20

—Acabo de recibir tu carta —le había dicho Floris por teléfono—. Oh, sí, Manse, ven tan pronto como puedas.

Everard no había malgastado el tiempo tomando un avión. Se metió el pasaporte en un bolsillo y saltó directamente desde la oficina de la Patrulla en Nueva York a la de Ámsterdam. Allí consiguió algo de dinero holandés y cogió un taxi hasta su casa.

Cuando entraron en el apartamento y se abrazaron, el beso de ella fue más cariñoso que apasionado y acabó pronto. Él no estaba seguro de si eso le sorprendía o no, de si estaba decepcionado o aliviado.

—Bienvenido, bienvenido —le dijo al oído—. Ha pasado mucho tiempo. —Pero el cuerpo apenas presionaba contra él y pronto se apartó. El pulso empezó a ir más despacio.

—Tienes tan buen aspecto como siempre —dijo.

Era cierto. Un corto vestido negro realzaba la alta figura y destacaba las trenzas ámbar. La única joya era un broche en forma de pájaro del trueno de plata sobre el pecho izquierdo. ¿En su honor?

Una leve sonrisa curvó los labios de Floris.

—Gracias, pero mira más de cerca. Estoy muy cansada, y bien dispuesta para mis vacaciones.

En los ojos turquesa veía recuerdos terribles. ¿Qué más ha visto desde que nos dijimos adiós? —pensó—. ¿Qué me he perdido?

—Entiendo, Sí, más que yo. Tuviste que realizar el trabajo de diez personas. Debía haberme quedado a ayudar.

Ella movió la cabeza.

—No. Lo comprendí entonces y todavía lo comprendo. Una vez que la crisis estuvo resuelta, la Patrulla tenía mejores misiones para ti, el agente No asignado. Tenías autoridad para asignarte a ti mismo al resto de la misión, pero a un alto coste para tu línea de vida. —Volvió a sonreír—. El vicio y leal Manse.

Mientras que tú, la Especialista que realmente conoce el entorno, debe asegurarse de que el trabajo se completa, Con la ayuda que puedas conseguir de tus colegas y de los auxiliares recientemente entrenados para el propósito (no es mucho, ¿eh?) debes vigilar los acontecimientos; asegurarte de que siguen el curso de la primera versión de Tácito,, sin duda intervenir, con todo cuidado, aquí y allá, antes y después: hasta que finalmente estuviesen fuera de la zona inestable del espacio-tiempo y pudiesen ser abandonados a sus propios recursos.

Oh, ciertamente te has ganado las vacaciones.

—¿Cuánto tiempo permaneciste sobre el terreno? —preguntó.

—Desde el 70 al 95 d.C. Claro está, di saltos, así que en mi línea del mundo da un total de… algo más de un año. ¿Y tú, Manse? ¿De qué te has ocupado?

—Para ser sinceros, de nada más que de mi recuperación —admitió—. Sabía que regresarías a esta semana por tus padres, así como por tu personalidad pública, así que vine directamente, te dejé un par de días de descanso y te escribí.

¿Fue justo? He saltado atrás. Primero, porque soy menos sensible que tú; lo que sucede en la historia me afecta menos. Y además, has soportado los meses extra allí.

Era como si la mirada de ella buscase más allá de la cara de Everard.

—Eres dulce, —Riendo, con rapidez le agarró las manos—. Pero ¿por qué te quedas ahí? Ven, pongámonos cómodos.

Fueron a la sala de las pinturas y los libros. Ella había preparado una mesa baja con café, canapés, diversos accesorios, el whisky escocés que sabía que a él le gustaba… sí, Glenlivet, aunque él no recordaba habérselo nombrado específicamente, Se sentaron juntos en el sofá. Ella se recostó y sonrió.

—¿Comodidad? —ronroneó—, No, lujo. Una vez más estoy aprendiendo a apreciar mi época de nacimiento.

¿Está realmente relajada o es una fachada? Yo no puedo. Everard se sentó en el borde del cojín. Sirvió café para los dos y un buen whisky para sí mismo. Cuando la miró, ella le hizo un gesto de negativa y cogió la taza.

—Es temprano para mí —dijo.

—Eh, no estaba proponiendo atamos —le aseguró—. Nos lo tomaremos con calma, hablaremos e iremos a cenar, o eso espero. ¿Qué te parece ese delicioso local caribeño? O puedo hacer estragos en un rijstaffel, si lo prefieres.

—¿Y después? —preguntó ella con calma.

—Bien… —Sintió la sangre en las mejillas.

—¿Entiendes por qué tengo que mantener la cabeza despejada?

—Janne! ¿No creerás que … ?

—No, claro que no. Eres un hombre de honor. Creo que más honorable de lo que te conviene. —Le puso una mano en la rodilla—. Como has sugerido, hablaremos.

Levantó la mano antes de que él pudiese pasarle un brazo por encima. Por una ventana abierta entraba la suavidad de la primavera. El tráfico sonaba como un mar distante.

—No tiene sentido fingir felicidad —dijo ella al cabo de un rato.

—Supongo que no. Bien, podemos ir directamente a lo serio. —Extrañamente, eso lo tranquilizó un poco. Se recostó, con el vaso en la mano. Se inhala su aroma delicado tanto como se bebe.

—¿Qué harás a continuación, Manse?

—¿Quién sabe? Nunca tenemos escasez de problemas. —Se volvió para mirarla—. Quiero oír tu relato. Tuviste éxito, evidentemente, porque me hubiesen informado de cualquier anomalía.

—¿Tales como más copias de Tácito?

—Ninguna. Ese único manuscrito existe, y cualquier trascripción que haya hecho la Patrulla, pero ahora no es más que urja curiosidad.

Notó el ligero estremecimiento de Floris.

—Un objeto sin causa, formado de la nada sin razón. Qué universo tan aterrador. Es más fácil no hacer caso a la realidad variable. A veces lamento haber sido reclutada.

—Y también cuando estás presente en ciertos episodios. Lo sé. —Él quería eliminar las infelicidad de sus labios con besos. ¿Debería intentarlo? ¿Podría?

—Sí. —La brillante cabeza se levantó, la voz se hizo más fuerce—. Pero entonces pienso en la exploración, el descubrimiento, la ayuda, y vuelvo a alegrarme.

—Buena chica. Bien, cuéntame tus aventuras. —Una lenta aproximación a la verdadera pregunta—. Todavía no he leído tu informe, porque quería oírlo de ti en persona.

La alegría decayó.

—Mejor que busques el informe si estás interesado —dijo, mirando al otro lado de la habitación hacia la fotografía de la Nebulosa del Velo.

—¿Qué?… Oh. Te resulta difícil hablar de ello.

—Sí.

—Pero tuviste éxito. Aseguraste la historia y de la forma correcta, con paz y justicia.

—Una medida de paz y justicia. Durante un tiempo.

—Eso es lo mejor que los seres humanos pueden llegar a esperar, Janne.

—Lo sé.

—Nos saltaremos los detalles. —¿Fueron realmente tan sangrientos? Mi impresión era que la reconstrucción se había producido con facilidad, y a los Países Bajos les fue muy bien en el Imperio hasta que éste empezó a descomponerse—. Pero ¿no puedes contarme un par de cosas? ¿Qué hay de la gente que conocimos? ¿Burhmund?

El tono de Floris se aligeró un poco.

—Fue amnistiado, como todos los demás. Su mujer y hermana regresaron con él ilesas. Se retiró a sus tierras en Batavia, donde acabó sus días en modesta prosperidad, como una especie de viejo estadista. Los romanos también lo respetaban, y a menudo le consultaban.

»Cerial se convirtió en gobernador de Bretaña, donde conquistó a los brigantes. El suegro de Tácito, Agrícola, sirvió bajo su mando, y según recordarás los historiadores le tenían en buena consideración.

»Clásico…

—No importa por ahora. —La interrumpió Everard—. ¿Veleda… Edh?

—Ah, sí. Después de convocar el encuentro en el río, desaparece de la crónica. —La crónica completa, rescatada por los viajeros temporales.

—Lo recuerdo. ¿Cómo fue? ¿Murió?

—No hasta pasados veinte años, a una edad avanzada para esa época. —Floris frunció el ceño. ¿La asaltaba otra vez el miedo?—. Me pregunto una cosa, ¿no crees que su suerte habría interesado lo suficiente a Tácito como para mencionarla?

—No si pasó a la oscuridad.

—No exactamente. ¿Podría ser que haya estado causando mi propio cambio en el pasado? Cuando informé de mis dudas se me ordenó continuar y se me dijo que, efectivamente, era parte del pasado histórico.

—Vale, en ese caso lo era. No te preocupes. Podría ser un fallo trivial en la causalidad. Si es así, no importa. Sucede a menudo y no tiene consecuencias de importancia. O podría ser directamente achacable a que Tácito no conocía, o no le importaba, el destino de Veleda una vez que dejó de ser una fuerza política. Así fue, ¿no?

—En cierta forma. Aunque… el programa que inventé y propuse, y que la Patrulla aprobó, se me ocurrió por lo que sabía, lo que había visto, antes de saber que la Patrulla existía. Animé a Edh, predije lo que haría y debía hacer, me encargué de los arreglos pertinentes, cuidé de ella, aparecía ante ella cuando parecía que necesitaba a su diosa… —Una vez más Everard captó la inquietud de Floris—. El futuro estaba creando el pasado. Espero no tener que enfrentarme a otra experiencia igual. No es que fuese horrible. No, valió la pena, sentía que justificaba mi vida. Pero… —Dejó de hablar.

—Es misterioso —le dijo Everard—. Lo sé.

—Sí —murmuró—. Tú tienes tus propios secretos, ¿no?

—No con la Patrulla.

—Con los que te importan. Cosas de las que te dolería demasiado hablar, o que a ellos les dolería demasiado oír.

Esto ha estado demasiado cerca.

—Vale, ¿qué hay de Edh? Confío en que la hicieses lo más feliz posible. —Hizo una pausa—. Estoy seguro de que así fue.

—¿Has estado alguna vez en la isla de Walcheren? —preguntó Floris.

—Humm, no. Está cerca de la frontera belga, ¿no? Espera. Recuerdo vagamente que comentaste algo de unos descubrimientos arqueológicos.

—Sí. En su mayoría piedras con inscripciones latinas, del segundo o tercer siglo. Ofrendas de agradecimiento por un viaje seguro a Britania y de vuelta. La diosa a la que están dedicadas tenía un altar en uno de los templos del norte. Está representada en alguna de las piedras, con una nave o un perro, a veces llevando un cuerno de la abundancia o rodeada de fruta y grano. Su nombre era Nehalennia.

—Entonces era muy importante, al menos en esa zona.

—Hacía lo que se suponía que hacían los dioses: dar coraje y solaz, hacer que los hombres fuesen un poco más decentes de lo que habrían sido sin ella y, en ocasiones, abría sus ojos a la belleza.

—¡Espera! —Everard se sentó derecho. Un escalofrío le recorría la espalda—. Esa diosa de Veleda…

—La antigua diosa nórdica de la fertilidad y el mar, Nerthus, Niaerdh, Naerdha, Nerha, muchas versiones diferentes del nombre. Veleda la convirtió en la divinidad vengadora de la guerra.

Everard miró a Floris durante un intenso momento antes de decir:

—E hiciste que Veleda la declarase una vez más pacífica y que la llevase al sur. Ésa… ésa es una de las operaciones más maravillosas que he oído.

Ella apartó la mirada.

—No, realmente no. El potencial estaba allí, especialmente en la misma Edh. Era toda una mujer. ¿Qué hubiese podido hacer en una época con mayor suerte?… En Walcheren a la diosa se la llamaba Neha, Se había vuelto incluso una divinidad marítima y agrícola menor. Todavía conservaba una primitiva asociación con la caza. Veleda llegó, revitalizó el culto, le dio elementos nuevos adecuados a la civilización que estaba transformando a su gente. Finalmente acabaron hablando de la diosa con una coletilla latina, Neha Lenis, Neha la Benévola. Con el tiempo, se convirtió en Nehalennia.

—Debe de haber tenido mucha importancia, si todavía la veneraban siglos después.

—Evidentemente. Alguna vez me gustaría seguir la historia, si la Patrulla puede permitirse prescindir de mi línea vital tanto tiempo. —Floris suspiró—. Al final, claro está, el Imperio cayó, los francos y salones devastaron por ahí y, cuando se estableció un nuevo orden de cosas, era cristiano. Pero me gusta imaginar que algo de Nehalennia persistió.

Everard asintió.

—A mí también y, por lo que dices, bien podría sen Muchos de los santos medievales eran dioses paganos disfrazados, y aquellos que eran personajes históricos adoptaban los atributos de los dioses, en el folclore de la misma Iglesia. Todavía se celebraba el solsticio, pero ahora en honor a san Juan. El santo Olaf luchaba contra monstruos y trols como Thor antes que él, Incluso la Virgen María tiene aspecto de Isas, y me atrevería a decir que muchas de las leyendas sobre ella fueron originalmente mitos locales… —Él movió la cabeza—. Ya sabes todo esto. Y me estoy yendo por las ramas. ¿Cómo fue la vida de Edh?

Floris miró más allá de él y aquel año. Sus palabras fluyeron lentamente.

—Se hizo vieja con honor. Nunca se casó, pero era como una madre para la gente. La isla era baja, lugar de nacimiento de barcos, como su hogar de la infancia, y el templo de Nehalennia se encontraba a orillas de su querido mar, Creo… no puedo estar segura, porque ¿cuánto conoce una diosa del corazón de un mortal?, creo que se volvió… serena. ¿Es eso lo que intento decir? Mientras agonizaba… —se le quebró la voz— en su lecho de muerte… —Floris luchó contra las lágrimas y perdió.

Everard la atrajo hacia sí, pero apoyó la cabeza sobre su hombro y le acarició el pelo. Ella le agarraba la camisa con los dedos.

—Tranquila, chica, tranquila —susurró él—. Algunos recuerdos siempre harán daño. Fuiste a ella una última vez, ¿no?

—Sí —murmuró contra el cuerpo de él— ¿Qué otra cosa podía hacer?

—Claro. ¿Cómo podías no hacerlo? Aliviaste su muerte. ¿Que tiene de malo?

—Ella… ella me pidió… y yo le prometí…

Floris lloro.

—Una vida más allá de la tumba, —Comprendió Everard—. Una vida contigo, por siempre en el hogar del mar de Niaerdh. Y fue feliz hacia la oscuridad.

Floris se apartó de él.

—¡Era una mentira! —gritó. Se puso en pie de un salto, caminó alrededor de la mesa de café, de un lado a otro. A veces las manos luchaban una con la otra, a veces el puño golpeaba la palma, una y otra vez—. Todos esos años fueron una mentira, un truco, ¡estaba usándola! ¡Y ella creía en mí!

Everard decidió que era mejor permanecer sentado. Se sirvió una nueva bebida.

—Cálmate, Janne —le dijo—. Hiciste lo que debías, por bien del mundo. Y lo hiciste con amor. Y en cuanto a Edh, le diste todo lo que podía desear.

Bedriegerij.— falso, vacío, como tantas otras cosas que he hecho.

Everard dejó que el sedoso fuego le corriese por la lengua.

—Escucha, he llegado a conocerte muy bien. Eres las persona más honrada que he conocido. De hecho, demasiado honrada. También eres una persona muy buena por naturaleza, lo que importa más. La sinceridad es la virtud más sobrevalorada del catálogo, Janne, te equivocas al pensar que aquí hay algo que perdonar. Pero adelante, pon en marcha tu sentido común y perdónate a ti misma.

Ella se detuvo, se enfrentó a él, tragó, se limpió las lágrimas y habló con una firmeza cada vez mayor.

—Sí, yo… entiendo. Yo, yo pensé en todo esto… durante días… antes de hacer mi propuesta a la Patrulla. Después, estaba atrapada por ella. Tienes razón, era necesario, y sé que muchas de las historias que dan forma a la vida de la gente son mitos, y muchos mitos se inventaron. Perdóname por la escena. Fue hace muy poco, en mi línea de mundo, que Veleda murió en brazos de Nehalennia.

—Y el recuerdo te ha superado. Claro. Lo siento.

—No ha sido culpa tuya. ¿Cómo podías saberlo? —Floris respiró profundamente. Tenía las manos a los lados—. Pero no quiero mentir más de lo necesario. No quiero mentirte a ti, Manse.

—¿A qué te refieres? —preguntó, un tanto temeroso, presintiéndolo a medias.

—He estado pensando en nosotros —dijo ella—. Pensando mucho. Supongo que lo que hicimos, estar juntos, estuvo mal…

—Bien, normalmente no tendría que haber sido así, pero en ese caso no afectó al trabajo. De cualquier forma, me sentí inspirado. Fue maravilloso.

—Lo fue para mí. —Aun así, ella estaba cada vez más calmada—. Has venido hoy con la esperanza de renovar esa sensación, ¿no?

Él intentó una sonrisa.

—Me confieso culpable. Eres el demonio sobre ruedas en la cama, cariño.

—Tú no eres un prutsener. —La débil sonrisa desapareció—. ¿Qué más tenías en la cabeza?

—Más de lo mismo. Más a menudo.

—¿Siempre?

Everard permaneció sentado en silencio.

—Sería difícil —dijo Floris—. Tú eres un No asignado, yo soy una agente Especialista de campo. Pasaríamos la mayor parte de la vida separados.

—A menos que tú te trasladaras a coordinación de datos o algo en lo que pudieras trabajar desde casa. —Everard se inclinó hacia delante—. ¿Sabes?, ésa es una buena idea. Tienes el cerebro. Acaba con tanto riesgo y tantas penalidades y, sí, deja de presenciar sufrimientos que se te ha prohibido evitar.

Ella negó con la cabeza.

—No lo deseo. A pesar de todo, me considero más válida sobre el terreno, en mi campo, y lo seré hasta estar demasiado vieja y débil.

Si sobrevives tanto tiempo.

—Sí. El desafío, la aventura, la satisfacción y la oportunidad ocasional de ayudar. Eres de ese tipo.

—Podría acabar odiando al hombre que me obligase a dejarlo. Tampoco deseo eso.

—Bien, humm… —Everard se puso en pie—. Vale —dijo, tenía la sensación de estar saltando de un avión. Aunque en ese caso confías en el paracaídas—. No habrá demasiada bendición doméstica, pero entre misiones, algo especial y completamente nuestro. ¿Te apetece?

—¿Te apetece a ti? —contestó ella.

Empezó a caminar hacia ella, se detuvo.

—Sabes lo que exige mi trabajo —dijo Janne. Se había puesto pálida. No es para sonrojarse, pensó él en el fondo de su mente—. También en esta pasada misión, no fui una diosa todo el tiempo, Manse. De vez en cuando me resultaba útil ser una mujer germana lejos del hogar. O simplemente quería olvidar por una noche.

La sangre martilleaba en las sienes de Everard.

—No soy un mojigato, Janne.

—Pero eres un muchacho de granja del Medio Oeste. Tú me lo has dicho, y he descubierto que es verdad. Puedo ser tu amiga, tu compañera, tu amante, pero nunca, en tu interior, nada más. Sé sincero.

—Lo intento —dijo él con brusquedad.

—Sería peor para mí —terminó diciendo Floris—. Tendría que ocultarte demasiado. Me sentiría como si te traicionase. Eso no tiene sentido, no, pero es lo que sentiría. Manse, será mejor que no nos enamoremos más. Mejor que nos digamos adiós.

Pasaron las siguientes horas juntos, hablando. Luego ella apoyó la cabeza sobre su pecho, él la abrazó un minuto y se fue.

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