Me suelta. Caigo unos centímetros, hasta el suelo, pierdo el equilibrio y tropiezo. Me pongo en pie. Me aparto con fuerza de él. Me detengo. Lo miro.
Todavía montado me sonríe. Por entre la sangre que fluye como un torrente por mis oídos le oigo decir:
—No temáis, señorita. Os pido perdón por el brusco trato, pero no vi otra forma. Ahora, a solas, podemos hablar.
¡A solas! Miro a mi alrededor. Estamos cerca del agua, una bahía, veo la silueta contra el cielo, tiene que ser la bahía Academia cerca de la Estación Darwin, pero ¿qué ha pasado con la estación? ¿O con la carretera a puerto Ayora? Arbustos de matazarno, jacarandás, la escasa hierba en matas, los cactus en medio. Vacío, vacío. Cenizas de un fuego de campamento. ¡Jesús! ¡La gigantesca concha y los huesos pelados de una tortuga! ¡Ese hombre ha matado una tortuga de Galápagos!
—Por favor, no huyáis —dice—. Tendría que reduciros. Creedme, vuestro honor está a salvo. Más a salvo de lo que estaría en ninguna otra parte. Porque estamos solos en estas islas, como Adán y Eva antes de la caída.
La garganta seca y la lengua de corcho.
—¿Quién eres? ¿Qué es esto?
Baja de la máquina. Me hace una cortés reverencia.
—Don Luis Ildefonso Castelar y Moreno, de Barracota en Castilla, recientemente con el capitán Francisco Pizarro en Perú, a vuestro servicio, dama.
O está loco, o lo estoy yo, o lo está todo el mundo. Una vez más me pregunto si no lo estaré soñando, en un delirio febril. Pero no lo parece. Hay plantas que conozco. Permanecen en su sitio. El sol se ha movido en el cielo y el aire es menos caliente, pero el olor a tierra quemada es el mismo de siempre. Un saltamontes canta. Pasa volando una garza azul. ¿Podría ser esto real?
—Sentaos —dice—. Estáis sorprendida. ¿Os gustaría beber agua? —Como para calmarme añade—: La he traído de otro sitio. Esta región es desolada. Pero podéis tomar toda la que queráis.
Asiento, hago lo que sugiere. Coge un recipiente del suelo, me lo trae y se aparta inmediatamente. No hay que alarmar a la niña. Es un cubo, rosa, con el borde roto, útil pero apenas lo suficiente para tomarse el trabajo de conservarlo. Debe de haberlo recogido de allí donde alguien lo tiró. Incluso en las chozas el plástico es barato.
Plástico.
El toque final. Una broma. No es gracioso. Dios. Tengo que reírme de todas formas. Guau. Yiii.
—Calmaos, señorita. Os lo he dicho, mientras os portéis de forma inteligente no tenéis nada que temer. Yo os protegeré.
¡El muy cerdo! No soy una feminista acérrima, pero cuando un secuestrador empieza a ponerse paternalista es ya demasiado. Las risas ahogan el silencio. Se pone en pie. Tensa los músculos. Se agitan un poco.
Pero de alguna forma ya no tengo miedo. Más bien siento una furia fría. Pero al mismo tiempo, soy más consciente que nunca. Está de pie frente a mí tan claro como si hubiese sido iluminado por un rayo. No es un hombre grande, es delgado, pero recuerdo su fuerza. Rasgos hispanos, cierto, un europeo puro, de un moreno casi negro. No es un disfraz. Esa ropa está gastada, remendada, sucia; tintes vegetales. Sin lavar, como él mismo. El olor es fuerte, pero realmente no apesta, es como un olor de cielo abierto. El casco con cresta que desciende para protegerle el cuello y el peto están deslustrados. Veo rayones en el metal. ¿De la batalla? De la cadera izquierda le cuelga la espada. Una vaina a la derecha para un cuchillo. Al no tenerlo, debía de haber matado a la tortuga y cortado un pincho con la espada. La madera podía conseguirla de las ramas bajas. Allá podía hacerse fuego. Tendones como cuerdas. Lleva aquí un tiempo.
En un susurro:
—¿Dónde estamos?
—Otra isla del mismo archipiélago. La conocéis como Santa Cruz. Eso será dentro de quinientos años. Hoy es un centenar de años antes de su descubrimiento.
Respiro lenta y profundamente. Corazón, tómatelo con calma. He leído mucha ciencia ficción. Viajes en el tiempo. ¡Pero un conquistador español!
—¿De cuándo vienes?
—Ya os lo he dicho. Como de un siglo en el futuro. Viajé con los hermanos Pizarro y derrotamos al rey pagano de Perú.
—No. No debería entenderlo. —Te equivocas, Wanda. Recuerda. Tío Steve me lo había dicho en una ocasión. Si me encontrase con un inglés del siglo xvi, las pasarías canutas. Las palabras no cambiaban (no cambiarán) demasiado, pero la pronunciación sí. El español es una lengua mucho más estable.
‘Tío Steve!
Mantente fría. Habla con calma. No puedo del todo. Al menos míralo a log ojos.
—Mencionó a un familiar justo antes de que… me agarrase violentamente.
Parezco exasperada.
—Hice sólo lo que era necesario. Sí, si sois realmente Wanda Tamberly conozco al hermano de vuestro padre. —Me mira como un gato a una rata—. El nombre que usaba entre nosotros era Esteban Tanaquil.
¿El tío Steve también es un viajero en el tiempo? No puedo evitarlo, tengo vértigo.
Me libero con un estremecimiento. Don Luis Etcétera ve que estoy desconcertada. O sabía que lo estaría. Dice:
—Os advertí que estaba en peligro. Eso es cierto. Es mi rehén. Lo he dejado en una jungla donde el hambre pronto lo reclamará, a menos que las bestias salvajes lo hagan primero. Es vuestro deber ganar su rescate.