Pasaron tres semanas, y no dos, antes de que Rob hubiera realizado el análisis y diseño del Tallo y dispusiera de tiempo para otra reunión. El material de referencia había sido más voluminoso de lo que esperaba, y sus primeras ideas sencillas para la construcción no habían resultado factibles. Por otro lado, tuvo tiempo de considerar cambios de diseño en la Araña. Con algo de ingenio, no sería difícil extruir cable de silicona a la velocidad requerida por Regulo. En términos generales, Rob estaba satisfecho de los adelantos alcanzados cuando Corrie vino a decirle que Regulo había llamado para averiguar el estado del trabajo.
—Está ansioso por ponerse en movimiento, y quiere saber cuándo estarás en condiciones de hablar con él —dijo ella.
Estaba en el asiento de la ventana, en el apartamento de Rob, mirando la espléndida vista del Río Bay. Regulo le había recomendado permanecer cerca de Rob y apresurarlo, como prioridad número uno, y ella había estado mirando por encima de su hombro mientras Rob esbozaba diferentes planes para la construcción del garfio espacial. Rob ya iba a decirle que desapareciera por una semana, cuando se dio cuenta de que sus comentarios eran a la vez constructivos y útiles. Corrie lo dejaba solo por las tardes, pues era fanática de un intenso entrenamiento físico. Al verla sentada en el asiento de la ventana, vestida con una mallita de gimnasia, Rob se dio cuenta otra vez de cuán fácil era verla como una mujer frágil. Tenía la esbeltez tan común en aquellos que pasaban mucho tiempo en entornos de baja gravedad, pero sin duda había tono en los músculos largos y lisos de los brazos y las piernas, y él sabía por experiencia personal lo fuerte y firme que era.
—¿No podrías darle a Regulo lo que quiere con una sesión de videoteléfono? —continuó ella, mirando las nubes que cubrían el océano.
—No. Podría explicarle muchas cosas, sí, pero prefiero ir personalmente. —Seguía ocupado en la terminal—. ¿Cuánto se tarda en comunicar con Atlantis?
—Bastante —Corrie se desperezó y se puso de pie—. Regulo se ha alejado un poco más en las últimas semanas. La última vez que tomé su posición estaba a dos millones de kilómetros de la Tierra. Eso significa trece segundos, sin contar los retrasos de las estaciones de repetición, y suponiendo que podamos utilizar una transmisión directa.
—Es demasiado. Demasiado para mí, y no me imaginó a Regulo sentado esperando con silencio de un cuarto de minuto durante toda la conversación. Su tiempo es demasiado valioso. ¿Podrías arreglarlo para irnos mañana?
—Sí, claro. El tiempo de viaje será de dos días con la nave que tenemos.
—Está bien. Puedo enviarle algunos de los datos de diseño a Regulo, incluso antes de salir. Tendrá en qué ocuparse, estudiando mis anotaciones. También podría mandarle mi lista de lo que creo pueden resultar los problemas clave.
Una de las cosas que a Rob le gustaban de Corrie era su ausencia de complicaciones. Se limitó a asentir y decir:
—Prepara tus cosas. Lo dispondré todo para salir de aquí a primera hora de la mañana y estaremos en el puerto al mediodía.
Luego, rumbo a Atlantis en una de las naves de la flota privada de Regulo, Rob volvió a maravillarse ante la riqueza y la influencia del otro. En todas las etapas del viaje, las esperas usuales habían desaparecido: todas las conexiones entre el avión, el cohete y la nave de ultraespacio; todas las cuestiones de pasajes y finanzas; todas las formalidades de salida. Nada de esto apareció. Si el envío de materia prima de la Tierra y la Luna, y el de productos terminados hacia todo el Sistema, funcionaba con esta eficiencia, entonces Regulo se merecía cada pedacito de su dos por ciento. Con razón las autoridades de la Tierra y la Federación Unida del Espacio, enredadas en reglamentos e ineficacias burocráticas, no podían competir con Regulo. Corrie había comentado algunos de los intentos que habían hecho por controlarlo, pero Regulo siempre estaba dos pasos más adelante, y por encima de todo, las autoridades y la FUE necesitaban de verdad el eficiente servicio que sólo Empresas Regulo parecía capaz de proporcionar. El respeto de Rob por los talentos del anciano había crecido.
—Falta alrededor de una hora para llegar —dijo Corrie en respuesta a la impaciente pregunta de Rob.
Hacía rato que habían dejado atrás a la Luna, y se alejaban del Sol. Atlantis estaba justo fuera del plano de la elíptica.
—Pronto estaremos lo bastante cerca como para establecer contacto visual —prosiguió ella—. Deberíamos tener mucha luz de retrodispersión desde este ángulo, de modo que será fácil de ver.
Rob estaba sentado frente a la pantalla de delante, con el amplificador electrónico al máximo. No se veía nada, salvo grandes cantidades de ruidos accidentales, que producían sobre la pantalla un efecto como de tormenta de nieve.
—Estamos a menos de veinte mil kilómetros, según los datos del radar —se quejó él—. Si esa cifra de un diámetro de dos kilómetros es correcta, debería mostrar más de veinte segundos de arco. Tendríamos que estar viéndolo con esta amplificación, ¿dónde está, entonces?
Corrie frunció el ceño mirando la pantalla en blanco.
—Podemos captar cualquier cosa hasta un segundo de arco con ese juego de cámaras. Y acabo de confirmar la posición: vamos directos hacia Atlantis. Seguro que Regulo y Morel están jugando con el albedo otra vez. En el exterior de Atlantis hay un material con reflectancia variable, de modo que pueden absorber la radiación solar de manera selectiva, limitándose a las gamas de largos de onda más adecuadas para el interior. ¿Por qué no miras por la banda térmica infrarroja?
Rob la miró sorprendido.
—Lo intentaré, pero pensé que esos materiales de albedo variable todavía eran sólo teoría. Es tecnología fantástica. Déjame ver lo que obtenemos con el explorador de diez a catorce micrómetros. La imagen no será buena, pero tal vez captemos algo así como bultitos.
Movió el selector de canales, mientras Corrie miraba por encima de su hombro.
—Regulo no deja que este tipo de cosas siga existiendo sólo en la teoría —dijo—. Si hay alguna manera de llevarlas a la práctica, lo hace. El otro día me preguntó si podías hacer que la Araña extruya materiales a alta temperatura. No sé qué está buscando, pero sospecho que tú lo averiguarás cuando lleguemos a Atlantis.
—A mí también me lo preguntó —dijo Rob, tratando de sintonizar la pantalla—. Es sólo cuestión de utilizar los materiales apropiados para la boquilla de extrucción, es fácil. Ah, ahí está.
Miraron la pantalla, donde había aparecido una elipse pequeña y borrosa.
—No puede ser eso —negó Corrie—. La imagen que debemos recibir es una esfera.
—Lo sería en la parte visible del espectro. Recuerda que la miramos por infrarrojos. Atlantis estará rotando, y el lado que no recibe los rayos del Sol está más frío. Por eso parece sesgado. —Rob miraba con interés la imagen del asteroide—. ¿Así que tiene dos kilómetros? ¿Cuánto cobrará Regulo para hacer uno igual para alguien?
—El precio es lo de menos. No lo haría. —Corrie vio su mirada escéptica—. En serio. No porque quiera ser el único, aunque creo que sí. Pero éste fue una suerte. Jamás habrá otro igual.
—Jamás es mucho tiempo. ¿Por qué piensas que es único?
—Lo verás por ti mismo cuando lleguemos. Regulo lo encontró hace unos treinta y cinco años, cuando hacían la primera inspección completa del Cinturón. Nadie más se dio cuenta de la importancia del descubrimiento, y entonces él compró los derechos por una insignificancia. A casi todos los demás les pareció inútil, ¿a quién le serviría algo con esa composición? Todo el exterior era granizo, más de lo que puede usarse para los volátiles de un ajuste de órbita, y había un gran yacimiento de metales, muy puro, justo en la mitad, donde sería muy difícil tener acceso.
—Entonces no valdría la pena hacer túneles y explotarlos. Supongo que no, habiendo tantos otros candidatos alrededor, con más metales y menos agua.
—Eso es lo que decidieron casi todos los mineros. Regulo recubrió todo el exterior con un plástico negro de alta temperatura, comenzó a hacerlo rotar y lo dejó en una hiperbólica. Luego lo recogió del otro lado, ya bien lejos del Sol.
Rob estaba ocupado con la interfaz de la calculadora. Tras unos segundos levantó la mirada y sacudió la cabeza.
—No creo que resultara. No puedes derretirlo con un solo vuelo.
—Yo no he dicho que lo hiciera. Ordenó que su equipo lo recogiera cerca de Mercurio, y lo colocó en una órbita troyana con el planeta. Él no quiso acercarse tan cerca del Sol. A medida que seguía el proceso de derretido, hizo que un grupo de minería confirmara un primer análisis de los metales y analizara el centro con más detalle. Fue mucho más fácil después del derretido parcial. Le llevó cinco años convertir el hielo en agua, y luego utilizó parte de ésta para llevarlo más afuera. Regulo se encontró con ellos cerca de la Tierra, y comenzó la instalación de los sistemas hidropónicos. Para entonces, algunos comenzaron a darse cuenta de lo que estaba haciendo.
—¿Y ahora se mantiene solo?
—Completamente. Regulo dice que con un par de meses de aviso, Atlantis puede sobrevivir a una nova, se limitaría a moverlo a un lugar seguro lejos del Sol.
—Pero exagera.
—Claro que sí —Corrie rió, echando la cabeza hacia atrás.
Rob vio de pronto el parecido con Senta Plessey. ¿Podría responder alguna vez a las preguntas de Howard Anson después del viaje a Atlantis?
—Pero tiene derecho a exagerar un poquito —continuó diciendo Corrie. Rob volvió la atención a ella con un esfuerzo—. Está orgulloso de ese trabajo —dijo ella—. Dice que es la única persona en todo el Sistema a la que se le pudo ocurrir.
Miró a Rob con la cabeza hacia un lado.
—¿Sabes? Os parecéis en cierto sentido. Los dos estáis convencidos de que sois las dos únicas personas inteligentes en el Sistema.
—¿Y?
—Y Caliban es muchísimo más inteligente que los dos juntos —rió—. Más inteligente que Joseph Morel, además.
—¿Caliban? ¿Quién diablos es Caliban?
—¿No te ha hablado de él Regulo? Entonces tendrás una linda sorpresa. Espera y ya verás.
Corrie estaba más alegre y voluble que de costumbre. Rob no consiguió sacarle nada más. Respondió a todas sus preguntas con respuestas crípticas, evasivas, mientras la nave los llevaba más y más cerca de Atlantis.
Tras el trabajo de Regulo, el asteroide se había convertido en una esfera de agua de menos de dos kilómetros de ancho. La había rodeado de una membrana contenedora de un plástico resistente y flexible, que hacía las veces de trampa para el calor solar. La esfera de agua estaba atravesada por veinte aberturas forradas de metal que servían de puntales para la estructura y al mismo tiempo permitían el acceso desde el exterior del asteroide hacia la esfera central de metal donde se hallaban el sector habitacional y los laboratorios. Había otra entrada a la biosfera central de doscientos metros, por medio de las troneras que conectaban las habitaciones con la esfera de agua. A medida que se acercaban, Rob vio el resplandor plateado del equipo propulsor pesado colocado cerca del borde exterior de cada abertura de acceso. Todo el inmenso conjunto rotaba despacio alrededor de su centro de masa. Unas pequeñas toberas de posición ubicadas en varios puntos sobre la superficie mostraban cómo se controlaba la velocidad de rotación.
—Creí que era broma eso de escapar de una nova —dijo Rob—. Pero ya no estoy tan seguro de que sea broma. Hay propulsores todo alrededor, y parecen grandes. ¿Sabes qué aceleración puede darle?
Corrie estaba ocupada con el comunicador, sintonizándolo para la llegada.
—No mucha —contestó—. Hay mucha energía, pero el factor limitador es la fuerza de las aberturas de apoyo y la membrana alrededor de la esfera de agua. Absorben la tensión cuando aceleramos. El interior es casi todo agua líquida, a pesar de las aberturas de apoyo y las estructuras interiores. Se necesitan propulsores gigantescos para una aceleración importante. Atlantis tiene una masa de alrededor de cuatro billones de toneladas, y hay que moverlo. Por lo general, no intentamos ni siquiera una centésima de g. Nos movemos, pero lleva tiempo.
Se acercaban lentamente a una de las aberturas de acceso, conjugando su ángulo al del asteroide. De cerca, la superficie tenía un acabado mate y liso, de modo que Atlantis era visible sólo como una masa negra que ocultaba el luminoso campo de estrellas de atrás.
—Con razón no lo captaba en la pantalla —comentó Rob—. La superficie está a plena luz del Sol pero no hay la menor retrodispersión de radiación, no la suficiente para ver.
—Debería de haber muy poca a longitudes de onda visibles —dijo Corrie. Estaba sentada cerca de él, esperando el acoplamiento final—. Morel lo diseñó así. Han hecho de la esfera de agua una comunidad autosuficiente de plantas y animales. Usa toda la luz que puede obtener para la fotosíntesis. Por eso Regulo y Morel la cubrieron con materiales de albedo variable, nada se refleja como luz visible y todo el calor sale por el lado opuesto al Sol.
Rob escudriñaba con impaciencia por la tronera lateral, esperando poder ver el interior.
—¿Me estás diciendo que no veré nada en absoluto desde aquí, entonces? —preguntó.
—Así es. Espera a estar dentro, entonces verás muchas cosas. Hasta puedes nadar por el interior si quieres. —Rió como si se tratara de una broma privada—. Aunque dudo que quieras hacerlo. Yo jamás lo he hecho. Debería advertirte de algo: prepárate para una cena a base de pescado. Regulo importa algo de comida cuando tiene ganas, pero le hace ver a los recién llegados que tiene un sistema ecológico completamente cerrado en Atlantis. Nuestra zona en el centro forma parte del equilibrio general; nuestros desperdicios reprocesados vuelven a la esfera como alimento. Claro que se pierde un poco de masa al moverse alrededor del Sistema, pero Regulo la reemplaza de vez en cuando sacándola de otros asteroides.
—¿Atlantis tiene fuentes de energía interior? Grandes, quiero decir, para la energía y la luz.
—Hay un par de plantas de fusión y Regulo habla de agregar un núcleo de energía. ¿Por qué?
—Pensaba en lo que dijiste: que Regulo odia al Sol. Con esto, no depende de él. Podría obtener la luz para la fotosíntesis en la esfera de agua de sus propias fuentes de energía, y en ese caso podría apartarse del centro del Sistema tanto como deseara, justo más allá del Halo, si le valiera la pena.
—Ha hablado de eso, pero necesita saber qué se está investigando, en el Cinturón y en la Tierra. De no ser por eso, creo que podría llevar muy lejos a Atlantis, hasta inclusive dejar el Sistema. —Hubo un pequeño choque, que se sintió en el piso de la nave—. ¿Lo has notado? Estamos acoplados. Ahora podemos entrar, a Regulo no le interesan los procedimientos de acceso complejos. Nadie que no sea bienvenido a Atlantis podría llegar hasta aquí. Regulo verificó la identificación de la nave con la Nómina de Sistema de Naves cuando aún estábamos a cien mil kilómetros de distancia.
Se puso de pie y salió de la cabina principal. La velocidad de rotación de Atlantis era baja, apenas lo suficiente como para darles una levísima noción de peso. La nave se había acoplado a la superficie exterior del asteroide, en el «ecuador» más alejado del eje de rotación de la esfera. Una conexión umbilical flexible llevaba a la abertura de acceso. Se había conectado automáticamente apenas la nave se acopló. Cuando entraron por la abertura principal, unos deflectores la sellaron a sus espaldas. A los treinta segundos la atmósfera en el interior había subido a cuatrocientos veinte por centímetro cuadrado, rica en oxígeno e igual a la de la nave que acababan de dejar. Rob siguió a Corrie, que avanzaba con facilidad por la ancha y oscura abertura que llevaba a la esfera central de metal. A medio camino, ella se detuvo ante una segunda esclusa y se quitaron los trajes. Cuando estuvieron listos para continuar, Corrie llevó a Rob a un lado del tubo.
—Creo que te puedo mostrar algo que no le irá a la zaga a tus Topos Carboneros —presumió—. Te he dicho que Regulo y Morel construyeron todo un mundo acuático aquí, y ésta es una de las escotillas de observación. Verás lo mismo en toda la esfera interior. Mira eso.
Señaló un panel transparente de unos dos metros de ancho a un lado de la cámara. Rob fue hacia él y miró hacia afuera. Tardó algunos segundos en acostumbrarse a la escala y la distancia de lo que veía. Luego farfulló sorprendido y se inclinó más sobre el panel.
El agua que llenaba el interior de Atlantis era muy clara. Vio, hasta una distancia de al menos cien metros, un interior verde y umbrío, lleno de inmensas y abundantes plantas acuáticas. Se desparramaban alrededor de una compleja rejilla de sostén en forma de series simétricas de estructuras esféricas, como conchas concéntricas. Entre las esferas de vegetación, allá lejos en la luz amortiguada, se veían apenas unas formas que se movían. En colores del arco iris giraban, cruzaban, se paseaban perezosamente entre las cortinas de flora flotante. En lo más apartado, en el límite de la visión, Rob creyó ver el contorno borroso de algo mucho más grande, una forma irregular y oscura que se destacaba contra un fondo verde azulado más claro. Mientras lo miraba, la forma se alejó aún más y se confundió con la lujuriosa vegetación.
Se volvió a Corrie.
—Esto parece ecología de agua dulce, pero juraría que veo otras formas que sólo viven en agua salada en la Tierra. ¿Es agua dulce, salada o algo nuevo?
—Es agua dulce. No fue fácil hallar una masa de sal en el lugar y el momento precisos. Luego hallaron depósitos de sal en algunos de los asteroides, pero para entonces ya estaban decididos con respecto a casi todas las formas biológicas. —Corrie comenzó otra vez a guiarlo hacia la estructura central—. Tienes razón con lo de la mezcla de formas de vida. Ése ha sido uno de los intereses de Morel. En los últimos veinticinco años ha desarrollado animales marinos que puedan soportar la transición de agua salada a dulce, y ya verás el éxito que tuvo cuando veas mejor la esfera de agua. No fue sencillo. Morel debió practicar mucha ingeniería genética antes de quedar satisfecho con casi todos los animales.
Habían llegado a la compuerta que marcaba el final de la abertura de acceso. La traspasaron.
—Te llevaré hasta la oficina de Regulo, luego se supone que debo ir a ver a Morel en el sector de biología. Nos veremos más tarde, para comer. Seguro que Regulo ha planificado una comida sofisticada para alardear sobre lo más moderno de su granja marina. No será tan bueno como Camino Abajo, pero estoy segura de que te sorprenderá.
Lo llevó por un corredor curvo que seguía la pared exterior de la esfera central. Había tan poca gravedad que los pies apenas tocaban el piso. Rob siguió su ejemplo, usando las manos para, apoyándolas contra las paredes, impulsarse hacia adelante. Ante una gran puerta corrediza a la izquierda del pasillo, Corrie se detuvo, le indicó que entrara y siguió avanzando por el corredor. Tras un momento de vacilación, Rob estiró la mano y pulsó el control de la puerta.