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Nieve recién caída cubría las cenizas de lo que habían sido hogares, Allí donde los enebros habían retenido un poco sobre su verde profundo, era la blancura misma. Bajo, hacia el sur, el sol proyectaba sombras azules como el cielo. El hielo fino del río se había fundido por la mañana, pero todavía cubría las cañas secas a lo largo de la orilla, mientras que algunos otros navegaban en la corriente lentamente hacia el sur. Una zona oscura en el horizonte oriental marcaba el borde del páramo.

Burhmund y sus hombres cabalgaron hacia el oeste. Los cascos resonaban apagados sobre la tierra dura, abriendo surcos en el camino. El aliento salía de los belfos y se escarchaba en las barbas. El metal relucía congelado. Los jinetes rara vez hablaban. Mal vestidos con wadmal y piel, cabalgaron desde el bosque hasta el río.

Frente a ellos se alzaban los postes de ni, puente de madera. Los pilares surgían desnudos del agua. En la orilla opuesta se encontraba el otro fragmento. Los obreros que habían demolido el punto medio se habían reunido con los legionarios formados a su lado. Eran pocos, como los germanos. Sus armaduras relucían, pero las faldas, capas, botas y toda la ropa colgaba gastada y sucia. Las plumas de los cascos de los oficiales tenían colores apagados.

Burhmund soltó las riendas, desmontó y pasó al puente. Las botas sonaban a hueco sobre la madera. Vio que Cerial ya se encontraba en su lugar. Eso era una muestra de amabilidad, cuando era Burhmund quien había solicitado una negociación… aunque no significaba mucho, porque siempre había estado claro que la habría.

Al final de su sección, Burhmund se detuvo. Los dos hombres corpulentos se miraron a través de cuatro metros de aire invernal. El río borboteaba de camino al mar.

El romano separó los brazos y levantó la mano derecha.

—Saludos, Civilis —lo saludó. Acostumbrado como estaba a dirigirse a la tropa, su voz salvó con facilidad la distancia.

—Saludos, Cerial —respondió Burhmund de forma similar.

—Discutiremos los términos —dijo Cerial—. Eso será difícil con un traidor.

Su tono era impersonal, sus palabras una forma de empezar. Burhmund respondió:

—Pero no soy un traidor. —Lo dijo con gravedad y en latín, Señaló que no se encontraba con un legado de Vitelio; Cerial era de Vespasiano. Burhmund el bátavo, Claudio Civilis, procedió a enumerar los servicios que había prestado a Roma y a su nuevo emperador alo largo de los años.

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