24 de mayo de 1987

Wanda lo dejó pasar cuando llamó a la puerta.

—¡Hola! —exclamó sin aliento—. ¿Cómo estás? ¿Cómo va todo?

—Se acabó —dijo.

Le cogió ambas manos. Habló con voz más suave:

—He estado tan preocupada por ti, Manse.

Le agradó mucho oír eso.

—Oh, cuidé mi pellejo. La operación, pues bien, atrapamos a la mayoría de los bandidos sin pérdidas para nosotros. Machu Picchu está limpia una vez más. —Estaba limpia. Se quedaría en soledad por otros tres siglos. Ahora hay turistas por todas partes. Pero un patrullero no debe hacer juicios. Necesita endurecerse, si va a trabajar en la historia de la humanidad.

—¡Maravilloso! —Por un impulso lo abrazó. Él le devolvió el abrazo. Se separaron con una ligera confusión mutua.

—Si hubieses venido hace tres minutos no me hubieses encontrado —dijo—. No podía quedarme sentada sin hacer nada. Fui a dar un largo paseo.

Consternado, él contestó:

—¡Te dije que no salieses de aquí! No estás segura. Aquí hemos colocado un instrumento que nos advertirá de cualquier intruso, pero no podemos seguirte. Maldición, chica, Castelar todavía anda suelto.

Ella arrugó la nariz.

—¿Sería mejor que me subiese por las paredes? ¿Por qué iba a venir a buscarme otra vez?

—Eras su único contacto en el siglo xx. Podrías decirnos algo que nos llevase a él. O eso podría temer.

Se puso seria.

—En realidad, puedo.

—¿Eh? ¿A qué te refieres?

Ella le cogió la mano. Qué cálidas eran las suyas.

—Venga, relájate, déjame traerte una cerveza y hablaremos. Ese paseo me aclaró la cabeza. Empecé a recordar, repasando todo el asunto, excepto que sin terror y sin el desconocimiento. Y, sí, creo que puedo decirte a qué punto va a ir Luis.

Él se quedó donde estaba. Se le paró el pulso. : —¿Cómo?

Los ojos azules buscaron los de Everard.

—Llegué a conocerlo —dijo en voz baja—. No lo que llamaría algo íntimo, pero la relación ciertamente fue intensa mientras duró. No es un monstruo. Desde nuestro punto de vista es cruel, pero es hijo de su época. Ambicioso y codicioso… y en el fondo un caballero andante. Busqué en los recuerdos, minuto a minuto. Como si estuviese fuera y nos observase a los dos. Y vi cómo reaccionó cuando descubrió que los indios se rebelarían y asediarían al hermano de Francisco Pizarro en Cuzco, y los problemas que seguirían. Si él apareciese milagrosamente y levantase al asedio, eso le pondría al mando de todo el tinglado. Pero por encima y más allá de cualquier cálculo, Manse, el debe ir allí. Su honor se lo exige.

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