12 de mayo de 2937 a.C.

Tamberly se despertó con la puesta de sol. Bajo él se encontraba la húmeda orilla del río. Los juncos se agitaban con el débil viento, el agua susurraba y cloqueaba. Los olores de la naturaleza le llenaban la nariz.

Le dolía todo el cuerpo. El hambre lo desgarraba. Pero tenía la cabeza despejada, libre de la confusión del quiradex y de los tormentos posteriores. Podía pensar de nuevo, volvía a ser un hombre. Se puso con torpeza en pie y permaneció quieto un rato, inhalando la frescura.

El cielo era de un azul pálido, vacío excepto por el vuelo de los cuervos que se alejaban graznando y desaparecían. Castelar no había regresado. Quizá se tomase un tiempo. Verse a sí mismo desde arriba le había afectado. Quizá no regresase. Se encontraría con la muerte, en el futuro, o podría decidir que no le importaba nada el falso fraile.

No hay forma de saberlo. Lo que podría intentar es asegurarme de que nunca me encuentre. Puedo intentar seguir libre.

Tamberly empezó a andar. Estaba débil, pero si administraba las fuerzas, siguiendo el río, podría llegar al mar. Era probable que hubiese un asentamiento en el estuario. Los humanos hacía tiempo que habían venido de Asia a América. Serían primitivos, pero probablemente hospitalarios. Con la habilidad que poseía podría convertirse en alguien importante entre ellos.

Después… Ya tenía una idea.

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