22 – Traición

En ese momento, como Quaid, comprendía bastantes cosas, aunque no las suficientes. Estaba al tanto de que existía peligro, un peligro inmenso; pero no conocía muy bien su naturaleza. ¿Le habían capturado los hombres de Cohaagen en aquel complejo alienígena? Si era así, ¿qué les había contado? Su mente estuvo abierta para los No'ui, pero no para su propia vida, que había sido borrada por el implante de memoria que cancelara su identidad pasada y le convirtiera en Douglas Quaid.

De algún modo, sabía que nunca le habría revelado a Cohaagen la verdadera naturaleza de la construcción alienígena. Cohaagen era la persona equivocada; él, más que usarla, abusaría de ella. Quizá Cohaagen le sometió el implante de memoria en un esfuerzo para que le contara lo que sabía. En cualquier caso, el conocimiento alienígena debió de resistir el interrogatorio de Cohaagen. Pero, ¿quién era la persona indicada a quien se le podía exponer?

En ese momento vio una extensión de hielo en el fondo del complejo; debió de trasladarse a otra zona. El hielo estaba perforado por cientos de estanques redondos, como si fuera el tablero de un juego de estaquillas. Alzó la vista y notó que había una columna suspendida directamente encima de un agujero, igual que una clavija.

Una clavija. Una que pudiera bajarse al agujero, donde comenzaría una reacción que activaría el sistema, causando una compleja cadena de acontecimientos que, a su debido tiempo, harían que…

Kuato no había sido capaz de comprender mucho del mensaje de los No'ui; sólo había sido dirigido a Quaid. Evidentemente, los No'ui también sabían cómo protegerse de los telépatas, ¡incluso en un recuerdo de un mensaje recibido cincuenta mil años después de haber sido grabado! De modo que, seguro, fueron capaces de ocultárselo a Cohaagen. Sin embargo, Kuato, en ese momento, lo percibió.

– ¡Un reactor nuclear! -exclamó-. ¡Para producir una atmósfera!

¡Eso no era ni la mitad del asunto!

– ¡Piense, Quaid! ¿Cómo funciona?

Quaid regresó al recuerdo. Recorrió veloz el espacio, sin necesidad de ningún impulso externo, ya que se encontraba explorando un diseño que estaba almacenado en su cabeza y que podía ser recorrido por el simple pensamiento. Era el implante eidético de los No'ui; la presencia alienígena en su mente. Pasó al lado de unos andamiajes temporales a los lados del abismo. Se aproximó a un reborde en la misma cima del abismo. Había una pasarela que conducía a lo que él sabía que era una sala de control. Flotó a su interior.

Había consolas electrónicas rodeadas por unos sistemas mecánicos enormemente complejos…, con la parte superior de las columnas corroídas. Pero la corrosión no era nada; los No'ui lo habrían evitado si de verdad importara. Los elementos clave de la maquinaria se hallaban protegidos. Pasó cerca de una pared suavemente rugosa.

Sabía cómo activar este aparato. La pregunta era si Kuato encarnaba a la persona adecuada a quien decírselo. Había algo que le hacía dudar, y no porque Kuato fuera una mala persona -no era el caso-, sino por la maldad de la situación misma. Algo no encajaba y, hasta que no supiera qué era exactamente, lo postergaría.

– ¡Allí! -gritó Kuato-. Regrese… más… allí.

Un mandala abstracto, una configuración concéntrica de formas geométricas que podían representar al cosmos, había sido esculpido en la roca. Se hallaba cubierto por extraños jeroglíficos que no procedían de Sumeria o de Egipto o de ninguna otra cultura terrestre. Se trataba de una representación No'ui, y ahora Quaid la comprendía, aunque no tenía ningún interés en interpretarla para nadie. La maldad seguía presente…, no en Kuato, pero…

– Más cerca -indicó Kuato con ansiedad.

Estaba claro que podía ver el mandala y las figuras; sin embargo, desconocía su significado.

En el centro del mandala había una imagen de sorprendente familiaridad: una mano humana.

Kuato vio la mano, aunque no comprendió su significado.

– ¿Cómo se activa el reactor? -preguntó-. ¡Concéntrese!

Quaid se centró en la mano, deslizándose hacia ella como si se viera arrastrado a su interior. Oh, sí, sabía…

De pronto, la mano empezó a vibrar. Un retumbar bajo llenó la estancia. Los ojos de Quaid se abrieron de golpe y el retumbar continuó. ¡No formaba parte de su visión!

Arena y gravilla llovieron del techo. Grietas finas como cabellos se abrieron en las paredes y luego se expandieron a amplias fisuras. Una excavadora minera perforó la pared de la cámara y penetró en la estancia. Quaid saltó de su silla y George le siguió los pasos, abotonándose la camisa mientras corría hacia la puerta. Un rebelde la abrió desde el otro lado, y penetraron en el caos de la cámara exterior.

Otra excavadora había perforado su camino hasta las catacumbas, abriéndose paso a través de los cuerpos momificados. Cincuenta soldados se ocuparon de los rebeldes de allí, superados tanto en cantidad como en armas. La otra excavadora surgió por la otra pared alineada de nichos, indiferente al sacrilegio. Más soldados siguieron la estela del monstruo metálico hacia el interior de la cámara. Algunos rebeldes intentaron luchar, pero habían sido cogidos desprevenidos. Para las fuerzas de Cohaagen, ésta no era más que una operación de limpieza.

– ¿Dónde está Kuato? -dijo el rebelde junto a la puerta. Una explosión resonó a través de la estancia, arrojándolos a todos al suelo. Quaid ayudó a George a ponerse en pie y se inclinó para tenderle una mano al luchador rebelde, pero el hombre estaba muerto.

Melina y Benny hallaron su camino hasta el lado de Quaid. La ensangrentada camisa de George había resultado desgarrada en su caída, y todos contemplaron con sorpresa la arrugada cabeza de Kuato. Pero no había tiempo para explicaciones.

– ¡Por aquí! -exclamó George. Les condujo a través de una puerta oculta hasta un pasadizo. Los soldados intentaron bloquear su paso, pero Melina los barrió con una ráfaga. Benny y Quaid cogieron las armas de los soldados caídos y corrieron a través de una serie de cámaras hasta alcanzar una compuerta. Quaid protegió la retaguardia mientras George, Melina y Benny se metían por la puerta. Mientras cerraba la puerta y giraba la palanca a su lugar, oyó más disparos…, ¡desde dentro de la compuerta!

Quaid se volvió justo a tiempo para ver a Benny acribillar a balazos el cuerpo de George. Había habido un traidor entre ellos. El mismo Kuato lo habría descubierto si hubiera penetrado en la mente de Benny. Sin embargo, estaba vigilando a Quaid, y de esa forma había pasado por alto lo obvio. Benny había usado a Quaid como un escudo para llegar hasta Kuato.

Antes de que Quaid pudiera reaccionar, Benny agarró a Melina y apuntó su arma contra su cabeza.

– ¡Quietos! -gritó. Quaid se inmovilizó, y Benny rió quedamente-. Felicidades, amigos. Nos habéis llevado directamente hasta él.

Quaid ignoró la ironía y se arrodilló para examinar la forma inerte de George, intentando hallar un último destello de vida. Si Kuato podía golpear la mente de Benny, atontarlo lo suficiente para que Quaid…

– Olvídalo, hermano -dijo Benny-. Sus días de clarividente han terminado.

La cabeza de Kuato era un peso muerto. La cabeza de George pendía fláccida. El cuerpo parecía muerto.

Melina miró con ojos coléricos a Benny, tan sorprendida como iracunda.

– ¡Benny, eres un mutante!

Los labios del hombre emitieron una mueca burlona. Le mostró un brillante transmisor oculto en el interior de su mano ortopédica.

– Da sus frutos mantenerse en contacto. Vuestras tropas nunca me cachearon. ¡Demonios, Kuato nunca me sondeó! Puede que tuviera poderes extraños; pero no era inteligente, y esta organización tampoco. ¡Apuesta lo que quieras a que nadie se habría introducido en la guarida de Cohaagen con tanta facilidad!

Quaid tuvo que estar de acuerdo. Él mismo se había percatado desde un principio de la lasitud de los rebeldes. Dependían demasiado de los poderes mutantes de Kuato, y dejaban que ocurriera lo estúpido y obvio. No eran profesionales.

Pero Benny sí lo era. Sus ojos brillaron cruelmente cuando añadió:

– Lo siento, Mel, tengo cinco niños que alimentar.

¿Cinco?

– ¿Qué sucedió con el sexto? -inquirió Quaid.

Benny sonrió.

– Mierda, hombre. Ni siquiera estoy casado. -De repente, se mostró autoritario-. ¡Y ahora poned vuestras jodidas manos sobre vuestras cabezas!

¡De la majestuosidad alienígena a la ignominia humana con tanta rapidez! Parecía que tenían razón los No'ui al dudar de la posibilidad de triunfo de la humanidad. Con el control en manos de Cohaagen y sus lacayos asesinos, el regalo de los alienígenas no valía la pena.

Mientras Quaid cumplía la orden de Benny, éste arrastró a Melina consigo en tanto se inclinaba y con el pie abría la palanca de la puerta de la esclusa. Quaid permaneció alerta a la espera de algún error por parte de Benny, pero el hombre estaba alerta también. Sólo sacrificando a Melina conseguiría atraparlo…, y Benny sabía que no iba a hacerlo. Benny había estado a su lado cuando Quaid reconoció su amor hacia ella.

Entonces Quaid escuchó un jadeo apagado procedente de la cabeza de Kuato. Se inclinó sobre él para escuchar un susurro apenas perceptible.

– Quaid…

– ¡Atrás, Quaid! -restalló Benny.

Kuato hizo un esfuerzo para hablar de nuevo.

– Active el reactor… Libere Marte.

Quaid saltó hacia atrás cuando una ráfaga de disparos destrozó la cabeza. Oyó una ahogada exclamación de Melina. Alzó la vista…, y allí estaba Richter, de pie ante él, sujetando un rifle automático.

– Haz un movimiento -dijo Richter-. Por favor.

Los ojos de Quaid se clavaron llenos de odio en los del hombre. No obstante, estaba desvalido. La traición de Benny había barrido toda esperanza de la Resistencia y de Quaid.

Quaid y Melina fueron esposados brutalmente y metidos en la excavadora para ser sacados de ahí.

– Lo siento -le dijo a ella por encima del rugido del motor-. Si no hubiera sido por mí, Benny jamás habría llegado hasta Kuato. Yo te traje -exclamó ella-. Pensé…, temí…

– Que yo fuera un traidor -terminó él por ella-. Lo sé. No recuerdo mucho de lo que éramos el uno para el otro antes, pero creo que, para mí, se suponía que sólo se trataba de una cuestión de negocios. Cuando caí en el abismo, me di cuenta de que te amaba. Ésa es la razón por la que ese recuerdo no dejaba de volver a mi mente. Fue lo último que vi de ti. Creo que Cohaagen no sabía nada del asunto, o creyó que el implante del recuerdo lo borraría. Y borró todos los recuerdos; pero no el amor.

– Yo no podía olvidarte -indicó ella-. No sabía si debía confiar en ti; pero, de algún modo…

– Creo que estábamos destinados el uno para el otro, pese a lo raro que suene eso. Pero, ¿sabes?, ahí abajo descubrí más cosas, antes de que ellos…, supongo que me capturaron. No lo recuerdo; sin embargo, recuerdo el mensaje alienígena.

– ¿El qué?

– A los No'ui. Una especie comerciante alienígena. Prepararon esto para nosotros, para cuando llegáramos a la mayoría de edad. Si es que nos cualificábamos. Y me parece que no damos la talla. Pero… -Se detuvo, recordando algo más-. ¿Sabes algo sobre el ácido hidrazoico?

Ella se concentró, mientras la excavadora avanzaba dando tumbos.

– Es un líquido incoloro, venenoso y altamente explosivo. Una vez llegué a olerlo. ¡Es asqueroso!

– ¿Cómo sería a escala planetaria? Quiero decir, miles de toneladas de ese líquido.

– ¡Supongo que como el infierno! ¿Por qué?

– Los alienígenas…, iban a emplearlo para producir aire. Quiero decir, con agua. Pensaban derretir el hielo y combinarlo…, no lo sé, no soy químico. ¿Tiene algún sentido?

– Yo tampoco soy química, ¡aunque creo que sólo tendría sentido para un alienígena!

– Pero, con una tecnología alienígena avanzada, ¿sería posible? Me refiero, ¿podría descomponerse el ácido hidrazoico y el agua y volver a combinarlos en el aire, empleando lo sobrante para que un reactor nuclear le diera energía a todo?

Ella sacudió la cabeza.

– ¡Tendría que preguntárselo a alguien que supiera más que yo del asunto! Sin embargo, a mí me suena como algo descabellado.

Él suspiró. Quizá fuera descabellado. Pero era algo que también tenía en la mente. Esperaba que los alienígenas supieran lo que hacían.

La perforadora continuaba su avance, llevándolos hasta Cohaagen. Quaid no creía que disfrutara del encuentro.

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