La policía no me dejó duchar, ni siquiera dejaron que me lavara las manos. Cuatro horas después de que Roane me sacara de la habitación seguía intentando explicar qué le había pasado exactamente a Alistair Norton. No tenía mucho éxito. Nadie creía mi versión de los hechos, a pesar de que todos habían visto la cinta. Creo que la única razón por la que no se me había acusado del asesinato de Alistair era que se me había identificado como la princesa Meredith NicEssus. Ellos y yo sabíamos que bastaba con que solicitara inmunidad diplomática para quedar libre. Así que se tomaban su tiempo antes de presentar cargos.
Lo que no sabían era que estaba tan preocupada como ellos de evitar una intervención diplomática. En cuanto exigiera inmunidad diplomática, contactarían con el Comité de Relaciones entre Humanos y Duendes. Contactarían con el embajador ante las cortes sidhe y éste se pondría en contacto con la reina del Aire y la Oscuridad. Le explicaría exactamente dónde estaba y conociendo a mi tía, ella les ordenaría que me custodiaran hasta que se presentara su guardia para devolverme a casa. Estaría atrapada como un conejo en una trampa hasta que llegara alguien para partirme el cuello y llevarme a casa como premio.
Me senté ante la pequeña mesa, con un vaso de agua delante de mí. Los de la ambulancia me habían dado una manta que cubría el respaldo de la silla. Me la habían ofrecido para que entrase en calor después del shock y para que me tapara, pues la parte delantera de mi vestido estaba rasgada. Buena parte de las últimas horas estuve con frío y necesitada de la manta, pero el resto del tiempo sentía que me hervía la sangre. Pasaba de tiritar a sudar, una extraña combinación producto del shock y las Lágrimas de Branwyn, y eso me había provocado un intenso dolor de cabeza. Nadie me daba ningún analgésico porque pensaban llevarme al hospital pronto. Siempre pronto, nunca ya.
Cuando llegaron los primeros policías todavía me brillaba levemente la piel. No podía cubrirme con encanto mientras hubiera aceite en mi organismo. No podía ocultarme. Algunos de los primeros uniformados me reconocieron; uno de los primeros dijo:
– Usted es la princesa Meredith.
La suave noche de California sólo proporcionaba una tregua. Yo sabía que era una simple cuestión de tiempo que la reina del Aire y la Oscuridad enviara a alguien para investigar este último rumor. Tenía que estar fuera de la ciudad antes de que eso ocurriera. Disponía como mínimo de una noche más, quizá dos, antes de que llegara el guardia de mi tía. Contaba con tiempo para permanecer sentada allí y responder a las preguntas, pero me estaba cansando de responder las mismas una y otra vez.
Entonces, ¿por qué permanecía sentada en esa silla de duro respaldo, mirando a un detective al que no había visto nunca anteriormente? En primer lugar, aunque lograra salir de ésta sin ninguna acusación y sin solicitar inmunidad diplomática, se pondrían en contacto con los políticos para cubrirse las espaldas. En segundo lugar, quería que el detective Alvera creyera lo que le contaba acerca de las Lágrimas de Branwyn y la gravedad de la situación si había más aceite fuera de control. Probablemente era un regalo de alguna sidhe que había formulado el hechizo de la sanguijuela. Tal vez no hubiera más que esa única botella fuera de las cortes, pero si existía una posibilidad, aunque fuera mínima, de que los seres humanos, con o sin la ayuda de una sidhe, hubieran aprendido a fabricar las Lágrimas de Branwyn y éstas estuvieran a la venta, había que detenerlo.
Por supuesto, quedaba otra posibilidad. La sidhe que había implicado a Norton en las violaciones mágicas podía haber repartido Lágrimas de Branwyn a muchos más. Ésta era seguramente la situación más verosímil de las dos peores, pero no podía contar a la policía que había otra sidhe implicada con Alistair Norton. Uno no lleva a la policía humana cuestiones de sidhe, no si quiere mantener intactas todas las partes de su cuerpo.
La policía detecta muy bien las mentiras o quizá, para ahorrar tiempo, parte de la idea de que todo el mundo está mintiendo. Sea como fuere, al detective Alvera no le gustó mi historia. Estaba sentado frente a mí, alto, sombrío, delgado, con unas manazas que parecían desproporcionadas para sus hombros estrechos. Sus ojos eran de un marrón sólido, con una línea de oscuras pestañas que hacían que te fijaras en ellos, aunque quizá fuera sólo un efecto de mi estado. Jeremy había convocado una protección para ayudarme a controlar las Lágrimas. Me había dibujado runas en la frente con su dedo y su poder. La policía no las veía, pero yo las sentía como un fuego helado si me concentraba. Sin el hechizo de Jeremy, sólo la Diosa sabe qué hubiera hecho. Algo comprometedor e inmoral, eso seguro. Incluso protegida por las runas estaba muy pendiente de todos los hombres que había en la habitación.
Alvera me miró con ojos cariñosos y llenos de confianza. Observaba el modo en que sus labios formaban cada palabra, esa boca tan generosa, que invitaba a que la besara.
– ¿Ha oído lo que acabo de decir, señora NicEssus? Parpadeé y me di cuenta de que no.
– Lo siento, detective. ¿Podría repetírmelo?
– Creo que este interrogatorio se tiene que acabar, detective Alvera-dijo mi abogada-. Es evidente que mi cliente está muy cansada y en estado de shock.
Mi abogada era un socio de James, Browning y Galán. Ella era Galán. Habitualmente, Browning se ocupaba de los asuntos jurídicos de la Agencia de Detectives Grey. Creo que Eileen Galán estaba allí porque Jeremy había mencionado la cuestión de la violación. Una mujer sería más receptiva, al menos en teoría.
Se sentó detrás de mí, vestida con un traje de chaqueta oscuro tan limpio y bien planchado que parecía nuevo. Su cabello rubio con toques de gris mostraba una permanente perfecta; su maquillaje era impecable. Hasta sus zapatos negros de tacón alto brillaban. Eran las dos de la mañana, y Eileen tenía el aspecto de que acababa de tomarse un desayuno copioso y se sentía ansiosa por empezar el día.
La mirada de Alvera subió desde mi sujetador a mis ojos y me obligó a mirarme los pechos, finalmente.
– A mí no me parece que esté en estado de shock, abogada.
– Mi cliente ha sido violada, detective Alvera. Sin embargo, no se le ha llevado a un hospital, ni ha sido examinada por un médico. El único motivo por el que no he denunciado estos hechos es la voluntad de mi cliente de responder a sus preguntas y ayudarle en su investigación. Francamente, estoy empezando a pensar que mi cliente no es capaz de proteger sus propios intereses esta noche. He visto en la cinta cómo se abusó brutalmente de ella y mi deber es defender los derechos de Meredith incluso si ella no quiere que lo haga.
Alvera y yo nos miramos. El detective pronunció las siguientes palabras mirándome a los ojos:
– Yo también he visto la cinta, abogada, y parecía que su cliente se lo estaba pasando bien la mayor parte del tiempo. Ella decía que no, pero su cuerpo indicaba que sí.
Si Alvera pensaba que me hundiría bajo la presión de su mirada acerada y sus insultos, sencillamente no me conocía. En condiciones normales no habría funcionado y esa noche estaba demasiado entumecida para morder el anzuelo.
– Esto es un insulto, no sólo a mi cliente, sino a todas las mujeres, detective Alvera. La entrevista se ha acabado. Espero que la policía nos acompañe al hospital.
Alvera se limitó a mirarla con sus preciosos ojos jaspeados.
– Una mujer puede ir diciendo «no», «para», pero si le sigue el juego al hombre, no se puede acusar a éste por obtener mensajes contradictorios.
Reí y negué con la cabeza.
– ¿Piensa que esto es gracioso, señora NicEssus? La cinta quizá revele un caso de violación, pero también muestra cómo usted convierte a Alistair Norton en picadillo.
– Le repito una vez más que yo no maté a Alistair Norton. En relación con la violación, usted intenta insultarme deliberadamente para que me enfade y diga algo indiscreto, o bien usted es un cerdo machista y chauvinista. Si es verdad lo primero, está usted perdiendo el tiempo. Si es verdad lo segundo, me lo está haciendo perder a mí.
– Siento que responder a preguntas sobre un hombre al que dejó desangrarse hasta morir en su propia cama y en su propia casa sea una pérdida de su tiempo.
– ¿Qué clase de hombre tiene una casa cuya existencia no conoce ni su esposa? -pregunté.
– Engañaba a su esposa, y por ello merecía morir, ¿es así? Sé que ustedes los duendes tienen una obsesión con el matrimonio y la monogamia, pero la ejecución me parece algo un poco severo.
– Mi cliente ha dicho en varias ocasiones que no es responsable del hechizo que provocó la destrucción de los espejos.
– Pero está viva, abogada. Si no hizo el hechizo, entonces, ¿cómo supo que tenía que ponerse a cubierto?
– Ya he dicho que reconocí el hechizo, detective Alvera.
– ¿Por qué no lo reconoció Norton? Tenía una gran reputación como mago. También debería haberlo visto venir.
– Le he dicho que las Lágrimas de Branwyn afectan a los seres humanos con más fuerza que a las sidhe. No prestaba tanta atención como yo a lo que pasaba a su alrededor.
– ¿De dónde vinieron las arañas?
– No lo sé.
No le dije que Jeremy había fabricado las arañas porque entonces hubieran empezado a acusarle por haber puesto los espejos, o quizá nos hubieran acusado a los dos por conspiradores.
Alvera sacudió la cabeza.
– Diga simplemente que lo hizo en defensa propia.
– El único motivo por el que todavía estoy aquí sentada es porque quiero que ustedes, la policía, entiendan lo peligroso que puede ser este aceite hechizado. Si hay más Lágrimas de Branwyn por ahí, tienen que encontrarlas y destruirlas.
– Los hechizos de placer no funcionan, señora NicEssus. Los afrodisíacos no funcionan. Me está hablando de una poción mágica que hace que una mujer se baje las bragas ante un hombre que no le gusta. Eso es una tontería. No existe algo así.
– Rogará que no exista si se difunde entre la población. Quizá Norton tenía la única botella, pero investigue a sus amigos por si acaso.
Hojeó rápidamente el cuaderno de notas que tenía sobre la mesa y que no había tocado en mucho tiempo.
– Liam, Donald y Brendam, no hay apellidos. Dos de ellos tienen orejas de duende, todos ellos llevan el pelo largo. Les encontraremos, no hay problema. Por supuesto, serán una prioridad menor porque no han sido acusados de asesinato.
Eileen se levantó de nuevo.
– Venga, Meredith, esta entrevista se ha acabado. Y lo digo en serio.
Nos miró a los dos como si fuésemos principiantes y no nos atreviésemos a discutir con ella. Yo estaba cansada, y no iban a creer ni una palabra en relación con las Lágrimas de Branwyn. Me puse en pie.
Alvera también se levantó. -Siéntese, Meredith.
– ¿Ahora me llama por el nombre, Alvera? Yo no conozco el suyo.
– Es Raimundo. Ahora siéntese.
– Si -dije-, si solicito inmunidad diplomática, me iré de aquí y no importará quién tenga razón y quién no.
Le miré y gracias a la protección de Jeremy, me pude concentrar en mirarle a los ojos. Si me concentraba, apenas veía la línea de su labio superior.
Alvera sostuvo mi mirada durante mucho tiempo antes de decir:
– ¿Qué le haría cambiar de opinión y no exigir inmunidad diplomática, al salir por esa puerta, princesa?
– Que me creyera en lo que dije sobre el aceite del placer, Raimundo.
Sonrió.
– Claro, le creo.
Negué con la cabeza.
– No me hace gracia, detective. Una mentira no me retendrá en esta habitación.
Estaba faroleando. Esperaba que no lo comprobara.
– ¿Y qué la retendría? -preguntó.
Tuve una idea. Necesitaba demostrar a la policía lo peligrosas que podían ser las Lágrimas de Branwyn. Tener relaciones sexuales con una sidhe obsesionaría para siempre a un ser humano, pero una pequeña degustación no le causaría un daño permanente. Algunos sueños, quizá, y una mayor excitación en la cama durante cierto tiempo, pero nada grave. Había que unir la carne y la magia de una manera más íntima para traspasar el límite de seguridad. Si todos compartíamos una simple degustación, todo el mundo sobreviviría.
– ¿Qué pasaría si pudiera demostrarle que el aceite de placer funciona?
Cruzó los brazos sobre el pecho y se las arregló para poner una mirada todavía más cínica, lo cual no hubiera creído posible.
– Le escucho.
– Cree que no hay ningún hechizo que pueda hacerle desear instantáneamente a una extraña, ¿no es cierto?
Asintió.
– Es cierto.
– ¿Me da permiso para tocarle, detective?
Se echó a reír y me miró el vestido desgarrado. Quería pensar que me estaba insultando deliberadamente porque de lo contrario no era muy brillante, y necesitaba que fuese bueno en su trabajo. Para un caso políticamente comprometido tanto podían elegir al mejor hombre como al peor. O bien pensaban que Alvera era un detective extraordinario que lo arreglaría todo, o bien lo habían elegido como chivo expiatorio para cuando la cosa se complicara. Yo deseaba que fuera un detective extraordinario, pero me estaba empezando a decantar por la opción del chivo expiatorio. Por supuesto, dado que había mentido en varias cuestiones, quizá no quería que fuese un profesional tan fantástico. Pero no mentía sobre aquello en lo que él pensaba que yo estaba mintiendo. Doy mi palabra de honor.
– Hace un minuto era Raimundo. Ahora me pide permiso para tocarme y vuelvo a ser el detective.
– A esto se le llama técnica de distanciamiento, detective Alvera -dije.
– Yo pensé que en este caso quería ser personal y mostrarse cercana, no distante.
Sentí que Eileen Galán había tomado aliento para hablar y le interrumpí, levantando la mano.
– Está bien, Eileen, puede ser un estúpido y aun así ser detective. Me está provocando y no sé qué espera sacar de todo esto.
E1 humor desapareció y los ojos de Alvera se mostraron oscuros y fríos, tan impenetrables como piedras.
– Me gustaría que contara la verdad.
– Se ha estado comportando durante horas. De golpe, en los últimos treinta minutos, se las has apañado para insultarme sexualmente varias veces y ha estado mirándome a los pechos. ¿A qué se debe el cambio?
Me clavó su mirada acerada durante uno o dos segundos.
– Comportándome como un profesional no estaba progresando nada.
– Tanto si lo cree como si no, figuro como víctima de violación en los informes preliminares. Su conducta en la última media hora podría costarle una demanda por acoso sexual.
Sus ojos miraron a mi abogada, que todavía permanecía en silencio, y después nuevamente a mí.
– He visto víctimas de violación, princesa. Las he llevado al hospital y las he tomado de la mano mientras chillaban. Una niña sólo tenía doce años. Estaba tan traumatizada que no podía hablar. Me costó nueve días, con la ayuda de un terapeuta, conseguir que citara a sus agresores. Usted no actúa como una víctima de violación.
Moví la cabeza.
– Es un hombre… arrogante. -Me las arreglé para que la última palabra sonara como el peor de los insultos-. ¿Le han violado alguna vez, Raimundo?
Me miró, pero sus ojos se mantenían neutrales.
– No.
– Entonces no pretenda explicarme cómo se supone que actúo o siento. No estoy tan deshecha esta noche. En parte es el maldito hechizo, pero en parte, detective, es que, comparada con otras violaciones, ésta no estuvo tan mal. Eileen dijo que yo había sido tratada con brutalidad. Bueno, es abogada y le puedo perdonar la elección de palabras, pero ella no conoce el significado de cada palabra. Nunca ha visto lo que un hombre puede llegar a hacer a una mujer si realmente quiere herirla. Yo he visto cosas brutales, detective, y lo que he visto esta noche no era brutal, pero sólo por el hecho de que no me esté desangrando y de no necesitar tubos para respirar o porque mi cara todavía se reconozca debajo de los moretones, eso no significa que no fuera una violación.
Pasó por sus ojos un sentimiento ilegible y, a continuación, se volvieron a mostrar inexpresivos.
– No era la primera vez, ¿verdad? -Su voz sonó amable, delicada.
Bajé la cabeza, temerosa de mirarle a la cara.
– No fue a mí, detective, no fue a mí.
– Una amiga -dijo con la misma voz amable.
A continuación levanté la mirada, y la muestra repentina de compasión casi me hizo ceder, casi me hizo confiar en él. Casi. Recordé el rostro de Keelin: una máscara ensangrentada, con una órbita del ojo destrozada de manera que el globo ocular le colgaba hasta la mejilla. Si hubiera tenido nariz, se hubiera roto, pero su madre era un hada, y las hadas no tienen narices humanas. Tres de sus brazos estaban doblados en ángulos imposibles, como las patas quebradas de una araña. Ningún curandero sidhe le impuso las manos, porque estaba muy cerca de la muerte y no pondrían en peligro sus vidas por una cría de duende. Mi padre la llevó a un hospital humano y contó la agresión a las autoridades. Mi padre era el príncipe de la Llama y la Carne, e incluso su hermana la reina le temía, con lo cual no le castigaron por recurrir a los seres humanos. Había quedado registro de este hecho, así que podía hablar de ello sin ser castigada. Por fin algo sobre lo cual podía contar la verdad aquella noche.
– Cuéntemelo -dijo, con una voz todavía más delicada.
– Cuando las dos teníamos diecisiete años, mi mejor amiga Keelin Nic Brown fue violada. -Mi voz era suave, y tan vacía como habían estado momentos antes los ojos de Alvera-. Le rompieron el orbital de manera que el ojo quedó colgándole sobre la cara.
Inspiré profundamente e intenté conjurar el recuerdo, sin ser consciente de haber hecho un gesto con las manos, por si servía de algo, hasta que puse fin al movimiento.
– He visto a gente golpeada, pero nunca de esa manera. Nunca de esa manera. Trataron de matarla a golpes y casi lo consiguieron. Me volví a controlar. No quería llorar. Era feliz y odiaba llorar. Llorar me hacía sentir débil.
– Lo siento -dijo.
– No lo sienta por mí, detective Alvera. Seguir el proceso de curación de Keelin me dio una vara de medir la violencia: si no era tan malo como lo que le habían hecho a Keelin, entonces lo podía soportar. He conocido cosas verdaderamente atroces sin derrumbarme.
– Como esta noche -dijo con la misma voz con la que se habla a alguien que quiere saltar de la cornisa.
Asentí.
– Sí, como hoy, aunque admito que lo que le ha sucedido a Alistair Norton ha sido una de las peores cosas que he visto jamás, y he visto algunas cosas horribles. Yo no lo maté. No digo que no hubiera podido matarle si hubiera consumado la violación. Cuando me hubiera recuperado del hechizo de placer, habría ido a por él. No lo sé. Pero alguien se encargó de esto por mí.
– ¿Quién? -preguntó.
Mi voz se convirtió en un susurro.
– Me gustaría saberlo, detective. Realmente, me gustaría saberlo.
– ¿Necesita tocarme para demostrar que ese aceite de placer es real?
Asentí.
– Le doy permiso -dijo Alvera.
– Si demuestro que el hechizo de placer es real, ¿llamará a los de narcóticos?
– Sí.
– ¿Lo promete? -pregunté-. Quiero que me dé su palabra. Se puso muy serio. A1 parecer entendía que dar la palabra significaba para mí algo más que para un ser humano. Finalmente, asintió.
– Sí, le doy mi palabra.
Miré a Eileen Galan y nuevamente al espejo unidireccional de la pared del fondo.
– Es una promesa pronunciada ante testigos. Los dioses le castigarán si la rompe.
Asintió.
– ¿Tendré que esperar a ver un relámpago?
Negué con la cabeza.
– No, un relámpago no.
Empezó a reír, pero cuando advirtió que yo no le veía la gracia, su sonrisa se desvaneció.
– Mantendré mi palabra, princesa.
– Así lo espero, detective, por el bien de todos. Eileen me apartó a un lado, lejos del detective.
– ¿Qué pretendes hacer, Meredith?
– ¿Practicas algún arte místico? -pregunté.
– Soy abogada, no bruja.
– Entonces, limítate a mirar. Esto se explica por sí mismo.
Me aparté de ella delicadamente y volví a dirigirme a Alvera. No me acerque demasiado, sólo lo justo para poder tocarle. Tenía aceite en los dedos, pero se había secado. Quería que funcionara, de manera que pase los dedos por mis pechos, donde el aceite estaba todavía fresco y brillante. Las Lágrimas de Branwyn se conservaban. Miré a Alvera a la cara y él se echó hacia atrás hasta quedar lejos del radio de mi brazo.
Levanté una ceja, al tiempo que alzaba la mano.
– Dijo que podía tocarle.
Asintió.
– Perdón, es la costumbre.
Se acercó a mí, pero nos colocamos de manera que nuestra audiencia nos pudiera observar desde el otro lado del cristal. Estaba claro que se había armado de valor para no separarse de mí. No sabía si no quería que le tocase porque era un duende o porque pensó que había matado a alguien con magia o bien por algún otro motivo de tipo esotérico.
Le pasé los dedos por toda la boca hasta que centellearon como si se hubiese puesto brillo de labios. Sus ojos se abrieron, parecía pasmado. Me aparté y él me alcanzó. Entonces se detuvo un momento, plegó los brazos ante su pecho e intentó hablar pero acto seguido sacudió la cabeza.
Yo regresé a mi silla y me senté. Crucé las piernas, y la falda era tan corta que mostraba el ribete de las bragas. Alvera se dio cuenta. Observaba los movimientos de mis manos mientras colocaba la falda en su sitio. Veía como le latían las venas del cuello, sus ojos como platos, sus insinuantes labios entreabiertos mientras trataba de contenerse. Pero hacía falta mucho más autocontrol para no salvar la distancia que nos separaba. Yo permanecía a salvo con las runas de Jeremy, pero tuve que contenerme para no dirigirme hacia él.
Eileen Galan nos estaba contemplando a los dos, con una expresión de desconcierto en la cara.
– ¿Me he perdido algo?
Alvera continuó mirándome, abrazándose a sí mismo, como si temiera moverse o incluso de hablar, por miedo de que el menor movimiento hacia adelante le hiciera saltar la valla y caer en mis brazos.
– Sí, te has perdido algo -contesté a la abogada.
– ¿ Qué?
– Las Lágrimas de Branwyn -dije con suavidad.
Alvera cerró los ojos, mientras su cuerpo empezaba a balancearse ligeramente.
– ¿Se encuentra bien, detective? -preguntó Eileen.
Abrió los ojos, y dijo:
– Sí, estoy… -me volvió a mirar- bien.
Pero esto último apenas se oyó. Su cara era la imagen del pánico, como si no pudiera creer lo que estaba pensando.
No sé cuánto tiempo podría haberse estado allí de pie, pero esa noche se me había acabado la paciencia. Pasé un dedo sobre los blancos y resbalosos montículos de mis pechos, y con eso bastó.
El detective cruzó la habitación en tres zancadas, me agarró por los antebrazos y me levantó del suelo. Me sacaba casi un palmo, y tenía que inclinarse en un ángulo extraño, pero lo conseguía. Apretó sus apetitosos labios contra los míos y en cuanto los probé se rompió el cuidadoso hechizo de Jeremy. De golpe, me convertí en un objeto vibrante y necesitado. Mi cuerpo todavía quería acabar lo que se le había negado anteriormente. Le besé como si me estuviera alimentando de sus tiernos labios, y mi lengua buscó en el interior de su boca. Le acaricié con las manos llenas de aceite. Cuanto más aceite le tocaba, más fuerte era el hechizo. Me cogió por la cintura y me alzó hasta la altura de los ojos para no tener que inclinarse.
Enrollé las piernas alrededor de su cintura: le podía sentir a través de las capas de ropa que nos separaban. Mi cuerpo se agitaba con el contacto, y tuve que interrumpir el beso, no para respirar sino para gritar.
Me apretó contra la superficie de la mesa, oprimiendo su entrepierna contra la mía. Echado sobre la mesa, era demasiado alto para seguir besándome y mantener el contacto más abajo, de manera que se levantó con la ayuda de los brazos y mantuvo su cuerpo unido al mío.
Recorrí su cuerpo con la mirada hasta que finalmente encontré sus ojos. Tenían el brillo que normalmente no muestran los ojos de un hombre hasta más tarde, cuando ya no hay ropa ni posibilidad de volver atrás. Le agarré la camisa con las dos manos y tiré de ella hacia arriba, haciendo saltar los botones y poniendo al desnudo su pecho y su abdomen. Me incorporé para poder lamer su pecho y mover las manos por su abdomen, plano como una tabla. Intenté meter la mano por debajo de los pantalones, pero me lo impidió su cinturón.
De golpe, la habitación se llenó de agentes uniformados y detectives de paisano. Apartaron a Alvera de mí, y él les plantó cara. Tuvieron que amontonarse sobre él, arrastrarlo al suelo entre una montaña de agentes.
Yo estaba sobre la mesa con la falda subida hasta la cintura, y sentía mi cuerpo tan lleno de sangre y ansia que no me podía mover. Estaba enfadada, rabiosa porque nos habían separado. Sabía que era una estupidez, que no quería tener relaciones sexuales en un sala de interrogatorios, delante de toda la comisaría y aun así… lo deseaba.
Un joven policía uniformado estaba junto a la mesa, tratando de no mirarme. Fue fácil alcanzarle la mano, impregnar su muñeca de Lágrimas. Su pulso latió contra mi mano y él se inclinó hacia mí y me besó delante de cualquiera que quisiera observar lo que estaba pasando.
– Dios mío, Riley, ¡no la toques! -gritó alguien.
Unas manos sujetaron a Riley y lo apartaron de mis labios y mis manos. Me incorporé para agarrarlo y grité:
– ¡No!
Salté de la mesa a por uno de ellos, cuando otro detective me agarró los brazos y me obligó a quedarme sentada en la esquina de la mesa. Miró hacia sus manos como si se las hubiera quemado con mis brazos desnudos.
– Oh, Dios mío -susurró.
Justo antes de agacharse para besarme, murmuró:
– Que vengan algunas mujeres.
Más tarde, supe que ese hombre de talla media y ligeramente calvo con manos fuertes y un cuerpo musculoso era el teniente Peterson. Tuvieron que esposarle para sacarlo de la habitación.
Me enterraron bajo un montón de mujeres policía hasta que ya no pude moverme. Dos de las oficiales tuvieron los mismos problemas que los hombres, de igual modo que al menos uno de los hombres no había tenido ningún problema en no tocarme. ¡No hay nada como salir del armario en el trabajo!
Trajeron a Jeremy para que recompusiera la protección. Me calmé, pero no estaba en situación de hablar con nadie. Jeremy me aseguró que ya había hablado con la brigada de narcóticos, aunque estaba convencido de que los oficiales que habían estado en la habitación conmigo sabrían hacerles ver el peligro de las Lágrimas de Branwyn.
Roane me estaba esperando, con un par de guantes quirúrgicos puestos para poder tocarme y una chaqueta para cubrirme la cabeza y así evitar que la gente me reconociera. La policía nos sacó por la puerta de atrás. De momento, los medios de comunicación desconocían que finalmente había salido a la luz y en qué circunstancias. Pero alguien de la comisaría o de las ambulancias contaría la verdad. Quizá lo haría por dinero o accidentalmente, pero los medios de comunicación lo descubrirían. Era sólo cuestión de tiempo. Una carrera para ver qué sabuesos me encontrarían primero: los periódicos o la guardia de la reina. Si me hubiese encontrado bien, habría ido a mi coche y habría abandonado la ciudad esa noche o me habría subido al primer avión. Pero Roane me llevó a su apartamento porque estaba más cerca que el mío. No me importaba adónde íbamos mientras hubiese una ducha. Si no limpiaba mi cuerpo de las Lágrimas o tenía relaciones sexuales pronto, me volvería loca. Me inclinaba por una ducha. Lo que no advertí hasta demasiado tarde es que Roane se inclinaba por el sexo.