24 de mayo de 1987

—La emboscada salió casi perfectamente —informó Carlos Navarro a Everard—. Lo vimos desde el espacio, activamos el generador electromagnético y saltamos a sus inmediaciones. El campo que proyecta indujo voltajes que dieron a su máquina una fuerte descarga eléctrica. También la desactivó y destruyó los elementos electrónicos. Pero eso ya lo sabe. Le dimos un disparo aturdidor y lo cogimos en el aire antes de que chocase contra el suelo. Mientras tanto, apareció el cargador, cogió el vehículo y se fue. Todo se completó en menos de dos minutos, Supongo que nos vieron varios hombres, pero debió de ser brevemente y en la confusión general de la batalla.

—Buen trabajo —dijo Everard. Se recostó en el viejo sillón. Le rodeaba su apartamento de Nueva York, lleno de recuerdos: lanzas y un casco de la Edad de Bronce sobre el bar, una alfombra de piel de oso polar de la época vikinga de Groenlandia en el suelo, objetos que no harían que alguien de fuera se hiciese preguntas pero que a él le traían recuerdos.

No había ido a la misión. No había razón para malgastar el tiempo de vida de un agente No asignado. No había peligro, a menos que Castelar fuese demasiado rápido y escapase. El dispositivo eléctrico lo había evitado.

—De hecho —dijo—, la operación forma parte de la historia. —Señaló el volumen de Prescott sobre la mesa a su lado—. He estado leyendo. Las crónicas españolas describen apariciones de la Virgen sobre el salón ardiendo de Viracocha, donde luego se construyó la catedral, y de san Jaime en el campo de batalla, inspirando a las tropas. Generalmente se consideran leyendas piadosas, o alucinaciones histéricas, pero… ah, bueno. ¿Cómo está el prisionero?

—Cuando lo dejé descansaba sedado —contestó Navarro—. Las quemaduras sanarán sin dejar cicatriz. ¿Qué harán con él?

—Eso depende de muchos factores. —Everard cogió la pipa del cenicero y le devolvió la vida—. Encabeza la lista Stephen Tamberly. ¿Sabe de él?

—Sí —dijo Navarro frunciendo el ceño—. Por desgracia, aunque era inevitable, la corriente que recorrió el vehículo destruyó el registro molecular de adónde y a cuándo había viajado. Castelar ha sido sometido a un interrogatorio preliminar con quiradex, sabíamos que usted querría saberlo, y no recuerda ni el sitio ni el lugar en el que dejó a Tamberly. Sólo sabe que era hace dos mil años y en la costa del Pacífico de Suramérica. Sabía que podía recuperar los datos exactos si quería, y dudaba mucho que lo hiciera. Por tanto no se molestó en memorizar las coordenadas.

Everard suspiró.

—Eso me temía. Pobre Wanda.

—¿Señor?

—No importa. —Everard se consoló con el humo—. Puede irse. Salga por la ciudad y diviértase.

—¿No le gustaría venir? —preguntó, dudoso.

Everard negó con la cabeza.

—Me quedaré aquí un rato. Es posible que Tamberly haya encontrado una forma de ser rescatado. Si así es, lo llevarían primero a una de nuestras bases para un informe preliminar, y la investigación indicaría que yo estaba implicado en el caso y se me informará. Naturalmente, eso no podría ser antes de terminar este trabajo. Quizá me llamen pronto.

—Entiendo. Gracias. Adiós.

Navarro se fue. Everard se recostó. La oscuridad invadió la habitación, pero no encendió la luz. Quería sentarse a esperar, conservando la esperanza con tranquilidad.

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