3 – Sueño

Concluyó llegado el momento, como sucede con todo. Lori se puso de pie y se encaminó hacia la ducha; la pulcritud resultaba vital para ella, y él le había revuelto el pelo, manchado los labios y unas cuantas cosas más, con el propósito de disfrutar de un acto espectacular. ¡Lori era la Mujer Plus! ¿Cómo un tipo corriente como él había conseguido capturar a semejante criatura?

Quaid se relajó; luego le tocó su turno, una vez Lori salió de la ducha, con el cuerpo resplandeciente. Su propio cuerpo se sentía muy bien, como ocurría siempre después de hacer el amor con ella; sin embargo, su mente seguía inquieta. ¡Aquel sueño había sido demasiado real! Pese a lo tonto que fuera, no podía quitárselo del pensamiento.

Salió de la bañera, se secó y se enfundó en sus ropas de trabajo, mientras seguía meditando en lo acontecido. No era ningún profesor con un gran coeficiente de inteligencia ni un ejecutivo importante; simplemente era un trabajador de la construcción. Resultaba muy bueno en su trabajo, pero ello no le convertía en un candidato extraordinario. Aun así, Lori se había casado con él, y su ardor seguía intacto después de todos aquellos años de estar juntos. La atracción que ejercía sobre él no tenía ningún misterio: ella atraía a todos los hombres vivos. Pero, ¿cuál era la atracción que ejercía él sobre ella? Oh, era musculoso, y a ella eso le gustaba; sin embargo, seguro que podría haber conseguido a un hombre con músculos y dinero o poder. ¿Por qué se había quedado con un tipo corriente? ¿Y por qué él, el hombre más afortunado, estaba soñando a cambio con una mujer inexistente? En su aspecto más positivo eso parecía una perversidad, y en el más negativo una locura.

No era la primera vez que se le ocurría la pregunta. Procedían de mundos tan distintos. Él era Ingeniero de Construcción, un Especialista en Preparación de Emplazamientos: una forma rimbombante de describir a los trabajadores de bajo nivel que hacían pedazos viejos artefactos para dejar sitio a los nuevos. De hecho, era perforador, igual que su padre. Eso era todo lo que siempre había deseado ser, y se sentía orgulloso de seguir los pasos de su padre. Era bueno en ello también, un verdadero artista con su máquina, que trabajaba dos veces más rápido que cualquier otro, pero eso no le hacía merecedor de un premio como Lori. Oh, tenía músculos, y a ella le gustaba eso, pero no era profesor especializado en nada ni ejecutivo de altura, era simplemente un obrero de la construcción.

¿Y Lori? Lori era la hija mimada de un ejecutivo publicitario. Todavía recordaba el día que se habían conocido, hacía ocho años. Él había estado trabajando duramente en un viejo rascacielos de acero y cristal que estaba siendo demolido para dejar sitio a un nuevo centro de negocios de plasplex. El lugar se hallaba en el distrito financiero, una zona que Quaid no veía mucho normalmente, y había disfrutado con el desfile de hombres y mujeres meticulosamente vestidos, aerocoches último modelo y droides de limpieza que mantenían resplandeciente cualquier superficie. Era un cambio interesante respecto a su destartalado vecindario de clase trabajadora.

Entonces había visto a Lori. Estaba de pie al otro lado de la calle, mirándole. Incluso a aquella distancia vio el brillo de aprobación en sus ojos mientras se clavaban en su torso cubierto de sudor. Se había acostumbrado ya a ese tipo de miradas por parte de hermosas damas con trajes caros, pero la mirada de Lori era más atrevida, y la prolongó cruzando la calle para decirle hola.

Para su eterna sorpresa, se casaron tres meses más tarde. Él insistió durante los primeros años en que vivieran de lo que él ganaba, pero gradualmente Lori le convenció de que aceptara su dinero como si fuera de él, y finalmente abandonaron sus humildes habitaciones por un espacioso y moderno apartamento en uno de los bloques de torres más de moda. Lori se sentía allí como en su casa, pero él tenía problemas para adaptarse a la transición. Había tenido que sufrir muchas bromas al respecto en su trabajo, y todavía se sentía fuera de lugar allí, un simple obrero en medio de tipos de sociedad.

Sin embargo, no tenía derecho a quejarse. El apartamento era una maravilla. Permaneció tendido en la cama y contempló la holopantalla en el techo, recordando los holovideos eróticos que él y Lori habían grabado, y cómo añadía algo extra el pasarlos mientras hacían el amor. Y él disfrutaba con el puro y sensual placer de sumergirse en la sala de inmersión al final de un largo día, dejando que elevadores y chorros de agua le dieran vueltas y expulsaran la fatiga de sus músculos mientras el vapor ascendía en torno a él, y luego relajándose mientras los chorros de aire le secaban. El lado social de su nueva vida tal vez le proporcionara problemas, pero no tardó en descubrir que realmente se estaba acostumbrando a todos aquellos lujos físicos.

Pero, por encima de todo, tenía a Lori, con su ardor siempre presente a lo largo de todos los años que habían permanecido juntos. Pensó de nuevo en su forma de hacer el amor aquella mañana, y un repentino recuerdo de su sueño se introdujo en sus pensamientos y destrozó su relajada satisfacción. Sacudió la cabeza, trastornado.

¡Aquel sueño había sido demasiado real! No podía simplemente echarlo a un lado, por estúpido que pareciera. Y era increíblemente estúpido. ¿Por qué él, el más afortunado de todos los hombres, soñaba con una mujer de fantasía cuando tenía a Lori a su lado? Aquello parecía perverso en el mejor de los casos, y loco en el peor.

Lori salió del cuarto de baño, con su cuerpo resplandeciente, y Quaid se preguntó qué habría visto aquella esbelta, elegante y rica mujer en él. Saltó de la cama con un encogimiento de hombros para su turno en el cuarto de baño. No había tiempo para inmersiones esta mañana; una ducha rápida bastaría. Terminó, se secó y se vistió con sus ropas de trabajo.

Entró en la cocina de su apartamento. Las luces ya estaban encendidas, programadas para encajar durante la semana con su horario de trabajo. Metió unas frutas en la licuadora y la dejó funcionando mientras llenaba la batidora con frutos secos, germen de trigo, cápsulas de proteínas, algunas verduras que habían sobrado del día anterior y media docena de huevos crudos. Le añadió el zumo, pulsó los controles de la batidora, y contempló cómo transformaba el contenido en un energético mejor que todos los energéticos. Sonrió irónicamente mientras observaba. Bien, pensó, si Lori me quiere por mi cuerpo, haré todo lo posible por mantenerme en forma. Se prometió a sí mismo que haría todo lo posible también por sacudirse los efectos de aquel maldito sueño.

Lori se había duchado antes que él, aunque tardaba más en vestirse. Las ropas de él eran normales: los pantalones de ayer, una camisa nueva para hoy y botas. Las de ella podían parecer sencillas; sin embargo, siempre eran una obra de arte que requería tiempo para darle el toque adecuado. Ella se preocupaba mucho más que él por la apariencia. El simple acto de cepillarse el cabello le consumía más tiempo del que él necesitaba para vestirse por completo.

En el otro extremo del cuarto estaban pasando las noticias, aunque no les prestó mucha atención. Bebió su desayuno y dejó que su mirada se perdiera al otro lado de la ventana, a los aerocoches y las corrientes del tráfico y toda la gente nerviosa que se apresuraba para llegar al trabajo. Dentro de un rato, él se encontraría mezclado entre todos ellos. Como siempre. Ciertamente, su vida sería aburrida si no fuera por Lori…, y la verdad era que, aun así, resultaba bastante monótona. Él sabía muy bien lo que era: un cero a la izquierda musculoso, con una vida mejor de la que merecía; no obstante, no sentía tanto agradecimiento por ello.

El locutor del video siguió con su perorata:

– En el frente de guerra, los satélites del Bloque Norte incineraron unos astilleros en Bombay, iniciando un fuego que barrió toda la ciudad. Se calcula que las bajas civiles superan las diez mil. El Presidente defendió el ataque, diciendo que las armas con base en el espacio eran la única defensa efectiva contra la superioridad numérica del Bloque Sur. -Se produjo una breve pausa mientras la cámara recorría el escenario de la carnicería. Quaid ni se molestó en mirar. Imaginaba a la gente más allá de su ventana como parte de esa escena, siendo atacada y muriendo, debatiéndose por incorporarse y llegar a sus trabajos pero sin conseguirlo, taponando los túneles peatonales. Los aerocoches perdían el control a medida que el gas alcanzaba a sus conductores, haciéndoles caer ardiendo en llamas a los niveles inferiores. No, en llamas no; hoy los aerocoches venían provistos de medidas de seguridad y, a diferencia de los coches terrestres, se garantizaba que no eran explosivos. De todos modos, podían causar unos buenos accidentes. Tenía un atractivo siniestro la idea de que esta ciudad resultara el objetivo de un ataque por sorpresa.

»Los astrónomos dicen que se sienten desorientados por la aparición de seis novas -prosiguió el locutor, con sonrisa indulgente. ¡Todo el mundo sabía cómo eran los científicos!-. Parece que esas estrellas no encajan en ningún patrón de ese tipo. Algunas estrellas se convierten en novas, y otras en supernovas, y los mecanismos del proceso son bien conocidos. Sin embargo, en años recientes, un análisis más exhaustivo ha revelado que seis de las novas que se captaron, simplemente, no tendrían que haberse producido…, según con los astrónomos. -Volvió a sonreír-. ¡Bueno, de vuelta a la pizarra, muchachos!

Sí, cada vez que los hechos no encajaban en una teoría, creaban una teoría nueva. Con el tiempo, darían con una que explicara los hechos. Las estrellas no se convertían en novas por capricho.

– Un incremento de la violencia en Marte la noche pasada, donde…

Quaid se irguió y se volvió hacia el video. Se trataba de una televisión de pantalla múltiple, la mejor que se podían permitir, lo cual significaba color pero no tridi. Abarcaba toda una pared de la zona de cocina-salón-comedor de su apartamento, y hacía que el diminuto piso pareciera mayor de lo que era. La pantalla se hallaba dividida en varios segmentos, que mostraban de forma simultánea diversas clases de texto y programación: el clima, la bolsa, los monitores de seguridad que controlaban la puerta de entrada y el vestíbulo de la planta baja, un programa «niñera» para cualquier pequeño que pudiera ser molesto, una esquina con programación erótica para viejos verdes, un boletín de compras para las amas de casa atareadas, y un canal para antiguas cintas de video. Quaid ignoraba los restantes sin esfuerzo alguno; no era sólo que tuvieran el sonido bloqueado, sino que poseía el reflejo ejercitado desde la infancia que le permitía a cualquier ciudadano desconectar de nueve décimas partes de la programación sin un esfuerzo especial. Cualquiera de las secciones podía ser amplificada hasta que ocupara toda la pantalla, o la parte de ella que uno eligiera; no obstante, casi nunca valía la pena molestarse en hacerlo. El ojo humano era el amplificador más versátil. Además, ocurría que a veces distintos miembros de una familia querían ver diferentes segmentos, y esto se lo permitía sin necesidad de discutir.

El video de las noticias del episodio de las minas marcianas ocupaba la sección central grande de la pantalla. El locutor realizaba su narración desde una minipantalla destinada a él.

– …una explosión rompió el domo geodésico que cubre la Mina Pirámide, paralizando la extracción de mineral de turbinio, el recurso clave para el programa de armas de haces de partículas del Bloque del Norte.

Soldados con mascarillas respiratorias trataban con rudeza a los mineros. Estaba claro que la autoridad militar se sentía casi deseosa de que alguien les alegrara el día con una resistencia simbólica. Quaid descubrió que le temblaban los dedos, como si estuviera empuñando y disparando un rifle. Era extraño, ya que no recordaba la última vez que había manipulado un arma de fuego, si es que alguna vez lo había hecho.

– El Frente de Liberación de Marte ha reivindicado la explosión -continuó el locutor-, y ha exigido la independencia total del planeta de, cito textualmente, «la tiranía del Norte». Declara que están preparados para realizar más…

De repente, la pantalla principal saltó a una ventana ambiental, una filmación de una selva supuestamente virgen que, en ese instante, ocupó todas las pantallas del video multivisión. Era un paisaje hermoso; no obstante, no era lo que deseaba ver en ese momento.

– No me extraña que tengas pesadillas -comentó Lori, poniéndose delante de la pantalla con el mando a distancia en la mano. Iba vestida con un elegante traje de calle, dispuesta a salir de compras-. Siempre estás viendo las noticias.

Quaid se sentó en la mesa mientras Lori untaba unas rodajas de pan con mantequilla para su propio desayuno.

– Lori, he estado pensando -dijo-. Hagámoslo de verdad.

– ¿De nuevo? ¡Creí que el esfuerzo de esta mañana te contendría por lo menos media hora!

– No -repuso él, impaciente con ese juego.

Ella se dio cuenta de que hablaba en serio.

– ¿Hacer qué?

– Mudarnos a Marte -anunció él, temiendo su reacción.

Lori, exasperada, aspiró una profunda bocanada de aire.

– Doug, por favor, no arruines una mañana perfectamente maravillosa.

– Sólo piénsatelo -pidió él. Si consiguiera convencerla.

– ¿Cuántas veces hemos de hablar de esto? -preguntó ella con tono impaciente-. Yo no quiero vivir en Marte. Es seco, es feo, es aburrido.

Quaid observó a un ciervo beber de un arroyuelo en la ventana ambiental.

– Han vuelto a duplicar la prima para los nuevos colonos.

– ¡Claro! ¡Ni siquiera un idiota quiere acercarse a ese lugar! ¡En cualquier momento podría desatarse una revolución! -Jugueteó con el desayuno, sin probarlo. Estaba realmente irritada.

Quaid también se sentía irritado. Le gustaría que ella tuviera en cuenta su sueño, en vez de despreciarlo. Era inigualable en la cama; pero, en este tema, era inútil. Dominó su furia, cogió el mando a distancia que ella había depositado sobre la mesa, y volvió a activar las noticias.

Tenía suerte; el tema de Marte aún seguía en pantalla.

– Con una mina ya cerrada -continuó el locutor-, el administrador de Marte, Vilos Cohaagen, dijo que serían empleadas las tropas si era necesario para mantener la producción a plena capacidad. -La escena cambió para mostrar una conferencia de prensa en pleno desarrollo. Quaid reconoció los rasgos del administrador de la Colonia de Marte. Cohaagen era robusto, casi tanto como el mismo Quaid, pero tenía que serlo para desempeñar ese trabajo, pensó Quaid. Nombrado por el Bloque Norte para supervisar las operaciones mineras en Marte, el administrador de la Colonia era como un gobernador militar del pasado imperialista. Detentaba un poder casi absoluto, y su habilidad para mandar se hizo evidente mientras controlaba las preguntas de los periodistas.

– ¡Señor Cohaagen! -indicó un periodista-. ¿Piensa negociar con su líder, el señor Kuato? Parece que cada vez tiene más seguidores entre los…

– ¡Tonterías! -repuso Cohaagen, interrumpiéndole-. ¿Alguien ha visto alguna vez a este Kuato? ¿Puede alguien mostrarme una fotografía? ¿Eh? -Esperó; sin embargo, por una vez, los periodistas permanecieron en silencio-. ¡No creo que haya ningún señor Kuato! -Su rostro se endureció-. Permítanme dejar esto claro, caballeros: Marte fue colonizado por el Bloque Norte con un enorme coste. Todo el esfuerzo de guerra depende de nuestras minas de turbinio. No tenemos intención de abandonarlas simplemente porque un puñado de mutantes perezosos creen que ellos son los propietarios del planeta.

De repente, las ventanas saltaron otra vez al entorno ambiental. Lori se había apoderado nuevamente del mando y lo había cambiado.

– Tiene razón en eso -dijo-. Salvo que los lunáticos están locos por la Luna, no por Marte. ¡Todo lo concerniente a Marte es una locura!

Enojado, Quaid intentó recuperar el mando; pero ella saltó detrás de la mesa y se echó a reír.

– ¡Lori, vamos! -restalló él-. Esto es importante.

Ella se detuvo y frunció los labios.

– ¡Un beso!

Normalmente a él le gustaban sus juegos que, de forma habitual, involucraban un contacto íntimo con su voluptuoso cuerpo; además, no deseaba pelearse con ella. Aceptó sus condiciones, se puso de pie, se acercó a ella y la rodeó con los brazos.

Ella se acurrucó en ellos.

– Cariño… -Se detuvo a medio camino de un beso-. Sé que es difícil estar en una ciudad nueva. Pero démosle una oportunidad. -Otra pausa-. ¿De acuerdo?

Quaid se obligó a sonreír. Su último aumento de sueldo les había permitido trasladarse veinte pisos más arriba en la torre, lo cual significaba ascender también en la escala social. A Lori le encantaba aquello, pero Quaid tenía que admitir que, con su trasfondo de clase trabajadora, tenía algunos problemas en adaptarse a la «nueva ciudad». Por el momento, sin embargo, se sentía irritado con Lori por distraerle de nuevo. En realidad estaba interesado en las noticias de Marte.

Finalmente, ella le besó. Estaba de espaldas a la pared del video.

Las manos de él encontraron las de ella, que sostenían el mando a distancia. Mientras seguía besándola, cambió de nuevo a las noticias y las observó por encima de su hombro.

Cohaagen estaba hablando.

– Como quizás hayan notado, aquí en Marte no hemos tenido la bendición de una atmósfera. Por lo menos, ninguna que valga la pena mencionar. Hemos de producir nuestro aire. Y alguien ha de pagarlo.

Lori se desprendió por fin del beso, que se había alargado más allá de sus intenciones.

– Vas a llegar tarde.

Quizá temiera que él llegara a excitarse para otro intercambio sexual, después del cuidado que había tomado en arreglarse. Su preocupación no estaba del todo errada.

Quaid la soltó lentamente, como si abandonara a regañadientes la idea de la intimidad. Su objetivo real era escuchar lo que faltara del telediario.

– Correcto -decía un periodista-; sin embargo, los precios que ustedes establecen resultan extravagantes. Una vez que un minero ha deducido el coste de su aire, no le queda nada…

– Éste es un planeta libre -afirmó con energía Cohaagen-. ¡Si no quiere mi aire, que no lo respire!

– Señor Cohaagen -dijo otro periodista-. ¿Algún comentario, señor, sobre el rumor de que cerró usted la Mina Pirámide porque halló dentro de ella artefactos alienígenas?

Cohaagen hizo girar los ojos, exasperado.

– Bob -dijo-, me gustaría que pudiéramos hallar algunos hermosos artefactos alienígenas. Nuestra industria turística podría utilizarlos para promocionarse. -Los periodistas rieron a coro-. Pero el hecho es que se trata únicamente de otro elemento de propaganda terrorista, difundido para minar la confianza en el gobierno legalmente nombrado de Marte.

Las noticias cambiaron de nuevo a la Tierra.

Lori había estado empujándole con suavidad y firmeza hacia la puerta. Él se dejó llevar y permitió que ella le guiara, como un remolcador a un carguero, hacia la salida del apartamento. Lo llevó hasta el umbral de la puerta y lo echó.

– Que tengas un buen día -le deseó, con una tierna sonrisa.

Quaid sonrió, le dio otro beso fugaz y se marchó. Oyó que, desde las pantallas múltiples, ahora que ella ya no trataba de cambiarlas, hacían una descripción del clima, del gráfico económico y de la seguridad local. Bueno, por lo menos, no había vuelto a poner la ventana ambiental.

Entonces, mientras atravesaba la puerta, tuvo una visión. Se trataba de una fotografía mental del cielo que se volvía de un espantoso color rojo, al tiempo que los edificios estallaban en llamas. ¡Toda la Tierra estaba siendo destruida por una nova! El Sol había despedido su energía, calentando los planetas interiores, causando unas tormentas solares que lo incineraban todo. Con horror, supo que iba a morir…, junto con el resto de la especie.

Quaid parpadeó. El mundo había vuelto de nuevo a la normalidad. Fue un arrebato de su imaginación, incitado, probablemente, por las noticias acerca de las misteriosas novas. No podía suceder aquí, por supuesto; el sol no pertenecía a ese tipo de estrellas.

¿De verdad? Los astrónomos reconocían que había estrellas que se estaban convirtiendo en novas sin motivo aparente. ¡Estaba claro que los astrónomos no conocían tan bien las estrellas como ellos pensaban! ¿Hasta dónde conocían al sol?

No, era demasiado fantástico. Descartó la idea y se dirigió a los ascensores.

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