8 – Harry

Quaid, confuso, se encontró en el asiento trasero de un vehículo. La lluvia golpeaba contra la ventanilla que tenía al lado de la cabeza. Intentó orientarse; sin embargo, la cabeza apenas le funcionaba. ¿Cómo había llegado aquí? De hecho…

– ¿Dónde estoy? -le preguntó a quienquiera que estuviera al alcance de su voz.

– ¡Está en un TaxiJohnny! -respondió una voz jovial.

Un taxi. Un coche. ¡Ya había deducido eso!

– Quiero decir, ¿qué hago aquí?

– Lo siento. ¿Sería tan amable de replantear la pregunta?

Quaid parpadeó y miró hacia delante, apartando los velados ojos de la húmeda ventanilla y posándolos en el conductor que había en el asiento delantero del taxi. No se trataba de un hombre, sino de un maniquí con una sonrisa fija vestido con un antiguo uniforme de taxista. Entonces Quaid recordó: esta compañía de taxis empleaba el falso toque humano, suponiendo que una imitación de hombre era mejor que ningún hombre en absoluto. Usualmente, Quaid tomaba los taxis que se programaban verbalmente, los taxis completamente automatizados, en vez de los modelos semiautomáticos con los maniquíes como interfase. Éstos tendían a ser un coñazo. Una de las causas para ello estaba en que solían equivocarse con las direcciones, ya que se trataba de máquinas relativamente poco sofisticadas.

Con tono impaciente, pronunció con cuidado:

– ¿Cómo llegué a este taxi?

– La puerta se abrió. Usted se sentó.

¡Ahí estaba la segunda causa! Solían tomarlo todo con una irritante literalidad. Exasperado, se reclinó contra el asiento mientras Johnny aceleraba para pasar un semáforo en rojo. ¿Tendría algún sentido preguntarle a la máquina estúpida adonde iban? Probablemente no. Resultaría más sencillo esperar a que llegaran. Mientras tanto, quizá su aturdida cabeza tuviera tiempo de despejarse. ¿En qué se había metido? Lo último que recordaba era salir del trabajo y… nada.

Pasado un tiempo, el taxi se detuvo en un lugar que reconoció: el edificio de su apartamento. ¡De modo que le llevaba a casa! Pero, ¿por qué tan tarde? Ya era de noche. ¡Había perdido cuatro horas!

La puerta del taxi se abrió, y el maniquí volvió su cabeza y trinó:

– ¡Gracias por tomar un Taxi Johnny! Espero que haya disfrutado de la carrera. -Quaid sintió un intenso deseo de borrar aquella sonrisa maníaca de la cara del maniquí, pero se sentía demasiado mareado para llevarlo a la práctica de una forma efectiva. Casi agradeció la fría lluvia que le aguijoneó cuando salió del taxi. Lo empapó por completo, pero también le ayudó de alguna forma a recobrar sus sentidos. Mientras se tambaleaba hacia el edificio, una voz familiar llamó:

– ¡Hey, Quaid! -El acento de Brooklyn era inconfundible. Era Harry, de vuelta del trabajo. Quaid se sintió complacido pero desconcertado.

– ¡Harry! ¿Qué estás haciendo aquí?

Harry apoyó una mano en su hombro y sonrió.

– ¿Cómo fue tu viaje a Marte? -preguntó.

– ¿Qué viaje? -Quaid se echó hacia atrás el empapado cabello que caía sobre su frente y respondió a la sonrisa de Harry con una mirada inexpresiva.

– ¿Qué quieres decir con «qué viaje»? Fuiste a Rekall, ¿recuerdas?

Quaid, confuso, intentó recordar.

– ¿Fui?

– Sí, fuiste -dijo Harry. Quaid echó a andar al compás del otro, y ambos se acercaron a la entrada del edificio.

Quaid todavía estaba inseguro. Quizá sí había ido. Lo habían discutido fugazmente en el trabajo, y Harry le contó lo del accidente de la lobotomía. Entonces, sí fue…, ¿o no? Evidentemente, tenía que haber pasado aquellas horas perdidas en alguna parte…

– Vamos -dijo Harry-. Te invito a una copa. Así podrás contármelo todo. -Adelantó una mano para sujetar a Quaid por el brazo, pero Quaid se echó hacia atrás. Una copa no ayudaría en nada a aclarar lo que iba mal en su cabeza. Todo lo que deseaba ahora era ir a su casa y dejar que Lori se ocupara de él. Quizás entonces pudiera dilucidar…

– Gracias, Harry, pero es tarde -dijo, con un toque de impaciencia.

– Mierda y mierda -restalló Harry. Su rostro se había vuelto hosco, su voz dura. Antes de que Quaid supiera lo que estaba ocurriendo, tres robustos hombres con traje de calle estaban detrás de él y a su lado, empujándolo al interior del edificio.

– ¡Eh! -gritó Quaid. No estaba seguro de lo que estaba ocurriendo, pero le asustó, y luchó por liberarse. Luego notó algo. Bajó la vista. Harry estaba clavando una pistola en sus costillas.

– Relájate -dijo Harry con voz monótona. Quaid dejó de resistirse, aunque su corazón siguió latiendo alocadamente. Los cuatro hombres le hicieron avanzar a través del vestíbulo y hacia la escalera de emergencia que conducía al garaje y aparcamiento del nivel inferior.

Tuvo que seguirles. Sabía, sin saber cómo lo sabía, que iban a golpearle hasta dejarle sin sentido y arrojarle escaleras abajo, o algo peor. Tenía que recobrar un mayor control físico si quería salirse de aquello con vida. Cuando actuara, tenía que ser por sorpresa, y rápido, y de forma efectiva. Así que por el momento mantuvo tanto su cuerpo como su habla más lentos de lo normal. Que pensaran que todavía estaba drogado. A la larga, sería una ventaja para él.

– ¿Qué está pasando, Harry? -No hubo respuesta. Gracias a la oleada de adrenalina, la cabeza de Quaid que estaba aclarando. Sus recuerdos empezaban a llenarse de nuevo. Había ido a Rekall y…, ¿y qué? Había deseado un recuerdo de Marte. Había hablado con un hombre…, pero la memoria se desvanecía ahí.

Quaid lo intentó de nuevo.

– ¿Sois policías? -De nuevo ninguna respuesta. El momento y el lugar del ataque indicaban que estaba relacionado con su visita a Rekall. Quizás alguien no deseaba que recordase algo. Pero había ido allí solamente a causa de su sueño de Marte…

– Harry, ¿qué es lo que hice? -preguntó, temeroso e irritado a la vez. Ahora obtuvo una respuesta.

– ¡Largaste, Quaid! -dijo Harry, furioso-. ¡Hablaste más de la cuenta!

– ¿Largué? ¿Sobre qué? -Antes de que tuviera tiempo de descifrar el acertijo, los matones lo arrojaron contra una pared y le retorcieron violentamente los brazos a la espalda.

– Hubieras debido escucharme, Quaid. -La voz de Harry era muy baja ahora, pero esto no conseguía otra cosa que hacerla más amenazadora-. Yo estaba ahí para mantenerte lejos de cualquier problema.

¿Lejos de qué problemas? ¿Algo que tenía que ver con un recuerdo? ¿Cómo podía un recuerdo hacerle daño a nadie? O quizá tenía que ver con su sueño. No, eso era más ridículo aún. Quaid no tenía ninguna respuesta, no podía recordar lo suficiente ni siquiera para aventurar una suposición. Pero resultaba obvio ahora que no importaba lo que recordara; iban a matarle de todos modos. Había creído que Harry era su amigo. Ahora sabía que había sido engañado. Aquella maniobra estaba planeada; no era el resultado de una decisión repentina, y Harry estaba evidentemente a cargo de todo. Lo cual significaba que, cuando hiciera su movimiento, al primero que tenía que abatir era a Harry.

– Harry, estás cometiendo un error -dijo, sabedor de que, si no planteaba su caso ahora, nunca tendría ninguna otra oportunidad-, ¡Me has confundido con otra persona!

Harry ni siquiera dejó entrever el más ligero rastro de una sonrisa.

– Oh no, amigo. Tú te has confundido con otra persona. -Uno de los matones dio un tirón del brazo de Quaid, y éste perdió el equilibrio. Por un momento pensó que estaba cayendo…

Su visión-sueño le inundó de nuevo, y de pronto estuvo seguro. ¡Marte tenía algo que ver con esto! ¡Ese sueño era demasiado real, demasiado persistente! Quizás había estado realmente allí… No, eso era imposible; él solamente había deseado ir allí. Toda su vida adulta la había pasado en la Tierra, con Lori; sus recuerdos de eso eran tan claros como nebulosos eran los de Marte. Sin embargo…

Harry alzó la pistola hacia la sien de Quaid. Tensó levemente el dedo sobre el gatillo. Parecía lamentar sinceramente tener que hacer aquello; la vieja expresión de Esto Me Duele Más A Mí Que A Ti estaba en sus ojos.

El gesto de Quaid se endureció. Al igual que el muchacho perdido entre las zarzas, tenía sus dudas acerca cuál de los dos dolores era el peor. A otro nivel, también era consciente de que la disposición de los hombres era perfecta para lo que deseaba. Ya era hora de derribar las fichas de dominó.

Harry había cometido el error clásico de acercar demasiado el arma al objetivo. El puño de Quaid se alzó a tanta velocidad que fue como una mancha borrosa que hizo a un lado el brazo de Harry. La pistola disparó al pozo de la escalera.

El brazo de Quaid golpeó contra el cuello de Harry, aplastándole la nuez de Adán. Harry apenas tuvo tiempo para derrumbarse, jadeante, tratando de respirar, antes de que Quaid girara en redondo y aplastara el puño con la fuerza de un martillo contra el corazón del matón más próximo. El hombre aún seguía de pie, muerto en esa postura, en el momento en que Quaid saltó hacia el siguiente. Cogió la cabeza del hombre entre las manos y la retorció con tanta ferocidad que hubo un crujido audible, y el rostro quedó mirando desde el lado equivocado del cuerpo, con los ojos muy abiertos en perplejidad. El último matón había dispuesto de tres segundos para reaccionar; en ese instante se lanzaba contra él, con la pistola alzada. Quaid levantó la rodilla contra su cabeza, incrustándole la nariz en el cerebro. Con el rostro aplastado, el matón cayó al suelo.

Había transcurrido un total de cinco segundos desde que el dedo de Harry se tensara sobre el gatillo. Cuatro hombres estaban muertos.

¡Estás perdiendo velocidad, muchacho!

¿Qué? Quaid sacudió la cabeza. No había nadie más presente. Sólo él y los hombres muertos, horriblemente desparramados al lado del pozo de la basura. En una ocasión, quizá uno de ellos había sido su amigo.

Miró con expresión asombrada los cuerpos. ¿Cómo…, qué…?

Se contempló las ensangrentadas manos. ¿Eran de él? ¿Fueron ellas las que realizaron esta carnicería? Era como sí pertenecieran a otra persona.

Recordó haber pensado en disposiciones adecuadas y en fichas de dominó. Luego…, esto.

Recuperó la serenidad. Fuera lo que fuese lo que había ocurrido aquí, ¡si se quedaba le echarían la culpa a él! Debía alejarse de esa pesadilla y llegar sano y salvo a casa.

Se introdujo de un salto en la furgoneta. Allí estaba aún la llave del encendido. Arrancó el motor y puso el vehículo en movimiento. Al cabo de un momento derrapaba a toda velocidad alrededor de los pozos de basura, en dirección a la salida.

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