16. La bahía de Kealakekua

—Como sabe usted muy bien, doctor Perera —dijo el embajador Bose en un tono de paciente resignación—, pocos de nosotros pueden preciarse de poseer sus conocimientos sobre meteorología matemática. Así, pues, le ruego que se compadezca de nuestra ignorancia.

—Con mucho gusto —respondió el exobiólogo, sin la menor cortedad y sin molestarse en refutar la última frase—. Puedo explicarlo mejor diciéndoles qué ocurrirá en el interior de Rama… muy pronto.

»En los actuales momentos la temperatura está a punto de aumentar mientras la vibración del calor solar penetra a través de la corteza. De acuerdo con la última información recibida, ya está por encima del punto de congelación. El Mar Cilíndrico empezará a descongelarse, y a diferencia de los cuerpos de agua en la Tierra, se derretirá desde el fondo hacia arriba. Esto producirá algunos efectos extraños; pero a mí me preocupa mucho más la atmósfera.

»En tanto la atmósfera se calienta, el aire en el interior de Rama se expandirá, y tratará de levantarse hacia el eje central. Y ése es el problema. A nivel del suelo, aunque aparentemente estacionario, comparte en realidad la rotación de Rama, más de ochocientos kilómetros por hora. Mientras se eleva hacia el eje, tratará de conservar esa velocidad. Y, por supuesto, no lo logrará. El resultado es que se originarán violentas ráfagas de viento y turbulencia. Estimo velocidades de doscientos a trescientos kilómetros por hora.

»Incidentalmente, algo similar ocurre en la Tierra. El aire caliente del Ecuador, que comparte la rotación de mil seiscientos kilómetros por hora de la Tierra, encuentra el mismo problema cuando se levanta y sopla hacia el norte y el sur.

—¡Ah, si, los vientos alisios! Lo recuerdo de mis lecciones de geografia.

—Exactamente, Sir Robert. Rama tendrá vientos alisios de suma violencia. Creo que durarán unas pocas horas, y que luego se restablecerá alguna especie de equilibrio. Entretanto, yo aconsejarla al comandante Norton que evacue el lugar, lo más pronto posible. Este es el mensaje que propongo enviar.

Con un poco de imaginación, pensó Norton, podia hacerse la ilusión de estar en un improvisado campamento nocturno al pie de las montañas en alguna remota región de Asia o América. La confusión de sacos de dormir, mesas y sillas plegables, equipo liviano, y sanitario, una central de energía portátil. y una mezcolanza de aparatos científicos, no habría estado fuera de lugar en la Tierra, sobre todo porque aquí hombres y mujeres trabajaban sin los sistemas de supervivencia.

Establecer el Campamento Alfa significó una tarea ardua porque toda la carga debía ser pasada a mano a través de la cadena de entradas automáticas, deslizada por medio de trineos desde el cubo, y luego retirada y desempaquetada. A veces, cuando los paracaídas de freno fallaban, una carga iba a parar fuera de la meseta, a un kilómetro o más de distancia. A pesar de esto, varios miembros de la tripulación solicitaron permiso para hacer el viaje. Norton lo prohibió firmemente, aunque tal vez estuviera dispuesto a retirar la prohibición en caso de emergencia.

Casi todo el equipo quedaría allí, porque el trabajo de devolverlo a la nave espacial era inconcebible; de hecho, imposible. Había veces en que Norton experimentaba un irracional sentimiento de verguenza ante la idea de dejar tanto desecho humano en ese lugar extrañamente inmaculado.

Cuando finalmente lo abandonaran, estaba dispuesto a sacrificar algo de su precioso tiempo para dejarlo todo en orden. Aunque parecía improbable, tal vez dentro de millones de años, cuando Rama cruzara otro sistema estelar, tendría nuevamente visitantes. Y a él le gustaría darles una buena impresión de la Tierra.

Entretanto, tenía un problema más inmediato. Durante las últimas veinticuatro horas había recibido mensajes casi idénticos de Marte y la Tierra. Parcela una coincidencia extraña; tal vez sus dos esposas habían estado compadeciéndose mutuamente, como eran propensas a hacer las esposas que vivían seguras en planetas distintos cuando existía suficiente provocación. Un tanto mordazmente, ambas le recordaban que si bien era ahora un gran héroe, seguía teniendo responsabilidades familiares.

El comandante tomó una silla plegable y salió del círculo de luz internándose en la oscuridad que rodeaba el campamento. Era la única forma de asegurarse cierto aislamiento. Volviendo la espalda deliberadamente a la organizada confusión, comenzó a hablar en el grabador colgado de su cuello.

—Original para el archivo personal; copias iguales para Marte y la Tierra. Hola, querida. Sí, ya sé que he sido un pésimo corresponsal, pero es que he estado ausente de la nave una semana. Aparte de una dotación reducida, estamos todos acampando en el interior de Rama, al pie de la escalera que hemos bautizado Alfa.

»Tengo en estos momentos a tres grupos explorando la planicie, pero el progreso es lento porque sólo se puede ir a pie. Ojalá contásemos con algún medio de transporte. Me darla por muy feliz si tuviera algunas bicicletas eléctricas; serían perfectas para este trabajo.

»Ya conoces a mi oficial médico, la Comandante Médico Ernst…— Hizo una pausa, indeciso. Laura conocía a una de sus esposas, pero, ¿a cuál de las dos? Mejor omitir esa última parte.

Borrando la última frase, prosiguió:

—Mi oficial médico, la Comandante Laura Ernst, ha encabezado el primer grupo hasta el Mar Cilíndrico, a quince kilómetros de aquí. Ha descubierto que es agua helada, tal como suponíamos, pero por cierto que no te gustaría beberla. La doctora Ernst, dice que es sopa orgánica diluida, y que contiene vestigios de casi todos los compuestos de carbono que se te ocurra mencionar, además de fosfatos, nitratos y docenas de sales metálicas. No hay la más mínima señal de vida, ni siquiera microorganismos muertos. De modo que todavía no sabemos nada acerca de la bioquímica de los ramanes, aunque probablemente no era muy distinta de la nuestra.

Algo había rozado ligeramente sus cabellos. Había estado demasiado ocupado para pensar en cortárselo, y tendría que hacer algo al respecto antes de volver a ponerse un casco espacial.

—Ya habrás visto las diapositivas de París y las otras ciudades que hemos explorado de este lado del mar: Londres, Roma, Moscú. Es imposible creer que hayan sido construidas para que unos seres las habitaran. París parece un gigantesco depósito. Londres es una colección de cilindros unidos por cañerías que conectan con lo que evidentemente son centros de bombeo. El todo forma una unidad sellada, y no hay manera de saber qué contienen sin explosivos o el rayo Láser. Pero no recurriremos a esos medios extremos a menos que no quede otra alternativa.

»En cuanto a Roma y Moscú…

—Perdón, jefe. Prioridad, comunicación de la Tierra.

«¿Qué pasa ahora? —se preguntó Norton—. ¿Es que uno no puede disponer de unos minutos para hablar a sus familias?».

Tomó el mensaje de manos M sargento y lo recorrió rápidamente con la mirada, tanto como para satisfacerse a sí mismo con la comprobación de que no era urgente. Luego volvió a leerlo, con más lentitud.

¿Qué diablos era el Comité Rama? ¿Y por qué él nunca se había enterado de su existencia? No ignoraba que toda clase de asociaciones, sociedades y grupos profesionales —algunos serios y responsables, otros no tanto— habían estado tratando de ponerse en comunicación con, él. El Control de la Misión realizó un buen trabajo de protección, y no habría enviado ese mensaje a menos que lo considerara importante.

«Vientos de doscientos kilómetros… probablemente se desatarán de golpe … » Bueno, eso era algo para re~ flexionar. Pero resultaba difícil tomarlo demasiado en serio en esta noche tan serena; y sería ridículo echar a correr como ratas asustadas cuando estaban al comienzo de una exploración efectiva.

Norton levantó una mano para apartar el cabello que había vuelto a taparle los ojos. Luego se quedó repentinamente inmóvil, el ademán incompleto.

Había sentido una ligera brisa varias veces en la última hora. Tan ,,era que la ignoró por completo; era comandante de un vehículo espacial, no de un barco. Hasta este momento, el movimiento del aire no le había traído ninguna preocupación profesional. ¿Qué hubiera hecho el capitán del primitivo Endeavour, muerto tantos años antes, en una situación semejante?

Norton se había formulado esta misma pregunta en los últimos años, cada vez que se enfrentaba a una crisis. Era su secreto, un secreto que jamás reveló a nadie. Y, como la mayoría de las cosas importantes de la vida, había llegado como algo accidental.

Hacía varios meses que era capitán del Endeavour antes de caer en la cuenta de que ese nombre había pertenecido a uno de los barcos más famosos de la historia. En verdad durante los últimos cuatrocientos años hubo una docena de Endeavour en el mar y dos en el espacio, pero el antecesor de todos ellos era el barco carbonero Whitby de 370 toneladas, con el que el capitán James Cook de la Real Marina Inglesa viajó por el mundo entre 1768 y 1771.

Con un interés inicial moderado, que se convirtió pronto en absorbente curiosidad, casi en una obsesión, Norton comenzó a leer todo cuanto pudo encontrar respecto a Cook. Era por entonces quizá la principal autoridad mundial sobre el más grande explorador de todos los tiempos, y sabía de memoria pasajes enteros de los Journals.

Aún le parecía increíble que un hombre hubiera hecho tanto con un equipo tan primitivo. Pero Cook no habla sido solamente un óptimo navegante sino también un científico y —en una época de brutal disciplina— humanitario. Trataba a sus hombres con bondad, lo cual era inusitado, pero lo increíble era que se conduela en la misma forma con los aborígenes, a menudo hostiles, de las nuevas tierras que descubría Era el sueño privado de Norton, un sueño que sabia nunca llegaría a concretar, repetir por lo menos uno de los viajes de Cook alrededor del mundo. Constituyó un limitado pero espectacular comienzo, que por cierto habría dejado atónito al capitán, cuando en cierta ocasión voló una órbita polar directamente sobre la región conocida con el nombre de Gran Barrera de Arrecifes. Era la mañana de un espléndido día, y desde una altura de cuatrocientos kilómetros disfrutó del soberbio panorama brindado por esa mortífera pared de coral, marcada por su borde de espuma blanca, a lo largo de la costa de Queensland.

Tardó menos de cinco minutos en recorrer los dos mil kilómetros del arrecife. Con una simple mirada pudo abarcar lo que costó semanas y semanas de peligroso viaje para aquel primer Endeavour. Ya través del telescopio recogió la visión de Cooktown y el estuario donde el barco habla sido arrastrado a tierra para que lo repararan después de su casi fatal colisión con el arrecife.

Un año más tarde, una visita a la Estación de Rastreo Profundo del Espacio, en Hawai, le deparó una experiencia aún más memorable. Tomó el rastreador acuático para ser conducido a la bahía de Kealakekua, y mientras pasaban rápidamente frente a los yermos riscos volcánicos, experimentó una emoción tan honda que le sorprendió y hasta le desconcertó. El gula condujo a su grupo de científicos, ingenieros y astronautas, hasta el brillante pilón de metal que reemplazaba a un monumento anterior, destruido por el Gran Tsunami del ’68. Avanzaron unos cuantos metros más a través de la lava negra y resbaladiza, hasta donde estaba enclavada una placa de dimensiones reducidas en la orilla del agua. Pequeñas olas se rompían sobre ella, pero Norton apenas lo advirtió cuando se inclinó para leer las palabras grabadas.


Cerca de este lugar

fue muerto el Capitán James Cook

14 de febrero de 1779

La lápida original fue dedicada el 28 de agosto de 1928

por la Comisión Cook del Sesquicentenario

y reemplazada por la comisión del Tricentenario

el 14 de febrero de 2079.


Eso tuvo lugar años antes, y a cien millones de kilómetros de distancia. Pero en momentos como ése, la presencia tranquilizadora del capitán Cook parecía muy cercana. En las profundidades secretas de su mente, Norton preguntaba: —Bien, capitán, ¿cuál es su consejo?

Era un pequeño juego que se permitía en ocasiones, cuando no disponía de hechos suficientes para permitirle tomar una decisión acertada, y debía confiar en su intuición. Eso había sido parte del genio de Cook, él siempre tenía la opción correcta…. hasta que llegó el fin, en la bahía Kealakekua.

El sargento esperó con paciencia, mientras su comandante, silencioso y ensimismado, mantenía la mirada fija en la noche de Rama. Una noche no tan ininterrumpida, porque en dos lugares distintos, más o menos a cuatro kilómetros de distancia, se distinguían con claridad los débiles parches de luz de los grupos de exploración.

«En una emergencia puedo tenerlos aquí en menos de una hora —se dijo Norton—. Y con eso de seguro, será bastante».

Se volvió hacia el sargento.

—Tome este mensaje. «Comité Rama, a cargo de Planetcom. Aprecio consejo y tomaré precauciones. Por favor, especifiquen sentido frase se desatarán de golpe. Atentamente, Norton, comandante Endeavour.…

Aguardó hasta que el sargento hubo desaparecido hacia las luces resplandecientes del campamento, y entonces volvió a conectar su grabadora. Pero la corriente de sus pensamientos había sido interrumpida y no podía volver a su estado de ánimo anterior. La carta tendría que esperar otra oportunidad.

No era frecuente que el capitán Cook acudiera en su ayuda cuando descuidaba su obligación. Pero de pronto recordó cuán rara y brevemente la pobre Elizabeth Cook había visto a su esposo en dieciséis años de vida matrimonial. No obstante le había dado seis hijos…. y los sobrevivió a todos.

Sus dos esposas, nunca a más de diez minutos de distancia a la velocidad de la luz, no tenían ningún motivo verdadero para quejarse.

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