En tanto los detalles de su nueva órbita se definían más y más claramente, más costaba pensar de qué modo podría escapar Rama del desastre final. Sólo un puñado de cometas habían pasado alguna vez tan cerca del Sol; en su perihelio estaría a menos de medio millón de kilómetros sobre ese infierno de hidrógeno en fusión.
Ningún material sólido podría resistir la temperatura de semejante aproximación. La resistente aleación que formaba la corteza de Rama comenzaría a derretirse a una distancia diez veces mayor.
Para alivio de todos el Endeavour había pasado ya su propio perihelio, y estaba incrementando lentamente su distancia del Sol. Rama, con su órbita más cerrada y más rápida, estaba mucho más adelante, y parecía encontrarse ya bien adentro de las orlas más exteriores de la corona. La nave espacial tendría una grandiosa visión del último acto del drama.
Para entonces, a cinco millones de kilómetros del Sol y acelerando todavía, Rama empezó a desplegar su capullo. Hasta entonces habla sido apenas visible a la máxima potencia de los telescopios del Endeavour como una diminuta barra brillante; de pronto empezó a centellear, como una estrella vista a través de nieblas en el horizonte. Casi parecía como si se estuviese desintegrando. Cuando advirtió que la imagen se quebraba, Norton experimentó una aguda sensación de congoja por la pérdida de tanta maravilla. Pero luego se dio cuenta de que Rama seguía allí, aunque rodeado de una bruma rielante.
Y de pronto desapareció. En su lugar quedaba un objeto brillante, parecido a una estrella sin disco visible, como si Rama se hubiese contraído convirtiéndose en una pelota diminuta.
Pasó algún tiempo antes de que calcularan qué había sucedido. Rama había desaparecido realmente. Ahora estaba rodeado de una perfecta esfera reflectora, de unos cien kilómetros de diámetro, y lo único que se veía era el reflejo del mismo Sol sobre la porción curvada más próxima a la nave. Detrás de esa burbuja protectora, Rama estaba presumiblemente a salvo del infierno solar.
Con el correr de las horas, la burbuja cambió de forma. Era la imagen del Sol alargada, distorsionada. La esfera se convirtió en un elipsoide, con su largo eje apuntando en la dirección de la evasión de Rama. Fue entonces cuando los primeros informes anómalos empezaron a llegar desde los observatorios robot que, desde hacía casi doscientos años, mantenían una guardia permanente en el Sol.
Algo ocurría al campo magnético solar en la región alrededor de Rama. Las líneas de fuerza de un millón de kilómetros de largo que rodeaban la corona y lanzaban sus nubes de gas ionizado a velocidades que a veces desafiaban incluso la aplastante gravedad del Sol, se formaban alrededor de ese resplandeciente elipsoide. Nada era visible aún al ojo humano, pero los instrumentos orbitales informaban de cada cambio en el flujo magnético y la irradiación ultravioleta.
Y al fin hasta el ojo humano pudo apreciar los cambios en la corona. Un tubo o túnel de brillo débil, de cien kilómetros de largo, había aparecido en la atmósfera exterior, arriba del Sol. Era ligeramente curvado, inclinado sobre la órbita trazada por Rama, y el propio Rama —o el capullo protector que lo rodeaba— era visible como una burbuja resplandeciente que corría más y más ligero dentro de ese fantasmagórico tubo a través de la corona.
Porque seguía aumentando su velocidad. Ahora se movía a más de doscientos mil kilómetros por segundo, y no había peligro de que se convirtiera nunca en un cautivo del Sol. Ahora, por fin, la estrategia de Rama se tornaba evidente. Se habían acercado tanto al Sol simplemente para extraer su energía de la fuente misma, y poder seguir su viaje con mayor rapidez hacia su desconocido destino definitivo.
Pronto se vio que extraían algo más que energía. Nadie estaría nunca seguro del todo, porque los instrumentos de observación más cercanos estaban a treinta millones de kilómetros de distancia, pero toda parecía indicar que la materia estaba fluyendo del Sol dentro del propio Rama, como si éste estuviese reemplazando la merma producida por diez mil siglos en el espacio.
Más y más rápido Rama pasó alrededor del Sol, desplazándose a mayor velocidad de lo que jamás lo había hecho objeto alguno al viajar a través del sistema solar. En menos de dos horas su dirección de movimiento había oscilado a través de más de noventa grados, dando una prueba final y casi desdeñosa de su total falta de interés por todos los mundos cuya paz mental había perturbado tan rudamente.
Salía de la eclíptica y se perdía en el cielo septentrional, muy abajo del plano en el cual se mueven todos los planetas. Aunque ésa, seguramente, no podía ser su meta definitiva, apuntaba directo a la Gran Nube Magallánica, y los solitarios abismos más allá de la Vía Láctea.