TYRION

Janos Slynt era hijo de un carnicero, y se reía como si estuviera cortando carne.

—¿Más vino? —le preguntó Tyrion.

—No voy a decir que no —respondió Lord Janos al tiempo que tendía la copa. Tenía la constitución de un barril y una capacidad semejante—. Desde luego que no voy a decir que no. Buen tinto. ¿Es del Rejo?

—De Dorne. —Tyrion hizo un gesto, y su criado sirvió el vino. A excepción de los sirvientes, Lord Janos y él eran los únicos presentes en la sala menor, sentados a una mesa iluminada con velas y rodeada por la oscuridad—. Un verdadero hallazgo. Los vinos de Dorne no suelen ser tan deliciosos.

—Delicioso —repitió el hombretón con rostro de rana, y bebió un generoso trago. Janos Slynt no era persona que bebiera a sorbos. Tyrion lo había advertido enseguida—. Sí, delicioso, ésa es la palabra que estaba buscando, la misma. Os lo digo de corazón, Lord Tyrion, se os dan bien las palabras. Y contáis historias desternillantes. Desternillantes, sí.

—Me alegro de que os gustaran… pero dejemos lo de «lord». Llamadme Tyrion, Lord Janos.

—Como queráis. —Bebió otro trago y se salpicó de vino la pechera del jubón de seda negra. Llevaba una capa corta de hilo de oro, sujeta con un broche en forma de lanza con la punta esmaltada en rojo oscuro. Y estaba borracho como una cuba.

Tyrion se tapó la boca con una mano y eructó con discreción. A diferencia de Lord Janos, había vigilado cuánto bebía, pero estaba muy lleno. Lo primero que había hecho tras aposentarse en la Torre de la Mano había sido averiguar cuál era la mejor cocinera de la ciudad y tomarla a su servicio. Aquella noche habían cenado sopa de rabo de toro, verduras veraniegas salteadas con nueces de pacana, uvas, hinojo rojo y queso desmenuzado, empanada caliente de cangrejo, calabaza especiada y codornices con abundante salsa de mantequilla. Cada plato con su correspondiente vino. Lord Janos tuvo que reconocer que en su vida había comido tan bien.

—No me cabe duda de que eso cambiará cuando os asentéis en Harrenhal —comentó Tyrion.

—Podéis estar seguro. Me gustaría pedirle a vuestra cocinera que entrara a mi servicio, ¿qué os parece?

—Que por menos se han declarado guerras —replicó, y ambos soltaron una carcajada—. Sois osado al asentaros en Harrenhal. Es un lugar tan sombrío y tan grande… tendrá un mantenimiento muy costoso. Y además, hay quien dice que está encantado.

—¿Acaso debo tener miedo de un montón de piedras? —La sola idea lo hizo reír—. Decís que soy osado. Hay que ser osado para ascender. Como he ascendido yo. Hasta Harrenhal, sí. ¿Y por qué no? Lo sabéis bien. Vos también sois osado en cierto modo. Pequeño, pero osado.

—Sois demasiado amable. ¿Más vino?

—No. No, de veras, no… Bah, por los dioses, sí, ¿por qué no? ¡Un hombre osado bebe hasta hartarse!

—Cierto. —Tyrion llenó hasta el mismísimo borde la copa de Lord Slynt—. He echado un vistazo a los nombres que habéis propuesto para ocupar vuestro lugar como comandante de la Guardia de la Ciudad.

—Buenos hombres. De lo mejor. Cualquiera de los seis lo haría bien, pero yo elegiría a Allar Deem. Mi brazo derecho. Un buen hombre, sí. Leal. Elegidlo, no lo lamentaréis. Si al rey le parece bien.

—Claro. —Tyrion bebió un sorbito de su copa—. Yo había pensado más bien en Ser Jacelyn Bywater. Hace tres años que es capitán de la Puerta del Lodazal, y sirvió con gran valor durante la Rebelión de Balon Greyjoy. El rey Robert lo nombró caballero en Pyke. Pero su nombre no aparece en vuestra lista.

Lord Janos Slynt bebió un largo sorbo de vino y le dio unas vueltas en la boca antes de tragarlo.

—Bywater. Bueno. Es valiente, claro, pero… es muy rígido, ese tipo es muy rígido. Y muy raro. A los hombres no les cae bien. Y encima está tullido, perdió la mano en Pyke, por eso lo nombraron caballero. Mal negocio, en mi opinión, una mano por un título. —Se echó a reír—. Ser Jacelyn tiene una opinión demasiado elevada de sí mismo y de su honor, os lo digo yo. A ése mejor lo dejáis donde está, mi se… Tyrion. El hombre ideal es Allar Deem.

—Según me han dicho, el pueblo no quiere demasiado a Deem.

—Le tiene miedo, que es mejor.

—¿Qué otra cosa me han contado de él? No sé qué de problemas en un burdel…

—Ah, eso. No fue culpa suya, mi se… Tyrion. Para nada. No tenía intención de matar a la mujer, ella tuvo la culpa. Deem le dijo que se apartara y le dejara cumplir con su deber.

—Ya, pero… una madre… tendría que haberse imaginado que intentaría salvar a su bebé. —Tyrion sonrió—. Probad este queso, va de maravilla con el vino. Y decidme, ¿por qué elegisteis a Deem para tan ingrata tarea?

—Un buen comandante conoce a sus hombres, Tyrion. Unos valen para unas cosas y otros, para otras. Para cargarse a una cría de teta hace falta un hombre muy concreto, no lo hace cualquiera. Aunque se trate sólo de una puta y su mocosa.

—Claro, ya me imagino —dijo Tyrion, que al oír lo de «sólo una puta» no podía dejar de pensar en Shae, en Tysha y en todas las otras mujeres que habían recibido su dinero y su semilla a lo largo de los años.

—Así es Deem —siguió hablando Slynt sin darse cuenta—, un hombre duro para un trabajo duro. Hace lo que se le dice y no vuelve a mencionarlo. —Se cortó una loncha de queso—. Está muy bueno. Es fuerte. Yo con un cuchillo afilado y un queso fuerte soy feliz.

—Disfrutad mientras podáis —dijo Tyrion encogiéndose de hombros—. Las tierras de los ríos se encuentran en llamas, y Renly se ha nombrado rey en Altojardín, así que pronto será difícil conseguir buen queso. Y decidme, ¿quién os ordenó acabar con la bastarda de la prostituta?

Lord Janos miró a Tyrion con desconfianza, se echó a reír y lo señaló con su trozo de queso.

—Sois astuto, Tyrion. Creíais que me ibais a engañar, ¿eh? Hace falta algo más que vino y queso para tirar de la lengua a Janos Slynt. Me enorgullezco de eso. Nunca cuestiono una orden, ni hablo de ello después. Así soy yo.

—Y Deem es igual.

—Igual. Nombradlo comandante cuando me vaya a Harrenhal y no lo lamentaréis.

Tyrion cogió un trocito de queso. Desde luego era fuerte, muy curado, con vetas de vino. Un gran queso.

—No sé a quién nombrará el rey, pero le va a costar estar a vuestra altura, eso seguro. Lord Mormont tiene el mismo problema.

—¿No era una mujer? —Lord Janos lo miraba asombrado—. Lady Mormont. La que se acuesta con osos, ¿no?

—Yo me refería a su hermano, Jeor Mormont, el Lord Comandante de la Guardia de la Noche. Hablé con él en el Muro, y me mencionó que estaba muy preocupado porque no encontraba a nadie que pudiera ocupar su lugar. Pocos son los hombres de valía que llegan a la Guardia en estos tiempos que corren. —Tyrion sonrió—. Seguro que dormiría más tranquilo si contara con un hombre como vos. O como el valiente Allar Deem.

—¡Pues seguirá durmiendo mal! —soltó Lord Janos con una risotada.

—Eso parecería a primera vista —asintió Tyrion—. Pero la vida da muchas vueltas. Como le pasó a Eddard Stark, ¿recordáis, mi señor? Seguro que nunca pensó que su vida terminaría en los peldaños del Sept de Baelor.

—Pocos lo pensaban —concordó Lord Janos con una risita. Tyrion rió también.

—Lástima, me habría gustado verlo. Dicen que hasta Varys se llevó una buena sorpresa.

—La Araña —dijo Lord Janos, que se reía con tantas ganas que se le sacudía la barriga—. Se rumorea que lo sabe todo. Bueno, pues eso no lo sabía.

—¿Cómo iba a saberlo? —Tyrion permitió que su voz transmitiera el primer atisbo de frialdad—. Había contribuido a convencer a mi hermana de que perdonara a Stark, con tal de que vistiera el negro.

—¿Eh? —Janos Slynt miró a Tyrion, y parpadeó.

—Mi hermana, Cersei —repitió Tyrion un poco más fuerte, por si a aquel imbécil le quedaba alguna duda acerca de a quién se refería—. La reina regente.

—Sí. —Slynt bebió un trago—. En cuanto a eso, bueno… lo ordenó el rey, mi señor. El rey en persona.

—El rey tiene trece años —le recordó Tyrion.

—Ya. Pero sigue siendo el rey. —Slynt frunció el ceño, y sus mofletes temblaron—. El señor de los Siete Reinos.

—Bueno, al menos de uno o dos —dijo Tyrion con una sonrisa amarga—. ¿Me dejáis que eche un vistazo a vuestra lanza?

—¿Mi lanza? —Lord Janos parpadeó, confuso.

—El broche con el que os sujetáis la capa —señaló Tyrion. Titubeante, Lord Janos se quitó el adorno y se lo entregó—. Los herreros que tenemos en Lannisport hacen trabajos de más calidad —opinó—. Si me perdonáis que os lo diga, la sangre de esmalte rojo es un poco excesiva. Decidme, mi señor, ¿fuisteis vos mismo el que le clavó la lanza por la espalda, o sólo disteis la orden?

—Di la orden, y volvería a darla. Lord Stark era un traidor. —La calva de la coronilla de Slynt se había puesto de un tono rojo remolacha, y la capa de hilo de oro se le había resbalado de los hombros para caer al suelo—. Ese hombre intentó comprarme.

—Sin saber que ya estabais vendido.

—¿Estáis borracho? —Slynt dejó de golpe la copa de vino—. Si creéis que me voy a quedar aquí sentado mientras cuestionáis mi honor…

—¿Qué honor? Aunque tengo que reconocer que hicisteis mejor trato que Ser Jacelyn. El título de lord y un castillo a cambio de una lanzada por la espalda, y ni siquiera tuvisteis que clavar la lanza en persona. —Tiró el adorno de oro a Janos Slynt. El broche le rebotó contra el pecho y cayó al suelo tintineando, mientras él se levantaba.

—No me gusta vuestro tono de voz, mi se… Gnomo. Soy el señor de Harrenhal y miembro del Consejo del rey, ¿quién sois vos para reprenderme de esa manera?

—Demasiado bien sabéis quién soy. —Tyrion inclinó la cabeza hacia un lado—. ¿Cuántos hijos tenéis?

—¿Qué te importan a ti mis hijos, enano?

—¿Enano? —La rabia lo invadió—. No debiste pasar de Gnomo. Soy Tyrion de la Casa Lannister, y algún día, si tienes el mismo sentido común que los dioses concedieron a una babosa marina, caerás de rodillas para dar gracias por habértelas visto conmigo, y no con mi señor padre. ¡Te he preguntado que cuántos hijos tienes!

—T-tres, mi señor. —De repente, los ojos de Janos Slynt se habían llenado de miedo—. Y una hija. Por favor, mi señor…

—No hace falta que supliques. —Se bajó de la silla—. Tienes mi palabra de que no les pasará nada malo. Los chicos pequeños irán a diferentes casas como pupilos y escuderos. Si sirven bien y con lealtad, puede que con el tiempo lleguen a caballeros. No se dirá que la Casa Lannister no recompensa a los que la sirven. Tu hijo mayor heredará el título de Lord Slynt y este blasón tan llamativo que has elegido. —Dio una patada a la lancita de oro, que la lanzó rebotando por el suelo—. Le adjudicaremos unas tierras para que se construya un asentamiento. No será Harrenhal, pero le bastará. Él tendrá que encargarse de casar a la chica.

—¿Q-qué… qué vais a hacer…? —El rostro de Janos Slynt había pasado del rojo al blanco y los mofletes le temblaban como montones de sebo.

—¿Que qué voy a hacer contigo? —Tyrion dejó que aquel zoquete se estremeciera un momento antes de responder—. El galeón Sueño de verano zarpará al amanecer. Su maestre me ha dicho que hará escalas en Puerto Gaviota, las Tres Hermanas, la isla de Skagos y Guardiaoriente del Mar. Cuando veas al Lord Comandante Mormont, quiero que le des recuerdos de mi parte, y le digas que no he olvidado las necesidades de la Guardia de la Noche. Os deseo una larga vida y un buen servicio en la Guardia, mi señor.

En cuanto Janos Slynt se dio cuenta de que no iba a ser víctima de una ejecución sumaria, el color le volvió a las mejillas. Apretó la mandíbula.

—Ya veremos, Gnomo. Enano. A lo mejor eres tú el que va en ese barco, ¿qué te parece? A lo mejor eres tú el que acaba en el Muro. —Soltó una risotada ansiosa—. Tú y tus amenazas, eso, ya veremos. Soy amigo del rey, ¿te enteras? A ver qué dice Joffrey de esto. Y Meñique, y la reina, eso. Janos Slynt tiene amigos muy importantes. Ya veremos quién se hace a la mar, te lo digo yo. Ya lo veremos.

Slynt giró sobre los talones como el guardia que había sido y recorrió a zancadas la sala menor. Sus botas resonaban contra la piedra del suelo. Subió por los peldaños, abrió la puerta de golpe… y se encontró frente a frente con un hombre alto, de mandíbula cuadrada, vestido con coraza negra y capa dorada. Llevaba una mano de hierro atada al muñón de la muñeca derecha.

—Janos —dijo. Tenía un brillo especial en los ojos hundidos, bajo el ceño prominente y la mata de pelo negro salpicado de canas. Seis capas doradas entraron en silencio en la sala menor tras él, al tiempo que Janos Slynt retrocedía.

—Lord Slynt —lo llamó Tyrion—, creo que ya conocéis a Ser Jacelyn Bywater, el nuevo comandante de la Guardia de la Ciudad.

—Os espera una litera, mi señor —dijo Ser Jacelyn a Slynt—. Los muelles son oscuros y están lejos, y por la noche las calles no son seguras. Adelante.

Mientras los capas doradas se llevaban al que fuera su comandante, Tyrion llamó a Ser Jacelyn y le entregó un pergamino enrollado.

—Es un viaje largo, a Lord Slynt le gustará tener compañía. Encargaos de que estos seis se reúnan con él en el Sueño de verano.

Bywater echó una ojeada a los nombres y sonrió.

—A la orden.

—Uno de ellos, ese tal Deem… —añadió Tyrion con voz queda—. Dile al capitán que si se lo lleva un golpe de mar antes de llegar a Guardiaoriente, nadie lo echará de menos.

—Me han dicho que en esas aguas del norte las tormentas son terribles, mi señor.

Jacelyn se inclinó, pidió permiso para retirarse y salió con la capa ondeando a su espalda. Por el camino pisoteó la capa de hilo de oro de Slynt.

Tyrion se quedó a solas, sentado, saboreando lo que quedaba del excelente vino dulce de Dorne. Los sirvientes entraron y salieron para retirar los platos de la mesa. Les ordenó que dejaran el vino. Cuando hubieron terminado, Varys entró en la estancia arrastrando los pies por el suelo al andar. Vestía una amplia túnica color lavanda, a juego con su olor.

—Muy bien, mi señor, muy bien hecho, una actuación maravillosa.

—Entonces, ¿por qué tengo este regusto amargo en la boca? —Se presionó las sienes con los dedos—. Les he dicho que tirasen por la borda a Allar Deem. Ganas me dan de hacer lo mismo con vos.

—Puede que el resultado os decepcionase —replicó Varys—. Las tormentas llegan y pasan, las olas rompen, el pez grande se come al chico… y yo sigo remando. ¿Sería mucha molestia si os pido un sorbo de ese vino que tanto estaba disfrutando Lord Slynt?

Tyrion le señaló la jarra, con el ceño fruncido. Varys se sirvió una copa.

—Ah. Dulce como el verano. —Tomó otro sorbo—. Oigo cómo las uvas cantan en mi lengua.

—Ya decía yo que se oía un ruido raro. Decidles a las uvas que se callen, la cabeza me va a estallar. Fue mi hermana. Eso ha sido lo que el muy leal Lord Janos se ha negado a decirme. Cersei envió a los capas doradas a ese burdel. —Varys disimuló una risita nerviosa. De manera que lo sabía desde el principio—. Eso no me lo dijisteis —lo acusó Tyrion.

—Se trataba de vuestra dulce hermana —respondió Varys, tan dolido que parecía a punto de llorar—. No es fácil dar esas noticias, mi señor. Tenía miedo de vuestra reacción. ¿Podréis perdonarme?

—No —restalló Tyrion—. Maldito seáis. Y maldita sea ella. —Sabía que no le podía poner un dedo encima a Cersei. Aún no, ni aunque quisiera, y desde luego no estaba seguro de querer hacerlo. Pero le dolía ejercer aquella farsa de justicia, castigar a seres lamentables como Janos Slynt y Allar Deem, mientras su hermana seguía llevando a cabo sus crueles planes—. De ahora en adelante, me contaréis todo lo que sepáis, Lord Varys. Todo.

—Eso me tomará mucho tiempo, mi buen señor. —La sonrisa del eunuco era ladina—. Sé muchas cosas.

—Por lo visto, no las suficientes para salvar a aquella niña.

—No, por desgracia no. Había otro bastardo, un chico, mayor. Tomé las medidas necesarias para ponerlo a salvo… pero confieso que jamás se me ocurrió que la pequeña corriera peligro. Una niña, plebeya, de menos de un año, hija de una prostituta… No representaba ninguna amenaza.

—Era hija de Robert —replicó Tyrion con amargura—. Por lo visto, para Cersei eso era suficiente.

—Sí. Fue muy doloroso, muy triste. Me culpo por la muerte de la dulce pequeña y por la de su madre, que era tan joven y amaba tanto al rey…

—¿De veras? —Tyrion no había visto jamás el rostro de la chica muerta, pero en su imaginación era Shae y Tysha a la vez—. Me pregunto si una prostituta puede amar de verdad. No, no respondas, hay cosas que prefiero no saber.

Había dejado establecida a Shae en una amplia casona de piedra y madera que contaba con un pozo, un establo y un jardín; le había proporcionado criados que atendieran todas sus necesidades, un pájaro blanco de las Islas del Verano para que le hiciera compañía, sedas, plata y gemas para adornarse, y guardias para protegerla. Pero ella seguía inquieta. Quería estar más tiempo con él, le dijo, quería servirlo y ayudarlo. «Como mejor me ayudas es aquí, entre las sábanas», le había dicho él una noche después de hacer el amor, tendido junto a ella, con la cabeza reposada entre sus senos y un dulce escozor en la entrepierna. Shae no respondió nada, pero la contestación estaba en sus ojos, y en ellos pudo leer que no había dicho lo que quería oír.

Tyrion suspiró y tendió la mano hacia el vino, pero se acordó de Lord Janos y apartó la jarra.

—Al parecer, mi hermana decía la verdad en lo relativo a la muerte de Stark. Esa estupidez se la debemos sólo a mi sobrino.

—El rey Joffrey dio la orden. Janos Slynt y Ser Ilyn Payne la llevaron a cabo de inmediato, sin titubear…

—Casi como si la estuvieran esperando. Sí, eso ya lo hemos discutido sin llegar a ninguna conclusión. Fue una locura.

—Ahora controláis la Guardia de la Ciudad, mi señor, y estáis en una situación inmejorable para impedir que Su Alteza cometa más… ¿locuras? Aunque claro, también hay que tener en cuenta a la guardia de la Casa de la reina…

—¿Los capas rojas? —Tyrion se encogió de hombros—. Vylarr juró lealtad a Roca Casterly. Sabe que he venido con la autoridad de mi padre. A Cersei le costaría mucho utilizar a sus hombres contra mí. Además, son únicamente un centenar. Yo tengo ciento cincuenta hombres. Y seiscientos capas doradas, si Bywater es tal como me habéis dicho.

—Pronto veréis que Ser Jacelyn es hombre valiente, honorable, obediente… y muy agradecido.

—Me gustaría saber a quién está agradecido. —Tyrion no confiaba en Varys, aunque su valía era innegable. Desde luego, sabía muchas cosas—. ¿Por qué me ayudáis tanto, mi señor Varys? —preguntó, escudriñando las manos fofas del eunuco, su rostro empolvado, su calva, su sonrisa untuosa…

—Vos sois la Mano. Yo sirvo al reino, al rey y a vos.

—¿También servisteis a Jon Arryn y a Eddard Stark?

—Serví a Lord Arryn y a Lord Stark lo mejor que pude. Sus prematuras muertes me entristecieron y me horrorizaron.

—Pues imaginaos cómo me siento yo, que seguramente seré el próximo.

—No lo creo —respondió Varys al tiempo que hacía girar el vino en su copa—. El poder es una cosa muy curiosa, mi señor. Decidme, ¿habéis tenido tiempo de meditar sobre el acertijo que os planteé hace unos días en la posada?

—Le he dado algunas vueltas —reconoció Tyrion—. El rey, el sacerdote, el hombre rico… ¿quién vive y quién muere? ¿A quién obedecerá el espadachín? Es un acertijo sin respuesta; mejor dicho, con demasiadas respuestas. Todo depende de cómo sea el hombre de la espada.

—Pero, en realidad, el hombre de la espada no es nadie —señaló Varys—. No tiene corona, ni oro, ni el favor de los dioses, sólo un trozo de acero afilado.

—Ese trozo de acero es el poder de la vida y la muerte.

—Exacto. Pero, si en realidad quien nos gobierna es el hombre de armas, ¿por qué fingimos que son nuestros reyes los que ostentan el poder? ¿Por qué un hombre fuerte con una espada se plantearía jamás obedecer a un niño rey como Joffrey, o a un idiota borracho como su padre?

—Porque esos niños reyes y esos idiotas borrachos pueden llamar a otros hombres fuertes, con otras espadas.

—Entonces serían esos otros guerreros los que en realidad tendrían el poder. ¿O no? ¿De dónde salen sus espadas? ¿Por qué obedecen? —Varys sonrió—. Hay quien dice que el conocimiento es poder. Hay quien dice que el poder deriva de los dioses. Otros dicen que el poder lo da la ley. Pero aquel día, en los peldaños del Sept de Baelor, nuestro piadoso Septon Supremo, la legítima reina regente y vuestro seguro servidor, con todos sus conocimientos, estuvieron tan impotentes como cualquier zapatero remendón de la multitud. ¿Quién mató en realidad a Eddard Stark, vos qué pensáis? ¿Joffrey, que dio la orden? ¿Ser Ilyn Payne, que blandió la espada? ¿O bien… otra persona?

—¿Vais a decirme la respuesta del maldito acertijo, o sólo queréis empeorarme esta jaqueca? —Tyrion inclinó la cabeza hacia un lado.

—De acuerdo —dijo Varys sonriendo de nuevo—, ahí va: el poder reside donde los hombres creen que reside. Ni más ni menos.

—Entonces, ¿el poder es una farsa?

—Una sombra en la pared —murmuró Varys—. Pero las sombras pueden matar. Y a veces un hombre muy pequeño puede proyectar una sombra muy grande.

—Lord Varys, por extraño que parezca os estoy tomando cariño. —Tyrion sonrió—. Aún es posible que os mate, pero lo lamentaré de verdad.

—Consideraré eso como un cumplido.

—¿Qué sois, Varys? —Para su asombro, Tyrion deseaba realmente saberlo—. Dicen que sois una araña.

—Las arañas y los informadores no suelen ser muy queridos, mi señor. Soy un leal sirviente del reino.

—Y un eunuco. No lo olvidemos.

—Me cuesta olvidarlo.

—A mí también me llaman Mediohombre, pero creo que los dioses han sido más bondadosos conmigo. Soy pequeño, tengo las piernas torcidas, las mujeres no me miran con deseo… Pero sigo siendo un hombre. Shae no es la primera que honra mi lecho, y algún día tomaré esposa y tendré un hijo. Si los dioses siguen siendo generosos, tendrá la apariencia de su tío y el cerebro de su padre. Vos no tenéis una esperanza así que os sustente. Los enanos somos una burla de los dioses… pero son los hombres quienes hacen a los eunucos. ¿Quién os mutiló, Varys? ¿Cuándo, y por qué? ¿Quién sois en realidad?

La sonrisa del eunuco nunca vacilaba, pero sus ojos brillaron con algo que no era risa.

—Sois muy amable al interesaros, mi señor, pero mi historia es larga y triste, y ahora tenemos que hablar de traiciones. —Se sacó un pergamino de la manga de la túnica—. El maestre de la galera real Venado blanco planea levar anclas dentro de tres días para poner su espada y su nave al servicio de Lord Stannis.

—Y supongo que habrá que dar una sangrienta lección con este hombre. —Tyrion suspiró.

—Ser Jacelyn podría hacerlo desaparecer, pero un juicio ante el rey contribuiría a garantizar la lealtad de otros capitanes.

«Y mantendría ocupado a mi regio sobrino.»

—Como digáis. Que reciba una dosis de la justicia de Joffrey.

Varys hizo una marca en el pergamino.

—Ser Horas y Ser Hobber Redwyne han sobornado a un guardia para que los deje salir por una poterna pasado mañana por la noche. Ya lo tienen todo preparado para embarcar en una galera de Pentos, la Luna veloz, disfrazados de remeros.

—Podríamos mantenerlos a los remos unos cuantos años, a ver si les gusta, ¿no? —Sonrió—. No, mi hermana lamentaría la pérdida de tan valiosos invitados. Informad a Ser Jacelyn. Coged al hombre al que sobornaron y explicadle que servir en la Guardia de la Noche es un gran honor. Y vigilad la Luna veloz, por si los Redwyne encuentran a otro guardia necesitado de dinero.

—Como digáis. —Otra marca en el pergamino—. Uno de vuestros hombres, Timett, ha matado esta noche al hijo de un vinatero en un garito de la calle de la Plata. Lo acusó de hacer trampas en el juego.

—¿Y era cierto?

—Sin la menor duda.

—En ese caso, los hombres honrados de esta ciudad están en deuda con Timett. Me encargaré de que el rey le dé las gracias.

El eunuco dejó escapar una risita nerviosa, e hizo otra marca.

—También tenemos una repentina plaga de santones. Al parecer el cometa ha atraído a todo tipo de sacerdotes, predicadores y profetas. Mendigan en las cervecerías y en los tenderetes de los calderos, y van por ahí prediciendo muerte y destrucción a todo el que se pare a escucharlos.

—Está próximo el tercer centenario del Desembarco de Aegon, estas cosas son de esperar. —Tyrion se encogió de hombros—. Que hablen lo que quieran.

—Están sembrando el pánico, mi señor.

—Creía que ésa era vuestra misión.

—Ay. —Varys se cubrió la boca con la mano—. Qué cruel sois, qué cosas decís. Una última cosa. Anoche Lady Tanda dio una cena para unos cuantos amigos. Os he traído el menú y la lista de invitados. Cuando se sirvió el vino, Lord Gyles se levantó para brindar por el rey, y se oyó decir a Ser Balon Swann: «Para eso hacen falta tres copas». Muchos rieron…

—Basta —Tyrion alzó una mano—. Ser Balon hizo un chiste. No me interesan las traiciones en forma de charla de sobremesa.

—Sois tan sabio como bondadoso, mi señor. —El pergamino volvió a desaparecer en el interior de la manga del eunuco—. A ambos nos aguardan muchas tareas. Os dejo.

Tras la salida del eunuco, Tyrion permaneció sentado largo rato, observando la vela. Se preguntaba cómo se tomaría su hermana el cese de Janos Slynt. La conocía lo suficiente para saber que no estaría nada satisfecha, pero no se le ocurría qué podría hacer al respecto, aparte de enviar una nota airada a Lord Tywin, a Harrenhal. Tyrion contaba ya con la Guardia de la Ciudad y también con ciento cincuenta hombres de los clanes y un creciente ejército de mercenarios reclutados por Bronn. Al parecer estaba bien protegido.

«No me cabe duda de que Eddard Stark pensaba lo mismo.»

La Fortaleza Roja estaba oscura y silenciosa cuando Tyrion salió de la sala menor. Bronn lo esperaba en sus habitaciones.

—¿Slynt? —preguntó.

—Lord Janos zarpará con la marea de la mañana en dirección al Muro. Varys quiere que piense que he reemplazado a un hombre de Joffrey por uno mío. Lo más seguro es que haya reemplazado a un hombre de Meñique por uno de Varys, pero sea.

—Más vale que lo sepas, Timett ha matado a un hombre…

—Me lo ha dicho Varys.

El mercenario no pareció sorprendido.

—El muy idiota pensó que sería más fácil hacerle trampas a un tuerto. Timett le clavó la muñeca a la mesa con la daga y le abrió la garganta con las manos. Tiene un truco muy bueno, pone rígidos los dedos y…

—No me interesan los detalles macabros —lo interrumpió Tyrion—, tengo la cena en equilibrio inestable en el estómago. ¿Qué tal va el reclutamiento?

—Bastante bien. Esta noche tres hombres más.

—¿Cómo sabes a cuáles debes contratar?

—Les echo un vistazo. Los interrogo, averiguo si han combatido y qué tal mienten. —Bronn sonrió—. Y luego les doy una oportunidad de matarme, mientras yo trato de matarlos a ellos.

—¿Te has cargado a alguno?

—A ninguno que nos hubiera sido útil.

—¿Y si alguno te mata a ti?

—Contrátalo sin falta.

—Dime una cosa, Bronn… —Tyrion estaba un poco ebrio y muy cansado—. Si te ordenara matar a un bebé… a una niña de pecho… ¿Lo harías? ¿Sin preguntas?

—¿Sin preguntas? No. —El mercenario frotó las yemas del pulgar y el corazón—. Preguntaría cuánto.

«¿Lo ves, Lord Slynt?, no necesito a tu Allar Deem —pensó Tyrion—. Ya tengo a cien como él.» Tenía ganas de reír. Tenía ganas de llorar. Sobre todo, tenía ganas de estar con Shae.

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