25 – Reactor

– ¿Conoces el camino hacia la Pirámide desde aquí? -preguntó Quaid mientras la excavadora proseguía su carga.

– Sí -repuso ella, mirando por la ventanilla. Señaló una dirección-. Gira a la derecha allí.

Enfiló a la derecha, penetrando en un amplio túnel, y derrapó por su superficie a máxima velocidad; casi atropello a unos mineros, que corrieron para salvar las vidas.

– ¡Cuidado! -gritó ella. No deseaba lastimar a la gente corriente, sólo a Cohaagen.

– Hemos de llegar allí primero -explicó sucintamente Quaid-. Él va a destruir el reactor.

Ella se sintió dolida.

– No…

– Si Marte llega a disponer de aire, Cohaagen está acabado.

¡Aunque eso era lo menos importante!

Quaid giró el volante para esquivar a un minero caído. Prosiguió la marcha a toda velocidad a través del túnel, tras ver que el camino ya estaba despejado.

– Si Marte dispone de aire -dijo ella, comprendiéndole-, nosotros seremos libres.

– Seremos libres -repitió él-. Pero aún hay más. Los No'ui…

– ¿Qué?

– No he tenido oportunidad de contártelo…, además, no era seguro mientras Cohaagen pudiera someterte a un interrogatorio -explicó-. Yo, es decir, Hauser, hice más en aquel abismo alienígena aparte de abandonarte. Él…

– ¿Abandonarme? -preguntó ella, frunciendo el ceño.

– Hauser era un espía. Ahora lo recuerdo. Sólo te estaba siguiendo la corriente. Fingió la caída a fin de poder ser «capturado» por Cohaagen y, aparentemente, dado por muerto. Su misión para Cohaagen terminó, porque tú resultaste demasiado inteligente para él. Pero ésa no fue la única razón.

– Lo entiendo. No tienes por qué darme ninguna explicación.

– ¡Sí, debo hacerlo! Tú no lo entiendes. Hauser era el hombre de Cohaagen. Era una máquina carente de emociones, dispuesto a usar a cualquiera a fin de cumplir con las órdenes de Cohaagen. Y entonces tú llegaste a su vida. Le mostraste lo que significaba creer en algo, lo que significaba ser bueno. Empezó a admirarte y respetarte, y luego…

»Sus sentimientos hacia ti le resultaban tan extraños que no supo lo que eran. Los reprimió, luchó por controlarlos, y no fue hasta que se halló en la Mina Pirámide que se dio cuenta de que no podía traicionarte porque… te amaba. Así que vagó por ahí abajo, tratando realmente de llevar a cabo la misión que le encomendaste. Y encontró a los alienígenas.

Ella giró el rostro hacia él, sorprendida.

– ¿Él…?

– Ellos habían dejado un… mensaje. Que el artefacto fue construido por los No'ui, una especie inteligente galáctica con forma de hormiga, para cuando nosotros alcanzáramos la mayoría de edad. Para crear aire en Marte y compartir tecnología, de modo que nos convirtiéramos en una especie como la de ellos, unos comerciantes galácticos que extendieran la civilización.

– ¡Misioneros! -exclamó ella, con una exhalación.

– Correcto. Y Hauser…, bueno, quedó impresionado. Los No'ui confiaron en él para que hiciera lo adecuado, para decirle a su especie qué fin tenía el artefacto y cómo usarlo. Porque si lo empleamos bien, seremos comerciantes; pero si lo usamos de la forma equivocada, o intentamos destruirlo…

– ¡Existe un mecanismo de autodestrucción! -repuso ella, comprendiendo la situación.

– Así es. La cosa está instalada como una bomba. Haz lo correcto, y no pasa nada, de hecho es fantástico para el hombre, ya que nos conducirá a una era nueva, más grande que cualquiera que hayamos tenido en el pasado. Pero, si no haces lo que es debido, explotará. Ese ácido hidrazoico…, debe de haber cientos de miles de toneladas debajo del glaciar. Puede que sea eso lo que lo active.

– ¡Me lo imagino! -dijo ella-. ¡Si se liberara, podría exterminar a toda la colonia humana que hay aquí!

– Sí. Los No'ui no bromean. Vi a uno de sus recién nacidos. Acababa de salir del huevo, y tenía que responder a unas preguntas que yo soy incapaz de contestar, demostrando así que era uno de ellos, o lo habrían matado en el acto. Nuestras opciones son emplearlo bien o perderlo; no podemos atrevernos a emplearlo mal. Así que si Cohaagen intenta destruirlo, no sólo perderemos la atmósfera, sino nuestras vidas.

Ella se sentía anonadada.

– ¿Y eso convirtió a Hauser?

– Eso completó el trabajo que tú iniciaste -admitió Quaid-. No podía soportar ver que te torturaran, y sabía que era lo siguiente que haría Cohaagen para conseguir que le dijeras dónde se encontraba Kuato. Sin embargo, también sabía que no podía dejar que Cohaagen conociera la naturaleza completa del artefacto. Cohaagen ya debió suponer que produciría aire, por lo que intentó mantenerlo oculto para que no arruinara su monopolio. Pero, si hubiera descubierto su mayor significado, que con él podría aprender la tecnología alienígena y aumentar mil veces su poder, él…

– También se apoderaría de la Tierra -comentó ella-. Fingiría ser un gran tipo, utilizando el reactor para crear aire, al tiempo que averiguaba su potencial; pero, una vez que tuviera la información, ya no le haría falta su monopolio del aire. Sería capaz de conquistar todo lo que quisiera.

– Exacto. Hauser…, no me estoy disculpando por él, era un bastardo, aunque tú… fuiste una influencia positiva en él, y los No'ui…, fue como una especie de implante de memoria, y eso le convirtió, haciendo que deseara llevarlo a la práctica de forma positiva. Pero Cohaagen, de modo rutinario, comprobaba constantemente las mentes de sus agentes con el fin de cerciorarse de que no le infiltraban a ningún espía; así que habría descubierto a los No'ui. De modo que Hauser…

– Se presentó voluntario para una nueva misión -concluyó ella.

– Sí. Eso te salvo a ti y al artefacto. Pero ahora…

– Estoy de tu lado -dijo ella-. Haz lo que tengas que hacer, Doug. Hemos de llegar hasta allí y activar esa cosa antes de que él la destruya.

– Y luego tendremos que asegurarnos de que muera -comentó Quaid-. Para que no pueda decir que fue él quien lo activó, convirtiéndose en un héroe que siga al mando de todo. ¡Hablando, ese hombre podría quitarle las verrugas a un sapo mutante! Puede que muramos en el intento, pero…

– Kuato y los luchadores de la Resistencia entregaron sus vidas -dijo ella con voz tranquila-. Yo no puedo ser menos.

Entonces, ella se le acercó y le dio un beso en la mejilla.

– ¿Tiene una radio esta cosa? -inquirió él-. Será mejor que comprobemos cómo va la persecución.

Ella encendió inmediatamente la radio. Se trataba de una unidad estándar, capaz de recibir tanto transmisiones comerciales como privadas. Buscó en las estaciones.

– Seguro que no la están usando -dijo-. De ese modo, nadie se enterará de lo que sucede.

– Entonces les será imposible coordinar sus movimientos para cortarnos el paso -repuso él con satisfacción-. Es una carrera de caballos sin obstáculos.

Ella se detuvo en una emisora de noticias.

– …los resultados de las elecciones especiales se anunciarán a medida que se vayan conociendo -dijo el locutor-. Mientras tanto, vayamos a los acontecimientos científicos: los astrónomos informan del descubrimiento de otra «nova inexplicable». Con ésa ya son siete. Según los científicos, estas novas no deberían crearse, ya que no forman parte del tipo adecuado de estrellas. Ellos…

Algo encajó en la mente de Quaid.

– ¡Oh, Dios mío! -jadeó.

Melina volvió a observarle.

– ¿Algo va mal?

– Esas noticias…, lo de las novas…, acabo de darme cuenta… -Se cortó, incapaz de creerlo.

– ¿Qué ocurre, Doug? -le preguntó ella, alarmada.

– Esas novas… son artificiales -repuso él-. Ésa es la razón por la que no parecen comprensibles. Han sido plantadas, de la misma forma que los No'ui plantan ayuda para las especies.

– Si los alienígenas son tan poderosos como tú dices, supongo que es posible -comentó ella, con ciertas dudas-. Pero no puedo creer que…

– ¡Créelo! -exclamó él-. ¡Aún no has visto la escala enorme del reactor! Si pueden construir algo semejante, y utilizar la ciencia alienígena para crear aire de una forma que a nosotros nos resulta imposible, ¡pueden preparar una estrella para que se convierta en nova!

– Bueno, quizá sí, si tú lo dices. Pero, ¿qué tiene que ver con esto?

– ¡Ya te lo dije, no se andan con bromas! Para ellos, es todo o nada. No hay una segunda oportunidad.

– Sí, pero…

– El símbolo de la destrucción -comentó él, sintiendo que el horror crecía en su interior a medida que hablaba- era una nova.

Melina se encogió de hombros.

– ¿Por qué no? Nosotros ponemos una calavera y unas tibias cruzadas para marcar el veneno. Pero no pretendemos que se tome de forma literal. Es algo figurativo.

– Ellos desconocen lo figurativo. Se trata de una especie literal, quizá debido a la forma en que nacen genéticamente programados de antemano, como las hormigas. Para ellos, algo es o no es, o lo ignoran. No puede ser a medias, a menos que se encuentre en construcción. Así que, cuando emplean el símbolo de una nova…

Entonces el horror inundó también el rostro de ella.

– ¿Quieres decir…?

– Que cuando hablan de una nova, ¡se refieren a una nova! Si empleamos mal el reactor…

– Nuestro sol se convertirá en nova -dijo ella.

– Ha de ser sintonizado. En el momento en que el reactor empiece a desviarse, le envía la señal de destrucción al sol. El sol consume su energía y se lleva todo lo que tenga alrededor, quizá hasta la órbita de Júpiter. A escala galáctica, sólo será un pequeño resplandor; pero nuestra especie habrá desaparecido. Al igual que esas otras especies cuando no pasaron la prueba hace miles de años, aunque nosotros vemos sus novas ahora. Existen tres requisitos: uno, que consigamos el vuelo espacial limitado por cuenta propia; dos, que seamos capaces de reconocer la naturaleza del artefacto; y el tercero no está especificado…, pero ya sabemos que significa que hemos de hacerlo bien, o de lo contrario adiós.

– No hay una segunda oportunidad -admitió ella, mirando con ojos fijos hacia delante.

– ¡Aquí nos lo jugamos todo! -Sintió el rostro paralizado. Recordó el sueño que había tenido, aquél del fin de la humanidad. ¡No se trataba de ningún sueño, sino de una advertencia alienígena!

– Todo el futuro -comentó ella con voz hueca-. Dios, Doug…

– Sí.

Voló como una flecha por un pasaje, sintiéndose como atontado.


La excavadora pasó al lado de un túnel lateral. Una segunda excavadora salió de su interior y emprendió la persecución.

Melina miró hacia atrás.

– ¡Es Benny! -exclamó-. ¡Cuidado…, sabe conducirla!

Sí que sabía. Se suponía que las excavadoras poseían una velocidad uniforme; sin embargo, la de atrás les iba ganando terreno. Su taladro perforador comenzó a girar.

– ¡Cuidado! -gritó Melina.

Pero no había mucho que Quaid pudiera hacer. Observó por el retrovisor cuando la excavadora de Benny les alcanzó, y la broca penetró en la parte trasera de su propia excavadora. La gigantesca broca estaba preparada para perforar roca; ¿cómo funcionaría con el metal?

Se escuchó el horrendo chillido del metal comiendo metal. La cabina se inundó de fragmentos metálicos. Todo el vehículo vibró con violencia.

¡Ahí tenía la respuesta a su estúpida pregunta! Quaid ya marchaba a máxima velocidad; pero, de alguna manera, logró extraer más potencia del motor y se adelantó. Por poco tiempo; Benny ganó de nuevo terreno y siguió taladrando.

La punta de la broca apareció en la cabina, devorando hambrienta el metal. Se inclinaron hacia delante para evitarla, pero tenían poco espacio. El ruido era ensordecedor. ¡Esa cosa les podía convertir en salchichas!

Entonces se detuvo, a unos centímetros de sus espaldas. Melina se la quedó mirando.

– Creo que ése es su límite -dijo-. Fue pensada para la roca, y la roca se agrieta y se parte. Se ha quedado atascada en el metal.

– Atascada, ¿eh? -Quaid sonrió con gesto sombrío-. Entonces, quizá le tengamos cogido por las pelotas.

– ¿Las pelotas? -inquirió ella, observándole de reojo.

– O lo que sea. Veamos si al pajarito le gusta lo que vamos a hacer.

Quaid giró a la izquierda, luego, a la derecha, haciendo que su excavadora se bamboleara de un lado a otro en el pasaje. La excavadora de Benny, atrapada por su probóscide, fue zarandeada contra las paredes de piedra. Frenó rápidamente y se desenganchó de la de Quaid. No fue suficiente; terminó con dos ruedas apoyadas contra una pared.

– Tendré eso en cuenta si alguna vez no me gusta tu comportamiento -murmuró Melina.

Quaid mantuvo el rostro impasible. Vio a sus espaldas que la excavadora de Benny maniobraba torpemente, mientras las marchas rechinaban. Luego consiguió hacer caer las ruedas al suelo y reanudó la persecución.

Entraron en una cámara oscura. Quaid movió el faro delantero hacia un lado y vio que había suficiente espacio como para dar una vuelta. Apagó la luz y comenzó a girar en la oscuridad.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó alarmada Melina.

– Quizás en esta ocasión pueda cogerlo por el culo -repuso Quaid-. Veremos si le gusta su propia medicina.

Completó casi toda la vuelta y redujo la velocidad, manteniendo las luces apagadas. Vio los faros de Benny; luego el morro de la excavadora, que se acercaba despacio. Las luces oscilaron, explorando la oscuridad.

Quaid inyectó gasolina al motor y encendió los faros. Iluminaron el costado de la excavadora de Benny con terrible intensidad.

Con la perforadora extendida hacia delante y girando con ferocidad, Quaid se encaminó directamente a la cabina de Benny.

– Que te jodan -dijo sucintamente.

Captó los ojos y la boca de Benny que se abrían enormemente bajo el resplandor de las luces cuando éste vio que la perforadora avanzaba directa hacia él. Intentó apartar su propia excavadora de su camino, pero llegó demasiado tarde. La excavadora de Quaid atravesó la cabina, sin hallar problema alguno con el cristal y el plástico, y la devoró como si la estuvieran metiendo en un procesador de comida gigante. Benny quedó convertido en carne troceada, de una forma que hasta a los No'ui les parecería literal.

La excavadora de Benny se hallaba cerca de la pared más apartada de la cueva. La perforadora de Quaid no se pudo detener; siguió hasta que atravesó la misma pared. Toda la máquina vibró.

No quedaba nada por hacer salvo continuar. La pared rocosa empezó a desmoronarse. Quaid prosiguió su avance, con la esperanza de no quedarse atascado. Estaba de suerte; el otro extremo de la pared era hueco.

– ¡Doug! -gritó Melina, mirando hacia delante.

En ese momento Quaid se dio cuenta de que su fortuna no era buena. Delante no había nada. ¡Perforaban en el abismo del reactor alienígena!

Pisó los frenos. La excavadora osciló a través de la abertura, comenzando a caer. Sin embargo, la parte trasera destrozada de la excavadora se enganchó contra el techo del túnel, deteniéndola durante un instante.

– ¡Salta! -gritó Quaid, arrancándose el cinturón de seguridad.

Apenas dispusieron de tiempo para saltar por las portezuelas y aferrarse a unas rocas del techo cuando la enorme máquina se liberó y cayó en las profundidades.

Pero, ¿por qué no se estaban sofocando? El abismo de su recuerdo-sueño había sido un vacío casi completo; utilizaron trajes espaciales para entrar en él. ¡Jamás olvidaría la frustración que sintió cuando trató de besar a Melina a través del casco! Sin embargo, aquí había aire; la atmósfera estaba presurizada.

Entonces recordó un poco más del conocimiento que poseía como Hauser: la mayor parte del reactor se hallaba presurizada, ya que Cohaagen había estado intentando averiguar más sobre él. Cohaagen había sido precavido, lo cual era estupendo: si hubiera hecho algo sin contar con el reactor, se habría activado la nova. La presurización no lo había afectado; el reactor fue construido para soportar la presión atmosférica. Hauser y Melina habían entrado en la sección inexplorada y sin presión, aquella que Cohaagen pensaba que no importaba…, descubriendo que importaba mucho. No sólo era una unidad, sino una serie de unidades complejas interrelacionadas, siendo el reactor nuclear la punta del iceberg, de una forma casi literal.

Se sostuvieron de los salientes a ambos lados del agujero; luego se posaron en tierra y escudriñaron la vasta extensión del abismo.

– Tienes razón -susurró Melina, impresionada-. Nunca vi esto. Es diez veces mayor de lo que nunca imaginé, y…

– Y cien veces más complejo -finalizó él, también impresionado, a pesar de que ya había explorado la mayor parte en su visita anterior y en el recuerdo enterrado de aquella visita, experimentando la explicación de los No'ui-. Éste es nuestro futuro, el futuro del hombre, siempre que podamos activarlo antes de que Cohaagen lo destruya.

Siguieron contemplándolo. Un enorme armazón metálico se extendía desde la pared hacia el espacio, recordando la antigua Torre Eiffel tendida de costado. Cuatro arcos iguales sostenían una inmensa plataforma redonda en mitad del abismo.

La plataforma era un tablero metálico de estaquillas que soportaba un puñado de enormes columnas que atravesaban los agujeros. Las columnas iban desde la parte superior del abismo hasta el fondo, perdiéndose en la oscuridad. Otros arcos y plataformas sujetaban las columnas en diversos niveles, tanto arriba como abajo.

Quaid saltó al armazón.

– Vamos -le dijo a Melina, haciéndole un gesto con la mano.

Ella bajó a su lado y contempló el largo puente traicionero que tenían que atravesar y que se extendía hacia la negra oscuridad. Tal vez hubiera resistido durante milenios; sin embargo, ahora parecía inseguro.

De repente, un estrépito atronador retumbó a lo largo del abismo, sobresaltándolos a los dos.

– La excavadora -explicó Quaid, al darse cuenta del significado del ruido.

Había llegado al fondo. Les pareció que habían transcurrido varios minutos desde que la abandonaran; pero probablemente sólo habían sido varios segundos. El esplendor del reactor les distorsionó la percepción del tiempo. O eso creía.

– Llegarán pronto -le recordó Melina-. Tienes que ser tú el primero.

– ¡Vamos! -aceptó él-. ¿Cómo están tus nervios para cruzar el abismo?

– No en muy buen estado -admitió ella-. Pero, teniendo en cuenta lo que hay en juego, me las arreglaré.

– Buena chica.

Aunque no era una chica: era una mujer.

Emprendieron la marcha por el armazón a la máxima velocidad que se atrevieron, sin mirar en ningún momento hacia abajo.

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