7

La parte frontal de mi cerebro sabía que debía pedirle a Roane que me llevara a mi coche. Debajo del asiento del conductor había un paquete con dinero y la documentación completa de una nueva identidad, con un permiso de conducir y tarjetas de crédito. Siempre había planeado salir en coche de la ciudad o ir al aeropuerto y subir al primer avión que se me antojara. Era un buen plan. La policía ya estaría contactando con la embajada, y antes del anochecer mi tía sabría quién era, dónde estaba, y qué había estado haciendo durante tres años.

La parte primitiva de mi cerebro quería saltar encima de Roane mientras conducía a ciento veinte por hora por la autovía. Sentía la piel hinchada por el deseo. En realidad, no le podía tocar. Lo último que necesitaba era contaminarle con las Lágrimas. Como mínimo uno de nosotros necesitaba permanecer cuerdo esa noche, y hasta que no me duchara, ese uno no iba a ser yo.

Subí la escalera hasta el apartamento de Roane, abrazándome a mí misma, clavándome las uñas con tanta fuerza como para dejarme marcas en los brazos. Eso era lo único que podía hacer para frenarme y no tocar a Roane cuando subía la escalera justo delante de mí.

Dejó la puerta abierta tras de sí, y le seguí hasta la habitación. Él estaba de pie en el centro de una amplia estancia. Incluso en la oscuridad, la habitación brillaba de forma extraña y las paredes blancas resplandecían a la luz de la luna. Roane se erguía como una figura negra en medio del fulgor plateado. Estaba mirando al mar, como hacía cada vez que entrábamos en su apartamento, luego se volvió y miró por las ventanas que formaban las paredes oeste y sur. El mar se alzaba al otro lado de los cristales y las olas oscuras y plateadas rompían en la orilla con un ribete de espuma.

Siempre sería la segunda en el corazón de Roane, porque su amor pertenecía a su primera amante: la mar. Seguiría llorando su pérdida cuando yo ya sólo fuera polvo en una tumba. Esta certeza provocaba soledad. La misma soledad que había sentido en la corte, observando la disputa de las sidhe por insultos pronunciados un siglo antes de que yo naciera, y sabiendo que continuarían discutiendo un siglo después de mi muerte. Era un poco amargo, sí, pero sobre todo certificaba que era ajena a la sociedad. Era una sidhe, con lo cual no podía ser humana, y era mortal, de manera que no podía ser una sidhe. Ni carne ni pescado.

Aunque me sentía aislada, abandonada, mi mirada se dirigió a la cama: un montón de sábanas blancas y cojines esparcidos. Roane la había deshecho, pero sólo la había hecho a medias. Nunca había entendido por qué había que planchar las arrugas si las sábanas estaban limpias. Tuve una súbita visión de Roane desnudo sobre esas sábanas blancas. La visión era tan nítida que me dolía. Me tensaba el estómago y me hacía sentir algo más abajo, hasta que me costó respirar. Me apoyé en la puerta cerrada hasta que no pude moverme y, a continuación, me estiré. No estaba bajo el efecto de productos químicos ni de magia. Era una sidhe, una sidhe débil, menor, pero eso no cambiaba el hecho de que tuviera aquello que todos nosotros y los hombres denominan mágico. No era un campesino humano que apenas había entrado en contacto con las hadas. Era una princesa sidhe y por la diosa, que actuaría como tal.

Miré la puerta que tenía detrás, y ni tan siquiera el sonido de la cerradura al cerrarse hizo volverse a Roane. Permanecería en comunión con su visión hasta que estuviera preparado para mí. Yo no tenía tanta paciencia esa noche. Pasé junto a él y crucé la habitación a oscuras hasta el cuarto de baño. Al encender la luz quedé deslumbrada. El cuarto de baño era minúsculo, con sitio sólo para el ino doro, un pequeño lavamanos y la bañera. La bañera quizá datara de la época de la construcción de la casa, porque era honda y tenía patas y parecía muy antigua. La cortina de la ducha, colgada de una varilla, tenía imágenes de especies de focas de los cuatro rincones del mundo, con los nombres comunes escritos al lado de cada imagen. La había encargado yo de uno de esos catálogos que siempre te envían cuando tienes una formación en biología. La encontré entre camisetas con motivos animales, velas en forma de animales, libros sobre viajes al círculo polar ártico y veranos pasados avistando lobos en lugares remotos. A Roane le gustó la cortina, y a mí me complació regalársela. Me gustaba tener relaciones sexuales en la ducha, rodeada por el regalo que le había hecho.

Me asaltó una imagen de su cuerpo húmedo y desnudo, la sensación de su piel con una capa de jabón. Maldije en voz baja y aparté la cortina. Abrí el grifo del agua caliente y esperé a que el agua adquiriera la temperatura adecuada. Necesitaba quitarme las Lágrimas antes de hacer algo que después lamentaría. Esa noche estaría a salvo. No iba a presentarse nadie hasta el día siguiente, como muy pronto. Podía tomar a Roane, llenar mis manos con su piel sedosa, cubrirme con la dulce proximidad de su cuerpo. ¿A quién haría daño?

Eran las Lágrimas las que hablaban, no yo. Yo necesitaba esa noche para sacar ventaja si quería huir de la ciudad. A la policía no iba a gustarle que abandonara la ciudad, pero ellos no me matarían, y mi familia sí. Cielos, en California ni siquiera existía la pena capital.

El vestido estaba tan rasgado que intenté sacármelo como una chaqueta, pero la cremallera todavía aguantaba. El delantero estaba empapado y pesado por el aceite. Nunca había conocido a nadie que gastara tanto de algo que hasta un sidhe consideraba valioso. Aunque quizá el brujo sidhe contaba con que yo muriese con Alistair Norton y de este modo nadie supiera qué eran las Lágrimas de Branwyn. Los sidhe eran muy esnobs en cuanto a lo que los duendes menores hacían y dejaban de hacer. Él, ella o ellos podían haber contado que mi muerte los dejaría a salvo.

Las sidhe, fueran las que fuesen, habían entregado las Lágrimas de Branwyn a mortales para que las usaran contra otros duendes. Se podía castigar con una tortura eterna. Hay pocos inconvenientes de ser inmortal. Uno de los mayores es que el castigo puede durar mucho, mucho tiempo.

Por supuesto, lo mismo es aplicable al placer. Cerré los ojos como si de este modo fuera a conjurar las imágenes que llegaban hasta mí. No pensaba en Roane. Pensaba en Griffin. Había sido mi novio durante siete años. Si hubiésemos tenido un niño, seríamos marido y mujer. Pero no nació ningún niño, y al final sólo hubo dolor. Me fue infiel con otras sidhe, y cuando tuve el mal gusto de protestar, me dijo que estaba cansado de estar con una semimortal. Quería algo de verdad, no una pálida imitación. Sus palabras todavía me zumbaban en los oídos, pero era su carne dorada lo que veía tras mis párpados cerrados, su cabello cobrizo desparramado sobre mí, la manera en que la luz de las velas brillaba en su miembro. No había pensado en él durante años, y en ese momento podía degustarlo en mis labios.

Durante esa noche, mientras durase el aceite, podía actuar como un duende menor, o como una sidhe humana, dar y recibir placer de cualquier modo. Era un gran regalo, pero como la mayoría de regalos de cuento de hadas, tenía un doble filo. Porque el humano o el duende pasarían el resto de su vida anhelando este poder, este toque. Un ser humano podía desperdiciar su vida y morir por su carencia. Roane era un duende sin su magia, sin su piel de foca. No tenía magia propia que le protegiera de lo que las Lágrimas podían hacerle.

Yo sabía lo mucho que anhelaba el contacto de otro sidhe, pero hasta ese momento no me había dado cuenta de hasta qué punto. Si Griffin hubiese estado en la otra habitación, me habría lanzado a por él. A la mañana siguiente podría haberle clavado un cuchillo en el corazón, pero esa noche, me habría entregado a él.

Oí a Roane en la entrada, detrás de mí, pero no me volví. No quería verle allí de pie. No estaba segura de si mi maltrecha fuerza de voluntad sería capaz de resistirlo. El delantero del vestido estaba rasgado, destrozado, pero no me podía bajar la cremallera.

– ¿Puedes bajarme la cremallera, por favor?

Mi voz sonó estrangulada como si tuviera que arrancar las palabras de mis labios. Creo que era porque lo que quería decir era «tómame, mi fiera salvaje», pero eso carecía de dignidad y Roane merecía algo mejor que ser abandonado desvalido, deseando para siempre algo que no podría volver a tocar nunca más. Podía dejar caer mi encanto y acostarme con él después de esa noche, pero cada noche que me tocase de verdad sólo aumentaría mi adicción.

Me bajó la cremallera y yo me aparté de él.

– Mi piel está untada con las Lágrimas. No me toques.

– ¿Ni siquiera con los guantes puestos? -preguntó.

Había olvidado los guantes quirúrgicos.

– No, supongo que con los guantes estarás a salvo.

Me quitó el vestido por los hombros, lenta y delicadamente, como si temiese tocarme. Saqué los brazos, pero el tejido estaba tan pesado por el aceite que el vestido no resbalaba. Se pegaba a mí como una mano gruesa y pesada. Me succionaba la piel mientras me desprendía de él. Roane me ayudó a quitarme el vestido húmedo de las caderas, arrodillándose para que pudiera salir de él. Todavía llevaba los tacones y me maldecía por no habérmelos quitado antes. Había cerrado los ojos para no verle mientras me ayudaba a desvestirme. Toqué su hombro en busca de un punto de apoyo y casi me caí de todos modos al sentir que tocaba su piel desnuda.

Abrí los ojos y lo encontré arrodillado ante mí, desnudo salvo por los guantes. Me separé de él con tanta violencia que caí de culo en la bañera, con una mano delante de mí para mantenerle apartado. Estaba sentada en un par de centímetros de agua y batallaba con el grifo para cerrarlo. Aunque quizá tendría que haberla dejado correr y sumergirme en ella.

Roane se reía.

– Creí que te podría bajar la cremallera antes de que te dieras cuenta, pero no sabía que habías cerrado los ojos.

Se quitó los guantes con la ayuda de los dientes; mi vestido permanecía en sus brazos. Colocó sus manos desnudas en el tejido empapado de aceite, y lo apretó contra su pecho desnudo.

Yo no paraba de negar con la cabeza.

– No sabes lo que estás haciendo, Roane.

Él me miró por encima del borde de la bañera, y sus grandes ojos castaños no mostraban inocencia alguna.

– Esta noche puedo ser sidhe para ti.

Me senté en la bañera como si estuviera dispuesta a ducharme en ropa interior, e intenté mostrarme sensata. La sangre parecía haber abandonado el cerebro para afluir a otras partes de mi cuerpo. No estaba en condiciones de pensar en nada.

– No puedo producir encanto esta noche, Roane.

– No quiero que lo hagas. Quiero estar contigo, Merry. Sin máscaras ni ilusiones.

– Sin tu propia magia, serás como un humano. No serás capaz de protegerte del encanto. Serás víctima de los elfos.

– No me marchitaré ni moriré por el ansia de carne de sidhe, Merry. Puede que haya perdido mi magia, pero soy inmortal.

– Quizá no te mueras, Roane, pero la eternidad es mucho tiempo para desear lo que no puedes tener.

– Sé lo que quiero -dijo.

Empecé a abrir la boca, para contarle como mínimo parte de la verdad, parte del motivo por el que debía purificarme y marchar de la ciudad. Pero él se levantó y la voz se me ahogó en la garganta. No podía respirar, mucho menos hablar. Lo único que podía hacer era mirar.

Roane estrujó el vestido con tal densidad que los músculos de sus brazos se tensaron. El aceite chorreaba de la tela y se derramaba sobre su pecho, a lo largo de su abdomen plano, bajando cada vez más. Ya tenía una erección, pero cuando el aceite resbaló sobre él, su respiración se convirtió en un agudo siseo. Puso una mano bajo su vientre, aplicando el aceite sobre la pálida perfección de su piel. Debería haberlo detenido, debería haber gritado en busca de ayuda, pero me limité a observar como su mano descendía, hasta que por fin esparció el aceite sobre su miembro. Tiró la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados, y su voz salió en un grito ahogado:

– Oh, Dios.

Me acordé de que había algo importante que debería haber dicho o hecho, pero, por mi vida que no podía recordar qué era. Estaba pensando en imágenes, no en palabras. Las palabras me habían abandonado, dejando sólo sensaciones: vista, tacto, olfato y finalmente, gusto.

La piel de Roane tenía gusto de canela y vainilla, pero subyacía algo verde, herbal, un sabor ligero y limpio, como beber agua de un manantial del centro de la Tierra. Debajo de todo eso estaba el sabor de su piel: dulce, delicada y ligeramente salada por el sudor.

Acabamos en la cama. Yo ya no llevaba ropa, aunque no me acordaba de cómo la había perdido. Estábamos desnudos y empapados en aceite sobre las sábanas blancas y limpias. Sentir su cuerpo resbalando sobre el mío me hizo jadear. Me besó y exploró con la lengua. Yo me abrí para él, levantándome de la cama para ayudar a que su lengua penetrase más en mi boca. Mis caderas se movían al ritmo del beso, y él lo tomó como una invitación para penetrarme, lentamente, hasta que me encontró húmeda y preparada. Entonces hundió toda la longitud de su miembro en mi interior, tan rápido y tan a fondo como pudo. Grité debajo de él, mi cuerpo se levantó de la cama y a continuación, caí de nuevo sobre las sábanas y lo miré a los ojos.

Su cara estaba a sólo unos centímetros de la mía, sus ojos tan cerca que llenaban mi campo visual. Me miraba a la cara mientras me penetraba, sosteniéndose sobre sus brazos para ver mi cuerpo vibrando debajo del suyo. No podía quedarme quieta. Tenía que moverme, tenía que levantarme para ir a su encuentro, hasta que entre los dos construimos un ritmo, un ritmo hecho de carne palpitante, del latido de nuestros corazones, de los jugos pegajosos de nuestros cuerpos y la excitación de cada nervio. El más mínimo contacto era como cien caricias; un beso, mil besos. Cada movimiento de su cuerpo parecía llenarme como agua caliente que brota sin cesar, inundando mi piel, mis músculos, mi sangre, mis huesos, hasta que todo fue un fluir de calor que aumentaba y aumentaba como la luz cuando se abre camino al amanecer. Mi cuerpo cantaba a ese ritmo. Sentía un cosquilleo en los dedos y, cuando pensé que no podría resistir más, el calor se convirtió en un incendio que me abrasaba y rugía sobre mí, dentro de mí. Oía ruidos, gritos distantes, pero era Roane, era yo.

Se derrumbó encima de mí, de golpe más pesado, con el cuello apoyado contra mi cara de manera que sentía su pulso acelerado sobre mi piel. Permanecimos allí abrazados con toda la intimidad con la que un hombre puede estar con una mujer, abrazándonos hasta que nuestros corazones empezaron a latir más lentamente.

Roane fue el primero en levantar la cabeza, aguantándose con sus brazos para mirarme. Su mirada era de admiración, como un niño que ha aprendido algo nuevo cuya existencia desconocía. No dijo nada, sólo me miraba, sonriendo.

Yo también sonreía, pero había en mí una vena de nostalgia. De pronto recordé lo que había olvidado. Debería haberme ido de la ciudad. Nunca tendría que haber tocado a Roane con las Lágrimas de Branwyn en nuestros cuerpos. Pero el daño ya estaba hecho.

Mi voz era suave, extraña a mis propios oídos, como si no hubiésemos pronunciado palabra durante mucho tiempo.

– Mira tu piel.

Roane miró su propio cuerpo y se erizó como un gato asustado. Se apartó de mi cuerpo para sentarse mirándose las manos, los brazos, todo. Estaba brillando, con una luz tenue, casi ambarina como cuando el fuego se refleja en una joya de oro. Y la joya era su cuerpo.

– ¿Qué me pasa? -preguntó, en voz baja y casi asustado.

– Eres sidhe, esta noche.

Me miró.

– No lo entiendo -dijo.

– Lo sé -susurré.

Puso su mano justo por encima de mi piel. Yo brillaba con una luz blanca y fría, como el claro de luna tras el cristal. El brillo ambarino de su mano reflejaba el resplandor blanco, convirtiéndolo en un amarillo pálido a medida que su mano se movía casi rozando mi piel.

– ¿Qué puedo hacer?

Observé cómo movía su mano brillante sobre mi cuerpo, teniendo todavía cuidado en no tocar mi piel.

– No lo sé. No hay un sidhe igual a otro. Cada uno tiene poderes distintos. Son diferentes variaciones de un mismo tema.

Puso su mano en la cicatriz de mis costillas, justo bajo mi pecho izquierdo. Dolía como un ataque de artritis cuando hace frío, pero no hacía frío. Aparté su mano de la señal. Era la huella perfecta de una mano, más grande que la de Roane, de dedos más largos y delgados. Era marrón y se levantaba ligeramente sobre mi piel. La cicatriz se volvía negra cuando mi piel brillaba, como si la luz no la pudiera tocar.

– ¿Qué te pasó? -preguntó.

– Fue en un duelo.

Empezó a tocarme de nuevo la cicatriz, y le tomé la mano, apretando nuestras carnes, forzando que el ámbar brillara en mi piel blanca. Lo sentía como si nuestras manos se fundieran, como si la carne de deshiciera. Se apartó, limpiándose la mano en el pecho, pero este movimiento hizo que el aceite resbalara por su mano, y eso no iba a ayudarle. Roane todavía no comprendía que apenas había probado lo que podía significar ser un sidhe.

– Todos los sidhe tienen una mano de poder. Algunos pueden curar por imposición de manos. Algunos pueden matar. El sidhe que combatí colocó su mano contra mis costillas. Me rompió varias costillas, me desgarró el músculo e intentó aplastarme el corazón, y todo eso sin rasgarme en ningún momento la piel.

– Perdiste el duelo -dijo.

– Perdí el duelo, pero sobreviví, y eso siempre ha sido victoria suficiente para mí.

Roane frunció el entrecejo.

– Pareces triste. Sé que te ha gustado. ¿Por qué esta melancolía?

Me pasó un dedo por la cara, y el brillo se intensificaba allí donde tocaba. Aparté la cara de él.

– Es demasiado tarde para salvarte, Roane, pero no es demasiado tarde para salvarme a mí.

Sentí cómo se colocaba a mi lado, y moví mi cuerpo lo justo para evitar el contacto. Le miré a unos centímetros de distancia.

– ¿Salvarte de qué, Merry?

– No puedo decirte por qué, pero tengo que partir esta noche, y no sólo tengo que irme de este apartamento, sino también de la ciudad.

Me miró asombrado.

– ¿Por qué?

Negué con la cabeza.

– Si te lo cuento, te pondría en un peligro mayor del que ya corres.

Lo aceptó y no volvió a preguntar.

– ¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte? Sonreí y después me eché a reír abiertamente.

– Con este brillo no puedo ir a mi coche, y menos todavía al aeropuerto. Y no puedo producir encanto hasta que desaparezca el aceite.

– ¿Durante cuánto tiempo? -preguntó.

– No lo sé. -Mi mirada recorrió su cuerpo y lo encontré flácido, aunque él siempre se recuperaba rápidamente. Pero yo sabía algo que él desconocía. Esa noche, le gustara o no, era un sidhe.

– ¿ Cuál es tu mano de poder? -preguntó, aunque le costó mucho tiempo formular la pregunta. Tenía que estar muy ansioso por saber algo para preguntar lo que no se le contaba.

Me senté.

– No tengo ninguna.

Frunció el entrecejo.

– Dijiste que todas las sidhe tienen una. Asentí.

– Es una de las muchas excusas que han usado los demás a lo largo de los años para negarme.

– ¿Negarte qué?

– Todo. -Coloqué la mano casi rozando su cuerpo y la luz ambarina se intensificó, siguiendo mi movimiento como un fuego cuando alguien sopla sobre él para darle fuerza-. Cuando nuestras manos se fundieron se produjo uno de los efectos secundarios del poder. Nuestros cuerpos pueden hacer lo mismo.

Roane levantó las cejas al oír esto.

Le tomé en mi mano y respondió, pero en cuanto desprendí poder sobre él, al instante se puso duro y a punto. Su vientre se contrajo y él se sentó de golpe y me apartó la mano.

– Ha estado demasiado bien. Casi hacía daño.

– Sí.

Rió nerviosamente.

– Pensé que no tenías ninguna mano de poder.

– No la tengo, pero desciendo de cinco diosas de la fertilidad distintas. Te puedo devolver la fuerza toda la noche, tan a menudo y tan rápidamente como queramos. -Incliné mi cara sobre la suya-. Eres como un niño esta noche, Roane. Tú no puedes controlar el poder, pero yo sí. Puedo devolverte las fuerzas indefinidamente hasta que me ruegues que pare.

Roane fue tendiéndose boca arriba a medida que yo me colocaba encima de él. Me miró con los ojos muy abiertos y el cabello color caoba sobre la cara. Esa noche, tenía casi el mismo tono que el mío… Casi. Habló precipitadamente.

– Si lo haces, serás tú la que rogará que pare.

– Piensa en la posibilidad de que yo no fuera la única sidhe de esta habitación, Roane. Piensa qué podríamos hacerte, y tú no podrías pararnos.

Pronuncié esto último rozando sus labios entreabiertos. Cuando le besé, saltó como si le hubiera hecho daño, pero sabía que no. Me retiré lo suficiente para verle la cara.

– Me tienes miedo.

Tragó saliva.

– Sí.

– Bueno. Ahora empiezas a entender lo que has llamado a la vida en esta habitación. El poder tiene un precio, Roane, y el placer también. Has convocado a los dos, y si yo fuera una sidhe diferente; pagarías tributo por ello.

Detecté miedo en su rostro, un miedo que asomaba a sus ojos.

Me gustaba. Me gustaba el cariz que el miedo puede conferir al sexo. No el pavor, en el que uno no está seguro de si saldrá vivo de la situación, sino el miedo menor, en el que se arriesga sangre, dolor, pero nada que no pueda curarse, nada que no se desee. Hay una gran diferencia entre la crueldad y jugar un poco. A mí no me gustaba la crueldad.

Miré a Roane, su carne dulce, sus encantadores ojos, y quería clavar mis uñas en aquel cuerpo perfecto, hundir mis dientes en su carne, y hacer que la sangre asomase en muchos sitios. El pensamiento me tensaba el cuerpo en muchos lugares en los que la mayoría de gente no respondería a la violencia, independientemente de su intensidad. Quizá se trataba de conexiones mal hechas en mi interior, pero hay un momento en el que uno asume lo que es o se condena a ser un desgraciado el resto de la vida. Ya habrá quien intente hacerte infeliz; no les ayudes haciendo el trabajo tú mismo. Quería compartir un poco de dolor, un poco de sangre, un poco de temor, pero Roane no quería. Hacerle daño no le causaría placer, y yo no buscaba tortura. No era una sádica sexual, y Roane nunca sabría la suerte que tenía de que esas conexiones erróneas no formaran parte de mis prioridades. Por supuesto, siempre hay otras urgencias.

Le quería, le quería con tanta desesperación que no podía confiar en que sería cuidadosa con él. Roane se llevaría hasta la tumba el deseo de esta experiencia, pero podía acabar la noche con algo más que cicatrices psicológicas si yo no tenía cuidado. Incluso en ese momento y lugar, incluso siendo él sidhe durante esa noche, no podía perder por completo el control. Todavía tenía que ser yo quien llevara las riendas, quien estableciera lo que íbamos a hacer y lo que no. Quien dijera lo lejos que irían las cosas. Estaba cansada de marcar los límites. No sólo había perdido la magia, también había perdido tener a alguien a mi lado o, como mínimo, a alguien igual. No quería tener que preocuparme por herir a mi amante. Quería que mi amante fuese capaz de protegerse a sí mismo para que yo pudiera hacerle todo lo que quería hacerle sin preocuparme por su integridad. ¿Acaso era pedir demasiado?

Miré nuevamente a Roane. Estaba recostado sobre la espalda, con un brazo echado sobre la cabeza, otro sobre el estómago y una pierna flexionada, de manera que se presentaba en toda su gloria. El miedo se había desvanecido de su cara, dejando sólo deseo. No tenía ni idea de lo mal que le iría en las próximas horas si yo no iba con cuidado.

Escondí la cara entre las manos. No quería ir con cuidado. Quería todo lo que la magia podía proporcionarme esa noche… y al cuerno con las consecuencias. Quizá si le hacía suficiente daño, Roane no recordaría la experiencia como algo extraordinario. Quizá no lo registraría como un sueño dorado. Quizá lo temería como una pesadilla. Una vocecita interior me susurró que, a largo plazo, ésta sería la mejor solución. Conseguir que nos tema, que tema nuestro tacto, nuestra magia, para que no vuelva a desear que las manos de una sidhe toquen otra vez su cuerpo. Un poco de dolor esa noche para salvarle de una eternidad de sufrimientos.

Sabía que eran mentiras, y aun así no podía mirarle.

Sus dedos acariciaban mi espalda, y salté como si me hubiera golpeado. Me tapé la cara. No estaba preparada para volver a mirar.

– Esto de tus hombros no son cicatrices de quemaduras, ¿verdad? -preguntó.

Bajé las manos, pero mantuve los ojos cerrados.

– No.

– ¿Qué son entonces?

– Fue otro duelo. Utilizó magia para obligarme a cambiar de forma en medio de la batalla.

Escuchaba que Roane se movía por la cama, que se me acercaba, pero no intentó volver a tocarme. Le estaba agradecida.

– Pero cambiar la forma no duele. Es una sensación maravillosa.

– Quizá no duela a un roano, pero sí a uno de nosotros. Cambiar de forma causa dolor, como si todos tus huesos se rompieran al mismo tiempo y adoptaran otra estructura. No puedo cambiar mi forma por propia iniciativa, pero lo he visto en otros. Estás indefenso en los minutos que dura el cambio de forma.

El otro sidhe intentaba distraerte.

– Sí.

Abrí los ojos y miré hacia la oscuridad de las ventanas. Actuaban como un espejo, mostrando a Roane sentado detrás de mí, con el cuerpo brillando como el sol detrás de la luna de mi cuerpo. Los tres anillos de color de mis ojos brillaban con suficiente intensidad como para, incluso desde esa distancia, poder distinguir cada color: esmeralda, jade, oro líquido. Hasta los ojos de Roane brillaban con un color miel oscuro, como bronce. Le sentaba bien la magia de sidhe.

Se estiró hacia mí, y me puse tensa. Colocó su mano en la arrugada piel de las cicatrices.

– ¿Cómo conseguiste que parase de cambiarte en algo distinto?

– Lo maté.

Vi en las ventanas que los ojos de Roane se abrían como platos y sentí que su cuerpo se tensaba.

– ¿Mataste a un sidhe real?

– Sí.

– Pero son inmortales.

– Yo soy bien mortal, Roane. ¿Cuál es la única manera de que muera un sidhe eterno?

Vi en su semblante que los pensamientos fluían a su mente hasta que por fin la determinación asomó a su mirada.

– Invocar sangre mortal. Lo mortal comparte nuestra inmortalidad, y nosotros compartimos la mortalidad de los mortales.

– Exacto.

Se arrodilló a mi lado, pero no se dirigió a mí directamente, sino a mi reflejo.

– Pero esto es un ritual muy específico. No se puede invocar la inmortalidad de forma accidental.

– El ritual de un duelo ata a los dos participantes en un combate mortal. Entre los sidhe de la Oscuridad, se comparte sangre antes de luchar.

Sus ojos se abrieron lentamente, hasta que se convirtieron en dos charcas inmensas de oscuridad.

– Cuando bebieron tu sangre, compartieron tu mortalidad.

– Sí.

– ¿Ellos lo sabían?

No pude reprimir una sonrisa.

– No hasta que clave mi daga a Arzhul.

– Debiste haber librado una dura batalla para que él tratara de hacerte cambiar de forma. Es un hechizo mayor para un sidhe. Si no temía la muerte, entonces debiste herirle mucho.

Negué con la cabeza.

– Él estaba alardeando. Pretender matarme no le bastaba. Primero quería humillarme. Para un sidhe, forzar un cambio de forma es prueba del poder de tu magia.

– Así que estaba alardeando -dijo Roane. Era su mejor manera de decir que quería saber qué ocurrió a continuación.

– Le clavé una puñalada con la esperanza de distraerle, pero mi padre siempre me enseñó a no ahorrar un golpe. Incluso si sabes que estás ante un inmortal, golpéalo como si pudiera morir porque un golpe mortal duele más aun cuando no puede matar.

– ¿Mataste a quien te dejó esta cicatriz? -Su mano se desplazó desde atrás para recorrerme las costillas.

Me estremecí cuando me tocó, y no porque me hiciera daño.

– No, Rozenwyn todavía vive.

– Entonces, ¿por qué no te aplastó ella el corazón? -Sus manos se desplazaban a lo largo de mi cintura, apretándome contra su cuerpo.

Me abandoné a la curva de sus brazos, al sólido calor de su cuerpo.

– Porque su duelo fue después del de Arzhul y cuando la apuñalé, sintió pánico, creo. Dijo que había ganado el duelo sin necesidad de matar.

Frotó su mejilla contra la mía, y los dos miramos cómo se fundían los colores con el contacto de nuestras pieles.

– Fue el último duelo, entonces -dijo.

– No -dije.

Me besó en la mejilla, con infinita ternura.

– ¿No?

– No, hubo otro.

Me volví hacia él. Sus labios rozaban los míos, sin llegar a besarlos.

– ¿Qué sucedió? -pronunció estas palabras en un cálido susurro contra mi boca.

– Bleddyn había formado parte de la corte de la Luz hasta que hizo algo tan terrible que nadie se atrevería a pronunciarlo, y se le expulsó. Pero era tan poderoso que la corte de la Oscuridad lo admitió. Se perdió su verdadero nombre, y se le dio el de Bleddyn. Significa lobo o transgresor, o lo significó hace mucho tiempo. E incluso en la corte oscura era un transgresor.

Roane me besó en el cuello y el pulso se me aceleró. Levantó la cabeza lo suficiente para preguntar:

– ¿Por qué era un transgresor?

Entonces su boca empezó a bajarme por el cuello sin dejar de besarme.

– Estaba airado sin razón. Si no hubiese estado rodeado de inmortales, habría matado a gente, tanto a amigos como a enemigos. Los labios de Roane habían llegado al hombro y continuaban por el brazo. Se detuvo para decir:

– ¿Airado?

Entonces inclinó la cabeza y me besó hasta que llegó al codo. Levantó mi brazo para poder colocar su boca alrededor de la frágil piel de la articulación. De golpe, me succionó la piel y me clavó los dientes en el brazo lo justo para causar daño, lo justo para hacerme jadear. A Roane no le interesaba el dolor, pero era un amante atento, y sabía lo que me gustaba, igual que yo sabía lo que le gustaba a él. Pero de pronto no pude concentrarme más en lo que decía.

Levantó la cara de mi brazo, dejando una marca redonda, casi perfecta, de sus dientes pequeños y afilados. No había rasgado la piel. Nunca había logrado persuadirle de que llegara tan lejos, pero la señal en mi carne me satisfacía e hizo que me doblara hacia él. Me detuvo con una pregunta.

– ¿Sólo eran ataques de cólera o había algo más que indicaba que Bleddyn era peligroso?

Tardé un segundo en recordar. Tuve que separarme de él.

– Si quieres oír la historia, compórtate.

Estaba tumbado de costado, apoyado en un brazo que le hacía las veces de almohada. Se estiró de forma que pude observar el movimiento de sus músculos bajo la piel brillante.

– Creía que me estaba comportando. Sacudí la cabeza.

– Conseguirás que me olvide de mí misma, Roane. Y tú no quieres eso.

– Te quiero esta noche, Merry. Te quiero toda, sin encanto ni escudos ni reticencias. -De golpe, se sentó, acercándose tanto a mi cara que empecé a retirarme, pero me asió el brazo-. Quiero ser lo que necesitas esta noche, Merry.

Negué con la cabeza.

– No entiendes lo que pides.

– No, no lo entiendo, pero si en alguna ocasión has de tenerlo todo, será esta noche.

Asió mi otro brazo, obligándonos a ambos a arrodillarnos, hincando suficientemente sus dedos para darme cuenta de que por la mañana estaría magullada. Este movimiento brusco me aceleró el pulso.

– He vivido cientos de años, Merry. Si alguno de nosotros es un niño, eres tú, no yo. -Sus palabras eran vívidas; nunca le había visto así, con tanta fuerza, con tanta exigencia.

Podría haberle dicho: «Me haces daño, Roane», pero me gustaba el papel, así que dije:

– No pareces tú.

– Sabía que conservabas tu encanto incluso cuando nos acostábamos juntos, pero nunca imaginé cuánto escondías. -Me sacudió dos veces, con tanta fuerza que casi estuve a punto de decirle que me hacía daño-. No te escondas, Merry.

Entonces me besó, frotando sus labios contra los míos, forzando tanto su boca contra la mía que si no la hubiera abierto me habría cortado los labios con los dientes. Me volvió a tumbar en la cama. La situación empezaba a no gustarme: me gusta el dolor, no la violación.

Le detuve con una mano en el pecho, apartándole de mí. Todavía estaba encima de mí, con unos ojos extrañamente apasionados, pero escuchaba.

– ¿Qué intentas hacer, Roane? -¿Qué sucedió en tu último duelo?

El cambio de tema fue demasiado rápido para mí.

– ¿ Qué?

– En tu último duelo, ¿qué sucedió? -Su boca y su cara mostraban una absoluta seriedad mientras su cuerpo desnudo oprimía el mío.

– Lo maté.

– ¿Cómo?

De alguna manera supe que no estaba preguntando por la mecánica del asesinato.

– No me valoró lo suficiente.

– Yo nunca te he valorado poco, Merry. No hagas menos por mí. No me trates como algo inferior sólo porque no soy sidhe. Soy un tipo de duende sin una sola gota de sangre mortal en mis venas. No temas por mí. -Su voz era normal de nuevo, pero se mantenía una corriente latente de orgullo.

Miré su cara y vi el orgullo allí, no un orgullo masculino, sino el orgullo de un duende. Le trataba como si fuese menos que un duende, y se merecía más, pero…

– ¿Qué pasaría si te lastimara sin querer?

– Me curaría -dijo.

Esto me hizo sonreír, porque en aquel momento le quería. No era el tipo de amor que cantan los bardos, pero era amor al fin y al cabo.

– Muy bien, pero adoptemos una postura que te haga dominante a ti, no a mí.

Una idea llenó su mirada.

– No tienes confianza en ti misma.

– No -dije.

– Entonces, confía en mí. No te defraudaré.

– ¿Prometido? -dije.

Sonrió y me besó en la frente, de forma delicada, como se besa a un niño.

– Prometido.

Le tomé la palabra.

Mis manos acabaron agarrando las frías varillas de metal del cabezal. El cuerpo de Roane me inmovilizó en la cama, con su entrepierna encajada en mis nalgas. Era una postura que le daba un gran margen de control y mantenía la mayor parte de mi cuerpo alejado de él. Yo no podía tocarle. Había muchas cosas que no podía hacer en esa postura, y por eso la había elegido. Una atadura, era lo más seguro en lo que podía pensar, pero a Roane no le gustaba el bondage. Además, los peligros reales no tenían nada que ver con las manos o los dientes o algo puramente físico. Las ataduras no habrían servido de nada, sólo me habrían recordado que debía ir con cuidado. Tenía mucho miedo de que en algún momento de la confusión de poder y carne lo olvidara todo excepto el placer, y Roane sufriría por esto, y no me refiero a sufrir en el buen sentido.

Cuando me penetró, supe que tendría dificultades. Él daba miedo, se apoyaba en las manos para poder impulsarse y penetrarme con toda la fuerza de su espalda y sus caderas. Había visto una vez a Roane meter su puño por la puerta de un coche para desalentar a un atracador. Era como si quisiera atravesarme. Observé algo que no había observado anteriormente. Roane pensaba que yo era humana con sangre de duende, pero aun así humana. Había sido tan cuidadoso conmigo como yo lo había sido con él. La diferencia era que yo tenía miedo de que mi magia le perjudicara, y él tenía miedo de su fuerza física. Esa noche no habría reservas, los dos íbamos a actuar sin red. Por primera vez, caí en la cuenta de que podría ser yo la herida, no Roane. No hay nada como el sexo peligroso, y si añadíamos una magia capaz de fundir nuestra piel… ¡iba a ser una noche fantástica!

Su cuerpo adquirió un ritmo precipitado, entrando y saliendo del mío; el sonido de la carne que golpeaba la carne cada vez que realizaba un embate contra mí. Esto, esto era lo que había deseado durante mucho tiempo. Tomó mi cuerpo, y sentí la primera oleada de placer. De repente, sentí la preocupación de que me hiciera llegar al orgasmo antes de que la magia tuviera tiempo de actuar.

Abrí mi piel metafísica a medida que abría las piernas, pero en lugar de dejarle entrar, subí hacia él. Abrí su aura, su magia, del mismo modo que él antes me había bajado la cremallera del vestido. Su cuerpo empezó a hundirse en el mío, no físicamente, pero el efecto es sorprendentemente parecido. Vacilaba con su cuerpo dentro del mío, se detenía. Podía sentir que su pulso se aceleraba, se aceleraba, y no por ejercicio físico sino por miedo. Se apartó de mí por completo, y durante un estremecedor instante pensé que se detendría, que todo se detendría. Entonces me volvió a penetrar, y fue como si se entregara totalmente a mí, a nosotros, a la noche.

El ámbar y el brillo del claro de luna sobre nuestras pieles se expandieron hasta que nos convertimos en un núcleo de luz, de calor, de poder. Cada embate de su cuerpo aumentaba el poder. Cada contorsión de mi cuerpo debajo del suyo dibujaba la magia como un escudo a nuestro alrededor, cercano y sofocante. Sabía que estaba intentando atraerle hacia mí, no a su órgano, sino a él, igual que mi magia intentaba beberlo completamente. Me aferre con fuerza a las varillas de la cama hasta que el metal me hirió la piel y me hizo volver a pensar. Roane se desplomó encima de mí, de manera que su pecho y su abdomen se apoyaron en mi espalda, mientras su miembro se abría paso entre mis piernas. Roane no podía aplicar tanta potencia desde ese ángulo, pero la magia llameaba entre nosotros con el contacto de tanta piel. Nuestros cuerpos se fundieron igual que lo habían hecho nuestras manos anteriormente, y pude sentir cómo se hundía en mi espalda hasta que nuestros corazones se tocaron, palpitando juntos en una danza más íntima que nada que hubiésemos conocido hasta entonces.

Nuestros corazones empezaron a latir acompasados, cada vez más cerca, hasta que su ritmo fue idéntico y se confundieron en un solo corazón, un solo cuerpo, un solo ser, y yo ya no sabía dónde acababa yo y dónde empezaba Roane. Fue en este momento de casi perfecta unión cuando oí el mar por primera vez. Un murmullo delicado de olas en la orilla. Flotaba incorpórea, sin forma, en un lugar de luz brillante sin nada más que el latido de nuestros corazones unidos para hacerme saber que todavía era carne y no pura magia. Y en este lugar brillante y sin forma, sin cuerpos que nos sostuvieran, percibí el sonido apresurado y desbordante del agua. El sonido del océano perseguía los latidos de nuestros corazones, llenando aquel sitio brillante. Nuestros latidos se hundieron en las olas. Nos hundimos cada vez más en un círculo de luz cegadora, bajo el agua, y no había miedo. Habíamos llegado a casa. Estábamos rodeados de agua por todas partes y podía sentir la presión de la profundidad como si fuera a aplastar nuestros corazones, aunque sabía que no lo haría. Roane lo sabía. El pensamiento, un pensamiento separado, nos envió hacia la superficie del océano invisible que nos aguantaba. Tome consciencia del tremendo frío que hacía, y estaba asustada, pero Roane no. Él estaba eufórico. Salimos a la superficie, y aunque sabía que todavía estábamos aprisionados en la cama de su apartamento, sentí el golpe del aire en la cara. Tomé una gran cantidad de aire, y de golpe me di cuenta de que el mar estaba caliente. El agua estaba muy caliente, más caliente que la sangre, tan caliente que casi quemaba.

De golpe, volvía a tener conciencia de mi cuerpo. Podía sentir el cuerpo de Roane dentro del mío. Pero la ola de agua caliente del océano pasaba sobre nosotros. Mis ojos me decían que todavía estaba en la cama, con las manos apoyadas en el cabezal, pero podía sentir el cálido, muy cálido remolino de agua a nuestro alrededor. El océano invisible llenaba la luz brillante de nuestros dos cuerpos mezclados como agua en una pecera, el océano sustentado por nuestro poder como si fuera cristal metafísico. Nuestros cuerpos eran como la mecha de una vela flotante, atrapada en el agua y el cristal: fuego, agua y carne. Luego empezaron a ser más reales, más sólidos. La sensación de océano invisible se desvaneció poco a poco. La luz de nuestras pieles empezó a ocultarse de nuevo en los escudos cutáneos. Entonces se apoderó de nosotros el placer, y el calor que había estado en el agua y en la luz cayó sobre nosotros. Gritamos. El calor se convirtió en sofoco, y me llenó, se derramó por mi piel, por mis manos. Salieron sonidos de mi boca, demasiado primitivos para ser gritos. El cuerpo de Roane se inclinó hacia el mío, y la magia nos sostuvo a los dos, prolongando el orgasmo hasta que sentí que el metal de la cama empezaba a derretirse entre mis manos. Roane chilló, y no se trataba de un grito de placer. Finalmente estábamos libres. Se apartó de mí, y le oí caer en el suelo. Me di la vuelta en la cama.

Roane estaba recostado de lado, con una mano levantada hacia mí. Tuve una vislumbre de su rostro, los ojos grandes y aterrados, antes de que empezara a crecer pelo en aquella cara, y Roane se ovillara bajo un montón de piel suave.

Me senté en la cama, a su lado, consciente de que no podía hacer nada. Entonces se vio una foca en el suelo. Una foca grande, de pelaje rojizo, que me miraba con los ojos castaños de Roane. Lo único que pude hacer fue mirar. No hubo palabras.

La foca se movió torpemente hacia la cama, y entonces una costura que no estaba allí antes se abrió en la parte delantera del animal y Roane salió arrastrándose. Se levantó, sujetando la nueva piel en sus brazos. Me miró, con una mirada de leve asombro. Estaba llorando, pero no creo que lo supiera.

Me acerqué él y toqué su piel, lo toqué a él, como si ninguno de los dos fuera real. Lo abracé, y mis manos sintieron que su espalda estaba completa, intacta, con una piel tan suave y perfecta como el resto de su ser. Las cicatrices habían desaparecido.

Se volvió a poner la piel antes de que yo fuera capaz de encontrar palabras. La foca me miraba, moviéndose por la habitación con movimientos torpes, casi reptando, y entonces Roane salió de nuevo de la piel. Se volvió hacia mí y estalló en una carcajada.

Cogiéndome por los muslos, me levantó por encima de su cabeza, y nos cubrió a los dos con la piel de foca. Danzamos por la habitación riendo, a pesar de que las lágrimas todavía no se le habían secado. Yo también reía y lloraba a la vez.

Roane se desplomó en la cama, arrastrándome a mí, ambos sobre la piel de foca. De golpe, me sentí muy cansada, terriblemente cansada. Necesitaba ducharme y salir. Ya no brillaba. Estaba prácticamente segura de que podría volver a producir encanto, pero era incapaz de mantener los ojos abiertos. Sólo me había emborrachado una vez en mi vida, y me había caído redonda. Eso era lo que me sucedía en ese momento. Estaba a punto de perder el conocimiento a causa de las Lágrimas de Branwyn, o quizá sólo por exceso de magia.

Nos dormimos abrazados con la piel enrollada alrededor de nosotros. Lo último que pensé antes de entrar en un sueño mucho más profundo de lo habitual no tenía nada que ver con mi seguridad. La piel estaba caliente, tan caliente como los brazos de Roane a mi alrededor, y sabía que la piel estaba muy viva, igual que cualquier parte de él. Me abandoné a la oscuridad sintiéndome abrazada entre partes de la calidez de Roane, de la magia de Roane, del amor de Roane.

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