Stephanie pidió a Dave que deletreara el nombre de pila de la señora Cogan, porque el denso acento del gerente apenas si le permitía distinguir las vocales.
– La mujer no tenía las huellas de su marido -continuó Dave tras hacer lo que le pedía la joven-, cómo iba a tenerlas, pobrecita, pero sí me proporcionó el nombre de su dentista, y…
– Un momento, un momento -atajó Stephanie, levantando las manos como un policía de tráfico-. ¿A qué se dedicaba en vida el tal Cogan?
– Trabajaba de ilustrador en una agencia publicitaria de Denver -explicó Vince-. Desde entonces he visto algunos de sus trabajos, y la verdad es que son bastante buenos. Nunca se habría hecho famoso a escala nacional, pero si querías una imagen para un folleto que mostrara a una mujer sosteniendo en la mano un rollo de papel higiénico como si acabara de pescar una trucha descomunal, Cogan era tu hombre. Viajaba a Denver dos veces por semana, los martes y los miércoles, para asistir a reuniones y presentaciones de producto. El resto del tiempo trabajaba en casa.
Stephanie clavó la mirada en Dave.
– El dentista habló con Cathart, el forense, ¿correcto?
– Estás dando en todos los clavos, Steffi. Cathart no tenía ninguna radiografía de la dentadura de Colorado Kid, porque carecía del equipo necesario y no había visto motivo para enviar el cadáver al hospital del condado, donde podrían haberle sacado placas, pero sí había tomado nota de todos los empastes y de dos coronas. Todo coincidía. A continuación envió copias de las huellas dactilares del muerto a la policía de Nederland, que a su vez envió a un experto a casa de los Cogan para que buscara huellas en su despacho. La señora Cogan, Arla, le aseguró que no encontraría nada, que lo había limpiado todo de arriba abajo cuando por fin se convenció de que su Jim no volvería a casa, de que la había dejado, algo a lo que apenas podía dar crédito, o bien de que le había sucedido algo terrible, lo cual empezaba a creer. El experto respondió que si Cogan había pasado «una cantidad significativa de tiempo» en aquella estancia que había utilizado como despacho, sin duda aún habría huellas. -Dave se detuvo, suspiró y se mesó el escaso cabello que le quedaba-. En efecto, había, y entonces supimos a ciencia cierta quién era nuestro sujeto no identificado, también conocido como Colorado Kid. James Cogan, de cuarenta y dos años, procedente de Nederland, Colorado, casado con Arla Cogan, padre de Michael Cogan, que contaba seis meses en el momento de la desaparición de su padre y casi dos cuando por fin fue identificado.
En aquel instante, Vince se levantó y se desperezó con el puño oprimido contra las lumbares.
– ¿Qué tal si entramos? Empieza a hacer un poco de frío, y todavía quedan algunas cosas que contar.