9 – «Esposa»

Quaid huyó escaleras arriba hasta el vestíbulo, ajeno a la atención de los demás residentes del edificio, que se quedaron mirándole mientras pasaba. Dejaron que tuviera un ascensor para él solo.

Una vez arriba, entró a toda velocidad en su apartamento, jadeante y falto de aire. ¡Qué alivio era encontrarse aquí! Sin embargo, aún no podía relajarse; si le habían enviado a una pandilla de matones, quizá le mandaran otra; además, sabían dónde vivía.

Lori se hallaba en la holoconsola, agitando su raqueta de tenis en perfecta sincronización con el holograma de una jugadora de tenis. El holograma brillaba con un color rojo intenso, lo cual indicaba que lo estaba haciendo bien. Sonrió cuando entró Quaid, satisfecha con su sesión de práctica.

– ¡Hola, cariño! -dijo.

Quaid fue de un lado para otro del apartamento, manteniendo la cabeza por debajo del nivel de la ventana. Apagó todas las luces de la sala, luego tiró de Lori fuera de la consola y desconectó ésta. Ella le miró, alarmada.

– ¡Unos hombres acaban de intentar asesinarme! -explicó él.

Ella se quedó inmóvil.

– ¿Te atracaron?

– ¡No! Espías o algo parecido. Y Harry, el del trabajo.

Lori se apartó ligeramente de él, pasando por delante de una ventana. Abrió la boca…

– ¡Agáchate! -gritó él, cogiéndola y arrojándola al suelo. La cubrió con su cuerpo, de modo que ninguna bala la alcanzara-. Harry era el jefe -explicó.

Asombrada, Lori salió de debajo de él y se pasó inútilmente las manos por el arrugado vestido. Parecía que trataba de encontrarle algún sentido a toda la situación.

– ¿Qué ocurrió? ¿Por qué querrían matarte unos espías?

¡Una pregunta excelente! Escudriñó por la esquina de una ventana.

– No lo sé -murmuró-. Puede que tenga algo que ver con Marte.

¡La palabra mágica! Lori frunció el ceño. Empezaba a cuestionarse la cordura de Quaid. En este momento, ya casi no se lo reprochaba.

– ¿Marte? ¡Si ni siquiera estuviste jamás en Marte!

– Lo sé. Es una locura. Después del trabajo, fui a ese lugar llamado Rekall y, al regresar a casa…

Ella se mostró incrédula.

– ¿Fuiste a ver a esos matarifes del cerebro?

– ¡Déjame acabar!

Sin embargo, teniendo en cuenta lo sucedido, no podía negar que se había producido una especie de carnicería. Antes de lo de Rekall, su vida era normal, incluso monótona, con la excepción del sueño sobre Marte. Después de ir a Rekall, su vida era un caos y estaba casi acabada. No obstante, ¿cómo podía incluso el recuerdo implantado más realista justificar lo de Harry y los matones?

– ¿Qué les pediste que hicieran? -preguntó ella, preocupada-. ¡Dímelo!

– Compré un viaje a Marte.

Aquel recuerdo, en algún momento durante el trayecto a casa, se había asentado en él: no el recuerdo mismo de Marte, que parecía estar ausente, sino su consentimiento para que le realizaran el implante. Algo debió haber salido mal, pero, ¿podía eso significar su sentencia de muerte?

– ¡Oh, Dios, Doug!

Seguro que ella creía que le había hecho olvidar su obsesión con Marte; parecía consternada.

– No es eso lo importante. Esos hombres iban a liquidarme… -Se detuvo, dándose cuenta con absoluta claridad de lo que había pasado-. ¡Pero yo los maté a ellos!

Parecía imposible, pero estaba seguro de que ese recuerdo era real. Además, la sangre que manchaba sus manos lo probaba…, y ahora manchaba también el vestido de Lori.

Sin embargo Lori, en ese momento, no estaba preocupada por eso. Se obligó a permanecer tranquila.

– Doug, escúchame. Nadie trató de matarte. Estás alucinando.

– ¡Maldita sea, esto es real! -estalló. Se lanzó hacia otra ventana y echó una ojeada al exterior.

Lori le siguió y le cogió por los hombros.

– ¡Deja de dar vueltas y escúchame!

Quaid permaneció inmóvil, mirándola con ojos furiosos.

– Esos carniceros de Rekall te han manipulado el cerebro -le dijo con energía-. Y ahora padeces ilusiones paranoides.

Él alzó las manos manchadas de sangre.

– ¿Llamas a esto una ilusión paranoide?

Ella quedó impresionada; estaba claro que ya no sabía si sentir miedo por él… o de él.

Resultaba inútil intentar discutir con ella. ¡Ni él mismo estaba tan seguro de la situación! Corrió hacia el cuarto de baño, manteniéndose fuera del campo de visión de las ventanas. Su apartamento era bastante alto; no obstante, un buen francotirador controlaría la distancia, en especial si disparaba desde otro edificio y a la misma altura.

Lori aguardó hasta que la puerta del cuarto de baño se hubo cerrado y entonces se dirigió rápidamente al videófono.

– ¡Doug! -gritó, por encima del hombro-, ¡Voy a llamar al doctor!

La voz de él le llegó ahogada:

– ¡No lo hagas! No llames a nadie.

Una débil sonrisa rozó los labios de Lori cuando el rostro de un hombre apareció en la pantalla.

– Richter -dijo en un susurro. Había algo predador, algo duro y cruel, en el rostro del hombre, que se suavizó cuando la oyó pronunciar su nombre.

– Hola -dijo. Ella le envió un silencioso beso.

En el cuarto de baño, Quaid se lavó la sangre de las manos. Probablemente procedía del matón al que le había aplastado la nariz…, aunque aún no estaba muy seguro de cómo podía haber hecho algo semejante. Sabía luchar, por supuesto: moviendo los dos puños delante de la cara, tratando de penetrar la guardia del otro trabajador al tiempo que intentabas darle en el hombro o en la cabeza. Pero había hecho eso con la rodilla. Y los otros…, le había retorcido el cuello a uno y aplastado la laringe al otro. En una pelea limpia, esas cosas no tenían cabida. Y, aunque así fuera…, ¿dónde lo aprendió? La terrible velocidad con la que había actuado…, en vez de unos golpes torpes lanzó cuatro precisos arietes, cada uno tan brutalmente eficiente que, recordándolo ahora, le dejaban sorprendido. Había sentido miedo, por supuesto; pero había actuado como una máquina de matar.

Mientras lo meditaba, terminó de quitarse la sangre de las manos. Se echó agua fría en la cara y, luego, se miró en el espejo. ¡Ni siquiera tenía un rasguño! ¡Ahora sí que empezaba a parecer una fantasía!

Sin embargo, sabía que no lo era. Se secó el rostro y las manos, apagó la luz y abrió la puerta del baño. Por alguna razón que no logró descubrir, se colocó a un lado de la puerta en vez de quedarse en el centro, como si quisiera cederle primero el paso a alguien.

Unas balas trazadoras se estrellaron en el baño, destrozando el espejo, las paredes y los frascos que había allí. Los cristales llovieron a su alrededor. Quaid se lanzó de cabeza hacia delante y penetró en la sala de estar.

¡Otra pandilla de matones le había localizado! De alguna forma lo había sospechado, y eso le salvó la vida. Ya no jugaban como antes, tratando de introducirlo en un vehículo; ahora actuaban directamente, le disparaban apenas verlo.

– ¡Lori! -gritó desde el suelo, mientras rodaba hasta situarse detrás del sofá-. ¡Corre!

La sala de estar se hallaba en una total oscuridad, salvo los tenues rectángulos de las ventanas, más allá de las cuales parpadeaban las luces de la ciudad. Quaid avanzó, haciendo ruido al arrastrar las rodillas por el suelo…, y las balas atravesaron el mobiliario a unos escasos centímetros por encima de la cabeza. Se incorporó hacia un lado y se arrojó debajo de la mesita de café, rodando en silencio de un modo que desconocía que supiera hacer. Se quedó congelado allí, a la escucha. Oyó que su atacante atravesaba el salón. ¡El francotirador estaba en la misma habitación, y usaba la oscuridad como escudo!

No había recibido ninguna respuesta por parte de Lori. Debieron ocuparse de ella en silencio mientras Quaid se encontraba en el cuarto de baño. ¡Si le habían hecho algún daño, lo pagarían! Sin embargo, primero debía salvar su propia vida.

Notó que sus facciones se endurecían en una expresión familiar en la oscuridad. Puede que su memoria estuviera en blanco; no obstante, comprendió de pronto que ésta no era la primera vez que le disparaban. Sabía cómo manejar la situación.

En silencio, cogió un almohadón del sofá. Luego lo arrojó a través de la habitación.

Unas balas trazadoras lo destrozaron.

Quaid dio un salto por encima de una silla en dirección a la procedencia de las balas, moviéndose de nuevo con una velocidad y una certeza que le asombraron.

Estableció contacto. Las balas salieron disparadas frenéticamente, chocando contra el techo y las paredes. Consiguió arrebatarle el arma a su oponente, y la arrojó al suelo.

Inmediatamente se ocupó de su atacante. Golpeó un hombro, una pierna, intentando calcular la distancia que le separaba de la figura que se debatía en la oscuridad. Le acertó con un golpe en pleno plexo solar, y escuchó el dolorido jadeo cuando la otra persona se quedó sin aliento. El francotirador era bajo, y se amparaba más en la velocidad que en la fuerza. Lo sujetó con un brazo en una presa alrededor del cuello, con la presión suficiente para mantenerlo inmovilizado, y alargó el brazo hacia la pared para encender la luz.

Las luces iluminaron la estancia. Quaid parpadeó, ajustando los ojos al resplandor. Miró a la persona que sujetaba.

Se trataba de una mujer, con las trenzas claras de su cabello alborotadas. De hecho, era Lori.

Se quedó perplejo…, y atontado. ¿Su esposa le había estado disparando? ¿Cómo era posible?

– Lori… -comenzó.

Ella le clavó ferozmente el tacón de su zapato en el pie. Incluso a través del calzado, resultó efectivo; el dolor le inundó. Durante un momento aflojó su presa.

Ella le lanzó un codazo a la cara, obligándole a retroceder, aunque no a soltarla por completo. Se volvió, apoyándose en el brazo de él, y comenzó a aporrearle con una serie rápida de golpes en el pecho, cuello y cara. Sabía lo que estaba haciendo; éstas no eran unas bofetadas inocuas, sino golpes bien dirigidos y sorprendentemente fuertes que le causaban daño. De hecho, habrían dejado sin sentido a un hombre menos recio. Lo único que le protegió fue su masa y su buena condición física; tensó los músculos de forma automática y apartó la cara, aguantando los golpes y haciendo que resbalaran sin surtir todo su efecto.

Atontado más por la identidad de su atacante que por los propios golpes, Quaid no los devolvió. ¿Cómo podía estar haciéndole eso su adorable y amante esposa? ¡Esta misma mañana había sido tan dulce y sexy, las manos tan suaves y evocadoras! Si se hubiera tratado de otra persona, habría contraatacado casi antes de recibir el primer impacto. Pero, contra Lori…

No obstante, ella sólo se estaba desentumeciendo. En ese momento ya disponía del espacio adecuado para atacar más fuerte. Se echó hacia atrás para lanzar el golpe de gracia. Éste no lograría evitarlo o esquivarlo.

La golpeó en el estómago. El golpe resultó más fuerte que veloz, y ella era ligera. De algún modo, sin embargo, no puso toda su fuerza en él, ya que aún se mostraba reticente a hacerle daño. Además, había quedado un poco atontado por el violento ataque al que se había visto sometido, y se sentía algo debilitado. El efecto de la droga aún no se había desvanecido por completo, lo cual empeoraba la situación. Incluso así, el golpe la mandó hasta la cocina.

Logró mantenerse de pie, bajo ningún aspecto derrotada. Se hallaba en mejores condiciones para luchar de las que él había sospechado. De hecho, parecía que había un montón de cosas acerca de ella que él desconocía. Pero, ¿cómo podía estar involucrada en esta conspiración para matarle? ¡Ni siquiera le interesaba Marte!

Se tambaleó hacia ella, sabiendo que debía dominarla e interrogarla. Nunca se le había ocurrido pensar que ella estuviera al corriente de algo sobre esta sorprendente situación; sin embargo, ahora que tenía la certeza de que así era, tenía que descubrir lo que ella sabía.

Lori cogió un cuchillo de trinchar de un gancho de la pared. Empezó a acosarle, sintiendo más confianza en sus posibilidades que él en las suyas propias. Retrocedió, dándose cuenta de pronto de que no se enfrentaba a una aficionada.

Miró a su alrededor en busca de la pistola que ella siempre tenía allí, y la descubrió en un rincón de la habitación. Avanzó hacia allá, pero ella interceptó su camino, lanzando un corte experto hacia su brazo tendido. El intentó hacerse a un lado y proseguir su camino hacia la pistola; sin embargo, ella consiguió contraatacar y hacerle un pequeño corte en el pecho. Le mantenía a raya, atacándole a cada ocasión que él se concentraba en el arma en vez de en ella, aunque no consiguió producirle ninguna herida letal. Él se estaba convirtiendo en una masa de cortes superficiales y sangre goteante.

Una vez más, amagó hacia el arma con la mano izquierda. Ella lanzó el cuchillo hacia el brazo, produciéndole otra herida…, y se vio sujeta por su puño derecho. Fue un golpe contundente el que recibió en la mandíbula.

Se tambaleó hacia atrás, atontada. Rápidamente, Quaid le cogió el arma y la apuntó hacia ella.

– ¡Habla!

Ella guardó un terco silencio. Él apoyó el cañón de la pistola contra su oído. No estaba para bromas, y se lo demostraba con toda claridad. La dura personalidad alternativa se había apoderado de él de nuevo.

– ¿Por qué mi propia esposa intenta matarme?

– Yo no soy tu esposa -repuso ella.

Él amartilló la pistola. Lori se dejó llevar por el pánico.

– ¡Te lo juro por Dios! No te había visto nunca hasta hace seis semanas. Nuestro matrimonio es, simplemente, un recuerdo implantado… ¡aggghh! -Quaid la agarró por el pelo y tiró de su cabeza hacia atrás. ¿Cómo podía ella afirmar que ocho años de matrimonio no existían? ¡Él los recordaba!

Recordaba la forma en que ella había cruzado la calle aquel primer día. Recordaba su boda, el sorprendente contraste entre el humilde traje de gala de su padre y el esmoquin de última moda de piel de rana marciana del padre de ella. Recordaba su viaje de luna de miel tan vividamente como si hubiera ocurrido ayer; el trayecto en el subtren transcon, la suite en el caro hotel donde habían sido atendidos por toda una flota de droides de servicio. Había sido la primera vez que había dormido en una cama de gelatina, la primera vez que había probado el champagne venusiano. Lo habían tomado en estilizadas copas aflautadas de cristal moldeadas a cero g en una de las estaciones espaciales. Todavía podía ver la extraña forma del cristal, sentirlo en su mano, saborear el burbujeante vino azul.

Pensó de nuevo en los primeros años que habían pasado juntos en el antiguo vecindario de él. Lori había parecido tan fuera de lugar allí como un diamante lunar en un reciclador de basura, y recordó lo feliz que se había sentido cuando él había aceptado finalmente mudarse a su nuevo apartamento. Nunca olvidaría la celebración de aquella noche… ¿Cómo podía Lori decir ahora que nada de aquello había ocurrido? Él lo recordaba.

No obstante, ella había intentado matarle, y no había sido ninguna confusión de identidades. Sabía quién era él y le quería ver muerto. Eso indicaba que había cierta verdad en lo que le decía.

– ¿Crees que soy idiota? -dijo Quaid amargamente.

La mirada y la postura de Lori indicaron que eso era exactamente lo que pensaba. Parecía haberse convertido en una fría zorra, tan diferente de la amante que había sido mujer como el propio Quaid lo era de la máquina de matar que parecía haberse apoderado de su cuerpo. Su traje de tenis estaba roto y tenía hematomas en el rostro, pero parecía más altiva que humillada.

– ¡Recuerdo nuestra boda!

– Fue implantada por la Agencia -repuso llanamente ella.

– ¿Y enamorarme de ti? -Aunque, en ese momento, se dio cuenta de que no la amaba de verdad. Recordaba amarla; pero, de alguna manera, experimentaba un sentimiento más verdadero hacia la mujer de Marte. Oh, Lori era muy buena en la cama; sin embargo, no era lo mismo. ¡Esta idea absurda empezaba a tener sentido!

– Fue implantado.

– Nuestros amigos, mi trabajo, ocho años compartidos…, ¿eso también fue implantado por la Agencia?

– El trabajo es real -contestó ella, impertérrita-. Pero la Agencia te lo consiguió.

– Tonterías. -Quaid apartó a Lori, pero siguió apuntándola con la pistola. Intentó mantenerse escéptico; no obstante, la certeza empezaba a erosionar la incredulidad. Había demasiados misterios ínfimos -y significativos- que quedaban resueltos por la situación. La aversión de ella por su sueño de Marte…, ¿por qué se suponía que debían mantenerle alejado de Marte? El esfuerzo de Harry para que no fuera a Rekall…, ¿por qué se suponía que ni siquiera tenía que recordar Marte, ya fuera algo verdadero o falso? Había un montón de cosas que todavía no comprendía; pero, por lo menos, esto le brindaba una base para que la situación tuviera algún sentido. Posiblemente se había dejado engañar por la vida que creía llevar -una esposa como Lori, un amigo como Harry-, razón por la que no pudo vislumbrar la vida que realmente pudo haber llevado. Era como si hubiera que derrumbar las viejas estructuras antes de poder erigir otras más sólidas y nuevas. Confirmando algunas de sus sospechas, Lori dijo:

– Borraron tu identidad e implantaron una nueva. Yo fui inscrita en ella como tu esposa a fin de poder vigilarte, asegurarme de que el borrado funcionaba. Lo siento, Quaid. Toda tu vida no es más que un sueño.

Él se derrumbó pesadamente contra la pared. El hecho de que la situación empezara a tener más sentido no se lo hacía más fácil. Antes, sólo había sido un sueño lo que le perturbaba; ahora, toda su vida se había convertido en un sueño.

– Si no soy Doug Quaid, ¿quién soy?

Ella se encogió de hombros.

– No tengo ni idea. Yo sólo trabajo aquí.

¿Tan insensible podía ser? Sin embargo, su actitud apoyaba lo que decía. El amor que sintiera por él había sido una falsedad; ésta era la realidad.

Quaid se levantó del suelo para sentarse en una silla. Se frotó la frente, intentando decidir cómo reaccionar. La comprensión de que el recuerdo de su vida sólo era una falsedad no le devolvía su vida real; esa parte seguía en blanco. No tenía ni idea de adonde ir ni qué hacer. Le habían quitado la base de su vida, y aún estaba cayendo. ¿Qué clase de aterrizaje tendría?

De repente, Lori se mostró mucho más amigable. Suavizó las facciones del rostro, y su cuerpo perdió parte de su indiferencia. Se convirtió de nuevo en la mujer que había conocido.

– Voy a echarte de menos, Quaid -dijo-. Fuiste el mejor encargo que jamás tuve. De veras.

– Me siento halagado -repuso él, desconfiando de sus palabras.

Le había mostrado de manera bastante convincente lo poco que él le importaba; ¿qué planeaba ahora?

La cogió por el codo y la arrastró con él a la ventana, apuntándola aún con la pistola a la cabeza. Se mantenía alerta ante cualquier movimiento falso que ella pudiera hacer; no le quitaría de un golpe la pistola del mismo modo que él había apartado el arma de Harry. Ni siquiera tenía que vigilarla directamente; podía sentir sus movimientos. ¿Dónde estaban los demás? Tenía la certeza de que se encontraban allí fuera, en alguna parte. Aunque no conseguía recordar ningún detalle en particular, conocía la naturaleza de estas cosas: los agentes no trabajaban solos. Siempre mantenían una red operativa interconectada, cada uno vigilando las espaldas del otro. Puede que los desconcertara momentáneamente al matar a cuatro agentes y al anular a Lori; sin embargo, eso no representaba ninguna victoria, únicamente el retraso en uno o dos de sus planes.

– ¿Estás seguro de que no quieres…? -preguntó ella-. ¿En recuerdo de los viejos tiempos? -Le tendió amorosamente los brazos.

Las entrañas de Quaid se retorcieron ante la ironía de aquellas palabras. Si lo que Lori le decía era verdad -y estaba empezando a creer que así era-, entonces él y todo aquel mundo eran unos desconocidos. Si no tenía un pasado, ¿cómo podía tener un presente? Quaid no era un hombre dado a profundas reflexiones: era un hombre de acción. Cuando el sueño de Marte había salido a la superficie, había ido a Rekall para hacer algo al respecto, o intentarlo al menos. Pero, ¿qué podía hacer respecto a esto? ¿Qué acción podía emprender para recuperar la vida que había perdido?

Por ahora, al menos, esto era un punto a discutir. Tenía que pensar en alguna forma de sobrevivir a los matones antes de poder empezar a buscar las piezas que faltaban en su identidad.

Quaid tensó los músculos de la mandíbula. Podía haberle engañado en una ocasión, pero no pensaba caer en la misma trampa dos veces.

Ella retiró su mano.

– Ya sabes, no somos unos extraños.

Él miró por una segunda ventana, más para centrar la mente que los ojos. Sabía que los matones no estarían a la vista. De hecho, si se encontraban ahí fuera, pronto le liquidarían con una mira telescópica. Debía actuar aprisa. Pero, ¿cómo?

– Si no confías en mí, puedes atarme -le dijo Lori, tirando de su escote para mostrar más pecho.

– No sabía que te gustaran esas cosas.

– Ahora es el momento de averiguarlo.

¿Qué tramaba? Sabía que a ella no le interesaba el sexo con él. Se volvió hacia ella…, y la descubrió mirando una de las pantallas de video.

Oh, oh.

Una de los cuadrados de la pantalla era un monitor de seguridad que mostraba la entrada del edificio. Cuatro agentes penetraban en aquellos momentos en el ascensor. El jefe evidente era un tipo enorme, sólido, con aspecto despiadado, igual que un perro de ataque al que se ha entrenado después de repetidos castigos.

Quaid miró con ojos furiosos a Lori y le clavó la pistola en la cabeza.

– Eres una chica inteligente -siseó, con los dientes apretados.

– No me dispararás, ¿verdad, Doug? -preguntó ella, manteniendo su postura amistosa y levemente desvalida-. No después de todo lo que hemos vivido juntos.

Odiaba reconocerlo, pero le estaba conmoviendo. No quería hacerle daño, aunque había intentado matarle.

– Tienes razón, Lori. Tuvimos momentos buenos.

Ella sonrió.

– Sí, Doug. Si quieres, podemos…

Casi igual que el recuerdo imaginado de la recepcionista de Rekall ofreciéndose a hacer el amor con él. No era tan estúpido. Sabía que apenas disponía de tiempo.

– ¿Quiénes son?

– ¿Quiénes?

– No me obligues a hacer algo que no deseo.

Ella dejó de fingir.

– El tipo grande es Richter. Es terriblemente mezquino. El que va con él se llama Helm, y no es mucho mejor. Mira, Doug, reconozco que intenté distraerte. Es mi trabajo. Sin embargo, puedo ayudarte a escapar de ellos si…

Él bajó la pistola y la apoyó contra su pecho. Ella le sonrió, alentándole y conteniendo la respiración. De repente, él levantó el arma y la golpeó en la cabeza, haciéndole perder el sentido.

– Ha sido agradable «conocerte» -comentó, sorprendido por su propio acto. Su otro yo se había apoderado de él de nuevo, haciendo lo que obligaba la situación. ¡Bueno, esperaba que supiera lo que hacía, ya que él no tenía ni idea!

Загрузка...