6

– ¿Aparece una víctima de asesinato en la única playa pública de la isla y el jefe de policía llama al editor del periódico local? -se sorprendió Stephanie-. Vaya, eso sí que no tiene nada que ver con Se ha escrito un crimen.

– La vida en la costa de Maine casi nunca se parece a Se ha escrito un crimen -observó Dave con suma sequedad-, y por entonces éramos como ahora, Steffi, sobre todo cuando se van los veraneantes y solo quedamos nosotros, todos en el mismo barco. Eso no convierte nuestra existencia en algo romántico, sino más bien…, no sé, una especie de política de transparencia. Si todo el mundo sabe lo que hay que saber, eso frena muchos chismes. En cuanto a lo del asesinato…, bueno, Steffi, me parece que te has pasado un poco.

– No la machaques -advirtió Vince-. Nosotros mismos le hemos metido esa idea en la cabeza al hablar del envenenamiento de Tashmore. Steffi, Chris Robinson trajo al mundo a dos de mis hijos. Mi segunda esposa, Arlette, con la que me casé seis años después de la muerte de Joanne, tenía mucha amistad con la familia Robinson e incluso llegó a salir con el hermano de Chris, Henry, cuando iban a la escuela. Lo que ha dicho Dave es cierto, pero también lo es que la nuestra no era una mera relación profesional.

Dejó su refresco, que denominaba «droga», sobre la barandilla y abrió ambas manos a los lados del rostro en un ademán que a Stephanie le pareció encantador y desarmante a un tiempo. No ocultaré nada, decía aquel gesto.

– Aquí hacemos piña; siempre ha sido así y creo que nunca cambiará, porque nunca llegaremos a ser muchos más de los que somos ahora.

– Gracias a Dios -masculló Dave-. Nos ahorraremos los putos Wal-Mart… Perdona, Steffi.

Stephanie sonrió y aseguró que no pasaba nada.

– La cuestión es que quiero que olvides la idea del asesinato, ¿de acuerdo, Steffi?

– Sí -asintió ella.

– Estoy casi seguro de que al final no podrás ni desterrarla ni abrazarla del todo. Eso es lo que pasa con muchos de los elementos que rodean a Colorado Kid y la razón por la que no sirve para el Globe de Boston, por no hablar de Yankee, Downeast y Coast. De hecho, ni siquiera servía para el The Weekly Islander en realidad. Publicamos la noticia, claro está, porque somos un periódico y nuestro trabajo consiste en publicar noticias. A fin de cuentas, tengo que hablar de Ellen Dunwoodie y la boca de incendios, así como del pequeño de los Lester, que tiene que ir a Boston para un trasplante de riñón, si es que llega, y por supuesto tú tienes que escribir sobre el Baile y Acarreo de Heno Anual en Granjas Gernerd.

– Sin olvidar el picnic -agregó Stephanie en un murmullo-. Habrá bufet libre, y a la gente le interesará saberlo.

Los dos hombres estallaron en carcajadas; Dave incluso se palmeó el pecho para indicar que Stephanie «había soltado una buena», como solía decirse en la isla.

– ¡Muy cierto, querida! -exclamó Vince, aún sonriente-. Pero a veces sucede algo, como que dos muchachos salen a correr una mañana y encuentran un cadáver en la playa más bonita del lugar, y entonces te dices: «Esto encierra una historia». No solo material para publicar el qué, el porqué, el cuándo, el dónde y el cómo, sino una auténtica historia…, pero luego descubres que no es así, que tan solo se trata de un montón de cabos sueltos en torno a un misterio en verdad inexplicable. Y eso es lo que no quiere la gente, querida. Demasiadas olas; se marean.

– Amén -corroboró Dave-. ¿Por qué no cuentas tú el resto antes de que se ponga el sol?

Y Vince Teague empezó a hablar.

Загрузка...