estuve a gusto, y no veía la hora de salir. Ya hay suficiente peligro en la construcción de puentes, jamás necesité buscarme nada extra. Debe de ser espantoso estar tan aburrido de la vida que necesites buscarte peligros artificiales. Pero tienes razón, para algunos ése era parte del atractivo de Camino Abajo. —Miró pensativo la bata de brocado que mostraba sus múltiples colores en la pantalla.

—Para mí no —se apresuró a decir Anson—. No pienses eso, Rob. Yo hago esto por negocios, no porque me divierta. —Volvió a mirarse la colorida bata y suspiró—. No sabes la suerte que tienes. Tu trabajo no te exige ninguna pose, pero el mío sí.

—Tonterías —la palabra tardó mucho en llegar—. ¿Cuánto dinero tienes, Howard? Ni te molestes en contestar. No tendrías que trabajar si no quisieras, lo sé, tu Servicio de Informaciones te estará bombeando dinero sin parar. Disfrutas consiguiendo la información que otros no han podido obtener. Lo que te ocurre es que tienes un interés antinatural por los asuntos de los demás.

Anson escuchaba a Rob sin ninguna expresión marcada en su cara de delicados rasgos.

—Ajá —dijo al fin—. No nos andamos con rodeos esta noche. Después de esas palabras no sé si debo decirte lo que he estado haciendo en tu ausencia.

—No es necesario que digas nada. Estuviste investigando. Y por tu expresión deduzco que has averiguado algo.

—Puede ser. —Anson se restregó el mentón—. Rob, eliminas el placer a las cosas. Merezco ser admirado por esto. Ha sido muy difícil; dudo que nadie en todo el Sistema lo hubiera hecho ni la mitad de bien que yo. Sí, he estado investigando. El rastro que seguimos es viejo, y para colmo de males alguien ha intentado ocultarlo. Estoy acercándome a algo, pero no con la rapidez que quisiera, ni con los detalles que necesitamos.

A Rob le había desaparecido el cansancio por completo. Se había inclinado hacia adelante, con intensidad en la mirada.

—¿Has averiguado algo sobre los Duendes? Nunca hubiera esperado tanto.

—Un momento, para. —Anson levantó la mano—. No te entusiasmes demasiado. En primer lugar, no he encontrado nada nuevo sobre los Duendes en los que trabajaban tus padres en los Laboratorios Antigeria de Christchurch. Lo he intentado, pero desaparecieron sin dejar rastro. Uno desapareció en el incendio y sospecho que el otro cayó al Océano Antártico cuando el accidente del avión. Olvídate de ésos y veamos qué más hay. He hecho investigar cada informe que tuviera que ver, siquiera remotamente, con los Duendes. —Sacudió la cabeza—. Ni te imaginas lo difícil que fue. Absolutamente todos los informes sobre monstruos que había en los archivos. Una vez revisados todos, nos quedaron dos casos que me parecieron prometedores. Los investigué más que a cualquier otra cosa en toda mi vida. Sin embargo, no hay pruebas directas, apenas informes de segunda mano de personas que estuvieron accidentalmente involucradas y que no fueron creídas cuando hablaron del tema por primera vez. Todos los personajes principales han muerto, o desaparecido, o por alguna razón se niegan a hablar. A estas alturas de la investigación este hecho también me pareció sospechoso. ¿Quieres que te dé ahora todos los detalles de cada incidente?

Rob negó con la cabeza. Howard Anson parecía a punto de comenzar a vomitar hechos durante algunas horas hurgando en esa prodigiosa memoria suya.

—Sólo lo esencial, si puedes. Saldré para Atlantis dentro de unas horas, y lo único que necesito es lo imprescindible para saber qué debo buscar allí. ¿Cuál es la base?

—No hay ninguna base. Estamos manejando una masa informe de conjeturas, pero intentaré estructurarlas con lógica. En primer lugar, no hay ningún informe sobre Duendes vivos. Nada. En los casos que he encontrado, como en los casos en los que tuvieron que ver tus padres, los Duendes habían muerto antes de ser vistos por nadie. Hay algunas descripciones que dan una idea de lo que son, pero no muy coherente. Al parecer hay dos tipos diferentes de Duendes. He intentado que me hicieran dibujos, pero en vano. Todo ha sido muy arduo. Uno de mis supuestos testigos está senil, otro estaba en las últimas etapas de un colapso de taliza, y otro era tonto. Esto es lo que tengo una vez lo he juntado todo; he escrito un resumen por si quieres grabarlo ahí.

Anson sostuvo una hoja hacia la pantalla y esperó unos segundos mientras Rob activaba el mecanismo de grabación.

—Hay tres cosas interesantes —prosiguió Anson cuando el resumen ya había sido grabado en el comunicador en L-4—. Primero, fíjate en el tamaño. En altura son la cuarta parte de un ser humano, pero más anchos, en proporción. Pesarán unos cinco o seis kilos, según mis cálculos. Eso explica que pudieran llegar a tus padres en una caja de medicinas. Son pequeños como bebés. Pero no son niños, según este informe. Las hembras tienen senos, y uno de los machos tenía barba. Al parecer todos están de acuerdo en ese punto, todos los testigos lo vieron. De pasada eso muestra qué es lo que la gente mira primero. Aunque no estoy seguro de que se pueda llamar «testigos» a mis fuentes, lo que nos contaron fue bastante vago.

—Espera un momento —Rob garabateaba una nota en una hoja—. ¿Tienes alguna información sobre qué llevaban puesto? Podría tratarse de enanos humanos o de una forma completamente diferente.

—Pensé en eso. Los Duendes estaban desnudos, aunque el hombre senil con el que hablamos murmuraba algo de una pulsera o un collar que todos tenían. Ésa fue mi segunda suposición. No podían ser enanos humanos, a juzgar por su aspecto. Un par de ellos podían pasar por enanos, eran normales de apariencia, pero me describieron a los otros como desagradables y deformes. Cuidado, el adicto a la taliza con el que hablamos veía árboles llenos de serpientes la última vez que lo entrevisté, de modo que puedes tomar su evidencia como gustes. Pero no hay duda de que eran adultos, por los senos en las hembras y porque todos tenían vello púbico, según todos los testigos. Estoy seguro de que hay dos tipos diferentes de Duendes.

Hizo una pausa. Rob miró la pantalla, a la expectativa.

—¿Eso es todo? —dijo, transcurridos algunos segundos.

—¡Todo! —Anson miró la pantalla con los ojos muy abiertos—. ¿Tienes idea de cuánto trabajo nos dio averiguar lo que acabo de contarte? Revisamos más de cuatrocientos mil informes, desde las secciones de sucesos de la prensa hasta los archivos de los hospitales psiquiátricos. A lo mejor no te parece mucho, pero tendrías que ver con qué empezamos.

—No te quito méritos, Howard, pero me has señalado al principio que había tres cosas importantes. De momento, sólo has mencionado dos.

—Iba a pasar a la tercera, si me hubieras dejado hablar. Lo otro no se refiere a los Duendes en sí mismos, sino a mi opinión sobre la calidad de la información. Es terrible. Ya te he explicado cómo eran mis fuentes de información. No te he hablado de la antigüedad de los informes. Uno de ellos es de hace diecisiete años, el otro de hace cinco. La única razón por la que me siento dispuesto a darles credibilidad es que son coherentes entre sí. No hay manera de que los dos grupos involucrados hayan sabido el uno de la existencia del otro. Ambos grupos de Duendes aparecieron en la Tierra, pero en continentes diferentes. Uno apareció en una caja de medicamentos, el otro en un depósito de libros.

—¿Alguno de los dos lugares estaba cerca de un puerto espacial?

—Ya he pensado en eso —dijo Anson—. Si están relacionados con Morel, y si Morel ha estado en Atlantis durante todos estos años, entonces los Duendes debieron venir desde fuera de la Tierra. Pero no nos sirve. Los lugares quedaban bastante cerca de puertos espaciales, pero no hemos podido establecer ninguna relación. No hemos encontrado nada sobre ellos anterior al lugar y el momento en que fueron hallados, en ninguno de los dos casos.

Rob estaba sentado con los hombros encogidos, estudiando la hoja que le había transmitido Howard Anson.

—Esperaba que hubieras averiguado algo sobre la causa de la muerte. Algo tuvo que matarlos.

—Nada nuevo. Oíste lo que dijo Senta sobre falta de aire en la cápsula de medicamentos. Pudo haber sido falta de oxígeno en los dos casos. Supongo que no había señales evidentes de violencia, de lo contrario habría aparecido en alguno de los informes.

—Sigo sin poder dejar de lado mi pregunta básica, Howard. ¿Estamos hablando de algo que es humano? Tengo una idea muy extraña que me ronda la cabeza.

—Desde luego parecían más humanos que otra cosa, según los informes. ¿Adónde quieres llegar? ¿Piensas que pueden ser alguna especie animal?

—Tampoco eso. No sé de dónde vienes, Howard, pero donde yo me crié no había personas barbudas de cuarenta centímetros de altura. No había vuelto a oír cosas así desde que mi tía dejó de contarme cuentos de hadas. Pero no paro de pensar en algunas de las cosas que me contaste de Morel, de cuando estudiaba. Incluso antes de tener a Caliban ya trabajaba con grandes cefalópodos, ¿no?

—Estudió su estructura cerebral, es verdad. Le interesaba el hecho de que tienen quiasma óptico, como los vertebrados superiores. No hay otro molusco que lo tenga. Se supone que es una de las pruebas de su inteligencia. Significa que cada ojo está conectado a ambos hemisferios del cerebro, de modo que éste debe tener una estructura más compleja.

—No recuerdo que me hayas dicho eso. Lo que recuerdo es el trabajo experimental de Morel. ¿No me dijiste que intentaba aumentar su inteligencia realizando cruces genéticos?

—Así es —Anson se reclinó en la silla, jugando distraído con un hilo suelto en la solapa de la bata—. Ya sé adónde quieres llegar, Rob, y no me gusta nada. Morel hacía experimentos cruzando ADN de vertebrados y de invertebrados, hasta que tuvo que interrumpirlos porque la universidad decidió que resultaban demasiado costosos. ¿Crees que comenzó de nuevo y realizó más cruces? Eso supondría que los Duendes son producto de un cruce de especies —sacudió la cabeza—. Estoy convencido de que lo que sugieres es genéticamente imposible.

Rob suspiró. Estaba perplejo; se restregó los ojos.

—Entonces me doy por vencido. Temía que me dijeras eso. A mí tampoco me parece posible. Pero debo hallar la manera de averiguar qué son los Duendes. ¿Has encontrado algo sobre sus otros nombres, los que mencionó Senta?

—Nada. Ni mención de «Expes» o «Minis», nada sobre esos nombres. Seguiré buscando, Rob, pero estoy en un callejón sin salida. Necesito más puntos de partida o alguna clave. ¿Te parece que puede haber algo en Atlantis?

—Estoy seguro —Rob permaneció en silencio un momento, recordando la estructura interna del asteroide—. Hay un sector de los laboratorios que está siempre cerrado con llave, en medio de la esfera central, en la zona de las habitaciones. Te comenté lo molesto que se puso Morel cuando me acerqué a ese sector. Veré si esta vez tengo una oportunidad mejor para investigar ahí dentro, y te enviaré lo que averigüe apenas regrese. No me arriesgaré a enviar ningún mensaje desde Atlantis, ni siquiera en código.

—¿Cuándo podrás volver a llamarme?

—Todo depende de lo que me haya preparado Regulo; quizá sea un par de semanas. Mientras no te llame, ¿podrías concentrarte en otras dos cositas? Averigua algo sobre Sala Keino. Sé que es el experto de Regulo en estructuras espaciales, pero querría saber algo sobre su personalidad.

—Lo intentaré. ¿Te interesa algo en especial?

—Sí. Quiero saber hasta qué punto le interesa el dinero.

—¡Pues no pides nada! —Anson se restregó el mentón otra vez—. No sé si podría responder a esa pregunta con respecto a mí mismo, mucho menos con respecto a Keino. ¿Quieres sobornarlo?

—No. Quiero saber hasta qué punto Regulo controla sus acciones. No conozco a Keino. —Rob se acercó a la pantalla—. Howard, se me termina el tiempo. Otra cosa. ¿Has podido averiguar cómo Senta se convirtió en adicta a la taliza?

—Todavía no. Ella no tiene ni la menor idea. Estoy empezando a pensar que es adicta desde hace mucho, mucho más de los doce años que ella recuerda. Sospecho que alguien ha interferido su memoria, bloqueando ese dato así como le bloquearon los recuerdos de los Duendes.

—¿Morel? —Rob vio la mirada de Anson—. Sé que no tenemos pruebas. Pero Senta le tiene terror y a mí tampoco me gusta ese tipo.

—Ése parece uno de mis argumentos. Vamos, Rob, nunca serás uno de los diez más importantes en el plantel de ingenieros de Darius Regulo si no te basas en lógica pura. —Anson levantó la mano despidiéndose—. Seguiré investigando. Saludos a la hermosa Cornelia. ¿Has notado que, al parecer, la única persona que la llama Cornelia y no Corrie es su madre?

—No es así —dijo Rob mientras estiraba la mano para cortar la comunicación—. Así la llama Regulo: Cornelia, nunca Corrie.

Y yo me tendría que haber dado cuenta de eso hace mucho tiempo, pensó, mirando todavía la pantalla en blanco. Había pospuesto las cosas durante demasiado tiempo. A pesar del desagrado que le producía la idea, debería tocar el tema con Corrie. Pero esperaría el momento apropiado. Una conversación privada sería difícil en el yate atiborrado de gente que los llevaría a los dos a Atlantis.

No se le ocurrió que eso le daba una excusa más que conveniente para retrasar la molesta confrontación.

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