El cielo oscuro estaba cubierto de nubes sobre los bosques muertos y helados. Las raíces trababan los pies de Theon al correr, y las ramas desnudas le azotaban la cara y le trazaban surcos de sangre en las mejillas. Avanzaba a trompicones sin rumbo, con el aliento entrecortado, los carámbanos saltaban en pedazos a su paso. «Piedad», sollozó. Detrás de él resonó un aullido estremecedor que le heló la sangre en las venas. «Piedad, piedad.» Al mirar por encima de su hombro los vio acercarse, lobos grandes, del tamaño de caballos, con cabezas de niños pequeños. «Piedad, oh, piedad.» Les manaba sangre de las fauces negras como pozos, cada gota que llegaba a la nieve abría agujeros llameantes. Se acercaban más y más con cada zancada. Theon trató de correr más deprisa, pero las piernas no le obedecían. Todos los árboles tenían rostros que se reían de él, se reían, y el aullido sonó de nuevo. Le llegaba el olor del aliento ardiente de las bestias que lo perseguían, un hedor a azufre y a podredumbre. «Están muertos, están muertos, yo vi cómo los mataban —trató de gritar—, vi cómo sumergían sus cabezas en brea», pero cuando abrió la boca sólo consiguió emitir un gemido, y en ese momento algo lo rozó, y se dio media vuelta con un grito…
… buscando a manotazos la daga que tenía siempre junto a la cama, pero sólo consiguió tirarla al suelo. Wex se alejó de él de un salto. Hediondo estaba detrás del mudo, con el rostro iluminado por la vela que llevaba en la mano.
—¿Qué? —gritó Theon. «Piedad»—. ¿Qué queréis? ¿Qué hacéis en mi dormitorio? ¿Qué…?
—Mi señor príncipe, vuestra hermana acaba de llegar a Invernalia —dijo Hediondo—. Pedisteis que os avisáramos al instante cuando viniera.
—Ya era hora —gruñó Theon mientras se pasaba los dedos por el pelo. Había empezado a temer que Asha pretendiera abandonarlo a su suerte. «Piedad.» Echó un vistazo por la ventana y vio que las primeras luces del amanecer empezaban a acariciar las torres de Invernalia—. ¿Dónde está? —preguntó.
—Lorren la ha llevado junto con sus hombres a la sala principal para que desayunen. ¿Queréis recibirla ahora?
—Sí. —Theon echó las mantas a un lado. El fuego se había consumido, apenas si quedaban las brasas—. Wex, agua caliente. —No podía permitir que Asha lo viera despeinado y empapado en sudor. «Lobos con caras de niños…» Se estremeció. El dormitorio estaba tan frío como el bosque en sus sueños—. Cierra los postigos.
En los últimos tiempos todos sus sueños habían sido fríos, y cada uno más espantoso que el anterior. La noche pasada había soñado que volvía a estar en el molino, de rodillas, vistiendo los cadáveres. Los miembros empezaban a ponerse rígidos, de manera que parecían resistirse hoscos mientras los manipulaba con los dedos casi helados; les puso los calzones y les ató las lazadas, metió unas botas con forro de piel en unos pies que no se doblaban, y abrochó un cinturón de cuero tachonado en torno a una cintura que podía abarcar con las manos.
—Yo no quería que llegáramos a esto —les dijo mientras trabajaba—. Pero no me han dejado elección.
Los cadáveres no le respondieron, eran cada vez más fríos y pesados.
La noche anterior había sido la mujer del molinero. Theon había olvidado su nombre, pero recordaba bien su cuerpo, los pechos amplios y mullidos, las estrías en el vientre y la manera en que le clavaba las uñas en la espalda mientras la follaba. En su sueño volvía a estar en la cama con ella, esta vez tenía dientes arriba y también abajo, y le desgarraba la garganta al tiempo que le mordía el miembro viril. Era una locura. También a ella la había visto morir. Gelmarr la había matado de un hachazo mientras suplicaba a Theon piedad a gritos. «Déjame en paz, mujer. Te mató él, no yo. Y él también está muerto.» Al menos Gelmarr no perseguía a Theon en sus sueños.
Cuando Wex volvió con el agua, los efectos del sueño empezaban a disiparse. Theon se lavó el sudor y la somnolencia, y se tomó tanto tiempo como quiso para vestirse. Le tocaba a él el turno. Eligió una túnica de satén a rayas negras y doradas, y un hermoso jubón de cuero con tachonaduras de plata… hasta que recordó que su jodida hermana respetaba más las armas que la belleza. Se arrancó las ropas entre maldiciones y volvió a vestirse, en esta ocasión con ropas de lana con forro de fieltro y una cota de malla. Se colgó del cinturón la espada y la daga, mientras recordaba la noche en que ella lo había humillado a la mesa de su padre.
«Su bebé de pecho, sí. Pues mira, yo también tengo un cuchillo, y también sé emplearlo.»
Por último se puso la corona, una banda de frío hierro, fina como un dedo, con incrustaciones de diamante negro y pepitas de oro. Era deforme y fea, pero eso era inevitable. Mikken estaba enterrado en el camposanto, y el nuevo herrero valía para hacer clavos, herraduras y poco más. Theon se consoló pensando que no era más que una corona de príncipe. Cuando lo coronaran rey tendría una mucho mejor.
Al otro lado de la puerta lo aguardaba Hediondo, junto con Urzen y Kromm. Theon acompasó el paso al de los hombres. En los últimos días se hacía acompañar por guardias fuera adonde fuera, incluso a la letrina. Invernalia entera quería matarlo. La misma noche en que volvieron de Agua Bellota, Gelmarr el Sombrío se había caído por unas escaleras y se había roto la espalda. Al día siguiente, Aggar apareció con la garganta cortada de oreja a oreja. Gynir Napiarroja se volvió tan cauteloso que dejó de beber vino, empezó a dormir con cota de malla y yelmo, y adoptó al perro más escandaloso de las perreras para que lo despertara si alguien intentaba atacarlo mientras dormía. Pese a todo, una mañana el castillo entero despertó con los ladridos enloquecidos del perrito. El cachorro daba vueltas en torno al pozo, y Napiarroja flotaba en el agua, ahogado.
No podía dejar que los asesinatos quedaran impunes. Farlen era tan sospechoso como cualquier otro, de manera que Theon lo juzgó, lo declaró culpable y lo condenó a muerte. Hasta aquello le salió mal.
—Mi señor Eddard mataba él en persona a los que condenaba —dijo el encargado de las perreras mientras se arrodillaba junto al tocón.
Theon se vio obligado a coger el hacha, de lo contrario habría parecido débil. Le sudaban las manos y no pudo agarrar bien el mango, de manera que el primer golpe acertó a Farlen entre los hombros. Hicieron falta tres hachazos más para cortar todo el músculo y el hueso, y separar la cabeza del cuerpo. Más tarde vomitó al recordar todas las veces que habían bebido juntos una copa de aguamiel, mientras hablaban de perros y de caza.
«No tenía elección —hubiera querido gritarle al cadáver—. Los hijos del hierro no saben guardar un secreto, era necesario que muriesen, y había que echarle la culpa a alguien.» Pero hubiera querido matarlo de manera más limpia. Ned Stark nunca había necesitado más de un golpe para decapitar a un condenado.
Tras la muerte de Farlen cesaron los asesinatos, pero aun así sus hombres seguían hoscos y nerviosos.
—En batalla abierta no temen a ningún adversario —le dijo Lorren el Negro—; pero vivir entre los enemigos, sin saber nunca si la lavandera te va a dar un beso o una puñalada, si el criado te va a servir vino o veneno, es una cosa muy diferente. Deberíamos marcharnos de aquí.
—¡Soy el príncipe de Invernalia! —fue la respuesta a gritos de Theon—. ¡No ha nacido el hombre que me eche de aquí! ¡Ni la mujer!
«Asha. Ha sido culpa suya. Mi querida hermana… que los Otros la sodomicen con una espada.» Asha quería que muriera para robarle el puesto como heredero de su padre. Por eso lo había dejado languidecer allí, sin hacer caso de las órdenes apremiantes que le había enviado.
Cuando llegó se la encontró en el trono alto de los Stark, despedazando un capón con las manos. La estancia resonaba con las voces de sus hombres, que charlaban con los de Theon mientras todos bebían juntos. Armaban un escándalo tal que su entrada pasó desapercibida.
—¿Dónde están los demás? —preguntó a Hediondo. Sentados a las mesas no había más de cincuenta hombres, y la mayoría eran de los suyos. En la sala principal de Invernalia cabían diez veces más.
—No hay más, mi señor príncipe.
—¿Cómo que no hay más? ¿Cuántos hombres ha traído?
—A ojo, me parece que unos veinte.
Theon Greyjoy se dirigió a zancadas hacia su hermana, que estaba repantigada en el trono. Asha celebraba a carcajadas el comentario que le había hecho uno de sus hombres, pero se calló cuando lo vio a su lado.
—Vaya, pero si es el príncipe de Invernalia. —Tiró un hueso a uno de los perros que andaban olisqueando por la estancia. Bajo la nariz ganchuda de halcón, la boca amplia se frunció en una sonrisa burlona—. ¿O más bien el príncipe de los Idiotas?
—La envidia no es propia de una doncella.
Asha se lamió la grasa de los dedos. Un mechón rizado de pelo negro le cayó sobre los ojos. Sus hombres pedían a gritos pan y tocino. Para ser tan pocos hacían mucho ruido.
—¿Envidia, Theon?
—¿Qué otra cosa puede ser? Con treinta hombres, capturé Invernalia en una noche. A ti te hicieron falta un millar y un mes para tomar Bosquespeso.
—Es que no soy un gran guerrero como tú, hermano. —Bebió de un trago medio cuerno de cerveza, y se limpió la boca con el dorso de la mano—. Ya he visto las cabezas clavadas sobre tus puertas. Dime la verdad, ¿cuál opuso más resistencia, el tullido o el bebé?
Theon sintió que se le agolpaba la sangre en la cara. Aquellas cabezas no le proporcionaban la menor alegría, como tampoco se la proporcionó el hecho de exhibir los cuerpos decapitados de los niños ante todo el castillo. La Vieja Tata los contempló mientras abría y cerraba la boca desdentada, sin emitir sonido alguno, y Farlen se había intentado arrojar contra Theon entre gruñidos, como uno de sus sabuesos. Urzen y Cadwyl lo tuvieron que dejar sin conocimiento a golpes con las astas de las lanzas.
«¿Cómo he podido acabar así?», recordó haber pensado mientras miraba los cuerpos cubiertos de moscas.
El único que había tenido el valor de acercarse había sido el maestre Luwin. El hombrecillo canoso, con el rostro pétreo, le suplicó que le permitiera coser las cabezas de los niños a los cuerpos, para que pudieran descansar en las criptas subterráneas junto con los otros Stark fallecidos.
—No —replicó Theon—. De las criptas, ni hablar.
—Pero ¿por qué, mi señor? Ya no os pueden hacer ningún daño. Es ahí donde deben estar. Los huesos de todos los Stark…
—He dicho que no.
Necesitaba las cabezas para la muralla, pero los cuerpos decapitados los hizo quemar aquel mismo día, con sus hermosas ropas y joyas. Después, se arrodilló entre los huesos y las cenizas para recoger un resto de plata fundida y azabache agrietado, que era todo lo que quedaba del broche en forma de cabeza de lobo que había pertenecido a Bran. Todavía lo conservaba.
—Traté a Bran y a Rickon con toda generosidad —dijo a su hermana—. Ellos mismos se labraron su destino.
—Igual que hacemos todos, hermanito.
—¿Cómo crees que voy a defender Invernalia si sólo me traes veinte hombres? —A Theon se le estaba agotando la paciencia.
—Diez —lo corrigió Asha—. Los otros se volverán conmigo. No querrás que tu querida hermana se enfrente a los peligros que acechan en el bosque sin una escolta adecuada, ¿eh? Los lobos huargos acechan en la oscuridad. —Bajó las piernas del gran asiento de piedra y se puso en pie—. Ven, vayamos a otro lugar para hablar en privado.
Sabía que su hermana tenía razón, pero le irritaba que fuera ella la que tomaba la decisión. «No debí ir a verla —comprendió demasiado tarde—. Tendría que haber ordenado que se presentara ante mí.»
Pero ya era demasiado tarde para eso. Theon no tenía más remedio que llevar a Asha a las estancias de Ned Stark.
—Dagmer ha perdido el combate en la Ciudadela de Torrhen… —soltó bruscamente una vez allí, junto a las cenizas del fuego apagado.
—El antiguo castellano rompió su asedio, sí —respondió Asha con calma—. ¿Y qué pensabas? El tal Ser Rodrik conoce el terreno a la perfección, a diferencia de Barbarrota, y muchos de los norteños iban a caballo. A los hijos del hierro les falta la disciplina necesaria para resistir una carga de caballería. Dagmer sigue vivo, ya puedes dar las gracias. Se dirige con los supervivientes de vuelta hacia la Costa Pedregosa.
«Sabe más que yo», comprendió Theon. Aquello lo enfureció aún más.
—La victoria ha dado valor a Leobald Tallhart para salir de detrás de sus muros y unirse a las fuerzas de Ser Rodrik. Y según los informes que he recibido, Lord Manderly ha enviado río arriba una docena de barcazas con caballeros, caballos y máquinas de asedio. Por si fuera poco, los Umber se están reagrupando más allá del Último. Antes de que cambie la luna tendré un ejército entero ante las puertas, ¿y tú me traes diez hombres?
—No tenía por qué haber traído ninguno.
—Te ordené…
—Nuestro padre es el que me da órdenes, y me ordenó que tomara Bosquespeso —le espetó—. En cambio no me dijo nada de rescatar a mi hermano pequeño.
—A la mierda con Bosquespeso —replicó—. No es más que una letrina de madera en la cima de una colina. Invernalia es el corazón de estas tierras, pero ¿cómo voy a defenderla sin una guarnición?
—Tendrías que haberlo pensado antes de tomar la fortaleza. No niego que fue una estratagema de lo más astuta. Si hubieras tenido suficiente sentido común para arrasar el castillo y llevarte a los principitos como rehenes a Pyke, habrías ganado la guerra de un plumazo.
—Eso es lo que tú querrías, ver mi trofeo reducido a ruinas y a cenizas.
—Este trofeo va a ser tu perdición. Los krakens surgen del mar, Theon, del mar, ¿lo olvidaste en los años que pasaste entre los lobos? Nuestra fuerza son los barcoluengos. Mi letrina de madera está cerca del mar, eso me permitirá recibir provisiones y refuerzos siempre que los necesite. Pero Invernalia está cientos de leguas tierra adentro, rodeada de bosques, castillos y fortalezas hostiles. Y no te llames a engaño, en miles de leguas a la redonda no hay un hombre que no sea tu enemigo. Tú mismo lo has conseguido al clavar esas cabezas en la puerta del castillo. —Asha sacudió la cabeza—. ¿Cómo has podido ser tan idiota? Mira que matar a niños…
—¡Se atrevieron a desafiarme! —le gritó a la cara—. Además, esto ha sido sangre por sangre, dos hijos de Eddard Stark para pagar por Rodrik y Maron. —Le salieron las palabras sin pensar, pero Theon supo al instante que su padre las aprobaría—. He dado descanso a los fantasmas de mis hermanos.
—De nuestros hermanos —le recordó Asha con un atisbo de sonrisa—. ¿Te has traído sus fantasmas desde Pyke? Anda, y yo que pensaba que sólo perseguían a nuestro padre.
—¿Desde cuándo entiende una doncella que un hombre necesite venganza?
Incluso aunque su padre no le agradeciera el regalo de Invernalia, sin duda aprobaría que Theon hubiera vengado a sus hermanos. Pero Asha soltó una carcajada.
—¿No se te ha ocurrido pensar que el tal Ser Rodrik sienta la misma necesidad? Aunque te comportes como un imbécil, eres sangre de mi sangre, Theon. En nombre de la madre que nos engendró a los dos, vuelve a Bosquespeso conmigo. Pega fuego a Invernalia y sal de aquí ahora que aún estás a tiempo.
—No —dijo Theon ajustándose la corona—. He tomado este castillo, y lo voy a defender.
—Lo defenderás, sí —dijo su hermana después de mirarlo largo rato—. El resto de tu vida. —Dejó escapar un suspiro—. A mí me parece una locura, pero ¿qué sabe de estas cosas una tímida doncella? —Ya junto a la puerta le dirigió una última sonrisa burlona—. Por cierto, llevas la corona más fea que he visto en mi vida. ¿Te la has hecho tú?
Lo dejó allí, rabioso, y no se demoró más que el tiempo justo para dar de comer a los caballos y abrevarlos. Tal como había amenazado, se llevó a la mitad de los hombres que la habían acompañado, y salió por la Puerta del Cazador, la misma por la que habían escapado Bran y Rickon.
Theon los vio alejarse desde la cima de la muralla. Mientras veía a su hermana desaparecer entre las nieblas del Bosque de los Lobos, empezó a preguntarse por qué no le había hecho caso, por qué no se había ido con ella.
—Se marcha, ¿eh?
De repente Hediondo estaba junto a él. Theon no lo había oído acercarse, ni siquiera lo había olido. Era la persona que menos deseaba ver en el mundo. Le incomodaba que siguiera caminando y respirando, pese a saber lo que sabía. «Tendría que haberlo matado después de que se encargara de los otros», reflexionó. Pero la sola idea lo ponía nervioso. Aunque pareciera increíble, Hediondo sabía leer y escribir, y tenía cierta astucia brutal; tal vez hubiera escondido en alguna parte un relato de lo que habían hecho.
—Perdonad que os lo diga, mi señor príncipe, pero no está bien que os abandone. Y con diez hombres no tendréis suficiente.
—Bien que lo sé. —«Igual que Asha.»
—A lo mejor yo podría ayudaros —siguió Hediondo—. Dadme un caballo y una bolsa de monedas, y os conseguiré unos cuantos hombres más.
—¿Cuántos? —Theon entrecerró los ojos.
—Cien o doscientos. Puede que más. —Sonrió, y le brillaron los ojos claros—. Nací al norte de aquí. Conozco a mucha gente, y mucha gente conoce a Hediondo.
Doscientos hombres no constituían un ejército, pero tampoco hacían falta miles para defender un castillo tan fuerte como Invernalia. Mientras supieran qué lado de la lanza servía para matar, podrían cumplir con su cometido.
—Si cumples lo que dices, verás que no soy ningún ingrato. Podrás pedir la recompensa que quieras.
—Bueno, mi señor… no estoy con una mujer desde que iba con Lord Ramsay —dijo Hediondo—. Le he echado el ojo a esa chica que se llama Palla, y tengo entendido que ya no es virgen, así que…
—Tráeme doscientos hombres y es tuya. —Había llegado demasiado lejos con Hediondo para volverse atrás—. Pero como vengas con uno menos, seguirás follando cerdos.
Antes de que se pusiera el sol, Hediondo ya había partido con una bolsa de plata de los Stark y las últimas esperanzas de Theon. «Lo más probable es que no vuelva a ver a ese miserable», pensó con amargura. Pero sabía que tenía que correr el riesgo.
Aquella noche soñó con el banquete que había dado Ned Stark cuando el rey Robert llegó a Invernalia. La sala estaba llena de música y risas, aunque en el exterior soplaban vientos gélidos. Al principio todo era música y asados, Theon gastaba bromas, miraba a las sirvientas y se divertía… hasta que se dio cuenta de que la habitación estaba cada vez más oscura. La música ya no parecía tan alegre; oyó notas discordantes, silencios extraños y notas que quedaban suspendidas en el aire, sangrando. De pronto el vino se le tornó amargo en la boca, y al alzar la vista de la copa vio que estaba compartiendo la cena con los muertos.
El rey Robert estaba sentado, con una gran herida en el vientre y las entrañas desparramadas encima de la mesa, y junto a él se encontraba Lord Eddard, decapitado. A las mesas de la parte de abajo se sentaban cadáveres de carne grisácea y podrida, que se les caía de los huesos cuando alzaban las copas para brindar, mientras los gusanos les entraban y salían reptando de las órbitas vacías. Los conocía a todos; Jory Cassel, Tom el Gordo, Porther, Cayn y Hullen, el caballerizo mayor, y todos los que habían partido hacia el sur en dirección a Desembarco del Rey para no regresar nunca. Mikken y Chayle estaban sentados juntos, uno chorreaba sangre y el otro agua. Benfred Tallhart y sus Liebres Salvajes ocupaban la mayor parte de la mesa. La mujer del molinero también se encontraba allí, así como Farlen, y hasta el salvaje que Theon había matado en el Bosque de los Lobos el día que le salvó la vida a Bran.
Pero había más, otros cuyos rostros no había visto nunca, caras que sólo conocía por sus representaciones en piedra. La chica esbelta y de mirada triste que llevaba una diadema de rosas azuladas y una túnica blanca manchada de sangre sólo podía ser Lyanna. Junto a ella estaba su hermano Brandon, y detrás de ambos su padre, Lord Rickard. A lo largo de las paredes, unas figuras apenas entrevistas se movían en medio de las sombras, como fantasmas pálidos con rostros alargados y sombríos. Theon sintió un estremecimiento de miedo, afilado como un cuchillo. Y en aquel momento las altas puertas se abrieron de repente, una ráfaga de viento gélido sopló por la gran sala, y Robb surgió de lo más profundo de la noche. Viento Gris caminaba a su lado con los ojos llameantes, y tanto el hombre como el lobo sangraban por un centenar de heridas brutales.
Theon despertó con un grito tal que Wex se llevó un susto espantoso y salió corriendo desnudo de la habitación. Cuando los guardias irrumpieron con las espadas desenvainadas les ordenó que fueran a buscar al maestre. Cuando llegó Luwin, desgreñado y somnoliento, Theon había controlado el temblor de sus manos gracias a una copa de vino, y estaba avergonzado por el ataque de pánico.
—Un sueño —murmuró—. Ha sido un sueño, nada más. Sin ninguna importancia.
—Sin ninguna importancia —asintió Luwin con solemnidad.
Dejó una pócima para dormir, pero Theon la tiró por la letrina en cuanto hubo salido. Luwin era el maestre, sí, pero también era un hombre, y el hombre no sentía ningún afecto hacia él. «Quiere que duerma, sí… que duerma y no despierte jamás. Lo desea tanto como Asha.»
Envió a buscar a Kyra, cerró la puerta de una patada, se montó sobre ella y la poseyó con una furia que jamás habría imaginado sentir. Cuando terminó la chica sollozaba, tenía el cuello y los pechos llenos de moretones y mordiscos. Theon la sacó de la cama a empujones y le tiró una manta.
—Lárgate.
Pero ni aun así consiguió dormir.
Cuando amaneció, se vistió y fue a pasear por los muros exteriores. El fresco viento otoñal soplaba entre las almenas. Le enrojecía las mejillas y hacía que le escocieran los ojos. Contempló cómo el bosque gris se iba tiñendo de verde a sus pies, a medida que la luz se filtraba entre los árboles silenciosos. A su izquierda se veían las cimas de los torreones de la muralla interior, con los tejados bañados por la luz dorada del sol. Las hojas rojas del arciano eran como una llamarada entre el follaje verde.
«El árbol de Ned Stark —pensó—, y el bosque de Stark, y el castillo de Stark, y la espada de Stark, y los dioses de Stark. Éste es su lugar, no el mío. Yo soy un Greyjoy de Pyke, nacido para pintarme un kraken en el escudo y navegar por el gran mar salado. Tendría que haberme ido con Asha.»
Sobre la entrada de la muralla, clavadas en estacas de hierro, las cabezas aguardaban.
Theon las contempló en silencio mientras el viento le agitaba la capa con manos pequeñas, fantasmales. Los hijos del molinero habían tenido la misma edad que Bran y Rickon, semejante estatura y complexión, y una vez Hediondo les hubo despellejado los rostros y sumergido las cabezas en brea era muy sencillo ver rasgos familiares en aquellos bultos deformes de carne podrida. Qué estúpida era la gente.
«Si les hubiéramos dicho que eran cabezas de carnero, les habrían visto cuernos.»