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Vince Teague se dio cuenta de lo que a Stephanie se le antojó un barril de café semidescafeinado antes de proseguir.

– Lo único que intento decir es que esperaba a una belleza pálida de cabellera oscura -confesó con una sonrisa algo melancólica-, pero en su lugar me encontré con una pelirroja rolliza y llena de pecas. En ningún momento dudé de que su dolor y su angustia fueran genuinos, pero tengo la impresión de que era de las que se ponen a comer en lugar de ayunar cuando las cosas van mal. Sus parientes habían ido a Colorado desde Omaha o Des Moines o algún sitio parecido para ocuparse del bebé, y nunca olvidaré lo perdida y sola que parecía en el aeropuerto sujetando su maletita no junto a su cuerpo, sino contra su voluminoso pecho. No era para nada lo que había esperado, una especie de Leonora perdida…

Stephanie dio un respingo y se dijo que quizá ahora la telepatía funcionaba a tres bandas.

– Sin embargo, supe enseguida quién era. La saludé con la mano y ella se acercó. «¿Señor Teague?», preguntó. Cuando le dije que sí, que ese era yo, dejó la maleta en el suelo y me abrazó. «Gracias por venir a buscarme. Gracias por todo. Aún no puedo creer que sea él, pero cuando miro la fotografía, sé que lo es.» El trayecto en coche hasta aquí es largo, tú lo sabes mejor que nadie, Steff, así que tuvimos mucho tiempo para hablar. Lo primero que me preguntó fue si sabía qué estaba haciendo Jim en la costa de Maine. Le dije que no. Luego me preguntó si se había registrado en algún motel local el miércoles por la noche… -Se interrumpió para mirar a Dave-. ¿Voy bien? ¿Era el miércoles por la noche?

– Sin duda te preguntó por el miércoles, porque Johnny y Nancy lo encontraron el jueves 24 de abril de 1980 -repuso Dave.

– Es increíble que se acuerde -se maravilló Stephanie.

– Ese tipo de cosas se me quedan grabadas en la memoria -explicó Dave con un encogimiento de hombros-, pero al mismo tiempo me olvido de que tengo que comprar el pan, lo cual me obliga a salir de nuevo en plena lluvia para ir a la panadería.

Stephanie se volvió de nuevo hacia Vince.

– Está claro que no se registró en ningún motel la noche antes de que lo encontraran muerto, porque de lo contrario no habrían pasado tanto tiempo llamándolo «sujeto no identificado». Quizá lo habrían conocido por algún otro alias, pero nadie se registra en un motel con esa calificación.

Vince empezó a asentir mucho antes de que Stephanie acabara la frase.

– Dave y yo nos pasamos las tres o cuatro semanas después de que encontraran a Colorado Kid, en nuestras horas libres, por supuesto, peinando todos los moteles en círculos concéntricos crecientes, con la isla de Moose-Lookit en el epicentro. Habría sido casi imposible hacerlo en temporada alta, cuando hay cuatrocientos moteles, hoteles, cabañas, casas rurales y demás alojamientos en encarnizada competencia a medio día en coche del transbordador de Tinnock, pero en abril no era más que una ocupación a tiempo parcial, porque el setenta por ciento de los alojamientos cierran desde Acción de Gracias hasta la festividad de Memorial Day. Mostramos aquella fotografía por todas partes, Steffi.

– ¿Y no hubo suerte?

– Ni una pizca -declaró Dave.

Stephanie se volvió hacia Vince.

– ¿Qué dijo la mujer cuando se lo comentó?

– Nada. Estaba destrozada… Lloró un poco -recordó tras una pausa.

– Cómo no iba a llorar la pobrecita -terció Dave.

– ¿Y usted qué hizo? -inquirió Stephanie sin apartar la mirada de Vince.

– Pues mi trabajo -repuso él sin vacilar.

– Porque siempre necesita saber -dijo ella.

Vince enarcó las pobladas y enmarañadas cejas.

– ¿Tú crees?

– Sí -asintió ella-, lo creo.

Y se volvió hacia Dave en busca de confirmación.

– Creo que te tiene clichado, colega -comentó Dave.

– La cuestión es…, ¿también es ese tu trabajo, Steffi? -preguntó Vince con una sonrisa algo torva-. Porque yo creo que sí.

– Por supuesto -contestó ella, casi con despreocupación.

Hacía semanas que lo sabía, aunque si alguien se lo hubiera preguntado antes de entrar en el Islander, se habría echado a reír ante la idea de tomar decisiones definitivas acerca de su vida profesional desde un destino tan remoto. La Stephanie McCann que había estado a punto de decantarse por New Jersey en lugar de la isla Moose-Lookit, frente a la costa de Maine, se le antojaba ahora una persona distinta, una auténtica forastera.

– ¿Qué le dijo ella? ¿Qué sabía?

– Lo justo para convertir una historia extraña en otra aún más extraña -repuso Vince.

– Cuénteme.

– De acuerdo, pero te lo advierto, aquí es donde termina la línea argumental recta.

– Cuénteme de todos modos -insistió Stephanie sin titubear.

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