TYRION

A través de la puerta cerrada le llegó el sonido del arpa, mezclado con el trino de las flautas. La voz del que cantaba apenas se oía, amortiguada por los gruesos muros, pero Tyrion se sabía la letra.

«Amé a una doncella hermosa como el verano —recordó—, con la luz del sol en el cabello…»

Aquella noche el encargado de montar guardia ante la puerta de la reina era Ser Meryn Trant. Su manera de decir «Mi señor» sonó un poco desganada a oídos de Tyrion, pero de todos modos le abrió la puerta. La canción se interrumpió en cuanto entró en el dormitorio de su hermana.

Cersei estaba reclinada sobre unos cuantos cojines. Estaba descalza, el cabello dorado en cuidadoso desorden, su túnica de brocado verde y oro reflejaba la luz de las velas cuando alzó la vista.

—Mi querida hermana —saludó Tyrion—, estás muy hermosa está noche. —Se volvió hacia el que cantaba—. En cuanto a ti, mi estimado primo, no sabía que tuvieras una voz tan bella.

Ser Lancel recibió el cumplido con gesto hosco; quizá pensaba que se trataba de una burla. A Tyrion le dio la sensación de que el muchacho había crecido diez centímetros desde que lo nombraran caballero. Tenía el pelo espeso color arena, los ojos verdes de los Lannister y una línea de pelusilla rubia sobre el labio superior. Tenía dieciséis años y padecía un grave caso de autosuficiencia juvenil, sin una pizca de humor ni duda que lo aliviara, y agravado por la arrogancia propia de los que nacen rubios, fuertes y atractivos. Su reciente ascenso no había hecho más que empeorarlo.

—¿Acaso Su Alteza ha enviado a buscarte? —preguntó con tono imperioso.

—Que yo recuerde, no —reconoció Tyrion—. Me duele molestaros en esta celebración, Lancel, pero tengo que tratar asuntos importantes con mi hermana.

—Si vienes por lo de esos hermanos mendicantes —intervino Cersei, mirándolo con desconfianza—, no quiero oír tus reproches, Tyrion. No toleraré que vayan esparciendo sus sucias palabras de traición por las calles. Que se prediquen unos a otros en las mazmorras.

—Y que se consideren afortunados por tener una reina tan bondadosa —añadió Lancel—. Yo les habría arrancado la lengua.

—Uno incluso se atrevió a decir que los dioses nos estaban castigando porque Jaime había matado al rey legítimo —declaró Cersei—. No lo voy a tolerar, Tyrion. Te di muchas oportunidades de encargarte de esos piojosos, pero Ser Jacelyn y tú no hicisteis nada, así que ordené a Vylarr que se encargara del asunto.

—Y sin duda te obedeció. —Tyrion se había molestado mucho cuando los capas rojas arrastraron a media docena de profetas harapientos a las mazmorras sin su consentimiento, pero no eran tan importantes como para luchar por ellos—. Sin duda las calles estarán mejor con un poco de silencio. Pero no he venido por eso. He recibido noticias que estoy seguro de que querrás oír cuanto antes, mi querida hermana, pero es mejor que las discutamos en privado.

—Muy bien. —El arpista y el flautista hicieron una reverencia y se apresuraron a salir, mientras Cersei depositaba un casto beso en la mejilla de su primo—. Déjanos a solas, Lancel. Mi hermano es inofensivo cuando está solo. Si hubiera venido con alguno de sus perros ya los habríamos olido.

El joven caballero lanzó una mirada venenosa a su tío y salió cerrando de un portazo.

—Para tu información, obligo a Shagga a bañarse una vez cada quince días —dijo Tyrion cuando estuvieron a solas.

—Pareces muy satisfecho contigo mismo. ¿Por qué?

—¿Por qué no? —replicó Tyrion. Día y noche los martillos resonaban en la calle del Acero, y la cadena era cada vez más larga. Se subió al gran lecho doselado—. ¿No fue en esta cama donde murió Robert? Me extraña que la conserves.

—Me proporciona dulces sueños —replicó—. Escupe de una vez lo que quieras decir y lárgate, Gnomo.

—Lord Stannis ha zarpado de Rocadragón —dijo Tyrion con una sonrisa. Cersei se puso en pie de un salto.

—¿Y me lo dices ahí sentado, sonriendo como una calabaza en la fiesta de la cosecha? ¿Bywater ha convocado ya a la Guardia de la Ciudad? Tenemos que enviar un pájaro a Harrenhal de inmediato. —Para entonces Tyrion ya no podía contener las carcajadas. Cersei lo agarró por los hombros y lo sacudió—. Basta ya. ¿Estás loco, o borracho? ¡Basta ya!

—No puedo —jadeó él, que apenas si podía hilvanar las palabras—. Es tan… dioses, tan… tan divertido… Stannis…

—¿Qué?

—No viene a atacarnos a nosotros —consiguió decir Tyrion—. Ha sitiado Bastión de Tormentas. Renly va a enfrentarse a él.

Su hermana le clavó las uñas en el brazo hasta hacerle daño. Por un momento lo miró con incredulidad, como si hubiera empezado a farfullar en un idioma desconocido.

—¿Stannis y Renly están luchando el uno contra el otro? —Tyrion asintió, y Cersei empezó a reír—. Por los dioses —suspiró—. Empiezo a pensar que Robert era el listo de la familia.

Tyrion soltó una carcajada. Rieron juntos. Cersei lo alzó de la cama, le hizo dar vueltas y hasta lo abrazó, frívola como una chiquilla durante un instante. Cuando lo soltó Tyrion estaba sin aliento y mareado. Se tambaleó hasta el aparador y tuvo que apoyarse con una mano para recuperar el equilibrio.

—¿De verdad crees que se van a enfrentar? Si llegan a algún tipo de acuerdo…

—Imposible —dijo Tyrion—. Son demasiado diferentes, y a la vez demasiado parecidos, y no se soportan el uno al otro.

—Y Stannis siempre pensó que le habían robado Bastión de Tormentas —dijo Cersei, pensativa—. El hogar ancestral de la Casa Baratheon, que le correspondía por derecho… Ni te imaginas la cantidad de veces que se presentó ante Robert, siempre con la misma aburrida cantinela, en ese tono lóbrego y agraviado que ponía. Cuando Robert asignó ese lugar a Renly, Stannis apretó las mandíbulas tanto que pensé que se le iban a saltar los dientes.

—Lo tomó como una afrenta.

—Fue una afrenta —dijo Cersei.

—¿Brindamos por el amor fraternal?

—Sí —respondió ella, sin aliento—. Oh, dioses, sí.

Tyrion le dio la espalda mientras llenaba dos copas con dulce tinto del Rejo. Fue muy sencillo agregar a la de Cersei un pellizco de polvo finísimo.

—¡Por Stannis! —dijo al tiempo que le tendía su copa. «Soy inofensivo cuando estoy solo, ¿eh?»

—¡Por Renly! —replicó ella entre risas—. ¡Que la batalla sea larga y dura, y los Otros se los lleven a ambos!

«¿Es ésta la Cersei que Jaime ve siempre? —Cuando sonreía su belleza era impresionante—. “Amé a una doncella hermosa como el verano —recordó—, con la luz del sol en el cabello…”» Casi lamentó haberla envenenado.

El mensajero de su hermana fue a verlo a la mañana siguiente mientras desayunaba. La reina estaba indispuesta y no podía salir de sus habitaciones. «Querrás decir de su retrete.» Tyrion recitó las expresiones compasivas de rigor, y envió recado a Cersei para que descansara, él trataría con Ser Cleos tal como habían planeado.

El Trono de Hierro de Aegon el Conquistador era un amasijo de púas y dientes serrados de metal, a la espera de cualquier idiota que tratara de ponerse demasiado cómodo en él, y los escalones le dieron calambres en las piernas atrofiadas mientras subía, demasiado consciente del espectáculo tan absurdo que ofrecía. Pero tenía algo de bueno. Era alto.

Los guardias Lannister esperaban en silencio, con sus capas escarlata y sus yelmos coronados por cabezas de leones. Los capas doradas de Ser Jacelyn, al otro lado de la sala, parecían enfrentados a ellos. A ambos lados de los peldaños que llevaban al trono estaban Bronn y Ser Preston de la Guardia Real. Los cortesanos observaban desde la galería, mientas que los suplicantes se agolpaban junto a las gigantescas puertas de roble y bronce. Sansa Stark estaba especialmente bonita aquella mañana, aunque tenía el rostro pálido como la leche. Lord Gyles no dejaba de toser, mientras que el pobre primo Tyrek lucía su manto de novio, de armiño y terciopelo. Desde su matrimonio hacía tres semanas con la pequeña Lady Ermesande, los otros escuderos lo llamaban Niñera, y le preguntaban qué tipo de pañales había lucido la novia en la noche de bodas.

Tyrion los miró a todos desde arriba y disfrutó el momento.

—Llamad a Ser Cleos Frey.

Su voz retumbó en los muros de piedra y recorrió toda la longitud de la sala. Eso también le gustó. «Lástima que Shae no esté aquí para verlo», pensó. La muchacha había querido asistir, pero era imposible.

Ser Cleos recorrió el largo trecho entre los capas doradas y los capas rojas, sin mirar a derecha ni a izquierda. Cuando se arrodilló, Tyrion observó que su primo empezaba a perder el pelo.

—Ser Cleos, os damos las gracias por traernos esta oferta de paz de Lord Stark —dijo Meñique desde la mesa del Consejo.

El Gran Maestre Pycelle carraspeó para aclararse la garganta.

—La reina regente, la Mano del Rey y el Consejo Privado han valorado los términos que ofrece el que se hace llamar Rey en el Norte. Lamento decir que son inaceptables, y así deberéis decírselo a los norteños, ser.

—Éstos son nuestros términos —dijo Tyrion—. Robb Stark deberá deponer las armas, jurar lealtad y volver a Invernalia. Deberá liberar a mi hermano sin causarle daño alguno y poner su ejército a las órdenes de Jaime, para que marche contra los rebeldes Renly y Stannis Baratheon. Cada uno de los vasallos de Stark nos enviará a un hijo varón como rehén. En caso de que no lo tuvieran, bastará con que envíen a una hija. Serán tratados con toda cortesía y ocuparán puestos de honor en la corte, mientras sus padres no vuelvan a cometer traición.

—Mi señor Mano —dijo Cleos Frey con el rostro ceniciento—, Lord Stark jamás aceptará esas condiciones.

«En ningún momento habíamos pensado que las aceptara, Cleos.»

—Le diréis que hemos alzado otro gran ejército en Roca Casterly, y que pronto avanzará contra él desde el oeste, mientras mi señor padre lo ataca desde el este. Hacedle entender que está solo, sin esperanza alguna de aliados. Stannis y Renly Baratheon luchan el uno contra el otro, y el príncipe de Dorne ha accedido a casar a su hijo Trystane con la princesa Myrcella. —En la galería y al fondo de la sala se oyeron murmullos de alegría, mezclados con otros de consternación—. En cuanto a mis primos —siguió Tyrion—, ofrecemos intercambiar a Harrion Karstark y a Ser Wylis Manderly por Willem Lannister, y a Lord Cerwyn y Ser Donnel Locke por vuestro hermano Tion. Decidle a Stark que dos Lannister valen por cuatro norteños en invierno y en verano. —Aguardó a que cesaran las risas—. Le entregaremos los huesos de su padre, como muestra de buena voluntad de Joffrey…

—Lord Stark ha pedido también la espada de su padre y a sus hermanas —le recordó Ser Cleos.

Ser Ilyn Payne lo miró en silencio. El puño del espadón de Eddard Stark sobresalía por encima de su hombro.

Hielo —dijo Tyrion—. La tendrá cuando firme la paz con nosotros, no antes.

—Como digáis. ¿Y sus hermanas?

—Seguirán aquí como rehenes hasta que libere a mi hermano Jaime, sano y salvo. —Tyrion miró en dirección a Sansa y sintió un aguijonazo de compasión—. El trato que reciban dependerá de su comportamiento en esta guerra.

«Y si los dioses nos sonríen, Bywater encontrará a Arya con vida antes de que Robb se entere de que ha desaparecido.»

—Le llevaré vuestro mensaje, mi señor.

Tyrion tironeó de una de las hojas retorcidas que salían de brazo del trono. «Y ahora, el empujón definitivo.»

—Vylarr —llamó.

—Mi señor.

—Los hombres que envió Stark son suficientes para proteger los huesos de Lord Eddard —declaró—, pero un Lannister debe tener una escolta Lannister. Ser Cleos es primo de la reina y mío. Dormiremos más tranquilos si lo lleváis sano y salvo de vuelta a Aguasdulces.

—A vuestras órdenes. ¿Cuántos hombres debo llevarme?

—A todos, claro.

Vylarr se quedó inmóvil como una estatua de piedra. Fue el Gran Maestre Pycelle el que se levantó como si lo hubieran golpeado.

—Mi señor Mano, no es posible… Vuestro padre, el propio Lord Tywin, envió a estos buenos hombres a la ciudad para proteger a la reina Cersei y a sus hijos…

—La Guardia Real y la Guardia de la Ciudad se bastan para protegerlos. Los dioses os acompañen en este viaje, Vylarr.

En la mesa del Consejo, Varys sonreía con astucia, Meñique fingía aburrimiento y Pycelle abría y cerraba la boca como un pescado, pálido y confuso. Un heraldo dio un paso al frente.

—Si alguien más tiene algún asunto que exponer ante la Mano del Rey, que hable ahora o que se marche y guarde silencio.

—Quiero que se me escuche —exclamó un hombre delgado vestido de negro abriéndose camino entre los gemelos Redwyne.

—¡Ser Alliser! —exclamó Tyrion—. Vaya, si no tenía ni idea de que estabais en la corte. Debisteis enviarme un mensaje.

—Lo hice, como bien sabéis. —Thorne era un hombre de unos cincuenta años, enjuto, de rasgos afilados, ojos duros y manos más duras aún, cuyo pelo negro mostraba ya hebras grises—. Me habéis rehuido, no me habéis hecho ningún caso, me habéis hecho esperar como a un criado cualquiera.

—¿De verdad? Bronn, eso no se hace. Ser Alliser y yo somos viejos amigos. Caminamos juntos por el Muro.

—Querido Ser Alliser —murmuró Varys—, no nos juzguéis con dureza. Son muchos los que buscan la gracia de nuestro rey Joffrey en estos tiempos tumultuosos y problemáticos.

—Más problemáticos de lo que imaginas, eunuco.

—Cuando lo tenemos delante acostumbramos a llamarlo Lord Eunuco —bromeó Meñique.

—¿En qué podemos ayudaros, buen hermano? —preguntó el Gran Maestre Pycelle en tono tranquilizador.

—El Lord Comandante me envió para entrevistarme con Su Alteza el rey —replicó Thorne—. Es un asunto demasiado grave para discutirlo con criados.

—El rey está jugando con su ballesta nueva —dijo Tyrion. Para librarse de Joffrey sólo había necesitado una fea ballesta de Myr que disparaba tres dardos a la vez, y por supuesto quiso probarla de inmediato—. Puedes hablar con criados o guardar silencio.

—Como queráis —dijo Ser Alliser, con el desprecio trasluciéndose en cada palabra—. Me envían a deciros que encontramos a dos exploradores que habían desaparecido hacía tiempo. Los dos estaban muertos, pero cuando llevamos los cadáveres al Muro, se levantaron en medio de la noche. Uno mató a Ser Jaremy Rykker, y el otro trató de asesinar al Lord Comandante.

Tyrion oyó risitas al fondo de la sala. «¿Qué pasa, se está burlando de mí con esa sarta de tonterías?» Se movió intranquilo y miró a Varys, a Meñique y a Pycelle, preguntándose si alguno de ellos habría tramado la broma. La dignidad de la que disfrutaba un enano era ya escasa; si la corte y el reino empezaban a burlarse de él, estaría perdido. Pero, pese a todo…

Tyrion recordó una fría noche bajo las estrellas, al lado de Jon Nieve y un gran lobo blanco en la cima del Muro, en el límite del mundo, contemplando la inmensidad oscura y sin senderos que se extendía al otro lado. Había sentido… ¿qué? Algo, sí, un temor que se clavaba más hondo que el gélido viento del norte. El lobo había aullado a la noche, y aquel sonido hizo que un escalofrío le recorriera la columna.

«No seas idiota —se dijo—. Un lobo, una ráfaga de viento, un bosque oscuro… no significan nada. Y, pese a todo…» Durante el tiempo que pasó en el Castillo Negro había llegado a apreciar al viejo Jeor Mormont.

—Espero que el Viejo Oso sobreviviera a ese ataque.

—Así fue.

—Y que vuestros hermanos mataran a esos… eh… a esos muertos.

—Lo hicimos.

—¿Seguro que esta vez están muertos? —preguntó Tyrion con voz amable. Al oír la carcajada de Bronn supo que había elegido el camino adecuado—. ¿Muertos del todo?

—Estaban muertos desde el principio —le espetó Ser Alliser—. Pálidos y helados, con las manos y los pies negros. He traído la mano de Jared, el lobo del bastardo se la arrancó al cadáver.

—¿Y dónde está ese encantador recuerdo? —preguntó Meñique.

—Se… —Ser Alliser frunció el ceño, incómodo—. Se pudrió mientras esperaba que me recibierais. No quedan más que los huesos.

Las risitas contenidas llenaron la sala.

—Lord Baelish —llamó Tyrion a Meñique—, comprad a nuestro valiente Ser Alliser un centenar de palas para que se las lleve al Muro.

—¿Palas? —Ser Alliser tenía entrecerrados los ojos con gesto de desconfianza.

—Si enterráis a vuestros muertos, seguro que no se vuelven a levantar —le dijo Tyrion, y la corte rió abiertamente—. Las palas solucionarán vuestros problemas, sobre todo si las usan unos brazos fuertes. Ser Jacelyn, encargaos de que el buen hermano elija a los que quiera de las mazmorras de la ciudad.

—Como queráis, mi señor —dijo Ser Jacelyn—. Pero las celdas están casi vacías. Yoren se llevó a todos los hombres útiles.

—Pues arrestad a unos cuantos —sugirió Tyrion—. O haced correr la voz por las calles de que en el Muro hay pan y nabos, y vendrán muchos voluntarios.

En la ciudad había muchas bocas que alimentar, y la Guardia de la Noche siempre necesitaba hombres. A una señal de Tyrion, el heraldo anunció el fin de la audiencia, y la sala empezó a vaciarse.

Pero Alliser Thorne no se daba por vencido tan fácilmente. Cuando Tyrion bajó del Trono de Hierro lo estaba esperando al pie de las escaleras.

—¿Creéis que he navegado desde Guardiaoriente del Mar —le espetó al tiempo que le cortaba el paso— para que alguien como vos se burle de mí? Esto no es ninguna broma. Yo mismo lo vi. Os digo que los muertos caminan.

—Deberíais matarlos mejor. —Tyrion se alejó. Ser Alliser fue a agarrarlo por la manga, pero Preston Greenfield lo empujó hacia atrás.

—Ni un paso más, ser.

—¡Eres un estúpido, Gnomo! —gritó Thorne a la espalda de Tyrion; no era tan idiota como para enfrentarse a un caballero de la Guardia Real.

—¿Yo? —El enano se volvió—. ¿De verdad? Entonces, ¿por qué todos se reían de vos? —Le dirigió una sonrisa desganada—. Habéis venido a buscar hombres, ¿no?

—Empiezan a soplar vientos fríos. Hay que defender el Muro.

—Y para defender el Muro necesitáis hombres, y os los acabo de proporcionar… como habríais notado si prestarais oído a otra cosa que no fueran los insultos. Tomad a los hombres, dadme las gracias y marchaos antes de que me vea obligado a amenazaros de nuevo con un tenedor para marisco. Dad recuerdos de mi parte a Lord Mormont… y también a Jon Nieve.

Bronn agarró a Ser Alliser por el codo y lo obligó a salir de la sala.

El Gran Maestre Pycelle ya se había escabullido, pero Varys y Meñique presenciaron el enfrentamiento de principio a fin.

—La admiración que siento por vos no deja de crecer, mi señor —confesó el eunuco—. Apaciguáis al joven Stark con los huesos de su padre, y al mismo tiempo despojáis a vuestra hermana de sus protectores. Dais al hermano negro los hombres que busca, libráis a la ciudad de unas cuantas bocas hambrientas, pero lo hacéis de manera que parezca una burla, para que nadie pueda decir que el enano tiene miedo de snarks y grumkins. Muy hábil, sin duda, muy hábil.

—¿De veras vais a prescindir de todos vuestros guardias, Lannister? —preguntó Meñique mientras se acariciaba la barba.

—No, voy a prescindir de todos los guardias de mi hermana.

—La reina no lo tolerará.

—Ya veréis como sí. Soy su hermano. Cuando me conozcáis mejor, veréis que siempre lo digo todo de veras.

—¿Hasta las mentiras?

—Sobre todo las mentiras. Presiento que no estáis muy contento conmigo, Lord Petyr.

—Os estimo tanto como siempre, mi señor. Aunque no me gusta que me tomen el pelo. Si Myrcella contrae matrimonio con Trystane Martell, mal podrá hacerlo con Robert Arryn, ¿no creéis?

—Sería un gran escándalo —reconoció—. Lamento esa pequeña treta, Lord Petyr, pero cuando hablé con vos no sabía que en Dorne iban a aceptar mi oferta.

—No me gusta que me mientan, mi señor. —Aquello no había apaciguado a Meñique—. La próxima vez mantenedme al margen de vuestros engaños.

«Sólo si vos hacéis lo mismo conmigo», pensó Tyrion al tiempo que miraba la daga que Meñique llevaba a la cintura.

—No sabéis cuánto lamentaría haberos ofendido. Todo el mundo sabe lo mucho que os apreciamos, mi señor. Y cuánta necesidad tenemos de vos.

—Pues tratad de recordarlo. —Meñique dio media vuelta y se marchó.

—Varys, acompañadme —pidió Tyrion.

Salieron juntos por la puerta del rey, situada tras el trono. El eunuco arrastraba ligeramente las zapatillas sobre la piedra.

—Sabéis que Lord Baelish está en lo cierto. La reina no permitirá que alejéis a su guardia.

—Sí que lo permitirá. Vos os encargaréis de eso.

—¿De verdad? —Una sonrisa afloró a los labios regordetes de Varys.

—No os quepa duda. Le diréis que es parte de mi plan para liberar a Jaime.

Varys se acarició una mejilla empolvada.

—Del que sin duda forman parte los cuatro hombres que vuestro Bronn ha buscado con tanta diligencia en los bajos fondos de Desembarco del Rey. Un ladrón, un envenenador, un actor y un asesino.

—Si les ponemos capas rojas y yelmos adornados con leones serán idénticos al resto de los guardias. Me pasé mucho tiempo tratando de idear un plan para introducirlos en Aguasdulces, antes de que se me ocurriera meterlos a la vista de todos. Entrarán a caballo por la puerta principal, con el estandarte de los Lannister y escoltando los huesos de Lord Eddard. —Esbozó una sonrisa retorcida—. Si fueran sólo cuatro hombres los vigilarían de cerca. Cuatro entre cuatrocientos podrán pasar desapercibidos. Así que tengo que enviar a los verdaderos guardias junto con los falsos… tal como le vais a explicar a mi hermana.

—Y ella por el bien de su amado hermano, pese a sus recelos, accederá. —Bajaron hacia una columnata desierta—. De todos modos, no poder contar con sus capas rojas hará que se sienta insegura.

—Me gusta que se sienta insegura —dijo Tyrion.

Ser Cleos Frey partió aquella misma tarde, escoltado por Vylarr y un centenar de guardias Lannister de capas rojas. Los hombres enviados por Robb Stark se unieron a ellos ante la Puerta de los Dioses, para el largo viaje de vuelta hacia el oeste.

Tyrion encontró a Timett jugando a los dados en los barracones con sus Hombres Quemados.

—Ven a mis estancias a medianoche.

Timett clavó en él su único ojo y asintió con gesto brusco. No era persona dada a los discursos.

Aquella noche cenó con los Grajos de Piedra y los Hermanos de la Luna en la sala menor, aunque por una vez prescindió del vino. Necesitaba tener la cabeza bien despejada.

—Shagga, ¿qué luna hay esta noche?

—Luna nueva, creo. —El ceño de Shagga resultaba aterrador.

—En el oeste la llamamos luna del traidor. Trata de no emborracharte esta noche y asegúrate de que tienes el hacha bien afilada.

—El hacha de un Grajo de Piedra siempre está afilada, y las hachas de Shagga son las más afiladas de todas. Una vez le corté la cabeza a un hombre, y no se dio cuenta hasta que no intentó cepillarse el pelo. Entonces se le cayó.

—¿Por eso tú no te peinas nunca?

Las carcajadas de los Grajos de Piedra retumbaron en toda la sala, y las de Shagga eran las más sonoras.

A medianoche el castillo estaba oscuro y silencioso. Sin duda unos cuantos capas doradas lo espiaban desde las murallas y lo vieron salir de la Torre de la Mano, pero nadie dijo nada. Era la Mano del Rey y podía ir adonde gustara.

La endeble puerta de madera cedió con un crujido retumbante ante la patada de Shagga. Los trozos de madera volaron hacia el interior de la estancia, y Tyrion oyó un gritito femenino de terror. Shagga terminó de abatir la puerta con tres fuertes hachazos, y entró entre las ruinas. Lo siguió Timett, y luego Tyrion, saltando sobre las astillas. El fuego se había consumido y apenas si quedaban unas brasas, y las sombras que proyectaban en el dormitorio eran grandes y alargadas. Cuando Timett arrancó los pesados cortinajes del lecho, la criada desnuda los miró con los ojos muy abiertos.

—Por favor, mis señores —suplicó—, no me hagáis daño. —Se apartó de Shagga, sonrojada y temerosa, tratando de cubrir sus encantos con las manos, aunque obviamente le faltaba una.

—Vete —le dijo Tyrion—. No es a ti a quien buscamos.

—Shagga quiere a esta mujer.

—Shagga quiere a todas las putas en esta ciudad de putas —se quejó Timett, hijo de Timett.

—Sí —asintió Shagga, imperturbable—. Shagga le hará un hijo fuerte.

—Cuando la chica quiera un hijo fuerte ya te buscará ella —dijo Tyrion—. Timett, llévala afuera… con cortesía, por favor.

El Hombre Quemado sacó a la chica de la cama y casi la arrastró afuera de la estancia. Shagga los vio alejarse, apesadumbrado como un perrito castigado. La chica saltó sobre los restos de la puerta y salió al pasillo, ayudada por un firme empujón de Timett. Sobre sus cabezas, los cuervos graznaban sin cesar.

Tyrion apartó la suave manta de la cama y descubrió debajo al Gran Maestre Pycelle.

—Decidme, ¿en la Ciudadela aprueban que os llevéis a las criadas a la cama, maestre?

—¿Q-qué significa esto? Soy un anciano, y vuestro leal servidor… —El viejo maestre estaba tan desnudo como la chica, aunque ofrecía un espectáculo mucho menos agradable. Tenía los ojos bien abiertos para variar.

—Tan leal que sólo enviasteis una de mis cartas a Doran Martell. —Tyrion se subió a la cama—. La otra se la disteis a mi hermana.

—N-no —gimoteó Pycelle—. Eso es falso, lo juro, no fui yo. Varys, fue Varys, la Araña, os lo advertí…

—¿Todos los maestres mienten tan mal? A Varys le dije que iba a entregar a mi sobrino Tommen al príncipe Doran como pupilo. A Meñique le dije que pensaba casar a Myrcella con Lord Robert del Nido de Águilas. No le dije a nadie que iba a ofrecer a Myrcella a los hombres de Dorne… la verdad sólo estaba en las cartas que os confié. A vos.

—Los pájaros se pierden, alguien pudo robar los mensajes, o venderlos… —Pycelle se aferró a una esquina de la manta—. Fue Varys, os podrían contar cosas de ese eunuco que os helarían la sangre…

—Mi dama prefiere que tenga la sangre caliente.

—No cometáis un error, por cada secreto que el eunuco os susurra al oído, os oculta siete. Y Meñique, ése sí que…

—Lo sé todo acerca de Lord Petyr. Confío en él casi tan poco como en vos. Shagga, córtale la virilidad y échasela de comer a las cabras.

—No hay cabras, Mediohombre —dijo Shagga blandiendo el hacha de doble filo.

—Qué se le va a hacer.

Shagga saltó hacia delante con un rugido. Pycelle chilló y mojó la cama, regando la orina en todas direcciones mientras trataba de ponerse fuera de su alcance. El salvaje lo agarró por la punta de la ondulada barba blanca, y le cortó tres cuartas partes de la misma de un golpe de hacha.

—Timett, ¿no crees que nuestro amigo se mostrará más sincero cuando no pueda esconderse detrás de esos bigotes? —Tyrion cogió un trozo de sábana para limpiarse los meados de las botas.

—No tardará en decir la verdad. —La oscuridad llenaba el hueco del ojo quemado de Timett—. Huelo el hedor de su miedo.

Shagga tiró un puñado de pelo sobre las mantas y agarró la barba que quedaba.

—Estaos quieto, maestre —le suplicó Tyrion—. Cuando Shagga se enfada le tiemblan las manos.

—A Shagga nunca le tiemblan las manos —replicó indignado el hombretón al tiempo que ponía la gran hoja en forma de medialuna bajo la barbilla de Pycelle y le afeitaba otro mechón de barba.

—¿Cuánto hace que espiáis para mi hermana? —le preguntó Tyrion.

—Todo lo que he hecho ha sido por la Casa Lannister. —La respiración de Pycelle era rápida y trabajosa. Una película de sudor cubría la ancha cúpula que era la frente del anciano, tenía mechones de pelo blanco pegados a la piel arrugada—. Siempre… desde hace años… preguntádselo a vuestro señor padre, siempre he sido su leal servidor… Yo fui quien dijo a Aerys que le abriera las puertas…

Aquello cogió a Tyrion por sorpresa. No había sido más que un niño feo en Roca Casterly cuando la ciudad cayó.

—Así que el saqueo de Desembarco del Rey también fue obra vuestra.

—¡Por el reino! Una vez muriera Rhaegar, la guerra terminaría. Aerys estaba loco, Viserys era demasiado pequeño, el príncipe Aegon no era más que un bebé de pecho, pero el reino necesitaba un rey… Recé por que fuera vuestro padre, pero Robert era demasiado fuerte, y Lord Stark se movió demasiado deprisa…

—Me pregunto a cuántos habéis traicionado. A Aerys, a Eddard Stark, a mí… ¿al rey Robert también? A Lord Arryn, al príncipe Rhaegar… ¿Cuándo empezó todo, Pycelle? —Porque sabía bien cuándo iba a terminar. El hacha arañó la nuez de la garganta de Pycelle y rozó la temblorosa piel sensible debajo de la barbilla, afeitando los últimos pelos.

—Vos… vos no estabais aquí —gimió al sentir que la hoja subía hacia sus mejillas—. Robert… sus heridas… si las hubierais visto, si supierais cómo olían, no os cabría duda…

—No, ya sé que el jabalí os hizo el trabajo sucio… pero si lo hubiera dejado a medias, no me cabe duda de que lo habríais terminado.

—Era un mal rey… engreído, borracho, lujurioso… hubiera acabado por repudiar a su reina, a vuestra hermana… por favor… Renly conspiraba para traer a la doncella de Altojardín a la corte, para que sedujera a vuestro hermano… es la verdad de los dioses…

—¿Y para qué conspiraba Lord Arryn?

—Lo sabía —dijo Pycelle—. Lo de… lo de…

—Ya sé qué sabía —le espetó Tyrion, que no tenía ningunas ganas de que Shagga y Timett se enterasen también.

—Iba a enviar a su esposa al Nido de Águilas y a su hijo a Rocadragón como pupilo… pensaba actuar…

—De manera que lo envenenasteis para que no hiciera nada.

—No —se resistió débilmente Pycelle.

Shagga gruñó y lo agarró por la cabeza. Tenía la mano tan grande que podría aplastar el cráneo del maestre como si fuera un huevo.

—Tch tch —dijo Tyrion—. Vi las lágrimas de Lys entre vuestras pócimas. Y echasteis al maestre de Lord Arryn para atenderlo vos mismo y así aseguraros de que moría.

—¡Eso es falso!

—Necesita un afeitado más apurado —sugirió Tyrion—. Otra vez por la garganta.

El hacha se movió de nuevo, raspando la piel. Los labios de Pycelle temblaban, la saliva espumeaba entre ellos.

—Intenté salvar a Lord Arryn. Os lo juro…

—Ve con cuidado, Shagga, que lo has cortado.

—Los hijos de Dolf son guerreros —gruñó Shagga—, no barberos.

Cuando vio que un reguerito de sangre le manaba del cuello y le caía sobre el pecho, el anciano se estremeció y lo abandonaron las últimas fuerzas. Parecía hundido, más menudo y frágil que cuando habían entrado.

—Sí —sollozó—, sí, Colemon lo estaba purgando, así que lo eché. La reina necesitaba que Lord Arryn muriera, no lo dijo con esas palabras, no podía, Varys estaba escuchando, siempre escucha, pero la miré y lo supe. Aunque no fui yo quien le administró el veneno, os lo juro. —El anciano se echó a llorar—. Varys os lo puede decir, fue el chico, Hugh, su escudero, seguro que lo hizo él, preguntad a vuestra hermana, preguntádselo.

—Atadlo y lleváoslo —ordenó Tyrion. Estaba asqueado—. Arrojadlo a una de las celdas negras.

Lo arrastraron entre los restos de la puerta.

—Lannister —gimió—, todo lo he hecho siempre por los Lannister…

Cuando se lo hubieron llevado, Tyrion revisó a conciencia sus habitaciones y cogió unos cuantos frasquitos más de los estantes. Los cuervos no dejaban de graznar sobre su cabeza, era un sonido extrañamente tranquilo. Habría que buscar a alguien para que se encargara de los pájaros antes de que les enviaran un sustituto para Pycelle desde la Ciudadela.

«Era en el que más esperaba confiar.» Sospechaba que Varys y Meñique no eran más leales que Pycelle… sólo más sutiles, y por tanto más peligrosos. Tal vez el sistema de su padre habría sido el mejor: llamar a Ilyn Payne, montar tres cabezas sobre las puertas, y se acabó.

«Y sería un hermoso espectáculo», pensó.

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