2 – Lori

Sorprendido, Quaid se despertó. Se hallaba en la cama, en la Tierra, bastante a salvo. El dormitorio estaba bañado por la luz de la mañana.

A medida que se adaptaba al nuevo entorno y los latidos de su corazón regresaban a la normalidad, se dio cuenta de que tendría que haber descubierto que su experiencia no era real. Jamás había estado en Marte, así que, ¿cómo pudo encontrarse allí, sin siquiera cuestionárselo y sin saber cómo había llegado? Sencillamente había aparecido en la superficie desnuda, conoció a una muchacha, penetró en una cueva o una grieta en una montaña con forma de pirámide y descendió por un enorme agujero. ¿Tenía sentido eso, sobre una base racional? En el sueño lo había aceptado; pero así eran los sueños.

Su mente lo repasó todo, siguiendo la situación paso a paso hasta que la escena se quebró. ¿Toda esa luz blanca, procedente de una luna diminuta? Bueno, quizá; ¿cómo podía saberlo sin estar allí? Pero aquel cable… ¿Por qué, sencillamente, no se aferró a él y detuvo su caída? No cabía ninguna duda sobre su capacidad para hacerlo; iba sujeto a él, de modo que lo podría haber cogido de su extremo en el carrete y, una vez sujeto, aguantar. Al ser su peso sólo una fracción del de la Tierra, y con la fuerza de sus brazos, hubiera sido como coger un pavo enorme que hubiera arrojado alguien. Hubiera sido una buena sacudida, sí; sin embargo, nada imposible. Únicamente la atmósfera del sueño hizo que la caída pareciera inevitable.

No obstante, le molestaba un detalle insignificante. ¡Doug!, había llamado la mujer. Eso significaba que le conocía, aunque él no podía localizar su nombre en su memoria. Nada de señor Quaid o Douglas, sino Doug, y gritado con sentimiento. Ese mismo sentimiento despertó uno de respuesta en él, incluso ahora que ya no se hallaba en el sueño, sino de regreso a la realidad. Ella era importante para él, más que importante; ella…

Entonces, todo encajó. ¿Cómo había sido capaz de escuchar su grito…, allí, en el vacío casi total de la atmósfera de Marte? A lo largo de todo el sueño permanecieron sin hablar; pero, al final, la verosimilitud, la semblanza con la realidad, se había venido abajo. La luz resplandeciente, al final…, era esta luz, el resplandor del día de la Tierra, más intenso que el de Marte. Nada que ver con el fulgor del Cielo o del Infierno que uno halla en el momento de su muerte; sólo el resplandor normal de un día normal cuando se quedaba dormido más de la cuenta. ¡Era un alivio!

No obstante, aquella voz seguía perturbándole. Aquella mujer… Había alguien con él. Quaid parpadeó y miró. Una hermosa criatura se inclinaba sobre él. Llevaba un camisón transparente que se abría con una disposición que debía ser intencionada y que revelaba partes de su espléndida anatomía. No se trataba de la muchacha del sueño; era una magnífica amazona rubia. Su esposa, Lori. ¡Cómo pudo olvidarla!

– Estabas soñando -comentó ella con simpatía, mientras alargaba la mano para secarle el sudor de la frente.

Permaneció en silencio, distraído por la visión clara y completa de sus pechos en el interior del camisón abierto. Por supuesto, ya los había visto muchas veces antes; pero, de algún modo, nunca se cansaba de observarlos. Hablando de arquitectura impresionante…

– ¿Marte de nuevo? -inquirió ella, solícita.

Los pechos se movieron al ritmo del brazo cuando terminó de limpiarle el rostro.

Asintió, todavía perturbado por la experiencia, aunque se estaba acomodando rápidamente a la situación actual. ¿Qué tenía la mujer del sueño que Lori no poseyera? Quizás el cabello castaño; nada más. Además, Lori no llevaba puesto exactamente un traje espacial.

De repente comprendió que la voz de la mujer de Marte no había sido un error del sueño. Se encontraban embutidos en trajes espaciales, y éstos disponían de intercomunicadores o lo que fueran. ¡La había escuchado a través del sistema de su casco! Le alentó establecer esa conexión; significaba que su sueño no había sido tan descabellado como pensara.

Lori, malinterpretando su distracción, empezó a acariciarle. Su mano descendió por el cuello de él, y apretó el músculo de su hombro. A ella le gustaban sus músculos y le encantaba tocarlos; era algo que la excitaba, y él no tenía nada que objetar a ello.

– Pobrecito -murmuró, acariciándole el músculo pectoral-. Pobrecito, con esos sueños malos, esas horribles pesadillas. -Bajó la cabeza, y le besó el hueco entre el cuello y el hombro de un modo que podía haber sido de consuelo, pero que se estaba volviendo erótico-. ¿Te sientes mejor?

Sus labios empezaron a moverse por su pecho, se detuvieron en la zona de la tetilla. Alzó los ojos para mirarle. Él no quería que se detuvieran.

– Mm, mm -murmuró.

Lori prosiguió, descendiendo hasta su estómago. Sabía que ella intentaba seducirle para que su mente se apartara del sueño, y lo hacía bien. Le encantó dejar que siguiera. ¡Si tan sólo esa mujer de Marte no hubiera tenido el traje espacial! Podía imaginar que era ella…

– ¿Estaba ella allí? -preguntó, como al descuido.

Oh, oh. ¿Es que disponía de antenas para captar sus pensamientos? Se sintió culpable al pensar en la otra mujer cuando no cabía la menor duda de que todo lo que necesitaba un hombre era Lori. Sin embargo, y a su manera, el interés de Lori por la otra resultaba divertido.

Se hizo el tonto.

– ¿Quién?

– Ya lo sabes. -Lori levantó la cabeza e hizo un mohín contemplativo. Ella también se hacía la tonta, fingiendo que no podía recordar del todo o describir a la otra mujer-. La chica de las… -Ahuecó las manos en el gesto universal que indicaba tetas grandes.

Él sonrió.

– Oh, ésa -como si Lori no perteneciera a ese tipo.

Pero ella se resistió a cambiar de tema.

– Bueno, ¿estaba?

Él se rió.

– ¡Es sorprendente! ¡Te sientes celosa de un sueño!

La cuestión es que le intrigaba el asunto, quizá porque le daba cierta realidad a una figura que él sabía que existía únicamente en su imaginación.

Lori le dio un golpe en el estómago y se volvió para marcharse. Él intentó sujetarla; pero ella se debatió para salir de la cama. Siempre habían jugado a lo bruto; sin embargo, no tan bruto. Él jamás le devolvía el golpe.

– No es divertido, Doug -dijo ella, a medias fuera de la cama-. ¡Suéltame! -En ese momento, la gravedad la ayudaba a ella; si la soltaba, se caería al suelo-. Ahora estás en Marte todas las noches.

¡Cuan cierto era!

– Sin embargo, regreso cada mañana -protestó él, con poca convicción.

Se percató de que estaba llegando al límite en el que la situación iba a hacerse desagradable, ya que era verdad que sentía una secreta pasión hacia aquella mujer inexistente, y Lori lo empezaba a notar.

Consiguió traerla de vuelta a la cama. En este instante Lori ocupaba toda su atención, tal como ella había pretendido. Lucharon, y ella le rodeó con las piernas, apretándole en una presa de tijera, inofensiva pero muy interesante. Él le sujetó los brazos a los costados e intentó besarla. Ella giró la cabeza de un lado a otro para evitar sus labios.

No cabía duda de que había sobrepasado los límites del juego.

– ¡Vamos, Lori, no seas así! -protestó él, retorciéndose entre sus piernas y dándole un suave golpe en una parte oculta-. ¡eres la mujer de mis sueños!

Bruscamente, Lori dejó de debatirse. Le miró con ojos soñadores.

– ¿Lo dices de veras? -Relajó la presa.

– Por supuesto.

Y ahora era verdad. La lucha había completado lo que iniciaran sus mimos y, en ese momento, la deseaba mucho.

Y ella lo sabía. Después de todo, se hallaba en contacto con aquella zona en particular. Le rodeó con sus piernas largas y atléticas, en esta ocasión sin apretar, y tiró de él hacia ella. Se besaron.

– Eres como un toro… -jadeó ella.

Él se rió.

– ¡Bueno, ya sabes lo que hace un toro con una vaca!

– ¡Una vaca! -exclamó ella con fingida indignación-. ¿Has visto alguna vez que una vaca hiciera esto? -Se sentó erguida, montada sobre él, cabalgando sobre sus ingles, y se quitó el camisón. Poseía el cuerpo más hermoso del mundo, y lo sabía-. ¿O esto? -Inició unos saltitos, al tiempo que sus pechos seguían su propio curso mientras su entrepierna le hacía cosas especiales a la parte central de su cuerpo-. ¿O esto? -Bruscamente, dejó caer el torso sobre él y le besó apasionadamente. Las trenzas de su cabello se deslizaron por su cuello y su cara como una suave seda, produciéndole un delicioso cosquilleo.

– No -tuvo que reconocer él-. Las vacas que conozco se quedan quietas, a la espera.

Ella levantó la cabeza, con un destello de humor peligroso en sus ojos.

– ¿Y a cuántas vacas conoces?

– Sólo a una. -Notó que el cuerpo de ella se tensaba en advertencia-. Y únicamente es un sueño.

Lori se relajó. Le gustó la analogía. Había llamado vaca a la chica del sueño, no a la mujer de verdad. Reanudó la actividad. Era verdad que ella no permanecía a la espera; avanzaba más de medio camino para hacerlo. Se trataba de una actitud que a él le encantaba. Él apoyó las manos en sus glúteos y sintió cómo se tensaban alternativamente, provocándole, incitándole a que pusiera algo más que las manos en acción.

Rodaron, y la sujetó debajo de él. Ella gritó como si la estuvieran violando, deteniéndose sólo el tiempo suficiente para besarle mientras él se lanzaba a la culminación. Ella realizó un baile del vientre, aunque su abdomen no se movió; todo fue interno. Metió la lengua en la boca de él, sincronizándola al ritmo de la danza oculta. Oh, no, no era una vaca… pero, en ese momento, él sí que parecía un toro.

Aun así, la imagen de la mujer de su sueño permaneció en su mente, y Quaid deseó que pudiera ser ella la que estuviera con él en ese instante. Cerró los ojos y trató de pensar que la mujer a la que estaba abrazando era la de Marte. Se preguntó qué demonios funcionaba mal en él.

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