Atlantis seguía en su lento movimiento hacia afuera, apartándose de la Tierra y alejándose del Sol. Con una aceleración de sólo una milésima de g le llevaría mucho tiempo salir en espiral al Cinturón de Asteroides, la región donde Regulo planeaba su próximo proyecto.
—Claro que lo que haremos ahora es apenas un ensayo para cuando lo hagamos en serio —dijo a Rob cuando estuvieron sentados una vez más en el gran estudio en penumbra—. He elegido uno pequeño, de no más de unos cientos de metros de ancho. Te parecerá que no vale la pena, pero quiero saber si todo funciona como espero.
—Estoy de acuerdo con usted, siempre hay que hacer una prueba. —Rob miró las facciones tensas del otro hombre. Parecía haber una urgencia y una dureza en la cara del otro que Rob no había visto antes—. ¿Ya ha escogido algún asteroide «en serio»?
—Me gusta Lutecia. No está lejos, mucho más próximo al Sol que cualquiera de los grandes. Según Sycorax, Lutecia está lleno de metales y es lo suficientemente grande como para resultar interesante.
—¿Qué diámetro tiene?
—Unos ciento quince kilómetros, más o menos.
Rob se reclinó en la silla.
—¿Y cree que podrá explotar eso?
Regulo sonrió ante la expresión de Rob.
—Claro. —Se inclinó despacio sobre el escritorio y apoyó la palma de una mano sobre él. Al apartarla quedó resplandeciendo el texto PENSAR A LO GRANDE—. ¿Ves eso? Estás llegando, pero aún te falta un poco. Todavía te dejas ofuscar por tus pensamientos. Te anuncié que usaría un nuevo método para explotar asteroides, y lo dije en serio. Pongamos las pantallas en funcionamiento y te mostraré lo que vamos a hacer.
Se enderezó, lenta y dolorosamente a pesar de la poca gravedad. Rob lo veía encogerse al mover cada articulación.
—¿Le puedo ayudar en algo? —preguntó.
—En nada —gruñó Regulo—. No me siento bien hoy, eso es todo. Culpa mía. Debía someterme a tratamiento hace tres días, y lo aplacé porque tuvimos problemas otra vez con esos asquerosos permisos de embarque. Si yo manejara mi empresa como la Tierra maneja sus leyes de comercio, iría a la bancarrota en un mes.
—Lamenté mucho enterarme de su enfermedad —arriesgó Rob—. Si quiere dejar la demostración para cuando se sienta mejor, no hay problema. El Tallo va bien, no tengo por qué regresar enseguida.
—De ninguna manera —Regulo frunció el ceño y haciendo un esfuerzo, se apoyó con los brazos tiesos sobre el escritorio—. Ni lo sugieras. ¿Qué crees que es lo que me mantiene en pie? El trabajo y las ideas nuevas. Si uno deja de mirar hacia adelante, está acabado. Y por cierto, ¿quién se ha ido de la lengua hablándote de enfermedades? No me gusta que se sepa. Ya es bastante malo tener la enfermedad, la compasión lo empeora todo. ¿Quién te lo ha contado?
Rob vaciló, sin saber si la honestidad sería la mejor manera de responder a la brusca pregunta.
—Senta Plessey —dijo por fin.
Regulo permaneció inmóvil un largo rato, sin expresión alguna.
—Senta, ¿eh? —Unos segundos después rió, un sonido áspero y sin humor surgido de lo profundo de la garganta—. Pobrecita Senta. Bueno, ella se enteró de mi enfermedad antes que nadie. ¿Cómo está?
—Está bien —Rob volvió a vacilar, pues ignoraba cuánto sabía ya Regulo—. Aunque no tanto como podría estar. Tiene un problema de drogas. Es adicta a la taliza, dependiente del todo.
—No hay otro tipo de adicción a la taliza —Regulo sacudió la cabeza—. Qué lástima. Pero debí de haberlo adivinado. Siempre probaba cualquier novedad, siempre estaba dispuesta a las experiencias nuevas. Yo se lo advertía, pero en vano. —Suspiró, mirando más allá de Rob, con la mirada perdida—. Qué mala noticia. Dios mío, era una belleza hace treinta años. Nunca vi una mujer tan hermosa. —Volvió a mirar a Rob—. Te dijo que vivimos juntos, ¿verdad?
—No habló mucho del tema —dijo Rob, encogiéndose de hombros—. Sólo que había sido hace mucho tiempo.
—Vaya si hace tiempo. Antes de que esto —Regulo se pasó la mano por la mandíbula— antes de que esto me afectara así. En cuanto tuvimos la certeza de que era algo malo que iba a peor, Senta hizo las maletas. No intenté disuadirla. Se acercaban momentos difíciles, y hay dos cosas que Senta no puede soportar: la pobreza y la fealdad. Resultó más fuerte el temor a la segunda. Me contaste que te habían hecho muchas operaciones, ¿verdad? Pues yo supero tus sesenta y dos.
Permaneció en silencio un momento, reflexionando. Su rostro no dejaba ver miedo ni resentimientos, sólo concentración en sus propios pensamientos.
—Siempre ha temido perder su belleza —dijo por fin—. Ése era el mayor de sus miedos. ¿Cómo está ahora? ¡Ha pasado tanto tiempo!
—Sigue siendo hermosa —Rob intentaba asimilar esta nueva imagen de Senta Plessey. Una de Howard Anson, otra diferente de Corrie, y ahora ésta—. Escuche, Regulo, no es asunto mío, pero, ¿dice que Senta le dejó? ¿Y usted sigue manteniéndola?
La pregunta le valió una mirada afilada de esos brillantes ojos de color azul grisáceo.
—¿Y de dónde mierda sacaste eso? —preguntó Regulo con voz suave.
—Ah, me lo contó alguien en la Tierra —Rob se sintió incómodo, sabiendo que se había extralimitado—. No era mi intención inmiscuirme. Lo oí.
—Es cierto. —La voz de Regulo sonó más áspera que de costumbre—. Yo sé cuáles son las preocupaciones de Senta. Pasamos muy buenos años juntos, y no puedo permitir que lo pase mal. Los dos sabemos que tengo mucho dinero, más del que puedo gastar, más de lo que Senta sabe. Gasta bastante, pero no le digo nada. Pero dejemos ese tema. —La voz adoptó su vehemente tono habitual—. Quiero ver qué has estado haciendo, y quiero mostrarte qué hemos estado haciendo nosotros. Verás para qué te quería aquí. Mira esto.
Había encendido una gran pantalla holográfica que cubría toda la pared, del techo al suelo, a un lado del estudio. En ella apareció un pequeño asteroide, flotando libre en el espacio. A un lado de éste, Rob vio una figura conocida. Frunció el ceño.
—Es una de las Arañas. Creía que estaban en el Cinturón.
—Lo estará, apenas termine la demostración —Regulo ajustó el control para agrandar un sector de la imagen, y señaló la parte superior de la pantalla—. Ahora mira la parte de arriba de esa roca.
—Parece una unidad propulsora —dijo Rob. Se inclinó y aumentó la imagen—. Hay otra abajo, parece.
—Así es. No se ve en la imagen, pero toda la roca ha sido cubierta con una capa de fibras de tungsteno. Resistirán hasta casi dos mil grados. ¿Ves algo más cerca de donde está la Araña?
Rob movió el control y la zona aumentada se desplazó hasta centrarse en la oscura figura de la Araña.
—Veo un alojamiento en la superficie de la roca. Parece un encaje para un satélite de energía.
—Has acertado otra vez —Regulo estaba en su elemento—. Le acoplaremos un satélite de energía dentro de cuatro horas. Hemos hecho las conexiones para que funcionen con eso o con un núcleo de potencia, para tomar electricidad de la fuente de energía y distribuirla por toda la roca. Una cosa más y te dejo solo. —Si Regulo sentía algún dolor lo había apartado de su mente. La voz seguía sonando llena de satisfacción—. Acerca más la imagen a la Araña y dime qué más ves.
Rob se inclinó hacia adelante, moviendo la cabeza a un lado y otro para ver mejor el holograma.
—Ha modificado la trompa —dijo por fin—. La ha alargado y tiene un poder de reflexión diferente. ¿Ha variado la composición?
—Ahora es una cerámica de alta temperatura —explicó Regulo—. Debería repasar la anatomía de las arañas. En mi ignorancia, lo he estado llamando aguijón. Sí, le hemos cambiado la trompa. Soportará temperaturas altísimas y sigue siendo flexible. Ahora que lo has visto todo, dime algo. ¿Qué estamos haciendo aquí?
Rob miró largo rato la imagen frente a él, pensando con rapidez. Regulo no se habría tomado tanto trabajo a menos que tuviera algo muy serio en mente. Era cuestión de descartar posibilidades y elegir la que tuviera un buen rendimiento económico.
—¿Cuál es la composición de esa roca? —preguntó de pronto.
—Metales, en su mayoría, metales diferentes —Regulo esperaba ansioso. Después de uno o dos minutos, Rob asintió.
—Ya entiendo —dijo—. Parece factible, pero me gustaría ver los detalles.
—Bueno, hombre —Regulo ya estaba impaciente—. Vamos, dime cómo crees que funcionará.
—Está bien —se levantó y se acercó a la pantalla. Señaló los impulsores en la roca—. Comencemos por éstos. Los han colocado como impulsores iguales y opuestos, uno a cada lado del asteroide. Se encienden tangencialmente a la superficie, y se usa su par de torsión para hacer que la roca gire rápidamente sobre su eje. Cuanto más rápido, mejor, siempre que la capa de tungsteno soporte la tensión.
—No hay ningún problema con una roca pequeña como ésta; puede que nos tengamos que preocupar cuando se trate de algo del tamaño de Lutecia.
—Primero terminemos con éste —Rob volvió a señalar la imagen—. Supongo que el encaje del satélite de energía está en esa posición. Se ha elegido el lugar para que el satélite de energía se apoye en el eje de rotación de la roca. Es un cálculo complicado, pero los principios son sencillos. Ahora comenzarán a darle energía a la roca, a través de una parrilla en la superficie. Mucha energía. Para algo de tamaño mucho mayor, no creo que un satélite de energía baste. Se necesitará una planta de fusión o un núcleo de energía, para que el trabajo no se eternice. —Volvió a escudriñar la configuración de la pantalla—. ¿Está seguro de que la rotación será adecuada? Puede haber problemas de estabilidad. Será difícil mantener una rotación uniforme alrededor de un solo eje a medida que cambie la forma. Supongo que ya lo habrá estudiado y tendrá las respuestas.
Regulo asintió.
—Hace mucho aprendí algo sobre esos problemas, calculando el cambio en las masas y los momentos de inercia de los asteroides cuando los volátiles se evaporan al hacer el vuelo solar. Deberemos hacer algunos ajustes insignificantes sobre la marcha, pero ya los he calculado. Sigue.
—Corrientes alternas —dijo Rob—. Muy altas, circulando por el interior del asteroide. Cuando se aplican desde la fuente de energía, se produce una contracorriente dentro de la roca por efecto de histéresis. Si se le aplica suficiente energía, se fundirá todo. Producirá una bola giratoria de metales fundidos y roca, que irá a gran velocidad. Supongo que habrá verificado las formas y estructuras para una rotación estable. Necesitará un elipsoide Maclaurin, con un eje de simetría, en lugar de un elipsoide Jacobi con tres ejes desiguales.
—Hasta el momento, muy bien. —La expresión de Regulo era intensa; no apartaba los ojos de Rob—. He considerado la estabilidad de la masa en rotación. No hay problema. ¿Qué más?
—La rotación producirá un gradiente de aceleración dentro de la bola giratoria. Los metales más pesados se moverán hacia el exterior y los más livianos se verán obligados a permanecer en el interior y muy cerca del eje de giro —Rob se imaginaba la bola, formándola frente a sí con las manos—. Es como una gran fuerza centrífuga, que separará las capas de material. Lo único que falta ahora es el paso final: la Araña. Está fuera, sobre el eje de rotación, en el extremo opuesto a la fuente de energía principal. Pero tiene esa trompa larga, especializada, de modo que puede llegar a cualquier punto dentro o fuera del asteroide. Puede insertarse a la profundidad que se desee, y extraer esa capa de roca o metal. Entonces puede extrusionarla directamente, por medio de la Araña, ya he hecho las modificaciones para extrusión a alta temperatura.
—Lo has logrado. —A Regulo le brillaban los ojos—. Y podemos prescindir de toda esa complicación que debimos utilizar para el Tallo. Lo de Chernick y los Topos Carboneros fue una buena idea, pero era una solución de emergencia. Con una extrusión directa tendremos un avance fundamental en lo que podemos hacer. Que me den acceso a Lutecia y haré un cable desde aquí hasta Alfa Centauro, con cualquier material en el asteroide. Nada de complicaciones con metales diferentes. Vendrán previamente seleccionados por la densidad.
Sonrió ante la expresión de Rob.
—Bien, no hasta Alfa Centauro. Pero sí podríamos tejer una tela a través del Sistema Solar, si se nos ocurriera alguna utilidad para ella.
—Me gusta eso. Un Tallo-de-habichuela, desde Mercurio hasta Plutón. —Rob guardó silencio un momento, mordiéndose el labio inferior—. Pero no puede funcionar —dijo por fin—. No lo podríamos estabilizar nunca.
—Muy cierto —Regulo se inclinó sobre el escritorio y volvió a enfocar todo el asteroide completo—. Me estoy dando el gusto de especular. Así comienzan todas las cosas. Debo admitir que todavía no veo la manera de hacer que esto funcione. Hay un par de cosas que no has mencionado sobre este sistema. ¿Cómo evitarías que disminuya la velocidad y deje de girar? Habrá pérdidas por fricción, resultado del campo magnético solar. Todo eso trabaja en tu contra.
—¿Una vez desconectados los impulsores? Supongo que serían efectos menores, pero deben de ser fáciles de compensar. No será una figura de revolución perfectamente homogénea, incluso cuando esté derretida. Se podría poner un campo magnético sobre ella, alrededor del eje de rotación. No se necesitará mucho para mantener una velocidad de giro constante.
Regulo gruñó, aprobando.
—Lástima que no estuvieras en nuestro equipo hace veinte años, cuando diseñamos la cavidad solar Ícaro. Me habría venido bien tener tu cerebro a mano. La mayoría de la gente es incapaz de razonar a derechas, aunque tenga todos los datos.
—Hace veinte años sólo había perdido el primer diente de leche.
—Ah, Dios santo, estoy envejeciendo —Regulo se pasó la mano por la frente arrugada, una mano delgada, de venas marcadas—. A mí veinte años me parece ayer. Una cosa más para que la estudies, luego dejaremos esto y haremos algo sobre el Tallo. Por lo que has visto hasta ahora, ¿prevés algún problema para cuando probemos con un asteroide grande, digamos, Lutecia?
Rob se encogió de hombros.
—Bueno, hay un problema evidente. No se puede extender la trompa tanto como para penetrar hasta el centro de algo tan grande. De modo que primero habrá que extraer los metales pesados de la parte exterior, aunque a usted no le guste hacerlo de esa manera. Me imagino que en algunos casos querrá extraer primero los metales livianos y los volátiles.
—Eso me preocupaba a mí también. Ahora estoy contemplando la posibilidad de fundir por zonas, pero no termina de convencerme. —Regulo esperó en silencio, mientras Rob reflexionaba sobre el problema.
—Ya veo —dijo por fin—. Da por sentado que los materiales están diseminados de manera bastante uniforme en todo el cuerpo del asteroide. A mí me parece suponer mucho, a menos que lo haya verificado de otra manera.
Regulo negó con la cabeza.
—La teoría de formación sugiere que la mayoría de los volátiles estarán en el exterior —dijo—. Yo fundiría apenas un par de kilómetros de la superficie y extraería eso. Creo que la Araña puede llegar a esa profundidad sin mayores inconvenientes.
—¿Y dejar el centro en forma sólida hasta que uno quiera seguir fundiéndolo? —Rob quedó pensativo—. No tengo su experiencia en fundición diferenciada. La Araña puede hacerlo, sí, ése no es el problema. Pero no me gusta la idea. Déjeme pensarlo unas horas a ver si puedo sugerir alguna otra cosa. No es eficiente conectar y desconectar la energía, y sospecho que la fundición por zonas le causará problemas con la estabilidad de rotación.
—Lo hará, pero ya estoy acostumbrado. —Regulo asintió—. Piénsalo, para eso pago a la gente. He tenido un principio durante cincuenta años, y nunca me ha fallado: no hay pago excesivo cuando se tiene un buen empleado. Podría hacerlo grabar sobre el escritorio, junto con los otros. —Miraba a Rob con mirada calculadora—. He estado pensando en ti, y en lo que harás cuando el Tallo esté terminado y en funcionamiento. ¿Te gustaría venir al Cinturón y dirigir las excavaciones en Lutecia? Y no como empleado —agregó, leyendo la expresión de Rob. Hizo una pausa para dar mayor peso a sus palabras—. Como socio. Buscaré la manera de que entres a formar parte de Empresas Regulo.
—¡Su socio! —Rob estaba más sorprendido de lo que dejó entrever—. Me halaga, por supuesto. Me halaga muchísimo. Pero no estoy seguro de querer estar lejos de la Tierra para siempre. Tengo proyectos allá.
—Entiendo —Regulo apagó la pantalla y la imagen del asteroide se desvaneció—. No es una decisión para tomar en caliente. Piénsalo, es lo único que te pido. Ya has visto la historia de la tecnología en la Tierra. ¿Te has fijado en que siempre ocurre lo mismo? Ha sido la maldición de la ciencia durante mil años. Los grandes hombres tienen ideas, los mediocres las llevan a cabo, y peores son los que se quedan con el control de su utilización. Mira las armas atómicas, por ejemplo, yendo en línea recta de Einstein a Denaga, desde un supergenio a casi un imbécil.
—Estoy de acuerdo. —Rob miró a Darius Regulo, con expresión dubitativa—. ¿Cree que eso puede cambiarse? Yo no lo creo.
—No allá —dijo Regulo, impaciente—. No podemos cambiar eso en la Tierra. Pero hay mucho que hacer en el Sistema, y la mayoría de esas cosas están fuera de la Tierra, en el Cinturón y más allá. Ahí está la acción. Ahí es donde hay una oportunidad para romper con la vieja manera de hacer las cosas. Si McAndrew no se equivoca, el Halo debe de estar lleno de núcleos de energía. Con energía suficiente disponible, se puede hacer casi cualquier cosa. Dentro de pocas generaciones más, los mejores ingenieros estarán trabajando más allá de Plutón. Podemos estar al principio de eso, si empezamos antes que ninguna otra persona en el Sistema.
Había un apasionamiento, casi un fervor religioso, en la voz áspera. Rob se sintió incómodo. Había una fuerza obsesiva en Regulo que sobrepasaba los propios límites de Rob.
—Vi el análisis de McAndrew —informó—. Es una obra impresionante. ¿Usted también predice una tendencia a alejarse de la Tierra?
—Caliban y yo —Regulo miró por instinto a la cámara dispuesta en la pared de enfrente a él—. No estoy de acuerdo con todos sus análisis, como sabes, pero no puedo discutir ese punto. Yo baso los míos en necesidades de la ingeniería. Dios sabe de dónde salen los suyos.
Rob había seguido la rápida mirada.
—¿Esa cámara le está transmitiendo todo a Caliban, hasta la esfera de agua?
—En todo momento. Le llegan datos desde toda Atlantis, de todo el Sistema. Discutimos sobre el tipo de lógica que utiliza, pero sea lo que fuere, no puede llegar a ninguna conclusión sin datos. Sycorax almacena los que vienen como corrientes paralelas y Caliban los absorbe cuando puede. Estará ocupado las próximas cuatro o cinco horas, absorbiendo los datos nuevos que llegaron en tu nave. —Regulo había mirado de pasada el reloj de la pared mientras hablaba, y volvió a mirarlo—. Será mejor que hablemos del Tallo. ¿Sabes cuánto hace que estamos hablando? Ése es tu problema, Merlin, hablas de las cosas que de verdad me interesan.
Comenzó a ponerse de pie, ahogó un gemido y se aferró al borde del escritorio. Se puso blanco de dolor. Rob rodeó el escritorio y lo tomó del brazo.
—¿Puedo ayudarle?
Regulo asintió.
—Llama a Morel —masculló—. Dile que iré dentro de un momento para que me ponga esas inyecciones de mierda.
Se enderezó despacio en la silla.
—A veces me pregunto si ese hombre me está curando o matando. Ayúdame a levantarme. Habrá que posponer la charla sobre el Tallo hasta que me encuentre mejor. —Tenía la frente perlada de sudor, pero mantenía la voz firme—. La sesión con Morel durará tres o cuatro horas. No me deja apresurarla. Si lo hago, hay que comenzar todo de nuevo, lo sé por experiencia, una dolorosa experiencia. Deberemos posponer la reunión hasta después del período de sueño.
Salió de detrás del escritorio, apartando la mano que le ofrecía Rob y se apoyó contra la pared.
—Y dile a Cornelia que necesito verla, por favor. En cuanto termine con Morel. Estará en la zona de deportes. —Logró sonreír, aunque no había alegría en el gesto—. No lo creerás, pero en una época le ganaba en las carreras de natación. Aunque de eso hace ya tiempo.
Salió del estudio, mientras Rob tomaba el intercomunicador y pasaba los breves mensajes de Regulo. Ni Morel ni Corrie respondieron a la señal, y dejó ambos mensajes en repetición automática. Luego miró su reloj. Faltaban cinco horas para la comida, tres o cuatro antes de que Morel y Regulo regresaran de la clínica. Caliban estaría ocupado con los nuevos datos, era el mejor momento.
Moviéndose con rapidez, Rob salió del estudio y se dirigió al perímetro exterior de la esfera central. Corrie estaría en la zona de deportes, trabajando duro en sus ejercicios. No tomó esa dirección, sino que volvió hacia el otro lado de la esfera, hacia el lugar donde se hallaban la planta industrial y los servicios de mantenimiento.
Dos o tres viajes hacia el laboratorio cerrado de Morel habían convencido a Rob de que el sistema de seguridad era estricto. El laboratorio estaba cerrado todo el tiempo, y en algún lugar un monitor advertía a Morel cuando alguien se aproximaba a la puerta del sello rojo. Rob lo había intentado desde varios lugares, pero no había conseguido encontrar otra vía de acceso que llevara al interior del laboratorio. La lógica indicaba que esa vía no existía, pues de lo contrario las precauciones de seguridad de Morel no tendrían sentido.
A Rob se le había ocurrido una única posibilidad, una manera de satisfacer su creciente curiosidad y su convicción de que el laboratorio ocultaba un importante secreto. El laboratorio se hallaba en el segmento exterior de la esfera de habitaciones. Una de las paredes debía de formar una especie de mampara divisoria que separaba la zona de habitaciones de la esfera de agua. La primera suposición de Rob fue la natural: la mampara no sería más que una pared. Luego observó que Caliban a menudo se ubicaba cerca de la zona de habitaciones que albergaba al laboratorio; es más, fue observar al calamar lo que llevó por primera vez a Rob a la zona del laboratorio. Parecía difícil creer que Caliban fuera allí a menos que hubiera algo más que una pared en blanco dando hacia la esfera de agua. Habría una pantalla o una ventana en la pared del laboratorio. No se podía saber eso desde las habitaciones interiores.
Después de investigar durante un tiempo, Rob había descartado la posibilidad de ver algo interesante desde fuera de Atlantis, o desde los conductos principales de acceso que llevaban a la esfera central. La visibilidad, incluso en las claras aguas de Atlantis, era como máximo de ciento cincuenta metros. Para hacer una inspección debía hacerla desde la esfera de agua.
Cuando su razonamiento lo llevó hasta ese punto, Rob se sintió inclinado a no seguir por ese camino. Debía de haber puntos de acceso a la esfera de agua desde la esfera interior, lo sabía. Se utilizaban cuando se iba a buscar comida para la mesa de Regulo. Eso no constituía ningún problema. Pero aunque hallara la manera de llegar a la esfera de agua, y además encontrar el equipo apropiado para bucear no sabía cómo evitar la principal dificultad. Regulo no reinaba en ese dominio, pertenecía a Caliban. Morel podía obligar al gran animal a la inactividad cuando alguien salía a la esfera de agua a recoger alimento, pero no lo haría por Rob.
Rob observó y esperó, más y más impaciente y curioso. Por fin obtuvo la información que le hacía falta. Cada vez que llegasen nuevos datos para Caliban provenientes de cualquier lugar fuera de Atlantis, aparecerían en las pantallas para que el animal los viera. En esos casos, el calamar no dejaría las pantallas hasta que finalizara la presentación de los datos. Al parecer, la curiosidad de Caliban por el mundo fuera de Atlantis no se saciaba con facilidad. Rob se preguntó hasta qué punto el inmenso animal comprendía que era un ejemplar único.
Rob había visto los datos que vinieron con él, y estaba de acuerdo con el cálculo de Regulo. Caliban estaría ocupado durante al menos cuatro horas, digiriendo todo lo que apareciera en las grabaciones de vídeo y los discos. Tiempo más que suficiente para los planes de Rob.
Los trajes para moverse en el interior lleno de agua de Atlantis eran de un diseño estándar, que Rob conocía por haberlos usado en proyectos de construcción bajo el mar en la Tierra. Almacenaban oxígeno suficiente para unas dos horas y media. Llevó uno hasta el punto principal de acceso a la esfera de agua, cerca de la planta industrial donde se controlaban la calefacción, la luz y la energía. No se veía a nadie de mantenimiento. Al meterse en el traje, Rob maldijo su propia negligencia. No había ejercitado las manos desde que dejó la Tierra y la torpeza con los cierres del traje se lo demostró. Por fin, vestido, salió por el conducto y entró en el mundo verde y en penumbras fuera de la esfera central.
Tardó unos segundos en orientarse. La temperatura del agua era más baja de lo que esperaba, pero no tanto como para que le resultara molesto. A esa profundidad quedaba poca luz difusa del sol, y el calor vendría fundamentalmente de la fuente termal proporcionada por la esfera central, o de la iluminación de tantos focos de luz. Éstos pendían del enrejado que cubría la esfera de agua, y proporcionaban la luz adecuada para la navegación de Rob.
Miró a su alrededor. El agua original de Atlantis debió de ser muy pura, pero ahora estaba llena del detrito de materia orgánica dejado por plantas y animales muertos, y de los nutrientes que circulaban desde el sistema de reciclaje de la zona central de habitaciones. La visibilidad había descendido a unos ochenta metros, y todo aparecía envuelto en una niebla verdosa. Más allá, las luces eran globos turquesa, suaves e irreales.
Rob comenzó a nadar a través de las aguas tranquilas, manteniendo la mano izquierda siempre cerca de la pared de la esfera. Siguió la zona ecuatorial de la zona de habitaciones, evitando los paneles de las ventanas y mirando siempre hacia la penumbra verde. La vegetación crecía profusamente en todos los puntos del enrejado interior, interrumpiendo y haciendo difusa la luz blanca del centro. Cada veinte metros salía una avenida hacia la superficie de Atlantis, una avenida de unos cuatro o cinco metros de ancho y sin plantas. Rob se detuvo y miró por una de éstas. La vegetación a lo largo de la avenida parecía haber sido limpiamente podada, o arrancada. Pensó en Caliban. Luego recordó, sin mucho entusiasmo, que el gran cefalópodo era exclusivamente carnívoro. Lo que veía en las avenidas despejadas sería efectos del trabajo llevado a cabo por el ejército de sirvientes robots que eran los que se encargaban de casi todo el mantenimiento en Atlantis.
Rob se detuvo un momento al llegar a la ventana del comedor por donde había visto a Caliban por primera vez. Estaba más o menos a medio camino de la zona de la esfera donde se hallaba el laboratorio. Miró el reloj. Había pasado casi una hora desde que Regulo se había ido a ver a Morel. No iba lo bastante rápido. Aumentando la velocidad, Rob nadó alrededor de la esfera y llegó, pocos minutos después, a otra ventana. Ocultándose detrás de las paredes de metal, asomó apenas la cabeza y miró hacia adentro. Ésta era la habitación con la puerta de metal sellada que guardaba la entrada al laboratorio. Rob se volvió y miró a su alrededor entre las penumbras. Le comenzó a latir con fuerza el corazón cuando le pareció ver, por un instante, una forma grande que se movía en el límite de su visión. Tras unos minutos de tensión se dio cuenta de que no era más que la sombra de un gran arbusto de algas que se agitaba con las corrientes térmicas que transportaban provisión de nutrientes al interior de Atlantis. Nadó hasta la siguiente ventana, y se dejó deslizar hasta poder ver el interior.
Al principio, se sintió decepcionado. Era una sala que no había visto antes, amplia y con poca luz, pero dentro no había nadie. Las múltiples mesas y bancos que ocupaban el interior parecían corroborar la afirmación de Morel de que no era más que un laboratorio biológico común y corriente, diferente a otros sólo porque estaba mejor equipado. En el extremo más alejado había un equipo completo de cirugía, con todo lo necesario para operaciones de importancia y anestesia automática, y sobre una de las paredes había un laboratorio de análisis completo. Mientras Rob escudriñaba el interior, con la máscara del traje de buceo apretada contra la superficie de plástico transparente, alcanzó a percibir un mínimo movimiento a través de la puerta abierta al final de la sala. Se ocultó rápidamente y luego, muy despacio, volvió a mirar.
La puerta al final del laboratorio era de menos de un metro de ancho, en una habitación de al menos veinticinco metros de largo. Ofrecía una visión estrecha y pésima de lo que había más allá. Rob maldijo su falta de previsión. Lo que necesitaba era un telescopio, para ver la otra sala. No había visto ninguno en Atlantis, pero con seguridad habría varios. Era el instrumento más idóneo para ver bien la esfera de agua sin entrar en ella.
Rob se acercó más a la ventana. Transcurridos unos segundos, algo volvió a moverse cerca de la puerta. Pasó velozmente, y Rob alcanzó a tener una imagen muy fugaz. Pero fue suficiente. Había visto una forma pequeña, deforme, como humana. Era difícil calcular el tamaño, pero la cabeza parecía no llegar a un cuarto de la altura de la puerta. Un instante después otra forma parecida cruzó por la puerta en dirección opuesta, y luego otras dos, juntas. Después no se vio nada durante varios minutos.
Rob esperó, totalmente absorto en su deseo de ver, más allá de la puerta, la otra habitación. Había olvidado su nerviosa vigilancia de la esfera de agua y por el momento no había nada que explicara su impulso de volverse y mirar hacia atrás. Mucho después se dio cuenta de que evidentemente había sentido la onda de presión. Al volverse, vio de inmediato la forma oscura y larga de Caliban avanzando hacia él a una velocidad impresionante. El movimiento del animal era absolutamente silencioso; avanzaba impulsado por unos poderosos chorros de agua lanzados por una especie de sifón al final del manto de su cuerpo.
Era demasiado tarde para volver nadando por el costado de la esfera. Rob se apartó con fuerza de la ventana, estirando las piernas con todas sus fuerzas y escabulléndose dentro del arbusto más próximo. Se escondió entre las sombras, mientras Caliban pareció pensar si seguir a la forma que había desaparecido. En ese largo momento, Rob tuvo tiempo de pensar en cuál sería la dieta preferida del calamar. Por fin, Caliban avanzó hacia la ventana que Rob acababa de dejar. El animal se apoyó contra la lisa superficie con cuatro de sus largos brazos y comenzó a golpear contra la ventana con su pico negro, como el de un loro. A los pocos segundos Rob vio un movimiento del otro lado del panel transparente. Caliban apoyó otro par de brazos a la superficie de la esfera, y comenzó a moverlos en un movimiento extraño y específico contra el plástico.
Rob se vio arrastrado por dos fuertes impulsos opuestos. La prudencia le indicaba que debía irse de inmediato, mientras el calamar estaba ocupado con el interior del laboratorio, pero, ya que había llegado tan lejos, Rob quería ver lo máximo posible. Otra mirada al reloj decidió por él. Habían pasado más de dos horas desde que se había puesto el traje. Manteniéndose lo más posible al abrigo de las algas, Rob comenzó a nadar despacio de regreso al conducto de acceso, yendo silenciosamente de un denso grupo de vegetación al siguiente. Antes de estar fuera de la visión de Caliban se detuvo y volvió la cabeza para mirar por última vez.
El calamar seguía ante la ventana, mirando hacia adentro con uno de sus grandes ojos amarillos. El otro parecía mirar en dirección a Rob, pero seguía ese movimiento regular de un par de brazos. Rob nadó unos diez metros más y se arriesgó a subir a la superficie de la esfera. La curvatura de la superficie lo sacó de la línea de visión de Caliban, y abandonó la cautela para nadar lo más rápido posible hacia el conducto de entrada. Pasó por él, se quitó el traje con dedos torpes y enseguida se dirigió al estudio de Regulo.
Llegó a la puerta cuando Corrie se acercaba por el corredor desde el otro extremo. Ella le miró el rostro pálido y el pelo desordenado.
—Ah, estás aquí. Me preguntaba dónde te habías metido.
—He ido a mirar la planta de reciclaje y mantenimiento —dijo Rob con tono indiferente—. Quería saber hasta qué punto Atlantis era autosuficiente con sólo una provisión de energía interna. ¿Has recibido el mensaje que te dejé? Regulo quiere verte en cuanto termine con Morel.
—Acabo de hablar con él. Creía que tú estabas conmigo en la zona de deportes. ¿Has estado en mantenimiento todo este tiempo?
Rob se encogió de hombros, deliberadamente indiferente.
—No me sentía con muchas energías. Hacer ejercicio sin paisaje a la vista me aburre. Cuando Regulo se fue del estudio estuve estudiando un poco más los planos del Tallo. Seguimos investigando para conseguir una buena estabilidad. No sé cuánto tiempo le he dedicado, pero como no venía nadie he ido a echar un vistazo al otro lado de la esfera.
Corrie le miraba de una manera extraña, pero no puso en duda sus afirmaciones. ¿Adónde más enviaría sus mensajes la cámara que estaba en el estudio de Regulo? Tal vez alguien más, aparte de Caliban y Sycorax, recibía las imágenes. Rob abrió la puerta, pero Corrie siguió avanzando por el corredor.
—Voy a ver a Regulo —anunció ella—. ¿Estarás listo para la cena, o seguiréis trabajando?
—Creo que Regulo tiene que descansar —respondió Rob—. Se encontraba muy mal. Trataré de obligarle a mantener su palabra de posponer el trabajo hasta después de dormir un poco.
—Buena suerte —dijo Corrie, haciendo una mueca—. Ya conoces a Regulo. Se alimenta de trabajo.
Corrie se fue y Rob entró en el estudio. Para su alivio, la cámara estaba desconectada. Habría un control automático que activaba el sistema sólo cuando había sonido o movimiento en la habitación. Rob se detuvo frente al escritorio y se sintió aliviado al ver que de inmediato se encendía la luz roja bajo la cámara. Debía recordar mencionar delante de Corrie que había estado lejos del escritorio, fuera del alcance de la cámara. Incluso así, Rob se preguntó en qué otros puntos de Atlantis se recibirían todas esas señales.