12 – Johnny

Quaid tenía el maletín, pero seguía sin tener ningún lugar donde ir. Caminó calle abajo en medio de la lluvia, que ya no notaba. Esperaba que el maletín contuviera lo que necesitaba, fuera lo que fuese. Parecía una cuerda muy fina de la que suspender su vida.

De pronto oyó un ruido que últimamente le era muy familiar: alguien había efectuado un disparo. Supuso que no era tan inusual en aquel vecindario, pero había pasado ya por demasiadas cosas como para dar nada por sentado. Buscó el origen del sonido, y vio a dos hombres correr hacia él. Estaban demasiado lejos para distinguir quiénes eran, pero no aguardó a las presentaciones. Se dio la vuelta y se metió en un TaxiJohnny que había aparcado, agachándose e intentando ocultar la cabeza.

Johnny se volvió hacia el asiento trasero y mostró una amplia sonrisa.

– Bienvenido al TaxiJohnny -saludó el maniquí-. ¿Adonde puedo llevarle esta noche?

– ¡Sólo conduce! -restalló Quaid-. ¡Rápido!

El maniquí se detuvo; luego habló de nuevo, con el mismo tono amistoso.

– ¿Podría repetir su destino, por favor?

Quaid miró por la ventanilla trasera. Los dos hombres estaban ahora lo bastante cerca como para poder distinguir sus rostros. Eran los dos matones que le habían perseguido en la estación del metro, ¡Debían de haberle seguido el rastro pese a la toalla!

– ¡Vamos a cualquier parte! -exclamó, mirando aún hacia atrás-. ¡Arranca! ¡Arranca! -Vio que Richter sacaba alguna artillería pesada y apuntaba hacia él-. ¡Mierda!

Johnny no se movió, y tampoco lo hizo el taxi.

– No conozco esa dirección -dijo.

Ahora Helm había sacado también su artillería y estaba tomando puntería. Todavía se hallaban a media manzana de distancia, pero aquellas armas tenían el aspecto de pequeños cañones para él.

– ¡A McDonald's! ¡Llévame aun McDonald's! ¡Ya! -Richter y Helm empezaron a disparar. El taxi siguió sin moverse.

– Hay catorce franquicias McDonald's en la zona metropolitana. Por favor, especifique…

Quaid ya había tenido suficiente. ¡Si no se largaba de ahí en unos segundos, estaba acabado! Agarró al maniquí, lo arrancó de sus anclajes y lo arrastró al asiento trasero, llevándose la rueda del volante con él.

Las balas destrozaron la ventanilla de atrás. Quaid anheló fugazmente los buenos viejos tiempos, cuando era obligatorio que los vehículos utilizaran vidrio o plástico a prueba de balas. Se inclinó sobre el asiento del conductor y agarró torpemente la palanca móvil sobre la que había estado montada la rueda del volante. El coche dio un salto hacia delante.

La cabeza de Johnny dijo:

– Por favor, abróchese el cinturón.

Sin la rueda del volante, Quaid apenas podía controlar el vehículo. ¿Cómo iba a arreglárselas?

Como mejor pudiera, pensó sombríamente, mientras las balas zumbaban junto a sus oídos. Aceleró, e intentó maniobrar la sensible palanca hacia la izquierda para meterse por una calle lateral. Otra ventanilla saltó destrozada y lo sobresaltó, enviando al taxi a girar sobre sí mismo. Fue arrojado hacia un lado mientras el vehículo trazaba un limpio círculo.

Richter y Helm seguían disparando. Las ventanillas estallaron alrededor de Quaid mientras intentaba recuperar el control del taxi. Tiró de la palanca en dirección opuesta…, ¡y se rompió en sus manos!

– ¡Mierda! -El taxi dejó de girar y aceleró hacia delante, dejando a Richter y Helm atrás. Por un momento Quaid pensó que se había librado de ellos. Luego miró a través del parabrisas.

Avanzaba directamente hacia una pared de cemento.

– Prepárese para colisión -anunció con voz tranquila Johnny-. Prepárese para colisión.

Quaid notó que una risa histérica luchaba por abrirse camino mientras forcejeaba por alcanzar la base de la palanca, pero se vio rápidamente reemplazada por un absoluto terror. El coche estaba completamente sin control, y la pared se acercaba a cada segundo. El choque era inevitable. Abrió la portezuela para saltar.

¡Entonces recordó el maletín! Aferrándose al marco con una mano, rebuscó en la parte de atrás y arrancó el maletín de junto al sonriente rostro de Johnny.

– Prepárese para impacto inmediato -dijo Johnny, imperturbable.

¡Quaid saltó! Esto también sabía cómo hacerlo su cuerpo; un salto que podría haber matado a un aficionado apenas le produjo unos leves golpes mientras giraba con práctica y rodaba por un terraplén, aferrándose al maletín como si de él dependiera su vida. Unos segundos más tarde, el taxi impactó contra la pared y estalló en llamas.

Quaid estaba a salvo, por el momento al menos. Pero Richter estaría pronto tras él de nuevo, cuando descubriera que no había ningún cadáver en el TaxiJohnny. Quaid tenía que perderse mejor de lo que lo había hecho hasta ahora, y mantenerse perdido.

Se incorporó y desapareció en la oscuridad.


Richter y Helm se detuvieron en seco cuando el taxi estalló. La lluvia aún seguía cayendo, pero poco podía hacer para extinguir las grandes llamaradas que brotaban del destrozado vehículo.

Lo contemplaron durante un instante, conteniendo el aliento mientras saboreaban la destrucción. Cualquier caos resultaba agradable; sin embargo, el fuego tenía una atracción especial. Helm fue a adelantarse, pero Richter lo retuvo.

– Todavía no -dijo-. Me gusta la carne bien hecha. -Encendió un cigarrillo, luego se volvió para contemplar la barbacoa.

Mientras tanto, más abajo, Quaid saltaba, sin que nadie le observara, el guardarrail, con el maletín en la mano. Se hallaba en la zona industrial de la ciudad. Se encaminó hacia el reconfortante escondite que le proporcionaban dos edificios de ladrillos. Con un poco de suerte, el accidente distraería el tiempo suficiente a los matones y perderían su rastro de forma definitiva. Siguió corriendo con más confianza. En este momento, lo que necesitaba era encontrar un lugar solitario y resguardado de la lluvia donde pudiera inspeccionar el contenido del maletín. Se llevó una mano a la cabeza y sostuvo en su lugar el flojo turbante; ¡era afortunado de no haberlo perdido durante su choque contra el muro!


Helm había ido en busca del coche y llamado por radio pidiendo ayuda. Ahora él, Richter y otros cuatro agentes contemplaban cómo los dos bomberos llenaban de espuma los humeantes restos y buscaban en su interior. Uno de los bomberos retrocedió y se dirigió a Richter.

– No hay nadie dentro -dijo, con un encogimiento de hombros.

Richter y Helm se miraron, sorprendidos.

– Quizás ardió por completo -murmuró Helm.

Entonces el otro bombero llamó desde los restos del coche.

– ¡Esperen un momento! ¡He encontrado algo!

Richter y Helm se acercaron ansiosamente mientras el bombero extraía una forma carbonizada de entre la espuma. Eran los semifundidos restos del maniquí conductor. La horrible cabeza se volvió.

– Gracias por haber tomado un TaxiJohnny -dijo alegremente-. Espero que haya disfrutado de la carrera.

¡La presa se les había escapado una vez más! Encolerizado, Richter aplastó el puño contra la cabeza de Johnny, cerrándole con fuerza la mandíbula. Hizo una mueca y retiró rápidamente la mano. ¡La maldita cosa estaba ardiendo!

Un agente se le acercó corriendo.

– Hemos conseguido una lectura en el complejo industrial -dijo-. Es débil, pero se trata de él.

– ¡En marcha! -gritó Richter.

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